Sincronía Fall 2006


REFLEXIÓN DE LA FORMACIÓN DOCENTE Y LA CAPACITACIÓN EN LA UNIVERSIDAD DE GUADALAJARA

 

Angelica Cázares Alvarado


 

Resumen

El presente documento, pretende realizar una reflexión sobre la política de formación docente de la Universidad de Guadalajara, en lo que respecta a su origen, el diseño, la implementación de la política, centrando la atención en el docente como usuario de la política convertida en un programa de acción, entre la institucionalidad y la practicidad, entre el discurso político y su función.

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Para iniciar el presente documento se parte de la reflexión sobre el quehacer de las universidades en la actualidad, con relación a su personal académico, el cómo se percibe a la realidad y cuál sería el reto en un futuro inmediato, pensando en una sociedad cambiante, las instituciones  pueden ser vulnerables de múltiples factores,

y por consecuencia en el futuro de lo que se espera de  su profesorado.

 

Al analizar la sociedad que forma parte de la universidad como institución educativa, apenas si guarda algunas características o formas de hace 20 años, sobre todo a partir del nacimiento de las tecnologías de la información, la insistencia en la especialización continua en los distintos ámbitos del conocimiento, la crítica a los métodos de enseñanza “tradicionales”, las nuevas actitudes sociales, y el debate sobre que debe enseñarse, la imprescindible formación continua de los sujetos, y el impacto que genera la opinión pública a través de los distintos medios de comunicación entre otros influyen en el escenario de la universidad y los sujetos que conviven en la institución.

 

Es posible decir que la universidad ha cambiado a pesar de que todavía la metodología instruccional en muchos de los casos sigue persistiendo  algunas practicas de esa naturaleza. Además cabe decir que la universidad ya no es de privilegios entre clases sociales, la democracia que existe en la mayoría de los países –como México- ha permitido que la universidad sea para todos aquellos que quieran acceder a estudiar una profesión y se tienen posibilidades de que esto suceda, en la medida en que existan en número la cantidad de lugares para cada una de las carreras y según lo establecido en los planes y políticas  gubernamentales del sector educativo; acorde a los indicadores de resultados que se presentan en las respectivas evaluaciones acorde a los indicadores puestos por políticas gubernamentales del sector educativo.

 

Por lo anterior y en el contexto de la profesión académica, si la formación de los sujetos es compleja, la profesión docente universitaria como consecuencia también lo es, y además se va incrementando en la mediada que el cambio radical y vertiginoso de las estructuras sociales, científicas y educativas, las cuales se apoyan en el sentido institucional del sistema educativo con sus propias características.

 

En las universidades es común encontrar que los profesores que ingresan, tienen un  perfil profesional o de investigación, pero son menos los que cuentan con formación específica para la docencia, si además la formación que llegan a recibir; “está  aún enormemente organizada en torno a las lógicas disciplinarias; funciona por especialización y fragmentación (…)” (Tardif, 2004:177). Razón por la que las instituciones de educación superior solventan mediante acciones como lo son cursos de capacitación y actualización docente, en algunos casos aislados y en otros con programas institucionalizados.

 

Desde los años setenta, la Universidad de Guadalajara ha desarrollado acciones de formación docente, las cuales estuvieron inconexas, carentes de una visión institucional de conjunto y sin seguimiento de sus resultados. Como primera dependencia dedicada a la formación de los profesores, aparece en 1995 la Dirección de Formación Docente, con la creación del Sistema de Educación Media Superior, sin embargo la capacitación se dirigía solo a profesores del nivel de bachillerato. El Sindicato de Trabajadores Académicos de la Universidad de Guadalajara (STAUDEG) en 1999, exige en la revisión contractual sistematizar la capacitación de sus agremiados. Por lo que la institución establece el Programa Institucional de Capacitación y Actualización para la Superación Académica (PICASA), “para integrar una política de formación de sus recursos humanos, que posibilite enfrentar los problemas de formación y profesionalización del personal académico” (Coordinación General Académica, CGA, 1999:7), acorde a lo establecido en el libro Certidumbre y Esperanza. Plan Institucional de Desarrollo 1995-2001 (UDEG, 1996).

