Lectura de
algunos paratextos en Toá: narraciones de
caucherías de César Uribe Piedrahita
Reading of some paratexts of Toá: narraciones de caucherías of César Uribe Piedrahita
Augusto Escobar Mesa[1]
Universidad de Montreal
Palabras
claves: Toá: narraciones de caucherías, César
Uribe Piedrahita, paratextos de la portada,
análisis textual, modernidad,
Antoine Compagnon.
Partiendo
de los aportes teóricos de Genette y Compagnon sobre los paratextos, hacemos un
análisis textual e icónico de los elementos paratextuales de la portada de la
primera edición de la novela Toá (1935) e intentamos mostrar que en
ella se sugieren muchos elementos de la historia narrada y sus aspectos más
significativos.
Key words: Toá:
narraciones de caucherías, César Uribe Piedrahita, paratexts, book cover,
textual analysis, modernity, Antoine Compagnon.
Based on the theoretical contributions of Genette and Compagnon
of the paratexts, we make a textual and iconic analysis of the paratexts of the
book cover of the first edition of Toá
novel (1935). It suggests many elements of the narrated history, as well as its more significant
aspects.
Llama la atención que los críticos
de Toá no se hayan detenido en la
estructura paratextual y formal de una novela que es más novedosa de lo que parece
a primera vista. La mayoría de los
editores de las distintas ediciones no se percataron o no comprendieron la
importancia de ello, por eso no la reprodujeron tal como aparece en la primera
edición. Incluso las dos reediciones en vida del escritor hechas en Buenos
Aires por la editorial Espasa-Calpe, en 1942 y 1945, abolieron de manera
lamentable todas las ilustraciones de su interior, sin duda alguna por
cuestiones económicas y en detrimento de esos elementos complementarios y
significativos del texto[2].
Toá es una novela que por su
concepción formal rompe con el estilo tradicional de narrar del momento, aunque
las que le siguen del mismo Uribe, Mancha
de aceite (1935) y la proyectada
Caribe (1937), van más allá en el plano formal como si hubiera querido
superar el canon en cada una de ellas. Mancha
de aceite es aun más osada en la fragmentación y complementariedad textual al
haber introducido, a la manera de collage, textos que provienen de discursos de autores
reales o ficticios o de otro tipo de textos (cartas, panfletos, memorándums,
documentos históricos, ilustraciones, etc.); es una novela de una rica
intertextualidad[3]. Para
romper aun más el canon estético del momento, Uribe recurre a distintos estilos
tipográficos e ilustraciones de tipo expresionista, diferentes a los utilizados
en Toá.
En ambas novelas, texto e imagen se funden como un todo inseparable. En uno de los capítulos de Caribe, Uribe es todavía más osado al desarrollar
en cada una de las páginas del capítulo siete historias distintas y paralelas,
con ilustraciones y cambios tipográficos diversos, todo hecho a mano. Nada
similar se verá en la literatura hispanoamericana ni antes ni después.
En la portada de todo libro se
hallan los primeros elementos paratextuales que funcionan como anuncio del
texto; también y de manera condensada contiene elementos claves de la
significación del mismo. Es la primera convocatoria al lector para acceder a
aquellos signos iniciales e indiciales que lo llevarán a la trama textual. El texto es como un castillo
amurallado. Externamente hay muchos que lo identifican, los paratextos (título,
subtítulo, autor, dedicatoria, epígrafe, notas, ilustraciones, etc.) (Genette 7-8), pero poco se sabe de él si no se
superan los fosos exteriores, si no se toma por asalto el texto-castillo que
atrae y repele. La mayoría de los lectores se contenta con mirarlo desde fuera
o hablar de él por lo que a primera vista percibe o escucha hablar de él; es el
primer nivel comprensivo del texto o de su lectura anecdótica, diegética. El
buen lector no abandona el riesgo del asedio. Sabe que debe renovar el esfuerzo
(relecturas) y descubrir el mecanismo de la puerta de acceso que le permitirá conocer
el interior de ese mundo. Es en esa re-lectura atenta de todos los signos
externos –pasaje de iniciación-, particularmente de la portada con sus otros
signos (título, autor, editor, ilustración), que el asediante-lector se adentra
en el texto, avanza en su asalto y lo toma.
La portada se sitúa en una “zona intermedia entre lo exterior del texto
y el texto” (Compagnon 328). Es su puerta de entrada y escenario porque es
necesario situarse frente a é, como en el teatro, para reconocerlo antes de
saber lo que en su interior se va a representar; es la frontera que invita a
penetrarlo para iniciarse en ese nuevo mundo. Es punto de partida y
“escenografía que pone al texto en perspectiva”
[4],
y en medio de ella está el autor para escenificarlo, para representar el mundo
que le pertenece y se lo ha apropiado a su manera, pero una vez dado a conocer,
ya no le pertenece exclusivamente, porque otro actor ha entrado en escena, el
lector. Como veremos en el siguiente análisis
textual de algunos elementos paratextuales de la portada, estos son un
“conjunto heteróclito de prácticas y de discursos de todo tipo, de distintos
tiempos y donde convergen efectos diversos” (Genette 8). Son el punto
fronterizo donde la escritura no puede esconder su doble condición: social y
estética, literaria y no literaria (Zawissa 14).
Sobre un fondo negro (2/3 partes) y
sombrío sobresale, partiendo del centro hacia el lado izquierdo de la portada,
justo en la convergencia de la sección áurea o proporción entre medidas[5],
la cabeza cortada de un hombre con signos de tortura por la sangre que sale de
un lado de sus labios y por su gesto de dolor observado en la postura de su
boca abierta, como si ese gesto último hubiera sido el de un grito de rabia y
de rebeldía. La cabeza está colgada de un árbol o de una pica como signo de
escarmiento que recuerda igual método bárbaro de conquistadores y colonizadores
sobre ese mismo territorio cuatro siglos atrás. Quien diseña la imagen –no
aparece autoría- parece recordar un
pasaje de la novela cuando los caucheros de una de las agencias de la casa
Arana, asentada sobre un puerto de uno de los ríos colombianos, se encuentran
borrachos y comienzan a matar y a descuartizar, indiscriminadamente, los
indígenas que tienen encerrados en sus cárceles:
Bebían con
exceso los agentes de Loaiza y ya empezaban a reñir y a blasfemar [...] Estaban
enloquecidos por el alcohol y la rapiña [...] Sonó un disparo, siguieron
muchos. Los corredores estaban llenos de humo. En el monte retumbaban más
tiros. Enloquecidos por la matanza, los borrachos sacaron los machetes y
destrozaron los heridos y los muertos aún sujetos a los postes y a los árboles.
