Sincronía Primavera 2005


 

El fusil o la pluma. La participación de los intelectuales republicanos durante la guerra civil española.

 

 

María del Socorro Guzmán Muñoz


 

 

Una guerra es como un gran pie

 que se colocase bruscamente

 interrumpiendo la vida de un hormiguero

 

María Teresa León

           

 

En julio de 2006 se cumplirán setenta años del inicio de la guerra civil española, por lo que sin duda las editoriales españolas ya estarán preparando diversas ediciones de libros alusivos al tema así como reediciones de aquellos títulos considerados indispensables sobre este importante acontecimiento en la historia de España. Esta guerra (1936-1939) es ejemplo de cómo un evento extra literario puede afectar de una manera tan directa y contundente a las letras y a la cultura de un país, ya que generó, por una parte, la desbordante creación -sobre todo de poesía- durante los casi tres años que duró y, por otra, llevó al exilio a miles de españoles, muchos de los cuales llegaron a México para continuar -en algunos casos- con su obra literaria y, en otros, para descubrirse escritores aquí.

 

Los intelectuales y la República

            Se ha dicho que la República española fue una república de intelectuales, de ahí que un alto número de ellos haya salido al exilio. Su último Presidente, Manuel Azaña, “un escritor perdido en la política”, como dijera Arturo Souto, fue secretario -de 1913 a 1920- del Ateneo de Madrid, centro de actividades culturales y políticas de tendencia liberal, y desde 1930 fue su presidente. Juan Negrín, el último Jefe de Gobierno, era un profesor de fisiología de renombre internacional.

Las  Cortes de 1931 incluían a un grupo de intelectuales sin partido que deseaban colaborar en la construcción de una nueva España: el filósofo Ortega y Gasset, los escritores Miguel de Unamuno y Ramón Pérez de Ayala, entre otros. La representación socialista contaba con algunos de los universitarios de más prestigio, como Jiménez de Asúa, Julián Besteiro y Juan Negrín.

Para diciembre de ese año, Ortega y Unamuno habían perdido su entusiasmo inicial por la República. La situación a finales de 1931, Gabriel Jackson la resume así: “el Gobierno de Azaña podía contar con el apoyo de los republicanos liberales y los socialistas, la oposición de monárquicos y católicos, la hostilidad de los anarquistas y la desilusión de destacados intelectuales”. (1985:67)

 

La Alianza de intelectuales antifascistas

A pesar de todo, al estallar la guerra civil -el 17 de julio de 1936- la gran mayoría de los intelectuales españoles -algunos de ellos comprometidos más con la cultura que con un partido- se incorporaron a la facción republicana. Dice Rafael Alberti, “La guerra, después, nos juntó casi a todos en la Alianza de Intelectuales Antifascistas. Y luego, el exilio nos dispersó.” (2002: 75). Sobre esta Alianza y su revista, María Zambrano recuerda

 

En los días del diez y siete al veinte de julio muchos muchachos de  profesión intelectual, sintiéndose ante todo hombres, marcharon a combatir al frente...  Pasado también el primer momento... el intelectual recordó su oficio pensando que la guerra no debía despojarle de esta su condición, que debía, por el contrario, afinar y pulir como un arma más en servicio de la causa común... Se sentía la intelectualidad como un oficio [...] cualquiera que tenía su función y su utilidad social. La inteligencia tenía que ser también combatiente. Y nació El Mono Azul publicado por la Alianza de Intelectuales Antifascistas, la inteligencia vistió este traje sencillo de la guerra, este uniforme espontáneo del ejército popular. (Caudet, 1975:22)

 

Siguiendo los recuerdos de Alberti, la Alianza era

 

un jubileo de pintores, actores, periodistas, poetas, escritores, políticos, tanto españoles como extranjeros. No debo olvidar, en ningún momento, la presencia de César Vallejo, Vicente Huidobro y la de Neruda, que aún era cónsul de Chile en Madrid, o Ernest Hemingway. (2002:103)

 

           

Los poetas-soldados

La solidaridad de los intelectuales con el ejército republicano muchas veces llegó hasta el frente, a donde iban camiones con un altavoz por el cual los soldados escuchaban a Miguel Hernández, a José Herrera Petere, a Pedro Garfias o a algún otro integrante del grupo encabezado por Rafael Alberti. María Teresa León y José Bergamín, principales organizadores del movimiento intelectual antifascista, que pusieron su arte al servicio del pueblo desde el inicio del conflicto.

