Sincronía Verano 2007


LENGUAJE, PODER Y EDUCACIÓN

Eduardo José Alvarado Isunza


Iniciaré buscando responder tres preguntas: ¿existe un elemento que diferencie más radicalmente a la especie humana del resto de las criaturas animales?, ¿a qué debemos aquellos esfuerzos de los grupos de poder por mutilar el «habla» y a los hablantes?, ¿es posible hacer algo desde lo educativo y cómo actuar?

Aventuraré decir que aquello que nos hace diferentes del resto de las creaciones biológicas es precisamente el «lenguaje». Veámoslo como la máxima hechura civilizatoria; producto de un dilatado, azaroso, difícil y complejo trajinar del grupo humano sobre la superficie de esta roca que vaga entre un océano de polvo cósmico, lengüetadas de calor y olas de magnetismo.

Digamos que el «lenguaje» es resultado de un largo combate contra las fuerzas de la naturaleza (y por supuesto de tardes placenteras con cielos incendiados de naranja y de intercambios amorosos de sales y sudores). Contra la opinión de todas las escuelas místicas o teosóficas, diremos que no hay un día exactamente determinado para decir: «este fue el momento en que aparecieron las primeras palabras con las que dimos nombre a las cosas». Dicho así, nada que nos haya sido dado por una potencia divina, como narran todas las mitologías de la antigüedad, incluida la cristiana.

Preguntemos con el fresco asombro de los niños cuando comienzan a interrogarse por el espectáculo de las cosas en que ellos mismos participan y mientras hacen punto fino con sus redes neuronales: «¿Dime, padre, por qué la luna tiene ese nombre? ¿Quién puso nombre a las piedras? ¿Qué significa zapato? ¿Por qué decimos rama?» Existe un impresionante acervo teórico que la misma humanidad ha venido elaborando para explicarse los orígenes y evolución del «habla» y de la comunidad de los hablantes. No será motivo de estos apuntes bordar por allí: solamente diremos que las primeras palabras no fueron idénticas a estas cadenas de significantes que hoy poseemos. Ocurre así, porque efectivamente nada hay en la naturaleza que permanezca en reposo; y el «lenguaje» y los hablantes, asimismo, evolucionan, cambian, experimentan transformaciones.

Quizás nuestros antepasados simplemente hayan emitido gruñidos y enseguida esos gruñidos imitaran los sonidos producidos por las cosas que les rodeaban y que sus oídos escuchaban: las gotas de lluvia sobre los estanques, el canto o los ruidos de las aves, el golpe de una piedra sobre el cráneo de un mastodonte. Todavía contamos con fósiles lingüísticos de aquellos remotos días que nos permiten sostener esa idea. Por ejemplo, graznar, croar, crujir, piar, chupar, rumiar, etcétera, todas son voces de nuestra «lengua» que representan el sonido de las cosas.

He dicho que éste ha sido el producto máximo de las capacidades simbolizadoras de nuestra especie. No sería exagerado decir incluso que gracias al «lenguaje» o a las diversas formas que éste adquiere ha sido posible expandir nuestras capacidades intelectivas. Por supuesto, reconozco la peligrosidad de llegar a un extremo de decir: todo cuanto es humano es gracias al «lenguaje». Por allí andaríamos a un idealismo peligroso, porque tendría el mismo equivalente de sentenciar: todo es «lengua». Y esto no es así.

El «habla» es producto de una comunidad de hablantes en acción con el mundo; nos referimos con eso a un cocido histórico entre cuyos ingredientes figuran buscar alimento, protección, enfrentar fieras, reproducirnos y transformar cuanta materialidad nos rodea. Es decir: nuestra especie trabajó y simultáneamente debió haber dado los primeros gruñidos, además de atender otras faenas. Quizás los sonidos fundacionales del «habla» hayan sido semejantes a los sonidos producidos por la rusticidad de las piedras no pulidas, empleadas para romper los huesos de las bestias y disfrutar su tuétano. Si la cosa es dialéctica, no debemos caer en el error de sentenciar: esto fue primero y luego esto otro. Muy posiblemente trabajo y simbolización hayan venido dándose simultáneamente.

Respecto del origen del «lenguaje», Marx nos dice:

«El lenguaje es tan viejo como la conciencia: el lenguaje es la conciencia práctica, la conciencia real, que existe también para los otros hombres y que, por tanto, comienza a existir también para mí mismo y el lenguaje nace, como la conciencia, de la necesidad, de los apremios del intercambio con los demás hombres».1 

Tuve necesidad de entrar en esta verborrización, porque me parecía que debía pepenarme adecuadamente del juicio de que el «lenguaje» es una de las mayores hechuras civilizatorias. Pudiera invocar igualmente en mi socorro aquella tesis antropológica, según la cual pudieron encontrarse en una misma coordenada histórico-geográfica dos proyectos de hominización: neandertales y sapiens. Tenían aproximaciones fenotípicas y genéticas. Pero había una pequeña y al mismo notable diferencia entre ambos: aquellos neandertales no simbolizaban el mundo. Sucumbieron por causas desconocidas, que aún hoy siguen desconcertando a los científicos. Quienes permanecieron como proyecto único de hominización fueron precisamente los hablantes. O sea, quienes operaban simbolizaciones complejas.

Creo que también hay necesidad de poner algo en el texto acerca de esta diferencia simbolizante que es característica de la especie humana (o de los sapiens sapiens) con respecto de otras criaturas biológicas.

Por pura observación y conclusión simple diríamos que también los otros tienen formas de simbolización, puesto que hacen grupos con sus pares y esta forma de hacer analogías y conjuntos es un dato que nos permite decir que efectivamente tienen operaciones lógicas, aunque sean primarias. Igualmente expresan amor por sus críos: una ballena gris busca proteger a su pequeño cuando es amenazado por otros depredadores de los océanos y no le abandona sino hasta que es imposible rescatarlo. Asimismo, hacen guerras y forman bandas asesinas, como los chimpancés. Y qué decir de las desconcertantes colonias de abejas y hormigas. Indudablemente poseen formas de lenguaje, si lo entendemos como formas de intercambio y expresión, como un ponerse de acuerdo para realizar comunitariamente una tarea, o como una simple transmisión de datos acerca de un acontecimiento.

Concederíamos entonces que la especie humana no es la única capaz de intelegir o de elaborar determinadas operaciones lógicas, sean primarias o muy básicas. Es decir, que también las otras especies efectúan operaciones simbolizantes, mismas que juzgaríamos como muy rudimentarias. En cambio, la especie humana es la única que elabora hechuras de la máxima complejidad, no solamente en la transformación y dominio de la materialidad existente, sino también en otras dimensiones como las artísticas, políticas y proyectivas del futuro. Allí encontraríamos esa diferencia entre lo humano y lo puramente animal.

Quizás una forma sencilla de explicar qué es esto de simbolizar sería decir que es el cerebro pensándose a sí mismo y empleando herramientas para proveerse de los nutrientes indispensables para su sostenimiento y para su entretención. Pero igualmente creando ambientes no dados en la propia materialidad, como la esclavitud o la proyección de yoes individuales sobre las cosas o imaginando futuros diferentes.

