Algunos aspectos teóricos sobre la relevancia de la
participación ciudadana
Angelica Cázares Alvarado
Profesor Investigador del Departamento de Políticas Públicas
Centro Universitario de Ciencias Económico Administrativas
Universidad de Guadalajara
Se entiende el tema de participación
de las personas desde distintas perspectivas y con diferentes propósitos, pero
siempre como una forma de incluir opiniones políticas o no, desde los temas
cotidianos que permiten la participación de los ciudadanos, a través de
agrupaciones sociales, de causas, de sociedad en conjunto, para dirimir
problemas específicos, para encontrar soluciones comunes o para hacer confluir
voluntades en una acción compartida. Con una sociedad tan diversa en sus
valores, en sus niveles económicos y académicos el entendimiento de la palabra
participación resulta grata, por lo que resulta difícil imaginar el mal uso de
la palabra participación, la cual además suele ligarse con propósitos
transparentes –inclusive en el sentido público- y por lo regular favorable
para quienes se disponen a ofrecer algo de sí mismos en busca de propósitos
colectivos.
Participar, en principio significa
“tomar parte”: convertirse en parte de una organización que reúne a más de una
persona, pero también significa “compartir” algo con alguien. De modo que la
participación es siempre un acto social: nadie puede participar de manera
exclusiva, privada, para sí mismo, solo se puede hacer con alguien más, sólo se
puede ser parte donde hay una organización que abarca por lo menos a dos
personas; de ahí que los diccionarios establezcan como sinónimos el coadyuvar,
compartir, comulgar. Sin embargo, en las sociedades modernas es imposible dejar
de participar; la ausencia total de participación es inexorablemente, una forma
de compartir las decisiones comunes, quien cree que no participa en absoluto,
en realidad otorga voto de confianza a quienes toman decisiones, es como un
cheque en blanco para que otros actúen en su nombre.
Pero cabe señalar que es posible decir
que se pueda participar en todo, no habría ni tiempo ni recursos para hacerlo
en todos los asuntos que rodean a la sociedad, la idea del ciudadano que toma
parte en todo y cada uno de los asuntos que rodea su existencia no es más que
una utopía. Por lo que la participación real es la que se produce como un acto
de voluntad individual a favor de una colectiva, descansa en un proceso previo
de selección de oportunidades, al tiempo que esa decisión de participar con
alguien en busca de algo supone además una decisión paralela de abandonar la
participación en algún otro espacio de la acción colectiva que rodea a la
sociedad.[i]
El término de participación se liga a
una circunstancia específica y a un conjunto de voluntades personales: los dos
ingredientes indispensables para que la palabra adquiera un sentido concreto,
más allá de los valores subjetivos que puedan acompañarla. El medio político,
social y económico, en efecto, y los rasgos singulares de los seres humanos que
deciden formar parte de una organización, constituyen los motores de la
participación: el ambiente y los individuos, los cuales forman el engranaje de
la vida social, de ahí la complejidad del término, que atraviesa por
innumerables motivos que pueden estimular o inhibir la participación ciudadana
en circunstancias distintas, como razones estrictamente personales –físicas o
psicológicas que empujan a las personas en sus decisiones de participar. No
obstante, la participación es siempre, un acto social, colectivo, y el producto
de una decisión personal, y no puede entenderse en consecuencia, sin tomar en
cuenta los siguientes dos elementos complementarios: la influencia de la
sociedad sobre el individuo, y la voluntad personal de influir en la sociedad.
La idea de participación ciudadana,
suele gozar de mejor fama en términos de
explicar el funcionamiento de la democracia contemporánea. El auge que han
cobrado los mecanismos participativos hoy en día no se entendería sin asumir la
crítica que se ha formulado al concepto de representación. Acorde a dicha
crítica se participa por las siguientes razones:
·
Los representantes formales no siempre cumplen su papel de
enlace entre el gobierno y los problemas de la sociedad;
·
Salvaguarda de los intereses y derechos particulares de una
porción de la sociedad;
En conclusión, para corregir los
defectos de la representación política que supone la democracia, pero también
para influir en la decisiones de quienes nos representa y para asegurar que
esas decisiones realmente obedezcan a las demandas, creencias y expectativas de
los distintos grupos que integran un nación.
