Jacob Buganza
J.R.R. Tolkien es uno de
los escritores más famosos del siglo XX, sus obras son ampliamente conocidas y estudiadas
(incluso para la realización de doctorados). Es indudablemente uno de los grandes
representantes de la literatura fantástica de todos los tiempos. Ha dado grandes
historias a los lectores que se acercan a sus obras. El sudafricano (de origen inglés)
revivió las antiguas leyendas, mitos y cuentos nórdicos, así como anglosajones y
europeos en general. Muchos comentaristas apuntan esta idea ya que, en su novela más
importante (El señor de los anillos[1]) las espadas tienen nombre; los
personajes llegan a adquirir gran cantidad de sinónimos; sus creaciones tienen
conocimiento de su genealogía, etc. Dichos elementos son considerados propios de la
literatura antigua y medieval, como son en la antigüedad la Ilíada y la Odisea
de Homero; así como en el medievo el Amadís de
Rodríguez de Montalvo (que fue toda una saga, muchos escritores continuaron las historias
de sus descendientes)[2].
Ahora bien, tomando la
argumentación de este escrito, la cual es qué cosa sea la literatura fantástica, se
puede decir que Tolkien confiere a una peculiar facultad del hombre el hecho de la
creación fantástica. Dicha facultad es la imaginación.
¿Qué es la imaginación? Es, en efecto, una facultad humana en la cual, además de ser
la antesala para la abstracción, combina los elementos concretos con los que se ha tenido
experiencia. Por ejemplo, se puede tener experiencia de un caballo, es decir, haber tenido
contacto con él; además se puede tener contacto con un cuerno; si se combinan las dos
experiencias puede dar como resultado un unicornio, uno de los seres favoritos de la
literatura fantástica. A esta facultad, en este contexto, se le puede bautizar con el
nombre de fantasía. Se pueden tomar como
sinónimos.
A la creación que se
realiza por medio de la imaginación Tolkien la llama subcreación. Todo esto lo desarrolla el
sudafricano en su ensayo Sobre los cuentos de
hadas[3].
No es algo exclusivo de la literatura, sino que compete a todas las artes. Se debe entender artes en su sentido más
amplio, que es precisamente el que utilizaron los griegos y latinos.
Lo que sigue pareciera tener un denso olor filosófico, pero es necesario para la
clara captación de los conceptos. Las
cosas que existen sin la intervención humana son naturales, entre ellas el hombre; en
cambio, las cosas que crea el hombre, son artificiales, artefactos y ahí entra la
imaginación o fantasía.
Como es patente, el hombre
tiene capacidad creadora (no en un sentido estricto). En efecto, el verbo
crear en sentido estricto quiere decir el paso del no-ser al ser, cosa que es
propio de Dios (judia y cristianamente[4]).
Debe ser entendida más bien
como diría san Agustín: el hombre tiene capacidad de fabricación, que sería el significado del verbo
crear en sentido amplio, es decir, como analogía con Dios.
Los artefactos humanos se pueden dividir
en dos grandes grupos: los técnicos y los culturales (aunque podría haber otra
división, en ese caso en tres, en el cual se podría agrupar: la ciencia). Artefacto parece un término que
encaja perfectamente por su etimología latina: ars,
artis (arte) y del verbo facere, hacer. Se
puede decir que es lo que ha sido hecho con arte o por mano
humana.
La técnica tiene el sentido griego de
producir algo. Así se dice que la técnica (contemporáneamente hablando) es la
producción o fabricación de artefactos que sirven
para algo. la técnica es la actividad humana que fabrica utensilios o artefactos
que implican valor útil.[5]
Es producto de la técnica humana tanto una computadora que archive información como lo
es también un arma nuclear. La primera tiene como fin almacenar mientras que lo segundo
tiene como fin acabar con los vivientes.
La cultura es también un artefacto pero
no tiene in fin útil estrictamente, es como dice Babolin: la cultura es (tan solo)
expresión[6].
Es de la misma opinión Ocampo[7].
Una obra de arte es producida por el hombre pero, no le sirve para otra cosa que como
deleite y, en el caso del pintor, como expresión. La cultura es lo que ha creado el
hombre para deleitarse. La cultura puede ser entendida también como lo que fabrica el
hombre para la transmisión de una idea o de un significado[8].
