Una aproximación al
discurso religioso prehispánico y novohispano en El
alma encantada[1].
María Lourdes Hernández
Armenta
El título del presente trabajo,
puede parecer demasiado ambicioso y lo es,
por eso mismo, determinamos a continuación
los puntos en que se basará.
El alma encantada, es una edición facsimilar del tomo VI de los
Anales del Museo Nacional, publicado en el año de 1892 por don Francisco del Paso y
Troncoso. En éste, se encuentran las actas del Santo Oficio, así como también, los
encantamientos por los cuales fueron condenados algunos indígenas. Fernando
Benitez opina sobre esta obra: Sin duda, entre los muy valiosos volúmenes
antropológicos que a lo largo de los años ha venido editando el Instituto Nacional
Indigenista, éste se destaca por la luz que proyecta sobre la espiritualidad de nuestros
indios[2]
Por ser dicho volumen muy extenso, sólo hemos tomado el primer apartado escrito por don
Pedro Ponce titulado Breve relación de
los dioses y ritos de la gentilidad y el Tratado de las supersticiones y
costumbres gentilicias que hoy viven entre los indios naturales desta Nueva España
escrito por el Br. Hernando Ruiz de Alarcón[3].
Es necesario aclarar, que se estimó pertinente que las citas que se hacen de los
mencionados volúmenes estén en cursiva, con el fin, de que el lector tenga en cuenta que
está leyendo un texto del siglo XVII. Aclarados estos puntos, pasamos a nuestro trabajo.
Uno de los aspectos más conocidos del mundo prehispánico es la religión y su
importancia en la sociedad. La noción de un mundo dominado por fuerzas sobrenaturales y
la necesidad de celebrar sus rituales religiosos en cada una de sus actividades
cotidianas, tecnológicas, sociales o política, nos da la idea de que la religión era la
energía que dominaba la vida del México antiguo.[4] Prueba de ello, es la
herencia que nos dejaron estas civilizaciones: templos y toda clase de artes en donde se
muestra a sus dioses o ceremonias, códices de temas antiguos, mitológicos y rituales.
Aspectos que no pasaron desapercibidos por los cronistas españoles quienes se
concentraron en describir dicha religión. Fray Bernardino de Sahagún, dedicó el primer
tomo completo de su Historia General de las cosas de
Nueva España al panteón precolombino y a los rituales religiosos.
Toda la región mesoaméricana era politeísta, infinidades de dioses de todas
clases existían para todo tipo de necesidades. En la sociedad mexica, se debía a los
calpulli[5],
ya que la religión de éstos, fue uno de los factores cohesivos más importantes a
través de un patrón cultural. Cada uno de ellos, tenían un tipo de deidad parecido a lo
que hoy se conoce como Santo Patrono, al cual, hacían ceremonias y sacrificios. Los
españoles se encontraron con estas prácticas religiosas ídolos y santuarios
embarrados de sangre, sacrificios humanos y canibalismo ritual- que al par que les
asombraron por su esplendor, les convencieron de que habían encontrado una gente que
vivía en las garras del demonio[6]. Por tal motivo, se
destruyeron templos y libros pictóricos, con el fin, de evangelizar y convertir al
cristianismo a los indígenas y poderlos salvar de las manos del mal que se encontraba en
todas partes con un poder palpitante.
Los españoles durante el siglo XVI creyeron sinceramente en la existencia de los
dioses mexicanos, los reconocían nos dice Jacques Soustelle como poderes reales, aunque
demoniacos. Los consideraban seres sobrenaturales no cristianos y por lo tanto eran
cosas malas que se llaman diablos, así lo dice Hernán Cortés a
Moctezuma II.[7]
La palabra diablo no existía en la lengua náhuatl pero los predicadores la impusieron y
durante todo el siglo XVI la doctrina oficial, ortodoxa, aceptada por los padres
misioneros fue ésta: las divinidades mexicanas existen, pero se trata de diablos que se
hacen pasar por dioses.
