El
mito en la literatura: un recorrido hacia su definición
Claudia
Macías Rodríguez
Universidad
Nacional de Seúl
I
Las distinciones entre
razón y mito,
y entre mito e historia aunque fundamentales nunca han sido absolutas. La
discusión es antigua y podría remontarse a tiempos de Platón quien usaba los mitos como
alegoría por ejemplo, el famoso relato de la caverna[1]
frente a los sofistas que cuestionaban la interpretación tradicional de los mitos. Los
primeros teólogos cristianos en un intento por comprender la revelación cristiana
discutían sobre los papeles del mito y de la historia en la narración bíblica. Y
aunque
la ilustración acentuaba la racionalidad del
pensamiento,
dirigió
su atención a todas las expresiones humanas, incluidas la religión y
Se desarrollaron
también disciplinas sistemáticas dedicadas al estudio de la mitología. En campos como
la antropología social y la historia de las religiones, los estudiosos se encontraron con
mitos de los más antiguos periodos históricos fuera de la tradición occidental,
y
comenzaron a relacionar el estudio del mito con una comprensión más amplia de la cultura
y la historia. El romanticismo encontró en los mitos indoeuropeos más
antiguos una fuente intelectual y cultural. No es arriesgado afirmar que, desde los
griegos, nunca se había producido un cambio de tan vasto alcance en relación con la
comprensión de esta compleja estructura del imaginario cultural que denominamos mito como
el que tuvo lugar en los siglos
XVIII y XIX,
dice Maite
Solana.[3]
La ilustración y el romanticismo fueron el escenario de un vertiginoso desplazamiento de
la función del mito en cuanto realidad cultural, así como también de la aparición de
nuevos mitos que cuestionaban la hegemonía que la mitología grecolatina había ostentado
desde el renacimiento.
El
espíritu romántico sacó a la
luz
mitos enraizados en la Edad Media, la tradición cristiana o las culturas orientales, y
tuvo lugar un resurgimiento y una reapropiación de determinadas figuras de la mitología
clásica que tendrían una presencia persistente en la literatura y en las ideas
estéticas.
En un extenso
artículo, Jean Starobinski traza el recorrido que va desde el clasicismo y el
racionalismo ilustrado hasta la sensibilidad romántica, a través del cual el crítico
delimita la posición que ocupa la mitología en Europa desde el siglo XVII hasta
principios del siglo XIX, en particular desde la perspectiva de su tratamiento literario y
artístico, y de la función iconográfica y alegórica de la fábula entre las clases
cultas. Starobinski afirma que cualquier investigador que pretenda definir el estatuto de
los mitos antiguos en los siglos XVII y XVIII se encuentra con dos ámbitos extremadamente
distintos. El primero se sitúa en relación con todos los actos de cultura
(poesía, teatro, ballet, pintura, escultura y artes decorativas) en donde los motivos mitológicos son identificables; el segundo
está constituido por un conjunto de textos históricos, críticos y especulativos que
intentan elaborar un saber sobre los mitos, una
ciencia de los mitos.[4]
El romanticismo
proporcionó un nuevo tratamiento literario a algunas figuras míticas que procedían de
la tradición como es el caso de Prometeo en las tragedias de Byron y Shelley
y fijó literariamente a personajes que terminaron asumiendo un estatuto mítico, como el Fausto de Goethe o el Don Juan de Zorrilla.[5]
Si desde el siglo XIX el estudio de la mitología se convirtió en una herramienta
imprescindible para la comprensión de las culturas tanto antiguas como modernas, desde el
romanticismo los mitos se utilizaron de manera privilegiada en
la literatura y el arte para expresar el desconcierto que preside la modernidad.[6]
Jean Richer dice
que
el romanticismo francés se nutrió esencialmente de mitos: Y esta afirmación es
especialmente cierta en el caso de la obra de Victor Hugo que domina la época (en
especial los artículos sobre Job y Orfeo).[7]
Por su parte, Goethe, cuya obra preludia en muchos aspectos el romanticismo en Alemania,
condensa una gran cantidad de temas míticos. En su teatro,
por ejemplo,
Goethe trabajó
con
temas como los
de Pandora
e Ifigenia.
