Sincronía Fall 2011


Los estigmas del rencor, en la obra “Mil grullas” de Yasunari Kawabata

 

Orlando Betancor

Universidad de La Laguna, España


 

 

 

Resumen

 

Esta poética novela del escritor japonés Yasunari Kawabata narra el encuentro del joven Kikuji, en una ceremonia del té, con dos mujeres que fueron antiguas amantes de su padre, gran aficionado a este ceremonial. Una de ellas, movida por el rencor, manipulará los hermosos objetos de este ritual para esparcir a su alrededor la tristeza y el dolor. Asimismo, el escritor explora en esta obra aspectos como el amor, el deseo, el arrepentimiento y la soledad.

 

Palabras claves: Yasunari Kawabata, ceremonia del té, amor, arrepentimiento, soledad

 

Abstract

 

This poetic novel of the Japanese writer Yasunari Kawabata tells the meeting of the young Kikuji, in a tea ceremony, with two women that were former lovers of his father, a great fan of this ceremony. One of them, moved by rancour, will handle the beautiful objects of this ritual for spreading around her the sadness and the pain. Likewise, the writer explores in this work subjects like love, desire, regret and loneliness.

 

Keywords: Yasunari Kawabata, Tea Ceremony, love, regret, loneliness

 

 

Introducción

 

Este ensayo analiza el tema de los vestigios del rencor, convertidos en una terrible mancha que se extiende en el alma de los personajes, en la novela “Mil grullas” (Sembazuru) del escritor japonés Yasunari Kawabata. Esta obra, dotada de un delicado erotismo y de una exquisita sensibilidad, está situada en el Japón de la posguerra y su acción discurre en torno a la esencia y simbolismo de una de las tradiciones más conocidas del País del Sol Naciente, la ceremonia del té. Asimismo, el autor explora en este libro aspectos como la culpa, el remordimiento y el perdón. Además, aborda otros temas como el deseo, la muerte y la nostalgia. En esta historia de amor y desamor, de celos y venganza, de melancolía y soledad, este escritor nos ha mostrado los sentimientos más íntimos de unas mujeres que se convierten en los vértices de un particular triángulo sentimental de trágicas consecuencias.

En la bella ciudad de Kamakura, Kikuji Mitani asiste a una ceremonia del té, en el templo de Engaku-ji[1], invitado por Chikako Kurimoto, la cual había sido amante de su padre, gran aficionado a este ceremonial, durante un corto período de su existencia. Esta mujer posee una enorme marca de nacimiento que cubre uno de sus senos, lo que le ha provocado una intensa frustración. Asimismo, en este lugar, el muchacho se encuentra con la presencia inesperada de la señora Ota, mujer con la que su progenitor vivió una relación sentimental, que se mantuvo hasta su muerte, y con su hija Fumiko. También, acude como invitada la hermosa Yukiko Inamura que porta un pañuelo con el diseño de mil grullas pintadas, signo de la buena suerte y la longevidad en Japón, que se transforma a lo largo del relato en un misterioso auspicio. Chikako, maestra de la ceremonia del té, desea que Kikuji contraiga matrimonio con esta chica, a la que está instruyendo en este ritual, y organiza una reunión formal o miai para que se conozcan. Tras la muerte de su padre, esta mujer se había alejado de la vida del muchacho y ahora utiliza a Yukiko como reclamo para inmiscuirse en su existencia. Durante esta ceremonia, la anfitriona muestra una fría actitud ante la señora Ota, su antigua rival, la cual la sustituyó en el corazón de su amante. Ésta intenta proyectar constantemente sus recelos hacia la misma en Kikuji, el cual experimenta un profundo rechazo ante su exceso de interés por controlar su vida. Las intenciones de la anfitriona se verán truncadas por el surgimiento de una relación física entre este joven y la señora Ota. Después de la reunión, esta mujer se deja llevar por la fuerza del deseo y pasa una noche de amor con el muchacho en una posada cercana. A partir de ese momento, las intenciones de los amantes de seguir viéndose chocarán frontalmente con la actitud de Fumiko que recrimina a su madre su conducta e impide que se acerque al joven. Ante sus continuos reproches, esta solitaria mujer se sumerge en un profundo abatimiento y su salud empieza a quebrantarse. Luego, la señora Ota pondrá fin a su vida al no poder soportar los sentimientos de culpa y de vergüenza por haber cedido a la pasión con el hijo de su antiguo amante. Tras el fallecimiento de este personaje, el muchacho se irá sintiendo cada vez más atraído por su hija. A través de su vulnerable y frágil apariencia, el joven proyectará el amor que sentía por la madre en Fumiko. Mientras tanto, Chikako concierta una segunda cita con la joven Inamura, en otra ceremonia del té, esta vez en casa de Kikuji, donde también actúa como anfitriona. En esta ocasión, esta muchacha mira al joven con agrado y es receptiva a sus palabras, pero en la mente del protagonista sólo tiene cabida la imagen de Fumiko. Por su parte, la hija de la señora Ota intenta alejarse del muchacho, ya que no puede luchar contra sus verdaderos sentimientos. Después, ante el profundo desagrado de Kurimoto, el protagonista rechaza el compromiso matrimonial con la señorita Inamura. Entonces, Chikako ejercerá su influjo letal para sembrar la tristeza y el dolor a su alrededor, queriendo apartar a Fumiko del camino del muchacho a cualquier precio.

