Sincronía Fall 2011


Hacia una poética de la enfermedad: Julio Herrera y Reissig

Julio Cesar Aguilar

University of Texas A & M

 

 

“Alégrate, joven, en tu juventud, y tome placer tu corazón

en los días de tu adolescencia; y anda en los caminos

de tu corazón y en la vista de tus ojos…”

Eclesiastés 11,9

 

“La enfermedad es el lado nocturno de la vida,

una ciudadanía más cara.”

Susan Sontag


 

            Este año 2010 se conmemora un siglo de la muerte de Julio Herrera y Reissig, un poeta cuyo deceso a los 35 años de edad fue causado por una cardiopatía presumiblemente congénita en su caso particular, y por la cual los médicos de su época le prescribían morfina —potente analgésico y hoy sustancia estrictamente controlada por su poder adictivo— para mitigar el dolor torácico producido por las fuertes palpitaciones. Temprana edad la del fallecimiento de Herrera si se considera el talante de su producción literaria y la importancia de la visión avant- garde que poseía al lado de su extremada originalidad.

De este escritor uruguayo nacido en una familia por aquel entonces de buena posición socioeconómica —Herrera y Reissig fue sobrino de Julio Herrera y Obes, presidente constitucional de Uruguay de 1890 a 1894—, poeta que no alcanzó en vida a ver publicado en forma de libro ninguno de sus poemarios, puede decirse que su fama y prestigio ha venido con paso firme acrecentándose con el correr de los años. Por otra parte, sin embargo, no existe hasta la fecha ningún estudio académico del que se tenga noticia que explore su escritura desde el punto de vista de la enfermedad. Por lo tanto este ensayo se centra en el estudio de la relación entre la enfermedad y su obra poética. ¿Existe en realidad un vínculo estrecho entre ambos elementos?, ¿vale la pena a estas alturas reconsiderar el papel de la morfina en su proceso creativo?, ¿pueden rastrearse las huellas de la enfermedad en su discurso poético? A estas y otras interrogantes pretende acercarse el presente estudio mediante un análisis del léxico empleado en la obra poética herreriana, que haga referencia a cualquier aspecto relacionado con la enfermedad o el tratamiento, así como a temas, figuras literarias o al ritmo mismo de los poemas.

Julio Herrera y Reissig, afima Pino Saavedra en la introducción de su libro publicado en 1932, “ha sido sin duda alguna la figura literaria hispano-americana que más opuestos juicios ha merecido en el recinto de la crítica, desde el panegírico de amigos y admiradores hasta el rechazo de críticos incomprensivos” (13). A este respecto recuérdese, por ejemplo, el círculo de escritores bajo el liderazgo de Herrera que se reunía para hablar de literatura y leerse y comentarse entre ellos sus textos en la Torre de los Panoramas, cuarto de azotea de una de las casas en las que residió el poeta, y desde donde se preparaban las ediciones de La Revista, de la cual Julio era el editor. De este grupo de amigos sobresale César Miranda, quien junto con la colaboración de quien fuera la esposa de Herrera, Julieta de la Fuente, fue el que se dio a la tarea de recopilar el material poético de Herrera disperso en periódicos y revistas para publicarlo en cinco tomos en 1913. En el otro sentido, algunos escritores y críticos como Miguel de Unamuno, Luis Cernuda, Octavio Paz o Juan Ramón Jiménez no supieron leer en su momento los aciertos de la poesía de Herrera.

La hermana del poeta, Herminia Herrera y Reissig, autora de dos títulos imprescindibles ya que ayudan al lector a conocer y captar la personalidad del poeta, nos ofrece un retrato hablado de Julio en sus primeros años de vida:

Las contradicciones psicológicas del hijo, eran motivo de preocupación de los padres. Nervioso y linfático, sensible y aturdido, no podía sostener mucho tiempo el mismo diapasón. La desigualdad en su aplicación de estudios, era balanceada por su fantasía en ansias tornadizas. Cansábase de lo serio, lo trazado, del cálculo rígido, para expansionarse en accesos de creaciones libres, y en la vehemencia de sus relatos extendíase la imaginación con verbosidad infatigable (30).

