Higiene, salubridad y epidemias en la Nueva España: el caso de Guadalajara durante el siglo de las luces
El fin de un siglo y el inicio de otro a lo largo de la historia humana han estado marcados por el miedo y de pensamientos fatalistas. En el caso de la Nueva España a finales del siglo XVIII y principios del XIX, sus habitantes difícilmente podían imaginar que el nuevo siglo les traería una serie de desgracias y guerras, que mermarían la población de manera considerable.
A finales del siglo
XVIII, el imperio español pasaba por una crisis política, económica y social. La
Revolución Francesa había dejado muchos puertos abiertos hacia ideologías nuevas, y
sobre todo, demostrando que el sistema monárquico se volvía cada vez más obsoleto y
hacía patente la necesidad de redefinir las relaciones con los súbditos, sobre todo en
los territorios ultramarinos.
En el espacio colonial
había zonas donde la concentración de la población era exagerada, mientras que en otras
zonas, como las ubicadas hacia el norte y sur de la Nueva España había zonas totalmente
despobladas, esta desigual distribución de la población provocaba un poco
aprovechamiento de las riquezas de estas zonas.
El ascenso al trono
español de los borbònes motiva cambios en todos los campos de la vida colonial, se
exhibiría la preocupación por modernizar al imperio mediante una ideología ilustrada y
despótica, estos centralizarían el poder delegado en sus representantes. Su intención
fue planear racionalmente la integración geográfica, natural, económica y humana, con
el fin de aumentar la productividad, obtener más ganancias, y bajar los costos de bienes
necesarios para mejorar los niveles de vida, construir caminos, puentes, además, equipar
y abrir nuevos puertos marítimos para impulsar el comercio tanto en el interior, como con
el exterior.
En el campo económico
estas medidas fueron radicalizadas con el ascenso de Carlos III. De esta forma la base
económico-social de esta nueva política, buscaba perfeccionar el rol de las colonias en
América como productoras de materias primas y consumidoras de los productos
manufacturados provenientes de España, lo cual constituía un resurgimiento de rasgos
capitalistas en la metrópoli.
Una de las mayores
preocupaciones del gobierno metropolitano fue
el comercio con las colonias, el comercio se estructuró de manera tal que se diera una
cada vez más libre competencia al abrir las puertas comerciales al intercambio con otros
reinos amigos, tratando de acabar con esto con los monopolios reales o privados que
habían llevado al atraso, así mismo con el contrabando y evitar de esta manera la
quiebra del reino; para 1740, José Campillo y otros escritores reformistas españoles
planteaban la conservación y expansión de los mercados americanos como factores claves
para la recuperación económica y modernización de España;[1] así, la lenta y corrupta administración
del imperio español y sus colonias fue convirtiéndose en uno de los dolores de cabeza
para el gobierno Borbón. Además, la política económica borbon contemplaba también la
reforma en la tenencia de la tierra y el problema de la productividad.
La minería
representó la principal fuente de riqueza y exportación de los territorios americanos,
de tal forma que las minas fueron sobre explotadas por mucho tiempo, el siglo XVIII
representó el de las mayores cantidades de extracción de metales con lo que trataba de
reforzar la recuperación económica, que confluyo en el crecimiento de la población.[2]
Aunque la agricultura
no rendía las cantidades de ganancias que generó la minería, su valor radica en que su
producción se destinó para el autoconsumo, siendo la base de la alimentación de la
población novohispana. Sus principales barreras para su desarrollo fueron básicamente
dos: las técnicas rudimentarias con las que se trabajaba y las prohibiciones de algunos
cultivos, reduciéndose a algunos cultivos permitidos: maíz, papa, frijol.
En lo que respecta a
la industria, encontramos que casi estuvo ausente, por lo que quedaron relegadas a los
talleres artesanales y obrajes. El primer tipo de producción estaba orientado al
autoconsumo, el segundo tenía cierto mercado interno limitado a pequeñas regiones. Ambas
modalidades presentan peculiaridades de atraso en instrumentos de trabajo y relaciones de
los trabajadores y el capital. Para contribuir a la recuperación económica, se tuvieron
que ensayar formas nuevas de administración y recaudación fiscal, lo cual fue una
política que cundió en todas las colonias.
