Un acercamiento a lo dialógico y carnavalesco en el cuento “Hombre con minotauro en el pecho” de Enrique Serna
María Lourdes Hernández Armenta
Universidad de Guadalajara
Subrayo
sin la intermediación del autor, porque tal
parece
que en Enrique Serna habitan dos escritores.
Uno,
el que puede permanecer, como quería Flaubert,
en lo
alto de una colina viendo indiferente el transitar
y
discurrir de sus personajes, y otro el que, por el contrario,
se
mete a las entrañas de las historias de esos personajes
y en
ellas participa abiertamente, …
Ignacio Solares
Enrique Serna nació en la ciudad de México
en 1959. Su primera novela Señorita
México lo hace aparecer como una promesa en el mundo literario. Es
considerado como el narrador más celebrado de su generación. Heredero nos dice
Christopher Domínguez de una rica tradición coloquial y cuentista de una
formidable factura dramática. Su obra: Uno
soñaba que era rey, el libro de cuentos Amores
de segunda mano, el cual incluye el cuento que vamos a tratar. El seductor de la patria, El
orgasmógrafo, la novela picaresca Ángel
del abismo, el thriller satírico El miedo a los animales, y los libros de
ensayos Las caricaturas me hacen llorar y Giros negros, lo consolidan como uno de
los mejores escritores mexicanos en la actualidad.
En su libro Amores de segunda mano Enrique Serna presenta una colección de
cuentos advirtiendo desde el título que nos presentará relatos que han surgido
como reacción a un primero, es decir, relatos que nacen de otros relatos, de
ahí que cada cuento empieza con un epígrafe que en determinado momento de la
narración se retoma para que el autor desplaye su oficio de narrador y nos
presente como nuevo, algo que de tanto ser contado se ha desgastado.
El cuento “Hombre con minotauro en el
pecho” empieza con un epígrafe del Libro
del desasosiego de Fernando Pessoa: “Mi amor a lo ornamental existe, sin
duda, porque siento en ello algo idéntico a la sustancia de mi alma”. Éste será
uno de los puntos que abordaremos en el cuento de Enrique Serna como lo
dialógico, y también, las relaciones que
entabla el texto “Hombre con minotauro en el pecho” con el libro del escritor
portugués, así como lo carnavalesco. Obviamente nos basaremos en la teoría
bajtiniana, no sin antes hacer un recorrido por los teóricos que más han
aportado a la crítica literaria al tema que tocaremos, que deben buena parte de
sus bases teóricas al pensador ruso Mijaíl Bajtín y que de alguna manera encajan
en la propuesta de Enrique Serna, cuyo cuento puede ser considerado como
narrativa dialógica.
No podemos iniciar sin mencionar el
concepto de intertextualidad. Fue Julia Kristeva, precisamente la primera en
utilizar la noción de dicho término. Al hablar sobre el universo discursivo del
libro se puede escuchar la herencia bajtiniana, cuando dice que en dicho
universo, el destinatario está incluido únicamente en tanto que propio
discurso, fusionándose con ese otro discurso (ese otro libro) con respecto al
cual escribe el escritor su propio texto, “de suerte que el eje horizontal
(sujeto-destinatario) y el eje vertical (texto contexto) coinciden para
desvelar un hecho capital: la palabra (el texto) es un cruce de palabras (de
textos) en que se lee al menos otra palabra (texto)” (KRISTEVA, 1981: 190). Recordemos
lo antes dicho por Bajtín que en la elaboración de un texto siempre existen
otros textos con los cuales mantiene relaciones, y cómo entabla un diálogo con
la fuente original generando un nuevo texto, como reacción al primero. En su
teoría, el teórico ruso mostró que las
obras literarias y la cultura en general, tienen un carácter necesariamente
dialógico. Lotman lo dice así:
…en
el texto literario se unen diferentes sistemas opuestos (convenciones
genéricas, estilísticas, etc.). Así, el texto resulta ser un “punto donde se
interceptan varios códigos culturales o sistemas que configuran una compleja
red de relaciones intertextuales. Es
decir, una red de relaciones entre el texto en cuestión y otros textos
conscientes o inconscientemente evocados, viejas lecturas o fragmentos
escuchados y rememorados- que se hacen presentes en el texto como elementos
–reelaborados- de los que éste se nutre. (BERISTÁIN, 1992: 483)
Podemos
ver aquí, el concepto de dialogía de Bajtín, así como también lo que se denomina
en los estudios de Kristeva “relaciones intertextuales”. Pero aunque estemos de
acuerdo en que el concepto bajtiniano parece ser, a simple vista lo mismo que
el de intertextualidad, es el mismo Bajtín quien se encarga en uno de sus
apuntes de dejar claro que la dialogía, es más que un mosaico de reminiscencias
puramente textual: “todas las relaciones tienen carácter lógico (en el sentido
amplio de la palabra). Mientras que yo en todo oigo voces y relaciones
dialógicas entre ellas. El principio de complementariedad también lo entiendo
dialógicamente”. (BAJTÍN, 1999: 392) Es
aquí donde propone un uso más prudente del término, desligándolo ciertamente
del concepto de intertextualidad.
