Sincronía Primavera 2005


La Retórica del Habla Juvenil

Patricia Córdova Abundis.

Universidad de Guadalajara


 

 

En La ciencia del Texto, Teun van Dijk sugiere de manera titubeante hacer una distinción entre estilística y retórica. Plantea que la retórica implica el estudio de la “manipulación consciente”  de rasgos textuales que el hablante realiza con el fin de persuadir a su auditorio. La retórica -nos dice- “(...)noanaliza el uso de la lengua como realización (involuntaria), que depende de los factores situacionales (...)la estilística se ocupa de esta tarea.” (1983:124). Es decir, van Dijk parece identificar como retórico aquellos mecanismos conscientes que el hablante utiliza para persuadir; mientras que identifica como estilístico a todas aquellas variantes lingüísticas que reflejan la pertenencia y los roles sociales del hablante; siendo, por lo tanto, lo estilístico una manifestación involuntaria. Sin embargo, páginas más adelante, van Dijk rectifica y reconoce  que “tal vez” no es fácil ni razonable separar la retórica de la estilística y de la pragmática (1983:126).

Acojo este último reconocimiento por parte de van Dijk: no es posible y mucho menos conveniente intentar una separación entre retórica y estilística a partir de criterios tan difícilmente mensurables como lo es el grado de conciencia con que se opta por hablar con un estilo u otro. Como hablantes, sabemos que cuando hablamos estamos en una escala retórica del habla que nos lleva del automatismo en el uso lingüístico a la  selección minuciosa de una u otra variedad lingüística, con el propósito de significar correctamente la información o con el propósito de incidir expresivamente en nuestro interlocutor. Vamos de la intuición lingüística a la conciencia lingüística y de ésta a un uso no premeditado de las variedades. Recorremos la escala retórica del habla siguendo motivaciones personales y sociales  y  respondiendo a necesidades contextuales lingüísticas y a necesidades contextuales extralingüísticas.

 

Escala Retórica del Habla

 
 

 

 


Uso consciente                                  Intuición lingüística               Uso No consciente

de recursos  estilísticos                                                       de recursos estilísticos

 

Podríamos decir que esta escala es la escala que los hablantes recorremos como seres sociales cada que enunciamos. Los extremos del esta escala pragmaretórica bien podrían ser, por un lado, el uso lingüístico no consciente  y, por otro, el uso lingüístico consciente. El recorrido de esa escala está motivado por una fuerte tensión entre factores sociales y factores individuales contenida en cada hablante. Digamos que cada grupo social tiene expectativas lingüísticas distintas de cada interlocutor, de cada grupo social que se le opone, y de cada situación de habla.  Cada que un sujeto habla utiliza un registro discursivo[1] cuya adecuación de uso está determinada por factores socioculturales o por condiciones sociosemióticas y sociosemánticas, al decir de Halliday (1978). De ello se desprende que las partes del registro discursivo, a saber el tema del discurso, el modo del discurso y el tono del discurso, están determinadas por la procedencia social del hablante, la situación de habla y por la naturaleza de los interlocutores.

En esta naturaleza tridimensional del registro discursivo, aparentemente tan trivial  como puede ser una clasificación tripartita, se pone en juego a cada instante la vida o muerte simbólica del hombre en sociedad. De qué puedo hablar, con qué intención, con que medio (escrito, oral, u otros) y con qué grado de solemnidad o irreverencia, son las preguntas que se despliegan cuando estudiamos el uso de la lengua, pero también son los parámetros que sirven para valorar si una actuación lingüística fue existosa o no. Hablar sobre temas que grupos poderosos consideran inabordables, utilizando modos audivisuales de  comunicación y tener como interlocutor a gran parte de la población, puede llevar incluso al asesinato o desaparición de tales hablantes. Entonces, la lucha por la vida o muerte  simbólica a través de la palabra se convierte en un lucha por la vida o la muerte del cuerpo mismo. La  palabra  otorga la vida o la quita porque es un medio para constituirnos individual y socialmente.