Los cambios conocidos comúnmente como Reformas Borbónicas, significaron una reestructuración con base en la razón en materia política, económica y administrativa de los territorios, incluidos los llevados a cabo en las colonial americanas, cambios que traerían una nueva relación con la metrópoli, buscando por medio de un proyecto modernizador más beneficios para la corona.
La salud del reino y
sus habitantes sería otro punto clave de las reformas. Así pues, Limpiar, airear,
remover, recoger y obedecer, tendría efectos favorables sobre la disponibilidad de mano
de obra sana para el trabajo y la convivencia en las ciudades de la Nueva España.
De 1781 a 1833 la
población de la Nueva España enfrentó una serie de catástrofes, manifestadas en
patologías biológicas, como la viruela y fiebre amarilla. Enfrentaría también guerras
internas y externas, acompañadas de enfermedades como el tifo y diarrea, sumando todo
esto a hambrunas, miseria, hacinamiento, alcoholismo, vagabundeo, abandono de niños, lo
que era manifestación del decaimiento de la corona española; además sería asolada por
la peste y el cólera morbus; ambas de un carácter biosocial.[3]
Como podemos ver,
tanto en América, como en Europa la población sufría los ataques de enfermedades y de
los males sociales producidos por el sistema, agudizándose en los pobres; no obstante, si
se compara la población de estos años con la de periodos anteriores, se puede notar que
a pesar de todos los males y padecimientos, el número de habitantes iba en aumento.[4]
De esta manera, los
cambios propuestos por España no debieron ser solo órdenes tomadas arbitrariamente, sino
que, el hecho de mandar organizar su territorio y el de la Nueva España en intendencias y
provincias internas respondía a estudios basados en informes de visitadores que llegaban
a España periódicamente.[5]
Las nuevas teorías
económicas implantadas por los borbònes intentaban eliminar las formas de monopolios
reales y particulares, y favorecer un comercio sin tantas barreras. Significando terminar
con un sistema de privilegios, que venía deteniendo el desarrollo económico de los
reinos bajo el auspicio de la corona española, esto por beneficiar a unos cuantos y provocar que
esto se degenerara en un sistema corrupto, favoreciendo el contrabando.[6]
Uno de los objetos de
las reformas borbónicas era contar con mano de obra numerosa, bien distribuida, con
poblaciones conectadas por mejores caminos que favoreciera su control e impulsara el
comercio y las actividades económicas, con puertos cada vez más abiertos al comercio
mundial; para esto se debía garantizar la salud de la población, lo cual era
indispensable para el buen cobro de los impuestos.
Una sociedad enfocada
a la producción y bien poblada, es decir en buenas condiciones de salud y mejor
alimentada, necesitaba de aplicar algunas medidas como: crear trabajos, aumento de
salarios, mejoras en el trato a trabajadores, mejores condiciones sanitarias, prevención
de epidemias; lo cual en una sociedad de antiguo régimen era difícil de conseguir, dando
una imagen de utópicas a las reformas.
Sin embargo, las
medidas más importantes en materia de población que se lograron implementar, tuvieron un
carácter a favor de la natalidad, la prevención de las enfermedades y la distribución
de la población.
Un apoyo de la
natalidad urbana es la apertura de las casas de niños expósitos en las principales
ciudades de la Nueva España; abriéndose con el propósito de dar cobijo a niños pobres
que fueran abandonados por sus padres, huérfanos y evitar con esto de alguna manera el
delito de infanticidio tan común en las ciudades.[7]
La medida tuvo efectos
diferentes en la Nueva España, uno de estos es la apertura de centros para tratar de
proteger el honor y controlar la reproducción de las mujeres españolas y criollas, en
las no españolas no preocupaba su honor, ni su reproducción, solo preocupaba cuando
ponían en peligro su reproducción por la escasez de mano de obra o cuando amenazaban la
estabilidad y la seguridad pública, por la cantidad de vagos y mal vivientes que estas
costumbres podían generar.