Es así que una novela es producto del hombre en primera instancia y es también lo que
llamamos cultura porque transmite algo y da gozo. Aquí puede entrar la hermenéutica, no como teoría del conocimiento
estrictamente hablando, sino como teoría de la interpretación.
La hermenéutica es un método de comprensión e interpretación de culturas[9].
Tanto los artefactos
técnicos como los culturales son vestigios que ha ido dejando el hombre a través de los
milenios. Un vestigio puede ser una pirámide azteca o los simples niveles de una
construcción mesopotámica. Tanto la pirámide azteca como la construcción mesopotámica
tenían como fin primario, resguardar de las inclemencias del clima y, por tanto, no son
testimonios sino vestigios. Se explica dónde radica la diferencia. Los vestigios son los
artefactos que nos transmiten algo pero no era su primera intención hacerlo, en cambio
los testimonios si tienen como primera intención transmitir algo. Así, los textos
bíblicos como las casas mesopotámicas han sido artefactos producidos por el hombre, los
primeros con el afán de transmitir un pensamiento o una experiencia (y en este sentido
serían llamados cultura) y los segundos como refugio (y serían llamados técnica). Los
textos bíblicos son testimonio (como algo realizado con el fin de transmitir una idea) y
las casas mesopotámicas son vestigios, nos comunican algo del pasado, pero no era su fin
principal.
Tanto la cultura como la técnica no tienen su principio en sí mismas sino en el
hombre que las ha fabricado. He aquí la gran diferencia que tienen con la naturaleza.
Los productos culturales del hombre (discutiendo con Karl Popper) tienen existencia
propia pero sólo tienen valor en la medida en que son
comprendidos y disfrutados por el hombre.[10]
Habiendo pasado el trago
amargo que implica una distinción filosófica, seguiremos tratando acerca de la creación
fantástica según Tolkien. Así, para este autor, la creación debe ser coherente consigo
misma, es decir, debe tener verdad sintáctica
(aunque no son los términos que él utiliza), porque si no fuera así, no tendría
sentido el relato y dejaría de ser verosímil
para el lector. No importa si el relato tiene verdad semántica, simplemente que, al puro estilo
de Immanuel Kant, no se contradiga a sí mismo. La fantasía debe obedecer a sus propias
leyes, siempre de la misma manera.
Según Tolkien, si el
relato tiene dicha verdad sintáctica, produce
<<placer>> tanto al escritor como al lector que se ha dejado envolver por el
submundo del creador. <<La marca de la verdadera fantasía es el sello de
autenticidad, que permite diferenciarlo de lo que es falso y de las imitaciones, reside en
la cualidad del placer: el placer del creador ante el objeto que ha creado,
cuando está bien hecho, el placer del lector que ha caído bajo el hechizo del subcreador
y permanece durante un breve tiempo en este mundo secundario tan amorosa y cuidadosamente
elaborado>>[11].
Esto nos une con otro gran
escritor (a juicio mío, el mejor literato de cuentos cortos de fantasía y terror
cósmico del siglo XX) parcialmente influenciado en sus orígenes por Lord Dunsany[12].
Nos referimos al norteamericano Howard Phillips Lovecraft.
Para él <<los
cuentos sobre hechos extraordinarios tienen una problemática que debe ser superada para
lograr su credibilidad y esto sólo se puede conseguir tratando el tema con cuidado realismo>>[13]
(el subrayado es mío). En efecto, Lovecraft está tratando la misma categoría que
Tolkien cuando dice que debe ser lo más verosímil posible, buscando no violar las reglas
del mundo imaginado. <<Desde el punto de vista simbólico todo es rigurosamente
cierto>>[14].
A ese mundo imaginario creado por el escritor Lovecraft también lo llama creación en el sentido tolkieniano[15].
Otra cosa que aporta
Lovecraft a la comprensión de la literatura fantástica es que aquello que se salga de lo
cotidiano debe ser realmente fuera de lo normal,
tratando de que las causas sean lógicas, buscando siempre la verdad sintáctica (al igual
que Tolkien), ya que si no se cumplen las reglas del cuento pierde todo el sabor que pueda
brindarle al lector (e incluso al escritor).
