Los héroes del día siguiente y Andrés Pérez, maderista: un fenómeno y dos momentos distintos
Ana María Alba Villalobos
Universidad de Guanajuato
Si Ireneo Paz y Mariano Azuela se conocieron, no se sabe, pero no es improbable. Ambos eran escritores jaliscienses, de pensamiento liberal, que emigraron a la capital del país, donde radicaron hasta su muerte. Había entre ellos una diferencia de 37 años (el primero nació en 1836 y el segundo, en 1873), sin embargo, les tocó vivir momentos muy diferentes: mientras que para Paz la llegada al poder de Porfirio Díaz representó un gran logro político; Azuela luchó para que lo dejara, pues casi desde que nació Díaz había gobernado al país. Los dos son novelistas que recrearon la vida y la forma de ser de los mexicanos. Ambos conocían los vicios que impedían el mejoramiento de la sociedad y los plasmaron en sus textos.
En este artículo se hace un análisis comparativo de textos de estos dos autores: la obra de teatro de Ireneo Paz, titulada Los héroes del día siguiente (1859)1 y de la novela Andrés Pérez, maderista, (1911) de Mariano Azuela2, para ver hasta qué punto existen semejanzas entre ellas, ya que en ambas se aborda el tema del oportunismo político que se da en México cuando hay una revolución o un cambio de gobierno, debido a un golpe de Estado.
Aunque se trata de obras pertenecientes a géneros distintos (dramaturgia y narrativa) lo que se compara es la circunstancia histórica en que se ubica la obra, y el juego de intereses ideológicos que se produce entre quienes en un primer momento se encuentran del lado del gobierno, y los que se oponen a él y luchan para derrocarlo. No obstante, una vez que se produce el derrocamiento, los que estaban con el poder, de inmediato hacen lo posible por colocarse del lado del nuevo gobierno, para lo cual se hacen pasar por opositores, usurpando el lugar de quienes sí combatieron para lograr el cambio.
Los héroes del día siguiente
Todo sucede en la casa de Don Hilarión, su esposa Rosalía y su hija Julia, al “día siguiente” de un levantamiento armado contra el gobierno. Hilarión y Rosalía tienen algunos amigos: don Canuto –quien es pretendiente de Julia, lo que ellos no ven con malos ojos- y la pareja formada por don Procopio y su esposa, doña Ciriaca. Todos han estado con el gobierno, salvo Julia, que nunca opina sobre política. Los tres hombres eran funcionarios hasta unos meses atrás, cuando fueron despedidos y quedaron cesantes. Han hecho todo lo posible por congraciarse con el gobierno -se entiende que para recuperar sus empleos- escribiendo artículos elogiosos; sin embargo, no han conseguido nada.
Cuando se enteran de que el gobierno ha sido derrocado por el “partido puro”, se angustian, pues ellos han estado con el anterior, no con los revolucionarios; sin embargo, deciden fingir que han trabajado clandestinamente en la oposición, por lo que merecen un reconocimiento por parte del gobierno entrante.
Hay un personaje que está en el bando vencedor: Narciso, pretendiente de Julia, a quien ella corresponde. Ambos están muy enamorados, pero los padres de ella no lo aceptaban, hasta el “día siguiente”, cuando se dan cuenta de que él puede ayudarlos a colocarse en el nuevo gobierno, al igual que a sus amigos, y le dicen que le darán la mano de Julia si él consigue trabajo a Hilarión, Canuto y Procopio. Narciso sabe perfectamente que ellos estaban con el gobierno caído, pero los ayuda porque está muy enamorado.
Andrés Pérez, maderista
Andrés Pérez es un periodista de El Globo, periódico vendido al gobierno de Porfirio Díaz. Está acostumbrado a tergiversar las noticias a favor de la postura oficial. Lleva una vida sin compromisos; es amante de una compañera de trabajo, vive al día, sin planes a futuro. Cierto día, recibe una invitación a pasar unos días en el campo, en la casa de su amigo Toño Reyes. Acepta y se va. El amigo es un hacendado con buena posición económica, recién casado con María, una joven muy bonita, pero está enfermo de tuberculosis. Cuando le preguntan qué opina de la posibilidad de hacer caer al gobierno de Díaz, Pérez dice que es imposible y no manifiesta simpatías por Madero. Estando en el campo se da el asesinato de Aquiles Serdán, y Toño se inquieta mucho por la represión de Díaz. Desde que se ven, María y Andrés se atraen, y ella le coquetea, aunque él se resiste a corresponderle.