Iris Zavala indicó que era mejor el de interdiscursividad, aunque se preste a
confusión el hecho de que dialogía al igual que intertextualidad es palabra
enmarcada, no quiere decir que sean sinónimos. (ZAVALA, 1991: 53)
En
base a esto, analizaremos el cuento de Enrique Serna y la importancia que tiene
para éste el epígrafe que lo enmarca, veremos si esta relación es distante a
manera de paratexto, o si realmente se entabla una relación dialógica entre el
referente en este caso El libro del
desasosiego de Fernando Pessoa y el cuento de Enrique Serna “Hombre con
minotauro en el pecho”. Pero lo dialógico para Bajtín como ya se vio, va mucho
más allá que la relación que se puede entablar entre el texto y el epígrafe,
tiene que ver también con la heterofonía y la heteroglosia y empezaremos
nuestro análisis desde dichos aspectos.
El
cuento empieza así: “Voy a contar la historia del niño que pidió un autógrafo a
Picasso”. Acto seguido, el narrador cuenta la anécdota donde quedan
relacionados el niño y el famoso artista. Los biógrafos de Picasso tienen su
versión, pero el niño decide años después dar la suya y textualmente el cuento
dice así:
Como todo mundo sabe, a principios de los años
50 Picasso vivía en Cannes y todas las mañanas tomaba el sol en la playa de La
Californie. Su pasatiempo favorito era jugar con los niños que hacían castillos
de arena. Un turista, notando cuánto disfrutaba la compañía infantil, envió a
su hijo a pedirle un autógrafo. Tras oír la petición del niño, Picasso miró con
desprecio al hombre que lo usaba como intermediario. Si algo detestaba de la
fama era que la gente comprara su firma y no sus cuadros. Fingiéndose cautivado
por la gracia del niño, solicitó al padre que le permitiera llevarlo a su
estudio para obsequiarle un dibujo. El turista dio su consentimiento de mil
amores y media hora después vio regresar a su hijo con un minotauro tatuado en
el pecho. Picasso le había concedido la firma que tanto apreciaba, pero impresa
en la piel del niño, para impedir comerciar con ella.
Ésta
es, nos dice el narrador personaje mutatis
mutandis, la anécdota que narran los biógrafos del pintor malagueño:
Todos
festejan el incidente, creyendo que Picasso dio una lección a los mercadees del
arte. Debí refutarlos hace mucho tiempo, pero no me convenía divulgar la
verdad. Ahora no puedo seguir callando. Sé que manejan información de segunda
mano. Sé que mienten. Lo sé porque yo era el niño del tatuaje y mi vida es una
prueba irrefutable de que la rapiña comercial triunfó sobre Picasso”. (SERNA,
2008: 49,50)
En su afán de exponer su punto de vista,
sobre su situación dentro de la anécdota de la biografía de Picasso, el
personaje narrador, elabora un discurso de sí mismo para el otro, en él expone
cómo pasó de ser un niño a un objeto de consumo, tratado y manipulado como tal,
al ser vendido por su padre a la Sra. Reeves, una mujer millonaria
coleccionista de arte:
Me
asignó un lugar destacado en la sala, entre una litografía de Goya y una
versión en miniatura del Mercurio de
Rodin. Mi trabajo –si se le puede llamar así- consistía en permanecer inmóvil
mientras los invitados contemplaban el minotauro. (53)
Veamos primeramente la heterofonía como
parte de lo dialógico. En el discurso del narrador encontramos las voces de
otros, con sus puntos de vista acerca de él, interesante es ver cómo lo perciben,
cuando lo perciben, como un objeto portador de una obra de arte, algo así, como
el marco o mucho menos. Ya que no se refieren a él, sino “al minotauro”, a “un
Picasso” y lo que el artista quiso expresar: “Los comentarios de aquellos
imbéciles me hicieron odiar a Picasso y con él a una parte de mi persona”, (Idem: 54) afirma el personaje.
