Sincronía Winter 2010


“La cena” de Alfonso Reyes en el umbral de la nueva narrativa mexicana

María Lourdes Hernández Armenta

Universidad de Guadalajara


 

-Pase usted, Alfonso.

Y pasé, asombrado de oírme llamar como en mi casa.

(Alfonso Reyes en “La cena”)

 

Los diferentes estudios que se han hecho sobre el cuento de Alfonso Reyes “La cena” coinciden en señalarlo como el antecedente del surrealismo o de lo real maravilloso, tendencias que tuvieron su desarrollo durante el boom literario en Hispanoamérica. En este trabajo pretendemos ir más allá, colocarlo en el umbral de la nueva narrativa mexicana, ya que creemos encontrar en él rasgos posmodernistas. En el estudio que Lauro Zavala hizo sobre  El cuento mexicano de fin de siglo: Algunas marcas de posmodernidad, señala las características predominantes que aparecen en la obra de Carlos Fuentes, José Emilio Pacheco, Rosario Castellanos, entre otros, como punto de partida del cuento posmodernista en México.

     Basaremos nuestro análisis en Un modelo para el estudio del cuento de Lauro Zavala, donde establece elementos distintivos característicos del cuento clásico, del cuento moderno, también llamado relato y del cuento posmoderno. Partimos de la hipótesis de que en el cuento “La cena” de Alfonso Reyes, la intertextualidad  le sirve al autor en la presentación de una realidad textual, con ello le da al lector un lugar de importancia dentro la creación estética.

     Antes de entrar en nuestro análisis, es pertinente mencionar a  J. Joaquín Fernández de Lizardi a quien se le ha adjudicado la paternidad del primer cuento mexicano “Ridentem dicere verum ¿quid vetal?” publicado en El pensador mexicano el primero de noviembre de 1814. Nos dice al respecto Alfredo Pavón al hacer un análisis de varios de sus textos, que Lizardi no tenía en un principio “conciencia de narrador”, la adquiere a través de su práctica escritural de diálogos didácticos, cartas narrativas, fábulas y textos híbridos. Lo interesante de este estudio es ver cómo Pavón encuentra en el mencionado cuento, los genes de la cuentística moderna:

Configura una historia, de carácter onírico, donde los personajes están perfectamente delineados y poseen, por lo tanto, su propia identidad. El fondo intrigal, derivado de la lucha entre la verdad y la mentira, plantea el paso del estado degradado del Diablo y la Muerte, acusados de dañinos, a la situación de mejoramiento, donde aquéllos resultan absueltos de toda condena. El proceso de tránsito está bien marcado respecto de las indicaciones temporales y espaciales. El narrador, intradiegético y en primera persona, revela su aquí y ahora antes de proponerse como testigo de los eventos. El texto, pues, posee autonomía, configuraciones internas, desarrollo diegético pleno. Se gana así su sitio de fundador de la cuentística mexicana moderna. (PAVÓN Alfredo 2004: 141)

 

 Dichas características estarán presentes en los cuentos posteriores y esto se debe nos dice Pavón, a que el cuento de Fernández de Lizardi marca el inicio no sólo del cuento moderno en México, sino también el análisis de la realidad mexicana a través de él. Ya se parte del reconocimiento de las debilidades y fortalezas del mexicano, desde el mexicano mismo y no como se venía haciendo con una fuerte tendencia a evaluarlo en comparación con el ser europeo.

     Por qué hablar de Lizardi y su cuento en este estudio sobre “La cena” de Alfonso Reyes. Primeramente por el mérito que merece  y porque encontramos puntos de coincidencia: el contexto histórico en que se escribieron y porque ambos rompen con paradigmas. El primer punto que tocaremos es el contexto histórico. Los dos cuentos fueron escritos en fechas sustanciales de la Historia de México. El “Ridentem dicere verum ¿quid vetal?” como ya se dijo, fue publicado en 1814, cuatro años atrás había estallado el primer movimiento popular revolucionario de América. Con la Independencia se inició la transformación del país, que desde sus orígenes hasta nuestros días se ha caracterizado por las desigualdades sociales, nos dice Alfredo Pavón:

 