Dos semanas después de haber llegado Andrés, llegan a la hacienda unos rurales con una orden de aprehensión contra él, a quien se acusa de ser “agente revolucionario de don Francisco I. Madero”. Antonio logra que lo dejen bajo su custodia, mientras permanezca en su hacienda. Cuando Andrés se entera de lo ocurrido, se sorprende mucho y niega que sea verdad, pero no le creen. A raíz de esto, la gente de la hacienda y los amigos de Toño, que antes tenían una opinión negativa de Andrés, por su apatía política, empiezan a respetarlo: los simpatizantes del movimiento maderista, por considerarlo un aliado; y, los otros, porque ven en él a un enemigo peligroso. Andrés desmiente reiteradamente ser un maderista, pero cuando lo hace la gente piensa que miente.
En cierta ocasión Vicente, el mayordomo ofrece su apoyo incondicional a Andrés; días después lo lleva con un “revolucionario”, el cual le informa que el lunes siguiente, por la noche, llegarán unas armas en el tren, que Andrés deberá recoger y pagar; le entrega mil pesos para hacerlo, y le dice que los rurales lo atacarán, pero él, con unos hombres, lo defenderá. Andrés recibe el dinero, pero no piensa hacer lo que le dijeron, sino huir.
El día indicado, pide ropa de campesino a Vicente, se disfraza y va al tren, con la intención de huir; sin embargo, lo apresan y le quitan el dinero. En la cárcel se siente seguro, pues los levantamientos armados se producen cada vez más y él no quiere participar. Después de unos días, se entera de que su amigo Toño ha muerto, en un enfrentamiento con el ejército federal. Andrés platica con Don Octavio -un amigo de Toño que defendía al gobierno de Díaz- y le confiesa todo lo ocurrido. Aquél le cuenta que el coronel Hernández, quien despojara a la familia de Vicente de sus tierras con la anuencia del gobierno porfirista, mandó matar a Vicente y ocupa su lugar como jefe de un grupo de revolucionarios. Al darse cuenta de esto, Andrés se conmueve y afirma ser maderista, pero Don Octavio se burla de él. Andrés decide huir del pueblo en el siguiente tren, pero en el camino pasa por la casa de María y entra.
En ambas obras el punto de vista es el de los falsos héroes, quienes hablan por sí mismos. En la obra de teatro, no sólo porque todo se da a través de diálogos, sino porque en ellos los personajes expresan su traición e hipocresía. La novela está narrada en primera persona con gran cercanía de los hechos, casi como si se tratara de un diario. Todo esto evidencia el cinismo de los personajes.