La mala alimentación,
las enfermedades y la poca atención por falta de presupuesto, agravadas por los días que
pasaban desde su abandono hasta su recepción en las casas de expósitos, elevaban la
mortalidad infantil.[8] A una
buena parte de estos niños en la Nueva España, se les usó, entre otra cosas, como
vehículo viviente de la linfa variolosa, es decir para transportar de brazo en brazo la
recién implementada vacuna, llegando a llevar la linfa a regiones del norte de la Nueva
España, por ejemplo, se encontraron niños de Guadalajara en California y Nuevo México.[9] En Guadalajara, con el apoyo del obispo
Juan de Cabañas, se abrió en 1810 la casa de la Misericordia, con capacidad para 66
niños; con taller y escuela de primeras letras.[10]
Las otras ideas
poblacionistas, estuvieron relacionadas con la salud, que se expresaban en todos los
sentidos, el airear, el ventilar, remover, circular y limpiar fueron palabras y obras
usadas de manera cotidiana en casi todos los ámbitos.[11] En este sentido, con el descubrimiento,
por parte de Harvey, de la circulación de la sangre en el cuerpo humano, las
comparaciones entre el funcionamiento del cuerpo y el de las ciudades eran muy frecuentes,
incluso las ideas filosóficas tenían mucha ingerencia en las explicaciones médicas y
urbanísticas del siglo XVIII y XIX.
La ilustración estaba
iniciando una revolución científica y filosófica que tendría repercusiones en la
calidad de vida dentro y fuera del imperio español.[12]En primer
lugar, se intentó demostrar que las enfermedades asociadas con la pobreza, como el tifo y
el cólera eran producto de la nula acción de las autoridades por mantener las calles y
lugares públicos limpios, a partir de 1833, las autoridades tomarían en serio las
medidas preventivas en materia de salud.[13]
El agua en las
poblaciones de la Nueva España era distribuida desde arroyos y manantiales por medio de
tubos de barro o plomo, o por medio de acueductos a cielo abierto, hasta llegar a las
fuentes públicas ubicadas en plazas e iglesias, o también era distribuida por medio de
aguadores que en cantaros de barro o bule la llevaban en burro o en la espalda a las casas
lejanas de esto centros de abastecimiento sin ningún control higiénico por parte de
estos.
En el último tercio del siglo XVIII, se emprenden
en la Nueva España una serie de obras públicas encaminadas al bienestar público y a
prevenir enfermedades: construcción de fuentes de agua, jardines, empedrado de calles,
hospitales y un incipiente sistema de recolección de basura y desechos. La mayoría de
los edificios públicos que se construyeron durante este periodo tienen plasmadas en su
arquitectura y distribución la idea de mantener las corrientes de aire y los jardines
dentro del edificio, así como los techos amplios, sobre todo en hospitales, con la
finalidad de purificar el ambiente y de limpiar de miasmas los interiores.[14]
A las fuentes de agua
con frecuencia se les daba un uso distinto al que fueron concebidas (lavar la ropa, para
dar de beber a los animales, para el baño de personas y animales). Los edificios
públicos como los conventos, hospitales, escuelas, iglesias, tenían, gracias a las
mercedes reales concedidas, una o más tomas de agua, en estas el desperdicio era muy
alto, ya que por no tener caja de agua donde almacenarla se derramaba provocando lodazales
y encharcamientos, por esta causa en tiempos de secas las enfermedades gastrointestinales
aumentaban al consumirse aguas en mal estado, o al consumir agua de pozo, que
frecuentemente estaban contaminados.[15]
Había otras formas de
adquirir una enfermedad de este tipo, sobre todo cuando se rompían la cañería en
inundaciones y terremotos, o cuando los mismos depósitos de agua eran usados para dar de
beber a los animales, o se utilizaban para lavar la ropa o utensilios de cocina. En cuanto
al manejo de la basura y los desechos humanos, las viviendas no contaban con letrinas, ni
sanitarios, ni mucho menos con un sistema de drenajes adecuado para sacar los excrementos
humanos y de animales fuera de las viviendas, las personas defecaban en lugares