Por ejemplo, un coche no es simplemente un artefacto que permite trasladarse con rapidez de un sitio a otro; es también un objeto que les dice a los demás que somos triunfadores, hombres de éxito, diferentes a la mediocridad. (Cada vez que menciono esto recuerdo un pequeño fragmento de una canción que habla de algo semejante y dice: «cada vez que sale el sol, tengo éxito»). Así una persona trasladándose en automóvil propio no es solamente eso: una persona trasladándose en un vehículo. Es algo más: es alguien más inteligente, talentosa, brillante, dotada, que quienes carecen de su posesión. Es una forma de distanciarse de los épsilon. Más poderosa, en síntesis, y por tanto digna de un reconocimiento mayor a «los sin coche».

Otra ruta de ingreso para un acto de comprensión sobre el proceso de simbolización del mundo a partir de la «lengua», es ofrecida por los propios lingüistas. A su decir, ésta es un sistema simbólico, puesto que asocia significados y sonidos. Empero, el problema es saber cómo es que viene a producirse dicha operación simbolizadora o simbolizante.

Una posible repuesta viene dada por Saussure, quien sostuvo que cada elemento léxico supondría una asociación entre significado y significante. Dicha asociación es arbitraria y necesaria, por lo que debe ser aprendida.2 Por cierto que eso de «arbitrariedad del signo lingüístico» sigue causando conflictos en ese archipiélago de sabios. Muchos signos lingüísticos pudieran haberse producido en forma arbitraria; pero, decíamos arriba, otros corresponden a sonidos emitidos por la naturaleza de las cosas, mismos que nosotros simplemente reproducimos y asociamos mentalmente. Además a eso de la «arbitrariedad del signo», concediendo que existiese, debería agregársele una condición más: el elemento de «imposición del signo» por grupos hegemónicos o empoderados de la sociedad, elemento que no debería escapar a toda teoría ideológica o política del lenguaje.

Digamos hasta aquí, pues, que el «lenguaje» y las diversas formas en que éste viene a manifestarse (oral, pictórico, musical, escultórico, narrativo, poético, cinematográfico, técnico, científico, académico, etcétera) es la máxima producción de la empresa civilizatoria. O mejor dicho: el «lenguaje» es uno de los mayores elementos involucrados en una complejidad dialéctica que nos ha humanizado; y entre los que figura fundamentalmente, y antes que cualquier otra cosa, nuestra acción sobre el mundo.

Revelamos en consecuencia como un contrasentido los afanes dirigidos desde el poder para apachurrarlo, encorsetarlo, desmembrarlo, disminuirlo. Incluso calificamos esas acciones como un acto de enorme deshumanización, porque si los límites del universo de los hablantes vienen dados por los límites de su «lenguaje» (como ha propuesto Wittgenstein), entonces todo esfuerzo por impedir a los hablantes «hablar» de su mundo adquiere la dimensión de un hecho consumado contra la misma humanidad.

Solamente al «hablar» de actos criminales (como el cometido recientemente por un grupo de poder que introdujo al país miles de toneladas de leche en polvo con mierda y moscas, incluso como fórmula láctea para bebés) podemos saber de la consumación de esos mismos hechos contra nuestra propia integridad y decirles a otros cuánto coraje nos calcina. Y no sólo eso: también podemos ponernos de acuerdo para actuar contra esos delincuentes, que sería el acto de la más consecuente humanidad.

Hundidos en el silencio difícilmente conoceremos cuánto conspiran en los sótanos contra nuestros organismos y contra nuestros espacios de libertad, cuánto hacen los degenerados para succionarnos todo signo vital. En consecuencia, esa ignorancia de las masas sobre las operaciones mafiosas o corruptas de los grupos de poder impide simultáneamente conocer su mundo y transformarlo.

Para ello, es necesario integrar comunidades de hablantes, que, al mismo tiempo que recuperan sus capacidades lingüísticas, pueden dialogar y ponerse de acuerdo sobre las experiencias que les gustaría disfrutar. No puede haber inédito viable sin imaginación y sin comunidad, cosa que significa versar con otros o decir el nombre de las cosas junto con los demás.

En una película cuyo núcleo argumental consistía en una rebelión contra un dictador, denominado «Tetragramaton», éste respondía a quien increpaba por qué no cumplíase la ley: «No importa tanto lo que dice el mensaje, como obedecer». Aquí está puesto el acento de cuantos ejercen el poder: quienes son súbditos, esclavos, épsilon, obreros, desheredados, marginales, no deben cuestionarse por qué pasan así las cosas; simplemente deben aceptar que las cosas funcionan irremediablemente así y aceptarlas calladamente.

Como el «habla» no solamente refiere a la emoción que produce correr con otros detrás de una pelota en una pradera y de la anotación que logramos, está claro que quienes tienen sus pies puestos en el estercolero lanzan toda clase de estrategias para proscribir este elemento de la mayor humanización. Ese genial pensador que es Barthes ha dicho que el «lenguaje» ya no solamente refiere a los objetos; también hay un habla mitificada o un segundo circuito semiótico. Es la acumulación de cultura e ideología sobre la base del «lenguaje».

Conviene hacer algunas consideraciones teóricas antes de seguir con nuestro ejercicio, para descifrar algunas claves aquí utilizadas y que son: «lenguaje», «lengua» y «habla», porque las hemos venido empleando indistintamente. Aquí la pregunta es: ¿hay alguna diferencia conceptual entre «lenguaje», «lengua» y «habla».

Por «lenguaje» algunos entienden un conjunto de medios para expresar pensamientos, sentimientos y vivencias. También es definido como un conjunto de sistemas constituido por diversas manifestaciones: dibujos, gestos, sonidos, movimientos, procesos culturales (mitos, leyenda, arte, monumentos), etc.

Algunos autores reducen el «lenguaje» a la función biológica de la relación; y por eso hablan de lenguaje de los animales (abejas, hormigas, delfines). Asimismo, hay quienes consideran a la cultura como «lenguaje», porque contiene un significado.3

En cambio, la «lengua» es identificada como una de las formas específicas del «lenguaje» y su naturaleza es esencialmente oral. Es perpetuada por la escritura y convertida en idioma y medio de comunicación para los ilustrados y de marginación para los analfabetos. La «lengua» permite la comunicación entre los miembros de una comunidad idiomática.4

Por último, el «habla» es vista como propia del uso que cada persona hace de su «lengua». En su caracterización intervienen la edad, el sexo, el estado de animo, la ocupación y otros factores. De hecho, puede distinguirse el «habla» de un hombre, de una mujer, de un adulto, de un sano, de un enfermo, etc.5 Aquí podríamos agregar que también son «hablas» particulares de los obreros, de los indígenas, de los miserables, de los desposeídos, de los descalzonados.