 

El universo femenino

 

            En este complejo universo femenino, encontramos en primer lugar al personaje de Chikako. A lo largo de esta obra descubrimos su oscura personalidad y sus pérfidos sentimientos. Ella es una mujer astuta e intuitiva, una consumada intrigante que carece de barreras morales que frenen su sed de venganza. Ésta fue prontamente abandonada por el padre de Kikuji, probablemente por la existencia de la mancha congénita, extensa como la palma de una mano y recubierta de vello, que cubre su seno izquierdo, una imperfección anatómica que oculta de la vista de todos, sombra de su dolor y símbolo de su imposibilidad de amar. En un principio, el señor Mitani sintió curiosidad por este defecto, pero su interés se desvaneció al poco tiempo: “[Ella] pensó que él la menospreciaba por la mancha. Incluso puede que se haya convencido de que él la abandonó a causa de eso”. Tras esta fugaz relación, esta mujer reprime su sexualidad y permanece soltera toda su vida. A pesar del tiempo y la distancia, este personaje femenino no ha podido superar ser sustituida por otra mujer en la vida de su amante. Su corazón sólo alberga odio y clama venganza por la afrenta cometida en el pasado. Su espíritu se transforma en una poderosa hidra, llena de veneno y resentimiento. Chikako se muestra en este relato como una criatura demoníaca, dotada de una máscara impasible, que esconde un alma repleta de amargura y rencor. Desprecia profundamente a su rival y la atacó de manera inmisericorde, durante años, pretextando defender a la esposa del señor Mitani y a su vástago. Cuando el señor Ota muere, gran aficionado también a la ceremonia del té, el padre de Kikuji se acerca a su mujer. En ese momento, Chikako se apresuró a informar a la esposa de su antiguo amante de este idilio y se convierte en su aliada, dedicándose a acechar a su marido cuando se dirigía a ver a su nueva favorita. Critica con vehemencia a su adversaria siempre que puede, pues sus celos hacia ella son enfermizos. Para esta mujer, su contrincante embrujaba a su viejo amor y la menosprecia refiriéndose a ésta como una simple desequilibrada. Además, considera que su rival había trazado un plan para que el protagonista se comprometiera con Fumiko tras su muerte y perpetuara la relación de amor que ella vivió con su progenitor. También, esta figura femenina conoce perfectamente las debilidades de Kikuji e intenta sacar partido de las mismas.

Frente a este despiadado personaje, vislumbramos la presencia de su eterna rival, la señora Ota. Ésta es una mujer desdichada, de aproximadamente cuarenta y cinco años, sensible y tierna, que formó parte de la vida del señor Mitani durante los últimos años y ahora se siente totalmente atraída por su hijo como una forma de recordar la figura del hombre al que un día amó. Cuando ésta ve al joven en la ceremonia del té, rememora el pasado con profunda nostalgia. Ella le espera tras terminar el ceremonial con la intención de conversar con él. Le habla de su progenitor, lo que provoca cierta incomodidad en el muchacho, y parece no distinguir entre las figuras de padre e hijo. En un momento determinado, Kikuji le dirige estas palabras: “Piensas en mi padre, ¿no? Y mi padre y yo nos convertimos en una sola persona…”. Ella proyecta el amor perdido de su progenitor en él, como hará después el propio protagonista en su hija Fumiko como parte de un eslabón de una misma cadena. Con esta mujer madura, que conserva todavía su atractivo físico, descubre la intensidad y la plenitud del placer: “(…) logró que él olvidara su edad cuando hicieron el amor. Kikuji sentía que tenía entre sus brazos a una mujer más joven que él mismo”. Ella satisface sus pasiones y hace realidad todas sus fantasías: “(…) Era un extraordinario despertar. Nunca había imaginado que una mujer podía ser tan enteramente dócil y receptiva, una pareja que lo acompañaba y, al mismo tiempo, lo inducía a sumirse en una fragancia tibia”. La señora Ota, angustiada por el peso de la culpa al sustituir en su lecho a su antiguo amante por su hijo, se suicida con una sobredosis de somníferos. Después de su fallecimiento, Kikuji se culpa de su muerte y le dirige a su hija estas palabras: “Tu madre era demasiado bondadosa como para vivir. Yo fui cruel con ella, y sospecho que yo la alteraba con mi debilidad moral. Soy un cobarde”. Junto a la figura de la señora Ota percibimos la imagen de su hija Fumiko. Ésta es una muchacha tímida y de ojos tristes que se encuentra atrapada en el mismo círculo vicioso que su madre. En primer lugar, siente un profundo sentimiento de vergüenza por la relación mantenida entre su progenitora y el padre de Kikuji y, luego, rechazará frontalmente la pasión que une a su madre con el hijo de su antiguo amante. Fumiko se revela contra la conducta de la figura materna y se muestra excesivamente dura con ella. Los sentimientos de culpa y de pesar anidan constantemente en su mente llenando su alma de angustia y de dolor. Al mismo tiempo, no puede luchar contra la atracción que la impulsa hacia Kikuji. Intenta controlar sus deseos y se retrae siempre al recordar que él ha sido el amante de su madre y el hijo de la anterior pareja de ésta. Ella pone barreras infranqueables en su mente para escapar del hechizo que éste ejerce en su alma. Asimismo, la presencia de la señorita Inamura le parece un obstáculo insalvable que la separa de este hombre, pues cree que éste terminará casándose con ella.

En este relato, la imagen de la belleza inalcanzable se encarna en la figura de Yukiko Inamura, una joven a la que el protagonista sólo verá en dos ocasiones. Ella se convierte en uno de los vértices de un singular triángulo sentimental, en el que los otros dos lo forman, junto a la permanente presencia de Kikuji, la señora Ota y su hija. El padre del protagonista conocía a la familia de esta muchacha, la cual poseía un negocio de tejidos en Yokohama. Éstos están muy interesados en concertar un posible enlace con los Mitani. Durante la ceremonia del té, Kikuji observa a la joven y le parece hermosa. Ésta realiza los movimientos del ceremonial sin vacilar y su porte sugería buenos modales y refinamiento. La primera vez que éste la vio llevaba un paquete envuelto en un pañuelo o furoshiki con un diseño blanco de mil grullas sobre un fondo de seda rosa. Esta imagen, dotada de un gran poder de evocación, le persigue durante toda la novela. La muchacha permanece siempre lejana e inaccesible en la mente del joven como un fascinante sueño. Asimismo, esta chica usa un perfume embriagador, cuya fragancia el protagonista recordará posteriormente. También, el joven mantiene en su memoria la visión del motivo floral, que adorna una prenda de su kimono, decorada con bellos lirios siberianos. Igualmente, encontramos en esta historia la presencia lejana de la madre de Kikuji, una figura desdibujada en la novela. Ésta es una persona introspectiva y tranquila, a quien Chikako utiliza para vengarse de la señora Ota, su auténtica adversaria, a la que nunca logró apartar de la vida del señor Mitani, pues ella continuó viéndose con él hasta el final de sus días.