…México ha sido el resultado de una continua lucha de intereses clasistas. De ahí se desprende la existencia de varios Méxicos, situación que niega, en definitiva, la propuesta de un ser y carácter mexicanos único, definitorio y definitivo. Contra dicha falacia actúa también nuestra literatura, plenamente diversa, incluyente y dialogante con todas las realidades del país; una literatura cuya identidad viene precisamente de la unidad desprendida de lo diverso. (Idem: 100)   

 

 El cuento mexicano moderno nace en consonancia con el movimiento popular independentista de México, dejando atrás al cuento prehispánico y al colonial, sin olvidar sus orígenes, esto último aunado a su autonomía literaria, la cual construye con escritura única: “independencia respecto de obras mayores –en cuyas páginas solían plegarlo-, ruptura de la linealidad aristotélica (principio, nudo, desenlace), polifonía narrativa, recurrencia al doble registro, elaboración precisa y profunda del universo cognitivo, intelectual, psíquico, moral afectivo, verbal y accional de los personajes.” (Idem: 112, 113) Con todo esto, el cuento mexicano  ya no volvería a ser el mismo, inmerso en la modernidad que cada vez le exigiría más.

     Si el cuento de Lizardi nació con el movimiento independentista, “La cena” de Alfonso Reyes nace en pleno movimiento revolucionario. Escrito en 1912 y publicado en 1920, el cuento del ateneísta es, sin duda, un ejemplo no sólo de lo que su autor podía hacer, sino de lo que los futuros narradores mexicanos lograrían, una gran capacidad para ficcionalizar la realidad. Volveremos a esto más adelante, ya que en este momento nos ocupa el contexto histórico y literario de dicho cuento.

     La Revolución Mexicana en el periodo maderista (1910-1913) tuvo una respuesta escasa por parte de los escritores mexicanos en lo que al cuento respecta, pero la siguiente fase armada (1913-1917) el cuento revolucionario se convirtió en el más representativo de las letras mexicanas. Otro periodo fue el de 1915 a 1940 caracterizándose por un realismo muy alejado del decimonónico. Nos dice Alfredo Pavón:

 

El cuento revolucionario tendió sus redes en el relato de acciones, en personajes brutales, crueles, temerarios, heroicos y antihéroes, en el habla mexicana de los revolucionarios, de los soldados federales, de las soldaderas, en la geografía tacaña y ocre de los llanos y valles norteños, en la exuberancia verde de los cañaverales sureños, en los trenes y aviones villistas, en los sombreros de palma, en los huaraches, en las carabinas, en la sangre, la violencia, las vísceras, el crimen. Técnica y temática del cuento revolucionario colaboraban al seguimiento del nuevo México, sobre todo durante 1930-1940, cuando cobró su auge. (RUSSELL M. Cluff, Pavón Alfredo 2000: XIV)

 

Esta cita le da valor al cuento de Reyes, ya que presenta en él una técnica y temática diferente y con ello tocamos el siguiente punto que coincide con Lizardi, que es, el rompimiento con el paradigma imperante. Si el cuento del pensador mexicano posee los genes del cuento moderno, creemos que el del ateneísta posee los del cuento posmoderno.

      Si bien es cierto que el movimiento revolucionario aportó una realidad que se prestaba para ser narrada, en “La cena” la temática sale totalmente de este contexto, ya que trata sobre la invitación a cenar que le hacen al personaje, todo lo que él pasa para llegar a la cita y lo que sucede en ella. Como punto de partida de nuestro análisis, tomemos el siguiente fragmento del cuento:

     Al fin los deleites de aquella falsa recordación me absorbieron de manera que volví a mi paso normal sin darme cuenta. De cuando en cuando, desde las intermitencias de mi meditación, veía que me hallaba en otro sitio, y que se desarrollaban ante mí nuevas perspectivas de focos, de placetas sembradas, de relojes iluminados… No sé cuánto tiempo transcurrió, en tanto que yo dormía en el mareo de mi respiración agitada.