El discurso del narrador es portavoz, está
lleno de otras voces con sus puntos de vista, por lo general acerca del arte,
como se puede ver en el siguiente ejemplo donde narra la anécdota cuando inició
su pubertad y las hormonas declararon la guerra al arte contemporáneo, ya que
el vello cubrió al minotauro, pues él se había convertido en un hombre de pelo
en pecho. La Sra. Reeves se encontraba en la disyuntiva de depilarlo o dejarlo
así, pero un experto en arte que se decía ser amigo de Picasso opinó que no era
conveniente:
A su
juicio, los pelos cumplían la misma función que los boletos del metro y las
cajetillas de cerillos en los cuadros de la época del cubismo sintético
pintados en colaboración con Bracque. Eliminarlos sería un crimen de esa
cultura, una bestialidad tan horrible como rasurar a la Mona Lisa bigotona de
Marcel Duchamp. (Idem: 54,55)
Lo dialógico en el cuento también se puede
apreciar no sólo cuando le sede la palabra al otro, sino también cuando se
dirige a su posible interlocutor, por ejemplo cuando al estar narrando la
muerte de la Sra. Reeves dice: “Permítanme hacer un alto en la narración para
escupir sobre su recuerdo”(Idem:55).
Este “permítanme” deja muy claro la presencia e importancia del otro en su
discurso.
Se puede ver con ello, cómo la conciencia
del narrador, constantemente se percibe sobre el fondo de la conciencia del
otro con respecto a él, el “yo para mí” aparece sobre el fondo del “yo para el
otro”. Por eso la palabra del narrador personaje acerca de sí mismo se
construye bajo la incesante influencia de la palabra del otro acerca de él.
Es interesante ver cómo el narrador no
sólo deja expresar la voz de los “conocedores”
del arte, sino también a la cultura popular, cuando escapa de sus raptores y
entabla amistad con un malhechor de la calle:
El
minotauro no le gustaba. Decía que la cabeza del toro estaba mal dibujada, que
aquello era un monigote deforme, y como ejemplo de calidad artística me ponía
su propio tatuaje; una rubia pierniabierta que le había pintado en la espalda
un artesano de San Quintín”. (Idem: 56,
volveremos a esta cita más adelante)
Hasta aquí hemos podido ver cómo opera lo
dialógico en el cuento de Serna en cuanto a la exposición de enunciados dirigidos
equitativa y directamente hacia un mismo objeto, en este caso, el arte
representado por el narrador mismo. El autor a través de la extraposición,
observa y capta la voz ajena y la introduce como puntos de vista, con lo que
podemos afirmar que la actitud del autor no penetra en el interior del discurso
de dichas voces, el autor lo observa desde el exterior y deja que los discursos
de la cultura y la sociedad fluyan a través de la conciencia, de la visión del
mundo de los personajes.
Otro aspecto de la narrativa dialógica es
la heteroglosia que según Bajtín es la acción que dirige el proceso de la
significación en el enunciado, es un concepto dinámico que se podría situar
dentro del discurso en el lugar donde chocan las tendencias centrípetas
(centralización: lenguaje único, oficial) y centrífugas (dispersión,
estratificadoras: lo social, lo popular, lo cultural, etc.) actuantes en el
discurso:
El
minotauro es un símbolo de virilidad. Picasso ha plasmado en el pecho del niño
sus ansias de rejuvenecer, utilizando el tatuaje como hilo de Ariadna que le
permita salir de su laberinto interior hacia el paraje solar de la carne y el deseo.