Corría la sangre a torrentes. Atado a un pilar, por la cintura, colgaba el
cadáver decapitado de Serrano y suspendidas de una viga se balanceaban sus dos
manos amarradas en cruz (T 144-5)[6].
En medio de mechones del
cabello que sostiene la cabeza decapitada del indígena se observa difusamente
un rostro fantasmal que parece al de un perro, quizás para insinuar al lector
que los perros tendrán una parte en esa historia. Son precisamente algunos de
estos que ciertos administradores caucheros alimentan con partes de cuerpos
de indígenas vivos como castigo ejemplar
cuando los nativos no responden por físico agotamiento a las demandas de los nuevos
colonizadores[7].
Remite esta imagen a la misma actitud asumida por los conquistadores españoles[8] siglos
atrás con las mismas víctimas, es decir, los antepasados indígenas de los
presentes. Pero también esa sombra fantasmal es una combinatoria icónica de
Cerbero, perro mítico entre los griegos que vigila el mundo de los muertos y también
se lo ve en el mundo infernal de la Divina
Comedia[9]. La
sangre es el único elemento que aparece de otro color en todo el diseño como
para resaltar el carácter sangriento de lo que ha sido la historia de los
habitantes naturales de la selva amazónica. Esa mancha de color rojo, a la manera expresionista,
adquiere un valor simbólico en sí mismo e intensifica su expresión y su
referente, el de un estado de violencia al límite. La portada recuerdan las
características de las pinturas y grabados expresionistas, sobre todo de origen
alemán de comienzos del siglo XX, es decir, la expresión de la subjetividad
marcada por un estado de sufrimiento y de condición trágica del hombre y de la
sociedad. Su forma plástica se funda en una cierta deformación y
estilización de lo mostrado que busca el máximo de intensidad expresiva. En el
expresionismo, además de los predominantes negro y blanco, se hace uso de
colores intensos, generalmente rojos y amarillos, buscando con ello la
disonancia y provocando sentimientos contrarios y violentos[10]. La
imagen de la portada es la de una pintura espontánea que revela las impulsiones
del artista y su ánimo provocado luego de escuchar, leer o vivir historias de
violencia, de soledad, de destrucción, de locura y muerte, que es el objeto
temático de la novela. Llama la atención la posición de la cabeza, no hacia
abajo como es usual, sino inclinada un poco hacia atrás para poder observar
toda su gestualidad; está ubicada al lado izquierdo (elemento ideológico) del
diseño y como dirigiendo su última mirada al firmamento infinito en signo final
de no sometimiento, de no servidumbre, de libertad y de un espíritu jamás
encadenado ni enajenado.
Otro elemento novedoso en la novela para su tiempo y, luego, es que el título, subtítulo y nombre del autor y editor son distintos cada uno y parecen hechos a mano como reacción a cualquier postura burguesa (cultura alienada de Adorno), asomo neoclásico, modernista, o de perfección y armonía formal, y, a la vez, sugerir un mundo alterado y distinto. También sugiere la reafirmación de la individualidad y carácter especial de ese proyecto, y un homenaje a los seres sacrificados en las caucherías, al autor y a todos los demás que han participado en esa iniciativa singular, es decir, el editor, los ilustradores, el prologuista, los indígenas y los colonos víctimas y testigos de los hechos. El nombre del autor es, como el título, una huella de identidad. Es el que hace posible lo que antes no era y ahora es reconocido, identificado, nombrado. Es el gestor de una nueva realidad, de seres, espacios, lugares, historias reales e imaginadas que entran en la historia literaria de una nación y en la universal para jamás abandonarlas[11]. Es el personaje histórico que no teniendo nombre en la literatura, al ser la primera novela de Uribe, abandona la historia para convertirse en pedestal en la literatura y hacer parte de los hacedores del imaginario humano y propiedad de lectores curiosos de todo tiempo y lugar. El nombre autorial ocupa un lugar privilegiado en la portada por ser la “firma interior” (Sabry 88); la toma de posesión de su territorio y de posición en el centro del mismo que, a la vez, se desposesiona para dejar a otro, el lector, la conquista de ese universo desconocido, pero pronto será suyo y escamoteará a su antojo. Hasta el Medioevo, el nombre del autor era prohibido por cuestiones religiosas, de ahí el carácter anónimo de muchas, incluso grandes obras (epopeyas). Con el nuevo estado del espíritu del Renacimiento y de aspiración a la inmortalidad literaria, el nombre propio deviene legítimo[12]; es el reconocimiento del nombre y de un discurso propio; es un “hacer vivir (y morir) el autor entre las palabras de un texto” (Sabry 88). A pesar de la importancia, el nombre del autor como paratexto no es objeto de lectura, solo “funciona como una señal en su triple división de célebre, vagamente conocido, desconocido” (Ibid 90). Sin embargo, en el caso de Uribe su nombre tiene la marca de la paradoja, es un personaje reconocido en el campo médico, científico, social, pero anónimo en lo literario. En este sentido, el nombre funciona como acicate al lector; es un arriesgarse al conocimiento de lo ignorado, tanto del autor como del texto. Y quien se atreve, osa verse al borde del abismo porque no imagina las simas/cimas de los que encontrará; también se ve frente a un calidoscopio porque a medida que lo voltea descubre facetas nuevas de ese hombre multifacético que algunos intelectuales, como el poeta Guillermo Valencia y el pintor Gonzalo Ariza, lo calificaron de “Caballero del Renacimiento”[13] por su visión humanista y múltiples competencias tanto en las ciencias como en las artes.
Finalmente aparece el nombre de la
editorial, “Arturo Zapata Editor”, que remite a un personaje igualmente peculiar,
Arturo Zapata, uno de los más importantes editores de los años treinta y
cuarenta que se distinguió por haberse quedado en la provincia –Manizales- y fundado
una editorial y una revista, Cervantes,
y publicar a los autores nacionales más críticos y contestatarios del momento[14].
Las ediciones eran hechas con cubiertas finas e ilustradas en parte por Alberto Arango Uribe, uno de los tres ilustradores de Toá. De la editorial salieron
libros que trataban de los más diversos temas, desde los políticos, históricos,
filológicos, filosóficos hasta los literarios, poéticos y testimoniales que
interesaban tanto a la región como al país (Ruiz).