 

Los personajes masculinos

 

Kikuji es un joven inseguro y atormentado, de unos veinticinco años, que se siente profundamente solo tras la muerte de sus progenitores, quienes fallecieron hace pocos años. Sus pensamientos oscilan constantemente entre la atracción y el rechazo hacia sus impulsos más íntimos, lo que se observa claramente en estas líneas: “Una sensación de náusea y de suciedad y una abrumadora fascinación surgieron simultáneamente”. Además, en algunas ocasiones, este personaje muestra su aversión hacia sí mismo y esto es parte de su compleja naturaleza. El título de la novela hace referencia también a la personalidad enfermiza del protagonista. En Japón se dice que cualquier persona que pueda realizar, en el arte del origami o papiroflexia, mil grullas de papel -aún en su lecho de muerte- puede recuperar la salud[2]. El mismo motivo, como ya se ha comentado, aparece en el pañuelo de la joven Inamura, cuyos hipotéticos poderes curativos nada pueden hacer para mejorar el equilibrio emocional de este muchacho. Igualmente, éste vive obsesionado por imágenes del pasado de su progenitor. Así, recrea en su mente la visión escabrosa de su padre mordiendo la marca de nacimiento de Chikako en momentos de intimidad. Además, el hechizo de esta mancha, comparada en este relato con la imagen de un sapo, también afecta a Kikuji que pudo verla cuando tenía ocho o nueve años en una de las visitas de su progenitor a la casa de esta mujer. Su visión le atormenta y no logra apartarla de su memoria: “Kikuji nunca se olvidó de la mancha. A veces incluso podía imaginar que sus destinos estaban enmarañados en ella”. Retomando las palabras de Gwenn Boardman, esta señal se convierte en un trauma de origen freudiano[3], un elemento determinante en la psicología de este personaje y en el propio relato. Esta oscura mancha contamina con su presencia todo lo que le rodea y su influjo acaba con los momentos de felicidad del protagonista.

El joven se debatirá a lo largo de la novela entre la señora Ota, que representa la imagen del placer carnal; Fumiko, que simboliza la pureza; y la joven Inamura, que encarna su ideal de la belleza. De todos modos, no siente arrepentimiento por haber compartido su lecho con la antigua amante de su padre. Tras la muerte de esta mujer, se siente extrañamente sosegado viendo la presencia de la madre en su hija: “Si la señora Ota había cometido un error cuando vio al padre de Kikuji en Kikuji, entonces había algo atemorizador, un lazo como un maleficio, en el hecho de que, para Kikuji, Fumiko se pareciera a la madre; pero Kikuji, sin protestar, se dejó arrastrar por la corriente”. Asimismo, Kikuji desconfía profundamente de Chikako y teme el poder de su venganza, pero se muestra muchas veces débil y condescendiente ante sus deseos. En último lugar, encontramos en este relato la imagen espectral del padre de Kikuji que sobrevuela la ceremonia del té como un invitado intangible. Las mujeres que le amaron siguen conservando nítida su imagen en su memoria y su presencia se adivina en cada uno de los objetos que se utilizan durante este ceremonial.

 

Los temas de la novela

 

En esta deslumbrante obra, los estigmas del rencor, que siembra Chikako a su paso, se extenderán sobre la vida de los protagonistas, llenando su existencia de tristeza y aflicción. A lo largo de sus páginas, las palabras de esta mujer se transformarán en afilados estiletes que atravesarán el alma de los distintos personajes en esta lucha de dramáticas consecuencias. Asimismo, aspecto fundamental en esta novela es el tema del amor que está representado en la relación entre Kikuji y Fumiko, que se ve condicionada por el peso del pasado. Igualmente, el desamor toma forma en el fugaz idilio mantenido por el señor Mitani y Chikako, una pasión de la que ella nunca se arrepiente. Frente a este poderoso sentimiento se encuentra, como en otras obras de este autor, la presencia inexorable de la muerte. En un pasaje de este texto, la señora Ota, abrumada por la tristeza, se plantea dejar este mundo y le pide a Kikuji que cuide de su hija tras su partida. La imagen premonitora de su desaparición física se vislumbra claramente en estas líneas: “Una lágrima se derramó desde una comisura del ojo. Quiero morir. Sería tan agradable morir ahora”. El final de la señora Ota se convierte en una muerte anunciada, pues Fumiko presentía que su madre, después de la guerra y abatida por la melancolía, moriría irremisiblemente. Igualmente, el sueño eterno se relaciona con el concepto de la culpa como se observa en estas líneas: “¿La señora Ota había muerto sin poder escapar de la culpa que la acechaba? ¿O, acechada por el amor, había hallado que era incapaz de controlarlo? ¿Era el amor o la culpa lo que la había matado? Durante una semana Kikuji había debatido el problema”. También, factor determinante es el remordimiento que inunda la mente de los personajes como el que experimenta la señora Ota al haber seducido al hijo de su antiguo amante y el que siente Kikuji por la trágica muerte de esta mujer. También, elementos esenciales en esta obra son el erotismo y el poder del deseo. Así, la pasión es calificada con el poético término de “oleada femenina”. La delicada sensualidad que el autor demuestra en esta obra se observa en ejemplos como los siguientes: “La mujer que había en la madre de Fumiko se le apareció nuevamente, tibia y desnuda”. Otro tema de especial interés es el concepto del perdón que se vislumbra en estas palabras de Kikuji, retomando una frase pronunciada por Fumiko, la cual desea pedir la indulgencia del muchacho ante el comportamiento de su progenitora: “(…) entre los vivos y los muertos no puede haber perdón (…)”.