En este contexto analítico hemos elegido estudiar  la palabra de los jóvenes. Nos hemos preguntado cómo viven o mueren los jóvenes a través de su habla. Los avances de investigación que ahora presento están concentrados en el estudio de un corpus de habla informal de estudiantes de preparatoria. Hemos realizado aproximadamente seis horas  de videograbación y doce horas de audiograbación. Nuestros informantes son principalmente estudiantes de la preparatoria siete y de la preparatoria nueve de la Universidad de Guadalajara.   En principio, la investigación surgió como una inquietud por conocer los estereotipos sociolingüísticos  y las variantes léxicas de los jóvenes hacia objetos y sujetos sociales determinados. Cómo se refieren los jóvenes a una biblioteca, cómo se refieren a un bar, como a un auto, como a un autobús, cómo a un indígena, cómo a un ejecutivo, etc. Se trabajo en esa etapa con fotografías y audiograbadora; con estrategias de ablandamiento previo frente a la inhibición que suele causar una grabadora. En cuanto a las videograbaciones, éstas las realicé con la ayuda de un estudiante de preparatoria, con el propósito de inhibir menos y de capturar un habla lo más espontánea posible. Funcionó. El relajamiento fue tal que puedo afirmar que el habla videograbada es prototípicamente coloquial. Se trata de conversaciones múltiples entre pares,  en los jardines de la escuela.

Presento a continuación un panorama sintetizado de las tendencias retóricas en el nivel microestructural, macroestructural y superestructural[2].

En el nivel microestructural identificamos tendencias que abarcan variantes morfoléxicas, léxicas y sintácticas.  Las tendencias morfoléxicas y léxicas son las que cuentan con una clara estigmatización social; corresponden a un espacio  periférico lingüístico en la medida que sólo reflejanel vocabulario recurrente del habla juvenil. No obstante, este nivel micro tiene una fuerte significación sociosemiótica y sociosemántica,  tal como puede apreciarse cuando nos percatamos de que tales tendencias lingüísticas convergen con lo que se ha dado en llamar el lenguaje hipocorrecto (Bordieu, 1990). Lenguaje conformado por formas disfemísticas, por las llamadas “malas palabras” o por formas lingüísticas en general que no cuentan con un prestigio sociolingüístico  avalado por las instituciones formales de la lengua (escuelas, academias, periódicos, etc.). El lenguaje hipocorrecto fue originado en el contexto del llamado movimiento contracultural de los años cincuenta con los beats en San Francisco y más tarde en los años sesenta con los hippies. En México, el movimiento se manifestó literariamente con la llamada novela de la onda, con el movimiento cultural general de los jipitecas, con la llegada del rock y todos sus valores transgresivos e irreverentes. Lo trascendente de este contexto sociosemiótico es que polariza la noción misma de prestigio lingüístico, pues entre los grupos juveniles que comparten este opción lingüística  y sociosemiótica se privilegian las formas lingüísticas disfemísticas.

Así pues, hemos encontrado una tendencia a utilizar disfemismos típicos como güey, cabrón, pendejo, pendeja, perro, perra, baboso, babosa, pinche vato, entre otros. De estos nos interesa su función discursiva. Entre las funciones discursivas del disfemismo, encontramos que pueden utilizarse como marcadores conversacionales de control de contacto. Es decir, son partículas que antes que tener  una función progresiva en la construcción del  discurso mismo, funcionan  como llamadas de atención al interlocutor para mantener o comprobar el contacto (Briz, 2001); son fórmulas exhortativas y apelativas; es decir, son controladores del contacto. En la medida que la conversaciones analizadas no son en el sentido estricto diálogos,  piezas en las que el turno de habla se toma y se otorga armónicamente con el fin de llegar a un conocimiento común, sino conversaciones informales en las que el turno suele arrebatarse, el habla sobreponerse y los tópicos cambiarse constantemente, en esa medida, la conversación muestra una fuerte función egocéntrica (Briz, 2001)  y una clara función expresiva, por medio de las cuales los hablantes parecen regularmente anteponer su persona ante sus interlocutores. El uso reiterado de tales marcadores conversacionales  de control de contacto y el hecho de que los mismos sean disfemísticos nos lleva a afirmar que existe una tendencia sociosemiótica cuyo potencial de significado común es violentar al interlocutor por medio de la palabra. El interlocutor acepta ese potencial de significado y lo comparte en el momento que retribuye a su interlocutor con la misma opción retórica. Veamos un ejemplo en el que los cuatro hablantes son varones entre 16 y 17 años. El tema sobre el incidente en una fiesta la noche anterior:

1.

