Santo oficio de la memoria ¿evocación o ficción?
María
del Carmen Castañeda Hernández
Universidad
Autónoma de Baja California
Estamos
hechos de pasado y volverlo inteligible
es
también tratar de conocernos mejor
Tzevetan
Todorov
El propósito de dar
significado a los hechos humanos para interpretarlos y entenderlos pertenece
tanto a la literatura como a la historia. La historia brinda el discernimiento
del pasado que cumple con la necesidad de dar sentido y comprender los
acontecimientos. La literatura, principalmente la narrativa, es el recurso que
posee la memoria para relatar la historia de lo que fue. Reflexionar lo pasado
es pensarlo; inmortalizar lo pasado es obligarse a contarlo.
“No hay literatura
sin memoria” afirma Juan Marsé. Esta aseveración será siempre válida ya que la
memoria de lo acontecido sigue estando siempre vigente en los textos escritos.
En literatura, como
dice Karl Kohut, asociamos la memoria con géneros literarios que evocan el
pasado como la novela, el teatro y la poesía, al igual que la biografía y la
autobiografía. En todos estos géneros o subgéneros, la literatura se aproxima a
una disciplina semejante: la historiografía.
Michel
de Certeau aclara en Historia y psicoanálisis, entre ciencia y ficción que
la historiografía decimonónica, “por su lucha contra la fabulación genealógica,
contra los mitos y las leyendas de la memoria colectiva o contra las derivas de
la circulación oral […] crea una distancia en relación al decir y al creer
comunes” (1998:51) para certificarse como
“conveniente” y diferente al “discurso oficial”.
La
memoria colectiva comprende, de acuerdo con Jan Assmann, las reminiscencias
compartidas por los individuos que han vivido en un tiempo y espacio
determinado, así como los recuerdos de sucesos de un pasado lejano y
definitivo, que pertenecen a una historia ancestral o mítica.
Para
Aleida Assmann la memoria individual abarca la memoria episódica, la semántica
y la motórica; la memoria colectiva se refiere a experiencias de una comunidad,
y la memoria cultural se basa, no sólo en el proceso restringido de recuerdos
de una comunidad y una generación, sino en largos periodos de tiempo que se
presentan en forma de ritos, monumentos, edificios u obras escritas que
perduran a lo largo de la historia de una determinada sociedad.
Tomar en cuenta la
memoria colectiva representa relacionar acontecimientos, memorias individuales
y la imaginación en un texto historiográfico, aproximándolo a los textos de
ficción, es decir, la literatura como un discurso lógico de la historia y la
ficción que la vuelve imaginable y significativa.
El presente
histórico establece el punto de referencia para la memoria colectiva,
abstracción que aglutina una multitud indefinida de variantes.
Según Jean Bessière, el relato literario
reproduce estructuralmente las singularidades espacio-temporales de la relación memoria-literatura y expresa
que el pasado es lo que otorga fuerza al acto de la narración del presente y
señala que “el juego de la fuerza y del acto no es el juego de la causa y del
efecto, sino el de una actualización paradójica, que muestra los momentos del
tiempo como copresentes respecto de sí mismos” (Bessière, 2004: 7).
Y
es precisamente esta incongruencia la que podemos constatar en Santo Oficio
de la memoria, donde pasado y presente conviven en el acto de la narración.
En oposición a la estructura del relato tradicional histórico o el de cierta
tradición literaria que establece lo secuencial y cronológico como pauta a
seguir, la novela de Giardinelli rompe con la lógica del tiempo lineal y
responde a una lógica distinta, propia de la memoria individual discontinua que
está al mismo tiempo atravesada por lo que podemos llamar “el tiempo
colectivo”. Esta lógica supone conocerse a sí mismo y al entorno desde una
perspectiva circunstancial que examina los significados del mundo y de las
historias, desde otro ámbito.
El debate
sobre la memoria en Latinoamérica entraña una incursión a la vida política y
cultural de la década de los setenta y a las problemáticas surgidas por la
instauración de la violencia sin precedentes, instalada y sostenida por
diferentes sectores sociales.