No obstante, representación y participación
son una dupla integral de la democracia contemporánea. Ambos términos se
requieren inexorablemente; ya que la verdadera representación no pude existir,
en la democracia, sin el auxilio de la forma de representación más elemental de
la participación ciudadana: los votos del pueblo.
Esto no significa, que la
participación ciudadana se agote en las elecciones. Ni significa tampoco que
los votos sean la única forma plausible de darle vida a la participación
democrática. Para que la democracia opere en las prácticas cotidianas, es
indispensable que existan otras formas de participación ciudadana, que vayan
más allá de los votos.[ii]
¿Cómo funciona la participación en las sociedades modernas?
Ante este cuestionamiento no
existe una receta exacta; en cada país y en cada circunstancia la participación
adopta formas distintas, y cada una de ellas genera a su vez resultados
singulares. Sin embargo es posible predecir que: Funciona de acuerdo con el
entorno político y la voluntad individual de quienes deciden participar.
La participación no es suficiente
para comprender en su totalidad la dinámica de la democracia. Pero sin
participación, sencillamente la democracia no existiría. Una cosa son las
modalidades que adoptan, sus límites reales
y las enormes expectativas que suelen acompañarla. Otra cosa es que
produzca siempre resultados plausibles o
que este atrapada por una dosis de desigualdad. Incluso, que el exceso de
participación lleve al caos social, tanto como su anulación definitiva al
autoritarismo sin mascaras.
Pero lo que debe quedar claro es que,
la democracia requiere siempre de la participación ciudadana: con el voto y más
allá de este.
Los conceptos de ciencia política,
han sufrido cambio con el correr de los tiempos. Lo que hoy conocemos con el
nombre de democracia se parece muy
poco a lo que significaba en épocas anteriores. Lo mismo ha ocurrido con otros
conceptos como: ciudadanos, elecciones, soberanía, legitimidad,
etc.
Por ejemplo la democracia se
consideró, durante mucho tiempo, como una forma lamentable de gobierno, como se
ejemplifica y vale la pena rescatar alguna opinión de Aristóteles en la materia
el cual dice que: “Se trata de una mala desviación del régimen republicano: una
desviación demagógica, puesta al lado de la oligarquía y la tiranía como formas
perversas de gobernar las ciudades”,[iii] y al
respecto también Kant se;ala que: “La democracia es necesariamente un
despotismo”, en tanto que Ortega y Gasset dicen que puede llegar a ser una:
“Rebelión de las masas”.
Estas visones de los filósofos, no
eran porque prefirieran que el pueblo se mantuvieran al margen de los asuntos
de la política, si no que veían con
temor que las leyes pasaran inadvertidas
para una confusa asamblea de multitudes beligerantes. Y es que la
democracia significaba para ellos, lo que entendemos hoy como asambleismo. En cambio, lo que ellos
entendían como gobierno republicano está más cerca de nuestra concepción
democrática actual.
La diferencia fundamental está en los
procesos electorales. Entre los antiguos no cabría ni remotamente la idea de
que todas las personas fueran iguales ante la ley, y que tuvieran el mismo
derecho a participar en la selección de sus gobernantes. Las ciudades griegas
más civilizadas practicaban, la democracia directa que algunos políticos
contemporáneos proclaman. En dichas ciudades no había ningún problema para
distinguir entre representación y participación, porque la asamblea abarcaba a
toda las personas que tenían la condición de ciudadanos (no eran muchos). De
modo que ambos conceptos se fundían: todos los ciudadanos se presentaban a sí
mismos y todos estaban obligados a la participación colectiva.
Hubo que recorrer prácticamente toda
la historia, hasta nuestros días; para que la democracia se haya convertido en
un régimen de igualdad y de libertada para todos los seres humanos, sin
distingo. La última y más reciente barrera ideológica, de nuestros días que
enfrentó la democracia como patrimonio
común, es cuando las mujeres ganaron finalmente el derecho a votar y a ser
votadas.