C: Que te iba a decir güey//yo sí estaba emputado por//por Liz?

D: [Eeeel que se enojo eras tú güey?]

B: [Sí ?]

A: [Sí ? pinche bato enojón?]

                C: ¿Yo??

B: [Sí ?]

                A: [Sí ?//casi me pegas güey?]

            D: [Hasta te paraste y te saliste?]

B: Aaa pues me estaba- me estaba rayando la madre esa vieja/pues mejor se la raye yo solo?

A: [ Aaaaa? qué a toda madre ?que te juntas con nosotros?]

B: [ Aaaaa?]

C: [ Pero también yo se la rayé?]

B: [ Saliste más cabrón que Chuy?]

A: [ Pinche bato?]

 

 

El uso de las llamadas “malas palabras” en el habla juvenil  es un uso sociolingüístico cuya explicación sociosemiótica involucra no sólo a los jóvenes mismos, sino a otros grupos sociales, entre los que sin lugar a dudas estamos los profesores y los adultos en general. Nada aportamos rechazando esta retórica del disfemismo en el habla juvenil. Me explico siguiendo de entrada a José Avello Flores y Antonio Muñoz Carrión (2002). Estos investigadores de la juventud contemporánea han sintetizado en una frase el estado de desamparo comunicativo en que viven los jóvenes en la actualidad, afirman: “Se deja de ser joven justamente cuando se recupera la palabra”. (2002:43) Para estos autores, la sociedad globalizante envía mensajes contradictorios a los jóvenes. Por un lado se les dice “obedece”, sigue las reglas del sistema; pero, por otro lado, se les dice “sé tú mismo”, sigue tus propias reglas. Tal estado contradictorio  y el hecho de que ya no el joven sino “lo joven”, sin discurso propio, sea presentado como un objeto de deseo de la sociedad en general, provoca que la respuesta del joven no pueda ser a través del logos, del verbo, pero sí a través del mito, el mito de la juventud como impacto visual. De ahí que los jóvenes pierdan la palabra y respondan con emociones que se constituyen en lo que podríamos denominar tres manifestaciones sociosemióticas que son tendencias en este grupo social:

1.      la estética de la violencia,

2.      la estética del estupor (de la pérdida de las habilidades intelectuales) y

3.       la estética de la parodia o la burla

 

            En la retórica del habla juvenil encontramos precisamente tales tendencias estéticas que, como toda estética, son respuestas o propuestas no racionales a un contexto, a un conjunto de circunstancias. La estética de la violencia[3]  se manifiesta constantemente de manera antropocéntrica y de manera egocéntrica: el joven llama “cabrón” al otro, pero también se llama a a sí mismo “cabrón”. Tal estética de la violencia se confirma en la prosodia que es utilizada:  tonos altos y sostenidos.

            Debemos agregar que esta estética de la violencia en el habla juvenil se manifiesta también más allá de los marcadores conversacionales que, como ya se señaló son partículas pragmáticas que involucran al que habla y al que escucha. El disfemismo se usa incluso en la composición morfoléxica con que se refieren las acciones; es decir, se trata de disfemismos que son verbos metafóricos o perífrasis verbales recurrentes. Veamos los siguientes ejemplos:

2.

1.      ¿No te laten los hombres G?

2.      Yo sí estaba emputado por Liz

3.      Yo no me puse pedo güey la neta.

4.      Me estaba rayando la madre esa vieja

5.      Pero también yo se la rayé

6.      Nada más estuvo tirando mierda güey

7.      Es que hay formas de tirar mierda/// a veces se tira mierda porque quieres algo?//si por ejemplo este no sé?//el pinche este no sé?/este güey le tira mierda de pendejo?