Algunos se incorporaron al ejército republicano y lucharon en el frente; otros, por razones de edad o de salud, defendieron la causa escribiendo; algunos otros, lo hicieron con el fusil y la pluma, como Miguel Hernández, quien para muchos, Alberti entre ellos, es el mejor y más auténtico poeta de la guerra, que vivía a cada momento aquellos versos suyos Mujer, mujer te quiero cercado por las balas / ansiado por el plomo. Entre los segundos destaca el poeta Antonio Machado[1], quien evacuado a Valencia -en noviembre de 1936- escribió:

 

Soy viejo y enfermo: viejo, porque paso de los sesenta, que son muchos años para un español, enfermo, porque las vísceras más importantes de mi organismo se han puesto de acuerdo para no cumplir exactamente sus funciones [...] De todos modos, aquí me tiene usted al lado de la España joven y sana, de todo corazón al lado del pueblo, de todo corazón también en frente de esas fuerzas negras-¡y tan negras! [...] En España, lo mejor es el pueblo. Por eso la abnegada defensa en Madrid, que ha asombrado al mundo, a mí me conmueve, pero no me sorprende. Siempre ha sido lo mismo. En los trances duros, los señoritos invocan la patria y la venden; el pueblo no la nombra siquiera, pero la compra con su sangre y la salva. (Arana, 1977:5)

 

 

Un año después, en noviembre de 1937, escribió para el Socorro Rojo un llamado a la solidaridad con los combatientes que estaban en el frente:

 

Sobre nuestra España, traicionada y vendida, pesa la guerra con todos sus horrores y todas sus crueldades, hace ya quince meses, y pronto, por segunda vez, vendrá el invierno con sus escarchas, sus nieves y sus ventiscas a aterecer el cuerpo de nuestros luchadores; llegará, implacable, a los hogares humildes donde los viejos, las mujeres y los niños aguardarán, llenos de angustia y de esperanza el retorno del soldado querido, del héroe  ausente, que no siempre puede volver [...] Razón tiene mi buen amigo Pedro Garfias, poeta y soldado, noble capitán de su lírica al no querer cantar, melancólicamente a las hojas secas que barre el viento de noviembre; porque no  vivimos horas de melancolía sino de sangre, y porque los vientos de hoy se llevan mucho más que el follaje amarillo: arrastran también las ramas más floridas del árbol humano [...] ¡Mantas, cobertores, bufandas y pasamontañas, abrigos para los que luchan! Esto pide hoy el poeta en sus romances, estoy pide el Socorro Rojo de España y esto pedimos todos. Porque el invierno viene y hay que ayudar a nuestros hermanos [....] (Barckhausen-Canale, 1992: 309-310)

 

 

Al inicio de la guerra varios de los intelectuales, al igual que miles de españoles, pidieron asilo en alguna embajada, pero los más compartieron la suerte del Gobierno republicano, y en noviembre de 1936 se trasladaron con él a Valencia, donde se les instaló en la “Casa de la Cultura”. Después, con el Gobierno, se irían a Barcelona.

 

Las bombas y el arte

            Indudablemente la relación arte-guerra civil española nos trae a la mente el Guernica, monumental obra de Pablo Picasso inspirada en los bombardeos a la ciudad vasca que da nombre al cuadro, realizado en 1937 por encargo del gobierno republicano para el pabellón español de la exposición internacional de París. El Guernica refleja con  dramatismo el horror de la guerra y aparecen en él algunos de los símbolos más queridos de su autor, tan españoles, el caballo y el toro. Pero la relación de la pintura con la guerra no se limita a ese cuadro, ya que los bombardeos eran una seria amenaza para las obras de arte,   por lo que los archiveros y bibliotecarios de la capital tomaron la iniciativa de salvarlas. Imprimieron folletos ilustrados en donde explicaban a la gente el valor de los objetos entre los cuales vivía en los palacios que eran usados como refugios y , siempre que era posible, los llevaban al Museo del Prado.

