Sincronía Fall 2011


Santo oficio de la memoria ¿evocación o ficción?

 

María del Carmen Castañeda Hernández

Universidad Autónoma de Baja California


 

 

 

Estamos hechos de pasado y volverlo inteligible

es también tratar de conocernos mejor

Tzevetan Todorov

 

 

El propósito de dar significado a los hechos humanos para interpretarlos y entenderlos pertenece tanto a la literatura como a la historia. La historia brinda el discernimiento del pasado que cumple con la necesidad de dar sentido y comprender los acontecimientos. La literatura, principalmente la narrativa, es el recurso que posee la memoria para relatar la historia de lo que fue. Reflexionar lo pasado es pensarlo; inmortalizar lo pasado es obligarse a contarlo.

“No hay literatura sin memoria” afirma Juan Marsé. Esta aseveración será siempre válida ya que la memoria de lo acontecido sigue estando siempre vigente en los textos escritos.

En literatura, como dice Karl Kohut, asociamos la memoria con géneros literarios que evocan el pasado como la novela, el teatro y la poesía, al igual que la biografía y la autobiografía. En todos estos géneros o subgéneros, la literatura se aproxima a una disciplina semejante: la historiografía.

Michel de Certeau aclara en Historia y psicoanálisis, entre ciencia y ficción que la historiografía decimonónica, “por su lucha contra la fabulación genealógica, contra los mitos y las leyendas de la memoria colectiva o contra las derivas de la circulación oral […] crea una distancia en relación al decir y al creer comunes” (1998:51) para certificarse como  “conveniente” y diferente al “discurso oficial”.

La memoria colectiva comprende, de acuerdo con Jan Assmann, las reminiscencias compartidas por los individuos que han vivido en un tiempo y espacio determinado, así como los recuerdos de sucesos de un pasado lejano y definitivo, que pertenecen a una historia ancestral o mítica.

Para Aleida Assmann la memoria individual abarca la memoria episódica, la semántica y la motórica; la memoria colectiva se refiere a experiencias de una comunidad, y la memoria cultural se basa, no sólo en el proceso restringido de recuerdos de una comunidad y una generación, sino en largos periodos de tiempo que se presentan en forma de ritos, monumentos, edificios u obras escritas que perduran a lo largo de la historia de una determinada sociedad.

Tomar en cuenta la memoria colectiva representa relacionar acontecimientos, memorias individuales y la imaginación en un texto historiográfico, aproximándolo a los textos de ficción, es decir, la literatura como un discurso lógico de la historia y la ficción que la vuelve imaginable y significativa.

El presente histórico establece el punto de referencia para la memoria colectiva, abstracción que aglutina una multitud indefinida de variantes.

 Según Jean Bessière, el relato literario reproduce estructuralmente las singularidades espacio-temporales  de la relación memoria-literatura y expresa que el pasado es lo que otorga fuerza al acto de la narración del presente y señala que “el juego de la fuerza y del acto no es el juego de la causa y del efecto, sino el de una actualización paradójica, que muestra los momentos del tiempo como copresentes respecto de sí mismos” (Bessière, 2004: 7).

 Y es precisamente esta incongruencia la que podemos constatar en Santo Oficio de la memoria, donde pasado y presente conviven en el acto de la narración. En oposición a la estructura del relato tradicional histórico o el de cierta tradición literaria que establece lo secuencial y cronológico como pauta a seguir, la novela de Giardinelli rompe con la lógica del tiempo lineal y responde a una lógica distinta, propia de la memoria individual discontinua que está al mismo tiempo atravesada por lo que podemos llamar “el tiempo colectivo”. Esta lógica supone conocerse a sí mismo y al entorno desde una perspectiva circunstancial que examina los significados del mundo y de las historias, desde otro ámbito.

El debate sobre la memoria en Latinoamérica entraña una incursión a la vida política y cultural de la década de los setenta y a las problemáticas surgidas por la instauración de la violencia sin precedentes, instalada y sostenida por diferentes sectores sociales.

