Sincronía Verano 2001

 


 

CULTURA Y DEMOCRACIA EN MÉXICO HACIA EL SIGLO XXI

Jesús A. Rodríguez Alonso[i]

Samuel F. Velarde [ii]

 

 

INTRODUCCION

            El mundo actual vive una reconformación social, económica y política casi telúrica. Las reglas del juego en las relaciones internacionales han cambiado vertiginosamente, el tablero geopolítico ha sido violentamente transformado; los fundamentalismos se arraigan en ciertas regiones y ahora se habla de fronteras entre civilizaciones[1], más que de fronteras tradicionalmente concebidas en mucho tiempo. México se encuentra inserto en dicha dinámica global, se transforma para el exterior principalmente como socio de Estados Unidos y Canadá; así mismo se halla el proceso de transición política hacia una democracia más plena, no solamente en términos electorales, sino que se busca una democracia totalmente acabada.

                Así pues, nos preguntaríamos ¿Qué necesitamos los mexicanos para desarrollar esa democracia política?, ¿Es suficiente con la cultura prevaleciente o es necesario desarrollar una diferente?, de ser así, ¿Qué tipo de cultura se requiere para lograrlo, cuales elementos de nuestra tradición cultural rescataríamos, cuales desecharíamos y qué elementos nuevos se agregarían? Y por último ¿Estarán las elites políticas y económicas dispuestas a ello?

 

ANTECEDENTES

            La globalización se impone como una “moda” pragmática en zonas específicas del mundo, llega apoteósicamente bajo los aplausos sistemáticos de “intelligentsias” del subdesarrollo, ávidos de que con la globalización aterrice el desarrollo económico; esa modernidad ansiosamente esperada. Más que reprochar, se justifica este frenético deseo, pues, el desarrollo, el rezago histórico, la pre-modernidad, comienzan a ser un peso estructural doloroso y frustrante, (tanto en lo social como sicológico), vestigios de un mundo prácticamente sin futuro arrimado tan solamente a la distancia de una historia lacónica, furtiva, ambivalente, sin efervescencia operativa y a nacionalismos desarraigados y arcaicos. El nacionalismo incluso ya desde tiempo atrás es visto “{como} el residuo del mundo de las sociedades tradicionales” [2] . Pero es preciso recordar que los nacionalismo, entendidos éstos como un conjunto de identidades, ya económicas, culturales y/o étnicas, son los principales promotores de las neofronteras, de la reconfiguración geopolítica del mundo, en movimientos que se antojan contradictorios  pero complementarios: la globalización y la regionalización; el primero partiendo desde lo económico y el segundo desde las identidades étnico-culturales.

            En este marco de cosas, México penetra al círculo globalizador, un poco titubeante, forzado por las circunstancias internacionales y el combustible ideológico de un grupo privilegiado, que toma decisiones a través del poder político y económico. Aunque Drucker [3] pondere con ahínco la sociedad postcapitalista, pretendiendo matizarla como la única vía en el desarrollo histórico de los países, no se puede soslayar la serie de riesgos que también se corren el aceptar la globalización resignadamente, alardeando modernistamente “una macdonalización de la sociedad”: sinónimo de adelanto estructural. Lo mismo es para ese pensamiento neoliberal que gestiona o “cabildea” para mantenerse en el filo de la navaja postmoderna o en los corrillos del poder, en base a financiamientos desmedidos, ajustando a la sociedad en un plano de “verdadera cuerda floja”; más aún cuando existen países con atrasos estructurales; pero esto no es lo grave, lo riesgoso y difícil radica en la complejización de  los países donde se presentan condiciones de atraso (premodernidad), de crecimiento (modernidad) e incluso de desarrollo (postmodernidad). Estas tres categorías se dan no sólo en el ámbito discursivo, sino y sobre todo, en lo económico, productivo y social; en  el caso de México, existen sectores norteños y en el centro del país con un alto desarrollo (equiparable a los países del primer mundo), con tecnología de punta, con un elevado índice de uso de internet y una amplia cultural satelital, que bien pudieran catalogarse de postmodernos; puede pensarse que esta afirmación es una especie de determinismo de nuestra parte, sin embargo ¿ es o no el desdibujamiento y desgaste de los referentes nacionales, culturales, o como dicen los postmodernos: la muerte de los metarrelatos, lo que describe a una postmodernidad?