8.      Yo a este bato la otra vez le tumbe su carro

9.      Me escame porque le chingue su caja (de velocidades del carro)

10.  Abrir a todos//o sea Pablo también se va abrir güey y se van abrir todos.

 

Un verbo que llama la atención y que está siendo utilizado como omnibusverba y que sorprende por el sentido gráfico que cobra al asociarlo siempre a lo humano es el verbo “abrir”. Los jóvenes dicen “abrir el birote” “abrir un compañero”; dicen “mira te quiere abrir” cuando alguien quiere afectar a otro.  “Te quiere abrir” es “te quiere perjudicar”. Según parece  el origen de esa metáfora que ahora es un cliché, es un origen motivado, con esa estética de la violencia: dañar al compañero es abrirlo como se abre un birote o un fruto.

La misma tendencia encontramos en  las interjecciones impropias que son recurrentes marcas pragmáticas que sirven para reprochar al interlocutor. Aparecen ejemplos como: “¡Qué perro uhh!”,“¡Ah qué a toda madre!”, “¡Pinche vato!”, entre otras.

            Recurrencias microestructurales que no tienen que ver con esta llamada estética de la violencia son ciertos acortamientos léxicos como: “tranquis” por tranquilo, “bro” por brother, “chesco” por refresco, “chacha”por muchacha; alargamientos léxicos como: “simón”.

            Las tendencias sintácticas encontradas son las típicas del habla coloquial. Encontramos una sintaxis parcelada que rompe con el prototipo de escrituralidad de la oración completa en relaciones de hipotaxis o parataxis[4]. Como es bien sabido, en el habla coloquial es más frecuente la parataxis y sobre todo es frecuente dejar el enunciado suspendido, como se refiere Antonio Narbona al fenómeno del frecuente anacoluto en el habla. Veamos un ejemplo:

            3.

            C: Es que a las viejas no les late manejar güey//lo hacen por acá güey

            B: por necesidad

            C: por necesidad

A: [Sí /yo también tengo una amiga que//también//maneja  es bien cafre//pero maneja bien perro güey]

            C: [Cuando lo

            D: [Sí cuando ya las enseñas] a manejar es porque// ya quiero empezar§

            C:                                                                                                           § porque ya tiene ganas güey// pero cuando le enseñas†....

            B: [Pues sí]

            D: [No más bien porque] en cambio de hombre sabes que lo necesitas?

 

 

            Es importante señalar que esta tendencia microestructural en la sintaxis del habla no es exclusiva de grupos con poca cultura escritural como puede ser buena parte de los estudiantes de preparatoria. El enunciado suspendido lo podemos utilizar todos porque en el habla coloquial  la significación se cierra con los llamados códigos paralingüísticos: la kinésica y la prosodia principalmente. O también se deja suspendido el enunciado porque los hablantes que compartimos una situación de habla coloquial por lo general compartimos información, quedando sobreentendida la misma cuando se habla, o porque, en  la medida que en el registro coloquial es más importante la carga subjetiva de la expresividad, ésta acaba sometiendo el contenido proposicional mismo de nuestro enunciados[5].

            En lo que resta de esta exposición me gustaría abordar un fenómeno de la retórica del habla juvenil que engloba el nivel macroestructural lingüístico y el superestructural. Me refiero a la argumentación[6] recurrente en este registro discursivo y a la explicación sociosemiótica que se podrá hacer de los resultados. Una conjetura esencial en este tema es el hecho de que en el habla coloquial juvenil los argumentos suelen carecer de una creatividad lógica y sintáctica y suelen supeditarse a un saber estereotipado. Podemos afirmar que existe una co-construcción  argumentativa entre los jóvenes que legitima una visión estereotipada del mundo y los seres que lo circundan. Este saber estereotipado suele aparecer en argumentos que se construyen con tautologías;  con  afirmaciones no respaldadas con información o conclusiones, y que, por lo tanto, quedan como generalizaciones infundadas; con ambigüedades y con contradicciones. De ahí que estas formas argumentativas  constituyan fenómenos discursivos que comprueban la referida  estética del estupor, en tanto que pérdida de las habilidades intelectuales. Los jóvenes tienden a desdeñar la exposición argumentativa clara porque la misma rompería con el “juvenilismo” que otorga la tendencia sociosemiótica del estupor. Ser joven es ser ligero y negarse a mostrar interés por los alrededores; por ello, nuestros jóvenes, y los niños que los imitan, constantemente dicen “qué aburrido”. Es importante señalar que la existencia de esta tendencia sociosemiótica del estupor no significa que los jóvenes carezcan de lenguaje de manera inherente. En todo caso, la tendencia  sociosemiótica del estupor es una “ficción social” que impone formas de comportamiento simbólico a  través  de una retórica específica, de un vestuario específico y de una kinésica específica.  En ese sentido, la tendencia sociosemiótica palpita y demanda a los grupos sociales implicados una forma de hablar y de actuar. El precio de no asumir esta tendencia, implicaría que el joven fuera rechazado por el grupo. El joven que intenta una sólida argumentación sobre el tema en turno, es proscrito del grupo.