 

El PICASA ha evolucionado desde su existencia institucional, por lo que ha reflejado los cambios de las políticas institucionales en el modelo educativo de la institución, así como el perfil de sus profesores. La aceptación y penetración del programa en las dependencias de la universidad ha ido en crecimiento, y en el que participan un número considerable de profesores en alguna actividad de formación, o algún “curso” establecido en el programa. [1]

 

Nos centramos en un análisis sobre  la pertinencia de continuar con la política del PICASA,  si este requiere de modificaciones o la elaboración de una nueva política, porque si bien es cierto que la institucionalización de un programa de formación docente es indispensable en una institución de educación, también lo es que las instituciones se reconfiguren y crean las políticas acordes a las necesidades que presenta la sociedad, y más aún cuando se trata de innovar en el marco del sector educativo.

 

En lo que respecta a los profesores de la Universidad de Guadalajara, los procedimientos de derechos y obligaciones son como en otras instituciones de educación superior en México, es una asignatura pendiente a analizar, entre otras cosas como el ingreso del profesor al magisterio, pensar sobre las diversas situaciones y  las distintas circunstancias en que lo hacen, son elementos que se deben  considerar, con el fin de dar cuenta sobre la construcción de la identidad del docente, esta identidad que es un producto con antecedentes e historia, no se puede circunscribir a un momento particular.

 

En muchos de los casos, los que hoy son profesores del nivel superior, ingresan a laborar en las instituciones educativas, al terminar su formación de pregrado (licenciatura) y posgrado (maestría o doctorado), porque no encontraron trabajo en su campo profesional. Y por casualidad u otras se les presenta la oportunidad de dar alguna clase iniciando así en la actividad docente, por decirlo así, en lo que llega una oportunidad para trabajar en algo “formal”, de tal suerte  que la docencia se presenta como una actividad intermedia. [2]

 

El maestro universitario había imaginado un escenario laboral distinto al que, en el momento de impartir clases se le presenta, motivo o razón por la que en la mayoría de las ocasiones llega con reservas y desconocimiento, en el peor de los casos con menosprecio y expectación, o también llega a probarse a sí mismo en su propio conocimiento respecto a su profesión inicial o carrera cursada.

 

Una vez que se reconoce como docente, y la impartición de clases lo convierte en práctica cotidiana, el maestro integra otros elementos a la construcción de identidad, se nutre de experiencias, reconoce las dificultades, de aciertos pero también de cuestionamientos “de tal forma que los estilos y las estrategias docentes se desarrollan a partir del material y del contexto social preexistente” (Aristi: 1987).

 

Por lo anterior, el profesor universitario enfrenta un desempeño profesional complejo: ser experto en el campo de conocimiento que ha sido formado, ser investigador capaz de generar y aplicar conocimiento, y además la competencia que le permite transferir conocimientos a sus estudiantes y propiciar en ellos aprendizajes significativos, contar con habilidades y conocimientos del currículo, pedagogía, epistemología y el uso y aplicación de las tecnologías, entre otras demandas que debe atender y resolver.

 

Tardif (2004) dice que el profesor ocupa una posición estratégica, aunque devaluada, entre los distintos grupos que actúan en el campo del conocimiento. El hecho de que el profesor se relacione con los distintos saberes como transmisores o portadores  de objetos de conocimiento, pero que no los produzcan, hace que se ponga en duda la legitimidad social de su función; y esta percepción se agrava y agudiza en la educación superior, donde cada día se acepta menos a un profesor que no sea capaz de conjugar la investigación con la docencia.

 

En el caso de la mayoría de los profesores universitarios, cuando cursan la maestría o el doctorado, adquieren conocimientos relacionados en alguna especialidad generalmente sobre su misma profesión, más no en la práctica docente, por lo que lamentablemente es posible decir que solo mediante la práctica cotidianote frente al aula, en el proceso de enseñanza aprendizaje, los docentes a través del ensayo y error, aprenderán a transferir esos conocimientos de manera adecuada a los estudiantes, por lo que es posible decir que la práctica docente se hace compleja, es decir, no basta con el conocimiento especializado, se requieren competencias didácticas para ser profesor. El enfoque que se tiene la profesión docente es el de preparar a las nuevas generaciones para vivir y trabajar en un contexto cambiante y turbulento; dicho de otra manera: enseñar a aprender (Bazdresch, 1998).