            También se dan los sectores periféricos de pobreza, no sólo los tradicionales como Chiapas, Guerrero, Oaxaca, sino los  islotes incrustrados aquí y allá, dentro y fuera de la urbe y el campo; el problema indígena y la cultura de la impunidad; todo lo cual puede etiquetarse de premoderno.

            Los riesgos del modelo financiero puro, del capitalismo “cibernético” , lesiona fuertemente a estructuras con un nacionalismo patrimonial, de sólida cultura histórica y con un pasado precolonial y bastante cimentado. Elementos que han servido de cohesión socio-política y por qué no decirlo, de sobrevivencia al Estado-Nación. El país se ha enfrentado ha este proceso globalizante auspiciado por las economías del primer mundo, que como imanes intentan la conjunción de regiones pseudo homogéneas. Pero, ¿cuál es el costo real, sin tapujos, de la inserción mexicana a dicho modelo?, ¿qué afianzar para continuar siendo país homogéneo y fuerte ante los embistes “macdonalizantes” y desmembradores?. Los costos son y serán enormes , fuera de los cuarenta millones de mexicanos pobres; vulnera la racionalidad del Estado-nación, de nuestra cohesión cultural, aunque heterogénea, pero todavía con importantes ligamentos de coincidencia y similitudes entre mexicanos, situación vital si suponemos que la globalización, desempeña una acción de “puzzle desmembrador”.

            Entonces se debe descartar y rescatar varias cosas desde lo más profundo de nuestro acervo cultural, no para “prendernos” tercamente de una prehistoria capitalista o de modelos conceptuales patrioteros, sino encontrar el hilo propicio para tejer esa nueva red que urge a los mexicanos, permitiéndonos enfrentar la ola desintegradora, individualista y desculturizante, para conformar una sociedad abierta, con bases culturales sumamente mexicanizadoras; que realcen las heterogeniedades, regionales y locales, pero con una alta interacción de tolerancia, que regenere y amplíe el concepto de país; lo que vendría siendo por ejemplo, un real federalismo, en que los ayuntamientos tengan mayor autonomía, en su actividad gestionadora, donde las políticas gubernamentales sean diseñadas dentro de la región y para la región.

            La cultura como concepto atiborrado de valores, de expresión cercana a la sensibilidad estética y del conocimiento estricto debe extenderse a esa otra cultura más participativa, comunicativa, de acción. Esa cultura que en términos de Lechner tiene mucho que ver con los “climas culturales”, un medio ambiente externo que influye en la”[la] eficiencia, productividad, flexibilidad ..[en] una verdadera mentalidad de intercambio”. [4]  Es decir, edificar un  medio cultural que permeé adecuadamente a los individuos con una cosmovisión de lo nuestro y lo no-nuestro, pero hacer ese medio cultural supone redefinir un esquema de nación plural, donde las distintas fuerzas políticas de manera pertinaz convoquen a la sociedad para la enseñanza de una cultura política de principios”, entendidos estos como aquellos comportamientos civilizatorios, de honestidad, respeto a los derechos humanos, legalidad, pluralidad, tolerancia y participación, en fin, democráticamente plenos; así y sólo así, el clima cultural nos hará evocar a una nueva cultura civil: de todos.