Santo
oficio de la memoria es más que un texto
puramente literario es una representación estética de la memoria, de la memoria colectiva.
La literatura constituye sólo una parte
de la memoria colectiva, pero como dice Kohut se trata de una parte
privilegiada.
La memoria colectiva es, ciertamente,
una memoria política y que, según Hugo Vezzetti, se fundamenta en una práctica
social que implica acciones destinadas, no a fijar el pasado, sino a facilitar
su indagación y que precisa de elementos, sustentos e instrumentos que se encuentran
en el texto literario: “Me interesa situar la memoria en un espacio de
problemas, que se abren en la medida en que no se trata sólo de la recuperación
testimonial ni de las construcciones fijadas del pasado sino de una dimensión
abierta a una práctica de la inteligencia”. (Vezzetti 2002:34)
La mención
que hace Vezzetti sobre la práctica social nos lleva a reflexionar sobre el
conflicto de considerar a la memoria colectiva no como un desarrollo estable
sino como procesos de construcción de memorias. Elizabeth Jelin opina: “Lo
colectivo de las memorias es el entretejido de tradiciones y memorias
individuales, en diálogo con otros, en estado de flujo constante, con alguna
organización social y con alguna estructura, dada por códigos culturales
compartidos” (Jelin 2001: 22)
Norbert Lechner y Pedro Güell han
denominado a estos elementos como la “verdad de la memoria”, es decir, el juego
de significaciones establecido entre hechos y ficción.
En Santo
oficio de la memoria se percibe un tiempo circunscrito por referentes
determinados que permiten un marco en el cual coexisten tantos tiempos como
subjetividades existen. La memoria surge no como un paradigma universal
absoluto y concluyente sino como
proyecciones que se ocupan de su propia lógica temporal y que desarticulan la
linealidad del relato cronológico para dar lugar a la duda, a la imprecisión
temporal y a la imaginación.
Así, la memoria organiza otra forma de
leer, diferente de la historia. Si bien la memoria es social y colectiva, pues
como plantea Paul Ricoeur, se evoca también con los recuerdos de los otros, la
subjetividad que la articula detona otras perspectivas como la emotiva y la
afectiva que la Historia no toma en cuenta.
En La memoria, la historia y el
olvido, Ricoeur sugiere que no debe existir una subordinación entre
historia y memoria, ya que en conjunto participan en la representación del
pasado y el vínculo con el pasado es el enlace directo de la memoria, y plantea
la relación entre memoria e imaginación.
La lectura del tiempo pasado que efectúa
Ricoeur se enfoca también en el olvido que: “es percibido como un atentado
contra la fiabilidad de la memoria, la muerte anunciada de los recuerdos”.
(2004:357)
Para construir su identidad el ser
humano necesita la historia y la memoria, una “identidad narrativa”. De modo
que la escritura se convierte en la
frontera entre la memoria y la historia.
Aleida Assman señala tres dimensiones de
la memoria: su relación con la identidad personal, con la historia y con la
nación.
Pierre Nora observa que cuando la
memoria se asocia a los individuos existe una frontera clara entre memoria e
historia: los individuos tienen su memoria,
las sociedades su historia pero la
colectivización de la memoria ha suprimido esta noción. El término memoria ha adquirido un sentido tan
general que usualmente reemplaza a “[...] el término historia, y a poner la práctica de la historia al servicio de la
memoria”. (Nora 2008: 29)
Asimismo Nora define el concepto de
memoria como aquellos ámbitos donde se concreta y alberga la memoria, ámbitos “en
los tres sentidos de la palabra, material, simbólico y funcional, pero simultáneamente
en grados diverso”. (Nora, 2008: 33)
Nora hace una distinción entre historia
y memoria: la memoria es la vida, es absoluta, arraigada en lo concreto, el
espacio, el gesto, la imagen y el objeto, en permanente evolución y con constantes
distorsiones; expuesta al razonamiento del recuerdo y del olvido. También es
afectiva, mágica, múltiple, colectiva, plural e individualizada. Por otro lado,
la historia es la reconstrucción inconstante e incompleta de la representación
del pasado: una operación intelectual, inherente, que conlleva un discurso crítico
y que pertenece a todo y a nadie.