 

Acorde a las políticas gubernamentales, tendientes a eficientar a las instituciones públicas, y encaminarlos a los modelos de la nueva gestión pública, en las instituciones de educación superior, con el fin de alcanzar la calidad de sus programas, de manera paulatina han incrementado su interés por atender las políticas internacionales en el ámbito educativo de contar con el personal académico formado en su campo disciplinar y con habilidades docentes, para mejorar o asegurar la calidad del servicio educativo.

 

Este nuevo discurso de calidad universitaria se dirige a “una nueva cultura y sociología del conocimiento educativo: las influencias no se reducen a las interacciones sociales o ambientes del aula” (Villar: 1999), y que con el fin de cumplir con el mito de la eficiencia, se persigue la satisfacción del cliente (usuario), entendido éste como el egresado, el empleador que lo contratará, la familia que pagó por sus estudios y en general la sociedad en su conjunto que demanda mejores ciudadanos.

 

Una política de formación docente puede constituirse en un proceso de perfeccionamiento continuo e implica la creación de un espacio, un tiempo y un método de trabajo que permita al profesorado apropiarse como individuos y como grupo de una experiencia facilitadora de la reflexión sobre el quehacer docente, de experimentar nuevas oportunidades de aprendizaje, ampliar sus horizontes de conocimientos y generar proyectos innovadores para el aula y la institución educativa (Fierro, Fortoul y Rosas:1999).

 

La formación docente, como política institucional, debe ser sujeta a procesos de evaluación, orientada a conocer el impacto y los resultados de la política. Evaluación es la investigación sistemática del valor o mérito de un objeto (Sanders: 1994); en el caso de la formación de profesores, los programas dedicados con ese fin serían el objeto de la investigación sistemática. Existen múltiples matices en los distintos conceptos de evaluación, que pueden ser conciliados, acorde a lo señalado por Mayor (1998), al considerar la capacidad extensiva de la evaluación, con el sentido de incluir todo hecho, suceso o fenómeno educativo y la organización secuencial que supone todo proceso evaluativo, compuesto por la recolección de información, su valoración, la posterior toma de decisiones.

 

La evaluación de los programas de formación, implementados por las instituciones educativas requieren ser supervisados y revisados con el objeto de propiciar la reflexión y el análisis crítico en sus profesores, por lo que esta permite comprender la naturaleza de la política destinada a lograr un determinado perfil docente en los profesores de la institución y, en tanto sistemátiza la investigación el mérito del objeto que se evalúa, cuestiona obligadamente en su verdadero valor y sentido (Santos Guerra: 1996). Se trata de utilizar un solo criterio para evaluar, de encontrar si un modelo formativo se asienta en la racionalidad práctica de una institución y está alineado con su misión, metas y objetivos, y si ha logrado desarrollar en los profesores los conocimientos, competencias y destrezas establecidas como metas en los talleres, cursos, seminarios o diplomados que los conforman.

 

El PICASA, como ya se ha mencionado, nació en 1999, fundamentado en el Plan Institucional de Desarrollo 1995-2001, y su objetivo era “tener profesores e investigadores profesionales, actualizados, competentes, responsables, bien remunerados y comprometidos con el desarrollo de la institución” (CGA, 1999:7). Un papel importante en la creación y diseño del programa lo desempeño el STAUDEG, quien participó “a través de la Comisión mixta, para integrar una política institucional de formación de sus recursos humanos que posibilite enfrentar los problemas de formación y profesionalización del personal académico” (idem).

 

El PICASA se estructuró, según lo dice el primer catálogo, con el fin de “integrar y fortalecer las áreas que apoyan directamente el desempeño de los académicos “ (CGA, 1999:8), contribuyendo a readecuar los perfiles, funciones y tiempos de dedicación al trabajo académico.