A través de esta obra, Ireneo Paz parece denunciar a quienes ocupan el lugar de otros y les quitan el reconocimiento y la recompensa que merecen. Al autor le tocó ver lo que, estaba convencido, varias traiciones de dimensiones nacionales: en primer lugar, la de Agustín de Iturbide, luego, la de Antonio López de Santa Anna. Para él ambos eran traidores que cambiaron de bando cuando les convino. Acerca de la inestabilidad que le tocó vivir a Ireneo es pertinente el siguiente fragmento de una Historia de México que él encuadernó:
De 1823 a 1847 se sucedieron diversas “revoluciones” y pronunciamientos. Sucesivamente los partidos a través de sus representantes se hicieron una guerra sin cuartel con el fin de apoderarse de la presidencia, llegando algunos de ellos, como don Antonio López de Santa Anna, a unirse a liberales y proclamarse federalista para escalar la tan ansiada silla presidencial, y posteriormente considerase conservador y enemigo de sus antiguos compañeros para asaltar el poder y convertirlo en centralista. La caída de un partido político llevaba al poder al partido vencedor, se destituía en consecuencia a todos los empleados que militaban en el partido vencido generándose con ello el caos administrativo; el empleado público que llegaba a un puesto de importancia, rara vez lo hacía por méritos propios, o aptitudes profesionales; la casualidad y la amistad con el vencedor lo encumbraban y lo peor era que, conociendo de antemano que había de ser destituido en la próxima revolución, trataba de aprovechar todas las circunstancias en su propio beneficio llegando a enriquecerse desmesuradamente; con ello resultaba una administración pública inepta e inmoral que descuidaba al Estado y los intereses públicos. Se necesitaba una renovación moral de la sociedad que solamente se alcanzó con la Revolución de Ayutla.3
Estos personajes corresponden a Hilarión, Procopio y Canuto. En el primer nivel de representación estarían ellos, que esperaban enriquecerse robando al erario público. Las deficiencias de la obra se ubican en la obviedad de los argumentos. Ciriaca expresa claramente a Procopio lo que espera de él en cuanto asuma el cargo que le darán en el nuevo gobierno.
Ciriaca: ¡Ah! Qué buenos vestidos que me pondré!
Procopio: A no dudarlo.
Ciriaca: Y tendremos carruajes.
Procopio: Sí, poco a poco.
Ciriaca: Y casas propias, y un palacio ricamente amueblado para vivir en él nosotros.
Procopio: Aunque te diré, hija mía, que el sueldo de un ministro no da para tanto.
Ciriaca: Tampoco soy tan exigente que quiera todas esas grandezas en el acto. Después de seis meses. (p. 106)
Pero en la denuncia implícita de Ireneo Paz hay algo más fuerte y doloroso, pues no sólo señala a Los héroes del día siguiente, sino a quien les permitió o dio entrada al nuevo gobierno, despojando de su retribución a quienes lo merecían. Es así como el verdadero héroe, que es Narciso, se convierte en cómplice y traidor de su propia causa. ¿En quién estaba pensando Paz? No es posible saberlo, pero es probable que hiciera alusión a los liberales moderados.
De esta forma, el panorama que ofrece la obra, no obstante ser una comedia, es desolador, pues no hay personaje que se salve. Por ello, aunque el autor era un liberal puro, en la obra son tan culpables los conservadores, como aquel liberal que los acepta en su grupo.
El contexto de Andrés Pérez, maderista
En Andrés Pérez, maderista ocurre algo similar, aunque las circunstancias son muy diferentes. A diferencia del caos social en que viviera Paz desde su nacimiento, Azuela casi nació y sí creció durante el porfiriato. Los dos textos refieren a un momento de inestabilidad política, aunque en el primero, los personajes están habituados, incluso saben cómo actuar en estos casos, mientras que en Andrés Pérez, maderista, el protagonista se sorprende por lo que ocurre, pues ha vivido durante el porfiriato, y está seguro de que no habrá cambios en el poder. Su intervención en la política es azarosa, no voluntaria. La Revolución Mexicana está iniciando apenas, con el levantamiento maderista. Lo sorprendente es cómo Azuela denuncia que el movimiento fue traicionado, infiltrándose en él aquéllos contra quienes luchaban los maderistas. Hay también un fenómeno de usurpación muy claro: el coronel Hernández mata a Vicente y ocupa su lugar. A diferencia de Los héroes del día siguiente, donde Narciso da la entrada a quienes fueran sus enemigos políticos, por interés personal, en Andrés Pérez, maderista son los propios campesinos, que originalmente fueron organizados bajo el mando de Vicente, quienes lo matan, obedeciendo al cacique y, al igual que Narciso, realizando al hacerlo un suicidio político. De alguna forma, Azuela se adelanta y narra lo que un par de años después ocurriría a Madero, quien fuera asesinado por su misma guardia de seguridad, que obedeció a Huerta.