Desde Saussure, entiéndese por «lengua» al código y por «habla» al mensaje. El código o «lengua» es el saber lingüístico, acumulado en la mente del hablante.  Y el mensaje o «habla» es la realización concreta y real del código, limitada a un momento y circunstancia específicos, donde se vuelca parte de su saber o código.

Cada uno de estos aspectos son de índole distinta y están también en un plano diferente, pero ambos se necesitan para existir: no puede haber «habla» (o mensaje) sin el sistema subyacente de la «lengua» (o código) y ésta solamente puede manifestarse a través del acto concreto del «habla».6

En síntesis, «lenguaje» es un sistema de expresión y en éste figura la «lengua», cuya naturaleza es esencialmente oral. Ahora bien, el «habla» corresponde al uso particular de la «lengua».

En síntesis, el «habla» es un sistema lingüístico particular y es eminentemente oral. Sin embargo, puede perpetuarse a través de la escritura.

II

Desde sus orígenes, la especie humana siempre ha vístose admirada por los sonidos de su «lengua». ¿Cómo obtuvimos ese don?, ¿de dónde nos vino?, ¿cómo fue posible que a través de voces pudiéramos participar del sabor de la cebolla, recetar un té de prodigiosa para curar dolores estomacales y sentarnos alrededor de un hogar benevolente para conversar sobre las delicias de un mezcal?, ¿cuándo y de qué forma convenimos en utilizar determinados sonidos para hablar del sufrimiento de una mujer muerta en el parto, porque el crío venía con la cabeza atravesada, o para contar de fantasmas meciéndose al atardecer en las ramas de los pirules, o para decir en bellos versos cuán desquiciados nos sentimos por una chiquilla de caderas de ánfora y piel de durazno?

Ante el fenómeno de la «lengua» o del «lenguaje» nos encontramos con uno de los hechos humanos más sorprendentes y complejos. Me atrevería a decir que no ha existido civilización sobre esta piedra espacial que no haya sentido necesidad de explicárselo. Consecuentes con su concepción mágica de sí mismos y de cuanto les rodeaba, los primeros pueblos creyeron que el «lenguaje» vino dado por una potencia divina. Veamos un ejemplo; son trozos de un mito guaraní sobre el origen del lenguaje y dicen:

«El verdadero Padre Ñamandú (...) habiéndose erguido, de la sabiduría contenida en su propia divinidad, y en virtud de su sabiduría creadora, concibió el origen del lenguaje humano (...) e hizo que formara parte de su propia divinidad.

«Antes de existir la tierra, en medio de las tinieblas primigenias, antes de tenerse conocimiento de las cosas, creó aquello que sería el fundamento del lenguaje humano (...) y en virtud de su sabiduría creadora concibió el fundamento del amor (al prójimo).

«Habiendo creado el fundamento del lenguaje humano (...) reflexionó profundamente sobre a quién hacer partícipe del fundamento del lenguaje humano; sobre a quién hacer partícipe del pequeño amor, sobre a quién hacer partícipe de las series de palabras que componían el himno sagrado».7

Vemos aquí que para los guaraníes, como para infinidad de pueblos solares también existieron otras semejantes, Ñamandú era una entidad con enorme potencia creadora. Luego de erguirse y asumir la forma humana, concibió el «lenguaje» de esta especie junto con el amor al prójimo. Dio este regalo a los hombres para que designasen con nombres a las cosas, lo cual sucedió antes que el conocimiento de esas mismas cosas, y a esa cadena de significaciones vinieron a admitirla como un himno sagrado.

También apreciamos que el «lenguaje» tiene como su fundamento el amor al prójimo; es decir, «habla» y «lengua» o «lenguaje» es un acto de la más profunda humanidad, o, mejor dicho, de amor humano. Aún así, el propio dios reflexionó profundamente sobre a quién debía transmitir ese su himno sagrado. Puesto de otro modo: no a todas las personas podían revelárseles dichos misterios. Por ello, debió igualmente crear a los Ñamandú de corazón grande. O sea, aquella entidad no solamente creó el «lenguaje», como un himno de amor, sino a sus hablantes.3

Hay varios datos en esta narración que nos permiten proponer algunos elementos para avanzar hacia la construcción de una teoría ideológica o política del lenguaje. Por ejemplo: para la civilización que habla por conducto de este relato, el «lenguaje» no es resultado de un largo, conflictivo y difícil quehacer de la especie humana sobre los maravillosos, agresivos y peligrosos parajes que conforman esta enorme roca que aventura por los campos del universo.

No ha sido un conocimiento aprehendido por infinidad de acciones y sucesos en el mundo, sino más bien anterior a cualquier encuentro con las cosas. Es decir, son las palabras anteriores al conocimiento de las cosas; y esas mismas palabras obsequiadas por Dios o por una entidad mágica y supranatural únicamente a determinadas personas. Ni qué decir que esto es de la mayor falsedad. Pero esto que hacemos en este fragmento del trabajo no es un acto desmitificador, sino que solamente tratamos de identificar pistas que nos permitan saber cuáles son algunas ideas de los pueblos primitivos acerca del origen y posesión del «lenguaje».

Aún así, diremos que no pueden existir «hablas» ni hablantes sin una consecuente acción humana. Cosa que significa considerar el papel activo de las personas en su mundo y que nos llevaría a cuestionarnos todas esas estrategias que incesantemente son dirigidas desde el poder no solamente para limitar el «habla», sino también la actuación de los hablantes. Ocurre así porque el «habla» refiere no solamente a los sabores de un asado con chiles o a las descargas eléctricas que nos hacen doblar la espalda en un orgasmo. También el «habla» concreta, y por sobre todo, en situaciones de injusticia, de corrupción, de matanza humana, de utilización patrimonial de la cosa pública.

Volviendo al mito guaraní, vemos cómo allí tampoco el «lenguaje» es otra más de las tantas acciones humanas en evolución, sino que fue dado de una vez y para siempre. Como decíamos arriba, encontramos que el «lenguaje» fue un don divino proporcionado sólo para unos cuantos: para el caso del relato serían los Ñamandú de corazón grande. Diríamos igualmente que para los sacerdotes, los iniciados en los sagrados misterios de sociedades secretas, y hoy para quienes ubícanse en posiciones de mayor privilegio frente a las grandes masas desposeídas, marginales y rezagadas en relación al poderoso avance de la ciencia y la tecnología.

Este nos parece uno de los núcleos del relato más reveladores. La permanencia en nuestros días de grupos iniciáticos permiten mostrarnos, cual si fuesen fósiles vivientes, cómo, durante milenios, las palabras utilizadas para designar a las cosas más allá de lo aparente o de las causas inmediatas únicamente eran pronunciadas a unos cuantos. Hablamos de un conocimiento más complejo: de la filosofía, de las ciencias, de los oficios; en suma, de conocimientos empleados en la manipulación de la naturaleza y su transformación y transmitidos por supuesto a través de las palabras (por ejemplo, la astronomía y su relación con los ciclos agrícolas).