Casi que podría decirse que lo que hace Zapata en Manizales, ciudad intermedia,
coincide con el proyecto político de la “Revolución en Marcha” del gobierno
liberal y reformista de Alfonso López Pumarejo (1934-1938), que propende por todo
tipo de libertades y expresión, así como por la autonomía en el pensamiento, la
creatividad, la laicización y universalización de la educación, la formación de
maestros, de especialistas y de lectores. Las Colecciones Samper Ortega y la de
la Biblioteca Popular de Cultura Colombiana promocionadas por el gobierno
liberal[15] a mediados de los
treinta, y la de Arturo Zapata, son acordes con el espíritu liberal progresista que se respiraba
en el momento. Era una manera de recuperar y hacer vigente el patrimonio
cultural y literario de la nación pero, igualmente, se buscaba estimular la
actividad creativa y reflexiva de las nuevas generaciones.
Si bien la imagen de la
portada inaugura el camino del texto e invita a bucear sobre ese universo
complejo de violencia exacerbada contra una minoría abandonada de la sociedad y
el Estado, el título es igualmente revelador porque este “no es otro texto, ni el
texto, es un ‘onomotexto’. El constituye el nombre del texto” (Ricardou 143). Los
anteriores paratextos al igual que el título cumplen, de alguna manera, la
función de comentar el texto y lo que gira a su alrededor porque lo hacen
conocer, lo explican, nombran y designan[16]. Dos vías contrarias y
complementarias se observan en el título, una, en el plano de la historia
(diégesis; primer plano) y otra, en el de la significación (estructura
profunda). En el de la historia, Toá es el personaje femenino protagonista que,
como una nueva Helena –rememoración del mito griego-, desencadena no solo
conflictos tribales, sino también entre indígenas y colonos, porque algunos
patrones caucheros desean poseer a la mestiza que es hija de madre indígena y
colono colombiano, ambos grupos expoliados por la Casa Arana del Perú. El otro
cabo de la diégesis es el que opera como subtítulo de la novela: “Narraciones
de caucherías”. Sin embargo, lo que funciona como subtítulo que se espera
cumpla una función subordinada, de menor relevancia, termina siendo el tema
central de la novela que opaca el protagonismo femenino de Toá, no buscado por
el personaje sino por el protagonista. Así, lo que a primera vista aparece como
principal y temática central, la historia de Toá y su relación con el
protagonista, termina socavado por lo no relevante, se vuelve título metonímico
(Susini 197-199). La vida
de Toá es pues un pretexto narrativo para contar el drama de indígenas y
colonos colombianos bajo la férula de los mandamases caucheros peruanos. El
narrador otorga la voz a varios personajes que han vivido y padecen el flagelo
de la explotación cauchera. Son verdaderas narraciones testimoniales y conjunto
de historias que forman un rizoma completo de la época de las caucherías a
finales del siglo XIX y, sobre todo, a comienzos del nuevo siglo. En este
sentido las dos líneas diegéticas se separan: la historia de Toá es
completamente ficticia, mientras que las narraciones de caucherías son
verosímiles y corresponden con la realidad objetiva, porque pueden ser
confirmadas con los primeros testimonios sobre los actos de barbarie de la Casa
Arana en territorio indígena colombiano a entre 1900 y 1915, dados a conocer
por irlandeses, estadounidenses, peruanos y otros[17]. Dos de los testimonios
más importante son el del irlandés Roger Casement, recogido en su libro Los indios del Putumayo (1912) y el del
estadounidense Norman Thompson, cuyo libro
fue traducido y publicado en Colombia con el nombre de El Libro rojo del Putumayo (1913),
posiblemente leído por Uribe[18]. Si bien el mundo
ficticio de Toá y el concreto de los relatos de caucherías parecen funcionar
independientemente, se imbrican a través del protagonista, también ficcional,
porque en ese viaje al infierno, Antonio descubre varias realidades, la de la
vida cotidiana, monótona, falsa de las ciudades, de la que huye, y la violenta
donde impera solo una ley, la del más fuerte. Y también una tercera se le
revela, la de un mundo insospechado pero imaginado como es el de la naturaleza
y de seres auténticos como Toá.
Esta
inquietud y el amor a la aventura lo trajeron a la inmensa hoya amazónica, con
planes de hacer ciencia y de trasladar a sus álbumes voluminosos todos los
extraños paisajes de aquel mundo nuevo. Sobre todo, escondería en la selva la
enorme pesadumbre del fracaso económico de su familia y ocuparía su vida en
algo más bello que en la monotonía de un consultorio y la espera de una
clientela estúpida y esquiva (T46).
Igualmente el mundo ficcional y testimonial se articulan en el
plano significativo: todos los sueños del médico de intentar mitigar la
violencia, la injusticia social en el lugar e imponer una autoridad reguladora
en nombre del Estado, terminan yéndose a pique, porque en ese medio distante de
cualquier poder legal, aislado, atrasado, solo impera un poder, el económico
apoyado por una fuerza armada en manos de extranjeros. El protagonista fracasa
porque allí “realmente el problema era superior a las fuerzas” (T40) de un
médico ingenuo y desconocedor del medio.
Antonio
escuchaba atentamente el breve relato de la situación en que se encontraban
esas inmensas regiones exploradas y conquistadas por los audaces negociantes en
veneno, cera y caucho. Empezaba a vislumbrar la magnitud del problema y
adivinaba ya la tragedia oscura de aquellos hombres impreparados para la lucha
y que seguramente no conocían la trascendencia de los acontecimientos que se
desarrollaban en los “ríos malditos”. El improvisado visitador de las
caucherías sentía la responsabilidad de su misión, y desolado se atrevió a
decir:
–No creí
que la situación fuera tan grave. A mí nada me dijeron en Bogotá. Supongo que
me nombraron para deshacerse de un hombre molesto. Allá nadie conoce esta inmensidad
ni sospecha todo lo que usted me dice. Y pensar que aún es mucho peor de lo que
usted relata. Traía la intención de hacer algunas observaciones y pasar mis informes
al Gobierno; pensaba estudiar las tribus, la vegetación, los animales… pero,
veo que esto es muy grande, que el problema necesita la intervención de un
hombre más capaz que yo.
Antonio, como antihéroe problemático, fracasa como médico, como
administrador, como mediador y, finalmente, en el amor (imposible) de la
mestiza; ella no le pertenece a nadie sino al agua, a los grandes ríos, a esas
venas comunicantes que nutren ese entorno excepcional.