 

El espíritu de la ceremonia del té

 

Esta novela muestra con infinita sensibilidad la esencia de la ceremonia del té, costumbre social y estética propia del país del Sol Naciente, que en japonés recibe el nombre de chanoyu. Es un meticuloso ritual donde se sirve el matcha (té verde en polvo) a un pequeño grupo de invitados, generalmente en número de cinco, en un entorno de paz y de sosiego, reflejando una forma de vivir ajena a las presiones del mundo exterior. Este ceremonial, que se desarrolló bajo la influencia del budismo zen[4], tiene como finalidad la purificación interior, la consecución de una gran calma espiritual y la plena identificación con la naturaleza. El profesor Fernando García Gutiérrez destaca estas palabras sobre esta delicada costumbre japonesa: “Este ceremonial es una exteriorización del esfuerzo intuitivo del pueblo japonés por el reconocimiento de la verdadera belleza en la sencillez y en la naturalidad. Las reglas de esta ceremonia están calculadas minuciosamente para alcanzar la máxima economía posible de movimientos y se trata de expresar la máxima simplicidad de la belleza”[5].

La planta del té fue introducida en Japón desde China en los siglos VIII y IX, donde esta bebida se consumía desde el período de la dinastía Han (202 a. C.-220 d. C.), por los monjes budistas Dengyô Daishi (Saichô) y Kôbô Daishi (Kûkai), fundadores en este país asiático de las sectas Tendai y Shingon. La costumbre de beber té fue en sus comienzos una práctica casi exclusiva de los sacerdotes zen, que lo utilizaban como recurso para evitar el sueño durante sus largas horas de meditación. Posteriormente, los samuráis establecieron determinadas normas para tomar el té, que los participantes en sus reuniones estaban obligados a observar. Será el monje budista Murata Shukô, en el siglo XV, quien estableció los fundamentos de la ceremonia del té y más tarde será el gran maestro Sen no Rikyu el que perfeccionó las reglas de este noble arte hasta dejarlas tal como se llevan a cabo en la actualidad. Por otro lado, el matcha se trajo inicialmente de China, que se encontraba gobernada por aquel entonces por la dinastía Sung, a finales del siglo XII. Más tarde el té molido fue desapareciendo de China y empezó a cultivarse esta planta en Japón, especialmente en el distrito de Uji, cerca de Kyoto. La costumbre de tomar el té se extendió gradualmente entre los sacerdotes del budismo zen y las clases dirigentes. Esta infusión era muy apreciada en aquella época como bebida y se le atribuían propiedades medicinales.

Este fascinante ceremonial, que requiere de muchos años de práctica y aprendizaje para su perfecto dominio, se realiza en las casas de té o cha-seki. Inicialmente, este ritual se celebraba en un rincón de las casas, separado del resto de la vivienda por biombos, para proporcionar una atmósfera de mayor intimidad. En algunas ocasiones también se llevaban a cabo en zonas retiradas del interior de los templos. La primera estancia, construida especialmente para esta actividad, fue diseñada por Murata Shukô, dentro del recinto de un santuario budista, y sirvió como modelo para las posteriores salas de té. Este espacio solía medir cuatro y medio o bien seis tatamis[6]. Aunque existen diferentes modelos de casas de té, los dos tipos más importantes son: el Kakoi, una habitación adherida a otro edificio de mayores dimensiones, y las realizadas conforme al estilo Sukiya, que es una estructura separada, construida de una manera rústica. La casa de té está formada por una sala de ceremonias denominada (cha-shitsu), una sala para los preparativos (mizu-ya), una sala de espera (yoritsuki) y un camino de piedras (tobishi) que termina en la puerta de esta construcción, rodeada de un jardín (roji), que sirve de paisaje a esta edificación. La entrada a la sala de ceremonias se realiza por medio de una puerta de unos 75 centímetros de altura, llamada nijiri-guchi o nijiri-agari, lo cual significa que todos los invitados tienen que agacharse para penetrar en la estancia y conseguir el efecto deseado de humildad.

Una ceremonia normal del té consta de las siguientes fases. En primera lugar, una comida ligera, llamada kaiseki. A continuación, le sigue el maka-dachi o pausa intermedia, seguido por el goza-iri, que es el momento principal en el que se sirve un té espeso llamado koicha y, finalmente, el usucha, en el que se sirve té claro. La ceremonia completa se prolonga aproximadamente unas cuatro horas, aunque muchas veces se reduce a la última etapa o usucha que puede durar alrededor de sesenta minutos. Ésta se realiza, a grandes rasgos, de la siguiente forma: el anfitrión por medio de un gong metálico anuncia el inicio del ritual. Es una práctica común dar entre cinco y siete golpes. Los huéspedes, que están en la sala de espera al escuchar los tañidos, entran en la sala de ceremonias. Previamente se han purificado en un recipiente de piedra con agua fresca que suele estar situado a la entrada del jardín. Al penetrar en el cha-shitsu, se arrodillan ante el tokonoma[7] y admiran el kakemono y el adorno floral. A continuación, se sientan y el huésped principal se sitúa junto al maestro de ceremonias. Luego, el anfitrión coloca una bandeja con pequeños dulces delante de los invitados. Más tarde, purifica con agua los objetos para esta ceremonia, pone agua a calentar y comienza a preparar el té. Echa unas cucharadas de té en el cuenco, vierte agua caliente y lo agita hasta conseguir una mezcla de consistencia espumosa. El maestro bebe un sorbo, limpia el borde del cuenco y lo pasa sucesivamente a los demás invitados que realizan la misma operación. El último lo devuelve al huésped principal, el cual lo entrega al maestro de ceremonias. Éste hace una reverencia, indicando que el ritual ha terminado. Los huéspedes se retiran de la casa del té, seguidos por la mirada atenta del anfitrión. En este ceremonial, cada gesto, cada movimiento está convenientemente determinado y estudiado.

