ESPACIO Y DIMENSIÓN DE LOS SUEÑOS EN CINCO RELATOS FANTÁSTICOS (ACERCAMIENTO COMPARATIVO ENTRE JULIO CORTÁZAR Y AMPARO DÁVILA)
Sergio Guillermo FIGUEROA BUENROSTRO
Universidad de Guadalajara
Entre los diversos motivos que conforman la literatura fantástica se encuentra el binomio sueño-vigilia, dos planos de la realidad que a veces se conjugan o que forman dos espacios completamente diferentes, en otras. En la literatura fantástica universal este binomio ha sido utilizado por diversos autores de épocas y geografías distintas. La literatura latinoamericana ha tocado estos motivos como algo inherente a ella: ya desde el modernismo, el realismo mágico o lo real maravilloso, el surrealismo o en cualquier escuela o estilo, incluso desde la literatura prehispánica formaba parte de su filosofía.
El sueño representa una dimensión paralela a la realidad que se caracteriza por la interacción entre las esferas de lo divino y del inconsciente. Según sus características es un estado psíquico que escapa al control racional del sujeto y libera sus pulsiones inconscientes. Se puede clasificar en profético, introspectivo, iniciático, visionario, telepático y catártico.
Según el diccionario temático Símbolos y alegorías dice que el sueño se representa como un viaje o una visión en la que el protagonista es guiado por fuerzas ajenas a su voluntad. Por otro lado, Jorge Luis Borges en Siete noches habla del sueño como fábula, como relato.
La idea de realizar un trabajo que permitiera analizar estos motivos del sueño y la vigilia, su espacio y dimensión, surgió al encontrar comunes puntos de contacto y similitudes en algunos relatos que pertenecen a este género.
Independientemente de la historia, en estos textos a analizar se narran sueños, que tienen elementos comunes. En ellos, el protagonista que sueña, que viaja en el sueño, al despertar “emerge” a la “superficie”. Es decir, el sueño se realiza en lo subterráneo y al despertar a la vigilia se llega a lo terreno, a la superficie. Un ejemplo tomado de la novela El árbol de los deseos, de Faulkner, habla de ese emerger a la superficie:
Estaba dormida, pero notaba que iba subiendo y subiendo, para salir del sueño, igual que un globo. Le parecía que era un pez de colores en una pecera redonda como una pelota, que subía y subía en las tibias aguas del sueño, hacia la superficie. Cuando llegara, se despertaría (9).
Mi interés primordial radica en trabajar los cuentos que abordan el sueño desde una perspectiva de los elementos espaciales arriba-abajo, superficie-profundidad terreno-subterráneo. En algunos de los textos elegidos encontramos que para referirse al plano de la vigilia se utiliza el término “superficie”, por simple analogía al sueño se le denominará lo subterráneo o lo profundo. Esto estará dominado entonces por términos que se referirán al binomio: lo bajo y lo alto. Otro ejemplo:
Pero basta que, en mi propia cama, mi sueño fuese especialmente profundo y mi mente se relajara del todo, para que ésta perdiera por entero el sentido del lugar, y que al despertar en mitad de la noche no supiese dónde estaba: apenas conservaba en la forma más primitiva el mero sentido de existir, como lo experimentaría dentro de sí un animal, y me sentía más inerme que un hombre de las cavernas. Entonces me llegaba el recuerdo, no aún del lugar donde me encontraba, sino de otros sitios donde había habitado y donde habría podido estar, como una ayuda de lo alto que me extrajera de la nada, de la cual no habría podido escapar solo; en un segundo recorría yo siglos de civilización, y a partir de vagas imágenes de lámparas de petróleo y camisas con cuellos abiertos volvía a ir recomponiendo mi yo, con sus rasgos originarios (14)
Si analizamos la frase de Proust que dice: “como una ayuda de lo alto que me extrajera de la nada, de la cual no habría podido escapar solo”, nos damos cuenta de que se trata de un trance, del paso cotidiano del sueño a la vigilia, se pide la ayuda de lo “alto” para sacar a alguien de la “nada” o de lo “bajo”. En cambio, en el texto introductorio de Faulkner, dicho trance del mundo del sueño al de la vigilia es un ir subiendo paulatino como un globo hacia la superficie.