Para muestra basta un
botón de la cautivante forma de narrar de Lovecraft, la cual, al igual que Tolkien, hacen
lo más verosímil que se pueda a la historia:
<<Después de
veintidós años de pesadilla y terror, mantenido solo por la desesperada convicción de
que ciertas impresiones que recibí proceden de mi imaginación, sigo siendo reacio a
garantizar la existencia de eso que creí descubrir en Australia occidental, en la noche
del 17 al 18 de julio, en 1935. Hay razones para esperar que mi experiencia fuera, total o
parcialmente, una alucinación; alucinación que, de hecho, puede achacarse a no pocas
causas. Y, sin embargo, su realismo fue tan espantozo que, a veces, encuentro tal
esperanza imposible>>.[16]
El estilo de ambos autores es
muy diverso. Mientras Tolkien tiende más a escribir poéticamente, con versos medidos y
utilizando elementos de la literatura europea antigua y medieval, converge plenamente con
Lovecraft en los puntos esenciales que se deben tener para realizar un escrito de dicha
naturaleza (en especial el realismo que ambos autores exigen para los escritos
fantásticos). Lovecraft es más oscuro, más terrorífico, más cautivante que Tolkien;
pero ambos tienen lo suyo, son grandes escritores del siglo XX.
Notas
[1] Cfr. TOLKIEN, J.R.R., El señor de los anillos. La comunidad del anillo, Minotauro, España, 1991; Cfr. TOLKIEN, J.R.R., El señor de los anillos. Las dos torres, Minotauro, España, 1991; Cfr. TOLKIEN, J.R.R., El señor de los anillos. El retorno del rey, Minotauro, España, 1991; Cfr. TOLKIEN, J.R.R., El hobbit, Minotauro, España, 1991; Cfr. TOLKIEN, J.R.R.,, El Silmarillion, Minotauro, España, 1993.
[2] Para ver un ejemplo de la influencia que
recayó en Tolkien, Cfr. BEOWULF and other old
english poems (translated by Constance B. Hieatt), Bentam books, United States of
America, 1967
[3] Publicado por Houghton miffin company en 1965
[4] Pues por testimonios y vestigios de épocas pasadas, se sabe que no todas las religiones ni culturas tienen la noción de creación en sentido estricto.
[5] SANABRIA, José Rubén, Introducción a la filosofía, Porrúa, México, 1976, p. 272
[6] Aunque con algunas variantes de lo que se viene diciendo, Cfr. BABOLIN, Sante, Cultura e inculturación, Universidad Pontificia de México, México, 2000
[7] Mientras que la técnica se caracteriza por su utilidad, la obra de arte es honesta o inútil desde el momento en que es objeto de contemplación. OCAMPO PONCE, Manuel, La importancia de la fundamentación metafísica para la comprensión de las dimensiones de la persona, Universidad Anáhuac del Sur, México, 2002, p. 29
[8] Cfr. SANABRIA, José Rubén, Introducción a la filosofía, op. cit., p. 269-271
[9] Cfr. YEPES STORK, Ricardo et ARANGUREN ECHEVARRÍA, Javier, Fundamentos de Antropología. Un ideal de la excelencia humana, Eunsa, España, 1994, p. 245
[10] SUÁREZ-ÍÑIGUEZ, La fuerza de la razón (introducción a la filosofía de Karl Popper), Patria, México, 2001, p. 116-117
[11] CARTER, Lin, Tolkien. El origen del señor de los anillos, Ediciones B, España, 2002, p. 136-137
[12] Una clara influencia de Lord Dunsany en Lovecraft se puede ver en LOVECRAFT, H.P., The dram-quest of unknown Kadath, DelRey, Canada, 1970
[13] LOVECRAFT, H.P., Notas sobre los escritos de literatura fantástica en LOVECRAFT, H.P., La noche del océano y otros escritos inéditos, Edaf, España, 1991, p. 175
[14] LLOPIS, Rafael, Los mitos de Cthulhu en LOVECRAFT, H.P et alli, Los mitos de Cthulhu, Alianza editorial, España, 1970, p. 40
[15] Cfr. LOVECRAFT, H.P., Notas sobre los escritos de literatura fantástica en LOVECRAFT, H.P., La noche del océano y otros escritos inéditos, Edaf, España, 1991, p. 176
[16] LOVECRAFT, H.P., La sombra más allá del tiempo en LOVECRAFT, H.P., El que acecha en la oscuridad, Edaf, España, 2001, p. 19