La idea de que los procesos
electorales forman el núcleo básico del régimen democrático, atravesó por la
formación de los partidos políticos y por una larga mudanza de ideas paralelas
de soberanía y legitimidad, que costaron conflictos a la humanidad. La relación
actual entre representación política y participación ciudadana es relativamente
reciente, y todavía hay cabos sueltos que tienden a confundir ambos procesos en
la solución cotidiana de los conflictos políticos.[iv]
Si para las antiguas ciudades griegas
participar y representarse era una y la misma cosa, y para el largo periodo
medieval solo cabía la representación de Dios a través de los reyes y su
voluntad personal de escuchar a veces a ciertos representantes del pueblo, hoy en día ya no cabe la idea de
representación más que ligada al gobierno: nuestros representantes son nuestros
gobernantes, y solo pueden ser nuestros gobernantes si efectivamente nos
representan. Se trata de la primera idea
democrática que acuñó la humanidad y hasta la fecha sigue siendo la más
importante de todas: arrebatar el mando político, la soberanía, a un pequeño
grupo de gobernantes para trasladarlo al pueblo.
Actualmente el puente que une a la
representación con la participación ciudadana está construido (en principio)
con los votos libres expresados por el pueblo; es decir, la competencia abierta
y libre entre candidatos distintos, obligados a representar al conjunto de los
ciudadanos que conviven en una nación.
Los representantes políticos, en una
democracia moderna, lo son de todos los ciudadanos, por voluntad de todos los
ciudadanos. Lo que significa que toso los ciudadanos han aceptado los
procedimientos que supone la democracia. Han aceptado que hay opiniones
distintas, y que la única forma civilizada de dirimirlas es a través de los
votos. Durante el siglo XIX, se consolidó la idea básica de la soberanía
popular y paulatinamente se fue ensanchando el concepto de ciudadanía hasta
abarcar -ya entrado en siglo XX- a todas las personas con derecho pleno que
conviven en una nación.
Pero también nacieron los partidos
políticos, como una necesidad de organización política para conducir los
múltiples intereses, aspiraciones y expectativas de la sociedad hacia el gobierno, y también
para hacer coincidir las dentinas formas de representación democrática con las
de participación ciudadana. Hoy es casi imposible concebir la democracia sin la
intermediación de los partidos políticos. Pocos intentos e ideas se han
esbozado para formar herramienta políticas capaces de sustituirlos con éxito,
pero tampoco han pasado inadvertidas sus limitaciones, ni las nuevas
dificultades que han traído a la democracia contemporánea.
La crítica más importante que se ha
formulado a los partidos políticos es su tendencia a la exclusión: los partidos
políticos, se dice, son finalmente organizaciones diseñadas con el propósito
explícito de obtener el poder. De esta
crítica se desprenden otras tantas como: la supremacía de los líderes
partidistas sobre la organización que representa; la consolidación
institucional de ciertas prácticas y decisiones excluyentes sobre la voluntad
soberana e inclusive de la nación misma; los privilegios que los miembros de
los partidos se conceden a sí mismos y/o a ciertos grupos aliados, como la
burocracia gubernamental, las grandes empresas que suelen financiarlos o las
grandes organizaciones sindicales que les ofrecen votos; la falta de
transparencia en el ejercicio de sus poderes y de los recursos que se les
otorga para cumplir su labor. Todas esas críticas parten del mismo principio: la distancia que
tiende a separar a los líderes de los partidos políticos del resto de los
ciudadanos.
Para saber que un régimen es
democrático, hace falta encontrar en le algo más que elecciones libres y
partidos políticos; al mismo tiempo es preciso que el régimen haya otras formas
de controlar el ejerció del poder concedido a los gobernantes. No solo las que
establecen las mismas instituciones generadas por la democracia, con la
división de poderes a la cabeza, sino también formas específicas de
participación ciudadana.
La participación ciudadana supone la
combinación entre un ambiente político
democrático y una voluntad individual de participar. De los matices entre estos
dos elementos se derivan las múltiples formas y hasta la profundidad que puede
adoptar la profundidad misma. La mayoría de los estudiosos del tema, coinciden
en que para estimular la participación ciudadana no se necesita saturar de
mensajes y discusiones a la sociedad,
sino hacer coincidir sus intereses individuales con un ambiente propicio a la
participación pública.[v]
Como
se ha mencionado las elecciones no agotan la participación ciudadana. En
los regímenes de mayor estabilizada democrática, hay múltiples mecanismos
institucionales para evitar que los representantes electos caigan en la
tentación de obedecer exclusivamente los mandatos imperativos de sus partidos.
Son modalidades de participación directa que hacen posible una suerte de
consulta constante a la población, más allá de los procesos electorales.[vi] Los
mecanismos más conocidos son:
·
Referéndum: Consiste en preguntar a la
población sobre ciertas decisiones que podría modificar la dinámica del
gobierno, o las relaciones del régimen con la sociedad.
