Sincronía Summer 2009


Guadalajara en los años sesentas y setentas: una ciudad convulsa

Alfredo Barragán Cabral

Universidad de Guadalajara


 

Sin lugar a dudas uno de los cambios más trascendentales que experimentó nuestro país en la segunda mitad del siglo XX está directamente relacionado con la migración. En efecto, la migración operó la transformación que se observa en los cambios que ocurrieron a nivel de la población. Dichas mudanzas no revelan detalles tan sólo sobre variaciones en el incremento poblacional, sino que ponen de manifiesto el fenómeno de cambio drástico, al poner de manifiesto la manera en que paulatinamente los habitantes del campo se trasladaron a las ciudades más importantes de México y cómo con ello se consolidó el panorama urbano de nuestro país (Aguilar Camín 2000: 151-174).

Ciertamente, son diferentes factores los que nos permiten discernir los móviles que desencadenaron el fenómeno de la migración. Entre otros aspectos, destaca el plan impulsado por los gobiernos priístas de la época en la búsqueda de la industrialización y modernización del país. Obviamente que el proyecto industrializador requería de abundante mano de obra, la cual se encontraba en el espacio rural, y solo faltaba trasladarla a las ciudades. Además, uno de los componentes que impulsaron la migración del campo a la ciudad fue la propia situación que padecían los habitantes del espacio rural. La mayoría de los pobladores del campo no poseían tierra para trabajar y en su entorno privaba el desempleo y una vida plagada de carencias y miseria. Aunado a ello, en las comunidades rurales no se contaba con algún plan de apoyo gubernamental para intentar solucionar los temas de alimentación, salud, educación y bienestar en general. Es por ello que la población rural buscó por su cuenta otras alternativas de trabajo para satisfacer sus necesidades, lo que impulsó el proceso de descampenización y abandono del medio rural y la mutación de campesinos a jornaleros u obreros de fábricas en la ciudad.

Para percibir la dimensión de este cambio poblacional en nuestro país es imprescindible explorar las cifras que muestran los especialistas en este tema. La población de nuestro país en 1910 era de 15 millones de habitantes y la mayor parte de la gente vivía en el ámbito rural (INEGI 2010). En 1940 el censo indica que la población de nuestro país era de 19 millones de habitantes, de los cuales 3 millones 900 mil vivían en el medio urbano y 15 millones 721 mil habitan en el espacio rural. Con estas cifras verificamos que hasta este periodo la mayor parte de la población de nuestro país residía en el ámbito rural. Las variaciones se observan a partir de la década de los cuarentas y sesentas, ya que se puede advertir cómo la población urbana va en aumento y la población rural se va rezagando. Los datos sobre población apuntan que para 1960 en nuestro país el número de habitantes era de 35 millones, de los que 17 millones 980 mil estaban establecidos en las ciudades y 17 millones 20 mil residían en las poblaciones rurales, lo que nos indica que la población urbana era superior a la rural por 487 mil personas. Si analizamos más de cerca estas cifras se puede observar que en la ciudad de México residían poco más de 5 millones de personas y que Guadalajara contaba ya con 850 y Monterrey con 700 mil habitantes. Si extendemos nuestra mirada hasta 1980, observamos entonces que la población en nuestro país se duplicó, llegando entonces a la cantidad 67 millones de habitantes. De estos 67 millones, 44 millones vivían en el ámbito urbano y 23 millones en el medio rural. En el Distrito Federal había 15 millones de habitantes, en Guadalajara 2 millones 200 mil y en Monterrey 2 millones de habitantes. Como podemos constatar, esta tendencia de crecimiento poblacional con dominio del medio urbano ya no cambiará (Aguilar Camín 2000: 151-174).