Este ceremonial, que representa la belleza de la simplicidad y de la armonía con la naturaleza, ha desempeñado un papel fundamental en la vida artística del pueblo japonés, ya que, por sus características estéticas, implica la apreciación del espacio donde se celebra, del jardín adyacente al mismo, de los utensilios con los que se elabora y se sirve el té, y la decoración que alberga: el kakemono y el chabana o motivo floral, concebido para esta ceremonia. El desarrollo de la arquitectura, la construcción de jardines, la cerámica y las artes florales se han debido en gran medida a la influencia de la ceremonia del té en el país del Sol Naciente. De la misma forma, Okakura Kakuzo en su poético tratado El libro del té, publicado en 1906, nos describe la importancia de este ritual y el significado del té en la cultura japonesa en los siguientes términos: “El té llega a ser entre nosotros nada menos que una idealización de la forma de beber: una religión del arte de la vida. Esta bebida se constituyó en un motivo para el culto de la pureza y del refinamiento, en una función sagrada en la que el huésped y su invitado se unen para realizar en esta ocasión la más alta placidez de la vida mundana. La cámara del té fue un oasis en el triste desierto de la existencia, en el que los viajeros fatigados podían encontrarse y beber juntos en la fuente común del amor y del arte. La ceremonia fue un drama improvisado, cuyo plan se tejió alrededor del té, de las flores y de las sedas pintadas. Ningún color venía a turbar la tonalidad de la estancia; ningún ruido destruía el ritmo de las cosas; ningún gesto alteraba la armonía; ninguna palabra rompía la unidad de los alrededores; todos los movimientos se realizaban sencillamente, naturalmente. Éstos son los detalles característicos de la ceremonia del té”[8].

Según Gwenn Boardman, las ceremonias del te, que se muestran en Mil Grullas, están llena de sutiles y esotéricos significados[9]. Este ceremonial define la acción y el carácter de los personajes. Esta autora destaca las alteraciones en el ritual, insensibilidad hacia los objetos y el olvido de su significado filosófico que representan la pervivencia del trastorno que experimenta el protagonista y que se extiende a través de esta obra. Así, Chikako, que utiliza este ritual como una herramienta para inmiscuirse en los asuntos de Kikuji, se comporta con descuido, olvida su papel como maestra del té y porta los utensilios como una camarera lleva un pedido[10]. Igualmente, la obra es un lamento por el deterioro del ceremonial y su vulgarización. Esto se observa en la disposición de algunos objetos por parte de Chikako y la asistencia de personas no iniciadas en este arte. De esta manera, esta mujer comenta lo siguiente: “(…) El otro día incluso recibí a unos norteamericanos”. En la primera ceremonia, en el aniversario de la muerte del padre de Kikuji, ella selecciona los utensilios por razones emocionales en vez de estéticas e incluso elige un motivo decorativo que está ligeramente fuera de temporada. Igualmente, se destaca en esta obra la falta de interés de los jóvenes en esta antigua tradición del país del Sol Naciente. Kikuji no se muestra especialmente atraído por el ritual, aunque había acompañado muchas veces a su padre a las ceremonias del té. De todos modos, su progenitor nunca lo había presionado para que éste lo transformara en su afición. Asimismo, Fumiko dice en un momento determinado que está pensando en dejar de practicar este ceremonial.

 

Los utensilios para el ceremonial del té

 

Los principales utensilios que se emplean en la ceremonia del té son la tetera (kama o chanoyugama), el recipiente para el té (cha-ire), el agitador especial de bambú (cha-sen), el cucharón de servir (cha-shaku), realizado también en bambú, y los tazones que recibe el nombre de chawan. En esta obra de Yasunari Kawabata la forma y los accesorios de la ceremonia del té poseen significados más profundos de lo que se puede observar en un primer momento. Estos útiles, descritos con infinita belleza por el autor, se convierten en testigos mudos que perpetúan la pasión entre una generación y otra. Estos objetos se impregnan de la esencia de sus dueños y éstos siguen vivos a través de su presencia. En la introducción de esta obra, Amalia Sato expresa lo siguiente: “Aquí, la casita del jardín, donde se practica la ceremonia del té, [es el] espacio preservado donde los tazones se cargan de una emotividad que desafía el tiempo y en el cual el rito convoca a un Eros que se vierte en cada gesto, contaminando a sucesivas generaciones de amantes. Pero la experiencia espiritual y estética se convierte, en manos de Chikako, en un ejercicio de la perversión, en un momento de gran tensión, en una exhibición de poder, como en el siglo XVII lo hacía Toyotomi Hideyoshi, el jefe militar, al desplegar los objetos ceremoniales de sus predecesores”[11]. En esta lucha por la supremacía, estos utensilios, llenos de profundos significados, se convierten en delicadas armas en un duelo de consecuencias irreversibles.