     De repente, nueve campanadas sonoras resbalaron con metálico frío sobre mi epidermis. Mis ojos, en la última esperanza, cayeron sobre la puerta más cercana; aquél era el término. (Reyes Alfonso en DOMÍNGUEZ 1996: 578)

 

Hay diversos planos en la realidad que nos plantea el autor. Desde el comienzo de la narración el personaje, que es a la vez el narrador, nos lleva a través de calles desconocidas y experimentamos con él todas las acciones y sensaciones que le suceden en aquella noche. Pero ¿Fue un sueño, realmente sucedió todo aquello? Alfonso (personaje) nos dice: “Cuando, a veces, en mis pesadillas, evoco aquella noche fantástica (cuya fantasía está hecha de cosas cotidianas y cuyo equívoco misterio crece sobre la humilde raíz de lo posible)…” El mismo personaje la define como noche fantástica hecha de cosas cotidianas  y que crece sobre lo posible. ¿Ficción de lo real? Abordemos los conceptos que el mismo Reyes hizo sobre dicho tema en El deslinde.

     El ateneísta teorizó en dicha obra sobre la ficción literaria, y algunos aspectos los podemos ver en su cuento aunque fue escrito antes que El deslinde. En el mencionado apartado, va desde lo que es la mentira hasta el error y cómo estos pueden ocasionar desajustes y sanciones en la vida social, pero la declaración literaria o ficción escapa de ellos,  ya que se refiere a la fantasía y a nadie engaña sobre sus propósitos. Justifica con ello la libertad  de “mentir” que adquiere el escritor al momento de la creación literaria: “Y al instante, y por sólo eso, la ‘mentira descepada’ que en el arte se vuelve, al contrario, placentera” (REYES Alfonso 1980: 194). Sobre ficción y verdad nos dice:

La ficción vuela, sí; pero, como la cometa, prendida a un hilo de resistencia; ni se va del universo, ni se va del yo, ni se va de la naturaleza física por más que la adelgace. Estos tres círculos dispuestos en embudo representan el cono, el ámbito rígido de su torbellino. (Idem: 196)

 

Este concepto de ficción se ve reflejado en su cuento “La cena” donde la fantasía vuela sin desprenderse de hechos cotidianos, en este caso una invitación a cenar. Y aquí empezamos a distinguir una de las características del cuento posmodernista: la presentación de una realidad textual, donde la importancia no reside en lo narrado, por más cotidiano o fantástico que sea, sino cómo está narrado, es decir en el texto como realidad autónoma.

     Lauro Zavala en Un modelo para el estudio del cuento presenta la posibilidad de establecer elementos distintivos característicos del cuento clásico, moderno y posmoderno, con el fin de instaurar sus diferencias esenciales en la construcción de cinco elementos sustantivos de todo cuento literario: tiempo, espacio, personajes, instancia narrativa y final.

     Zavala señala que este modelo pretende ofrecer un sistema de ficciones teóricas coherentes, que brinde apoyo para la interpretación de aquellos textos literarios llamados cuentos. Otro de sus señalamientos, igual de fundamental en su estudio, es cuando nos dice:

…no existen textos a los que podamos llamar necesariamente posmodernos sino tan solo lecturas posmodernas de textos en los que coexisten simultáneamente elementos de naturaleza clásica (es decir, característicos del cuento más convencional) y elementos de naturaleza moderna, partiendo del supuesto de que estos últimos se definen por oposición a los clásicos. (ZAVALA Lauro en   http://www.uam.mx/difusion/casadeltiempo/90_jul_ago_2006/casa_del_tiempo_num90-91_26_31.pdf : 26)

En este modelo sigue la poética borgesiana, que establece que en todo cuento se narran dos historias. En el clásico, la segunda historia se mantiene recesiva a lo largo del cuento y se hace explícita al final como una epifanía sorpresiva y concluyente. En el cuento moderno o relato, la primera historia que se cuenta puede ser convencional, pero la segunda puede adoptar un carácter alegórico, o bien puede consistir en un género distinto al narrativo, o no surgir nunca a la superficie del texto (al menos no de manera explícita en el final del texto). En el caso de los cuentos posmodernos, suele haber una yuxtaposición y una errancia de dos o más reglas del discurso, sean éstas literarias o extraliterarias. (Idem: 28, 29)