 

De acuerdo a lo expresado por la hermana, puede suponerse que Julio desde pequeño tuvo una imaginación extraordinaria, misma que se reflejará más tarde en las imágenes ingeniosas que abundan en su poesía y en la fiesta del lenguaje a la que el lector asiste cuando lee su obra. Más adelante, Herminia agrega: “Nacido con un defecto orgánico —corazón chico—, desde sus primeros años había sufrido de grandes deficiencias de respiración, tratándose entonces el caso como asma recalcitrante” (31). Ahora se sabe que, según Eduardo Espina, el diagnóstico del padecimiento de Herrera era insuficiencia mitral (86), afección de la válvula mitral del corazón que en nuestros días puede ser tratada exitosamente con tratamiento médico específico, o por medio de un procedimiento quirúrgico consistente en la reparación de la válvula o la inserción de una prótesis valvular, con los consiguientes riesgos que conlleva cualquier tipo de cirugía, como infección o rechazo de prótesis.

Este trastorno orgánico conocido también como regurgitación mitral debido a que la sangre regurgita o pasa de manera anormal de una cavidad del corazón a la otra, es decir del ventrículo izquierdo a la aurícula izquierda, puede producir en el paciente diversos síntomas entre los que se encuentran dificultad para respirar, dolor del pecho y palpitaciones intensas, molestias éstas que sufrió Herrera y Reissig desde la primeras manifestaciones de su padecimiento. Carmen Ruiz señala que “[f]ue en febrero de 1900 cuando sufrió un terrible ataque cardíaco que descubrió la verdadera enfermedad ocultada hasta entonces por la familia” (67). Por su parte, Roberto Ibáñez, observa que ese momento fue crucial en el desarrollo del poeta: “La revelación de la taquicardia fue enigmáticamente decisiva. Herrera nació o se transfiguró de súbito como creador”, (Citado por Carmen Ruiz, 67). No obstante Ruiz, la misma crítica ya mencionada, al estar de acuerdo en que puede existir relación entre enfermedad y obra, acaba opinando que ese asunto “puede ser más que discutible” (67). Fue en ese entonces que el médico Bernardo Etchepare, quien era pariente y amigo de la familia de Herrera, le receta la morfina, no sin antes haberlo discutido previamente con otros doctores. La droga fue efectiva desde la primera vez en ser administrada, por lo que Herminia asegura que ese fue el origen “de lo que más tarde hayan querido asegurar los acerbos, que usaba el tóxico como estimulante para su obra intelectual. ¡Nada más falso y calumnioso!”, sostiene la hermana del poeta (86). Pero ya antes de 1900, aproximadamente 10 años antes, ya había sufrido Herrera una crisis cardíaca. “Mientras jugaba con sus compañeros se sintió repentinamente mal: grandes palpitaciones y una tremenda angustia, casi lindando con la muerte perfilaban su enfermedad fatal” (Seluja 18).

            Para los propósitos de este trabajo es útil y conveniente, sin embargo, hacer referencia a la morfina y sus propiedades. Derivada del opio, la morfina es una potente droga utilizada en la práctica médica para aliviar severos e intensos dolores postquirúrgicos y dolor por otras causas como el cáncer. Altamente adictiva esta droga, altera tanto la percepción como la respuesta emocional al dolor por medio de un mecanismo aún desconocido. La morfina, cuyo nombre proviene de Morfeo, el dios griego del sueño, puede ocasionar como reacción adversa precisamente somnolencia y sedación, pero también entre otros efectos secundarios son comunes la euforia, las pesadillas durante el sueño y la dependencia física, y un poco menos comunes las alucinaciones, llegando a producir su sobredosis la depresión respiratoria que puede ser fatal.