¿Por
qué los escritores han elegido con tanta constancia, con tanta tenacidad la expresión
por medio del mito? La respuesta tiene que ser compleja por fuerza. Jaume Pòrtulas ofrece
como una posibilidad el que los mitos proporcionan al individuo el sentimiento de
insertarse en una tradición muy vasta, que les trasciende de modo extraordinario,
de este modo es más factible intentar vencer la sensación de radial soledad.
Y agrega: hallamos al intelectual, al poeta tomando el relevo de antiguos
sacerdocios que han perdido su prestigio, y esforzándose para ser él mismo el creador de
nuevos mitos y religiones.[8]
En este sentido, se encontrarían los estudios de John E. Jackson sobre la poesía de Hölderin, Baudelaire, Mallarmé,
Rilke y T. S. Eliot, y de Michel Edwards sobre Eliot y Joyce.
Según
Jackson, el reconocimiento de la muerte como presencia a la vez íntima y universal
conduce a Baudelaire a intentar hacer de la obra el único lugar de su superación. Y
agrega:
el que la muerte esté necesariamente vinculada a la posibilidad misma del mito es
un hecho que, después de Eliot, pocos poetas han ignorado. [
] Si nos volvemos hacia
los poetas de Francia, Italia, Estados Unidos o América Latina, da la impresión de que,
en todos los casos, se trata de una experiencia universal que con toda seguridad la
Segunda Guerra Mundial [
] contribuyó a convertir en más opresiva. Y afirma
basándose en Paul Ricoeur: Para algunos, la creencia en los ritos ha dejado su
lugar a la interpretación de los mitos y los modos de creencia que nos vinculaban a
ellos.[9]
Michel Edwards, por su
parte, señala que el mito de Babel se sitúa en el centro de La tierra baldía (The Waste Land, 1922), y
en el centro de toda la obra de Eliot. Pero señala que el intento de crear de nuevo el
lenguaje resulta todavía más sorprendente en Joyce, cuyo empleo de los mitos parece
querer alcanzar la complejidad enciclopédica: Ulises,
fundado en cierto modo en la Odisea, hace
circular a sus personajes principales Stephen-Telémaco, Bloom-Ulises y
Molly-Penélope en un mundo enriquecido con muchos otros recuerdos del relato de
Homero, vinculándolos a una diversidad de mitos griegos, judíos y cristianos, y otros
todavía.[10]
En el siglo XX, los
estudios críticos sobre mito y literatura se desarrollaron especialmente durante las
décadas de los cincuenta y sesenta. En 1966, John B. Vickery recopila estudios clásicos
publicados en este periodo sobre Kafka, Thomas Mann, Keats, Virginia Woolf y Faulkner,
entre otros, en Myth and Literature. Contemporary
Theory and Practice. Sin embargo, la primera aplicación formal de la mitología
clásica en la literatura la realiza Gilbert Murray en 1914, sobre una lectura de
Shakespeare Hamlet y Orestes.[11]
Aunque Hyman señala como precursora a Jane Ellen Harrison, contemporánea de Frazer en
Cambrigde, quien desde 1882 escribía sobre mitología griega y arte.[12]
En lo que se refiere
al ámbito de las letras hispanoamericanas, la vuelta a los mitos se realiza por doble
vía.
Por
una parte se encuentran autores y críticos que
reconocen y rescatan los valores míticos de
las culturas prehispánicas
en el continente y de
la tradición vuduista que se incorpora tardíamente pero con singular fuerza
especialmente en las islas del Caribe, la cual de alguna manera es equivalente a las
prehispánicas por su posición respecto de la cultura de los colonizadores.
En
cuanto a los estudios prehispánicos, destaca
por su obra y su personalidad Ángel Ma. Garibay K.,
humanista, helenista y descubridor del legado literario de los antiguos mexicanos. En 1940
publica la primera edición de Poesía indígena de
la Altiplanicie y, en el mismo año, la
Llave
del náhuatl,
obra que serviría como instrumento para aprender la lengua de los antiguos mexicanos. En
1956 dirige el Seminario de Cultura Náhuatl dentro del Instituto de Historia de la UNAM.
Su Historia de la literatura náhuatl aparece en
dos volúmenes en 1953-1954. Y la primera versión de otro lado de la historia
en Visión de los vencidos. Relaciones indígenas de
la Conquista,
en
1959.
Su interés no se limita sólo al ámbito mexicano ya que también cuenta con trabajos en
donde compara la cultura hindú y la náhuatl, por ejemplo.[13]
Entre
otros estudios en esta dirección se pueden contar el de Miguel León-Portilla, La filosofía náhuatl, estudiada en sus fuentes
(1956); el
de Natalicio
González, Ideología guaraní (Inst.