En 1560,
el cronista oficial de la Imperial Ciudad de México, don Francisco Cervantes de Salazar,
no vacilaba en afirmar que la religión mexicana fue fundada por Lucifer para arrastrar a
los indios y que diesen para siempre consigo en lo profundo del infierno;
decía además que en la provincia de México el principal demonio que
adoraban
se llamaba Ochipustl Uchilobus. Y aun cuando habla de los actos
adivinatorios de los hechiceros, no los pone en duda sino que, por lo contrario, afirma
que todo esto pueden hacer, porque el diablo, cuyos ellos son, se lo enseña, para
engañar a otros.[8]
Por todo lo anterior, la
conquista sobre los pueblos precolombinos no significó solamente la incorporación a la
corona española más extensiones de tierra, sino también, la de convertir al indígena a
la fe cristiana. Pero esto último, fue sin duda la justificación de lo primero, es
decir, el problema de la cristianización e hispanización del indígena o, en
última instancia, de su occidentalización estuvo siempre ligado a la
necesidad de justificar la expansión imperial europea[9].
La conquista espiritual de la
Nueva España se enfrentó a dos grandes
corrientes de pensamiento: la de los indígenas y la de los misioneros. Hubo que crear un lenguaje que fuera común a
ambos, para hacerlo, se tomaron dos caminos: el primero, fue intentar traducir a la lengua
indígena los conceptos propios de la nueva religión; el segundo, mantener en el idioma
del conquistador los conceptos fundamentales y hacerlos aprender con su significado y
contenido específicos a los futuros conversos[10].
Lo anterior llevaba un riesgo,
la de crear una civilización de sobrepuestos, cuyos individuos que aceptaran
bajo dichos términos la nueva religión, corrieran el
riesgo de sentirse traidores a su propia cultura. Para proteger este orden, tanto los
misioneros como los conquistadores se cuidaron bien de destruir paralelamente todos los
medios de transmisión de la antigua cultura a las nuevas generaciones[11].
Durante el siglo XVI, los dioses precolombinos fueron destruidos y los nuevos conversos
pasaron a creer en un solo Dios verdadero.
Como se comprobó con el tiempo,
estos españoles estaban equivocados al revelar que los dioses mexicanos habían
desaparecidos de la religión mexicana. Un siglo después, don Pedro Ponce, nos dice:
En todo tiempo a
procurado satanas usurpar la reuerencia y adoracion que a nuestro señor Dios verdadero se
le deue, procurandola para si atribuyendose las cosas criadas y pidiendo que por ellas el
hombre le haga reconocimiento y asi en los tiempos pasados como en los presentes a tenido
y tiene quien le haga sacrificios en onor de los benefiçios que el hombre reciue de Dios
nuestro señor los quales atribuye a si y entre los naturales desta nueua España
creedores y que le inuocan en sus obras pidiendole fabor en las cosas que obran. no estan
olbidados de los nombres de sus Dioses que todauia viejos mosos y niños los tienen en
memoria.
Los nombres de los
Dioses de los indios los pondré aquí para dezir de algunos que oi son selebre entrellos
y los inuocan segun les an atribuido las obras a cada uno.[12]
Como se puede ver en este texto, ya se tiene un conocimiento de que los indígenas
no han olvidado a sus dioses, incluso éstos, ya adquieren en este discurso una
importancia considerable, muestra de ello, es que al igual que al Dios cristiano, se le
escribe a ellos con mayúsculas, adquiriendo una categoría igual pero distinta a la vez.
En este texto como en otros que veremos, está presente el paradigma que funcionó desde
la conquista espiritual, en donde sólo dos proposiciones funcionaban, por un lado, la
cristiana cuya ley era absoluta y la indígena, antagonista pero no por ello irreal.