            La mayoría de investigadores de la obra de Julio Herrera y Reissig no encuentran o no les interesa encontrar una íntima conexión entre su poesía y la enfermedad. Tal es el caso de Lauxar, quien comenta que “[e]s enteramente caprichoso querer explicar por la enfermedad cardíaca del poeta o por el uso o abuso de la morfina la confusión buscada y rebuscada que informa esas composiciones. La incoherencia del pensamiento no se debe en ellas ni al corazón alterado ni a la sensibilidad envaguecida ni a la mente extralúcida” (171). Este crítico refiere enseguida que el efecto del fármaco pudo haber intensificado la personalidad de Herrera y mostrarlo sin inhibiciones “puesto que nada agrega al espíritu esa droga y no hace más que aislarlo, sobreexcitarlo momentáneamente y después entorpecerlo” (172). Ciertamente ni la morfina ni ningún otro medicamento interviene a nivel del espíritu, pero sí en la esfera mental ya que la sustancia activa se une a los receptores opioides que se localizan en las neuronas que conforman el tejido del sistema nervioso central. A Roberto Echavarren, según comenta en el prólogo a una reciente compilación de poemas de Herrera y Reissig, tampoco le interesa discutir allí “cuál es la relación entre droga y escritura, ni tendría méritos para establecerla, en el caso de Julio Herrera. Para él fue la morfina (a fin de aliviar la angustia ante los desarreglos cardíacos)”, para otros, como Baudelaire por ejemplo, fue el hashish (9). La droga utilizada por Herrera, no obstante, no tiene el efecto terapéutico de aliviar la angustia, como refiere Echavarren que era esa la finalidad del poeta al administrársela, pues no es ansiolítico ni antidepresivo, sino un medicamento —como ya se ha dicho— para aliviar fuertes dolores y de un gran poder adictivo. En la actualidad la morfina también se utiliza en las fases terminales de una enfermedad, por sus efectos analgésicos y porque su sobredosis causa finalmente depresión respiratoria, y por ende la muerte.

            Tiene razón Idea Vilariño cuando menciona que conocemos la vida del poeta así como nos ha llegado: envuelta a través de su leyenda que se ha forjado en torno (2). Según ella, al desmentir el dandismo que se le atribuía al poeta, considera asimismo falsa la leyenda que el propio Herrera “contribuyó a crear para asustar a los buenos burgueses de su adicción a las drogas. Los médicos no habían encontrado otro remedio para aliviar sus crisis cardíacas que no fueran las inyecciones de morfina” (5) por lo que él se vio ante la necesidad de administrarse el medicamento. Pero a lo que hace referencia Vilariño, es a las famosas fotografías para las que Herrera posó en 1906 y 1907, en una de ellas fingiendo inyectarse la mencionada droga, en la otra postrado en su cama aparentando dormir, y en la última con un cigarrillo. Tales fotos fueron  publicadas en el semanario argentino Caras y caretas, para ilustrar el artículo sobre Herrera y Reissig y su obra. En la nota “Los martirios de un poeta aristócrata” aparece la imagen en la que se lee: “El artista dándose inyecciones de morfina antes de escribir uno de sus más bellos poemas pastorales”, artículo que causó polémica y escándalo. En dicho artículo publicado el 19 de enero de 1907, en la otra fotografía “Fumando cigarrillos de opio según los preceptos de Tomás de Quincey”, se aprecia la imagen del poeta de perfil, leyendo, al parecer con un cigarrillo en los labios. La tercera foto de la serie de Caras y caretas muestra al poeta recostado en su cama, con los ojos cerrados, misma que se publicó con la leyenda: “En los paraísos de Mahoma, bajo la influencia del éter, de la morfina y del opio” (Mazzucchelli 320).

            Como se sabe, tales fotografías fueron planeadas precisamente con el fin de llamar la atención de los lectores y escandalizar, desafiando al medio literario de la época. Mazzucchelli dice que “[s]e trata de una maniobra publicitaria masiva cuidadosamente calculada por el propio Herrera y Reissig, quien había enviado antes una ‘autobiografía’ a Soiza Reilly, que este empleó luego para escribir el texto que acompaña la nota” (322). Según el testimonio de Soiza Reilly, la idea y proposición de que le tomaran esas fotografías fue del mismo poeta. En la mencionada crónica semanal, firmada como Fray Mocho, pseudónimo de Juan José de Soiza Reilly, el autor explica:

Hace ocho años que visité en Montevideo a Julio Herrera y Reissig. De aquella época datan las fotografías que publico. Por prescripción médica, el lírico zorzal uruguayo se inyectaba morfina. Luego, por arte, continuó tomándola. El poeta, que era un niño genial, me narró los efectos sublimes de la droga. En la cama, allí en la Torre, me leyó versos escritos bajo el fluido letal (Citado por Blengio Brito, 20).