El paso del México rural al México urbano no trajo consigo la mejora en las condiciones de vida de los migrantes que se instalaron con esas expectativas en las ciudades con mayor desarrollo industrial, como serían la Ciudad de México, Guadalajara y Monterrey. Como se puede constatar, los migrantes del campo a la ciudad se tuvieron que adaptar a condiciones de pobreza y olvido. A su llegada a las ciudades se fueron asentando en la periferia y fueron conformando los ya conocidos cinturones de miseria. Estos habitantes de las periferias carecían de todos los servicios públicos, es decir, no tenían luz eléctrica, ni agua potable, así como tampoco acceso a escuelas, atención médica y mucho menos contaban con un proyecto destinado a la construcción de sus espacios habitacionales. A estas difíciles condiciones se tuvieron que adaptar los migrantes, quienes además encontraron grandes obstáculos para conseguir empleo. Y cuando los conseguían la mayoría de éstos siempre eran muy mal pagados y ofrecían condiciones muy desventajosas para los trabajadores (Solesas Loaeza 2005: 117-155). Además de esta intrincada circunstancia se tiene que tener en consideración que no había alternativas de trabajo, ni de estudio para los jóvenes hijos de los migrantes, situación que se recrudecía cada vez más porque el gobierno en turno no tenía ningún plan específico, ni desarrolló políticas públicas para solucionar los problemas básicos de los recién llegados (Poniatowska 1980: 34-77).

En este contexto surge el malestar de los habitantes pobres que se instalaron en los cinturones de miseria de las ciudades industrializadas. Sin embargo, su respuesta no fue retornar al mundo rural que dejaron. Su salida fue aferrarse al espacio conquistado y empezaron a organizarse para exigir soluciones a su problemática de miseria y abandono. En esta coyuntura es como surgen organizaciones de vecinos muy poderosas como la Coordinadora Nacional Movimiento Urbano Popular (CONAMUP), los Frentes de Lucha Popular, entre otras, que tenían como propósito lograr cambios en los espacios que habitaban. Todos ellos aspiraban a que sus colonias contaran con los servicios básicos y a que sus hijos contaran con la posibilidad de educación, salud y transporte, entre otros (Sergio Zermeño 1991: 555-98). Y una manera de reclamar y solicitar todo esto se llevó a cabo a través de manifestaciones de diferentes tipos para hacerse escuchar (Barry Carr 1996: 229-259), con lo que se conformaron movimientos de lucha que buscaban a toda costa salir a la luz pública, dar a conocer la situación deplorable en la que vivían y reclamar mejoras en sus colonias. (Monsiváis 2000: 214-253).

La problemática que se vivió entre los años de 1960 a 1976 en este contexto y en el caso concreto de la ciudad de Guadalajara ha sido abordada en diferentes textos publicados recientemente. Algunos de ellos son textos de carácter principalmente testimonial o de denuncia y otros resultados de investigaciones enfocadas a dar a conocer este periodo hasta cierto punto completamente desconocido en la memoria cultural de Guadalajara. Entre esas obras destacan: Orígenes de la guerrilla en Guadalajara en la década de los setenta, de Ramón Gil Olivo; Guerra sucia y estrategia de contrainsurgencia, de Rafael Sandoval; La historia que no pudieron borrar, de Sergio René de Dios Corona y el reciente trabajo Ciudad de fuegos. La unión del pueblo en Guadalajara, de Jesús Zamora, entre otros. Entre estos trabajos me gustaría enfocarme a la publicación de Ciudad de fuegos de Jesús Zamora, la cual se encuentra mucho más relacionada con las investigaciones realizadas por estudiantes del Departamento de Historia de la Universidad de Guadalajara, algunas de ellas presentadas ya como tesis de grado y otras en espera de apoyo editorial para su publicación. En este contexto existen también otras investigaciones que están por concluirse y que abordan, ya sea de manera directa o indirecta, la situación social y política que imperaba en Guadalajara en los años sesentas y setentas. Entre ellas podemos mencionar estudios, por ejemplo, sobre la Liga Comunista 23 de Septiembre (LC23S), las Fuerzas Revolucionarias Armadas del Pueblo (FRAP), los Vikingos y el barrio de San Andrés, las pugnas entre la Federación de Estudiantes de Guadalajara (FEG) y el Frente Estudiantil Revolucionario (FER) y estudios sobre las Comunidades Eclesiales de Base en Santa Cecilia, Polanco y Santa Margarita, espacios en los que se asentaron los migrantes que llegaron a Guadalajara. En realidad, últimamente también se han realizado investigaciones que abordan otras temáticas pero que se inscriben en la Guadalajara que va de la década de los sesentas a los ochentas y que tienen una relación estrecha con los problemas de marginación y protesta, una tarea loable en la búsqueda de conocer y poder entender el pasado inmediato de la ciudad de Guadalajara. Sin embargo estos estudios aún se tienen que enfrentar a grandes obstáculos, lo que en cierta parte explica la poca producción historiográfica sobre esta época. Una de estas dificultades radica, por ejemplo, en que hasta hace poco aún no era posible consultar los archivos la Dirección Federal de Seguridad (DFS), además de que el programa de estudios de Historia de la Universidad de Guadalajara apenas tenía 20 años de existencia.