En esta obra se mencionan los siguientes tipos de tazones de cerámicas renombradas. En la primera ceremonia, Chikako utiliza un Oribe[12] negro, salpicado de blanco en un costado y decorado también en negro, con unos brotes de helecho. Tiene este tazón cuatrocientos años y su historia se remonta al período Momoyama. Este objeto supone una importante fuente de evocación para todos los presentes: “Había pasado de Ota a su esposa, de la esposa al padre de Kikuji, del padre de Kikuji a Chikako. Los dos hombres, Ota y el padre de Kikuji, estaban muertos, y aquí estaban las dos mujeres. Había algo casi fantasmagórico en la historia del tazón”. Luego, se emplea la jarra Shino[13] para el agua que se utiliza para la ofrenda floral fúnebre de la señora Ota: “(…) Se arrodilló delante de la jarra y la miró evaluándola, como se miran los recipientes del té. Un tenue rojo se traslucía en el esmalte blanco. Kikuji estiró la mano para tocar la superficie voluptuosa, cálida y calma”. Como muestra de sus sentimientos, Fumiko le regala al protagonista esta espléndida pieza. Esta jarra deja de utilizarse para la ceremonia del té y se emplea como florero, lo que sirve para indicar el alejamiento de los principios del ceremonial. Por su parte, Chikako dice lo siguiente: “Pero es un desperdicio enorme no utilizar una pieza Shino para el té. Uno no puede sacar a relucir la verdadera belleza de una pieza de té a menos que la coloque con las de su misma clase”. A continuación, vislumbramos el par de tazones Raku[14], negro y rojo, realizados por el maestro Ryonyu[15], que simbolizan al hombre y la mujer, al marido y la esposa, y también encarna la felicidad conyugal. Estos dos objetos recuerdan las figuras del señor Mitani y la señora Ota. Ahora, los utilizaban Fumiko y el joven en su casa: “El par de tazones Raku profundizaba la pena que tenían en común”. Posteriormente, se nos muestra el Shino cilíndrico con la huella imborrable del lápiz de labios de la señora Ota que ésta utilizaba todos los días como tazón de té. El delicado erotismo de este tazón, que lleva impresa esta sensual marca, se observa en estas líneas: “Simplemente quedó allí, no. Para empezar, el Shino era rojo, pero madre solía decir que no podía sacar el lápiz de labios del borde, no importaba lo mucho que lo intentase. Ahora que está muerta, a veces lo miro y parece haber una especie de destello en un lugar”. Un crítico americano se muestra convencido de que el principal personaje de la novela es este objeto, poseído por una especie de maldición que sólo desaparece cuando Fumiko rompe el recipiente y libera de su maléfico influjo a la familia Mitani[16]. Este tazón, que debería tener entre trescientos o cuatrocientos años, representa la imagen de la madre de la que Fumiko desea desprenderse: “En el borde del tazón, había dicho ella, había una mancha del lápiz de labios de la madre. Su madre, aparentemente, le había dicho que una vez que el lápiz de labios estaba allí no se borraría, sin importar lo fuerte que ella frotara y, por cierto, desde que Kikuji había tenido el tazón lo había lavado sin lograr quitar esa mancha oscura del borde. Era marrón clara, muy distinta del color del lápiz de labios y, sin embargo, había una leve tonalidad roja no imposible de interpretar como un viejo, desteñido lápiz de labios. Podía ser el rojo del mismo Shino o, puesto que la parte delantera del tazón era de donde se bebía, una mancha podía haber quedado de los labios de dueños anteriores a la señora Ota”. Finalmente, el protagonista saca de la casa de té un tazón del tipo Karatsu, pequeño, cilíndrico y verduzco con toques de azafrán y carmesí, de asimétrica factura coreana que representan nuevamente, junto a otro tazón, las almas del padre de Kikuji y de la madre de Fumiko.

 

Conclusiones

 

En esta lucha de trágicas consecuencias, Chikako irá tejiendo, a lo largo de este relato, los hilos de su particular tela de araña, formada por intrigas y mentiras, que conducirán irremisiblemente a los protagonistas hasta un dramático desenlace. En las últimas páginas de la novela, esta maestra del té, una vez que su deseo de concertar el matrimonio de Kikuji con su elegida no se ve cumplido, engaña astutamente al muchacho diciéndole que las jóvenes Inamura y Fumiko se han casado, probablemente a través de los tradicionales matrimoniales concertados, llenando su mente de incertidumbre y de dolor. En ese momento, el protagonista intenta mostrarse frío, pero las palabras de esta mujer se convierten en dardos envenenados que atraviesan su alma: “Sin embargo, había sentido un puñal en el corazón y, como si tuviera una sed violenta, luchaba por dibujar el rostro de la joven en su mente”. En ese momento, Chikako se muestra llena de desdén y sarcasmo. Ésta le recrimina su falta de interés en la ceremonia del té y le dirige estas palabras: “Después de todo, la señora Ota tuvo éxito en arruinar tu matrimonio, aun cuando tuvo que morir para hacerlo. Pero quizá la bruja nos abandone, ahora que Fumiko está casada”. Asimismo, esta mujer censura su inexperiencia y su indecisión al dejar escapar a una muchacha de la valía de la joven Inamura. La supuesta boda de la hija de la señora Ota es un simple ardid que la propia muchacha se encarga de desmentir. De esta manera, Chikako intenta alejar definitivamente a Fumiko de la vida de Kikuji, al igual que se planteó apartar, en su día, a su progenitora de la existencia del señor Mitani.

Más tarde, los dos jóvenes se encontrarán en la casa de Kikuji. En esta ocasión y para acabar definitivamente con los fantasmas que atenazan su mente, Fumiko lanza el tazón Shino de su madre, con la señal indeleble de su lápiz de labios, como ya se ha comentado, contra una piedra del jardín, antes de que el protagonista pudiera detenerla. Con la destrucción de este objeto, termina el singular sortilegio que pesa sobre este utensilio y se libera de su pasado. Así, finaliza con los vínculos que unieron, en un principio, al señor Mitani con Chikako y la señora Ota, y luego a esta mujer con el protagonista. En último término, es la propia Fumiko, atraída por este hombre, la que destruye simbólicamente este objeto y parece terminar con estas reencarnaciones del amor. Después, tras librarse de este maléfico hechizo, la joven desaparece misteriosamente sin dejar rastro. Luego, el muchacho consigue el teléfono de su lugar de trabajo, tras la venta de su antigua casa, donde le dan su nueva dirección. Cuando se dirige a la pensión, en la que reside, una niña le dice que la muchacha se ha ido a vivir con una amiga. El protagonista llega a la conclusión de que la joven podría haber puesto fin a sus días, pues tras el fallecimiento de su madre, Fumiko se había obsesionado con la imagen de la muerte y sentía cada vez más cercana su presencia. El final de la novela es abierto, como en muchas de las historias de este autor, y deja al lector la posibilidad de pensar si verdaderamente Fumiko se suicidó, como anteriormente había hecho su madre, o permanece en el mundo de los vivos. En las últimas líneas, el protagonista experimenta el poder de la venganza de la intrigante maestra del té, mientras se sumerge en la más profunda soledad: “Sólo queda Kurimoto. Y como si escupiera todo el veneno acumulado en contra de la mujer que era su enemiga, Kikuji se apresuró en las sombras del parque”.