semiocultos, aún dentro de la ciudad sin importar las clases sociales, sexo o edad, acto
que probablemente no era considerado tan privado como en la actualidad lo concebimos.[16]
Existían algunas
costumbres muy peculiares para desechar los excrementos, las más usuales eran: el usar
una especie de letrina cubierta con tablas, con una entrada de tal forma que los cerdos
pudieran entrar a donde se acumulaban los desechos para alimentarse de estos; otra forma
era el utilizar bacinicas por la noche que se colocaban bajo las camas o en un rincón de
la habitación, por las mañanas los desechos que se juntaban eran arrojados por la
ventana o puerta de las casas seguidos del grito de aguas, o eran acumulados
en las esquinas de las calles junto con otros desperdicios para luego ser recogidos y
transportados por un carretón a las afueras de la ciudad.[17]
En la Nueva España,
con la reglamentación en materia de salud pública que trajeron consigo las reformas
borbónicas se hace obligatorio para los ayuntamientos de las ciudades el contratar
carretones para sacar los desechos humanos, cadáveres de animales y basura fuera de la
ciudad. Estas medidas se llevaron a cabo en un principio en la mayoría de los casos, pero
después, la falta de recursos de los gobiernos de las poblaciones hacía imposible que se
mantuvieran las calles y plazas públicas limpias.
Los problemas sobre
sanidad en España y en la Nueva España adquiere mucha importancia, los gobernantes
ilustrados se interesaban por mejorar las condiciones sanitarias, la época de Carlos III
y del virrey Revillagigedo en la Nueva España estuvo llena de reformas y obras públicas
importantes; las de mayor relevancia fueron las de iluminación de calles, empedrado, la
reubicación de basureros y mataderos de animales en las afueras de la ciudad, y el
comenzar a plantear el sacar los cementerios de los atrios de las iglesias.[18]Para
cumplir con lo propuesto, se hicieron una serie de reglamentos y bandos de policía y buen
gobierno, en el sentido de medidas sanitarias. Estos eran documentos que contenían
reglamentadas las obligaciones que los gobernantes estaban comprometidos a llevar a cabo;
sin embargo, se daba a la iglesia y a los santos cierta responsabilidad, al encomendar la
salud de las poblaciones a algunos santos patronos.
Las enfermedades se seguían considerando como un
castigo divino, por esto la iglesia ante una enfermedad tomaba partida, mediante sermones,
o mediante la impresión de documentos que explicaban los motivos de dicho mal, además,
se establecían algunas recomendaciones preventivas y curativas. Con estas medidas, llegó
a la población un medio de prevención muy importante para la conservación de la salud,
que iba a tener grandes repercusiones en el crecimiento de la población de aquí en
adelante: la inoculación antivarilosa.
Descubierta por
accidente por Jenner en 1796, aunque ya era usada por siglos en China, se aplicaría
masivamente en Europa a finales del siglo XVIII y sería trasladada a América en 1804, en
la famosa expedición a cargo del doctor Balmis.[19]
Entre 1804 y 1806 se
realizan las primeras inoculaciones antivarilosas masivas en la cuidad de México
siguiendo el mismo modelo utilizado en España se vacunaron públicamente a niños para
probar que no era algo dañino, sino que se trataba de una protección contra la viruela,
esta enfermedad significó, desde 1520, una amenaza para la Nueva España, ésta se
convirtió en una de las pandemias más devastadoras para la población.
Los sistemas de
inoculación eran poco confiables a los ojos de la población, pues circulaban versiones
que contribuían a la desconfianza, por ejemplo, nadie daba una explicación cuando aun
después de aplicar la vacuna, la enfermedad podía provocar la muerte de personas, aunque
en menor grado. En el caso de la ciudad de Guadalajara, la linfa antivarilosa se aplico de
preferencia en niños con el objeto de que fueran estos los vehículos que llevaran la
linfa a lugares lejanos. [20]
Esta expedición fue
una forma de difusión a los descubrimientos en medicina que venían dando en Europa.