(Idem: 53)
En este ejemplo de heteroglosia, podemos
ver cómo las fuerzas centrípetas (lenguaje oficial) sostienen el significado
del enunciado y podemos ver también, el movimiento que le da las fuerzas
centrífugas, es decir todas aquellas palabras que estratifican el discurso en
este caso lo cultural: “minotauro”, “Picasso”, “hilo de Ariadna”; y lo poético:
“ansias de rejuvenecer”, “laberinto interior”; “paraje solar”. Todo esto nos
marca la pauta para saber a qué tipo de persona pertenece este lenguaje, el
lenguaje del otro. Un ejemplo más:
…El
arte murió desde que nosotros le pusimos precio. Ahora es un pretexto para
jugar a la Bolsa (…) pero tengo debilidad por las obras robadas. Es un primer
paso para desacralizarlas, para quitarles la aureola de dignidad que tienen en
los museos. Después viene lo más divertido: escupirlas, ensuciarlas, barrer el
piso con ellas. ¿Y sabes por qué, ricura? Porque al hacerlo me destruyo a mí
misma (…) Quisiera que alguien me tratara como yo trato a las piezas de mi
colección… (Idem: 60,61)
En este otro ejemplo podemos ver cómo se
percibe un gran movimiento en las dos fuerzas sostenedoras del enunciado: las
fuerzas centrígugas: lo social y cultural manifestado en su concepción del
arte, un lenguaje culto combinado con lo popular. Todo esto nos da una imagen
de la persona que lo utiliza, pero lo que nos interesa a nosotros, es ver cómo
lo dialógico empieza precisamente en estas esferas del enunciado.
Tanto la heterofonía como la heteroglosia son
rasgos fundamentales en la narrativa dialógica y lo podemos apreciar en este
cuento. Enrique Serna no impone una única visión del mundo mediante un estilo
unitario, al contrario, su estilo es dialógico, ya que incorpora diferentes
voces que, por así decirlo, hablan unas con otras y con otras voces fuera del
texto, los discursos de la cultura y de la sociedad.
Con todo ello tocamos otro aspecto de lo
dialógico en el cuento que nos ocupa. Ya habíamos mencionado al principio de
este trabajo sobre la importancia del
epígrafe en él, ya que nos hace pensar
en la posible relación que Serna pudiera tener con Fernando Pessoa. Al hacer un análisis del cuento “Hombre con
minotauro en el pecho”, se puede constatar que la frase de Pessoa entabla una
relación íntima con en él, pues en ambos textos encontramos al personaje
sumergido en el vacío y en la desesperanza:
Había
soportado a ése y a mil cretinos más si no hubiera enloquecido al poco tiempo
de ser un ciudadano común y corriente. Ocurrió que mi nueva vida, una vida
sana, laboriosa y sencilla, me dejaba un profundo vacío interior (…) No sólo
era un exhibicionista irredento, sino
que había desarrollado un sentimiento de inferioridad respecto al minotauro,
una morbosa complacencia en ser el deslavado complemento de la gema que llevaba
en el pecho.(Idem: 64,65)
El personaje de Serna está citando a
Pessoa en un estado de no ser a lo largo de toda la narración, pero hay momentos
como éste en donde nos recuerda más al Libro
del desasosiego, lo que nos hace pensar el por qué del epígrafe, ya podemos
considerar este paratexto no como un elemento distante del texto, sino más bien
como un intertexto con el cual Serna entabla una relación:
Necesitaba estar en exhibición para no deprimirme, pero el remedio era peor que la enfermedad, pues al huir del trabajo productivo me hundía más y más en mi deplorable condición ornamental. (Idem: 1662)
Si
traemos a este punto el epígrafe (“Mi amor a lo ornamental existe, sin duda,
porque siento en ello algo idéntico a la sustancia de mi alma”.) podemos ver cómo Serna y Pessoa establecen una
relación entre el exterior y el interior del sujeto, entre el ornamento
(minotauro) y la esencia (alma). En ambos, el alma es el lugar donde el ser
siente la existencia, en el personaje de Serna es deplorable, por eso en un
arranque de desesperación decide acabar con el minotauro:
En las últimas semanas, empobrecido hasta el
patetismo, había estado bebiendo aguarrás. Tomé la botella y derramé un chorro
en un trozo de estopa. Tallando con fuerza desvanecí primero los colores del
tatuaje. La mano me temblaba, tuve que darme valor con un trago de aguarrás. El
contorno del dibujo desapareció luego de mil fricciones dolorosas. Finalmente,
sin reparar en irritaciones y quemaduras, asesiné con esmero la firma de
Picasso. Había roto mis cadenas. Yo era yo. (Idem: 65,66)
Encontramos a Pessoa de nuevo cuando dice
en su Libro del desasosiego: “No
siente la libertad aquel que no vivió nunca oprimido”. La relación dialógica
entre dichos escritores y sus obras, coinciden de nuevo en que ambas están
abiertas al diálogo. Cada una a su vez nos da su visión de mundo y nos muestran
su decadentismo, pero ambas obras tienen un cierre estético abierto, no todo
está dicho. Ninguno de los dos concluye totalitariamente para que el diálogo
prosiga infinitamente.