            La cultura del nacionalismo revolucionario que atizó por muchos años este país, indudablemente sirvió de mucho. Pudo aglutinar alrededor de un proyecto político, a casi toda una sociedad, que era premiada o “bonificada” sectorialmente según sus necesidades. La corporativización cuasi-total de la misma, “estandarizó” al individuo en una sociedad desigual e injusta, pero además le creó lo que Rafael Segovia llama “una cultura política inmóvil” planteando que: “La desconfianza se asienta en México en una tradición secular, colonial o posteriormente independiente, donde no se crea una consciencia ciudadana, responsable y participativa... el esceptismo y la desconfianza son la base de la vida política y, consecuencia inevitable del retraimiento y la indiferencia de los ciudadanos y por ende de los electores”. [5]  Pero lo que Segovia confirma ampliamente, es un resultado maquinado de toda una cultura sistémica post-regímenes revolucionarios. Nos atrevemos  a decir que los mexicanos fuimos “domesticados” en la medida de que culturalmente nos masificaron –siguiendo a Freire-  “entendida la masificación como un estado en el cual el hombre aún cuando piense lo contrario no decide”.  [6]  Una domesticación a manos del sistema educativo ... pero sobre todo la práctica, hábitos y costumbres desarrolladas bajo el corporativismo y el clientilismo.

            Hay que reconocer aquellos intentos de pensamiento alternativo (sindicalismo independiente, intelectuales, disidencia), que al menos siempre hicieron frente a la hegemonía del pensamiento cultural corporativo, pero que no acceden finalmente a los grandes sectores sociales.

            La transición que vive el país obliga a pensar en una cultura ciudadana de la mayor ecuanimidad posible, donde cada quien, (actores sociales, partidos, instituciones, universidades, empresas y ong’s), emprenden una “cruzada cultural” tal vez con la misma magnitud e intensidad con que Mao, llevó a cabo la revolución cultural china, pero sin el ingrediente totalitario, que impulse el motor plural de la sociedad mexicana y permita terminar con el enmohecimiento cultural [7] , síntoma de una sociedad tradicional por su inmovilismo autoritario y llena de incertidumbre [8] , acelerando el paso en la construcción de una sociedad democrática en forma y fondo.

 

 

¿QUÉ CULTURA Y PARA QUÉ PAÍS?

            La desintoxicación de la sociedad que elimine la vieja cultura autoritaria, conlleva tomar en consideración los siguientes aspectos que se relacionan con la educación. Ya comentábamos que la cultura vía educación, se ha impartido como proceso de corporativizador del individuo, los niños crecen bajo un paradigma histórico prehispánico (al menos hasta hace poco así era), pero como pre-requisito de un sentido patrio institucionalizado, esto ha servido de nudo cohesionador, pero falta una educación más cosmopolita que desemboque en una ”kultur”,  entendiendo este concepto, como la esencia cultural de un comportamiento más universal, a la vez que profundizemos en los valores propios, exaltándolos, pero sin chauvinismos. Necesitamos de una libertad amplia, un ámbito de justicia, pluralidad y tolerancia, con perspectiva de repensar el país a futuro, para tener una visión prospectiva y arribar a un México con la capacidad de aglutinar tradición, modernidad y progreso sin exclusiones.

            La educación propuesta debe cimentarse en algo más que en mitos [9], aunque estos hayan jugado un papel fundamental en la historia de México y de otros países. Debe regirse por una “kultur” de logros auténticos, sin tabúes o miedos, así tenga que volverse a re-escribir buena parte de nuestra historia, que ilustre con honestidad en que consistieron los errores históricos, sus consecuencias posteriores y algo sumamente importante, enseñar el por qué de la pobreza estructural del país, sin caer en una explicación panfletaria, sino que el mexicano de posteriores generaciones, de una vez por todas, pueda digerir y entender razonablemente el origen de nuestra situación, del atraso económico y social. Es decir, una forma de auto-conocimiento profundo, “del ser mexicano”, lo anterior permitirá borrar un trauma o lastre que causa el derrotismo, como endemia socio-antropológica. Igualmente es preciso tener presente que la libertad es uno de los elementos indispensables para lograrlo, más aún cuando queremos llegar a ser una sociedad democrática. Bien lo menciona Nicolás Tenzer. “La ausencia de democracia implicaría el riesgo, no sólo de la disminución de las libertades, sino también el riesgo de perder la facultad de juzgar, la cual se desarrolla mediante el ejercicio cotidiano de la democracia. La pedagogía democrática es en sí misma una invitación al ejercicio de la libertad del espíritu”. [10]