            Los temas sobre los que se argumenta en este tipo de habla son aquellos que abarca la cotidianeidad de los hablantes mismos. Estos temas con sus respectivos argumentos representan las macroestructuras principales.  Presento, ahora, los resultados  sobre una de las transcripciones de una conversación entre cuatro jóvenes varones.  El primer argumento es sobre  una “filosofía de la vida optimista” en la que se acude a una argumentación por medio de la generalización “hay que verlo bien, tanto lo bueno como lo malo”. La transcripción es la siguiente:

1.      Filosofia de la vida.

         B: no güey es que hay que todo lo malo y bueno hay que verlo bien ¿o qué?

         D: Pues sí

         A: No pues no sé

        

         La argumentación teniendo como estrategia la  ejemplificación se aprecia en el tema “como reprender a los amigos”. Obsérvese la primera intervención de A en 2. Ahí mismo encontramos la estrategia de relativización de la información; las conclusiones del argumento se circunscriben a condiciones determinadas, tal como puede apreciarse en las dos últimas intervenciones de B y C en la siguiente  transcripción:

 

2.      Cómo reprender a los amigos:

 

A: Ocupas saber a quien decirle cómo/ porque no sé hay güeyes que si les dices suavecito no agarran el pedo/ y es de que les dices CABRÓN NO SEAS PENDEJO Y la chingada y ya lo agarran y a veces hay unos que te dicen que si me dices tranquis pues no§

B:                                         § pues no/ lo toman como broma

A: tienes que decirme tienes que decirme fuerte§

B:                                                                         §a güevo yo sí me enojo por cosas que yo sé que están mal que para mi están mal.

(...)

C: Ah pues si güey uno yo agarro el pedo cuando la neta sé que estoy mal güey/pero cuando no yo no voy a cambiar

 

            Otro mecanismo o estrategia argumentativa es la ambiguación. En estos casos, el argumento no cuenta con una claridad en la construcción lógica verbal y se acude a un contexto de información tácita regularmente compartida entre los hablantes. En el siguiente caso, se refieren a el tema musical “Lazao” como el remedio musical para el malestar espiritual o psicológico. En este caso encontramos la posibilidad de  comprobar la tesis de la “argumentatividad radical” de Anscombre y Ducrot (1994) en la que los autores plantean que el argumento subyace al uso de los conectores lingüísticos, como “por lo tanto”, “ sin embargo”, “de ahí que”, etcétera. Anscombre y Ducrot consideran que la argumentación viene empaquetada en la elección misma de los predicados y del vocabulario. Así, en este caso, nuestro argumento transcrito comprueba que no se requiere de conectores lingüísticos para argumentar; e incluso se pueden omitir predicados enteros  como en siguiente ejemplo, en el que suponemos que gramaticalmente antecedería un “es bueno escuchar Lazao”:

3.      La música alivia el dolor

A: Está bien tumbada esta rola güey// en ocasiones que te va de la mierda/// Lazao

 

         Un saber estereotipado sobre la mujer feminista, lo encontramos en el siguiente ejemplo. Las estrategias  argumentativas van desde la generalización con disfemismos, en la primera intervención del hablante B, hasta la iteración con el hablante A, quien cierra el período oracional abierto por el hablante D, “no se puede(...)”,  con “(...)porque es feminismo” y  “ (...)tiene sus ondas feministas”.  La estrategia argumentativa combina  la generalización con la iteración y la ambiguación al referirse a “sus ondas feministas”.