 

Pero la versión final, real, de cómo se dieron los hechos, se la ofrece a Bula Píriz, Soiza Reilly —quien definiera a Herrera y Reissig como “el poeta más raro, el lírico más triste, el pecador más esteta, el jilguero de sangre más azul, el loco más ardiente, más fogoso, más bueno y más encantador que haya tenido el Plata” (Citado por Vilariño, x).  A Píriz le comenta Soiza:

Yo fui a hacerle un reportaje junto con el hermano del aviador Adami, que era quien tomaba las fotos. Cuando éste fue a fotografiarlo, Julio dijo: Sería bueno tomarme una fotografía dándome una inyección de morfina o bajo el sueño de la morfina. Pero no teníamos jeringa, y entonces yo fui a la farmacia y compré una jeringa Pravaz y la llenamos con agua, y Julio la puso contra el brazo fingiendo la inyección, y Adami le tomó la fotografía. Después se fingió dormido y tomamos esa otra donde aparece dormido bajo el sueño de la morfina; y la otra en la que aparece fumando cigarros de opio según los preceptos de Tomás de Quincey, la tomamos mientras se fumaba un cigarrillo casero hecho con tabaco Passo Fundo. Julio se reía a carcajadas luego de todas estas cosas, pensando en lo que dirían de sus desplantes (Citado por Blengio Brito, 20).

 

En 1904, Herrera viaja a Buenos Aires para trabajar en el censo. Para ese entonces ya había iniciado la composición de Los éxtasis de la montaña —poemario también conocido como Eglogánimas—, proyecto que se ve favorecido cuando viaja a Minas y queda deslumbrado por el paisaje bucólico. Durante su estancia en Argentina su salud va menguando lentamente. Así lo refiere en una carta que le escribe en 1905 a su novia, en este entonces Julieta de la Fuente:

Yo no me [he] encontrado bien; ayer guardé cama, con chuchos de frío y dolores al pulmón derecho; me morfinicé y hoy me encuentro mejor: atribuyo esos percances a excesos, en esta última semana, de trabajos intelectuales profundos que me han arrancado pedazos de vida. Descansaré en adelante. […] Ya sabes que el fin de mes estoy, por fin, a tu lado, Julieta adorada… (Citado por Mazzucchelli, 316-317).

 

Obsérvese el verbo que inventa Julio, en relación a la droga que utiliza para paliar sus malestares físicos: morfinicé. En otra carta enviada unos meses antes, Herrera escribe:

Yo también sigo regularizándome y me alimento gradualmente. […] Luego, la Vida alegre que hago yo, la mitad del día en el Censo, y la restante enclaustrado en mi alcoba, entregado a mis horribles verdugos que tú has armado dándome tu amor!! Leo, escribo, medito, filosofo, observo la Comedia humana, desdeño cada día más a los hombres y me retraigo. Cinco o seis buenas almas, un gato que no se separa de mi escritorio, una mariposa muerta, clavada como mi corazón sobre mi lecho, la morfina, y el fantasma pálido de los recuerdos sentados en el dintel a todas horas y mirándome tristemente, eso compone toda mi sociedad, en este destierro lúgubre. Nadie me ama, nadie se interesa por mí, yo tampoco amo a nadie, no por nadie me intereso. De la puerta para afuera la Muerte, de la puerta para adentro también la Muerte: la noche dentro de la Nada, esto es horrendo! (320)

 

Como se puede apreciar a primera vista, en ambas cartas el autor alude a su enfermedad cardíaca y a la morfina. Pero hasta donde se sabe, no existe evidencia de que Herrera y Reissig haya utilizado el medicamento con fines recreativos o como herramienta para llevar a cabo su labor creativa. Sin embargo, si se analiza su poesía puede percatarse el lector que en repetidas ocasiones el léxico usado es el que responde a la enfermedad de la cual se vio aquejado, o que alude a cierta terminología médica. Véanse algunos ejemplos que han sido resaltados tipográficamente:

            De Los maitines de la noche:

… bosque alucinado … (20), Para mis penas fueran divina magia hipnótica (20), La sangre del histérico mordisco (21), epilepsiaba a ratos la ventana (22), la

metepsícosis de un astro niño (23). en su tísis romántica la luna (25), La Neurastenia gris de la montaña (25). Tocando su nerviosa pandereta (26), con un ritmo de arterias desmayadas (26), Flora, enferma, se desmaya… (26), fuma el opio neurasténico de su cigarro glacial (27),  agonizando las postreras lilas (28).