El primer episodio de Mil grullas se publicó en 1949 y la novela, que fue galardonada con el Premio de las Artes de la Academia de Japón[17], se da por terminada en 1951. Esta obra fue uno de los títulos, junto con País de Nieve y Kyoto, que el Comité Nobel citó al concederle a este escritor el Premio de Literatura. Además, en este texto, se observa la influencia de autores occidentales a los que éste admiraba profundamente como James Joyce, Marcel Proust y Virginia Wolf, y el influjo de obras de la literatura clásica japonesa como El relato de Genji (Genji Monogatari) o El libro de la almohada (Makura no sôshi). Igualmente, en esta novela, están presentes todos los temas fundamentales en la narrativa de Kawabata: la búsqueda de la belleza, la muerte, la soledad y el erotismo. También, destacan los triángulos sentimentales[18] y la venganza amorosa que serán tratados por este escritor en libros como Lo bello y lo triste (1965). Igualmente, este texto es producto del período de ocupación norteamericana en territorio japonés[19]. En este momento, su autor realizó, a través de esta obra, un homenaje a la ceremonia del té y a los recipientes para su uso, conservando para la literatura esa parte indispensable del pasado de Japón. Además, la guerra es un recuerdo fresco y nítido en la mente de los personajes. Así, su presencia se observa en el gesto protector de Fumiko al acompañar, durante los bombardeos, al señor Mitani desde que dejaba su morada hasta que llegaba sano y salvo a su casa.

La obra de este autor japonés, verdadero maestro en captar la psicología de los personajes femeninos, refleja su fascinación por un tipo de inmaculada mujer idealizada como lo destaca Amalia Sato[20] en el prólogo de esta novela. En sus libros suelen aparecer féminas inocentes, intocables y virginales que representan el ideal de la belleza eterna, que se encarna en este libro en la imagen de la joven Inamura. Igualmente, cerca del final de muchas de las novelas de este escritor, ocurre un momento de ruptura, cuando el mundo estético irreal, que los protagonistas han creado a su alrededor, se desvanece y la realidad se manifiesta claramente. Estos instantes coinciden con la aparición de astros y objetos celestes. En esta obra, Kikuji contempla la salida y ocultación de la estrella de la mañana (el planeta Venus) entre las nubes.

Por otra parte, esta novela está llena de deslumbrantes metáforas, cargadas de un intenso lirismo, que deleitan los sentidos. Así, destacan las sugerentes imágenes de la naturaleza como se observa en las siguientes líneas: “Vio el sol de la tarde como lo había visto después de la noche con la señora Ota: el sol de la tarde a través de la ventana del tren, detrás de la arboleda del templo Hommon-ji. El rojo sol parecía derramarse sobre las ramas. La arboleda se recortaba oscura. El sol derramándose por las ramas se introdujo en sus ojos cansados. Los cerró. Las grullas blancas del pañuelo de la joven Inamura volaron en el sol de la tarde, que todavía estaba en sus ojos”. Asimismo, el universo de los sentidos toma forma en esta novela a través de referencias visuales, táctiles y olfativas. De esta forma, la vista se muestra a través de la contemplación de la intensidad del color que se dibuja en un bello tazón del ritual del té; el olfato, con la embriagadora fragancia que envuelve el recuerdo de una hermosa muchacha; el tacto, con la suave textura de la superficie de un objeto del ceremonial del té que se desliza lentamente entre las manos. Asimismo, destacan otras fascinantes imágenes, dotadas de una gran riqueza plástica, como se observa en los suaves trazos  coloreados con delicadeza, en una pequeña acuarela del gran pintor japonés Tawaraya Sôtatsu, el singular brillo de unas gotas de rocío sobre las hojas de un jardín al amanecer y la tenue luz de las luciérnagas que adquiere un tono amarillento a medida que la tarde se convierte en noche.

En esta delicada obra, llena de sensibilidad y de intensidad poética, su autor nos ha mostrado la sutil belleza y simbolismo de la ceremonia del té, cuyos hermosos objetos transmiten, como testigos silenciosos, el peso del erotismo de una generación a otra. Finalmente, el personaje de Chikako, en esta lucha de poder, lanzará su letal veneno, guiada por los celos y el rencor, para llenar en el corazón de los protagonistas la desolación y la tristeza.

 

El autor de la novela

 