El estudio Ciudad de fuegos. La unión del pueblo en Guadalajara trata, por consiguiente, de "…una reflexión histórica sobre un momento crítico de la ciudad" (Zamora 2007: 9). Y con el título del estudio el autor pretende hacer referencia, antes que a conflictos armados o situaciones similares, a la lucha política e ideológica que surgió en esa época con el propósito de lograr cambios estructurales en México.

El trabajo Ciudad de Fuegos aborda, a través de tres capítulos y un apéndice de fotografías elegidas y editadas con excelente atino, el periodo de 1972 a 1978 en Guadalajara, concentrándose en una región y en una sola organización: La Unión del Pueblo (UP) de Guadalajara. En su trabajo Jesús Zamora nos presenta así el contexto histórico de su gestación, sus fundadores, su ideología, su proyecto político y estrategia militar. Asimismo también plantea las diferencias que tenía la UP con otras organizaciones subversivas y expone con gran tino y de manera detallada las acciones ejecutadas por esta organización insurgente y su impacto a nivel social. Y por último también destaca la detención de los integrantes de la UP y la muerte de Héctor Eladio Hernández Castillo y la desintegración de este movimiento en Guadalajara. Un aspecto a destacar en el estudio de Zamora son las fuentes que lo sustentan, como por ejemplo, revistas, novelas, entrevistas a exmiembros de la UP, documentos generados por los integrantes de la UP, expedientes de la DFS, textos producidos por personas que participaron en la guerrilla, entre otros.

Ciudad de Fuegos narra, de manera general, la época en la que Guadalajara se convirtió en el lugar del surgimiento de la guerrilla urbana y al mismo tiempo en un espacio central en el que se ejerció la violencia política a través de asesinatos, desapariciones, secuestros, encarcelamiento, tortura, asaltos bancarios y colocación de bombas en edificios públicos y privados. Los antecedentes de los acontecimientos que en este texto se narran se remontan posiblemente hasta el gobierno del presidente Lázaro Cárdenas y al rompimiento que se dio en los gobiernos que sucedieron al Cardenismo. Además, también es probable que tengan una relación más estrecha con la represión brutal sufrida por los movimientos estudiantiles de 1968 y 1971, ya que después de estos acontecimientos el sistema político mexicano enfrentó una fractura con una parte de la sociedad que se había diversificado y urbanizado y al mismo tiempo aumentado su nivel educativo; es por ello que para algunos jóvenes el autoritarismo del Estado ya no respondía a sus inquietudes y demandas. Y es en este contexto que los gobiernos de Díaz Ordaz, Luis Echeverría y José López Portillo, los cuales controlaban el aparato de seguridad desde 1958, no optaron por una respuesta democrática ni de diálogo, sino que siempre reaccionaron con brutalidad. Esto explica el por qué los fundadores de la UP respondieron con la radicalización del movimiento y la convicción de que la única solución a sus demandas era la vía armada (Barry Carr 1996: 229-259). Por consiguiente, es en este panorama en el que surge la Unión del Pueblo (UP).

En Ciudad de fuegos se señala a los fundadores de la UP-Guadalajara, entre los que destacan Eleazar Campos Gómez o Tiburcio Cruz Sánchez y Héctor Eladio Hernández Castillo. Este último jugaría, además, un rol preponderante en la guerrilla de Guadalajara. Otro personaje que sobresale en la fundación de la UP y que posiblemente influyó tanto en la LC23S como en el FRAP es el guatemalteco José María Ortiz Vide, quien les enseñó no solo tácticas militares, sino también los adiestró en la elaboración de bombas y los introdujo en el discurso ideológico propio de los movimientos subversivos.