 

            Las alusiones a la enfermedad que le causó la muerte a Herrera, son muy frecuentes en su cartas, como puede apreciarse en una misiva que le envía a Edmundo Montagne fechada en junio 1 de 1902:

Muy triste me hallo. Muy abatido —Muy pobre. Así me ha tomado su carta. Estuve dos meses enfermo, con palpitaciones nerviosas al corazón. A consecuencia de esa calamidad tengo forzosamente que haraganear, dejando la conclusión del Tratado de la imbecilidad de mi país para dentro de un par de meses, si para entonces, como se entiende, estoy bien de salud.

 

A lo que Edmundo Montagne, contesta:

He sentido muchísimo la noticia de su enfermedad. Estoy seguro de que Ud bebe alcohol y café y fuma mucho y comete otra cantidad enorme de imprudencias que no deben cometerse. Y digo que estoy seguro porque es Ud. un vehemente incorregible.

Yo también he sufrido de palpitaciones al corazón, aunque no de la manera que supongo en Ud. Lo primero que hice fue suspender el consumo de todo excitante.

 

Obsérvese la respuesta de Edmundo Montagne, al referirse al consumo de enervantes por parte de Herrera. ¿Esa vehemencia de la que habla su amigo no pudo acaso ser exacerbada también por la morfina?, ¿cuáles serán las imprudencias que en cantidad enorme comete el poeta? Sólo ante elucubraciones sobre el uso indiscriminado de la droga se enfrenta el investigador, pues no existe evidencia posible que lo confirme.

            La poesía de Herrera y Reissig, habiendo incursionado en el Romanticismo y cuyo estilo abandona después de un corto tiempo, se caracteriza por la búsqueda de un lenguaje nuevo que va más allá del Modernismo. De acuerdo a Mario Álvarez, su obra se caracteriza por el exotismo el cual está presente bajo dos formas a saber:

como ensueño o como delirio; es decir, como distanciamiento que idealiza la naturaleza a través de un panteísmo cordial (“Éxtasis de la montaña”) o de una sensibilidad refinada, decadentista (“Los parques abandonados” y algunas “Clepsidras”); o como distanciamiento que, por el delirio, proyecta el pasmo erótico (“Clepsidras”) o la soledad cargada de fantasmas (“Tertulia lunática”) (109).

 

Ensueño y delirio, dos términos con una carga semántica muy relacionada entre sí, pero que además parecieran ser producto o vincularse con una mente sobreexcitada. Aldo Mazzucchelli, en su extenso estudio sobre Herrera y Reissig, se refiere a “Lírica invernal” como un texto precisamente lírico y autorreferencial, en el que Julio muestra una bipolaridad a través de imágenes alucinantes. Es en ese texto donde Herrera habla públicamente de su enfermedad, y allí asegura que fue la muerte “su maestra, la que le enseñó a escribir. Luego hace la más bizarra narración de la mezcla entre su enfermedad y su despertar a la literatura del futuro y de la decadencia” (266). ¿Qué hay de verdad en todo esto?, ¿cómo comprobarlo? Tal vez la enfermedad en Herrera contribuyó a acrecentar su innata sensibilidad. Por otra parte, nunca se sabrá si en verdad escribía bajo el influjo de la morfina, como el poeta mismo decía. Poco o nada importa si usaba la droga como estimulante para escribir, ya que es la obra como tal la que debe juzgarse en su dimensión poética.