 

El PICASA y la oferta de cursos, talleres, seminarios y diplomados ha ido creciendo y evolucionando acorde a las demandas y necesidades que la institución y los profesores generan, ya que ha sido a lo largo de siete años un mecanismo permanente de generación y desarrollo de recursos humanos académicos para la institución, y su evolución se entiende en término de la transformación que ha vivido la propia universidad.

 

En lo que respecta a los ejes de formación del PICASA, desde su origen se asignaron a distintas dependencias de la administración general para su diseño y supervisión, ya que es la Coordinación de Desarrollo del Personal Académico dependiente de la Coordinación General Académica, la dependencia que hasta ahora ha administrado y operado la totalidad del programa, aunque con la reciente creación de la Coordinación General de Recursos Humanos, se ha propuesto que esta sea la instancia correspondiente responsable de la política de capacitación de todos los empleados de la institución, por lo que el PICASA estaría bajo la tutela de la dependencia mencionada.

 

En los informes presentados por la Coordinación para el Desarrollo del Personal Académico, dependiente de la Coordinación General Académica, reflejan que el impacto del programa se mide a través del número de cursos impartidos, dependencias solicitantes y cobertura de la demanda de formación.

 

En la operación del programa influyen distintos factores: la gestión de los cursos, las condiciones materiales y ambientales en las que se llevan a cabo actividades de formación, la calidad de los programas y los materiales de apoyo, el desempeño de los asesores y las facilidades que se les brindan a los profesores para asistir a los cursos, como por ejemplo, programarlos en horarios matutinos y vespertinos y generalmente en tiempos en que los alumnos se encuentran en periodos vacacionales, por lo que no existe ningún tipo de presión en el horario y pueden acceder a la capacitación con todas las condiciones dadas, ya que es en su horario de trabajo cuando realizan esta actividad.

 

En lo que a los resultados que se deben esperar respecto a la operación del programa, cabe señalar el recordar que su diseño responde a la concepción institucional del modelo educativo y del perfil deseable del docente, son mejorar la educación que ofrece la universidad.

 

Se destaca también que el PICASA no cuantifica sus metas, ya que están establecidas en función del número de dependencias universitarias atendidas y los profesores que toman los cursos, pero no en las competencias que se deben lograr en los profesores atendidos. Y de igual manera, carece de mecanismos de evaluación para medir e impacto de la formación en la práctica docente y, por tanto, en el beneficio que genera para los estudiantes.

 

Para evaluar el programa institucional de formación docente es necesario conocer cuáles son, para los profesores de la Universidad de Guadalajara, los elementos más importantes en su desempeño profesional, así como la opinión de los directivos sobre el perfil deseable de un docente.

 

Ante lo expuesto conviene preguntarse ¿Es el PICASA el programa de formación que ayuda a conformar un perfil docente ideal para educar a los futuros profesionales?, ¿Cuál debe ser el rol del profesor, en el proceso de formación?, ¿cómo cuantificar los resultados del PICASA, para que permita a los tomadores de decisiones continuar o reestructurar la política de formación?

 

Ramírez y Piña (2005) sostienen que la formación del profesorado es una disciplina en desarrollo y citan a Honoré para afirmar que es un encuentro de personas adultas, mediante la interacción entre el formador y el formado unidos por una intención de transformadora en un ambiente institucional organizado.

 

Por lo anterior, conviene decir que la formación, vinculada al desarrollo profesional, es un proceso continuo que se inicia con la elección de una disciplina (una profesión) y el dominio de ésta (habilidades-competencias) se va perfeccionando en la medida que se incorpora la experiencia, además de la formación continua en la propia disciplina.

 

Como se ha expuesto,  en la mayoría de los casos del profesorado universitario (no pedagogo), el grado de especialización tiene que ver con su profesión, y en mucho con la asignatura que imparte y sobre las temáticas que investiga, sin embargo por otro lado el interés del profesorado respecto a la formación  necesaria para transmitir y compartir ese conocimiento con el alumnado es escaso y en algunos casos nulo.