·
Plebiscito: Propone a la sociedad la
elección entre dos posibles alternativas.
·
Iniciativa popular y el
derecho de petición: Abren la posibilidad de que los ciudadanos organizados
participen directamente en el proceso legislativo y en la forma de actuación de los poderes
ejecutivos.
·
Derecho de revocación al
mandato o de reclamación: Asegura a la sociedad
la posibilidad de arrebatar el mandato otorgado a un representante político,
aunque haya ganado su posición a través de un
proceso legítimo, o bien modificar el curso de una decisión previamente
tomada por el gobierno.
·
Audiencia pública, el derecho
a la información, la consulta popular y la organización de cabildos abiertos: Métodos para mantener los
conductos de comunicación entre el gobierno y la ciudadanía, permanentemente
abiertos.
No obstante el hecho de que estos
mecanismos de participación existan, no necesariamente significará que serán
debidamente utilizados para que la sociedad gane terreno en la democracia
contemporánea. La mejor participación ciudadana en la democracia, no es la que
se manifiesta siempre y en todas las partes, sino la que se mantiene alerta; la
que se propicia cuando es necesario impedir las desviaciones de quienes tienen
la responsabilidad del gobierno, o encauzar demandas justas que no son atendidas
con la debida profundidad.
Conservar un cierto equilibrio entre
la participación de los ciudadanos y la capacidad de decisión del gobierno, es
el dilema más importante para la consolidación de la democracia. De este equilibrio depende la gobernabilidad de un sistema político
que, generalmente, suele plantearse en términos de una sobrecarga de demandas y
expectativas sobre una limitada capacidad de respuesta de los gobiernos. De
modo que las democracias modernas se mueven entre ambas aspiraciones, demandas
y capacidad de respuesta; entre participación ciudadana y capacidad de decisión
del gobierno.
Como consecuencia, es posible ver en
la democracia moderna que el ciudadano ha perdido esa condición de súbdito que
tenía en otros tiempos, para comenzar a ser una suerte de cliente que demanda más y mejores servicios de su gobierno y un
desempeño cada vez más eficiente de sus funcionarios; porque paga impuestos,
vota y está consciente de los derechos que le dan protección. El ciudadano de
nuestros días está lejos de la obediencia obligada que caracterizó a las
poblaciones del mundo durante prácticamente toda la historia. La conquista de
los derechos que condujeron finalmente al régimen democrático -derechos
civiles, políticos y sociales- que cubrió un
largo trayecto, que culminó hasta hace unas décadas.
Hoy en día lo que conocemos como
democracia moderna, cada vez se gobierna menos en función de manuales y
procedimientos burocráticos, y más en busca de las mejores respuestas posibles
a las demandas públicas, que han salido a la luz como producto de una
participación ciudadana activa. Debido a ello las acciones, prioridades y
programas de gobierno, están siendo sustituidos gradualmente por una nueva
visión apoyada en el diseño de políticas
públicas. En dichas políticas la opinión de los ciudadanos cuenta desde la
confección de los cursos de acción a seguir y durante los procesos que
finalmente ponen en curso a las decisiones tomadas. Con ello se persigue sumar
la participación ciudadana a las tareas del gobierno, realizando ejercicios de
corresponsabilidad, entre distintas unidades de gobierno y de estas con la
sociedad, orientada al bienestar social. Lo cual se traduce en una visión
participativa de la administración pública.
Los cambios que la cada vez más
amplia participación ciudadana ha introducido en las prácticas de gobierno no
se llegarían a dimensionar por completo,
sin el doble concepto de responsabilidad
pública; es decir, la obligación que tienen los representantes políticos
del Estado moderno, ante el pueblo que los nombró. En este sentido, buen parte
de la evolución de los regímenes democráticos se explicarían como un esfuerzo
continuo para ser más responsables a los gobiernos frente a la sociedad.[vii]
La responsabilidad de los gobernantes
constituye una de las preocupaciones centrales de las democracias modernas. No
solo en términos de la capacidad de respuesta de los gobiernos a las demandas
ciudadanas, sino el buen uso de los recursos legales que los ciudadanos
depositan en sus representantes políticos.