En otro texto, por el contrario, encontraremos que se entra al sueño por medio de puertas, es una entrada horizontal y no vertical como en los otros ejemplos. En este caso está el personaje de José Arcadio Buendía de la novela Cien años de Soledad:
Cuando
estaba
solo, José Arcadio Buendía se consolaba con el sueño de los cuartos
infinitos.
Soñaba que se levantaba de la cama, abría la puerta y pasaba a otro
cuarto
igual, con la misma cama de cabecera de hierro forjado, el mismo sillón
de
mimbre y el mismo cuadrito de
Los griegos pensaban que para penetrar en el sueño se tenía que pasar por puertas, la opción eran dos: una de cuerno y una de marfil. Cada una tenía un significado especial, si se pasaba por la de marfil el sueño sería malo, en cambio en la de cuerno, el sueño sería positivo.
En uno de los primeros
cuentos de Cortázar, “Retorno de la noche”, el narrador protagonista
dice que “uno
se duerme; eso es todo. Nadie dirá jamás el instante en que las puertas
se
abren a los sueños”. Y continúa posteriormente “Es inexplicable como la
vigilia
y el ensueño siguen entrelazados en los primeros momentos de un
despertar,
negándose a separar sus aguas”. El cuento narra la pesadilla que vive
el
protagonista atrapado como fantasma o como sombra moribunda, en un
espacio con
referencias góticas, oscuras, fantásticas.
También se irrumpe al sueño a través del descenso y la caída: recordemos la secuencia inicial en la que Alicia ve al conejo con el reloj y lo sigue extrañada a través de la madriguera en que cae, y que cierta interpretación ha visto el descenso como una metáfora de la vuelta al vientre materno, y se trata de una caída lenta, interminable a lo subterráneo. Al final de la lectura de Alicia sabemos que despierta de un sueño. En este caso, el espacio del sueño es la madriguera en la que cae la protagonista y donde se encuentra un submundo de personajes e historias. Al despertar, podemos interpretar, vuelve a la superficie.
Los términos arriba-abajo,
superficie-profundidad, etcétera, según el propio diccionario de
símbolos nos
lo marca como cenit-nadir, refiriéndose a la esfera celeste. En el
cenit
estarán las cosas luminosas, razonables, dirigibles, en cambio en el
nadir,
estará lo oscuro, lo irracional, lo caótico. En Pedro Páramo
constituida
de múltiples voces, personajes y ensoñaciones, gira en torno a “lo bajo
y lo
alto”. Juan Preciado ve Comala desde arriba de la loma y va a descender
al
pueblo infernal.
En la literatura latinoamerica tenemos un ejemplo con dos escritores importantes en los que se encuentran motivos similares con el binomio sueño-vigilia y el término superficie: el argentino Julio Cortázar y la mexicana Amparo Dávila. En el texto de Julio Cortázar, “Historias que me cuento”, el relato está construido bajo una perspectiva interesante, el protagonista en primera persona habla de los sueños como sinónimos de historias: “Me cuento historias cuando duermo solo (…) pero también me las cuento cuando Niágara está ahí”. En este sentido, está apegado a la teoría borgiana del sueño como relato, como historia. Borges en Siete Noches dice que cuando se sueña, el soñador es el protagonista que crea también un espacio, un escenario. En el texto de Cortázar dice el protagonista “o cualquiera de los escenarios donde se instalan las historias que me cuento.”
El discurso del protagonista coloca la vida cotidiana como algo simple sin nada de importancia, en cambio las historias del sueño son realmente vívidas, maravillosas. De hecho, el narrador menciona obras y personajes literarios diversos que tienen que ver con los desdoblamientos (motivo caro en él); entre los que menciona a un tal Walter Mitty, un personaje literario que trascendió al cine y cuya vida de ensoñación lo llevaba a vivir las más extraordinarias aventuras como respuesta al escape de la monotonía en su vida de casado. Igual pasa con el personaje de Cortázar: “Imposible imaginarme esperando el sueño junto a Niágara o solo pero sin poder contarme una historia, teniendo que imbécilmente numerar corderitos o todavía peor recordar mis jornadas cotidianas poco recordables.”
El texto se centra en una historia de trasgresión, el protagonista en el sueño o en la historia tiene una aventura amorosa, sexual, con la esposa de su matrimonio amigo que tiene repercusiones en la realidad. Se crea un puente invisible que conecta ese sueño con la vigilia.