Para Nora la única relación entre
historia y memoria es desde la perspectiva de análisis de las ciencias
sociales, es decir, reconstruir la historia nacional alrededor de los “lugares
de memoria”.
Esta reconstrucción de la historia
nacional argentina es lo que Mempo Giardinelli logra en la novela que nos
ocupa.
La estructura de Santo oficio de la memoria está determinada por el relato de sus
personajes femeninos a través de una memoria que se entreteje en oposición con
la exégesis oficial. Así, el relato principal es el de la memoria subjetiva y
sirve para fundamentar la identidad:
Franca dice:
-No era normal
que él cambiara sus decisiones, pero el argumento de la mujer fue que esa
mañana amasaría panciotti, y si él tenía
una debilidad culinaria ésa era los panciotti
que amasaba ella, habilidad que muchos años más tarde heredarían todas sus
nietas menos yo. Antonio prometió estar de regreso con el tren de las doce y
media.
En el exacto
mediodía -contaría años después Angela Stracciattivaglini a su hijo Gaetano, y
éste a su hijo Enrico, y Enrico a su hijo Pedro, y Gaetano y Enrico y Pedro y
ella a mí, como yo ahora a usted- empezó a sentirse inquieta y desasosegada y
nerviosa. (1997:19)
Yuri Lotman dice que la escritura es también una forma de la memoria.
Para Lotman la correlación entre literatura escrita y mito
puede ser explorada en dos aspectos: el evolutivo y el tipológico. En el
primero, el mito irrumpe en los textos literarios artísticos como fragmentos que
han perdido ya su significado inicial. Por lo tanto, mito y literatura nunca
coexisten en el tiempo.
En el segundo aspecto, mito y literatura son ideados como mundos
culturales independientes, organizados inseparablemente desde el punto de vista
estructural.
El cruce lleva al choque intertextual del mito en la literatura a través del
tiempo circular, un eterno retorno que fisura la cosmovisión occidental
adquirida en un orden hegemónico, orden que a su vez se reproduce por la
sucesión lineal de la escritura. En este sentido la palabra de todos se individualiza
y por lo tanto se desacraliza, se “despoetiza”.
De
acuerdo a su autor, Santo oficio de la memoria debió haber sido una novela sobre la
guerra de Malvinas[1].
Giardinelli explica que al enterarse el 20 de abril de 1982, desde México, de
la inminencia de la guerra, pensó en escribir sobre ese acontecimiento. Pero se
decidió por escribir una novela sobre la memoria, que ostenta una perspectiva
tanto individual como colectiva y que, con los diferentes puntos de vista de
los personajes, nos hace testigos de la formación de una cultura nacional.
Como ejemplo tenemos el fragmento siguiente:
Yo no
sé por qué en todo el mundo se interesan tanto por el peronismo. Lo consideran
un fenómeno incomprensible, una ilusión óptica, un pase de magia, casi un
sinónimo de la Argentina moderna. Explicar a los argentinos es como intentar
una axiología de la inconsciencia. Y el peronismo es su aspecto más
indescifrable. Pero yo me largué como un gil. (1997:325)
En la
novela de Giardinelli nos encontramos con el relato autobiográfico de los
personajes en el que la función del recuerdo, de la memoria personal, logra una
narración de indiscutible calidad literaria.
Cada
narrador funciona como testigo de una hazaña colectiva, como recaudador y
compilador anónimo de una serie de testimonios y de fuentes que presentan
diversos modos de la narración oral.
La polifonía se
presenta como artificio retórico para revelar una manifestación más compleja: las
voces de una identidad, la transmisión de una cultura. Esta pluralidad de voces
reproduce el anonimato colectivo, pero siempre aparece un narrador primordial,
que en una suerte de contrapunto coral funciona como la voz del pueblo.
Santo oficio de la memoria
presenta elementos biográficos y vivencias personales que se mezclan con el
discurso novelesco y la ficción.