El conocimiento de los gremios (de los albañiles, otro ejemplo) solamente debía transmitirse a personas previamente examinadas y entre cuyas pruebas figuraban las del valor, humildad y discreción. Asimismo, ese conocimiento no les era dado a los aprendices en forma inmediata, sino que debían ir pasando por grados o cámaras. Algo semejante a la jerarquización del conocimiento escolar.

Es decir, nos encontramos ante ese himno sagrado para transformar y apropiarse de la naturaleza o de las cosas; un conocimiento íntimamente relacionado con la acumulación de riquezas y, en consecuencia, de poderes sobre los demás. ¿Habría que decir que el conocimiento sobre la agricultura o sobre la fundición de los metales ocasionó la esclavitud de masas humanas ignorantes de esos secretos con respecto a quienes los poseían? ¿No sucede algo semejante hoy con la revolución que empujan las ciencias fisicomatemáticas y químicobiológicas?

Intentaré concluir este fragmento con las siguientes ideas: Si las personas designamos con el «lenguaje» cuanto nos rodea, compartimos nuestros sueños con otros, hablamos acerca de cómo desearíamos que fuesen las cosas, decimos a nuestros vecinos cuáles son las situaciones que nos molestan, discutimos de cómo nos gustaría organizarnos en sociedad, convendríamos en que el «lenguaje» es uno de los elementos fundamentales de la existencia y la convivencia humanas.

Del mismo modo, sin el «lenguaje» o con un «lenguaje» limitado nuestros universos reales o posibles también sufren recortes, porque es imposible expresar con palabras cuanto desearíamos que sucediera. ¿Cómo cantar nuestros pensamientos si carecemos de voces para designar a las cosas? Y más grave todavía: ¿cómo imaginar escenarios posibles o inventar realidades diferentes si existe una persistente y sistemática estrategia de mutilación del «habla» y de la «lengua» o del «lenguaje», instrumentada y practicada desde los grupos de poder?

Esos actos de poder y corrupción han ocasionado también una mutilación de las capacidades inventivas, lúdicas, analíticas y reflexivas de las personas. Por supuesto, nos encontramos ante un sinsentido, porque a menudo escuchamos discursos, emitidos también desde el poder, que hablan de la necesidad de crear ciudadanos autorregulados, creativos, imaginativos, inventivos, reflexivos, capaces de tener actuaciones distintas a las que impulsan a masas irracionales.

En consecuencia, diremos que no puede haber seres humanos completos sin disfrutar la experiencia del «lenguaje total», cosa que significa exactamente hablar sin restricciones. Expresar plenamente cuanto pensamos, cuanto deseamos, cuanto añoramos.

III

Aquí otras preguntas, porque a veces, cuando socialmente nos referimos a una cuestión a través del «lenguaje», parece como si los actores participantes hablásemos de cosas totalmente distintas.

Estas preguntas son: ¿qué es la corrupción?, ¿cuántos sinónimos hay para referirnos a ella?, ¿todos empleamos esa voz para denominar exactamente la misma cosa?, ¿a qué debemos la corrupción?, ¿es posible sanarnos ese mal? La Real Academia de la Lengua nos dice cuáles son algunos significados de la palabra «corrupción»: descomposición, depravación, peste, soborno, delito. También nos dice cuáles son sus sinónimos: putrefacción, pudrición, podredumbre, pus, desintegración, perversión, degeneración, envilecimiento, desenfreno, inmoralidad.

Sin embargo, no todos vienen a referirse a la corrupción exactamente de la misma forma. Según vemos, porque hay quienes únicamente la emplean como pieza de discurso, nomás con la intención de hablar de algo, porque así lo ha impuesto la situación. Pero no porque realmente comprendan qué cosa sea o quizás porque tienen sus pies puestos encima de un montón de miasma (por no decirlo más peladamente). Seguro será eso mismo, pues uno desconoce cuáles sean las prácticas que hayan instrumentado para remediar ese cáncer; y, por el contrario, nomás puede mirarse una reiteración de todo eso que criticaban.

Proponemos como tarea este asunto de la «corrupción», porque es uno de los más delicados: usos y actores involucrados afectan a la sociedad. Es el tema que más debería preocuparnos, porque, a consecuencia de prácticas y comportamientos de grupos de poder y privilegio al margen de la ley, del más elemental sentido ético o de la corresponsabilidad social, está incluso amenazada la existencia humana y llegado a condenar a miles de personas de toda edad y sexo a sufrir experiencias traumatizantes.

Es lamentablemente el infierno una experiencia terrestre y cotidiana para quienes padecen violencia, exclusión, miseria, hambre, desnutrición. Estas son las escenas del infierno terrestre: niños creciendo tirados en las banquetas, otros sin suficientes proteínas para el cerebro, familias trozadas como espigas por la necesidad, ríos de gente por las calles con el rostro amortajado por la angustia, cuerpos avinagrados por aguas y aires contaminados. Y a todo esto sumar: el azote, el cuerazo, el insulto, el desprecio al más indefenso y al mismo tiempo inofensivo. Niños huyendo del cuarto de castigo hacia las calles, porque no aguantan más violencia desalojada en sus carnes.

Para situarnos en el plano de la realidad más inmediata, vemos con hastío y repugnancia cómo diariamente aparecen informaciones relacionadas con la corrupción. A últimas fechas, las páginas de los periódicos vienen infestadas con historias de corrupción: mármoles y maderas trasmontanas para hacer ambientes de fantasía a funcionarios anodinos; proyectos trasnacionales mineros, auspiciados por la corrupción, que amenazan a la vida de más de dos millones de personas; pago de favores por medio de compras de alimentos sin concurso para presos; generosos descuentos a influyentes personajes por consumo de agua, mientras miles de personas carecen hasta de una gota.

Es tan abundante la información de la cochinada que ya hasta da asco ver el periódico. Eso mismo: asco y también frustración, porque allí aparecen impresas en papel los datos, pero no pasa nada. Ni siquiera una cómoda sanción de tipo administrativo, ya no digamos penal. Y todavía sale un señor diputadito señalando que las cosas no deben politizarse, como si con ello quisiera proponer que los escándalos deban negociarse en lo oscurito. Lo dice muy acicaladito, muy trajeadito, muy bonito, como si ya también la corrupción lo hubiera embadurnado y quisiera disimular esa bolsa de porquería que le han puesto en el bolsillo.

De aquellas preguntas acerca de los significados de la «corrupción» quisiera desprender cómo también el «lenguaje», que es uno de los aspectos más elementalmente humanos y fundamentales de nuestra existencia, está convertido en espacio cruzado por las relaciones de poder. Sobre la «lengua» y los hablantes hay un ejercicio de fuerza con múltiples consecuencias. Por las palabras nos referimos a las cosas y decimos cuanto creemos o pensamos de ellas. Por eso hay el empeño de impedir la palabra, de pronunciarla y de escribirla, de emplearla para decir cómo es el mundo y transformarlo.

Desconozco en este momento, en realidad, si lingüistas avanzados (y propondría por caso a Gramsci y Chomsky) hayan llegado a esta conclusión. Si no lo han hecho, creo que esa sería una buena veta para avanzar en el estudio de las relaciones de poder; un estudio que, como propondría Marx en una de sus «Tesis sobre Feuerbach», no vaya a detenerse con la pura comprensión del mundo, sino que busque la transformación de lo existente.