Indigenista Interamericano, 1958).
Y el
Fernando
Díaz Infante
sobre
Quetzalcóatl (Ensayo psicoanalítico del mito
nahua) (Universidad Veracruzana, 1963).
Como fruto de casi
treinta años de estudios, Miguel
León-Portilla clasifica la temática de los mitos en cinco apartados, atendiendo a la
estructura del pensamiento mesoamericano derivado del análisis de los testimonios
documentales y arqueológicos que
se han descubierto a la fecha:
1) Mitos del tiempo-espacio de los orígenes cósmicos; 2) mitos sobre el ser y actuar de
los dioses en el universo; 3) mitos y leyendas sobre los orígenes étnicos de los
distintos grupos; 4) mitos actualizados a través del calendario en diversas fiestas y en
la vida cotidiana, y 5) mitos en relación con la visión del mundo y con la especulación
de los sabios.[14]
Simultáneo al
interés académico por los mitos prehispánicos, los escritores comienzan a incorporarlos
y a recrearlos en sus obras desde los años cuarenta. José María Arguedas publica Yawar Fiesta en 1941, y
luego Los
ríos profundos
en 1956. Y en las letras mexicanas se pueden mencionar, entre muchos otros, a Rosario
Castellanos con Balún Canán en 1957, a Carlos
Fuentes y su personaje-guardián Ixca Cienfuegos en La
región más transparente (1958), a Eraclio Zepeda que incorpora mitos prehispánicos
en los cuentos de Benzulul (1959), y a Fernando
del Paso con José Trigo en 1966.
En
el ámbito del Caribe, la República Dominicana, vecina de Haití, vive un profundo
sincretismo de la religión cristiana con la vuduista, producto de la cultura de los
negros que llegaron como esclavos a América, que no es privativo de estas dos naciones.
Puerto Rico, Cuba y Brasil, por ejemplo, dan cuenta del fenómeno que ha sido denominado
en ciertos contextos como Santería o Regla de Ocha (Cuba), Candomblé (Brasil) o
simplemente Vudú (Haití y República Dominicana).
Desde
los años cuarenta, grandes poetas como Luis Palés Matos, Manuel del Cabral y Nicolás
Guillén descubren a través de su lírica el mundo de los negros antillanos. En
narrativa, Alejo Carpentier, inmortaliza la tradición vuduista en relación con la
libertad de los esclavos negros en obras como El
reino de este mundo (1949), en cuyo prólogo registra: De Mackandal el
americano, en cambio, ha quedado toda una mitología, acompañada de himnos mágicos,
conservados por todo un pueblo, que aún se cantan en las ceremonias de Voudou.[15]
Más contemporáneamente, Ana Lidia Vega en cuentos como Otra maldad de Pateco
de la Colección Encancaranublado y otros cuentos
de naufragio (Casa de las Américas, 1982), rescata el valor de la oralidad y de los
mitos de la cultura afroantillana. Y Edgardo Rodríguez Juliá, en su novela La noche oscura del niño Avilés (1984), presenta
la búsqueda de una resignificación de la historia de Puerto Rico que intenta la posible
instauración de un mundo utópico y sensual centrado en la negritud. En la República
Dominicana conviene destacar la novela de Marcio Veloz Maggiolo, La biografía difusa de Sombra Castañeda (Monte
Ávila, 1980), una obra en la que se integran creencias mágico-religiosas del
pueblo dominicano que presentan un mundo lleno de ritos, hechizos, galipotes,
luases, ciguapas; un mundo donde las fuerzas desatadas del bien y el mal, del sexo y del
deseo, generan la acción.[16]
Por otra parte, se
puede encontrar a críticos
con formación helenística que interpretan las obras hispanoamericanas según los mitos
de la cultura grecolatina,
y autores que recuperan elementos míticos de la cultura clásica para reelaborarlos en
sus textos, como el caso del laberinto. Julio Cortázar publica en 1949 su poema
dramático Los reyes, en el que recrea el mito
del Minotauro. En 1950, aparece la primera edición de El laberinto de la soledad de Octavio Paz. En
1953, algunas obras de Jorge Luis Borges se publican bajo el título Labyrinthes, con prólogo de Roger Caillois.