4.      El feminismo es intransigente

B: Es que el pedo es una pinche feminista culera güey

C: Sí

D: Pero lo malo / es que//o sea// no se puede-

A: Porque es feminismo güey

(...)

A: Tiene tiene sus ondas feministas güey que le pasa pero-

 

De igual manera en el siguiente ejemplo, se puede observar el saber estereotipado que constrasta con las expectativas que se suele tener de un hablante de alrededor de 18 años. Se plantea con generalizaciones que las mujeres son: más precavidas, más nerviosas, más tensas, no les late manejar.  Sobresale la estrategia argumentativa tautológica en  “[las mujeres] cuando manejan chido manejan bien chido”; este argumento sería uno de los positivos alrededor de la mujer, pero la tautología implica, en cierta forma,  una nulificación del argumento, pues la fórmula lógica de la tautología es un “sí porque sí”. En el siguiente fragmento también sobresale el cierre argumentativo, a través de una oposición entre hombres y mujeres se establece que “de hombre sabes que lo necesitas”, refiriéndose a  manejar. El carácter conservador del argumento, el hombre sabe que lo necesita, que necesita manejar, sorprende porque se trata de hablantes jóvenes en los que, teóricamente, habría visiones abiertas y modernas sobre los roles de género. De esta manera, podemos afirmar que confluyen estrategias argumentativas laxas y un contenido estereotipado; ambos elementos permiten confirmar que, al menos en este caso, el estupor es una tendencia sociosemiótica  entre los jóvenes[7].

5.      Las mujeres son distintas a los hombres.

D: Es que las mujeres son más precavidas para manejar pero se les va el pedo

      (...)

A: Es que se ponen más nerviosas

C: Van más tensas güey van

(...)

A: Cuando manejan chido manejan bien chido

(...)

C: Es que a las viejas no les late manejar  güey// lo hacen por acá güey

(...)

D: No más bien porque en cambio de hombre sabes que lo necesitas

A: El pedo es de que aprendes a manejar pero luego no tienes carro güey

 

La importancia del sexo prematrimonial se pone en las siguientes líneas. El motivo para para tal tipo de relaciones sexuales es por un lado, no caer en el fastidio y, por otro, conocer a la que será la esposa. El contenido contrasta con el anterior, en el sentido de que  se aceptan las relacions sexuales con la próxima esposa.  La estrategia argumentativa de ambiguación aparece de nuevo cuando el hablante A  deja “colgado” el argumento: “No nada más imagínate casarte de blanco güey y que te salgoa// bueno que salga...”

6.      El sexo prematrimonial es bueno.

C: Así es hay viejas para todo eda güey

A:  Si güey/// una desquitada// si no existiera eso el mundo sería un fastidio//imagínate güey// es como§

C:                 §Sin viejas para fajar

A:                                      §Sin sexo premaritano

(...)

A: No nada más imagínate casarte de blanco güey y que te salga// bueno que salga...

 

El último argumento revisado  es relevante por la alución metadiscursiva que conlleva “ser polémico” es “mentar madres”.  La polémica se hace no con argumentos, sino con el uso de disfemismos. Se corrobora la consigna existencial de “no soy lo que pienso y creo”, sino que “soy lo que parezco” (Avello y Muñoz, 2002).  Se trata de construir una imagen a través del uso periférico de la palabra.

7.      Polemizar es “mentar madres”

 Hablan sobre un programa de radio que realizarán en el marco de una clase:

       A: No no no (...) llegamos mentando madres para que sea polémico.

 

 

 

              

 

 Como se puede observar los argumentos son en ocasiones co-construidos entre dos hablantes o más. En otras ocasiones son afirmaciones sin la solidez que surge cuando respaldamos con información y garantías los argumentos.  En general, la flacidez con que se construyen los argumentos confirman lo señalado con respecto al estado de invalidez argumentativa con que sobreviven los jóvenes. El aspecto transgresivo de su lenguaje hipocorrecto no coincide con una argumentación transgresiva; su argumentación es antes bien una reproducción de un saber estereotipado. En ese sentido podemos decir que la retórica del habla juvenil vive una escisión: en la forma lingüística es transgresiva y agresiva pero en el contenido argumentativo es conservadora o incluso para-lógica.