     En “La cena” encontramos una historia hasta cierto punto convencional que es la invitación a cenar y lo que sucede durante la misma, pero hay un trasfondo onírico que tiende hacia una experiencia mística, hay dos elementos intertextuales que nos impulsan a creer esto. El primero es el epígrafe “La cena, que recrea y enamora”, verso que pertenece a Cántico Espiritual de San Juan de la Cruz. El segundo elemento intertextual lo encontramos cuando describe el momento en que Alfonso, el personaje, se percata de las imágenes de sus anfitrionas: “Eran como las caras iluminadas en los cuadros de Echave el Viejo…”

     Ambos elementos están muy lejos de ser simples citas o evocaciones textuales, ya que permiten diferentes tipos de lecturas. En el caso del epígrafe, el verso de San Juan de la Cruz como punto de partida del cuento, es la fuerza del símbolo lo que  va a introducir  (aparentemente) en el cuento un trasfondo místico. Nos dice Miguel de Santiago:

Salta a la vista, incluso para el lector más profano, que San Juan de la Cruz es uno de los poetas que más recurre al símbolo. Hay tres símbolos dominantes en la obra del doctor místico: la noche, el matrimonio y la llama. Dicen los teóricos que en el símbolo se dan tres elementos: 1) percepción sensorial y espiritualidad fuerte de la realidad creada; 2) experiencia y percepción fuerte de la realidad divina; y 3) rigurosa vinculación entre una y otra, que hace que la primera sirva para expresar la segunda y acercarnos a ella. (DE SANTIAGO Miguel en San Juan de la Cruz 2005: 23)

 

En la lectura de “La cena” no se encuentra a primera vista referencia al tema de Cantico, pero sí encontramos la fuerza elemental del símbolo de la poesía mística, como es el caso de la noche oscura que es quizá: “la máxima creación en el orden místico y en el orden literario, por la gran fuerza expresiva y por las innumerables ramificaciones que puede tomar” (Ibidem). Y es precisamente esta apertura a las posibilidades del símbolo que Reyes lo utiliza para exponer una realidad donde vislumbra otra, cuya sola percepción provoca éxtasis. Así, el autor al sentirse afín con la experiencia mística, engloba los elementos de su percepción personal: intuición, afecto, sensaciones, pensamiento, combinados en modo suprarracional y connatural en su narración.

     Yo corría azuzado por un sentimiento supersticioso de la hora. Si las nueve campanadas, me dije, me sorprenden sin tener la mano sobre la aldaba de la puerta, algo funesto acontecerá. Y corría frenéticamente, mientras recordaba haber corrido a igual hora por aquel sitio y con un anhelo semejante. ¿Cuándo? (DOMINGUEZ 1996: 578)

 

Al igual que en la poesía mística, en el cuento de Reyes hay cabida no sólo para romper con la lógica narrativa, sino también para las escenas oníricas y la disolución del espacio y el tiempo. Y si bien es cierto que sigue el estilo del discurso místico, también encontramos una ruptura con su objetivo primordial que es el encuentro con lo divino y su comunión con él. En el caso específico de Cántico podemos encontrar la fusión de un ser con otro:

     ¡Oh cristalina fuente,

si en esos tus semblantes plateados

formase de repente los ojos deseados

que tengo en mis entrañas dibujados!

     ¡Apártalos, Amado,

que voy de vuelo! (DE LA CRUZ Juan 2005: 87)

En este fragmento de Cántico Espiritual la Esposa al mirarse en una fuente, no ve su imagen, sino los ojos de su Amado. Nos encontramos en el poema sanjuanista con la alegoría nupcial, una de las más frecuentes en la tradición cristiana, es una constante en los autores místicos porque a través de ella, exponen el inefable amor de Dios y vierten en conceptos inteligibles sus propias experiencias místicas, en el caso de San Juan de la Cruz transforma el símbolo ambiguo en una alegoría clara.