A
inicios del siglo XX destaca
la figura de Leopoldo Lugones quien en 1916,
con sus conferencias de El payador,
rescata
el Martín Fierro calificándolo como canto
homérico de la literatura argentina: En el texto de Lugones, la desaparición del
gaucho no es sólo un hecho histórico irreversible, sino también un acto necesario para
completar su mitificación, señala
Rafael
Olea Franco y agrega que para Lugones la grandeza de una raza está patente en sus
heroicos orígenes, por lo que esta parte del mito preside también una de las funciones
del gaucho. [
] Se trata pues de un acto heroico que constituye a la vez un
sacrificio ritual:
un rito de sangre, de virilidad, que proveyó al carácter argentino de los atributos y de
la fuerza indispensables para aspirar a un destino de grandeza. Consumado el sacrificio
ritual de los orígenes de la identidad argentina, petrificado ya el gaucho en un mito que
lo sublima [
] Debido
a la desparición
real del gaucho, Lugones plantea el espacio literario como el medio para su recuperación:
el símbolo de las más altas virtudes del carácter argentino no existe ya, pero ha
quedado plasmado en la literatura.[17]
Durante la
primera mitad del siglo XX
destaca la figura de Alfonso Reyes, gran
admirador
de la cultura clásica. Reyes escribe su poema
dramático Ifigenia cruel (1924) y publica Los trabajos y los días (1945), Estudios helénicos (1957), La filosofía helenística (1959), La afición de Grecia (1960), La crítica en la edad ateniense. La antigua
retórica (1961), Religión griega. Mitología
griega (1964) entre una vasta obra ensayística, además de traducir la Ilíada de Homero,
en 1951.
Paralelamente,
la literatura se enriquece con la publicación de la obra de Juan Rulfo,
una
de las
más estudiadas
desde el punto de vista mítico. Carlos Fuentes, en Valiente mundo nuevo (1990), ve en Juan
Preciado a Telémaco, en Abundio Martínez a Caronte e interpreta la llegada de Juan
Preciado según el mito de Orfeo.[18]
En el mismo año aparece Juan Rulfo: del páramo a
la esperanza. Una lectura crítica de su obra, en la que Yvette
Jiménez
de Báez estudia a profundidad y en diálogo con la crítica anterior la naturaleza
simbólica del texto.
En
el tercero de los principios teóricos que sustentan su estudio
señala
la idea de que el proceso de simbolización es fundante en los textos
literarios.[19]
Jiménez de Báez toma
el simbolismo del Centro para explicar la estructura de la obra: Esta idea del
Centro como el lugar donde se define el sentido es decisivo en el mundo de Rulfo. Lo mismo
que en El llano en llamas, es el espacio que
determina la organización textual en prácticamente toda su obra. En una
interpretación que combina símbolos míticos de la cultura clásica con símbolos
religiosos de la tradición cristiana, Jiménez de Báez ofrece una visión de la obra de
Rulfo abierta al futuro, una posibilidad implícita en la complejidad dialéctica de
los símbolos. Una visión universalista
de la historia, centrada en la interpretación cristiana del Nuevo Testamento, que
conlleva la liberación de todo sistema opresor histórico, en lo que la
autora ha llamado la ética humanista de Juan Rulfo.[20]
En este mismo periodo aparece
la obra de Martín Lienhard, La voz y su huella.