 

Pero el Museo del Prado cerró sus puertas al público a partir de los primeros bombardeos de Madrid por la aviación franquista, cuyas bombas lo habían alcanzado, cayendo precisamente algunas en la sala de Velázquez, aunque la gran mayoría de las obras ya habían sido evacuadas a los sótanos, no muy profundos, del museo, que comenzó a ser la gran preocupación del Gobierno, de todo el Madrid intelectual y artístico que amaba y se enorgullecía de poseer una de las pinacotecas más ricas y asombrosas del mundo.  (Alberti, 2002: 98)

 

 

Posteriormente, las obras de este museo serían transportadas a Ginebra. Hubo una preocupación especial por dos cuadros insignes y universales de este museo, a decir de Alberti: Carlos V en la batalla de Mühlberg, de Tiziano y Las Meninas de Velázquez. Años después, Fernando Gamboa diría en una entrevista que en Valencia vio pasar, bajo las bombas, los treinta camiones que llevaban fuera de España las obras de arte.

 

En todos los rostros de los conductores, motociclistas y hombres a pie, era visible la conciencia de su importante misión.

Se decidió trasladar El Prado después de que cayó una bomba incendiaria en la techumbre. Fue muy emocionante porque era salvaguardar la cultura. Iban inflamados por la frase profunda, [...] de don Manuel Azaña: “El Museo del Prado vale más que la República y la Monarquía juntas”. (Alvira, 1983: 884)  

 

             

El Segundo Congreso Internacional de Escritores Antifascistas

En julio de 1937, a un año de haberse iniciado el conflicto, se realizó el Segundo Congreso Internacional de Escritores Antifascistas, el cual recuerda Stephen Spender como “una especie de feria ambulante”, ya que se inauguró en Valencia, después se trasladó a Madrid y luego a Barcelona, para concluir en París. Entre los asistentes hubo algunos intelectuales mexicanos pertenecientes a la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios (LEAR) y algunos otros que iban de manera independiente. El joven Octavio Paz fue invitado por Pablo Neruda tras haber publicado al inicio de la guerra su poema “¡No pasarán!”. Algunos otros, a quienes Elena Garro llama espontáneos se unieron al grupo: Silvestre Revueltas, María Luisa Vera y ella misma.[2]

Otras de las figuras que asistieron a este evento, y que coincidieron en alguna de sus sedes, fueron: Nicolás Guillén, Vicente Huidobro, Pablo Neruda, Rafael Alberti, André Malraux, David Alfaro Siqueiros -que integraba la brigada mexicana- Alejo Carpentier, Ernest Hemingway, Rodolfo Usigli, José Bergamín, Tristan Tzara, Miguel Hernández, León Tolstoi y otros.[3]  

 

Juan Gil-Albert recuerda la llegada de la delegación mexicana [...] Entre la infame turba mexicana -pastoreada por el radical Mancisidor, suavizada por el cuentista Juan de la Cabada, embriagada por el estruendo del músico Silvestre Revueltas, decorada por el pintor José Chávez Morado, cantada en bajo profundo por Pellicer, vigilada por el museógrafo Fernando Gamboa-, los jóvenes de Hora de España eligen naturalmente a Paz, “figura en que se centró nuestra preferencia”, como recordaría Gil-Albert años más tarde, asombrado de que siendo Paz “tan afín y tan diferente a los suyos [los mexicanos], les perteneciera a ellos y no a nosotros”. (Sheridan, 1995: 290)

 

 