Ambas coexistían en el mundo de los
mexicanos del siglo XVII como lo da a saber Pedro Ponce. Los naturales, pedían a Dios y a
sus Dioses favores y les ofrecían sacrificios. Los invocaban en sus fiestas, en los
nacimientos, para sanar enfermos, en la cosecha y en toda ocasión. Entre estos Dioses ponen a Xpo nuestro señor y
redentor que le resiuieron por ultimo Dios y en siertas pinturas de como se an de hazer
los sacrificios a sus Dioses esta la cruz clauos
y asote atado a la coluna y crusificado y los sacerdotes diziendo misa y a este tiempo sus
docmatizadores dellos hazen sus sacrificios según costumbre antigua.[13]
Para los antiguos mexicanos resultó muy fácil aceptar un dios más en su
religión[14]
pero para las autoridades eclesiásticas no, por ningún motivo aceptarían que su Dios
formara parte del gran panteón precolombino, habitado por dioses malignos. Pero ¿en qué
parte del camino los dioses indígenas se convirtieron en los malos de esta historia? Nos
dice Soustelle, que todo empezó en 1519, cuando se enfrentaron una religión abierta
contra una religión cerrada, una religión que no excluía nada contra una religión que,
salvo ella misma, excluía todo. La idea de que para rendir culto a un dios era
necesario destruir a los otros, era incomprensible
para los aztecas: de ahí el estupor cuando, después de haber acogido la cruz española
en su teocalli, oyeron a los recién venidos exigir que se derrumbaran a sus
ídolos.[15]
Y como lo menciona Pedro Ponce, los indígenas se las ingeniaron para mantener
presente a sus dioses en los nuevos alteres. Todo esto, lo reafirma Hernando Ruiz de
Alarcón en su tratado de las supersticiones y costumbres gentilicias:
Es tanta la
ignorancia o simplicidad de casi todos los indios, y no digo de todos, porque no he recorrido toda la tierra, pero poca
diferencia debe de auer; que segun se entiende todos son facsilissimo en persuadirse lo
que les quisieren dar a creer. Assi que por su ignorancia tenian, y tienen tan varios
Dioses, y modos de adoracion tan diferentes, que venido a averiguar el fundamento, y lo
que son todos, halllamos tan poco de que echar mano como si quisiesemos apretar en el
puño el humo o el viento.
Lo cierto es que las
mas o casi todas las adoraciones actuales, o acciones idolatricas, que ahora hallamos, y a
lo que podemos juzgar, son las mesmas que acostumbraban sus antepasados, tienen su rayz y
fundamento formal en tener ellos fe que las nubes son Angeles y dioses, capaces de
adoracion, y lo mesmo juzgan de los vientos, por lo qual creen que en todas las partes de
la tierra habitan como en las lomas, montes, valles, y quebradas. Lo mismo creen de los
rios, lagunas y manantiales, pues a todo lo dicho ofrecen cera y encienso, y a lo que mas
veneracion dan y casi todos tienen por dios, es el fuego como se vera en el tratado de
idolatria.[16]
Durante la colonia, como se
sabe bien, la tradición oral que practicaban los pueblos precolombinos, fue vital para el
rescate de una mínima parte de su patrimonio cultural y también, como nos lo muestra
este texto, sus costumbres religiosas que se siguieron transmitiendo de generación en
generación.
El discurso que maneja aquí Ruiz de Alarcón, es según la teoría de Bajtín
monológico. Su punto de vista es contundente y absoluto: el indio es un ignorante y un
supersticioso y en este plano, no hay lugar para el diálogo, para saber la opinión y los
sentimientos del otro, pues sólo cuando hablo con el otro (no dándole órdenes,
sino emprendiendo un diálogo con él) le reconozco una calidad de sujeto, comparable con
el sujeto que yo soy[17]
En estos dos ejemplos, tanto Ponce como Ruiz
de Alarcon, nos muestran la ideología predominante en el siglo XVII en la Nueva España,
un siglo después de la conquista, la importancia del otro como sujeto es nula, como lo
fue desde un principio.