 

Bibliografía.

 

ANSCOMBRE, J.C. y O. Ducrot La argumentación en la lengua. Madrid: Gredos, 1994.

AVELLO FLÓREZ, J. y A. Muñoz Carrión  “La comunicación desamparada. Una revisión de paradojas en la cultura juvenil” en Félix Rodríguez Comunicación y Cultura juvenil. Barcelona: Ariel, 2002. Pp.27-65.

BLANCHE-BENVENISTE, C. Estudios lingüísticos sobre la relación entre oralidad y escritura. Barcelona: Gedisa, 1998.

BRIZ, A. El español coloquial en la conversación. Barcelona: Ariel, 2001.

BRIZ, A. El español coloquial en la conversación. Esbozo de Pragmagramática . Barcelona; Ariel, 1998.

CÓRDOVA ABUNDIS, P.  Estereotipos sociolingüísticos de la Revolución Mexicana. México: Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 2000.

CÓRDOVA ABUNDIS, P. “El adverbio como marca de oralidad” en Oralia, núm. 5. Madrid: Arco Libros, 2002. Pp. 297-312.

CORTÉS RODRÍGUEZ, L. Sintaxis del coloquio. Aproximación sociolingüística. España: Universidad de Salamanca, 1986.

DESINANO, N. B., L. D. Bardone y A. R. Grodek Estudios sobre interacción dialógica. Rosario: Ediciones Homo Sapiens, 1996.

FERNÁNDEZ RUIZ, G. “Sobre las estrategias argumentativas en la conversación” en P. M. Butragueño (ed.) Estructuras en contexto. Estudios de variación lingüística.México: Colegio de México, 2000. Pp. 155-170.

GALLARDO PAULS. Comentario de Textos conversacionales. II. Los textos. Madrid:Arco Libros, 1998.

GERNSBACHER MORTON A. y T. Givón Coherence in Spontaneous Text. PA: John Benjamins Publishing Company, 1995.

HALLIDAY, M.A.K. El lenguaje como semiótica social. La interpretación social del lenguaje y del significado. México: Fondo de Cultura Económica, 1978

NARBONA, A. “Español coloquial y variación lingüística” en Luis Cortés

(ed.) Actas del I Simposio sobre análisis del discurso oral. España:Universidad de Almería, 1995. Pp. 31-42.

NARBONA, A., R. Cano y R. Morillo. El español hablado en Andalucía. Barcelona: Ariel, 1998.

SECO, M.  “La lengua coloquial: ‘Entre visillos’ de Carmen Martín Gaite”

en El comentario de textos 1, Madrid: Castalia, 1973. Pp. 361-379.

TANNEN, D. “When is an Overlap Not an Interruption? One Component

of Conversational Style” en Di Pietro, Frawley y Wedel, The First Delaware

Symposium on Language Studies, USA:University of DelawarePress, 1983. pp. 119-129.

TANNEN, D. Talking voices. Repetition, dialogue, and imagery in conversational discourse. UK: Cambridge University Press 1989. 240 pp.

TUSÓN, J.  El lujo del lenguaje. Barcelona:, Paidós, 1989.

VAN DIJK, T. A. La ciencia del texto. Barcelona: Paidós, 1983.

VIGARA TAUSTE, A.M. Morfosintaxis del español coloquial. Madrid: Gredos, 1992.

VIGARA TAUSTE, A. M. y Rosa M. Jiménez Catalán (eds.) Género, sexo, discurso Madrid: Laberinto (Colección Hermes), 2002.