Con motivo de este evento, se publicó el volumen antológico Poetas en la España leal, en el cual se incluyeron versos de Antonio Machado, Rafael Alberti, Miguel Hernández, León Felipe, Moreno Villa y otros, a quienes, como dice Luis Cernuda, “si por fatal destino no les salva su talento, [...] tal vez les salve en la memoria futura el recuerdo de la tempestad a través de la cual se alzaron sus voces, asombradas unas y otras confundidas”.(Cernuda, 1975:269-270)

            Stephen Spender dice que en algunos libros de memorias de esta época aparecen a veces comentarios negativos acerca de este Congreso, sobre todo de personas que estaban al frente. Agrega que “existía durante la segunda Guerra Mundial, un término en inglés, ‘Swanning’, o sea el paseo de los cisnes, que significaba que mientras caían las bombas los artistas entraban para ser admirados y luego desaparecían para asistir a banquetes” (Berger,  1978:50). A pesar de estos comentarios, no dejó de reconocerse el apoyo que para el Gobierno de Valencia significó la presencia de los congresistas.

 

Recordando a Federico García Lorca

            También en 1937, en agosto, se organizaron diversos eventos con motivo del primer aniversario del asesinato del poeta y dramaturgo Federico García Lorca, María Teresa León recuerda uno en especial en el cual: “Rafael daba una conferencia., se cantaban las canciones que Federico armonizó, se le recordaba porque lo habían asesinado en Granada los que asediaban Madrid. En Madrid representamos, en el salón de la Alianza de Intelectuales, el Amor de Don Perlimplín con Belisa en su jardín. Era nuestra manera de que nadie olvidase el crimen.” (2001: 43)

Asimismo se recopilaron poemas para integrar el Romancero de la guerra de España, publicado ese mismo año, ilustrado y dedicado a la memoria de García Lorca. La respuesta a esta convocatoria fue abrumadora, se reunieron  900 romances, de los cuales Emilio Prados eligió 302 que integraron el libro, figurando el nombre de 83 poetas y dieciocho trabajos anónimos. (Blanco, 1984:21)

 

La mujer y el teatro en tiempos de guerra

La presencia femenina la encontramos en cada una de las etapas de la guerra[4] y sin duda, una de las mujeres que participó de una manera más activa y decidida por la causa republicana fue la ya mencionada, María Teresa León, quien en sus Memorias de la melancolía recuerda cómo también la actividad teatral se vio afectada por la guerra y cómo el teatro, fue al frente:

 

Si a algo estoy encadenada es al grupo que se llamó Guerrillas del Teatro del Ejército del Centro. [...] La guerra nos había obligado a cerrar el gran teatro de la Zarzuela y también la guerra convertido a los actores en soldados. Este llamamiento a las armas nos hizo tomar una resolución y la tomamos. ¿Por qué no ir hasta la línea de fuego con nuestro teatro? Así lo hicimos. Santiago Ontañón, Jesús García Leoz, Edmundo Barbero y yo nos encontramos dentro de una aventura nueva. Participaríamos en la epopeya del pueblo español desde nuestro ángulo de combatientes. (2001: 41)

 

 

La fuerza de la poesía

            Hemos dicho ya que fue en la poesía donde se manifestó de una manera más  abundante la producción literaria de los simpatizantes de la República. A lo largo de los tres años de la guerra civil surgen publicaciones que incluían composiciones de escritores reconocidos, al lado de nombres nuevos y colaboraciones anónimas. El comandante Enrique Líster (Blanco, 1984:19) en sus memorias lo dice de una manera muy clara y sincera:

 

Yo, que no entiendo nada de poética, les estoy profundamente agradecido a los poetas por el importante papel que la poesía ha desempeñado durante la guerra... Una buen poesía era para mí como varias horas de discursos resumidos en unos pocos minutos. He podido comprobar muchas veces que una poesía capaz de llegar al corazón de los soldados valía más que diez largos discursos. Es tal la fuerza de la poesía para desarrollar o cantar el heroísmo, que los periódicos y revistas de las unidades militares estaban llenas de poesías hechas por los propios combatientes...