En el prólogo de su tratado, Hernando Ruiz de Alarcón nos dice:
No es mi intento con
esta obra haser vna exquisita perquissa de las costumbres de los naturales desta Tierra,
que requiria una obra muy larga, y muchas diuisiones: y no se para que fuesse oy
provechoso semejante trabajo. Solo pretendo abrir senda a los ministros de indios, para
que entrambos fueros puedan fácilmente venir en conocimiento desta corruptela para que
assi puedan mejor tratar de su correccion, sino del remedio.[18]
Lo interesante de este tratado, es que además de servir en su tiempo a los
ministros de indios, en la actualidad es un documento muy valioso aunque esto difiera de
la opinión de su autor. Diferentes disciplinas pueden encontrar en él material de
estudio. Es valioso entre otras cosas, porque en él, podemos escuchar la voz del
indígena. Claro que en su momento, la intensión de hacerlo hablar no era para entablar
un diálogo con él, sino que su palabra evidenciara su culpa, ya que para la
Inquisición, eran herejes quienes amaban o usaban las cosas profanas como si fueran
divinas o santas y tuvieran poderes espirituales, o bien quienes veían en ellas
manifestaciones sobrenaturales o milagrosas. Bajo este grupo de herejes cabían las
brujas, los astrólogos, los adivinos y supersticiosos, es decir, todo el mundo pagano y
mágico[19]
que la Iglesia negaba.
Se tomaron tres ejemplos de sus encantamientos para mostrar con ellos,
el discurso que manejaba el indígena en el siglo XVII, en donde podemos constatar, que
sus creencias precolombinas como católicas están presentes, así también, su lenguaje poético. Nos dice Ángel
María Garibay que la religión antigua de los nahuas en sus prácticas y textos rituales
poco difiere de la magia, que la línea que las separa es tan tenue, tan débil que fácilmente se borra, se traspasa y es por ello, que podemos encontrar
como lo veremos a continuación, fórmulas mágicas.
Cogiendo el maíz para
sembrar dice:
Yo en persona, el
sacerdote o espiritado, o encantador: Hermana semilla, que eres sustento; atiende,
princesa tierra, que ya encomiendo en tus manos a mi hermana la que nos da, o la que es
nuestro mantenimiento; no incurras caso afrentoso cayendo en falta, no hagas como haçen
los mohinos enojados y rezongones; advierte que lo que te mando no es para que se execute
con dilación, que es ver otra vez a mi hermana (al maiz que va enterrando), nuestro
sustento, luego mui presto ha de salir sobre tierra; quiero ver con gusto y dalle la
enhorabuena de su nacimiento a mi hermana nuestro sustento.[20]
A través de este conjuro podemos ver el gran respeto que sentían hacia la
naturaleza, ante la semilla que se convertiría en su futuro sustento ¿no es razón
suficiente para bendecirla? Podemos notar la exhortación que se hace para que la acción
se ejecute, acompañada de la autoridad que la invoca. Aquí no se encuentra ningún
elemento de la religión cristiana, pero en el siguiente es evidente. Lo realizaba un
indio llamado Domingo Hernández que parece ser, la gracia de sanar le fue dada por
espíritus divinos:
Ea pues, culebra
blanca, culebra negra, culebra amarilla, advierte que ya te demasias y que dañas en el
cofre o çestonçillo las cuerdas de carne que son las tripas, pero ya va alla el Aguila
blanca, el aguila negra (el aguja), pero no es mi intención dañarte ni destruirte que
solo pretendo impedir el daño que haçes compeliendote a meterte en un rincón, y alli
impidiendote tus poderosas manos y pies, pero en caso de rebeldia, llamaré en mi ayuda al
espiritu conjurado huactzin y juntamente llamaré al negro chichimeco (la aguja) que
tambien tiene hambre y sed y arrastra sus tripas (el hilo ensartado), que entre tras ti.