–¿De
dónde eres, Toá? –preguntole Antonio una mañana- y la muchacha contestó
ingenuamente:
–¿Yo…,
señor?… Yo soy del río…
Si,
era hija del agua, había nacido de la cópula del río con la selva (T108).
Ficción y realidad terminan anudados bajo una concepción del mundo
propia de la modernidad, es decir, donde impera el descentramiento e inversión
de todo porque es mundo fronterizo e informe representado en un protagonista
indeciso, soñador, que se ve enfrentado
a una sociedad conflictiva, anómica, sin salida. Es el fracaso del proyecto
humanista, ilustrado y el nacimiento de una nueva sociedad, individualista,
competitiva, mediada por el único poder posible y excluyente, el económico[19]. Y en ese mundo, seres
idealistas, utopistas socialistas como el protagonista y su alter-ego, Uribe,
no hay espacio para ellos. En el plano de la
significación el título resulta aun más interesante. Es la puerta de entrada
del texto y se ubica “por encima del nombre del autor como un trofeo”[20].
Es, la mayoría de las veces, el portaestandarte que más resalta y el que atrae
la atención de los lectores. No siempre se recuerda al autor, pero difícil
olvidar el título[21]. Su
primera función es de referencia porque evoca un texto como totalidad, él lo contiene
en sí. ¿Por qué darle nombre femenino a
la novela cuando no es ella la protagonista real? Precisamente porque Toá,
nombre sonoro y único, representa todo lo que siendo puro, natural, bueno,
auténtico, ha sido hollado, mancillado, desnaturalizado. Es objeto de rapiña
entre los mismos jefes indígenas que la quieren para ellos –los boras y
andoques- o para sus hijos (en la historia, Toá está destinada al hijo de un
cacique carijona T114-5), también algunos colonos lascivos la desean como
amante esclava (el violento “Churo” T65). Ella es la representación de una
naturaleza singular y única –la amazónica- que huele “al perfume de avellanas
molidas con trocitos de vetiver” (T112), hasta que el codicioso hombre blanco
redescubre que ciertos árboles de la selva –“olor almizclado y sexual de la
siringa” (T 156)- pueden convertirse en oro y los habitantes de ese entorno, la
mano de obra gratuita para su explotación. Toá como la naturaleza de su entorno
es la imagen de América, atropellada, enajenada, por los que la redescubrieron
hace cinco siglos y por los hijos y descendientes, por generaciones, de estos
encomenderos del pasado y del presente. Pero también es un reconocimiento a la
mujer -cultura de género- históricamente vilipendiada y cosificada que el protagonista
de la novela, así como el autor como persona histórica dignifican[22].
El protagonista, a pesar de su condición de clase, idealiza físicamente a la
mestiza, abandona todos sus proyectos de redención del lugar ante la
imposibilidad de lograr ningún cambio para dedicarse a ella; asume el riesgo de
estar con ella a pesar de todo el peligro que representa para ambos; sueña con
iniciarla en el camino del conocimiento y la reivindica como su otro y
necesario complemento. Pero ese proyecto es imposible llevar a cabo porque a
pesar de la buena voluntad y sanas intenciones del protagonista, no deja de ser
el hombre blanco que seduce a la presa mejor codiciada del lugar para
satisfacer su condición de lobo solitario en medio de una jauría de voraces felinos.
Toá, según la novela y en lengua
siona, significa “fuego” (T97) y en lengua ingana, “Nina”, el otro nombre con
el que es llamada Toá y significa “candela” (T115). Ella es fuego que ilumina y
consume porque todo el que entra en contacto con la mestiza queda hechizado por
una fuerza prístina, natural; por su manera ingenua de comportarse y ver el
mundo que va a contravía del mundo violento de las caucherías. Empero la
condición pacífica del protagonista, Antonio no deja de ser otro depredador que
necesita satisfacer su rol biológico de macho sexual: “Durante muchos días
enseñó a leer a Toá. Se quedaba mirándola absorto y embrujado por los ojos
largos y dulces de la mestiza, temblaba todo al descubrir, bajo la túnica, el
cuerpo flexible y las caderas cimbreadoras de la moza. Soñaba con Toá y sonreía
al pensar en que su vida, atormentada y sin objeto, tenía al fin el camino
trazado hacia ella” (T150).
Es un encuentro de dos culturas que no han
tenido un proceso debido de adaptación y simbiosis. Más bien ha sido una
yuxtaposición de dos manera de ver el mundo y de actuar en él: una fuerte, con
clara conciencia de sus actos y de actuación impositiva y, otra, ingenua e
incapaz de reconocerse en sí misma por siglos de adocenamiento e
infravaloración, pero que convive naturalmente con su medio. Toá engloba la
imagen de la naturaleza y de la cultura indígena amazónica que atrae la
atención por sus sorprendentes riquezas e innúmeros secretos que nunca se dejan
revelar del todo. Toá es el ser enigmático que sorprende siempre y jamás podrá
ser poseído; solo la muerte la hará su dueña. ¿Acaso Toá no es el deseo de Uribe
de que las cosas fundamentales de la vida y en las que creía firmemente pudieran
realizarse en la sociedad colombiana y latinoamericana? Como la buena, apacible
y curiosa Toá, Uribe sueña con una sociedad de libertades, de justicia social,
educada, laica, sana, progresista y cimentada en tres pos estandartes: las
ciencias, las artes, el respeto de la naturaleza[23].
“Era cierto que Antonio se pasaba horas enteras en compañía de Toá,
explicándole la vida en las ciudades populosas y hablándole del mar, de los
buques y mil cosas que la muchacha escuchaba con asombro (T108). “Antonio le
hablaba de vivir siempre juntos, de viajar hasta el mar y más allá. Repetíale
sus proyectos de llevarla a una bella ciudad llena de luces” (T166). Pero ese
proyecto ilustrado de algunos intelectuales de los años treinta en Colombia era
cosa ilusa en un medio ultraconservador, retrasado económica y mentalmente. Esa
tentativa de “revolución en marcha” no era factible por el momento. Lo deseado
chocaba con una realidad material e histórica diferente, de exclusiones, de
fundamentalismos, intolerante, de poderes cuasi feudales. Toá no era más que un
sueño, un espejismo que se disolvía en ríos de sangre. Toá, al igual que esa
sociedad bajo el dominio tiránico de la Casa Arana, termina desangrándose. Es
la imagen pesadillesca y febril que se repite en la conciencia del protagonista,
luego de la muerte de Toá y del hijo de ambos, cuando deambula casi enloquecido
por los “ríos malditos”: “–¡Vamos al mar Tomás! ¡Vamos al mar…, a Pará! ¿Allá
está Jacobo?... ¡No, no, por allí no! ¡Toá! ¡Jarache!... ¡No sigan…! ¡Ah! Un
río de sangre corre por debajo de la hamaca. ¡Ah! ¡Ah!... ¡Araracuara! ¡Araracuara! ¡Turute!”