            Lo que sí es comprobable es el hecho de que Julio se hace consciente de su trastorno orgánico, pues éste influye y se hace presente en su escritura al utilizar términos relacionados con la enfermedad. Los siguientes ejemplos pertenecen a los sonetos que conforman Los éxtasis de la montaña:

con áspera sonrisa palpita la campaña (31), No late más que un único reloj (31), palpitan al unísono sus corazones blancos (32), laten bandadas de pañuelos en fila (34), las voces retumban como un solo latido (36), Conjeturan fiebrosos del principio escondido (37), un gallo desvaría (37), el pastor loco (37), como la carne herida (38), la palpitante gleba (38), laten en todas partes monótonas urgencias (38), siente latir un nuevo corazón de tres meses (43), donde laten los últimos ópalos vespertinos (44), transubstanciado, él siente que no es el mismo (45), ¡y es que Job ha escuchado el latido del mundo (45), un latido dícela que él se acerca (47), luego inundan sus fiebres (47), la tarde en la montaña, moribunda se inclina (52), se duerme al narcótico zumbido de las moscas (55), hipnotiza los predios inexhaustos (56), ataca a sus enfermos el médico cazurro ((56), se hunden en una sorda crisis meditabunda (58), sangran su risa flores rojas en la barranca (58), un gran silencio que anestesia y que embruja (60), el narcótico gran silencio del campo (62).

 

Tan sólo en este poemario, que es uno en donde la voz poética se regocija con el mundo, con la naturaleza, se encuentra una gran cantidad de vocablos que remiten a la enfermedad, o algún término que de alguna manera se relaciona con ésta. La alusión a uno de los órganos vitales, el corazón, es muy frecuente a través del uso de verbos y adjetivos tales como latir, palpitante, o del sustantivo latido. Además, en su título esta colección de poemas contiene la palabra éxtasis, misma que aparece varias veces dentro de los poemas, y tal vez su presencia pudiera relacionarse con el uso de narcóticos. Por otro lado, también derivados del vocablo ebriedad, constan en los poemas. En un libro homenaje a Julio Herrera y Reissig, en el que también participan Antonio Seluja y Diego Pérez Pintos, Magda Olivieri atinadamente opina que la característica general de Los éxtasis de la montaña es

presentar el mundo como un sueño que alguien, apaciblemente, sueña. Las cosas tienen una finalidad y la están cumpliendo; de esa falta de distorsión en los fines; de ese ocupar el lugar para el que han sido creadas nace la inocencia, la alegría, la paz. Se crea así un mundo particularmente feliz porque las cosas se viven en su ser verdadero, en el auténtico latido de la naturaleza. Es precisamente este latido el que Herrera, el poeta culto y artificial, busca sin embargo descubrir (59).

 

De tal latido de la naturaleza, pareciera que el poeta quiere apropiarse, hacerlo suyo para reemplazar las palpitaciones de las que sufre.

            Nocturnos es una serie que consta de tres poemas de largo aliento y de arte menor —octosilábicos con rima consonante. Esta sección incluye “Desolación absurda”, “La torre de las esfinges” y”La vida”. Este último poema es importante ya que encierra en gran medida su poética de la que se ha venido hablando: “Sacudido por un asma” (126), recuérdese que fue ese diagnóstico el que se pensaba era la causa de los malestares de Herrera, del que hablaba su hermana. “De agotamiento cardíaco / tuve síncopas mortales”, nuevamente la autorreferencialidad se hace presente en el poema, “y duerma mi corazón” dice la voz lírica, y ese corazón cansado es el que pertenece a Herrera. Véanse las siguientes dos estrofas del mismo poema “La vida”:

                             ¡Oh epilepsia inconocida!

                        Sobre el cielo metafísico

                        vi un corazón de suicida

                        arrítmico y fraternal.

                             ¡Era un reloj poeniánico

                        este reloj psicofísico

                        que con latidos de pánico

                        iba marcando mi mal!

 

Nótese nuevamente la autorreferencialidad de los dos versos anteriores, en los que el poeta declara sin más su padecimiento:

                        vi un corazón de suicida

                        arrítmico y fraternal.

Ese corazón es el mismo que poseía el autor de los mencionados versos. En nota a pie de página, el autor aclara, refiriéndose a la estrofa anterior: “Se alude la corazón arrítmico del poeta, quien ha sufrido siempre de una desesperante neurosis cardíaca que le ha hecho temer por la vida” (179).

            En su más reciente libro sobre la vida y obra de Herrera, el también poeta y catedrático Eduardo Espina sostiene —al referirse a la poesía de su paisano— que una escritura nueva es la que habla:

Donde mejor se oye su voz es en “La Torre de las Esfinges”. En ese poema de 430 versos el acto de la comunicación ha sido llevado a un extremo de tensión al atomizarse el campo de referencias y replegarse el lenguaje sobre su materialidad… A lo largo del tiempo ha mantenido una propiedad conflictiva que lo confinó a permanecer desconocido (219).