Tambien llamare a mi Hermana la de la saya de piedras preciosas, que desatina piedras y
arboles, en cuia compañía ira el pardo conjurado que ira haçiendo ruido en el lugar de
las piedras preciosas y de azorcas. Tambien le acompañará el verde y pardo espiritado,
en el nombre del Padre y del Hijo y del Espiritu Santo.[21]
Este conjuro servía para sanar el vientre, el cual se punzaba con una aguja e hilo
y con un lenguaje esotérico en donde surgen elementos como culebras, águilas, colores y
el espíritu conjurado; el sanador, intimida a la enfermedad para que salga del cuerpo del
enfermo. Termina la invocación nombrando a la Santísima Trinidad.
En este tratado, también encontramos conjuros en donde podemos comprobar, el
talento nato que tenían y tienen- los indígenas para hacer poesía. El siguiente
ejemplo es prueba de ello. Es un conjuro que sirve para atraer y de éste se aprovechaban
los enamorados.
En el cristalino
cerro donde saparen (sic) las voluntades, busco una muger y le canto amorosas canciones,
fatigado del cuidado que me dan sus amores y assi hago lo posible de mi parte. Ya traigo
en mi ayuda a mi hermana la diosa xochiquetzal (venus) que uiene galanamente rodeada de
una culebra y ceñida con otra y trae sus cabellos cogidos en su cinta. Este amoroso
cuidado me trae fatigado y lloroso ayer y antier, esto me tiene afligido y solicito.
Pienso yo que es verdaderamente diosa, verdaderamente es hermosissima y estremada; hela de
alcanzar no mañana, ni esotro dia, sino luego al momento; porque yo en persona soy el que
asi lo ordeno y mando. Yo el mancebo guerrero que resplandezco como el sol y tengo la
hermosura del alba; por ventura soy yo algun
hombre de por ay? v naci en las maluas? yo vine y naci por el florido y transparente sexo
femenil.[22]
Verdaderamente es
digna de tenerla por dios que es de las mas lindas del mundo; no lo he de alcansar mañana
ni esotro dia sino luego ahora, que yo en persona lo mando el mancebo batallador; por
ventura traygo yo guerra? No es guerra la mia sino conquista de mugeres.[23]
Las observaciones que se hacen entre paréntesis en esta cita, forman parte
del documento original, como se puede ver, equiparan a Xochiquetzal con Venus y hay un
corte hecho también por la censura, a lo que parece ser, una serie de metáforas que se
hacen del sexo femenino. Independientemente del fin para el cual fue hecho este
encantamiento, es clara su calidad poética. Nos dice Miguel León Portilla
que durante los siglos XVI y XVII, no acabaron los cantos (cuícatl) en literatura
náhuatl y él considera que estos conjuros entran precisamente dentro de dicho género:
Poesía esotérica, conjuros mágicos, la antigua palabra, entonación de cuícatl es muestra de esa forma de literatura
náhuatl que sobrevivió oculta, hasta donde ello fue posible[24]
Podemos concluir, que durante el siglo XVII, el sincretismo religioso estuvo
presente no sólo en el discurso de los indígenas que asimilaron la religión cristiana
con su Dios, sus Santos y sus demonios. También de parte de los españoles, los dioses
mexicanos gravitaban en su entorno, no podían excluirlos de sus vidas, ni de sus
discursos.
Y aunque para el español el otro no importaba como sujeto, como semejante; él, el
otro, el indígena, de alguna manera siempre estuvo presente. Terminaré este breve ensayo
con las palabras de Fernando Benítez: No ofrecieron la violencia, la venganza.
Practicaron la no resistencia al mal; y sólo así, maestros de sí mismos, no sólo
sobrevivieron, sino que hoy se revelan como unos hombres superiores en todo a sus amos, a
sus autoridades, a los dueños de sus cuerpos pero no de sus almas encantadas[25].
Bibliografía
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(coords), Historia de la literatura mexicana,
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GONZÁLEZ Casanova Pablo, La literatura perseguida en la crisis de la Colonia,
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PONCE Pedro, SÁNCHEZ DE AGUILAR Pedro y
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SOUSTELLE Jacques, El universo de los aztecas, FCE, México, 2004
TODOROV Tzvetan, La conquista de América. El problema del otro, Siglo
XXI, México 1999.