            Desmitificar  esa vieja cultura, podría ser un proceso educativo calificado de pragmático o frívolo, pero alentaría la formación de nuevas generaciones abierta, participativas, críticas, tolerantes y sanas. Tenemos que enseñar bajo criterios de respeto, honestidad, amor a la naturaleza, decirles a los niños que las diferencias enriquecen a la sociedad, siempre y cuando se apliquen incluyentemente. Es preciso terminar con la educación rígida e inhibitoria, donde no se acepta la libertad y espontaneidad del individuo.

            Pero podríamos interrogarnos, ¿cómo desarrollar esa educación y re-educación?, ¿qué implicaciones tendría, principalmente en la forma abarcadora de educación pública?, ¿cuáles serían los nuevos sacrificios y quiénes estarán dispuestos a realizarlos?.

            En este panorama presentado hasta aquí, no podemos dejar fuera a los intelectuales, así como no se puede dejar fuera a la ciudadanía, a la empresa a los partidos políticos, las iglesias, al mismo Estado y a los políticos. Los intelectuales porque representan a los artífices de un “eco” plural, vía casi natural de la expresión cotidiana de la sociedad; vitales en la transición, en desanudar problemas. Así lo explica Bobbio, “el intelectual es aquel que puede permitirse el lujo de ejercitar su propia paciencia y su propia agudeza para desatar los nudos”. [11]  Nudos que en palabras de él mismo, tiene la cuerda que nos puede auxiliar a salir del laberinto confuso y desgastante, en el que nos encontramos los mexicanos.

            Los intelectuales en este país, siempre han jugado un papel de hombres-guía u hombres-brújula, que pueden ir abriendo brecha a nuevos derroteros, pero apegados a una cultura distinta, abierta, participativa. Evitando lo más que se pueda un  “pleito de capillas”,  que no conduzcan a nada, fuera –diría Rorty- de esa  “sed de cavilaciones sobre la historia mundial, y de profundas teorías sobre las profundas causas del cambio social....” [12] Es preciso para nuestro mejor futuro.

            Hoy por hoy, atravesamos por una nebulosa congestionada de corruptelas, donde la inmensa telaraña del poder es tejido como distintos hijos de diferentes intereses, cuando lo ilegal se funde repentínamente con lo que debería ser legal; la sociedad entera asume una actitud de perplejidad y parece replegarse hacia la incredulidad y apatía; pero también (según su estado de ánimo económico), reivindica su papel de colectividad, de grupo, dejándose sentir vía elecciones, ong’s y cuando se harta de falta de justicia, patéticamente acude a la barbarie, (linchamientos que aumentan a diario), como forma lamentable de desahogo ciudadano, basta observar el aumento de los linchamientos en diversas partes del país, no sólo en el empleo, sino principalmente en las grandes urbes como el D.F., Guadalajara y Monterrey.

 

REFLEXIONES FINALES

          Hablar de transformaciones culturales en el sentido que lo hemos venido mencionando, necesariamente tiene muchas y variadas implicaciones; hablar de educación no es sólo refiriéndonos a la que se imparte en las aulas sino aquella generada en los procesos de interacción, comunicación e información cotidianas; y es precisamente en esta última donde radican la mayor cantidad de trabas para lograr una modificación; sin embargo y aunque pueda sonar increíble, sentimos que el rescate de la cultura, de exaltación de la diversidad y heterogeneidad cultural, geográfica, política, social, religiosa e incluso económica, yace la fuerza cohesionadora para la formación de un país unido por sus diferencias.