(T173).
Pero Toá significa mucho más. Su
universo semántico alcanza una dimensión histórica y cultural más rica de lo
que se presupone. Toá como título de
la novela es, como el nombre propio de una persona, de un lugar, signo de identificación (Susini 198). La
referencia histórica más antigua es la de un río llamado “Toa” que se menciona
el siglo XVI en la crónica de Juan López de Velasco,
cosmógrafo e historiador español de la Corona durante el reinado de Felipe II.
En un estudio sobre las Indias, sus
límites,
hidrografía e islas, López habla de ese río que
desemboca cerca del puerto de San Juan de Puerto Rico: “tres leguas más
adelante sale un gran río llamado Toa, donde
hay un ingenio de agua, de hacer azúcar, y dos ingenios trapiches de caballos
que tienen el servicio por la boca deste río; y luego una legua adelante
está el dicho Puerto Rico”[24].
En la geografía colombiana y venezolana hay dos menciones a sitios llamados
“Toa”. La primera aparece registrada en un documento del 31 de julio de 1806,
cuando una comisión del Virreynato, encomendada a Francisco José de Caldas,
busca precisar el curso de los ríos navegables los inconvenientes que obstruyen
o dificultan su navegación y los medios de removerlos, así como fijar “las
distancias de las principales poblaciones del Reino, de reconocer sus
territorios y caminos de comunicación, y de tener todas las noticias que
se pudiera de sus producciones, de su cultivo y de las mejoras de que
fueran susceptibles”. En ese viaje se
constata, concerniente al río Magdalena y sus afluentes, un pequeño puerto o
lugar denominado “Toa” que limita la navegación y que se encuentra ubicado
entre Neiva y La Plata[25].
Es posible que Uribe haya cruzado o sabido de ese lugar en algunas de sus
expediciones, sobre todo la realizada a finales de 1930 y comienzos de 1931,
cuando este salió de Bogotá, descendió hasta Neiva a lomo de mula y de allí a
Florencia, punto de partida de la excursión por las selvas del sur, antes de
adentrarse en el pie de monte llanero y los ríos Caquetá, Orteguaza y otros[26].
La segunda mención la hace el viajero alemán Alfred
Hettner (1859-1941) en 1884, dedicado a describir “la geografía, la sociedad y
la economía de la región andina de Colombia”.
Viajando por río Zulia hacia el lago y ciudad de Maracaibo, Venezuela, hay
una isla montañosa denominada “Toas”. Así lo registra Hettner: “En las horas de
la noche del 23 de agosto abordé el vapor ‘Maracaibo’ al cabo de una despedida
muy cordial de los paisanos, que también aquí me habían acogido muy
amablemente. Habiendo zarpado entre las 3 y las 4 de la mañana, a la hora del
amanecer ya estuvimos a la altura de Toas, isla montañosa con varias islitas planas pobladas de
árboles de mangle antepuestas”[27]. No es de extrañar que
Uribe hubiera podido conocer el lugar porque estuvo varios años (1923-1925) en
la zona del Golfo de Maracaibo y Estados de Zulia y Valera trabajando en una
clínica para una compañía petrolera y como investigador sobre enfermedades
tropicales de la zona para la Universidad de Harvard.
Hay dos alusiones al nombre “toá” asociadas
con el mundo indígena y al medio natural selvático: la primera es la
Casuarina equisetifolia, árbol
de hierro o “toá” de la Polinesia francesa. Este árbol es de origen australiano,
también presente en las Antillas, Indonesia y Malasia[28].
En estos dos últimos países, el protagonista de la novela soñaba vivir;
posiblemente Uribe supo del árbol toa en su viaje por esas regiones a finales
de los años treinta. La segunda alusión corresponde con
el cogollo tierno o
corazón de la palma mixi llamado “toá” que los indios tukanos del Vaupés
consumen, por ser algo especial, junto con otros alimentos en el rito
ceremonial anual del Yurupari[29]:
La
fiesta [del Yurupari] se celebra aproximadamente una vez por año, generalmente
en una época cuando hay abundancia de pequeños peces, frutas de wzxsú, semé y toá
o cogollos de palmito mixi o de otras palmas tales como nyumú o me'e. Un
grupo de hombres jóvenes y algunos viejos se reúnen en la selva para recoger
estas frutas, ahumar carne y pescado o aprestar otras comidas, y las llevan
luego hacia la maloca que se ha escogido como centro de la fiesta”[30].
Hay, además, tres referencias a “Toa” como
personaje. La primera, a finales del
siglo XVI y comienzos del siglo XVIII se habla de la existencia de una
comunidad indígena llamada “toa” en la península Guajira que luchó contra la
llegada de los hispanos a la región junto con otras comunidades indígenas, los guajiros
y wayúu[31]. Uribe
estuvo investigando en la región de la Guajira y buena parte del Caribe
colombiano y panameño. Su inconclusa novela Caribe
se ubica en esta región e incluso su tercer capítulo reproduce el habla de los
indios guajiros[32].
La segunda referencia se llama así a un héroe
guerrero en la lengua maorí[33].
Relativo al nombre de “toa” como objeto, hay dos menciones que provienen de
los siglos XVII y XVIII. En el relato “Un drama salvaje” (1883) de Medardo
Rivas (1825-1901), este menciona varias veces la palabra “toa” para referirse a
una especie de gesto o maroma que realiza un balsero con una larga vara de
apoyo para alejarse de un atracadero o ribera: “la playa estaba casi desierta,
y el patrón de la balsa se aprestaba a soltar la toa para irse”[34]. Aunque el primero que la menciona con la misma
función es el padre Joseph Palacios de la Vega en su diario por la provincia de
Cartagena entre 1787 y 1788[35].