VILLEGAS COSIO Daniel (coord.), Historia de México, El Colegio de México,
México, 1986.
[1] PONCE
Pedro, SANCHEZ DE AGUILAR Pedro y otros, EL alma
encantada, México, FCE, 1987.
[2] BENTEZ´Fernando
en PONCE Pedro, SANCHEZ AGUILAR Pedro y otros, op.
cit. p. IX
[3] Hermano
del gran dramaturgo Juan Ruiz de Alarcón, que fue cura de Atenango en el actual estado de
Guerrero.
[4] CARRASCO
Pedro, La sociedad mexicana antes de la conquista, en Daniel Cosío Villegas,
(coord), Historia General de México, México,
El Colegio de México, (varias ediciones), p. 235
[5] LÓPEZ
Austin, Alfredo, Hombre Dios. Religión y
política en el mundo náhuatl, UNAM, 1998, p. 47.
Calpulli: vocablo con la significación de la unidad social de parentesco. En el
siglo XVI, Mesoamérica basaba su organización social, económica y política, en estos
grupos.
[6] SOUSTELLE,
Jacques, Traducción José Luis Martínez
(Cap. 1), Juan José Utrilla (Cap. II-IV), El
universo de los aztecas, México ,FCE, 2004 p. 236
[7] SOUSTELLE,
Jacques, Traducción José Luis Martínez
(Cap. 1), Juan José Utrilla (Cap. II-IV), El
universo de los aztecas, México ,FCE, 2004 p.8
Ignórase cómo la india
Malintzin, quien servía de intérprete al caudillo, pudo traducir al soberano azteca esta
frase sacrílega. La lengua mexicana no tiene palabra
que corresponda a diablo o a demonio.
[8] Idem, p.9
[9] MORENO
Toscano, Alejandra, El siglo de la conquista,
en Daniel Cosío Villegas, (coord), Historia General
de México, México, El Colegio de México, (varias ediciones), p. 326
[10] Idem p. 330
[11] Idem p. 331
[12] PONCE
Pedro, SANCHEZ DE AGUILAR Pedro y otros, op. cit.,p.
5
[13] PONCE
Pedro, SÁNCHEZ AGUILAR Pedro y otro, op. cit.,
p.6
[14] Idem, p. 6. Hay una nota a pie de página, que
dice: Esta es autoridad irrecusable que viene a confirmar lo que han dicho respetables
escritores acerca del modo con que aceptaron los indios la religión cristiana: con el
propósito, dice Mendieta, ya que tenían cien dioses, de tener ciento y uno.
[15] SOUSTELLE JACQUES, op cit.,p. 21
[16] PONCE
Pedro, AGUILAR SANCHEZ Pedro, op cit., p. 131
[17] TODOROV
Tzvetan, La conquista de América. El problema del
otro, Siglo XXI, México, 1999. P.143
[18] PONCE
Pedro, SANCHEZ DE AGUILAR Pedro y otros, op. cit.,
p129
[19] GONZÁLEZ,
Casanova, Pablo, La literatura perseguida en la
crisis de la Colonia, SEP, México, 1986 P p123-124
[20]
Idem, p. 177
[21]
Idem, p. 210
[22] Idem, p. 181: Aquí nos encontramos con un
fragmento que cortó la censura: Las demás palabras son tales aunque algo
disfrazadas, que por la modestia y castos oydos no se ponen; últimamente concluiendo
diçen
[23]
Idem, p. 181
[24] LEÓN
PORTILLA Miguel en GARZA CUARON Beatriz, BAUDOT Georges, Historia de la literatura mexicana, Siglo XXI,
México 1996
[25] BENÍTEZ
Fernando en PONCE Pedro, SANCHEZ AGUILAR
PEDRO, Opus. Cit. P. IX