En ambas obras se da un juego de ocultamiento y cambio de identidades a través del disfraz: Hilarión se esconde debajo de la cama en tanto que Canuto y Procopio se disfrazan cuando escuchan las detonaciones y piensan que hay un nuevo levantamiento armado, para no ser reconocidos: el primero se pone ropa de mujer y el segundo, de campesino. También Andrés Pérez se disfraza de campesino para poder escapar en el tren. Es claro en los dos casos que los usurpadores no sólo ocupan el lugar que no les corresponde, sino que se hacen pasar por quienes no son.
Lo que se lee en la novela tiene una relación directa con lo ocurrido a Azuela durante ese tiempo. Así lo señalaba el autor:
En Lagos el caciquismo está dirigido intelectualmente por el Lic. Benjamín Zermeño, individuo que fue por la diputación de Guadalajara a rendir honores a don Ramón Corral; este señor Zermeño siguiendo añeja costumbre se ha tornado maderista en cuanto vio neto el triunfo del mismo. Y bien, Manuel Rincón Gallardo, el coronel revolucionario de los de última hora, el aristócrata, está ahora en Lagos con cincuenta soldados maderistas y este señor coronel está rodeado del círculo cabal de los caciques y alojado en la casa del dicho Licenciado Zermeño4.
Según señala Liliana Plascencia, desde la literatura, Azuela se enfrenta de nueva cuenta a esos magnates del caciquismo que conoce muy bien. En Andrés Pérez, maderista, es posible reconocer a sus paisanos de Lagos de Moreno: el coronel, el cacique, el periodista, los mismos viejos porfiristas que en su tierra se ostentaron como revolucionarios, siendo capaces de pasar por alto el sacrificio de tantos hombres que en realidad lucharon del lado de la revolución.5
En la novela se dice que:
No se hacían las elecciones generales todavía cuando el gobierno provisional del presidente don Francisco León de la Barra se había convertido en madriguera de tejones que por medio de combinaciones e intrigas políticas estaban socavando profundamente los cimientos del nuevo régimen.
En el caso de Azuela, su circunstancia es muy similar puesto que había sido acusado y retirado de su cargo, cuando los maderistas fueron perseguidos.
Elementos en común
Tanto Paz, como Azuela, participaron en política: Paz con los liberales, Azuela con los revolucionarios: primero con los maderistas y luego con los villistas. Al momento de escribir la obra, ambos autores se encuentran en una situación similar. La Guerra de Reforma y La Revolución de 1910. En el primer caso la guerra duró del 1958 a 1961. En el segundo, de 1910 a 1917. En los dos, los textos fueron escritos en el segundo año del suceso. Con una diferencia muy importante: en Los héroes del día siguiente no se menciona cuál es el gobierno en turno, de hecho no hay ninguna referencia a algún gobernante, fecha o dato contextual. Por el contrario en Andrés Pérez, maderista se señalan los sucesos del país con nombres y fechas.
En Los héroes del día siguiente los protagonistas son unos ex funcionarios públicos cínicos, corruptos, dispuestos a mentir con tal de obtener lo que quieren. Son cobardes. En Andrés Pérez, maderista el protagonista es un periodista cínico, sin embargo, hay un equilibrio entre los personajes honestos: Toño, Vicente y don Octavio; y los corruptos y traidores: el coronel Hernández, don Cuco y el propio Andrés.
Los personajes femeninos
En Los héroes del día siguiente Rosalía es una mujer ambiciosa, inteligente y dominante que guía a su marido en todo, él hace lo que ella le dice y repite sus palabras. Ciriaca, la esposa de Procopio, es también una mujer ambiciosa, pero no tiene la inteligencia de Rosalía. Julia es una muchacha trabajadora, obediente y enamorada.
En Andrés Pérez, maderista la novia de Andrés, Luz, es quien lo denuncia y dice que él es maderista; al hacerlo provoca toda la confusión. Su propósito es perjudicarlo, pero en realidad lo beneficia. Él se enamora de María, la esposa de Toño Reyes, que es joven, bonita, coqueta. No parece que le interese mucho la política, aunque se dice maderista. Ambas mujeres tienen el poder de la seducción y lo aprovechan.