Las referencias alusivas a “toa” como palabra indígena encontramos, la
primera, en el siglo XVI a través de la historiadora Marta Herrera cuando habla
de una rebelión indígena sucedida en 1561 cerca de Mariquita en la cual en un
momento de enfrentamiento entre indígenas y españoles un cacique pronuncia la
palabra “toa” que significa paz. Un indígena llamado
don Alonso organiza una rebelión contra
los españoles por los maltratos a los que los tenían sometidos en las minas de
oro de la región. Durante una
ceremonia los indígenas recuerdan las muertes de los que los antecedieron en
ese trabajo esclavo, de la toma de sus hijos y mujeres, del despojo de sus
santuarios, etc. Mientras los indígenas estaban reunidos relatando esos hechos
de crueldad, llegan los españoles al mando de Hernando Quesada hiriendo y
matando a los indígenas. Un cacique se interpone para
evitar una tragedia mayor y es en ese momento invoca a la paz en su idioma: “on
guerre, on guerre, toa, toa”, e invita a Quesada al diálogo[36].
La segunda mención se
encuentra en la novela de Uribe proveniente de la lengua siona con el sentido
de “fuego” (97) e indirectamente de la lengua ingana con el significado de
“candela” (115, 83,141). El prologuista de la novela, Antonio García, que bien
conocía la mentalidad de los indígenas y había luchado por ellos y con ellos, y
lo seguiría haciendo, es quizás el que mejor define a Toá cuando afirma que “Toá
no es la solución ideal de los problemas sexuales, ni un recurso novelesco. Toá,
nombre de llama, es un poro por donde respira la selva, nombre simultáneo de la
vida y la muerte” (T 26). Luego de este universo semántico y de significaciones
posibles del título de la novela, nos preguntamos: ¿cuáles de estas
connotaciones del título tuvo en cuenta Uribe a la hora de asignarlo? Pudo
haber sino uno o varios o una combinatoria. No importa, porque no es función
del escritor responder a tal pregunta, sino al lector en su horizonte de
expectativas imaginar e inferir uno o
muchos sentidos posibles teniendo en cuenta siempre el texto como se ha
intentado. Vistos todos los sentidos del título de la novela, podremos decir
con Adorno que en este “se repite y condensa la paradoja de la obra de arte”,
por eso es un “microcosmos de la obra” (314)[37].
En Toá se condensan los sentidos de agua, río, puerto, isla, fuego, espíritu
guerrero, paz, alimento, palanca; todos ellos son elementos fundamentales,
míticos, aglutinadores, que dejan de ser en el momento en que el espacio
ancestral es trasgredido, expoliado por el afán economicista y alienador del
blanco neocolonialista. Toá, nombre de mujer, hija del agua y de la naturaleza
toda, objeto sexuado, es finalmente objeto de voraz rapiña.
Los paratextos de la portada se sitúan pues en el espacio social de la
lectura y demandan un tipo de lector, pues el primer contacto del lector pasa
por esos dos signos inevitables, el título y el autor. Ellos son “un lugar
privilegiado de un revestimiento fantasmático porque soñar escribir libros (o
de libros a escribir) es, ante todo, soñar con títulos” (Compagnon 332). En este
ejercicio de lectura crítica textual de los paratextos de la portada se ha
cumplido la función que Compagnon llama de “bricolaje” (“ciseaux et pot à
colle”) (Ibid 15), es decir, un proceso de recorte selectivo de palabras,
expresiones, imágenes del texto que hemos ido pegando de manera articulada en
otro espacio-texto –este- y bajo otra estructura sintáctica y paradigmática,
tratando de ampliarlo, iluminarlo, contextualizarlo. Ha sido un intentar “sacar
a la luz lo oculto” (Adorno 315) o sugerido del texto Toá: narraciones de caucherías que se ha vuelto revelador en sus
relecturas.
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[1] Dr. en Letras, Université Michel de
Montaigne, Bordeaux III, Francia.
[2] Tampoco las ediciones póstumas respetan el diseño e ilustraciones de la primera, tales como las editoriales Bedout (1978) de Medellín; Colcultura (1979) y La Oveja Negra (1986) de Bogotá, y la polaca Wydawnictwo Literackie (1977). La única edición hasta el presente que conserva las imágenes de las dos novelas de Uribe es la editorial Autores Antioqueños (1992) de Medellín.
[3] El concepto de
“intertextualidad” es introducido por primera vez por Bajtín en: Poétique de
Dostoïevski (1929). Paris: Seuil, 1970, y desarrollado por
Kristeva cuando lo define como “cada texto se construye como un mosaico de citaciones
en el que absorbe y transforma otros textos que le preceden”.
Véase: Séméiotikè. Recherches pour une sémanalyse. Paris : Seuil, 1969, p. 85.
Kristeva, Todorov, Riffaterre, Compagnon y Genette, van decantando la noción
hasta que este último, en Palimpsestes, lo precisa como “todo lo que
hace que un texto entre en relación explícita o secreta con otros textos”; Palimpsestes. La littérature au second degré. Paris : Seuil, 1982, p. 7. Véase
explicación histórica de la noción en: De Biasi, Pierre-Marc. “Théorie de
l’intertextualité”. Dictionnaire des
genres et notions littéraires. Paris : Encyclopædia Universalis-Albin
Michel, 1997, pp. 371-8.Version 2010, Édition Multimédia.
[4] Idem.
[5] También
llamada “regla de oro” del arte visual o “de la divina proporción” (Lucca
Pacioli, 1497) que consiste en aplicar en el arte la misma proporción natural
que se encuentra en las ramas de los árboles y en el cuerpo humano. http://www.fotonostra.com/grafico/reglaaurea.htm
[6] En adelante se asigna una T seguido de un/os número/s para indicar la/s página/s de la novela que corresponde/n a la edición de Medellín: Autores Antioqueños, 1992.
[7] Una
escena de tales características y crueldad inimaginable aparece al final del
capítulo XII, p.134. En la novela Mancha
de aceite, el protagonista llama a estos perros “mastines antropófagos”
porque son los que utilizan la compañías petroleras para exterminar a los
indígenas motilones y quedarse con sus tierras ricas en petróleo. Toá y Mancha de aceite. Medellín: Autores Antioqueños, 1992, p. 283.
[8] He aquí
un testimonio de un dominico a M. de
Chièvres, ministro de Carlos I en 1516:
“yendo ciertos cristianos, vieron una india que tenía un niño en los brazos,
que criaba, e porque un perro quellos llevaban consigo había hambre, tomaron el
niño vivo de los brazos de la madre, echáronlo al perro, e así lo despedazó en
presencia de su madre”, cit. por Piqueras en: “Los perros de la guerra o el ‘canibalismo canino’ en la conquista”. Boletín
americanista. Barcelona 56 (2006):197.