 

Más adelante, Espina comenta que ese poema ha sido considerado, por algunos críticos, como producto de una experiencia tóxica debida al uso de medicamentos. Pero el efecto de una intoxicación por alucinógenos, sin embargo, dura mucho menos que el que necesita Herrera para encontrar la palabra precisa, ya que encontrar un adjetivo “le cuesta quince días de trabajo, un verbo, a veces, un mes” (220).

            Muy poca atención, por parte de la crítica especializada, se le ha prestado seriamente a la obra poética de Julio Herrera y Reissig, en relación con la enfermedad. Renovador del lenguaje literario, Herrera se adelanta con mucho a su tiempo: cuando algunos escritores hispanoamericanos incursionaban aún en la estética modernista, él ya se encuentra escribiendo al estilo de las vanguardias, con un lenguaje nuevo, innovador —aunque de manera estructuralmente tradicional: sonetos y décimas, es decir versos medidos y rimados. Nunca se sabrá a ciencia cierta si él escribía bajo los efectos de la morfina o de cualquier otro narcótico, y tal vez ni valga la pena o sea necesario saberlo. Su obra es la que sobrevive y es ella lo que realmente importa. Sin embargo, sí existe una poética de la enfermedad en la poesía herreriana. Entre sus versos hay abundantes alusiones a la enfermedad a través del uso de terminología médica:

                        …beba el alma vagabunda

                        que me da ciencias astrales

                        en las horas espectrales

                        de mi vida moribunda! (142-143)

Escribe Herrera en “Desolación absurda”. Poesía de imágenes sorprendentes, novedosas, es la que ha cantado Julio Herrera y Reissig, como si el ritmo de su corazón, agolpándose se la dictara. Ese su “corazón que había ido empeorando , [y que] hace su crisis final el 18 de marzo de 1910” (Vilariño 6), no sin antes haber vertido a borbotones, como ya se dijo, versos de gran originalidad y fuerza expresiva para su tiempo y aun para la posteridad.

 

 

Obras citadas

 

Álvarez, Mario. Ensueño y delirio. Vida y obra de Julio Herrera y Reissig. Montevideo:        

     Tradinco: 1995.

Blengio Brito, Raúl. Herrera y Reissig: Del modernismo a la vanguardia. Montevideo:  

     Universidad de la República, 1978.                

Espina, Eduardo. Julio Herrera y Reissig. Prohibida la entrada a los uruguayos. Montevideo.

     Planeta, 2010.

Herrera y Reissig, Herminia. Julio Herrera y Reissig. Grandeza en el infortunio. Montevideo:

     Talleres gráficos 33, 1949.

---. Vida íntima de Julio Herrera y Reissig. Montevideo: Amerindia, 1943.

Herrera y Reissig, Julio. Una infinita colisión compleja. Poemas. Ed. Roberto Echavarren.

     Montevideo: La flauta mágica, 2010.

Lauxar (Osvaldo Crispo Acosta).  Motivos de crítica. Montevideo: Palacio del libro, 1929.

Mazzucchelli, Aldo. La mejor de las fieras humanas. Vida de Julio Herrera y Reissig.

     Montevideo: Taurus, 2010.

Olivieri, Magda. Homenaje a Julio Herrera y Reissig. Montevideo: Concejo departamental de

     Montevideo, 1963.

Pino Saavedra, Yolando. La poesía de Julio Herrera y Reissig. Sus temas y su estilo. Santiago:

     Prensas de la Universidad de Chile, 1932.

Ruiz Barrionuevo, Carmen. La mitificación poética de Julio Herrera y Reissig. Salamanca:

     Univ. de Salamanca, 1991.

Santa Biblia. Ed. Reina-Valera. Nueva York: Sociedad bíblica americana, 1964.

Sontag, Susan. La enfermedad y sus metáforas y el sida y sus metáforas. Trad. Mario

     Muchnik. Madrid: Taurus, 1996.

Vilariño, Idea. Julio Herrera y Reissig. Poemas comentados. Montevideo: Técnica, 1978.


Sincronía Fall 2011