 

 

 

 

 

 



[1] La acepción de registro discursivo que tradicionamente se trabaja en los estudios sociolingüisticos y en el análisis del discurso, en general, es la acepción de Halliday. Este autor plantea que el registro del discurso contiene un “potencial de significado” que se correlación semánticamente con el entorno sociosemiótico. La importancia y originalidad de este planteamiento está en que anteriormente el registro discursivo se comprendia como un fenómeno lexicogramatical, al margen del contexto sociosemiótico en que acontece la enunciación. Halliday  (1978:48) advierte, pues, que el registro discursivo se compone de: a)campo del discurso. Marco institucional en que se produce un trozo de lenguaje, un tema. Incluye la actividad del hablante en determinado marco; b)tenor, estilo o tono del discurso. Grado de carga emotiva que hay en la interacción. Además del grado de formalidad; y c)modo del discurso. Todo lo que tiene que ver con el canal elegido. Este canal puede ser la escritura prototípica  o  el habla prototípica.  

[2]  Estos tres niveles de análisis son los mismos que presenta Van Dijk (1983). El nivel microestructural comprende los fenómenos que Van Dijk llama secuenciales. En nuestro caso, consideramos como fenómenos microestructurales todos aquellos que abarcan desde el fenómeno fonológico hasta el fenómeno oracional. Se incluye, pues, las varientes sintácticas, léxicas, morfológicas y fonológicas. Variantes que son significativas en tanto que establecen correlaciones con el estilo del texto. En el nivel macroestructual se incluye la ordenación semántica de las secuencias en el texto. Finalmente, en el nivel superestructural se  analiza la composición textual misma en tanto que género discursivo y su relación con el contexto sociocultural en que emerge. Se consideran las partes del texto.

[3] En el presente trabajo se presentan los elementos retóricos que corroboran una estética de la violencia en el habla juvenil. Más adelante, como puede observarse, se presentan orientaciones argumentativas que convergen con una estética del estupor, en tanto que se trata de estrategias argumentativas que dejan el argumento sin cerrar o planteado de manera ambigua. Esta tendencia argumentativa confirma lo que podría denominarse un relajamiento de las capacidades intelectuales.  La estética de la parodia o de la burla no han sido abordada en este trabajo; sin embargo, en una dimensión conjetural, planteamos que efectivamente los jóvenes tienden a resolver con la burla muchas de sus actitudes hacia el interlocutor y hacia el ámbito que los circunda.

[4] El análisis de la sintaxis del habla ha sido estudiada por diversos autores, entre los que se encuentran: Seco, 1973; Cortés Rodríguez, 1986; Vigara Tauste, 1992; Briz ,1996); Narbona, Cano y Morillo, 1998; Blanche Benveniste, 1998; Córdova, 2000 y 2002.

[5] Para una revisión de la ordenación subjetiva del discurso en el habla coloquial véase Vigara Tauste (1992).

[6] Comprendemos como argumentación aquellos planteamientos que implican un juicio sobre cualquier objeto, sujeto o acontecimiento humano. Tal juicio no  debe contar necesariamente con la estructura proposicional de un entimema o de  una tesis, para que se constituya en argumento. Una afirmación puede constituir un argumento si  de la misma emana una actitud ideológica del hablante.  Rechazar o aceptar por medio de interjecciones también constituyen  argumentos. Esta acepción de la argumentación  simpatiza con la teoría de la argumentación radical de Anscombre y Ducrot (1994), en la que se plantea que la argumentación subyace en la selección misma de la palabras, de las variantes léxicas utilizadas.  Existen autores que han distinguido entre argumento y argumentación, atribuyéndole al primero la acepción “fuerte” en el sentido de referirse a la existencia mínima de dos proposiciones, en las que la segunda se desprende de la primera (Férnandez Ruiz, 2000). Una vez dicho esto, el lector comprenderá la selección de párrafos de extensión variable que se realiza más adelante y que se presentan como sucesos argumentativos.

[7] Es necesario insistir en que la formas de comunicación ordinaria entre los grupos representan contextos en los que confluyen “ficciones” sociales que se materializan en los estereotipos. La existencia de los estereotipos retóricos y sociosemióticos es una existencia sui generis porque el estereotipo parece tener una existencia autónoma, al margen de la conciencia de los individuos.  Los hablantes pueden saber o intuir el carácter ficticio de los estereotipos, pero no pueden renunciar a su utilización porque simple y sencillamente sería deterrados del contexto comunicativo que exige su uso.


Sincronía Pagina Principal

Sincronía Primavera 2005