[9] Al final del capítulo XIII, otro gerente de la Casa Arana, Macedo, en un acto de extrema sevicia, mutila el cuerpo de dos niños para dárselos de comida a sus perros hambrientos (T 134). La imagen del perro asociada a la muerte remite a Cerbero, perro de la mitología griega y guardián a la entrada del Hades que impide a los muertos salir y a los vivos entrar. En Dante y otras mitologías, Cerbero es el perro infernal ubicado en la entrada del infierno como es el mundo que se observa en la novela de Uribe.
[10] Aunque antes mencionado, el gesto de la figura de la portada nos recuerda, en relación con el impresionismo, “El grito” (1893) de Edvard Munch. En la figura de la portada como en la de Munch, los rostros están orientados hacia la izquierda, igualmente los ojos; la boca de uno está abierta emitiendo un grito desesperado y en el otro está semiabierta como si hubiera emitido su último grito agónico de rechazo al acto salvaje de los nuevos colonizadores.
[11] La novela fue traducida al ruso con veinte mil ejemplares; también al polaco, y editada en Argentina en dos ocasiones.
[12] Es una idea de E. R. Curtius (Literatura europea y Edad Media latina. México: Fondo de Cultura Económica, 1955), que retoma Randa Sabry en: “Quand le texte parle de son paratexte”. Poétique. Paris 69 (fév. 1987): 88.
[13] Citado
por Mujica, Elisa (1979). “Uribe Piedrahita” en: Uribe Piedrahita, César. Toá y Mancha de aceite. Bogotá:
Instituto Colombiano de Cultura, 1979, p 381 y en: Ariza, Gonzalo (1945). “La
exposición de Uribe Piedrahita”. El
Tiempo; Lecturas Dominicales. Segunda sección. Bogotá (25 mar./45): 3.
[14] Entre las obras publicadas por la editorial de los intelectuales más reconocidos del momento figuran: La cosecha de José A. Osorio Lizarazo, Risaralda de Bernardo Arias Trujillo, Variaciones alrededor de nada de León de Greiff, Cartas a Estanislao y Mi Simón Bolívar de Fernando González, Diálogos filosóficos y Apólogos literarios de Baldomero Sanín Cano y Colombia S.A. Cuentos proletarios de Antonio García, entre otros.
[15] Al
respecto de la modernización de la educación y formación de lectores autónomos,
durante el gobierno de López se lleva a cabo la publicación de decenas de
libros de literatura, temas sociales, educativos y técnicos. Dos colecciones se
hicieron famosas y hoy altamente valoradas: los cien volúmenes de la Colección
Samper Ortega y los ciento sesenta de la Biblioteca Popular de Cultura Colombiana
que se enviaban a casi todas las bibliotecas públicas del país. Véase la lista
completa de la “Colección Samper Ortega” en: Mejía Arango, Juan Luis. “La Selección Samper Ortega, 1926-1937. Historia
de un gran legado bibliográfico”. Revista
Credencial Historia. Bogotá 54 (jun./94). Y sobre la “Biblioteca
Popular” en: Herrera, Martha Cecilia y Díaz, Carlos Jilmar
(2001). “Bibliotecas y lectores en el siglo XX colombiano: la Biblioteca
Aldeana de Colombia”. Revista Educación y
Pedagogía. Medellín: Facultad de Educación. 13.29-30
(en.-sept./01):103-111.
[16] Amrit, Hélène. Les stratégies paratextuelles dans l'œuvre de Rejean Ducharme. Paris : Diffusion de Belles Lettres, 1995, p. 16. Esta autora se pregunta al inicio de un exhaustivo análisis de la paratextualidad en la obra de Réjean Ducharme si los paratextos son textos como tales o prolongación del texto, o algo diferente del texto nodal. Termina demostrando que no solo introducen el texto, sino que lo comentan y explican, pp. 16-17.
[17] El
libro de Ovidio Lagos, Arana,
rey del caucho. Terror y atrocidades
en el Alto Amazonas (Buenos
Aires: Emecé, 2005), es quizá uno de los que mejor recoge y cruza los
testimonios de archivo de colonos, indígenas y extranjeros de lo que sucedió
entre 1900 y 1912, época de esplendor, terror y decadencia de la Casa Arana en
el Putumayo y el Amazonas. Y desde una visión antropológica, Michael Taussig es quizás el que mejor analiza
la “cultura del terror” de la época bajo el imperio Arana a partir del informe
de Roger Casement (1864-1916) y de otros en: “Cultura del terror-espacio de la
muerte: el informe Putumayo de Roger Casement, la explicación de la tortura”. Revista Amazonia
peruana. Lima 3.14 (may.
1987): 7-36 y en: Shamanism, Colonialism and the Wild Man. A Study in Terror and
Healing. Chicago-London: The University of Chicago Press, 1991, pp. 3-36.
[18] Thompson, Norman. El
libro rojo del Putumayo: precedido de una introducción sobre el verdadero
escándalo de las atrocidades del Putumayo. Bogotá: Arboleda y Valencia, 1913. El libro de
Casement contiene,
por mandato del Parlamento inglés, todos los testimonios recogidos
personalmente por él en la selva amazónica de la violencia sobre los indígenas
por parte de los agentes de la Casa Arana, y el silencio cómplice de compañías
inglesas y estadounidenses, The Putumayo Indians. London: N.
Thomson & Co., 1912. En ese mismo año se publica el libro-testimonio del
estadounidense Walter Ernest Hardenburg, The
Putumayo, The Devil’s Paradise
(Londres: Fisher Unwin), sobre su viaje por la zona cauchera en 1907. Hay,
además, un testimonio de uno de los personajes históricos de la novela, el de
Eugenio Robuchon, En el Putumayo y sus afluentes:
Edición Oficial. Lima: Imprenta
La Industria, 1907. Recientemente, Vargas Llosa rinde homenaje a Casement en la novela
biográfica El sueño del
celta
(New York: Alfaguara, 2010), por haber tenido el coraje y la decisión de
denunciar las tropelías de los nuevos colonizadores en América y África en
connivencia con compañías y gobiernos extranjeros.