Por otro lado, en este estudio sobre la Unión del Pueblo también se expone que la guerrilla urbana en Guadalajara tenía una base social relativamente frágil y que su capacidad militar e ideológica era muy deficiente. Además, se señala que los movimientos que se formaron en Guadalajara estaban fragmentados, no obstante que los tres movimientos más importantes tenían como base el FER. El primero estaba constituido por el Frente Revolucionario Armado del Pueblo (FRAP), encabezado por Juventino Campaña López; otro de ellos, el más numeroso y que tuvo impacto a nivel nacional fue la Liga Comunista 23 de Septiembre (LC23S); y el tercero de ellos se conformó con la Unión del Pueblo (UP), el más pequeño, pero con enclaves en Oaxaca, Guerrero, y el D.F. Asimismo, se menciona que a pesar de tener un objetivo común el motivo por el que no se diera un frente común entre estos tres movimientos fue debido a que se impusieron los liderazgos sectoriales y cada fuerza tomó su propio camino, perdiendo así la oportunidad de conformar un proyecto político-militar conjunto. Los líderes de la UP planteaban por su parte que no había bases para conformar una organización nacional, ya que faltaba consolidar la parte teórica para explicar la realidad del país y seguir preparando los cuadros que finalmente serían los nexos directos con el pueblo. Sin embargo, en donde sí coincidían era en su creencia en la toma del poder por parte del proletariado. Héctor Eladio Hernández Castillo, líder de la UP, tenía en claro cuáles eran las diferencias con la LC23S, motivo por el que reprobaba la estrategia político-militar de esta corriente, argumentando que eran propensos a desviarse de sus propósitos principales al practicar la conspiración y el mercantilismo. Asimismo, Héctor Eladio reprochaba a la LC23S su trato a las mujeres y afirmaba que "…no cabe duda que su lucha se reduce a poseer las mujeres de los señores burgueses, las fábricas y las mansiones de la burguesía hastiada" (Jesús Zamora 2007 : 33).

En la segunda parte del texto se abordan, entre otros temas, los mecanismos desarrollados por la Unión del Pueblo para reclutar a sus integrantes. Una forma empleada fue incorporar a su movimiento a parejas o grupos de hermanos, como el ejemplo de los hermanos Hernández Castillo, los García Moreno, los Cortés Gutiérrez, los Pimentel Rodríguez, los Estrada Estrada, etc. Aunque independientemente de su enrolamiento de manera individual o familiar se ponía especial atención en que los nuevos integrantes tuvieran determinada actitud frente a la vida. En esta segunda parte es central el tratamiento que se hace de la figura de Héctor Eladio Hernández Castillo, de quien se presentan datos biográficos básicos y sus primeras incursiones en la lucha social como líder del FER, destacando también su primera estancia en la penal de Oblatos y su relación con Amador García Moreno. Sin ánimos apologéticos en el texto se hace un reconocimiento a sus virtudes como luchador social, ya que en las entrevistas o en diferentes publicaciones siempre se encontraron excelentes opiniones sobre este personaje, al cual "se le distingue como un dirigente revolucionario flexible, pero intransigente en el terreno de los principios e implacable en la lucha contra el enemigo" (Jesús Zamora 2007: 54). Héctor Eladio Hernández Castillo planteó con claridad los métodos de acción de la UP, movimiento que teóricamente retomaba las bases del marxismo-leninismo en lo que refiere a la toma del poder. Y en su intento por desestabilizar al Estado optó por la vía violenta a través de la utilización de bombas y la Guerra Popular Prolongada (GPP). Sin embargo, de acuerdo a sus operativos se puede observar que su capacidad de acción era muy limitada y que el movimiento representaba más una molestia que una amenaza real a la seguridad del Estado. En un primer momento tuvieron éxito al colocar bombas en los edificios públicos y privados, en grandes tiendas comerciales o en los bancos de la ciudad (también lograron asaltar algunos de ellos) sin ser detenidos. En Ciudad de Fuegos podemos conocer de manera minuciosa y año por año (de 1972 hasta 1978) la cantidad de bombas y los lugares en los que se colocaron, el nombre de las personas que pusieron los artefactos, así como también los daños materiales que éstas provocaron. En este trabajo se aborda la detención de los integrantes de la UP y la manera en que Héctor Eladio Hernández Castillo muere en un enfrentamiento con militares. Con su muerte se pone fin a la UP en Guadalajara, con lo que llega a su fin una etapa de la guerrilla urbana y se inicia otra con la conformación del Partido Revolucionario Obrero Clandestino Unión del Pueblo (PROCUP), la que posteriormente dará vida al Ejército Popular Revolucionario (EPR).