Apenas apago o apagamos la luz y entro en esa segunda y hermosa capa de negrura que me traen los párpados, la historia está ahí, un comienzo casi siempre incitante de historia […] A veces me asombra que después de un episodio que podría calificar de burocrático, la noche siguiente la historia sea erótica o deportiva; sin duda soy imaginativo, aunque eso se note solamente antes de dormirme, pero un repertorio tan imprevistamente variable y rico no termina de asombrarme. Dilia, por ejemplo, por qué tenía Dilia que aparecer en esa historia y precisamente en esa historia y precisamente en esa historia cuando Dilia no era una mujer que de alguna manera se prestara a una historia semejante; por qué Dilia.”(402)
El sueño no marca una caída como en el caso de Alicia ni una elevación como en el caso del personaje de Faulkner. Se desarrolla en la carretera en la noche (un filósofo dijo que en los sueños nunca aparece el sol). Sin embargo, el texto de Cortázar, nos habla de la superficie que es igual a la vigilia: “Cuando la historia ponía a una mujer al borde de la ruta, esa mujer era siempre una desconocida, los caprichos de las historias que optaban por una muchacha pelirroja o una mulata, vistas acaso en una película o una foto de revista y olvidadas en la superficie del día hasta que la historia me las traía sin que yo las reconociera.”
En el cuento “La rueda”, Amparo
Dávila para presentarnos el sueño, la pesadilla de la protagonista,
utiliza un
recurso que ya se ha vuelto un lugar común en la cinematografía: Al
inicio del
relato, la protagonista vive una experiencia desagradable, terrible, al
borde
del clímax donde el peligro es eminente, de pronto tras un sobresalto
despierta
al protagonista para comprobar que sólo
vivió un sueño. Finalmente, en la vigilia se vive exactamente lo mismo
que en
el sueño. De allí el título de “la
rueda” por la circularidad del sueño y la
vigilia.
Una mujer –narradora
autodiegética- un día común y corriente tiene un misterioso encuentro
en la
calle –está matando el tiempo para esperar la hora de una cita-, se
topa con un
conocido que ya murió, ella huye espantada y él la persigue por calles
que se
abren a un profundo abismo donde los dos caen:
De
pronto, al atravesar la calle, el pavimento se agrietó y caímos los
dos en un negro abismo, pero no nos precipitamos de golpe hacia las
profundidades sino que descendíamos como dentro de un remolino o de una
fuerza
centrífuga que nos envolvía y nos jalaba hacia sus entrañas. Allí,
juntos,
atraídos por aquella fuerza arrolladora e irresistible, alcanzaba a ver
a
Marcos a través de la escasísima claridad que aún se filtraba por la superficie.
(21)
En ese abismo la mujer
enfrenta a Marcos, lo interesante es que la comunicación sólo se logra
a través
del pensamiento, sin emitir voz alguna, la protagonista le pide que la
deje
volver a la superficie:
[…]
grité dentro de mí, porque ya la voz no salía de la garganta y sólo
el pensamiento nos comunicaba. “No, no quiero morir aún, déjame, tengo
innumerables cosas por hacer, mi familia, mis amigos, todo lo que amo,
tango
mucho, mucho que terminar en la vida, todo lo que me fue encomendado y
debo
cumplir antes de irme, no, no deseo, no quiero morir ahora, no estoy
dispuesta
todavía, déjame salir, volver a la superficie,
a la luz, al sol que
amo, a esas pequeñas cosas que se nos dan sin tributo […](21-23)
Al despertar la mujer en su departamento y comprobar que el encuentro fue un sueño; se prepara para ir a desayunar y cumplir con una cita, mientras espera tiene el encuentro anunciado en el sueño. El sueño funciona como un augurio, se cumple lo que se sueña.
En
estos dos textos, “Historias que me cuento” y “La rueda” los
protagonistas
hablan tanto uno como otro de una superficie como sinónimo de vigilia.
El
personaje de Cortázar, hace referencia a lo que se vive cotidianamente
en esa
superficie y que es susceptible de olvidarse ya dentro del sueño. Y el
personaje de Dávila, pide volver a la
superficie para seguir disfrutando de las cosas maravillosas de la vida.