Escritura y conflicto étnico-social en América Latina (1492-1988). Lienhard
inscribe su ensayo en la línea de los estudios sobre la cultura náhuatl realizados por
Ángel María Garibay y Miguel León-Portilla. El
crítico
se preocupa por los testimonios de carácter oral y escrito del pasado histórico cultural
de los pueblos latinoamericanos, y señala que el prolongado diálogo con la persona
y la obra de Augusto Roa Bastos contribuyó a convencerlo de la existencia de
literaturas escritas alternativas en tres áreas del continente: Mesoamérica, área
andina y área tupí-guaraní.[21]
Augusto
Roa Bastos, por su parte, en El texto cautivo (Apuntes de un narrador sobre la
producción y la lectura de textos bajo el signo del poder cultural), especialmente
en el tercer
apartado
sobre
la
experiencia simbólica, habla de la propiedad del lenguaje simbólico que se manifiesta no
sólo en el lenguaje literario, sino en campos como las mitologías, cosmogonías,
ciencias del hombre, de la naturaleza, del cosmos. Y señala que desde el punto de vista
de la experiencia simbólica, cada texto es un hecho nuevo de relaciones y revelaciones.[22]
La
literatura hispanoamericana ha dado muestra de la formación de nuevos mitos que surgen de
la fusión del autor con su obra la cual a su vez incorpora elementos simbólicos de
carácter mítico como es
el caso de Elena Garro: Ejemplo de ruptura y cambio, fabricante de insomnes,
perseguidos personajes-mito, de los cuales ella misma fue el más logrado. Elena
Garro-Garra, anti/paz/ifista, autora excepcional. Al hablar de Testimonios sobre Mariana (1981), Luzelena
Gutiérrez de Velasco destaca los magníficos olores de la vainilla, el orégano, el
chocolate donde se puede reencontrar la figura de la madre sin ruido y sin
palabras, y la voz de la nana, esas voces preedípicas
que en el relato la conducen entre las sombras hacia la muerte, pero que más allá de las
páginas operan un movimiento que procede de la construcción de un personaje: Lelinca o
Mariana, a la destrucción de una mujer: Elena Garro, la No-persona.[23]
No faltan también
estudios en esta dirección sobre la obra de Carlos Fuentes. Lauro Zavala revisa la forma
y el mito en Gringo viejo; Pilar Sáenz
combina en un ejercicio de semiótica el análisis de la estructura y la función del mito
en Una familia lejana; Marc Nacht estudia la
relación de la obra de Fuentes con la figura de la Malinche,
y Julio
Ortega revisa el carácter desmitificador de La
muerte de Artemio Cruz en un ensayo que ha publicado en los años recientes en su
página web.[24]
El
mito y la literatura deben
su cercanía, en gran medida, a las posibilidades del tiempo.
Como señala Mircea Eliade, el hombre conoce varios ritmos temporales
y no solamente el tiempo histórico: Le basta con escuchar buena música, enamorarse
o rezar para salir del
presente histórico y reintegrarse al presente eterno del amor y de la religión. Le
basta, incluso, abrir una novela o asistir a un espectáculo dramático para encontrar
otro ritmo temporal que, evidentemente, no es el tiempo histórico.[25]
El
tiempo
mítico
es un tiempo propicio que nos permitiría tener un
diálogo
con el autor preferido más allá de la muerte, una
noche, en la banca de un parque en la ciudad de México, mientras transcurre un
tiempo que no se puede medir por minutos,
en
un
encuentro en el que Borges bien podría haber dicho al despedirse: Sólo la
literatura nos salva de la muerte; aunque sea por un instante, nos da la eternidad.[26]
II
El mito siempre ha
formado parte de los estudios clásicos y teológicos en el mundo occidental. Pero desde
el neoclasicismo, el interés por el mito renace con nueva intensidad en casi todas las
disciplinas Antropología, Historia, Sociología, Psicología, Historia de las
religiones, Lingüística dando lugar a numerosas teorías que se han difundido
ampliamente.
Entre los autores
clásicos en los estudios sobre el mito se encuentra Friedrich Max Müller (1823-1900),
lingüista
alemán
que
desarrolló la teoría de que el lenguaje y el mito eran hermanos gemelos;
fue el más famoso defensor del mito como ejemplo del desarrollo histórico del lenguaje.
A
Edward
Tylor (1832-1917)
se
debe el concepto de animismo y fue uno de los fundadores de la teoría del
evolucionismo cultural. James
Frazer
(1854-1941)
es
famoso por sus doce volúmenes de La rama dorada
publicados
de 1890
a 1920, vasta obra sobre mitos, ritos, magia y tabús,
aunque se limitó a recopilar etnografía de lugares que nunca visitó. Fue uno de los
últimos exponentes del evolucionismo.[27]
La mayor aportación
de Sigmund Freud (1856-1939)
es
el psicoanálisis y la interpretación de los sueños. En Totem y tabú publicado
en 1912-1913
parte de la idea de que la vida primitiva es un estado salvaje previo al
desarrollo cultural y también de que la religión tiene su origen en las prácticas
totémicas. Émile
Durkheim
(1858-1917),
sociólogo
y filosófo positivista seguidor de Comte, fue fundador de la escuela francesa de
sociología. En su obra Las formas elementales de la
vida religiosa (1912) estudia las formas totémicas de Australia para examinar la
relación del mito con la sociedad.[28]
Gilbert
Murray
(1866-1957),
lingüista
inglés nacido en Australia, destacado profesor de griego en Oxford, traduce los dramas
griegos y realiza la primera aplicación formal de la mitología clásica en la
literatura. Ernst Cassirer
(1874-1945),
filósofo
idealista alemán,
en su Filosofía de las formas simbólicas (t.1,
1923;
t.2,
1925;
t.3,
1929)
incluye los mitos en la teoría del conocimiento al relacionarlos con el lenguaje como
forma de pensamiento. Cassirer considera que el mito y los modos míticos del
pensamiento forman un profundo sustrato en las culturas científicas y tecnológicas de
Occidente. Carl Gustav Jung (1875-1961), psiquiatra
suizo que
sigue
los
pasos de
Freud aunque luego se distancia de él, estudia sobre el mandala, la alquimia, los
arquetipos, la psicología y la religión. La psicología encontró en el mito material
para delinear la estructura, el orden y los mecanismos tanto de la vida psíquica de los
individuos como del inconsciente colectivo de la sociedad.