Balmis realizó de 1803 a 1806 un viaje alrededor de los territorios Americanos ocupados
por España con el objeto de dar a conocer la recién descubierta vacuna contra la
viruela, enfermedad que había causado muchas muertes en el mundo.
En el caso de España,
el descubrimiento de la vacuna se dio a conocer en 1800, cuando un ejemplar de la obra de
Jenner llegó a manos del rey Carlos IV. A partir de entonces, Balmis se ofreció para
organizar una expedición científica y de divulgación a las colonias Españolas. Cuando
Balmis emprendió su viaje, llevo consigo 500 escritos de la obra Jenner con la finalidad
de distribuirlos en las ciudades que visitaba, aunque en este caso el medio idóneo para
difundir los adelantos médicos no fue tanto los escritos mencionados sino la misma
inoculación pública. Balmis argumento que el propósito de su viaje era el de dar a
conocer el descubrimiento, organizar juntas de sanidad y asegurarse que la vacuna se
siguiera aplicando a través del tiempo.[21]
En la Nueva España la
noticia sobre el descubrimiento de la vacuna se dio a conocer por medio de la Gaceta de México[22],
donde se publicaba que la aplicación de la vacuna no causaba dolor y era segura, además,
se daban los pasos básicos para poder aplicarla. La difusión de este método de
aplicación a través de un periódico fue una medida positiva, ya que ayudó a que un
sector de la población aceptara los adelantos médicos, como lo fue la vacuna
antivarilosa.
Para finales del siglo
XVIII aparecieron instituciones que tenían el objeto de contribuir a combatir la vagancia
y la mendicidad, llamados Hospicios de Pobres, teniendo como objeto el proporcionar un
techo a los desvalidos que vagaban de poblado en poblado, viviendo en las calles; este
problema era mucho más grave en las ciudades grandes, en donde la caridad y los robos era
una forma de sobrevivir para estos individuos, estos grupos de desprotegidos se
convirtieron en un estorbo en los nuevos modelos de sociedad que iban apareciendo a
finales del siglo XVIII. Otra forma que adoptaban los Hospicios era la de dar asilo a
huérfanos y niños abandonados, a estos se les enseñaba un oficio, se les daba alimentos
y se les adoctrinaba en la religión, después estos centros caritativos se les llamó
Casas de Niños Expósitos.
En este periodo, la
cantidad de vagos y desocupados iba en aumento, sobre todo en las ciudades, debido a la
reestructuración en materia económica llevada a cabo por las Reformas Borbónicas que
causaron la baja en la producción, y por lo tanto un periodo de estancamiento productivo.
La solución de los gobernantes fue emprender la limpieza de las ciudades por medio de la
leva, efectuadas por las noches para recoger a todo individuo que deambulara por las
calles, alterara el orden y la paz pública, o fuera señalado como vagabundo o mendigo.[23] Según
los rasgos étnicos o físicos se les
confinaba ya sea en ele ejército, las obras públicas, las minas, o de plano directamente
a la cárcel u hospital cuando lo ameritaba, como lo establecía la Ley de Vagos.
Sin embargo, el abuso
por parte de los guardias era muy frecuente, ya que se daban casos de detenciones de
individuos aun dentro de sus casas, con la finalidad de extorsionarlos, estas y otras
arbitrariedades eran las que tenían que pasar los más pobres tanto en cárceles,
hospitales, hospicios, casas de recogidas y conventos, donde eran remitidos en contra de
su voluntad, y donde era más probable que pescaran alguna enfermedad, debido al
confinamiento y las malas condiciones higiénicas en que se encontraban estos lugares.