En cuanto a lo carnavalesco, no
encontramos en el cuento el ambiente festivo del carnaval, pero sí encontramos
su objetivo primordial de muerte y resurrección. Lo que nos hace pensar que la
carnavalización llega por medio del aspecto genérico de la sátira menipea. Este
género carnavalizado, flexible y cambiante es capaz de penetrar en otros géneros
y tuvo dice Bajtín y aún lo tiene, una apreciada importancia en el desarrollo
de las literaturas europeas llegando a ser uno de los primeros portadores y
conductores de la percepción carnavalesca del mundo en la literatura, incluso
hasta estos días. (BAJTÍN, 2003: 166) A continuación se darán las
características que se encuentran en el cuento de Enrique Serna.
En comparación con el “diálogo socrático”,
en la menipea en general el elemento risa se intensifica, aunque suele oscilar
entre la proliferación y la reducción. Podemos encontrar este elemento en el
cuento de Serna, ya mencionamos anteriormente cuando el amigo del personaje
principal muestra su tatuaje como ejemplo de calidad artística:
El minotauro no le
gustaba. Decía que la cabeza del toro estaba mal dibujada, que aquello era un
monigote deforme, y como ejemplo de calidad artística me ponía su propio
tatuaje; una rubia pierniabierta que le había pintado en la espalda un artesano
de San Quintín”. (SERNA 2008: 56)
Al leer este fragmento es inevitable reír ante
la opinión del personaje y su concepción de arte, además hay en esta situación
otro elemento de la carnavalización que es la elevación y rebajamiento: la
elevación del tatuaje del artesano de San Quintín y rebajamiento de Picasso: lo
popular arriba, lo culto abajo. Otro ejemplo es cuando al morir la Sra. Reeves,
lo dona al museo y el notario retrasó los trámites para exponerlo en su casa:
No
sólo hirió mi dignidad humana depilándome con rudeza, pues con él no valían
sofisticaciones: también lastimó mi orgullo artístico. Después de haber
alternado con obras de mérito en la sala de la señora Reeves no pude soportar
la compañía de sus baratijas clasemedieras. ¡Yo, un Picasso, junto a una
reproducción de la Última cena de
Salvador Dalí! (Idem: 56)
Aquí podemos ver cómo el personaje al
asumir su estado de objeto de arte y consumo, lo hace de manera sarcástica
hacia su persona.
Otro elemento generador de la
carnavalización en nuestro estudiado cuento que nos viene de la menipea, es lo
que podría llamarse experimentación psicológica-moral: la representación de
estados inhabituales, anormales, psíquicos-.morales que se pueden ver en el
personaje de Serna, que además nos lo presenta en una parte de la narración
viviendo en un ambiente de naturalismo de bajos fondos:
En un amplísimo salón, iluminado con la
pirotecnia de una discoteca, se congregaba lo más exquisitamente corrupto del jet set europeo. Apenas repuesto del vértigo inicial
contemplé, horrorizado, estampas que más tarde me parecerían familiares. El
invitado más serio tenía el pelo pintado de verde. Un boy scout septuagenario acariciaba las nalgas de un muchacho que podría
ser su nieto. En una plataforma circular bailaban rumba tres hermafroditas.
Junto a la pista de baile había una fosa llena de lodo en la que se revolcaban
parejas desnudas. (Idem: 59)
Apoyándonos en Bajtín, estas escenas
escandalosas, de conductas excéntricas, de violaciones del curso normal y común
de acontecimientos, destruyen la integridad épica y trágica del mundo, abren
una brecha en el curso irrevocable y normal de asuntos y sucesos humanos y
liberan la conducta humana de las normas y motivaciones que la predeterminan.
Todo esto se trata de una manifestación específica de la categoría carnavalesca
de excentricidad, de la violación de lo normal y de lo acostumbrado, la vida
desviada de su curso habitual.
Podemos concluir que el cuento “Hombre con
minotauro en el pecho” posee las características de la narrativa dialógica, el
autor no sólo entabla un diálogo con el lector, sino con otras voces externas:
las voces de la cultura y la sociedad. Dichas voces se encuentran en un mismo
plano dialogizado, es decir ninguna pasa sobre otra de manera absoluta o
totalitaria, el diálogo queda abierto al igual que el personaje, cuya realidad
que de alguna manera lo deja inconcluso, abierto; es señal inequívoca de una
percepción carnavalesca del mundo por parte del autor.
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