Bronislaw Malinowski
(1884-1942),
filósofo
y antropólogo polaco,
es el primero en viajar y en desplazarse para hacer trabajos de campo. Fundador de la
corriente antropológica denominada funcionalismo, considera que el mito
cumple en las sociedades arcaicas y tribales una función indispensable: expresar,
incrementar y codificar la creencia, salvaguardar y reforzar la moralidad, y ofrecer
reglas prácticas para la guía de los individuos en estas culturas. Georges
Dumézil
(1898-1986)
estudió
más de cuarenta lenguas y es famoso por sus estudios míticos comparados en las lenguas
indoeuropeas. Llevó a cabo extensas investigaciones sobre el mito
en
las culturas india, griega, romana, alemana y escandinava, entre otras, y dedujo una
estructura cosmo sociológica común a cada una de esas variantes míticas.
Joseph Campbell
(1904-1987),
antropólogo
norteamericano interesado en el psicoanálisis de Jung, publica El héroe de las mil caras: Psicoanálisis del mito
(1948). Mircea Eliade (1907-1986),
filósofo
rumano e historiador de las religiones,
destaca por el rigor de sus estudios sobre el fenómeno religioso. Desde su
interpretación, el mito revela una ontología primitiva, una explicación de la
naturaleza del ser. El mito, por medio de símbolos, expresa un conocimiento que es
completo y coherente; aunque los mitos puedan trivializarse y vulgarizarse a través de
los siglos, la gente puede usarlos para volver al principio del tiempo y redescubrir y
volver a experimentar su propia naturaleza. Claude
Lévi-Strauss
(1908)
elabora un método original al combinar el análisis estructural y la aportación del
psicoanálisis para el estudio antropológico
de
los mitos. Y para Paul Ricoeur (1913), el mito expresado en símbolos es necesario para
una seria valoración de los orígenes, de
los procesos
y
los
abismos del pensamiento humano.
En diálogo con los
estudiosos de las cuestiones míticas, es frecuente que los teóricos realicen
evaluaciones de las propuestas anteriores para ubicar la propia en mejor contexto. Joseph
Campbell, por ejemplo, resume:
Mythology
has been interpreted by the modern intellect as a primitive, fumbling effort to explain
the world of nature (Frazer); as a production of poetical fantasy from prehistoric times,
misunderstood by succeeding ages (Müller); as a repository of allegorical instruction, to
shape the individual to his group (Durkheim); as a group dream, symptomatic of archetypal
urges within the depths of the human psyche (Jung); as the traditional vehicle of
mans profoundest metaphysical insights (Coomaraswamy); and as Gods Revelation
to His children (the Church). Mythology is all of these. The various judgments are
determined by the viewpoints of the judges. For when scrutinized in terms not of what it
is but of how it functions, of how it has served mankind in the past, of how it may serve
today, mythology shows itself to be as amenable as life itself to the obsessions and
requirements of the individual, the race, the age.[29]
En
esos mismos términos Paul Ricoeur se interesa en la mitología. Más que buscar definir
lo que es un símbolo o un mito, se preocupa por estudiar cómo funcionan y como se
manifiestan. En los tiempos modernos, señala Ricoeur, el mito ha perdido su valor
explicativo, pero precisamente
al
perder esas pretensiones explicativas es cuando el mito nos revela su alcance y su
valor de exploración y de comprensión; esto es, su función simbólica, la cual se
define como el poder que posee el mito para descubrirnos y manifestarnos el lazo que une
al hombre con lo sagrado. De esta manera, el mito se convierte en una dimensión del
pensamiento moderno.[30]
Cerraremos nuestro recorrido
con una cita de Günter Grass, tomada de Literatura y mito, recopilada en su
libro Artículos y opiniones:
La
literatura vive del mito. Crea y destruye mitos. Cuenta la verdad de una manera diferente
cada vez. Su memoria guarda todo lo que nos conviene recordar. Esperemos que algún día
no muy lejano seamos capaces otra vez de pensar en imágenes y signos, y le permitamos a
nuestra razón creer en las fábulas, jugar con aparente necedad con cifras y
significados, dar rienda suelta a la fantasía y darnos cuenta de que si estamos llamados
a sobrevivir, sobreviviremos, como mucho, en mitos, aunque sea con ayuda de la literatura.