De manera que
podemos constatar que la intención del escritor en la novela es la de dilucidar
el presente a partir de las experiencias pasadas. La reconstrucción de las
cuatro generaciones de los Domeniconelle representa, hasta cierto punto, la
historia de Argentina.
En
una entrevista el autor habla de la estructura coral en donde “las voces son
muchas, y todas disonantes, disociadas, caóticas. Como la memoria”. (Giardinelli
1997:270)
El
futuro está presentido por el pasado. La tragedia revolotea alrededor de los varones
de la familia.
En
el tiempo presente de la narración, los dos hombres en medio de ese remolino de
figuras femeninas representan el destino trágico. Pedro enfrenta a la fatalidad
de que al regresar encontrará la muerte que le vaticina el coro de voces
femeninas. Así como dice Ricoeur, deberá “mostrar cómo la dimensión epistémico,
veritativa de la memoria se compagina con la dimensión pragmática vinculada a
la idea de ejercicio de la memoria”. (2004:79).
El
personaje que sirve como “transcriptor” para estructurar la novela y, por lo
tanto la historia y memoria, es el “el Tonto de la buena memoria”.
El
Tonto de la buena memoria y la buena caligrafía es el único personaje
innominado en la novela, es el director tras bastidores. Conforma avanza el
relato, el lector percibe cada vez con mayor intensidad su presencia. Se vuelve
en el mediador entre los hablantes, en receptor que al mismo tiempo establece
un diálogo. Él recuerda, escucha, ordena y fija en la memoria esas voces
heterogéneas.
Memoria,
historia, viaje, recuerdo, exilio y olvido son los temas recurrentes que brotan
incesantemente en Santo oficio de la
memoria.
Al
final, el Tonto con su mirada, su memoria y su escritura perturbadora y
obsesiva perturba y provoca el desasosiego y recelo. Él también acepta que su
memoria está formada de “olvidos transitorios” (Giardinelli 1997:539), sino que
su escritura comienza a reflejar los problemas de su aislamiento físico e
interno.
De manera que el olvido
se vuelve la otra cara de la memoria, de la inmanencia, de la vida para
asentarse en el presente y aceptar los retos que presente el futuro.
Obras
consultadas
Assmann, Aleida.
Assmann, Jan. Das
kulturelle Gedächtnis: Schrift, Erinnerung und politische Identität in frühen
Hoch-kulturen, München: Deutscher
Taschenbuchverlag, 1992.
Bessière,
Jean. Las dificultades de la literatura y
la memoria. Paris: Press de la Sorbonne Nouvelle, 2004.
de Certeau,
Michel. Historia y
psicoanálisis, México:
Universidad Iberoamericana, 2003.
Giardinelli, Mempo. Santo oficio de la memoria, Argentina: Seix
Barral, 1997.
Jelin, Elizabeth. Los trabajos
de la memoria, Madrid: Siglo veintiuno 2001.
Kohut, Karl Literatura
y memoria Cahiers du CRICCAL
No 30. Paris: Press de
la Sorbonne Nouvelle 2003.
Lotman, Yuri M. La Semiósfera II, Madrid: Fróensis
Cátedra, 1998.
Nora, Pierre. Les lieux de mémoire, prólogo de José Rilla, Montevideo: Trilce
2008.
Norbert Lechner y Pedro Güell,
“Construcción social de las memorias en la transición chilena” en Jelin, Elizabeth
y Kaufman, Susana G. (Comps.) Subjetividad y figuras de la memoria. Buenos Aires: Siglo XXI, 2006.
Ricoeur,
Paul, Temps et récit. Paris: Seuil,
1983-85.
___________, La historia, la
memoria y el olvido, Madrid: Trotta, 2004
Tzvetan Todorov, El jardín imperfecto. Luces y sombras del pensamiento humanista, Barcelona: Paidós, 1999.
Vezzetti, Hugo Pasado y presente. Guerra, dictadura y sociedad en
la Argentina, Buenos Aires: SXXI, 2002.