Narciso hace todo por Julia. Tanto así, que corrompe su propio grupo político con gente como su suegro y los amigos de éste, personas de la peor calidad moral. Andrés deja todo por María, pero llevado más por la pasión que por el amor, si nos atenemos a que cuando le preguntaron cuál era su ideal en la vida respondió: “Cuentan que Teófilo Gautier ofrecía sus derechos de ciudadano por ver a Julia Grisi en el baño…” (p. 793).
En ambos casos hay claridad en este tipo de comportamientos, aunque en la obra de Paz los personajes son tan cínicos, que se acusan entre sí de lo que todos hacen. En cambio, en la novela de Azuela son otros los que acusan a quienes mienten, diciendo que son lo que no son.
PROCOPIO: “Venimos hoy como siempre a ser las víctimas, para que se aprovechen de nuestros trabajos los héroes del día siguiente, como dice mi mujer, los que no tuvieron valor ni siquiera de visitarnos cuando estábamos organizando el complot, cundo éramos apuntados con el nombre de sospechosos y vigilados por la policía”. (p. 87).
PROCOPIO: Hablemos con franqueza, don Hilarión, al cabo que ambos nos conocemos […] Tanto usted como yo, que hemos estado cesantes mucho tiempo, necesitamos una colocación cualquiera, supuesto que no tenemos capital para vivir: ambos queremos aparecer como revolucionarios, aunque maldita sea la parte que hayamos tomado en la revolución.” (p. 89)
Al final de Andrés Pérez, maderista, en medio del levantamiento maderista en el pueblo, éste lee una nota de un periódico titulado El pueblo libre, cuyo encabezado es “Los maderistas de última hora” que dice:
En los momentos en que vemos, asombrados, cómo se desmorona la administración porfiriana, enorme como un almiar de rastrojo, poderosa como un ejército de palmípedos, podrida como una casa de lenocinio, un enjambre de negros y pestilentes moscones escapados de ese antro donde nunca pudieron ser sino abyectos y despreciables moscones, ahora viene hambrienta a echarse sobre las primicias de la revolución en triunfo. La canalla que no conoció otras armas que las del incensario ni tuvo más aptitudes que las del reptil, se endereza, vacilante, se cruza cartucheras sobre el pecho y se prende cintas tricolores. Y son ellos los residuos excremecios de la dictadura, la piara de lacayos sin dignidad ni conciencia… son ellos, los eternos judas de todos los gobiernos, de todos los credos y de todas las religiones… (p. 799).
“Estos maderistas de pega… los de ocasión y última hora.” Dice, Don Octavio en Andrés Pérez, maderista. (p. 800).
En Los héroes del día siguiente Rosalía, describe la realidad que vive el país: la gran inestabilidad política y la corrupción, al hacerlo justifica su mala forma de actuar y pone de manifiesto un gran pesimismo y desesperanza en el futuro.
Pues ese es el mal: que todos quieren los destinos, y por eso hay un pronunciamiento cada ocho días. Si tuviéramos un buen gobierno que protegiera la industria y el trabajo, que ilustrara al pueblo, que procurara quitar el cebo de los empleos en que se gana sin trabajar, y que al fin llegara a ser estable, excelente sería la carrera de la política, porque ya sabíamos que estaba reducida a un pequeño número de hombres, todos honrados y laboriosos, ocupados exclusivamente del bien del país, y a quienes todos protegerían en vez de hostilizar; pero mientras esté eso tan corrompido, y todos quieran hacer fortuna, todos derrochen y roben, y trafiquen en el poder y vendan el favor, y no se ocupen más que en tener hechuras e instrumentos que los alaben y los obedezcan, francamente no se pueden tener ni esperanzas ni fe en el porvenir de un político… (p. 97).
Mientras que en la novela de Azuela hay muchas referencias al contexto histórico, como la mención de Porfirio Díaz, Francisco Madero, Aquiles Serdán, etc.; en el texto de Paz sólo hay un pequeño dato al respecto cuando se dice que “(Se oye la voz de un gritón en la calle.)”, que, aludiendo al levantamiento armado que acaba de ocurrir, grita “¡Triunfo completo del partido puro! (p. 100).