     En el cuento de Alfonso Reyes, no encontramos esa claridad y la experiencia mística sufre una ruptura al momento en que no se llega a la comunión con lo divino, ya que el personaje no tiene un encuentro con Dios, sino consigo mismo:

Sus hermosos ojos, bajo las alas perfectas de las cejas, tenían un imperio singular. Miré a las señoras: las dos sonreían como en el desahogo de la misión cumplida. Contemplé de nuevo el retrato; me vi yo mismo en el espejo; verifiqué la semejanza: yo era como una caricatura de aquel retrato. El retrato tenía una dedicatoria y una firma. La letra era la misma de la esquela anónima recibida por la mañana. (DOMÍNGUEZ 1996: 583)

 

A diferencia de Cántico donde la imagen de los Esposos se funden en una –al mirarse ella en los ojos del otro, su Esposo-, en el cuento que nos ocupa, el personaje no sólo se ve en el retrato, sino que ve la caricatura de sí mismo. Este encuentro está muy lejos del éxtasis místico, de hecho, el personaje sufre un rebajamiento (la caricatura de sí mismo) que tenderá a la elevación al momento en que el retrato se rompe: “Algo sonó en mis oídos como una araña de cristal que se estrellara contra el suelo” y el personaje corre a través de calles desconocidas, y culmina su elevación al final, con hojas en su cabeza y una florecilla en el ojal.

     La otra referencia intertextual es la pintura de Baltasar de Echave Orio, al que llamaban “Echave el Viejo”: “excelente pintor que floreció a principios del siglo XVII, oriundo de Zumaya, y que formó escuela en México” (FERNÁNDEZ Justino en http://www.analesiie.unam.mx/pdf/28_05-24.pdf : 8). Su técnica consiste en la “sección de oro”, también llamada “la divina proporción” que  se basaba en figuras geométricas y en la iluminación de las imágenes para perfeccionar los objetos de la pintura: fijar la atención en el motivo principal y dar dinamicidad a la composición.

     El tema principal de la obra de Echave es el religioso. Sus dos cuadros que le dieron un prestigio como uno de los grandes pintores novohispanos son: La adoración de los Reyes y La Oración en el Huerto. En ellas sobresale, gracias a su técnica, el misticismo en el rostro de las imágenes. Veamos ahora, cómo se vale de esto Alfonso Reyes para presentarnos la siguiente escena:

Las señoras, hasta entonces, sólo me habían sido perceptibles por el rumor de su charla y de su presencia. En aquel instante alguien abrió una ventana en la casa, y la luz vino a caer, inesperada, sobre los rostros de las mujeres. Y -¡oh cielos!- los vi iluminarse de pronto, autonómicos, suspensos en el aire –perdidas las ropas en la oscuridad del jardín- y con la expresión de piedad grabada hasta la dureza en los rasgos. Eran como las caras iluminadas en los cuadros de Echave el Viejo, astros enormes y fantásticos. (DOMÍNGUEZ: 582, 583)

         

 Las cursivas en la citas marcan los puntos de contacto entre Echave y Reyes y encontramos una semejanza entre este fragmento y la pintura del novohispano La Oración del Huerto,  ya que en ésta, gracias a la técnica “sección de oro” la atención se fija en el rostro de Jesús y su relación con el ángel. Reyes, por su parte, utiliza este tipo de composición para construir a sus personajes femeninos de acorde con el decadentismo de su entorno y para resaltar las características de su personalidad frívola y superficial. Pero lo que hay que destacar aquí, es que si Echave utilizaba los contrastes del claroscurismo para preponderar el misticismo en sus personajes, Reyes lo utiliza para lo contrario y lo hace al igual que con San Juan de la Cruz, con el fin de llamar la atención del lector, de interactuar con él, a través de la intertextualidad.

     Esto nos lleva a otro aspecto del cuento posmoderno: la importancia del lector. Nos dice Lauro Zavala que en el cuento posmoderno la voz narrativa suele ser irrelevante, en el sentido de que la interpretación del cuento es responsabilidad de quien lo lee. Roland Barthes resalta la importancia de la intertextualidad en la escritura, ya que está íntimamente ligada al lector:

…un texto está formado por escrituras múltiples, procedentes de varias culturas y que, unas con otras, establecen un diálogo, una parodia, una contestación, pero existe un lugar en el que se recoge toda esa multiplicidad, y ese lugar no es el autor, como hasta hoy se había dicho, sino el lector: el lector es el espacio mismo en que se inscriben, sin que se pierda ni una, todas las citas que constituyen una escritura; la unidad del texto no está en su origen, sino en su destino. (BARTHES Roland 1987: 71)

 

 