Otra variente del tema del sueño y la vigilia es el del sopor o la duermevela, estado intermedio que no es completamente sueño ni enteramente vigilia. En los cuentos "Árboles petrificados", de Amparo Dávila, y "El río", de Julio Cortázar, dicho estado no es sino la afirmación de una realidad alternativa que ofrece a los protagonistas el escape y el refugio para lograr lo que en la vigilia les es negado. Es, además, el velo tras el cual se ven los acontecimientos de una realidad nebulosa, ambigua, pero con consecuencias casi siempre trágicas.
En
el cuento "El río", el discurso parte de la semiinconsciencia que
provoca el sopor o la duermevela. El relato transcurre en una noche,
donde el
narrador, desde su cama, casi en tono de murmullo, habla de las
desavenencias
en su relación matrimonial y de la constante amenaza de suicidio por
parte de
su esposa. Dicho sopor le da al narrador pie para la suposición de lo
que puede
ser o no real en lo que describe:
parece que es así, que te has ido diciendo no sé qué
cosa, que te ibas a tirar al Sena (...) porque hace tanto que apenas te
escucho
cuando dices cosas así, eso viene del otro lado de mis ojos cerrados,
del sueño
que otra vez me tira hacia abajo. (Cortázar, Cuentos completos
I, 297)
El
narrador supone que la mujer está a su lado, pues siente el roce de su
piel,
pero a través de la neblina del sopor la realidad circundante toma otro
matiz,
el narrador siente también que ella se fue azotando la puerta. El sopor
niega y
afirma la presencia de la mujer:
qué
me importa si te has ido, si te has ahogado o todavía andas en los
muelles
mirando el agua, y además no es cierto porque estás aquí dormida y
respirando
entrecortadamente, pero entonces no te has ido cuando te fuiste en
algún
momento de la noche antes que yo me perdiera
en el sueño (Cuentos
completos, 297)
En
el cuento "Árboles petrificados", Dávila logra que el mundo de la
vigilia trasgreda al plano onírico a través del sopor. No hay
referencia alguna
a la superficie o a lo bajo como en el cuento “El río”. En el cuento,
de Amparo
Dávila, la protagonista, rodeada de tedio y soledad, está en la cama
observando
con hastío las paredes de la habitación y rememorando un pasado feliz
con su
amante -hoy su esposo-, "media noche, también entonces era media noche.
(…)
Aquí estamos. Reconociéndonos a través del cuerpo.”
El
cuento en suma es la ambivalencia entre la pasión vivida en el ayer con
el
amante y el ahora marcado por el tedio del matrimonio y la vida. El
tiempo de
la narración es una medianoche, donde la protagonista vive el hastío
existencial de la prisión en que se ha convertido su casa. Su ánimo y
carácter
son de franco repudio hacia su esposo:
Es
de noche, estoy acostada y sola. Todo pesa sobre mí como un aire
muerto; las
cuatro paredes me caen encima como el silencio y la soledad que me
aprisionan
(…) Voy a fingir que duermo para que no me moleste, no quiero que me
interrumpa
ahora que estoy en esa noche, esa que él no puede recordar, noches y
días sólo
nuestros, que no le pertenecen. (123 y 125)
Los
ruidos nocturnos le traen a la memoria recuerdos de su amante, en los
que
vuelve a vivir esa pasión que los lleva más allá de lo físico y
concreto:
Reposamos,
la respiración se ha ido calmando y es cada vez más leve. Somos dos
náufragos
tirados en la misma playa, con tanta prisa o ninguna, como el que sabe
que
tiene toda la eternidad para mirarse. Nada que no sea nosotros mismos
importa
ahora, sorprendidos por una verdad que sin saberlo conocíamos. Nos
hemos
buscado a tientas desde el otro lado del mundo, presintiéndonos en la
soledad y
el sueño. (123)
Pero
estos recuerdos son de pronto interrumpidos por la llegada del esposo
pues su
presencia resulta molesta ya que perdió todo el encanto de lo
prohibido.
Ha
llegado. La llave da vuelta en la cerradura. La puerta se abre. Voy a
fingir
que duermo para que no me moleste, no quiero que me interrumpa ahora
que estoy
en esa noche, esa que él no puede recordar, noches y días sólo
nuestros, que no
le pertenecen. (...) ya tiró algo, siempre tan torpe, está cantando
hora, debe
estar muy contento. (125)
La
protagonista huye de la realidad concreta internándose en los
recuerdos,
construye un mundo paralelo donde encontrará la felicidad que perdió en
el
momento de desposarse con su amante.