En primera instancia.- La
responsabilidad, en el sentido de que los gobernantes deben responder ante la
sociedad que los eligió y ser consecuentes con sus demandas, expectativas y
necesidades (Responsiveness).
En segunda instancia.- La obligación
de rendir cuentas sobre su actuación en el mando gubernamental (Accountability). En ambos casos es
indispensable la participación ciudadana: de un lado, para garantizar las
respuestas flexibles que supone la democracia cotidiana, pero del otro lado
para mantener una estrecha vigilancia sobre el uso de la autoridad concedida a
los gobernantes.
Cabe precisar que la responsabilidad
que atañe a los gobiernos de los regímenes democráticos, atraviesa también por
el comportamiento de los ciudadanos. No todo depende de las elites de gobierno.
Si bien son estas las que han de asumir mayores compromisos con el
mantenimiento y es respeto a las reglas del juego que hacen posible las democracias, lo cierto
es que esa forma de gobierno sería
imposible sin un conjunto mínimo de valores éticos compartidos por la mayoría
de la sociedad. Aunque los individuos no participen siempre y en todas partes,
la consolidación de la democracia requiere mantener abierto los canales de la
participación y despiertos lo valores que le dan identidad a ese régimen.
Algunos de los valores y/o virtudes
públicas, que convienen traer a colación para abonar al régimen democrático
pueden proponerse los siguientes:
·
Responsabilidad ante sí mismos y ante los demás, pues el
propio pues el propio régimen de libertades que hace posible la participación
ciudadana es, al mismo tiempo, su frontera. Entendida como la responsabilidad
de los ciudadanos frente a la construcción y la consolidación de la
democracia.
·
Tolerancia; es reconocer que nadie tiene el monopolio de la
verdad y aprender a respetar los puntos de vista ajenos. Sin tolerancia, la
participación ciudadana sería una práctica inútil: no llevaría al dialogo y a
la reproducción de la democracia, sino a
la confrontación y a la guerra.
·
Solidaridad; entendida como un esfuerzo de cooperación social
y una iniciativa surgida de la participación ciudadana para vivir mejor.
·
Justicia; hace alusión a una sociedad justa, aquella en la
que sus miembros son solidarios responsables y tolerantes.[viii]
Parece prudente involucrar algunos
términos asociados a los anteriores expuestos, en lo que se denomina la
corresponsabilidad en materia y toma de decisiones públicas, no es posible
hablar de participación ciudadana sin involucrar organizaciones sean no gubernamentales
o institucionales pero garantes de la voluntad ciudadana y reconocidos por esta
última, hablar de responsabilidad gubernamental compartida es hablar de
“gobernanza”, el cual representa en las actuales condiciones un enfoque
apropiado, quizás por cuestiones coyunturales como ha sucedido en muchas
democracias la cual aunque se cuenten con democracias electorales, en un claro
reconocimiento a instituciones “cívicas”
no necesariamente esto se ha traducido en la administración pública, por lo que
el problema que puede presentarse es que el gobierno democrático acredite ser
un agente capaz de dirección, coordinación y articulación de sus sociedades,
con resultados relevantes, se trata del paso de la democracia como doctrina de
forma de gobierno a la democracia como gobierno con capacidad gubernativa.[ix]
Como establece
Luis F. Aguilar existen dos puntos centrales en la atención del ciudadano,
quizás más, pero para fines de este documento se señalan dos: la capacidad
administrativa (obligación del gobierno) y la vertiente pública entendiendo
como el derecho o la obligación o la libre opción del ciudadano a comprometerse
y corresponsabilizarse con el bien de su comunidad política y, por lo tanto, a
constituirse en sujeto activo de la deliberación política sobre los asuntos
públicos.
La aparición del
concepto de gobernanza tiene que ver con una respuesta positiva a la pregunta
del cómo evitar que una sociedad vaya a la deriva en circunstancias internas e
internacionales que ponen a los gobiernos en situaciones difíciles, debido a
que sus capacidades y poderes puedan ser rebasados o acotados por otras
organizaciones poderosas que actúan dentro y fuera de las comunidades que
dirigen, por lo que ya no pueden marcar la dirección a su sociedad ni llevar a
buen término el esfuerzo colectivo con su sola guía y empeño, y el aporte del
concepto de gobernanza es dar respuesta al proceso de dirección en la sociedad
contemporánea.