Por cierto que Chomsky es autor de una de las tesis más atrevidas que haya oído sobre el origen y desarrollo del «lenguaje». Dice en «Nuestro Conocimiento del Lenguaje Humano: Perspectivas Actuales»:

«La facultad del lenguaje puede ser considerada razonablemente «el órgano del lenguaje», en el mismo sentido en que los científicos hablan del sistema de la visión, el sistema inmunológico o el sistema circulatorio, como órganos del cuerpo. Entendido así, un órgano no es algo que se pueda extraer dejando el resto del cuerpo intacto. Un órgano es un subsistema de una estructura más compleja. Lo que esperamos es entender toda su complejidad a partir del estudio de las partes que tienen ciertas características distintivas y su forma de interactuar. El estudio de la facultad del lenguaje procede de la misma manera».8

Respetuosamente, dicho para uno de los pocos intelectuales que siguen luchando contra el capitalismo y los regímenes fascistas en el interior mismo de los Estados Unidos de América, a mí parecer la suya es una tesis muy atrevida. Pero ese ya es otro cantar.

Aparte, no es un dato extraño señalar, por ejemplo, que los grupos de poder (y hablaría de políticos, empresarios, militares y narcotraficantes) atosiguen, presionen, persigan, amedrenten, censuren, deslengüen, cercenen y claro que hasta lleguen a matar a escritores, poetas, músicos, periodistas, por el sólo hecho de que cuenten, platiquen, refieran, digan, voceen o canten sobre lo dado.

Porque esto que es lo existente es precisamente el reino de la corrupción, de la imposición de los intereses de grupos particulares sobre los mayoritarios; y decir esto de mayoritario es referirnos a la gran masa miserable que pasa por el mundo con la tripa vacía, como si fuera otra especie no humana. Semejante a como los esclavistas miraban a los esclavos; o sea, como algo parecido al amo, pero no igual.

Cada que pienso acerca de lo que ocasiona el pleno ejercicio del «habla» y de la «lengua» como el más puramente humano de referencia sobre el plano de la existencia, no dejo de pensar en el querido poeta Víctor Jara. ¿Lo conocieron?, ¿oyeron hablar de él?, ¿han escuchado alguna de sus canciones?, ¿supieron qué hicieron con él antes de masacrarlo?

Del chileno por nacimiento Víctor Jara, pero en realidad ciudadano universal, rindieron los «Presuntos Implicados» un homenaje, al incluir su poema «Te recuerdo» en uno de sus discos (Versión original, Warner Music Spain, 1999). Un fragmento de esa bella canción dice:

«Te recuerdo Amanda, la calle mojada, corriendo a la fábrica, donde trabajaba Manuel. La sonrisa ancha, la lluvia en el pelo, no importaba nada, ibas a encontrarte con él. Que partió a la sierra, que nunca hizo daño, que partió a la sierra y en cinco minutos quedó destrozado. Suena la sirena, de vuelta al trabajo, muchos no volvieron, tampoco Manuel».

Siempre he sentido pena por lo que pasó con Jara, desde que escuché algunos de los detalles que acompañaron a su terrible muerte, cosa que sucedió ese mismo y fatal año de 1973: detenido junto a una multitud en un estadio de fútbol de Santiago de Chile, a pocas horas de pulverizado el régimen de Salvador Allende y la Unidad Popular por la bestial dictadura militar-estadounidense de Augusto Pinochet, el cantante fue cruel y cobardemente torturado y asesinado.

Por únicas armas tenía la imaginación, la voz y la guitarra. «A Víctor lo torturaron y asesinaron porque odiaban sus canciones», dice una crónica publicada por la organización «Los pobres de la tierra». Todavía salvajemente golpeado, hambriento, espantado y triste, pues intuía que no volvería a ver a su amada familia, escribió un poema que milagrosamente fue sacado de ese matadero del estadio de fútbol de Santiago. Una de sus frases dice: «¿Es éste el mundo que creaste, Dios mío? ¿Para esto tus siete días de asombro y trabajo?» Dirán que por blasfemias como esa debían martirizarlo y cegar su vida.

Lo sucedido con el poeta Víctor Jara sigue ocurriendo a diario, a veces más sutil, con métodos menos extremos. Pero allí está: los grupos de poder y privilegio vigilan las páginas impresas, las paredes, las ventanas, los correos electrónicos, los micrositios web, las paradas de los camiones, el interior de los salones de clase. Porque el lenguaje debe ser vigilado, proscrito, masacrado. Y con ello también los hablantes. Así el lenguaje y el habla no deben ser empleados por la especie humana para decir cómo es el mundo y transformarlo, sino más bien para ocultarlo, esconderlo, maquillarlo.

Decirles a los corruptamente poderosos: espejito, espejito, mira que bonito te ves.

IV

Me he sentido comprometido para escribir extensamente sobre el tema y envolverles con mi propio ejercicio, porque es prioritario ubicar al lenguaje como espacio donde todos podamos concurrir plenamente y sin restricciones en la construcción de una sociedad donde todos vivamos con dignidad.

Esto es: con plena satisfacción de sus necesidades fundamentales por el simple hecho de nacido humanos, liberados de cualquier miedo o angustia que causan los actos de bestialidad dirigidos por los poderosos y de acceso absoluto a todos los bienes producidos socialmente. Limitar el «lenguaje» o el «habla» humana para que las personas puedan referirse a cuantas cosas pasan, significa simplemente cercenar la creación más acabada de nuestra especie e impedir que todos concurramos a la edificación del espacio donde suceden nuestras vidas.

Yo mismo me he preguntado si el «lenguaje total» (o también dicho: el uso de la «lengua» y del «habla» sin restricciones por los hablantes) debería ser materia de la educación. Leí hace unos quince años (o tal vez más) que la especie humana sufría una destrucción del «habla», cosa que podía revelarse con la cada vez menor cantidad de palabras que poseen las personas para poner sus pensamientos en escena lingüística o incluso para descubrir que las situaciones que padecen son consecuencia de hechos más allá de lo aparente.

¿A qué debemos la destrucción del «habla» y de la «lengua» y el hecho de que esta comunidad de hablantes, que es la especie humana, viva hundida en el silencio o ya solamente posea interjecciones y gestos como medio de expresión? ¿Cómo rescatarla o cómo hacer para que las personas hagan uso del «habla», por no decir más pedantemente, de sus competencias comunicativas como lo sugiriera Habermas? Aquel fenómeno de la destrucción del «habla» (y consecuentemente de la comunidad de hablantes) no sería resultante de un virus, como el Sida; más bien es una derivada histórica de las prohibiciones que impiden hacer del habla y del lenguaje una experiencia total.