Parte de esto explica el porqué los niños recogidos en las casa de niños expósitos
fueran utilizados como carne de cañón para transportar las linfas antivarilosas a
lugares tan lejanos como Filipinas, Nuevo México o las Californias, partiendo
principalmente de la ciudad de Guadalajara.[24]
Esta y otras nuevas
disposiciones en materia de salud y sanidad pública tienen una gran influencia francesa,
en Guadalajara, el pensamiento mágico-religioso comienza a ser puesto en evidencia, se
ordena la organización de una junta médica para diagnosticar los males epidémicos por
los que pasaba la capital de la Nueva Galicia,[25]
señalándose una serie de disposiciones que fueron usadas en beneficio de la salud
pública, por ejemplo se reglamenta la matanza de animales, se manda limpiar
periódicamente las cárceles, ya que estos lugares eran probables centros de infección,
además, se manda la revisión de negocios dedicados a la producción y venta de
alimentos, entre estos almacenes y trojes, se pone atención en el empedrado de calles, el
secar lagunas o pantanos que pudieran ser una amenaza contra la salud, además, se
comienza a legislar sobre sepultura de cadáveres, para que se sepultaran lo más pronto
posible, a una profundidad considerable y se habla ya de la conveniencia de sacar los
camposantos de los atrios de las iglesias.[26]
Durante el siglo XVIII
la población de las ciudades experimentó un crecimiento en la población, lo cual hizo
necesario que se incrementaran los cambios en la ciudad encaminados a la urbanización y
el dotar de servicios públicos a esa población que poblaba a las ciudades. El
crecimiento de las ciudades propició que las calles, las fuentes, el interior de las
viviendas, los arroyos, manantiales, las iglesias, los mercados y los lugares de trabajo
se convirtieran en verdaderos focos de infección, ya que entre el pueblo llano no
existía preocupación por mantener los espacios públicos limpios, ni entre las
autoridades existía el interés por legislar en este problema. Este problema llegó a
niveles extremos al entrar el siglo XIX, debido principalmente a tres causas: el manejo
del agua y los desechos de una manera poco disciplinada, el hacinamiento de viviendas y
centros de trabajo, y la ignorancia tanto de autoridades, como del resto de la población.[27]
Las enfermedades propias de cada estación del año, el hambre, las pésimas condiciones de salubridad, la miseria, el hacinamiento en viviendas, la falta de aseo personal, la convivencia cotidiana con animales, entre otros factores, incidieron directamente sobre la población, creando ambientes propicios y favorables para que se desarrollaran agentes patógenos causantes de enfermedades y que estas no respetaran a ricos, pobres, indios, mulatos, criollos y españoles, nadie se encontraba a salvo, suena paradójico, pero la enfermedad democratizó a la sociedad de Guadalajara dos conceptos: muerte y enfermedad.
Los pobladores de Guadalajara del siglo XVIII vivían permanentemente atemorizados, apenas superada una crisis cuando sobrevenía otra catástrofe. Hay que imaginar que no tenían tiempo de olvidar sus penas y terminar de llorar a sus difuntos; era una sociedad acostumbrada irremediablemente a vivir con la muerte, la enfermedad y la cólera divina como hecho cotidiano. Podemos señalar que los constantes ataques de enfermedades infectocontagiosas que vivió la ciudad de Guadalajara durante el siglo XVIII y primeras décadas del siglo XIX, puede comprenderse a partir del estudio de estas, de las condiciones sanitarias reinantes en el centro urbano que facilitaron el desarrollo de los agentes patógenos y, de la profunda crisis económica que afectó a la Nueva España durante el siglo XVIII, motivando que muchas personas emigraran a las ciudades en busca de mejores condiciones de vida, lo cual debe ser considerado como elemento importante en este estudio. El análisis de las condiciones sanitarias y los ataques epidemiológicos sobre la ciudad constituyen simplemente dos aspectos de la complejidad del mundo de las sociedades colonial y decimonónica.
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[1] Brin R. Hamnett, La política española en una época revolucionaria, 1790-1810, FCE, México, 1985. p.p. 25, 33.
[2]
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[3] Nadal, Jordi, La población española (siglos XVI a XX), Siglo XXI, España, 1980. pp. 13-22.
[4] Ibíd. p.p. 83-89. Alejandro de Humboldt, Ensayo político sobre el reino de la Nueva España; Porrúa, (colección Sepan cuantos) México, 1978. P.35
[5] Florescano, Enrique (Comp.), Descripciones económicas generales de la Nueva España. 1784- 1817, INHA, México, 1973.