 

El 30 de noviembre de 1936 apareció el primer Romancero de la guerra civil, con 35 composiciones, tanto de escritores consagrados como de espontáneos cantores populares. Esta poesía de urgencia se convirtió en el cauce preferido del pueblo, quien eligió para expresarse el romance, al cantar y narrar la epopeya de la guerra en las ocho sílabas simples, puras, tradicionales de nuestro romance popular. (Santoja, 1984:5)

Otro testimonio de cómo la guerra propició una comunión entre pueblo y poetas, lo encontramos en las memorias del destacado militar Antonio Cordón, quien recuerda que en un mitin espontáneo tras los bombardeos aéreos a la población civil de Andujar, en abril de 1937,

Alguien pidió que, como final, se recitase una poesía de Garfias, una sola, pues, decía, el auditorio está formado en su mayoría por  campesinos que no entienden “mucho de esas cosas” y no hay que cansarlos. Pero fue tal el entusiasmo que levantó la poesía que el público pidió otra, y otra... ¡Y vaya si entendían los campesinos y la gente sencilla las poesías que hablaban de cosas que les llegaban al alma! Nuestra guerra puede atestiguar el enorme poder movilizador de voluntades, esfuerzos y heroísmos que tiene la poesía. (1977:275-276)

           

 

Las revistas

Al estallar la guerra civil, en julio de 1936, España gozaba de una activa y ascendente vida cultural. En literatura, debido sobre todo a la llamada Generación del 27, se empezaba ya a hablar de un Siglo de Plata de la letras españolas. En el aspecto de las publicaciones, el verano de 1936 marcó el inicio de la guerra y el fin de las revistas en las que autores de varias generaciones escribían, como Revista de Occidente (1923- julio de 1936), Cruz y Raya (1933-junio de 1936), Tierra firme (1935-julio de 1936), Leviatán (1934-julio de 1936), Caballo Verde para la poesía (1935-julio de 1936) y otras.

La sorpresiva sublevación que hizo tomar partido a los intelectuales, poco después los llevó a publicar revistas y periódicos, además de volantes, los cuales llegaban a las trincheras conteniendo material en prosa y en verso. Algunas de estas publicaciones sólo tuvieron un número, como fue el caso de la revista El buque rojo, cuyo único número, hasta donde sabemos, apareció el 1º de diciembre de 1936. 

            En Estampa (Madrid, 26 de septiembre de 1936) apareció el artículos “Periódicos del frente”, de Eduardo de Ontañón, el cual hablaba de la labor realizada por los intelectuales, cuyos trabajos se publicaban junto a los de los “poetas espontáneos.” Armas y letras (1937), fue el representativo título de una de las revistas de las Milicias de la Cultura, subvencionada por el Ministerio de Instrucción Pública. Otra publicación, que ya hemos mencionado, fue El Mono Azul , fundada en agosto de 1936 por la Alianza de Intelectuales Antifascistas, la cual no pretendía ser la revista de esta Alianza, sino “una hoja volandera que quiere llevar a los frentes y traer de ellos el sentido claro, vivaz y fuerte de nuestra lucha antifascista...” (Caudet, 1975:22-23) 

Por varias razones, la más importante de las publicaciones surgidas tras el inicio de la guerra fue Hora de España, fundada en Valencia a finales de 1936, por Rafael Dieste, Antonio Sánchez Barbudo, Ramón Gaya y Juan Gil-Albert. A ellos se unieron en la redacción, a mediados de 1937, María Zambrano y Arturo Serrano Plaja. A pesar de las circunstancias por las que atravesaba el país, esta revista logró una continuidad de veintitrés números. Los doce primeros -correspondientes a 1937- se publicaron en Valencia y los once restantes aparecieron en Barcelona, al año siguiente.