Aparece perfilada la propuesta educativa como posibilidad de rescate del «habla»; o sea: del elemento que mayormente ha contribuido a humanizarnos. Iría por el rumbo de crear condiciones en las instituciones escolares para que las nuevas generaciones accedan plenamente al uso de las distintas formas en que viene a expresarse el «lenguaje». Pienso en el periódico escolar, hecho por la propia comunidad de hablantes sin la supervisión del vigilante del «lenguaje» o de las denominadas «buenas acciones». Asimismo, pienso en los relatos o historias de vida que puedan compartirse con los demás, también sin el guiño sancionador del docente o de la autoridad.

Sin embargo, habría que decir también, con toda sinceridad, que la cosa educativa es otra de tantas que nos rodean socialmente construidas. O para decirlo de mejor manera: es igualmente una zona de tensión y conflicto. No hay una «educación» a la que podamos entender como totalidad o como suceso único; hay diferentes formas, intencionalidades, prácticas, medios, etcétera, de referirse a la experiencia educativa. Es decir, hay muchas «educaciones» o proyectos educativos con sus prácticas, organizaciones y métodos consecuentes.

Doy por sentado que mi concepto de lo educativo es asimismo total. No entiendo una acción educativa confinada al espacio escolar y como posesión de un grupo de profesionales a quienes (en un tiempo igualmente histórico determinado) les ha venido dado el nombre de profesores o docentes. Todos aprendemos distintos aspectos de la realidad en comunidad. (Lo cual, entre paréntesis, no quiere decir que lo hagamos democráticamente o con reconocimiento del otro, sino como parte de una comunidad atravesada por conflictos, luchas, resistencias, actos de fuerza y poder. También quiere decir que aprendemos del otro en humildad o en la renuncia del poder: aprendí a amar a mis hijos teniéndolos conmigo, acariciándoles su cabeza, oliéndoles su piel compuesta de células limpias y conociendo sus aromas al cambiar sus pañales).

Ahora quiero participar lo siguiente: Mientras dedicaba un pedazo de tarde a sufrir una inyección de morfina ideológica del televisor, escuché una declaración que me permitió extender mi camino en este quehacer. Veía un programa dedicado a las estrellas fugaces de la música y sus productores identificaban como una de éstas al grupo «Chumbawamba». Su éxito «Tubthumping» había figurado en los charts y vendido miles de copias, no muchos años atrás. Cierto: es verdaderamente impronunciable eso de «Tubthumping». Después habían vuelto a los subterráneos por las alcantarillas de donde salieron.

Escuché una respuesta muy honesta y me permitió saber que no todas las personas hacen cosas por fama y dinero: «No nos importa vender discos, como decir la verdad», dijo una de las muchachas de «Chambawamba» a la perversa pregunta de un empleado de la emisora que buscaba indagar cómo habían asimilado el fracaso. Aquí adviértase cómo hablar de éxito no es poder construir una cadena de significaciones que nos permita expresar un pensamiento, sino cuánto dinero ganemos con ello y de qué tamaño sean las ventas de lo elaborado.

Advertí cómo afortunadamente todavía hay quienes aprecian aquel don cuyo origen nos ha molido toda la existencia (y de cuyos primeros esfuerzos de comprensión conocemos por mitos como el de Ñamandú de los guaraníes), como una forma en sí misma de expresar aquellos sentimientos que nos ocasiona una realidad miserable. Escuché felizmente cómo hay quienes otorgan al «habla» y al «lenguaje» un valor mayor a cualquier expresión venida por un carácter individualístico y pasional.

Identifiqué a una persona situada en unas determinadas coordenadas de nuestra roca que rescataba el valor de la palabra como el medio más humano para expresar pensamientos, sentimientos, sufrimientos, angustias, deseos, fracasos. No importaba que para ello nunca existiesen viajes ejecutivos en Little Jet a islas privadas de aguas color verdeturquesa y arenas de talco para bebé o muñequitas rubias de pies rosados deseosas de amanecer con uno entre sedosas sábanas.

Por ello, quise saber más de «Chumbawamba». Confieso que nunca me interesaron, a pesar de que todavía tengo retratada en mi cerebro su portada del único disco comercialmente exitoso: no tocaban una música que estuviera dentro de mi rango de preferencias y confieso que soy bastante limitado en inglés como para haber entendido sus canciones. (Aprovecho para criticar entre paréntesis a quienes andan ofertando vía telefónica el aprendizaje de esa lengua con métodos muy discutibles como la Programación Neurolingüística. Les he dicho, como Vigotsky, que todo aprendizaje verdadero está relacionado con la cultura de la que el aprendiz es participante. O lo que es lo mismo: para aprender verdaderamente inglés uno debe vivir entre sus hablantes).

Precisamente a Vigotsky le atribuyen ser autor de la denominada «teoría simultánea». En forma ceñida diremos que ésta refiere que «lenguaje» y pensamiento están ligados entre sí; es decir, vienen a desarrollarse en una interrelación dialéctica. En este interjuego, las estructuras del «habla» proporcionan estructuras básicas del pensamiento, de modo que la conciencia del individuo es primordialmente lingüística, debido al significado del «lenguaje» en la realización de las funciones psíquicas superiores del hombre.9

Aquí llego a la conclusión de que no puede haber hablantes sin su correspondiente comunidad de hablantes. O dicho de otra forma: no hay mundo sin personas que puedan referirlo; cosa en que deberían reparar todos aquellos que dirigen incesantemente esfuerzos para vigilar al «habla» y a los hablantes. Lo que sí puede haber sin hablantes es una comunidad de mudos y los mudos carecen de la posibilidad de narrar qué han sentido cuando descubrieron cómo acabó perforándoles su estómago y destruido sus dientes haber chupado biberones de cocacola desde recién nacidos.

Luego de esa tarde en que el «Big Brother Orwelliano» me adormecía con sus dosis de morfina cinescópica, sentí curiosidad por saber algo más de «Chumbawamba»). En una página de la triple w descubrí que la banda podía clasificarse como punqueta anarquista. Si ustedes desean saber más, consulten la página en la que yo mismo buceé; es: http://www.laideafija.com.ar/especiales/chumbawamba/5repor.html. Supe que son originarios de una comunidad de Leeds, lugar donde habitaban una casa tomada: lo mismo que una multitud de personas aquí mismo en nuestro pueblo que terminaron metiéndose a las casas embargadas por los usureros bancarios. Por el cybersitio supe además que su primer álbum fue una reacción al «Live Aid». Esta fue una obra comercial en donde participaron algunos roqueros denominados «conconciencia». Los chicos de «Chambawamba» objetaban en su obra el hecho de no haberse cuestionado en ese «Live Aid» al sistema capitalista, culpable de la hambruna en todas las montañas, páramos, gargantas y hondonadas que conforman el paisaje de esta piedra. Diríamos: no haber hecho uso de la palabra con el propósito de clarificar las penumbras del mundo y cantar ese descubrimiento a los demás.