[6] Arcila, Farías, Eduardo, Reformas económicas del siglo XVIII en Nueva España. Ideas económicas, Comercio y Régimen de comercio libre, SEP/ Setentas, núm. 17, p. 158
[7] Malvido, Elsa, El abandono de los hijos en la época colonial, una forma de control de la mano de obra indígena y el tamaño de la familia en la época colonal. Tula 1683-1780, en: Historia Mexicana, El Colmex, 1981, p.251-571.
[8] Malvido, Elsa, La Nueva España a principios del siglo XIX, en: El poblamiento de México, T. III, México, SEGOB-CONAPO, 1993. pp. 33-34.
[9] Fernández del Castillo, Francisco, Los viajes de don Francisco Xavier Balmis. Notas para la historia de la expedición vacunal de España a América y Filipinas (1803-1806), Sociedad Médica Hispano Mexicana, UNAM, México, 1985.
[10] López Portillo y Weber, José. Justino Fernández e Ignacio Díaz Morales. El Hospicio Cabañas, Editorial Jus, México, 1976.
[11] Corbín, Alain. El perfume y el miasma: el otro y lo imaginario social siglos XVIII y XIX, FCE, México, 1987.
[12] Peset, Mariano, Peset, José Luis, Muerte en España (Política y sociedad entre la peste y el cólera), Seminario y Ediciones S.A., Madrid, 1972. pp. 189-231.
[13] Ibid. Pp. 199-210.
[14] Del Valle Arispe, Artemio, Historia de la Ciudad de México, según los relatos de sus cronistas, Editorial Jus, México, 1992. pp. 514-517.
[15]
Ibíd. Pp. 515. Malvido,
Elsa, El poblamiento de México... Op. Cit. Pp. 33.
[16] Malvido. Ibíd. Pp. 33-34.
[17] Rueda Smither, Salvador, El diablo en semana santa. El discurso político y el orden social en al Ciudad de México, INAH, México, 1991 pp. 166-169.
[18]
Introducción al compendio de providencias de policías de México, del segundo Conde de
Revillagigedo. UNAM, suplemento al boletín del Instituto de Investigaciones
Bibliográficas, México, 19987.
[19] López Piñero, José Ma. Medicina en la Historia... Salvat Editores, México 1985. P. 97
[20] Francisco Fernández del Castillo, Los viajes de Don Francisco Xavier de Balmis notas para la historia de la expedición vacunal de España a América y Filipinas (1803-1806). UNAM, Méx., 1985.
[21] Rodríguez, Martha Eugenia, La medicina científica y su difusión en la Nueva España, en Estudios de Historia Novohispana, núm. 12, UNAM, 1992, p.p. 191-193.
[22] Origen y descubrimiento de la vacuna, en Gaceta de México, Núm. XIII, 26 mayo 1804, p.p. 97-108.
[23]
Malvido, Elsa, El poblamiento de México... Op. Cit. Pp. 33.
[24] Espinosa Bonilla, Rafael, Historia de la Facultad de Medicina de la Real y Literaria Universidad de Guadalajara, U de G, México, 1990. P.p. 98-99.
[25] Ibíd. P.p. 97-102.
[26][26] Archivo Municipal de Guadalajara, Abasto de Carnes, Paq. 20, Leg. 53, AB7/1806. AMG, Abasto de Carnes, Paq. 11, leg. 53 y 68, AC3/1791 y AC3/1790. AMG, Abasto de Carnes, Paq. 42, Leg. 404 y 71, AB7/1824 y AB7/1824. En estos documentos se detalla la preocupación de las autoridades por reparación del tanque de agua, la repartición de agua, la numeración de casas y la limpia de calles, además, del establecimiento de dos carretones que recojan la basura e inmundicias de las calles, así como las reformas al reglamento sobre abasto de carnes, se expone la conveniencia de sacar los camposantos de los atrios de iglesias.
[27] Humboldt. Op. Cit.