Santo oficio de la memoria es más que un texto puramente literario es una representación estética de la memoria, de la memoria colectiva. 

La literatura constituye sólo una parte de la memoria colectiva, pero como dice Kohut se trata de una parte privilegiada.

La memoria colectiva es, ciertamente, una memoria política y que, según Hugo Vezzetti, se fundamenta en una práctica social que implica acciones destinadas, no a fijar el pasado, sino a facilitar su indagación y que precisa de elementos, sustentos e instrumentos que se encuentran en el texto literario: “Me interesa situar la memoria en un espacio de problemas, que se abren en la medida en que no se trata sólo de la recuperación testimonial ni de las construcciones fijadas del pasado sino de una dimensión abierta a una práctica de la inteligencia”. (Vezzetti 2002:34)

La mención que hace Vezzetti sobre la práctica social nos lleva a reflexionar sobre el conflicto de considerar a la memoria colectiva no como un desarrollo estable sino como procesos de construcción de memorias. Elizabeth Jelin opina: “Lo colectivo de las memorias es el entretejido de tradiciones y memorias individuales, en diálogo con otros, en estado de flujo constante, con alguna organización social y con alguna estructura, dada por códigos culturales compartidos” (Jelin 2001: 22)

Norbert Lechner y Pedro Güell han denominado a estos elementos como la “verdad de la memoria”, es decir, el juego de significaciones establecido entre hechos y ficción.

En Santo oficio de la memoria se percibe un tiempo circunscrito por referentes determinados que permiten un marco en el cual coexisten tantos tiempos como subjetividades existen. La memoria surge no como un paradigma universal absoluto y concluyente  sino como proyecciones que se ocupan de su propia lógica temporal y que desarticulan la linealidad del relato cronológico para dar lugar a la duda, a la imprecisión temporal y a la imaginación.

Así, la memoria organiza otra forma de leer, diferente de la historia. Si bien la memoria es social y colectiva, pues como plantea Paul Ricoeur, se evoca también con los recuerdos de los otros, la subjetividad que la articula detona otras perspectivas como la emotiva y la afectiva que la Historia no toma en cuenta.

En La memoria, la historia y el olvido, Ricoeur sugiere que no debe existir una subordinación entre historia y memoria, ya que en conjunto participan en la representación del pasado y el vínculo con el pasado es el enlace directo de la memoria, y plantea la relación entre memoria e imaginación.

La lectura del tiempo pasado que efectúa Ricoeur se enfoca también en el olvido que: “es percibido como un atentado contra la fiabilidad de la memoria, la muerte anunciada de los recuerdos”. (2004:357)

Para construir su identidad el ser humano necesita la historia y la memoria, una “identidad narrativa”. De modo que la escritura se convierte  en la frontera entre la memoria y la historia.

Aleida Assman señala tres dimensiones de la memoria: su relación con la identidad personal, con la historia y con la nación.

Pierre Nora observa que cuando la memoria se asocia a los individuos existe una frontera clara entre memoria e historia: los individuos tienen su memoria, las sociedades su historia pero la colectivización de la memoria ha suprimido esta noción. El término memoria ha adquirido un sentido tan general que usualmente reemplaza a “[...] el término historia, y a poner la práctica de la historia al servicio de la memoria”. (Nora 2008: 29)

Asimismo Nora define el concepto de memoria como aquellos ámbitos donde se concreta y alberga la memoria, ámbitos “en los tres sentidos de la palabra, material, simbólico y funcional, pero simultáneamente en grados diverso”. (Nora, 2008: 33)

Nora hace una distinción entre historia y memoria: la memoria es la vida, es absoluta, arraigada en lo concreto, el espacio, el gesto, la imagen y el objeto, en permanente evolución y con constantes distorsiones; expuesta al razonamiento del recuerdo y del olvido. También es afectiva, mágica, múltiple, colectiva, plural e individualizada. Por otro lado, la historia es la reconstrucción inconstante e incompleta de la representación del pasado: una operación intelectual, inherente, que conlleva un discurso crítico y que pertenece a todo y a nadie.