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[1]
Cf. Platón, The Republic, trad. Tom Griffith,
Cambridge University Press, Nueva York, 2001, libro VII.
[2]
Cf. David Bidney, Myth, Symbolism, and Truth, en Myth and Literature. Contemporary Theory and Practice,
John B. Vickery (ed.),
[3]
Maite Solana, Ilustrados y románticos frente al mito, en Las mitologías de Europa: los indoeuropeos y los
<<otros>>. El chamanismo asiático, Victoria Cirlot, Jaume Pòrtulas y
Maite Solana (eds.), trad. Cristina Serna y Maite Solana, Eds. Destino, Barcelona, 1998,
p. 33.
[4]
Jean Starobinski, La fábula y la mitología durante los siglos XVII y XVIII. Su
posición en la literatura y la reflexión teórica, en Las mitologías de Europa: los indoeuropeos y los
<<otros>>
,
op. cit., p.
493. Las cursivas son del texto.
[5] Vid.
Francisco Ruiz Ramón y César Oliva (eds.), El mito
en el teatro clásico español. Ponencias y debates de las VII Jornadas de teatro clásico
español, Taurus, Madrid, 1988; especialmente las ponencias de Andrés Amorós,
Don Juan Tenorio, mito teatral, pp. 15-25, y Marc Vitse, Las burlas de
don Juan: Viejos mitos y mito nuevo, pp. 182-191.
[6] Cf.
Maite Solana, Ilustrados y románticos frente al mito, art, cit., p. 46.
[7]
Jean Richer, Romanticismo y mitología. El recurso a los mitos en la obras
literarias, en Las mitologías de Europa: los
indoeuropeos y los <<otros>>
,
op. cit., p.
524.
[8]
Victoria Cirlot, Jaume Pòrtulas y Maite Solana (eds.), Las mitologías de Europa: los indoeuropeos y los
<<otros>>
,
op. cit., pp.
23 y 24.
[9]
John E. Jackson, Poesía y mito. La modernidad, un cuestionamiento del mito.
Hölderin, Baudelaire, Mallarmé, T. S. Eliot y Rilke, en Las mitologías de Europa: los indoeuropeos y los
<<otros>>
,
op. cit., p.
654.
[10]
Michel Edwards, Literatura y mitología. Otro ejemplo: la poesía inglesa en el
siglo XX, en Las mitologías de Europa: los
indoeuropeos y los <<otros>>
,
op. cit., p.
661.
[11] Cf. Gilbert
Murray, The Classical Tradition in Poetry,
[12] Cf. Stanley
Edgar Hyman, The Ritual View of Myth and the Mythic, Myth and Literature. Contemporary Theory and Practice, op.
cit., p. 48.
[13]
Cf. Miguel León-Portilla, Ángel Ma. Garibay
K., Estudios de cultura náhuatl, UNAM,
vol. 4, 1963, [volumen publicado en homenaje al Dr. Ángel Ma. Garibay K.], pp. 9-26.
[14] Cf.
Miguel León-Portilla, Toltecáyotl. Aspectos de la
cultura náhuatl, FCE, México, 1980, p. 151.
[15]
Alejo Carpentier, El reino de este mundo, Ed.
Letras Cubanas, La Habana, 1984, p. 10.
[16]
José Alcántara Almánzar, Narrativa y sociedad
en Hispanoamérica, Instituto Tecnológico de Santo Domingo, Santo Domingo, 1984, p. 94.