La
ropa va cayendo lentamente sobre la silla, la cama se hunde cuando se
sienta a
quitarse los zapatos. Se mete bajo las cobijas pegándose a mi cuerpo y
su mano
empieza a acariciarme. Quisiera poder decirle que no me toque, que es
inútil, que
no estoy aquí, que sus labios no busquen los míos, yo ya he salido, estoy lejos
conduciendo el automóvil por la avenida de los sauces, oyendo
el
zumbido de las llantas sobre el pavimento, viendo de reojo como avanza
la aguja
en el cuadrante, 70, 80, las casa y los árboles pasan cada vez más
rápido, 90,
100, una niña llora sentada en la banqueta, necesito llegar pronto, la
calle se
alarga hasta la eternidad, un hombre me saluda y sonríe, no quiero
hacerte
esperar, paso las luces rojas, sólo importa llegar, me has estado
esperando a
través de los días y los años, a pesar de la dicha y la desdicha, por
eso es
tan cierto nuestro encuentro, no hay otra manera de decirlo. Corro
hacia ti y nos
abrazamos largamente. (127)
El
espacio en que se desarrolla el encuentro está matizado con tintes
oníricos,
surrealistas:
Caminamos
hacia el fin del mundo. La noche ha caído sobre nosotros como una
profecía
largo tiempo esperada. Las calles están desiertas, somos los únicos
sobrevivientes del verano. Este viejo jardín nos estaba esperando. El
tiempo ha
dejado de ser una angustia. Estamos tan completos que no deseamos hacer
nada,
sólo sentarnos en esta banca y quedarnos como dos sonámbulos dentro del
mismo
sueño. Los pájaros revolotean entre las ramas, caen hojas. Estamos
unidos por las
manos y por los ojos, por todo lo que somos hoy y hemos logrado
rescatar de la
rutina de los días iguales. Aquí sentados hemos estado siempre, aquí
seguiremos
sin despedidas ni distancias en un continuo revivir. Suenan las doce en
esta
noche perdurable. Han pasado mil años, han pasado un segundo o dos. Los
pájaros
revolotean entre las ramas, caen hojas. Miramos la fachada de una vieja
iglesia
entre la bruma cálida del amanecer. Miramos las columnas y los nichos
como a
través de un recuerdo. No hables ahora, guárdame en tus manos. Conserva
la
moneda, tu rostro y el mío, para tardes lluviosas en que el tedio pesa
enormemente. Todo sentimiento aparte de nosotros se ha borrado. Velada
por
nubes altas pasa la luna como una herida luminosa en el cielo negro.
Los
pájaros revolotean entre las ramas, caen hojas. Se anudan las palabras
en la
garganta, son demasiado usadas para decirlas, Vivimos una noche siempre
nuestra. Me afianzo a tus manos y a tus ojos. Es tan claro el silencio
que
nuestra sangre se escucha. El alumbrado de las calles ha palidecido. Ni
un alma
transita por ninguna parte. Los árboles que nos rodean están
petrificados. Tal
vez ya estamos muertos... tal vez estamos más allá de nuestro cuerpo...
(127-128)
La
crisis de la pareja es el marco anímico que une a estos cuentos. La
catarsis de
los personajes no es otra que la huida a otra realidad. Se refugian en
ese
estado para cumplir un deseo: la petrificación de la pareja en uno, la
muerte
de la pareja en el otro.
Los
narradores autodiégeticos son otra característica importante. En el de
Cortázar
se dirige a la esposa suicida. El de Dávila está realizado en dos
vertientes:
la del momento presente -ella en la cama, y el marido que llega- y la
del mundo
del pensamiento -los recuerdos donde el narrador se dirige a su amante
para
hablar de los días de felicidad juntos-. Estas vertientes muestran una
clara
separación en la figura del marido: en el tiempo presente es un ser no
querido,
rechazado.
En
Dávila, la narradora hace un viaje desde el tiempo real en que vive
postrada en
su cama para encontrarse con su amado y lograr así la felicidad en un
bosque
petrificado, que resulta, paradójicamente, una alegoría de la muerte.
La
narración gira sobre dos polos: el de los recuerdos y el del presente.
El
presente es hastío y desolación acentuado por la crisis de la pareja, y
el
pasado, con su mundo de recuerdos, es el estado de la felicidad mutua.