Yasunari Kawabata nació en la ciudad de Osaka el 11 de junio de 1899. Su infancia estuvo marcada por la muerte de todos sus parientes próximos y se quedó totalmente solo en el mundo a la edad de quince años. Completó sus estudios en un internado y posteriormente se dirigirá a la capital de Japón para pasar los exámenes de acceso a la universidad. En 1920 ingresa en la Universidad Imperial de Tokio para estudiar Literatura Inglesa, carrera que cambiará un año después por la de Literatura del Japón. Su interés por la narrativa le llevaría a participar, una vez acabada su formación académica, en diferentes grupos de vanguardia como los “neosensacionalistas”. Su primera novela fue Diario íntimo de mi decimosexto cumpleaños (1925), al año siguiente le seguirá La danzarina de Izu y más tarde publicará La pandilla de Asakusa (1929-1930) que tiene como escenario el famoso distrito del mismo nombre de la ciudad de Tokio. En esta última, muestra las vidas de unos adolescentes, miembros de una banda callejera, y otros personajes marginales que habitan en este lugar. A diferencia de otros libros posteriores, se reconocen en éste ciertos elementos constantes en su obra como son: el erotismo, la venganza y el influjo de occidente que se observa en el enfrentamiento de las tradiciones milenarias de Japón con el desarrollo de las grandes urbes. Luego, publica su obra más conocida País de Nieve (1948) que narra la relación entre una geisha que ha perdido la juventud y un rico esteta de mediana edad. En esta obra Kawabata plasma con maestría el triángulo amoroso, elemento frecuente en su narrativa, su concepción de la belleza y la imagen del paisaje con su escritura sutil y poderosa. Después, verá la luz El sonido de la montaña (1949-1954), aclamada por la crítica como su mejor libro, describe el drama del paso del tiempo en un viejo hombre de negocios de Tokio que ha comenzado a perder la memoria. Durante la noche, desde su lecho, escucha el sonido lejano de la montaña que él asocia con la presencia de la muerte. Otros temas que aborda en este texto son la naturaleza, el amor y la pasión. En su producción literaria destacan otros títulos como El lago (1954); Primera Nieve en el Monte Fuji (1958) que ofrece una mirada al Japón de la posguerra y una reflexión sobre los sentimientos y las contradicciones humanas; La casa de las bellas durmientes (1961) que se desarrolla en un establecimiento, situado a varias horas de Tokio, donde unos ancianos adinerados se entregan a un último placer: pagan por la compañía de hermosas y jóvenes vírgenes que duermen desnudas junto a ellos bajo los efectos de los narcóticos, ignorantes de su presencia; y en Kyoto (1962) profundiza en algunos de los aspectos recurrentes en su obra: la búsqueda de la belleza ideal, los misterios del alma humana y la relación entre los sexos. Asimismo, en su producción, sobresalen Las Historias de la palma de la mano (Tanagoko no shosetsu) que representaban, según palabras del mismo autor, la esencia de su arte. El escritor comenzó a escribir relatos cortos, convertidos en pequeñas joyas llenas de poder de ensoñación, en 1923, y siempre volvía a ellos cada cierto tiempo. El último de sus trabajos fue una reproducción, del tamaño de la palma de una mano, de una de sus obras más importantes País de Nieve, escrita poco antes de su muerte. En estas narraciones conviven diferentes temas como la soledad, el paso del tiempo, los rituales y la muerte. Especial importancia tiene su obra El maestro de go (1972), publicada póstumamente, que está escrita en clave autobiográfica. Este escritor fue presidente del PEN Club de su país y en 1968 fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura. Finalmente, el 16 de abril de 1972 el autor, enfermo y abatido, se suicida en su estudio en la ciudad de Zushi, inhalando gas.

 

Bibliografía

 

Betancor, Orlando. “El amargo sabor de la venganza, en Lo bello y lo triste de Yasunari Kawabata”. Espéculo 43. 2009. 25 agosto 2011. <http://www.ucm.es/info/especulo/numero43/kawabata.html>

 

Boardman, Gwenn R. “Kawabata Yasunari: A Critical Introduction”. Journal of Modern Literature 2. 1 (1971): 86-104.

 

Brown, Sidney DeVere. “Yasunari Kawabata (1899-1972): Tradition versus Modernity”. World Literature Today 62. 3 (1988): 375-379.

 

García Gutiérrez, Fernando. “El arte del té en Japón”. Laboratorio del arte: revista del Departamento de Historia del Arte 10 (1997): 195-210.

 

Kawabata, Yasunari. Mil grullas. Buenos Aires: Emecé, 2005.

 

Keene, Donald. Five Modern Japanese Novelists. New York: Columbia University Press, 2003.

 

Okakura, Kakuzo. El libro del té. México: Ediciones Coyoacán, 2000.

 

Petersen, Gwenn Boardman. The moon in the water: understanding Tanizaki, Kawabata, and Mishima. Honolulu: University Press of Hawaii, 1979.

 

Philiphs, Brian. “The Tyranny of Beauty: Kawabata”. The Hudson Review 59. 3 (2006): 419-428.

 

Tsukimura, Reiko. “A Thematic Study of the Works of Kawabata Yasunari”. The Journal-Newsletter of the Association of Teachers of Japanese 5. 2 (1968): 22-31.

 

 



[1] Es uno de los templos del budismo zen más conocidos del país del Sol Naciente, en la ciudad de Kamakura, situada al sur de Tokio.

[2] Petersen (1979), p. 150.

[3] Boardman (1971), p. 98.

[4] Escuela budista que tiende a alcanzar la iluminación mediante técnicas que evitan los esquemas conceptuales.

[5] García (1997), p. 196.

[6] Estera de juncos prensados que se utiliza en los suelos de las casas de Japón, y que mide 180 x 90 cm.

[7] Es un entrante o repisa en una de las paredes de una habitación de estilo japonés donde se sitúa una pintura colgante (kakemono) y también arreglos florales (ikebana).

[8] Okakura (2000), p. 28-29.

[9] Petersen (1979), p. 149.

[10] Boardman (1971), p. 98.

[11] Texto del prólogo de Amalia Sato en la edición de Mil grullas de la editorial Emecé del año 2005.

[12] Maestro del té, cuyo nombre original era Furuta Shigenari (1544-1615), que tuvo una gran influencia en este ritual y un estilo de cerámica para este ceremonial toma su nombre.

[13] Cerámicas de los hornos Oribe.

[14] Porcelana de Kyoto, producida por primera vez en el siglo XVI.

[15] Representante de la casa Raku que ocupó la posición de noveno maestro desde el año 1770 al 1825.

[16] Brown (1988), p. 377.

[17] Petersen (1979), p. 149.

[18] Betancor (2009).

[19] Brown (1988), p. 377.

[20] Texto del prólogo de Amalia Sato en la edición de Mil grullas de la editorial Emecé del año 2005.


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