Por
lo anterior es posible concluir diciendo que para avanzar como sociedad, se
requiere de una ciudadanía consciente, participativa y responsable de los
asuntos públicos, en la medida de su participación en la toma de decisiones es
la manera en que se puede entender la evolución de la política reflejada en su
sociedad y establecida en sus comunidades.
Algunos indicadores y relevancia de
participación de jóvenes que votarán por primera vez
Conviene señalar la importancia de incentivar la
participación ciudadana en jóvenes en los que se puede crear una conciencia
cívica, además de invitarlos a participar con su voto en elecciones y
motivarlos a tener una mayor participación en temas y asuntos públicos, en
virtud de que ellos son los que pueden convertirse en cómplices para la
creación de una sociedad participativa y hasta organizada.
Por lo anterior y de acuerdo a las proyecciones del
Consejo Nacional de Población (CONAPO),
en las elecciones federales y estatales del 2012, México tendrá el mayor
número de potenciales nuevos votantes en la historia del país: se calcula que
8.5 millones de jóvenes habrán cumplido entre 18 y 20 años antes del primero de
julio de ese año, lo cual fortalecerá en el sector económico para el periodo
que inicia en ese mismo año la perspectiva que se denomina “bono demográfico” o
una” gran ventana demográfica”, por las oportunidades que presenta para el
desarrollo de un país el tener mayor porcentaje de población económicamente
activa.
Semejante al panorama nacional, en Jalisco se estima
que para las elecciones estatales del 2012, los jóvenes representarán el mayor
potencial de electores en la entidad.
El Consejo estatal de Población (COEPO Jalisco) estima
que 1, 326,014 jaliscienses se encontraban entre los 15 y 24 años de edad al 30
de junio de 2009, y de éstos, se estima que menos del 50% se dedica de manera
exclusiva a los estudios al estimar que la población activa en Jalisco es de
684, 401 hombres y mujeres en el mismo rango de edad. A partir del año en
mención, la población que fluctúa entre los 15 y 19 años de edad, por lo cual
se calcula que en la entidad, se contará con
647, 482 jóvenes entre los 20 y 24 años edad, lo cual demuestra el gran
potencial de votantes.
Si partimos del supuesto que el mayor porcentaje de
estudiantes en Jalisco son originarios de la misma entidad, las cifras
proporcionadas por la Secretaria de Educación para el ciclo escolar 2008-2009
parecen confirmar que un gran porcentaje de estudiantes se encuentran al margen
de la educación formal, al matricular
para el ciclo escolar un total de 397,731 en los niveles superior y medio
superior. (Ver Tabla 1)
Nivel o
modalidad |
Matrícula
Total |
Universidad
de Guadalajara (organismo autónomo) |
|
Bachillerato y Profesional Medio |
238,140 |
122,243 |
51.3% |
Licenciatura |
159,591 |
75, 847 |
47.5% |
Elaboración propia en base a las estadísticas de la
DGPP de la SEP en su portal electrónico.
Es un lugar común reconocer que la clave para
aprovechar el bono demográfico en nuestro país es la educación y el empleo, los
cuales son los grandes impulsores del desarrollo económico de la nación, aun
cuando es importante reconocer que esto no se puede aprovechar de manera
desarticula del ejercicio de una ciudadanía informada, en pleno goce de sus
derechos civiles y políticos
Bibliografía
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[i] Cfr. Hermann Heller. Teoría del Estado. Fondo de Cultura Económica. México. 1942.
[ii] Giovanni Sartori. Elementos de teoría política. Alianza Editorial. Madrid. 1992.
[iii] Aristóteles, La política, Libro Cuarto, Porrúa, México, 1985.
[iv] Norberto Bobbio, El futuro de la democracia, Fondo de Cultura Económica. 1986.
[v] Roberto Dahl, La poliarquía (participación y oposición), Tecnos, Madrid. 1980.
[vi] Lester W. Milbrath, Political Participatio. How
and Why do People ger Involved in Politics?, Rand McNally, Chicago,1965.
[vii] La nota ésta y anterior es de Jaqueline Peschard. La cultura política democrática. Cuadernos de Divulgación de la Cultura Democrática, núm 2, Instituto Federal Electoral. 1994.
[viii] Victoria Camps, Virtudes públicas, Espasa Calpe. Madrid, 1990.