A pesar del limitado margen de acción que tenían y de la mínima amenaza que representaban, el Estado lanzó una ofensiva brutal contra los movimientos subversivos. La ofensiva estuvo coordinada por la Dirección Federal Seguridad (DFS), por el ejército y los dispositivos de seguridad del Estado, entre los que destaca la labor preponderante que jugó la DFS en la denominada guerra sucia. Este instrumento de seguridad surgió durante el gobierno de Miguel Alemán y para ello contaron con la asesoría directa de la CIA. Es por ello que no es difícil intuir cuál sería el rol que jugaría la DFS en nuestra sociedad (Barry Carr 1996: 229-259). En su época cumbre la DFS estuvo dirigida por Fernando Gutiérrez Barrios, Miguel Nazar Haro y Javier García Paniagua y es muy probable que todos ellos exageraban la peligrosidad de la guerrilla para obtener mayor presupuesto del Estado y aumentar su poder (Scherer y Monsiváis 2004: 214-253). Además, estos personajes se ocuparon de acentuar la paranoia de los presidentes Díaz Ordaz, Luis Echeverría y José López Portillo al engañarlos y hacerles creer que Cuba y Rusia estaban detrás de las guerrillas y que se proponían instaurar el socialismo en México. Es patente que la DFS tuvo un enorme margen de impunidad en los métodos que aplicó para combatir a la guerrilla, contando para ello con la anuencia de los presidentes en turno, lo que permitió el incremento de la corrupción y degradación de esta dependencia gubernamental.

En general, el combate y el exterminio de la guerrilla mexicana por parte del Estado no respetó ninguna legalidad. La forma en que se persiguió a quienes tomaron las armas en México representó una violación flagrante de los derechos humanos debido a que las medidas tomadas para reprimirlos no se enmarcan en un contexto en el que hubiera estado amenazada la seguridad nacional.

Por último, otro tema que considero de gran importancia y que en Ciudad de fuegos se aborda de manera pertinente es el del rol que jugó la prensa en el contexto de la guerra sucia de esta época en Guadalajara, especialmente porque la prensa de los años setentas aceptó y apoyó los métodos que practicó el Estado mexicano para exterminar a los integrantes de la UP. En Ciudad de fuegos se destaca en detalle la manipulación de datos llevada a cabo por los periódicos de esa época. A esto se suma el que tanto la sociedad mexicana como la comunidad internacional adoptaron la misma actitud frente a lo que ocurruría en México, y en este caso en Guadalajara, las que prefirieron guardar un férreo silencio. En general, el tema de los guerrilleros, a los que se consideraba viles delincuentes, era tratado como parte de la nota roja de la prensa en México, motivo por el que Zamora señala que "...el carácter de este tipo de declaraciones hay que tomarlas con las reservas propias de una época en la cual las confusiones periodísticas, voluntarias e involuntarias eran muy comunes. A esto debemos añadir que los reportes de las instituciones policiacas de investigación, muchas de las veces estaban falseando por estrategia o por la necesidad de encubrimiento de los abusos que cometían los agentes policiacos o investigadores al servicio del estado" (Zamora 2007: 133).

En suma, en esta breve disertación aborda en cierta manera la problemática que experimentaron las ciudades en crecimiento a partir de la llegada de migrantes procedentes del medio rural. La mayor parte de la migración se instaló en ciudades tales como la ciudad de México, Guadalajara y Monterrey, ciudades en las que por cierto nadie los estaba esperando ni tenía para ellos proyectos que facilitaran su adaptación e integración al medio urbano. Esta situación de abandono influyó para que los nuevos habitantes de las ciudades se organizaran, marcharan, lucharan con la idea de mejorar sus condiciones de vida, lo que trajo consigo el surgimiento de organizaciones que incluían agrupaciones de colonos, estudiantes, obreros, campesinos y entre ellos también el surgimiento de movimientos más radicales que buscaron conseguir cambios sociales a través de medios menos pacíficos. Por consiguiente, el objetivo del trabajo aquí presentado busca sobre todo entender mejor las acciones de los guerrilleros, comprender su lucha, sus tradiciones y sus vidas personales. Considero que trabajos como éste, en el que se trata la historia inmediata de Guadalajara, son urgentes y necesarios, especialmente por tratar un tema hasta ahora poco conocido entre sus habitantes: "La guerra fue real. Fueron reales las balas, las explosiones, los ataques, las torturas, las pérdidas materiales tanto para empresarios como para trabajadores, las desapariciones, el encono, las personas propias y enemigas." (Zamora 2007: 173).

 

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