En las obras que se analizan puede verse la diferencia entre dos momentos históricos, lo que lleva a los personajes oportunistas a actuar de manera diferente; en el texto de Paz, la inestabilidad es tan grande, que cualquier bando puede ganar; mientras que en la novela corta de Azuela, por el contrario, los oportunistas no pueden creer que sea posible el cambio, y por ello se aferran al poder vigente, negando de forma reiterada que esté a punto de derrumbarse, hasta que ven que ocurre. En ambas interviene el azar, pero, mientras en Los héroes del día siguiente los oportunistas se colocan del lado de los héroes vencedores voluntariamente, y el azar se da porque cualquier bando puede ganar (lo que además hace que los oportunistas deban cuidar mucho la ambigüedad); en Andrés Pérez, maderista, la circunstancia es distinta: algunos de los oportunistas ocupan el lugar de los héroes por un equívoco, pero también hay traidores que cambian de bando para continuar detentando el poder que tenían. Hay dos casos de suplantación, aunque uno abierto y el otro oculto.
Podemos concluir que, más que ocuparse en estos textos de denunciar a sus enemigos políticos, ambos autores señalaron a los traidores infiltrados de sus propias filas. Al hacerlo muestran su profunda decepción e impotencia, pues los dos arriesgaron su vida en la lucha contra el poder y, una vez que lograron su objetivo, vieron cómo sus contrincantes se hicieron pasar por revolucionarios y se acomodaron en el nuevo gobierno, quitándole al hacerlo el sentido a la lucha por el cambio. Si para Paz los traidores han sido Iturbide y Santa Anna, y el héroe Porfirio Díaz; Azuela expresa indirectamente su opinión acerca de éste en la novela, en voz de Toño, quien dice que Díaz es “un tránsfuga caído en los brazos del partido conservador”. Cuando le dicen que el partido conservador ya no existe, responde:
“-el nombre es lo de menos. El partido es el mismo: descendiente legítimo de los encomenderos enriquecidos con el sudor y la sangre del indio, el de los congregados de la Profesa, el mismo que hizo un trono para Iturbide y otro para Maximiliano. Ese partido que ahora no cree en Dios porque Dios ya no le sirve para nada; pero que si mañana lo necesita irá a buscarlo llenando las catedrales. Siempre es lo mismo, toda la turba famélica e insaciable de esta raza infeliz mexicana. (p. 781)
Podemos ver una continuidad en la postura de los dos escritores: la afirmación de que el cambio real en México no se ha dado, y la paradoja de expresarlo a través de la literatura, creando con ello conciencia en los lectores de la necesidad de una trasformación profunda de los mexicanos. Al leerlos podemos ver dos miradas sobre nuestro pasado, pero, por desgracia, también sobre nuestro presente.
Notas
1 Paz, Ireneo, Los héroes del día siguiente, en Azar, Héctor (Coordinador), Jiménez, José Ramón (Estudio Introductorio y notas), Teatro mexicano historia y dramaturgia. XVI Comedias de costumbres (1843-1871), CONACULTA, México, 1994, pp. 83-111. Todas las citas textuales están tomadas de esta edición.
2
Azuela, Mariano, Andrés Pérez, maderista, en
Obras completas II, FCE, México, 1958, pp. 764-800. Todas las citas
textuales están tomadas de esta edición.
3 Del Castillo, José R., Curso Elemental de Historia Patria, México, Imprenta, Litografía y Encuadernación de Ireneo paz, 1989. Citado por Napoleón Rodríguez en Ireneo Paz. Letra y espada liberal, Fontamara, México, 2002.
4
Carta de Mariano Azuela a David Gutiérrez
Allende, gobernador del estado de Jalisco, Lagos de Moreno, junio 27
de 1911, Fondo Mariano Azuela, A.C, pp. 94-95, citado por Liliana
Plascencia, en su tesis de maestría inédita Voces
del desencanto. Discursos críticos en torno a la revolución
(1911-1939), presentada en la Universidad
Autónoma de Sinaloa, en febrero de 2008, p. 31.