Esta revista no nació -como otras lo hicieron- de manera inmediata tras el inicio de la guerra, sino algunos meses después. El valor poético del material incluido en Hora de España es reconocido y se considera el más impresionante que se publicó durante los años de guerra. Una vez terminado el conflicto, Waldo Frank escribió en The Nation:Hora de España fue en mi opinión el mayor esfuerzo literario nacido de una guerra, y prueba de que la lucha de España contra la traición del mundo dio nacimiento a una cultura que no debe morir.” (Caudet, 1975:26)

Se le ha tachado de ser la revista de “la alta intelectualidad española”, porque casi todos sus colaboradores eran ya reconocidos: Antonio Machado, Luis Cernuda, María Zambrano, Dámaso Alonso, César Vallejo, Octavio Paz, entre otros, y porque no incluía poemas anónimos ni de poetas espontáneos, como hacían otras revistas de la época.

 

Los libros

            En cuanto a los libros, la guerra contribuyó a que el pueblo español se entregara a la lectura. Sobre esta paradoja, Eduardo de Ontañón, a su llegada a México, en una entrevista concedida a El Nacional, publicada el 26 de junio de 1939, dijo:

 

Las obras de Baroja, y de otros muchos, que se editaban en cifras de 5,000, súbitamente aumentaron hasta el cuádruplo, por obvia razón: la juventud hispana, sumida en las trincheras, tenía ya dinero con que comprar los libros de su agrado, y El Romancero de García Lorca, por ejemplo, sobrepasó la cifra de 80,000.

Un caso asombroso y desconocido en España. El libro fue el compañero inseparable del fusil, y al estallido rojo de las granadas subversivas, muchos campesinos españoles aprendieron a leer y muchas inteligencias dormidas despertaron en una ansia de aprender.

 

Los soldados también hicieron labor editorial. A finales de 1936, el Quinto Regimiento lanzó la colección Documentos históricos, que incluía libros de prosa, poesía y teatro. Rafael Alberti recuerda que en el Madrid asediado se publicó la novela Cumbres de Extremadura, de José Herrera Petere. En 1939, el Comisariado del Ejército del Este, a cargo de Manuel Altolaguirre, publicó el libro de Neruda España en el corazón, del que dicen que hasta el papel fue hecho por los soldados y una primera edición de España, aparta de mi este cáliz de César Vallejo, estaba a punto de ser publicada cuando cayó Cataluña.

 

 

 

BIBLIOGRAFÍA

 

ALBERTI, Rafael (2002), La arboleda perdida, 2. Tercero y cuarto libros (1931-1987),

Madrid: Alianza Editorial.

ALFARO Siqueiros, David ((1986), Me llamaban el Coronelazo, México: Grijalbo.

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1939-1982, México: FCE-Salvat, pp. 879-885.

ARANA, José Ramon (1977), “Antonio Machado”, Vida Universitaria, Monterrey,

México, pp. 5 y 11.

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México: Diana.

BERGER, Víctor (1978), “Stephen Spender y la guerra civil española”, Vuelta, México,

núm. 19,  pp. 49-50.

BLANCO Aguinaga Carlos, Julio Rodríguez Puértolas e Iris M. Zavala (1984), Historia

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poetas del exilio español en México, México: El Colegio de México, pp. 287-299. 

 


NOTAS

[1] Sobre el fin de este poeta, lejos de España, recomendamos el artículo escrito en 1999 por Javier Cercas, incluido en su libro Soldados de Salamina, pp. 24-26.  En este libro Cercas reconstruye los hechos reales en torno a la participación en la guerra del escritor e ideólogo falangista, Rafael Sánchez Mazas.

[2] Las peripecias que pasaron durante el viaje y su estancia en España y Francia, las recuerda Elena Garro en su libro Memorias de España. 1937.

 

[3] Sin duda, esta experiencia marcó a cada uno de los escritores, de manera que en las memorias que algunos de ellos escribieron, encontramos extensas referencias a la misma, como es el caso de David Alfaro Siqueiros, en Me llamaban el Coronelazo y Pablo Neruda en Confieso que he vivido. Memorias.

[4] Sobre la participación de la mujer en el bando republicano, remitimos al libro de Mary Nash, Rojas. Las mujeres republicanas en la Guerra Civil.

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