Para Nora la única relación entre historia y memoria es desde la perspectiva de análisis de las ciencias sociales, es decir, reconstruir la historia nacional alrededor de los “lugares de memoria”.

Esta reconstrucción de la historia nacional argentina es lo que Mempo Giardinelli logra en la novela que nos ocupa.

La estructura de Santo oficio de la memoria está determinada por el relato de sus personajes femeninos a través de una memoria que se entreteje en oposición con la exégesis oficial. Así, el relato principal es el de la memoria subjetiva y sirve para fundamentar la identidad:

Franca dice:

-No era normal que él cambiara sus decisiones, pero el argumento de la mujer fue que esa mañana amasaría panciotti, y si él tenía una debilidad culinaria ésa era los panciotti que amasaba ella, habilidad que muchos años más tarde heredarían todas sus nietas menos yo. Antonio prometió estar de regreso con el tren de las doce y media.

En el exacto mediodía -contaría años después Angela Stracciattivaglini a su hijo Gaetano, y éste a su hijo Enrico, y Enrico a su hijo Pedro, y Gaetano y Enrico y Pedro y ella a mí, como yo ahora a usted- empezó a sentirse inquieta y desasosegada y nerviosa. (1997:19)

 

Yuri Lotman dice que la escritura es también una forma de la memoria. Para Lotman  la  correlación entre literatura escrita y mito puede ser explorada en dos aspectos: el evolutivo y el tipológico. En el primero, el mito irrumpe en los textos literarios artísticos como fragmentos que han perdido ya su significado inicial. Por lo tanto, mito y literatura nunca coexisten en el tiempo.

En el segundo aspecto, mito y literatura son ideados como mundos culturales independientes, organizados inseparablemente desde el punto de vista estructural.
El cruce lleva al choque intertextual del mito en la literatura a través del tiempo circular, un eterno retorno que fisura la cosmovisión occidental adquirida en un orden hegemónico, orden que a su vez se reproduce por la sucesión lineal de la escritura. En este sentido la palabra de todos se individualiza y por lo tanto se desacraliza, se “despoetiza”.

De acuerdo a su autor,  Santo oficio de la memoria debió haber sido una novela sobre la guerra de Malvinas[1]. Giardinelli explica que al enterarse el 20 de abril de 1982, desde México, de la inminencia de la guerra, pensó en escribir sobre ese acontecimiento. Pero se decidió por escribir una novela sobre la memoria, que ostenta una perspectiva tanto individual como colectiva y que, con los diferentes puntos de vista de los personajes, nos hace testigos de la formación de una cultura nacional.

Como  ejemplo tenemos el fragmento siguiente:

Yo no sé por qué en todo el mundo se interesan tanto por el peronismo. Lo consideran un fenómeno incomprensible, una ilusión óptica, un pase de magia, casi un sinónimo de la Argentina moderna. Explicar a los argentinos es como intentar una axiología de la inconsciencia. Y el peronismo es su aspecto más indescifrable. Pero yo me largué como un gil. (1997:325)

 

En la novela de Giardinelli nos encontramos con el relato autobiográfico de los personajes en el que la función del recuerdo, de la memoria personal, logra una narración de indiscutible calidad literaria.

Cada narrador funciona como testigo de una hazaña colectiva, como recaudador y compilador anónimo de una serie de testimonios y de fuentes que presentan diversos modos de la narración oral.

La polifonía se presenta como artificio retórico para revelar una manifestación más compleja: las voces de una identidad, la transmisión de una cultura. Esta pluralidad de voces reproduce el anonimato colectivo, pero siempre aparece un narrador primordial, que en una suerte de contrapunto coral funciona como la voz del pueblo.

Santo oficio de la memoria presenta elementos biográficos y vivencias personales que se mezclan con el discurso novelesco y la ficción.

De manera que podemos constatar que la intención del escritor en la novela es la de dilucidar el presente a partir de las experiencias pasadas. La reconstrucción de las cuatro generaciones de los Domeniconelle representa, hasta cierto punto, la historia de Argentina.