También supe que en otra de sus canciones («Enough is enough») invitan a «pegarle un tiro al fascista»; y así es cómo lo explican:

«Sería lindo si uno no tuviera que combatir la violencia con violencia, pero a veces tienes que hacerlo, y eso es lo que sucede. Ser razonable sólo funciona si el otro lado también juega limpio».10

En síntesis, me simpatizaron esos muchachos de «Chumbawamba, porque habían descubierto el poder de la palabra y la empleaban para decirnos cómo son las injusticias y las barbaridades del espacio astral que habitamos a una comunidad mayor de hablantes. Seguían por esa dirección, a pesar de que quizás nunca volviesen a ocupar un sitio destacado en los charts y ser etiquetados como «estrellas de un solo éxito».

En distintos fragmentos de este trabajo hemos querido mostrar que el lenguaje, como toda relación humana y en consecuencia social, conforma un espacio histórico en donde constantemente ocurren luchas, conflictos, represalias, mutilaciones, crímenes. Por tanto, concluimos que el lenguaje, como tantas otras cosas constituyentes de nuestro tejido social (por ejemplo, educación, política, vida familiar, relación amorosa, juego en conjunto, convivencia vecinal) debería ser práctica democrática. Y esto lo entendemos como un acto de absoluto respeto por el otro.

Pero decimos que el «lenguaje» es producto histórico y, por tanto, cruzado por luchas, conflictos, lances prefigurados por la conservación del privilegio. Dado que por el «lenguaje» podemos acercarnos al conocimiento de los misterios más profundos de cuanto nos rodea, existe la persistente estrategia de limitarlo, como esas camisas que sacamos del clóset y dejaron de quedarnos, porque embarnecimos; de trozarlo en infinidad de partículas, como esas salsas mexicanas que conocemos con el nombre de «pico de gallo»; de arrebatarlo de las bocas, como esa práctica insensata de impedir que hablen las vidrieras de las escuelas, porque allí hay cuestionamientos al ejercicio corrupto del poder.

Solamente un «lenguaje total» permite percibir la realidad en forma crítica. Freire, ese comprometido pedagogo brasileño que también sufrió persecuciones, censura y encierros por idear un método para liberar a través de la palabra, dibujó una ruta por la que deben avanzar los educadores al servicio de la liberación y la transformación. Nos dice: Hay que partir del nivel en que los hablantes están. Si uno vive o trabaja en un grupo metido en el silencio, debe encontrarse un camino para romper el silencio.5

El camino para desanudar el silencio es: no negar nuestra voz y demostrar que necesitamos también de la voz de los otros; entendamos que nuestra voz no tiene sentido sin la voz del grupo. Claro que este diálogo debe darse en el pleno respeto del otro, sin emplear el poder o la fuerza para acobardarlo o intimidarlo, conforme a las tácticas empleadas hasta por fuerzas políticas que llegan a encaramarse en el poder público, empleando la retórica de la democracia y del cambio.

Van a decirse cosas dolorosas, por supuesto, que afectarán las condiciones de privilegio de los grupos de poder, porque esa recuperación del «habla» en las comunidad de hablantes debe anclarse en su propio contexto cultural, ideológico, político y social. Dicho de otra forma: en las mismas coordenadas históricas en que los hablantes viven, sufren, gozan, disfrutan o son martirizados, perseguidos, ninguneados, aplastados.

Cuanto más sea castrada la capacidad de pensar y de pronunciar la verdad de las cosas, cuanto más sea sugerida a las personas que la realidad es solamente de una cara y que nomás pueden hablar de ella quienes gozan del poder, tanto más ultrajan a la comunidad. Con Freire concluimos que el «lenguaje total» (y consecuentemente la educación total, porque la educación es un lenguaje o un sistema de simbolización del mundo) implica la comprensión crítica de lo existente.11 Sólo así los hablantes podemos reconocernos condicionados y pelear contra las fuerzas que nos condicionan a padecer injusticia, rapacidad, exclusión, marginalidad, sufrimiento. Es decir, a reconocernos a nosotros mismos y reconocernos en otros como víctimas de quienes ejercen el poder ilimitadamente y sin escrúpulos. Pero, al mismo tiempo, para transformar las condiciones históricas que han convertido a la gran masa humana en una comunidad de mudos excluidos, marginados, ninguneados y miserables.

V

Recuperar el «habla» tiene múltiples trascendencias. Tiene usos curativos de los trastornos de la personalidad, pues por ella curan los terapeutas freudeanos a quienes acosan sus propio fantasmas del pasado. Al hablar en voz alta sobre aquellas cosas que nos duelen, de pronto viene el insight que nos permite descubrir el misterio de las cosas que nos han perseguido, incluso desde el infeliz momento en que mamá dejó de darnos teta. Es como eso que en nuestra cotidianidad llamamos «una caída de veinte»; o sea: tomar conciencia de nosotros mismos, de lo que somos, de cuanto ha constituido nuestra personalidad y finalmente curarnos de ese pasado tormentoso. Es la mente buscando la piedra que le lastima entre sus pliegues más ocultos, valida solamente del bisturí de la palabra y de la designación de situaciones concretas.

Hablando en colectivo de una situación determinada, de la trama de las instituciones en que participamos o de nuestras propias actuaciones, iluminamos zonas de penumbra creadas por las mitificaciones dadas por las relaciones de poder y lo históricamente dado. Por allí va la propuesta pichoneana de la disposición circular de grupos operantes y de aprendizaje. Allí vemos cómo la palabra pasa por un dinamo y saca chispas. Luego viene también la devolución de lo hablado y nos miramos en el espejo. Es posible que nos horroricemos al vernos tan espantosos; aunque también son posibles las autocomplacencias. Aquí la palabra pronunciada en colectivo nos permite descubrir aquellas mitificaciones de lo existente que nos hacen actuar sin plena conciencia de cuanto sucede y de por qué sucede en el plano del real social. No nada más para quedarnos en ese plano de la comprensión, sino mejor que eso: de la transformación.

Con la designación correcta de las cosas (o sea: al nombrarlas correctamente) avanzamos hacia una verdadera alfabetización, porque decimos de ellas mismas de qué están constituidas, por qué son así, cómo nos gustaría que fuesen. Es «lengua» y «habla» o «lenguaje» refiriéndose igualmente a la injusticia, la desigualdad, la exclusión, la marginalidad. Cuando pronunciamos las voces «tierra», «agua», «casa», nos referimos a una infinidad de situaciones ubicadas más allá de su propia sustancia o de lo inmediato. Detrás de aquellas voces existe toda una conflictiva existencia humana: no es la «tierra» solamente esa acumulación de gránulos de mineral, rocas pulverizadas, sustratos fértiles o áridos. También ha habido sangrientas luchas por la posesión de la «tierra» y seguirá habiéndolas. Igual sucede en torno a las voces «agua» y «casa».