 

Sin embargo, acorde a la  creación y modificación de programas institucionales gubernamentales, en la actualidad empieza a surgir la conciencia de formar al profesorado especializado, al universitario en la profesión docente, por lo que la universidad no solo debe evolucionar en sus programas de capacitación y de formación docente, partiendo del análisis de la realidad social, académica y científica que admite a la profesión docente universitaria como una actividad compleja y vulnerable por los cambios sociales.

 

Una salida, o posible salida que permita hacer frente a la realidad que exige la sociedad a las instituciones y su profesorado, tiene que ver con el echo de que los profesores universitarios deben ser consientes de su  formación profesional en virtud de mejorar la transmisión disciplinaria de conocimientos, consigo mismo y con el alumnado, lo cual implica de forma obligada cambios en las posiciones de las estructuras organizativas (tanto la institución, como los sindicatos de los profesores, como por ejemplo) para asumir una posición individual y colectiva en procesos de reflexión e investigación sobre los efectos de la docencia universitaria y las situaciones que en el contexto social se desarrollan y demandan.

 

Por lo que nos permitimos concluir que la mejora en el quehacer docente no depende solamente de métodos utilizados en el aula universitaria, sino también de la implicación institucional de la universidad, así como de la voluntad y conciencia del colectivo docente.

 

Bibliografía

 

ARISTI, P. et al. (1987)  “La identidad de una actividad: ser maestro”, Departamento de Investigaciones Educativas, CINVESTAV, IPN. México.

 

BAZDRESCH, M. (1998) Las competencias en la formación de docentes,  Educar, 5. Consultado en http://educación.jalisco.gob.mx/consulta/educar/05/basdresc.htlm

 

COORDINACIÓN GENERAL ACADÉMICA (CGA). Coordinación para el Desarrollo del Personal Académico, Catálogos de Cursos del Programa Institucional de Capacitación y Actualización para la Superación Académica (PICASA). Guadalajara, México: Universidad de Guadalajara. Años 1999 hasta el 2005.

 

FIERRO, C., B. FORTOUL y L. Rosas (1999) “Transformando la práctica docente” Paidós, México.

 

MAYOR, C. (1998) “La evaluación como estrategia de mejora. Evaluación de programas, centros y profesiones”. Kronos. España.

 

PADILLA, J.T. (2005) Cuaderno estadístico del cuarto informe de actividades, 2004-2005. Universidad de Guadalajara. México.

 

RAMIREZ, M.S. y L. PIÑA (2005) “El debate académico y la argumentación como estrategia de formación docente: experiencias desde la teoría de la educación a la práctica en ambientes a distancia”, Revista de la Red de Posgrados en Educación, 2, Guadalajara, México.

 

SANDERS, J.R. (1994) The program evaluation standards, 2nd. Edition. How to asses evaluation of educational programs. Thousand Oaks, Estados Unidos: SAGE Publications.

 

SANTOS-GUERRA, M.A. (1996) Evaluación educativa 2: un enfoque práctico de la evaluación de alumnos, profesores, centros educativos y materiales didácticos. Argentina: Magisterio Río de la Plata.

 

VILLAR, L.M. (1999) Construcción y análisis de procesos de enseñanza. Teoría e investigación. Oikos-Tau. Barcelona, España.

 

 

 [1] La Coordinación General Académica (CGA) reporta en su informe en el 2005, que durante el año del 2004 participaron en actividades de formación docente, mediante cursos del PICASA 6,851 profesores.

 

[2] En una encuesta informal entre colegas, ninguno ha tenido formación “formal” como docente, ninguno es pedagogo de formación, todos se han formado en el aula “dando clases” y algún que otro curso que les han impartido en los programas de formación docente institucional.

 

 

Siglas

 

CGA               Coordinación General Académica

PICASA         Programa Institucional de Capacitación y Actualización para la Superación Académica

STAUDEG    Sindicato de Trabajadores Académicos de la Universidad de Guadalajara

UDEG            Universidad de Guadalajara


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