Incluso,
la narradora hace una clara separación en su discurso para referirse a
la misma
persona que representan su amante en el pasado y su esposo en el
presente. Al
amante lo distingue con la primera persona del singular. Al esposo lo
caracteriza con la tercera del singular, acentuando así esa separación
física y
espiritual. Resulta paradójico que la misma persona provoque
sentimientos
adversos. El presente de fastidio no es sino un motivo para huir al
pasado.
Hay
una extrapolación en los personajes en ambos cuentos: físicamente están
en la
cama con su pareja, marido en un caso, y esposa en el otro, pero han
transgredido la barrera del espacio gracias a sus deseos y,
simultáneamente, se
encuentran en lugares geográficos distantes. La protagonista de
Cortázar cumple
su amenaza de suicidio; mientras su marido le hace el amor, ella es
rescatada
tardíamente del río:
De
la sábana que apenas te cubría alcanzo a entrever la ráfaga instantánea
que
surca el aire para perderse en la sombra y ahora estamos desnudos, el
amanecer
nos envuelve y reconcilia en una sola materia temblorosa, pero te
obstinas en
luchar, encogiéndote, lanzando los brazos por sobre mi cabeza, abriendo
como en
un relámpago los muslos para volver a cerrar sus tenazas monstruosas
que
quisiera separarme de mí mismo. Tengo que dominarte lentamente (y eso,
lo
sabes, lo he hecho siempre con una gracia ceremonial), sin hacerte daño
voy
doblando los juncos de tus brazos, me ciño a tu placer de manos
crispadas, de
ojos enormemente abiertos, ahora tu ritmo al fin se ahonda en
movimientos
lentos de muaré, de profundas burbujas ascendiendo hasta mi cara,
vagamente
acaricio tu pelo derramado en la almohada, en la penumbra verde miro
con
sorpresa mi mano que chorrea, y antes de resbalar a tu lado sé que
acaban de
sacarte del agua, demasiado tarde, naturalmente, y que yaces sobre las
piedras
del muelle rodeada de zapatos y de voces, desnuda boca arriba con tu
pelo
empapado y tus ojos abiertos.(Cuentos completos I,
298-299)
El
tiempo y el espacio son transgredidos por los personajes que están en
la cama.
Hay otra realidad más allá del espacio de la habitación, una
trasgresión que
los coloca en otra realidad que puede ser la muerte o la locura.
En los cuatro textos analizados encontramos personajes que se refieren a la superficie como sinónimo de vigilia, excepto en “Árboles petrificados”. El diccionario de Símbolos dice del espacio: “En cierto modo, el espacio es una región intermedia entre el cosmos y el caos. Como ámbito de todas las posibilidades es caótico, como lugar de las formas y de las construcciones es cósmico.” (Cirlot, 195) En este sentido, tanto el dormir como el soñar habitan el espacio del cosmos genuinamente. “La relación temprana entre el espacio y el tiempo constituyó uno de los medios para dominar la rebelde naturaleza del espacio.”(195)
Con el soñar se logra el contacto con el cosmos, habitar el agua, entrar en la nada, y de ahí salir a lo alto, a la superficie, donde ya a salvo se llega el contacto con la razón y no con el de la locura, con el equilibrio y por el contrario aceptar el sueño es entrar en la locura, la fantasía, el desequilibrio, elementos que nos rondan y nos esperan en el mundo de los deseos posibles. Los son un mundo alterno, donde los personajes penetran en “lo otro”, la fantasía, la locura o la muerte. La superficie está ahí, esperándolos para recuperar el equilibrio y la razón. Aunque a veces estos elementos se confunden y se rebasan.
Obras citadas
Borges, Jorge Luis. Siete noches.
México: Fondo de Cultura Económica. 1980. (Colección
Tierra Firme)
Cirlot, Juan-Eduardo. Diccionario de símbolos. Barcelona: Editorial Labor. 1985
Cortázar, Julio, Cuentos
completos I y II, Madrid: Alfaguara. 1994
Dávila, Amparo, Árboles
petrificados. México: Editorial Joaquín Mortiz. 1977
Faulkner, William. El árbol de los deseos. Barcelona: Editorial Bruguera. 1981. Traducción Andrés Bosch. (Colección Club Joven Bruguera)
García Márquez, Gabriel. Cien años de soledad. Buenos Aires: Editorial Sudamericana. 1981
PROUST, Marcel. En busca del tiempo perdido.
1. Por el camino de Swam. Madrid: Alianza, 1969