[19] Al
respecto es aleccionadora la frase del protagonista de Mancha de aceite, otro médico que se enfrenta a las multinacionales
del petróleo y termina, como en Toá,
perdiendo la batalla pero no la dignidad: “Comprendía
claramente que todas las teorías y dialécticas ensayadas para ocultar la verdad
eran inútiles. No había otro problema fuera de la cuestión económica”, Toá y Mancha de aceite, ob.cit. p. 282.
[20] Según Compagnon, el título es una invención que comienza solo a partir del siglo XVI, ob. cit., p. 329.
[21] Los lectores comunes pueden no recordar los nombres de los autores de La divina comedia, Romeo y Julieta, Don Quijote, Madame Bovary, Ulises, Cien años de soledad, Milenium, pero aun sin haberlos leído saben de la existencia de estos grandes clásicos.
[22] Siempre
hubo de parte de Uribe una profunda valoración pública de su mujer y nunca se
le conoció una actitud equívoca con otras mujeres a pesar de ser un personaje
público, tener contacto con las nuevas generaciones universitarias en la
Universidad Nacional y tener un personal femenino en su Laboratorio.
[23] Desde su iniciático viaje y primera aventura científica por las selvas de Urabá y el Chocó en 1918 hasta su muerte, la naturaleza fue amor y paliativo en su vida porque la investigó científicamente, la recreó en sus pinturas y la cultivó en su finca de Sasaima, a través de sus orquídeas, otras flores y frutos.
[24] López de Velasco,
Juan. Geografía y descripción universal
de las Indias. Madrid: Establecimiento Topográfico de Fortanet, 1894.http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/historia/india/india2a.htm
[25] Así lo
reporta el historiador Rufino Gutiérrez (1854-1923): “tomar todas las noticias
que pueda de la navegación del Magdalena hasta la confluencia del río Páez, de
la de éste hasta las inmediaciones de La Plata, y de la de aquél hasta Timaná,
se embarcará en una balsa, y vendrá río abajo hasta el salto de Flandes
[…], propondrá por la que estime más conveniente el modo de abrir un
pequeño canal por el cual bajen y suban a Toa sin inconveniente las
embarcaciones, para evitar dicho paso, que es el que impide la navegación
de allí adelante”, Monografía 1. Bogotá:
Imprenta Nacional, 1920, prólogo 9, quinta parte. Sin embargo, “Toa” no figura
en la actualidad como sitio geográfico conocido. Gutiérrez era hijo de hijo del
poeta antioqueño Gregorio Gutiérrez González, autor de Memoria sobre el cultivo del maíz.
[26] Véase
entrevista a Uribe en 1931 por parte de un redactor de El Tiempo: “Expedición
científica a los territorios del sur tuvo brillantes resultado”. El Heraldo de Antioquia. Medellín (11
feb. 1931): 6. Reproducción de artículo publicado inicialmente en El Tiempo (feb. 1931).
[27] Viajes por los
Andes colombianos (1882-1884). Bogotá:
Banco de la República, 1976, 4ª parte, cap. VI.
Toas es una isla de 3 km2 que pertenece al municipio Almirante Padilla
del Estado de Zulia. Es rica en yacimientos de lignito sulfurosos y de piedra
caliza, esta última explotada desde la época de la colonia.
[28] http://fr.wikipedia.org. Años
después de aparecida la novela, el francés Sacha Guitry
escribe una obra de teatro con el nombre de Toâ, que servirá
luego como guión para película del mismo nombre aparecida en 1949.
[29] El antropólogo que mejor ha estudiado esa comunidad y rituales es Gerardo Reichel-Dolmatoff y menciona la palabra en su libro Desana. Simbolismo de los Indios Tukano del Vaupés. Bogotá: Procultura, 1986.
[30] Citado
de Reichel-Dolmatoff por Escobar, Luis Antonio. La música precolombina. Bogotá: Fundación Universidad Central, 1985;
http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/antropologia/musicprec/indice.htm
[31] Así se cita: “Se observó
una unidad política confederada en prosecución de la expulsión de los hispanos,
cuando estos avanzaron en procura de tierras y de mano de obra. Parcialidades
distintas, pero con metas comunes contra los extraños, fueron los Guajiro,
Calancala, Macurias, Eneal, Arubas, Aliles, Sapara, Atanare, Toa y Cocina”. “El pasado y el presente: la larga resistencia
del pueblo wayuu”. Geografía
Humana de Colombia. Nordeste Indígena II. Bogotá: Instituto Colombiano de cultura hispánica, 2001, cap. 42, 3;
http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/geografia/geograf2/wayuu3.htm
[32] Uribe
P. César. “Caribe: pesca de perlas (1)”. Revista de las
Indias. 2ª época. Bogotá, 2.6 (abr.-jun. 1939): 169-171. Versión
transcripta no facsimilar en: Apuntes para la geografía médica del
ferrocarril de Urabá. Medellín: Universidad de Antioquia, Facultad de
Medicina, 1996, pp. 108-110.
[33] http://fr.wikipedia.org. La tercera, aunque
contemporánea, se les da a personajes de ficción del universo Bionicle (crónicas biológicas) que tienen varios poderes, entre ellos el del fuego y del
agua; además, pueden convertirse en máscaras, manipular y reabsorberse en su
propio elemento.
[34] Rivas, Medardo.
“Un drama salvaje”. Obras de Medardo
Rivas. Novelas, artículos de costumbres, variedades, poesías. I. Bogotá:
Fernando Pontón, 1883, pp. 529-544;
http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/literatura/obrasrivas/indice.htm
El Drae define “Toa” como “maroma o sirga”
(de uso en América).
“Maroma que sirve para tirar las redes, para llevar las embarcaciones desde
tierra, principalmente en la navegación fluvial, y para otros usos”.
[35] La palabra toar, toa, se la define así: “larga estaca para empujar las
canoas en aguas pandas”; “del inglés to tow”. Reichel-Dolmatoff, Gerardo, ed. en: Palacios de la Vega, Joseph. Diario de viaje del P. Joseph Palacios de la Vega: entre los indios y
negros de la provincia de Cartagena en el Nuevo Reino de Granada, 1787-1788.
Bogotá: ABC, 1955;
http://banrepcultural.org/blaavirtual/historia/diario/glosari.htm
[36] Herrera
Ángel, Marta. “El mar del sur sometimientos y crueldades”. Revista Credencial Historia. Bogotá 44
(ag./93); http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/revistas/credencial/agosto1993/agosto4.htm
[37] Lo de paradoja, según Adorno, es la función que cumple el título al “sustraerse tanto a la universalidad racional como al particularismo cerrado”, p. 314.