 La importancia del lector en el cuento que nos ocupa, se manifiesta desde el epígrafe, así como también por las diferentes pistas que el autor va dejando a lo largo de la narración: la “esquela breve y sugestiva”, el efecto que le produjo el beber Chablis: “me sentí sumido en un perfecto egoísmo del cuerpo lleno de generosidades espirituales”;  la importancia que le da al jardín y a la naturaleza: “había hojas sobre mi cabeza”; Alfonso y el retrato; verse corriendo de nuevo como al principio y terminar el cuento diciendo: “Sobre mi cabeza había hojas; en mi ojal, una florecilla modesta que yo no corté”.

     Todo esto se presenta al lector como posibilidades de lecturas, aunado a un cierre estético que, aunque parece ser que se cierra al unirse con el principio del cuento, es abierto, pues invita al diálogo, al análisis, a la reflexión, pero no sólo a la reflexión seria, sino a la lúdica, otra característica de la narrativa posmoderna.

     Volviendo a las palabras de Barthes, creemos que le dan un gran mérito a Reyes quien supo a través de la intertextualidad involucrar al lector y con ello se reafirma una vez más, la mentalidad visionaria del joven ateneísta, que en “La cena” nos muestra este rasgo básico del cuento posmoderno y que además, siguiendo a Zavala, nos presenta una realidad textual, donde la autoridad está centrada, no en el autor o en el texto, sino que se desplaza a los lectores y lectoras y en las múltiples lecturas que se realicen del cuento.

     Podemos concluir que en  “La cena”  Alfonso Reyes rompe con el paradigma que imperaba en su tiempo, el cuento de la revolución, donde el escritor mantenía un dominio y que a través del lenguaje traducía la realidad exterior. Por su parte, el ateneísta apostó a la palabra y al universo discursivo acentuando el principio de discontinuidad: entretejió discursos, evidenció intertextualidades, otras las veló, los diferentes planos narrativos los sobrepuso complicando con ello la tarea identificadora, dando con ello un lugar importante al lector dentro de la creación estética. Por todo lo antes mencionado, podemos confirmar que este cuento se encuentra en el umbral de la nueva narrativa mexicana, pero fácilmente puede entrar y sentirse como en casa.   

    

Bibliografía

BARTHES Roland, El susurro del lenguaje. Más allá de la palabra y la escritura, Paidós, Barcelona. 1987

DE LA CRUZ San Juan, Poesía completa, Ediciones 29, Barcelona, 2005

DOMÍNGUEZ M. Christopher, Antología de la nueva narrativa mexicana del siglo XX, FCE, México,  1996

FOUCAULT MICHEL, La arqueología del saber, Siglo XXI, México, 1999

PAVÓN, Alfredo, Al final, recuento. 1. Orígenes del cuento mexicano: 1814-1837, Biblioteca de signos, México, 2004

 

REYES Alfonso, El deslinde. Apuntes para la Teoría Literaria, FCE, México, 1980.

RUSSELL M., Cluff, Pavón Alfredo, Ramos Luis Arturo, Samperio Guillermo, Cuento mexicano moderno, UNAM, Universidad Veracruzana, Ed. Aldus, México 2000  p XIV

 

ZAVALA Lauro, Teorías del cuento IV. Cuento sobre el cuento, UNAM,  México, 2010

Referencias internet

MADRIGAL Rodríguez María Elena, Espejismos y una sombra: “La cena” de Alfonso Reyes, en http://www.iifl.unam.mx/html-docs/lit-mex/18-2/madrigal.pdf

MONSIVAIS Carlos, El cuento en México 1934-1984, en http://es.scribd.com/doc/8831738/Monsivais-Carlos-El-Cuento-en-Mexico-19341984

FERNÁNDEZ Justino, Composiciones barrocas de pinturas coloniales, en http://www.analesiie.unam.mx/pdf/28_05-24.pdf

ZAVALA Lauro, Un modelo para el estudio del cuento, en  http://www.uam.mx/difusion/casadeltiempo/90_jul_ago_2006/casa_del_tiempo_num90-91_26_31.pdf

---------------------, El cuento mexicano de fin de siglo. Algunas marcas de posmodernidad, en http://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=2203887


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