            En todo esto, es preciso resaltar que la cultura democrática, la educación del mismo corte, las relaciones sociales de tolerancia, que conformarían esa “kultur”, no se encuentran aislados, sino que se hayan en constante comunicación, en distensión y tensión, un sistema que se genera y autogenera a la vez, pero donde nuestro intento es que el sistema “autopoyiético” [13] y autoreferencial, tenga mayores referentes de la ciudadanía y para la ciudadanía; y en el cual, uno de los conductores comunicativos sean, como ya lo mencionamos: los intelectuales, en una primera etapa, posteriormente los cauces de ampliaran y los conductos se multiplicarán.

            Lograrlo es difícil, complejo y no existen recetas para ello, es preciso efectuar cientos de experimentos auto-conscientes, en todos los ámbitos políticos, gubernamentales, institucionales, ciudadanos y generacionales. Los sacrificios estarán precisamente en esos experimentos y todos los implicados en ellos; que si se fracasa en los primeros intentos, no hay problema,continuamos; pero con la seguridad, que nació de todos mexicanos y se trató de implementar para todos. Lo anterior puede sonar utópico, sin embargo es necesario tener esperanzas.

 

 

* Agradecemos los comentarios y sugerencias del Dr. Heinz Dietrich  (UAM-X) y el Dr.  Michele Pallotini (Universidad de Parma)

 


NOTAS


[1] Huntington, Samuel, “The Third Wave. Democratization in the late Twentieth century” University of Oklahoma Press, 1991

[2] W. W., Roostow, “Las etapas del crecimiento económico”, México, F.C.E., 1974, P. 179.

[3] Druker, Peter, “La Sociedad Postcapitalista”, Ed. Norma. Bogotá, 1994.

[4] Acosta Silva, Adrian; “La Dimensión Cultural de la Política: Una conversación con Robert Lechner”, Nexos, No. 237, 1997, pp. 61-65.

[5] Segovia Rafael: “La Cultura Política Inmóvil”, Nexos, no. 223, 1996, pp. 57-62.

[6] Freire Pablo: “Extensión o Comunicación”, Siglo XXI, México, p. 45.

[7] Eso que atinadamente Luis Salazar llama “la cultura del recelo, la inmensa desconfianza acumulada, pero también una especie de negativismo político generalizado conspiran para que buena parte de la sociedad persista en una visión pesimista, escéptica, incluso en ocasiones catastróficas sobre nuestro porvenir como país” (Cfr. Nexos, No. 229, enero, 1997, p. 9)

[8]  En términos de Ludolfo Paramio “Esa incertidumbre económica, vivida personalmente por los ciudadanos, se traduce en incertidumbre política” (Nexos No. 229, enero, 1997).

[9] “La verdad del mito no está en su contenido, sino en el hecho de ser una creencia compartida, repetida y divulgada por vastos sectores sociales. Es una creencia social compartida, no una verdad sujeta a verificación” (ver Mito e Historia en la memoria mexicana. Una entrevista con Enrique Florescano” de Tania Carreño King y Angélica Vázquez del Mercado. Nexos, No. 193, enero, 1994, p. 1930.

[10] Tenzer, Nicolás; “La Política”; Ed. Publicaciones Cruz, S.A. México, 1992, p.33

[11] Bobbio, Norberto; “Los intelectuales y el poder”, Nexos, no. 195, Marzo 1994, p. 38.

[12] Cfr. Richard Rorty. “¿Cantaremos nuevas cancioens? Pp.57-76, “Izquierda Punto Cero” Giancarlo Bosetti (compilador) Ed. Paidós, México, 1996.

[13] Cfr. Niklas Luhmann y Raffaele De Giorgio, “Teoría de la Sociedad”. U. De Guadalajara/ITESO, México, 1993, pp. 27-80.

 

 

 

 

[i] Jesús A. Rodríguez Alonso. Lic. En admón.. de Empresas y  Mtría. en  Ciencias Sociales, docente en la Universidad Autónoma de  Ciudad Juárez; 

e-mail: jerodrig@uacj.mx, jrodral7@att.net.mx

 

[ii] Samuel F. Velarde. Lic. En Sociología y docente de sociología de las organizaciones en el Instituto  Tecnológico de Ciudad Juárez;

email: jesa_65@yahoo.com


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