En una entrevista el autor habla de la estructura coral en donde “las voces son muchas, y todas disonantes, disociadas, caóticas. Como la memoria”. (Giardinelli 1997:270)

El futuro está presentido por el pasado. La tragedia revolotea alrededor de los varones de la familia.

En el tiempo presente de la narración, los dos hombres en medio de ese remolino de figuras femeninas representan el destino trágico. Pedro enfrenta a la fatalidad de que al regresar encontrará la muerte que le vaticina el coro de voces femeninas. Así como dice Ricoeur, deberá “mostrar cómo la dimensión epistémico, veritativa de la memoria se compagina con la dimensión pragmática vinculada a la idea de ejercicio de la memoria”. (2004:79).

El personaje que sirve como “transcriptor” para estructurar la novela y, por lo tanto la historia y memoria, es el “el Tonto de la buena memoria”.

El Tonto de la buena memoria y la buena caligrafía es el único personaje innominado en la novela, es el director tras bastidores. Conforma avanza el relato, el lector percibe cada vez con mayor intensidad su presencia. Se vuelve en el mediador entre los hablantes, en receptor que al mismo tiempo establece un diálogo. Él recuerda, escucha, ordena y fija en la memoria esas voces heterogéneas.

Memoria, historia, viaje, recuerdo, exilio y olvido son los temas recurrentes que brotan incesantemente en Santo oficio de la memoria.

Al final, el Tonto con su mirada, su memoria y su escritura perturbadora y obsesiva perturba y provoca el desasosiego y recelo. Él también acepta que su memoria está formada de “olvidos transitorios” (Giardinelli 1997:539), sino que su escritura comienza a reflejar los problemas de su aislamiento físico e interno.

De manera que el olvido se vuelve la otra cara de la memoria, de la inmanencia, de la vida para asentarse en el presente y aceptar los retos que presente el futuro.

 

 

 

Obras consultadas

 

Assmann, Aleida. 1999. Erinnerungsräume. Espacios de memoria. Formen und Wandlungen des kulturellen Gedächtnisses . Formas y transformaciones de la memoria cultural. München. Munich, C. H. Beck, 1999.

 

Assmann, Jan. Das kulturelle Gedächtnis: Schrift, Erinnerung und politische Identität in frühen Hoch-kulturen, München: Deutscher Taschenbuchverlag, 1992.

 

Bessière, Jean. Las dificultades de la literatura y la memoria. Paris: Press de la Sorbonne Nouvelle, 2004.

 

de Certeau, Michel. Historia y psicoanálisis, México: Universidad Iberoamericana, 2003.

 

Giardinelli, Mempo. Santo oficio de la memoria, Argentina: Seix Barral, 1997.

 

Jelin, Elizabeth. Los trabajos de la memoria, Madrid: Siglo veintiuno 2001.

 

Kohut, Karl  Literatura y memoria  Cahiers du CRICCAL No 30. Paris: Press de la Sorbonne Nouvelle 2003.

Lotman, Yuri M. La Semiósfera II, Madrid: Fróensis Cátedra, 1998.

Nora, Pierre. Les lieux de mémoire, prólogo de José Rilla, Montevideo: Trilce 2008.

 

Norbert Lechner y Pedro Güell, “Construcción social de las memorias en la transición chilena” en Jelin, Elizabeth y Kaufman, Susana G. (Comps.) Subjetividad y figuras de la memoria. Buenos Aires: Siglo XXI, 2006.

 

Ricoeur, Paul, Temps et récit. Paris: Seuil, 1983-85. 

___________, La historia, la memoria y el olvido, Madrid: Trotta, 2004

 

Tzvetan Todorov, El jardín imperfecto. Luces y sombras del pensamiento humanista, Barcelona: Paidós, 1999.

 

Vezzetti, Hugo Pasado y presente. Guerra, dictadura y sociedad en la Argentina, Buenos Aires: SXXI, 2002.

 

 

 



[1] Mempo Giardinelli sobre Santo oficio de la memoria www.Literatura.Org/Giardinelli/Mempo.html

 


Sincronía Fall 2011