Me parece claro que los hablantes nos referimos a esas cosas del mundo de distinta forma. Por eso preguntaba en párrafos anteriores: ¿a qué nos referimos cuando hablamos de «corrupción»? Parece que no todos los hablantes nos referimos exactamente a la misma cosa. De allí entonces que una verdadera alfabetización tiene que ver más con el establecimiento del diálogo en una comunidad de hablantes. Y eso de decir diálogo tiene que ver forzosamente con la democracia, pues de lo contrario solamente hay monólogo. Así sucede con la llamada comunicación en las sociedades autoritarias y de privilegio: por ejemplo digamos los periódicos; en estos no aparece el diálogo por ninguna parte, porque sus páginas son espacios proscritos para el «habla» y la «lengua» de las masas miserables. Empero, esos industriales de la mercancía informativa ocultan sus verdaderos intereses bajo palabras como «objetividad», «imparcialidad», «libertad de expresión» y «derecho a la información». Así el negocio está justificado bajo una ficticia «necesidad social».

Ya hemos comentado arriba que no hay mundo sin hablantes. Cierto que la materialidad existente lo es más allá de lo que digamos de ella: los asnos seguirían rebuznando aunque no les escuchásemos y los rayos solares continuarían dibujando sus bellas imágenes en el casquete polar, aunque no hubiese personas que les admiraran. Pero esto que decimos «mundo» es solamente humano. Ya la palabra misma designa una determinada ordenación de las cosas.

Entonces por fuerza no hay palabras o lenguajes previamente dictados para designar a las cosas. El «mundo» pertenece al universo de lo simbólico humano. Por tanto, las cosas de las que hablamos también corresponden a relaciones humanas; lo que es decir, a una conflictiva humana. Y al decirlo así tendríamos necesariamente que acompañar esa idea a la lucha, a las relaciones de poder, al empleo de la fuerza.

Decimos que es «verdadera alfabetización» no porque nuestra expresión corresponda al encuadre de una lógica positiva o empírico-analítica. Lo decimos así porque son los hombres en comunidad hablando de las situaciones que viven. Es decir, construyendo una verdad en colectivo. Por tanto, no es verdadera alfabetización aquella conformada con recitar códigos lingüísticos dictados por el poder, con prescribir una receta cómo hacen los médicos con sus pacientes, con la ordenación del mundo de una vez y para siempre como hacen los padres autoritarios y todos sus secuaces, con la fragmentación maniquea de los acontecimientos que sólo acepta como justo, correcto y adecuado aquello que conviene a intereses particulares; y, en cambio, califica de execrable, incómodo, desatinado cuanto desajusta de un provecho individual.

Quienes crean en una «educación total», ubicada más allá de los centros de confinamiento estatal que son las escuelas, que permita a las personas hacer uso pleno de sus facultades simbolizadoras del mundo (y esto quiere decir hablar sin restricciones o acceder al «lenguaje total») deben emplear todas sus capacidades intelectuales, creativas y lúdicas que permitan instrumentar acciones para la configuración de comunidades de hablantes. No hay, en ese sentido, una receta; como diría Freire, los educadores deben ser artistas. O esto es igual a decir: deben recrear, repintar, rehacer, reinventar su mundo. Es decir, no conformarse con reproducirlo a manera de los copistas.

Sin embargo, veo los establecimientos escolares como confinamientos estatales o prolongaciones del poder de grupos de privilegio. Por tanto, creo que es poco cuanto puedan hacer sus celadores para llevar a sus reclusos para gozar de la experiencia del «lenguaje total». Allí tenemos miedos de toda clase: los padres de familia no hablan en las escuelas y expresan cuánto disgusta lo que sucede allí por temor a que sus hijos sufran represalias académicas; los técnicos de la educación difícilmente discuten más allá del currículum prescrito por los científicos del estado e incluso fácilmente asumen su domesticación; y a los alumnos sigue tratándoseles como descerebrados, llegando hasta impedirse su plena incorporación a los espacios de toma de decisiones. Dicho más crudo: dentro de los espacios escolares el «lenguaje» está corrompido por el poder, mutilado, perseguido, empequeñecido, apocado.

Lo que tenemos entonces es una sociedad deslenguada. Tendríamos que aspirar a recuperar el «habla» y la comunidad de hablantes a partir de experiencias distintas a las escolares. No es algo imposible, porque finalmente la educación también es total; cosa que involucra a cuantos formamos parte del grupo humano.

Educación y lenguaje verdaderos están situados más allá de los muros de los confinamientos escolares que les mantienen aislados de la convivencia humana total. Podríamos preguntarnos si es posible, cuando menos como tarea teórica, perseguir una posibilidad de vínculo entre la experiencia humana total y cuanto sucede dentro del cerco escolar. Tentativamente diré que eso no puede ocurrir y lo digo por una razón: sencillamente porque esos espacios que denominamos «escuelas» corresponden a unas coordenadas históricas determinadas.

Reparemos en que dichos espacios son los centros de enseñanza de la sociedad capitalista y sirven específicamente a los intereses de la burguesía. Por tanto, no puede haber posibilidad de una enseñanza total dentro de ellos. De otro modo, allí mismo estarían creándose las condiciones para cuestionar el poder de grupos particulares y de sus prácticas corruptas que son inherentes a la propia naturaleza rapaz de su forma de acumulación. En la «escuela de la burguesía» no puede haber educación ni lenguaje total: eso equivaldría a minar a sí misma su propio terreno. Es decir: una práctica suicida.

CITAS

 1 Marx, Carlos y Federico Engels. La ideología alemana. http://www.lasbibliotecas.net/librosgratis/mn.htm.

2 S/a. La lengua como sistema simbólico. Departament de Filologies Romàniques. Facultat de Lletres. Universitat Rovira i Virgili. Tarragona. En: http://pizarro.fll.urv.es/continguts/Linguistica2.5.htm

3 S/a. El Lenguaje, la lengua y el habla. En Fénix. El portal de la educación peruana. En: http://enfenix.webcindario.com/profeweb/comunica/lenguaje.phtml

4 Idem.

5 Ibidem.

6 Ibidem.

7 Biazzi, Miguel y Guillermo Magrasi. Orígenes. Argentina. Compilación de mitos de guaraníes, tehuelches, matacos y tobas, onas, pampas, araucanos y collas. Ed. Corregidor. Tomado de: Esteban Ierardo. http://www.temakel.com/mitoguarani1.htm.

8 Chomsky, Noam. Nuestro Conocimiento del Lenguaje Humano: Perspectivas Actuales. En: Web Journal of Formal, Computational & Cognitive Linguistics. Kazan University. Russian Association of Artificial Intelligence. Invierno de 1997. http://fccl.ksu.ru/issue001/winter.97/ch_es.pdf

9 Montoya, Víctor. Lenguaje y pensamiento. En: Sincronía. Revista electrónica de estudios culturales del Departamento de Letras de la Universidad de Guadalajara. Otoño 2001. http://sincronia.cucsh.udg.mx/lengpens.htm

10 Chumbawamba. Saurio reportea a Jude acerca de Chumbawamba. En: «La idea fija». http://www.laideafija.com.ar/especiales/chumbawamba/5repor.html.

11 Orozco, Efrén; Luis Fernando Arana y Juan José Esquivel. Video Paulo Freire. Una producción de IMDEC, AC. para la Cátedra Paulo Freire del Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Occidente. Febrero del 2000.

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