[17]
Rafael Olea Franco, El otro Borges. El primer
Borges, El Colegio de México-FCE, Buenos Aires, 1993, pp. 53-54.
[18]
Carlos Fuentes, Valiente
mundo nuevo. Épica, utopía y mito en la novela hispanoamericana, FCE, México, 1990, pp. 150-151.
En
otro capítulo del mismo libro, Fuentes califica como la
Ilíada
descalza a
la
novela Los de abajo, de Mariano Azuela. Ibíd.,
pp. 174-193.
La idea de Juan Preciado como Telémaco había aparecido antes en su ensayo sobre La nueva novela hispanoamericana, Joaquín Mortiz,
México,1969, p. 16.
[19] Yvette
Jiménez
de Báez, Juan Rulfo: del páramo a la esperanza.
Una lectura crítica de su obra, El
Colegio de México-FCE, México, 1990, p.
8.
[20] Yvette
Jiménez
de Báez, Juan Rulfo: del páramo a la esperanza,
op. cit., pp.
130, 268 y 270.
[21]
Martín Lienhard, La voz y su huella. Escritura y
conflicto étnico-social en América Latina (1492-1988), Casa de las Américas, La
Habana, 1990, pp. 11, 14 y 19.
[22] Cf.
Augusto
Roa Bastos, El texto cautivo (Apuntes de un narrador sobre la producción y la
lectura de textos bajo el signo del poder cultural), Hispamérica, vol. 10, diciembre 1981, pp. 3-28.
[23] Luzelena
Gutiérrez de Velasco, Elena Garro. Entre la originalidad y la persecución, Elena Garro: In memoriam. La Jornada Semanal, núm.
182, 30 de agosto 1998, p. 6.
Vid
también Luzelena
Gutiérrez de Velasco, Entre la originalidad y la persecución: la narrativa de
Elena Garro, Casa de las Américas, núm.
183, 1991, pp. 57-61.
[24]
Cf. Lauro Zavala, Forma y mito en Gringo
viejo, Nuevo Texto Crítico, vol. 1,
1988, pp. 123-131; Pilar Sáenz, Mito y semiótica en Una familia lejana de Carlos Fuentes, en Crítica semiológica de textos literarios
hispánicos, Miguel Garrido Gallardo (ed.), CSIC, Madrid, 1983, pp. 659-663; Marc
Nacht, Carlos Fuentes and Malintzins Mirror, Review of Contemporary Fiction, vol. 8, 1988, pp.
211-216; Julio
Ortega, La muerte de Artemio Cruz y el
relato de la des-fundación nacional, en La
ciudad literaria de Julio Orteg@, en http://www.brown.edu/Departments/Hispanic_Studies/Juliortega/Principio.htm#Artemio%20Cruz
[25] Mircea
Eliade, Imágenes y símbolos. Ensayos sobre el
simbolismo mágico-religioso,
op. cit., p. 36.
[26] Rafael
Olea Franco, Un encuentro inesperado, La
Jornada Semanal, México, 16 de junio de 1996, p. 9.
[27] La
mayor parte de esta información y la subsiguiente la obtuve de los libros citados de los
autores y para completar algunas referencias consulté John B.
Vickery (ed.), Myth and Literature. Contemporary
Theory and Practice,
[28] Mircea
Eliade critica la obra de Frazer por sus juicios sobre las sociedades arcaicas. Y critica
también Totem y tabú al señalar que Freud
universaliza sus conceptos a pesar de conocer las conclusiones a las que Frazer había
llegado sobre la no universalidad del totemismo como fenómeno socio
religioso.
Censura igualmente Las formas elementales de la
vida religiosa: libro precioso en muchos aspectos, a veces casi genial, pero
desgraciadamente carente de fundamento, porque señala que Durkheim cae en el mismo
error de Freud, al atribuir al totemismo el origen de las religiones. Mircea Eliade, Imágenes y símbolos. Ensayos sobre el simbolismo
mágico-religioso, op. cit., p. 27, n. 8 y p. 30.
[29] Joseph Campbell,
The hero with a thousand faces, Meridian Ed.,
Nueva York, 1956. [1a. ed.
1948], p. 382.
[30] Cf.
Paul
Ricoeur, Finitud y culpabilidad, trad.
Alfonso
García Suárez y Luis M. Valdés Villanueva. Taurus, Buenos Aires, 1991 [1a. ed.
francesa, 1960], p.
169.