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La lejanía del tesoro, un ejemplo de la renovación del género histórico.
La lejanía del tesoro, an example of the renewal of historical genre.
Karen Elizabeth Flores Bonilla
Facultad de Filosofía y Letras. Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (MÉXICO)
CE: floresbonillak@yahoo.com.mx ID ORCID: 0000-0001-5591-6436
DOI: 10.32870/sincronia.axxiv.n78.19b20
Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial 4.0 Internacional.
Recibido: 05/03/2020
Revisado: 27/04/2020
Aprobado: 05/05/2020
RESUMEN:
Este articulo tiene como objetivo identificar las características dominantes en La lejanía del tesoro (1992) de Paco Ignacio Taibo II que comprenden lo que la teoría literaria actual ha denominado como ‘nueva novela histórica’. Primero se da un panorama general de la novela histórica tradicional con el fin de diferenciar su modelo del correspondiente a este nuevo género y, así, reconocer las propiedades literarias que lo determinan. Posteriormente se realiza un análisis de la novela para demostrar su pertenencia a este tipo reciente de textos.
Palabras clave: Nueva novela histórica. Rasgos bajtinianos. Metaficción.
ABSTRACT
This article aims to identify the dominant characteristics in Paco Ignacio Taibo II's book La lejanía del tesoro (1992), that comprise what current literary theory has called ‘new historical novel’. First, an overview of the traditional historical novel is given in order to differentiate its model from that of this new genre and, thus, recognize the literary properties that determine it. Subsequently, an analysis of the novel is carried out to demonstrate its belonging to this recent type of text.
Keywords: New historical novel. Bakhtinian features. Metafiction.
La lejanía del tesoro es una novela del escritor Paco Ignacio Taibo II publicada por primera vez en 1992. La obra recrea, a través del punto de vista de diferentes narradores, la serie de acontecimientos que se sucedieron en México de abril de 1862 a mayo de 1867: los desacuerdos políticos entre liberales y conservadores, el sitio de Puebla, la llegada al país de Maximiliano de Habsburgo y Carlota de Bélgica, el errar del presidente Benito Juárez cada vez más hacia el norte, los incesantes encuentros entre ejércitos republicanos e imperiales que desembocarían, finalmente, en la toma de Querétaro y el fusilamiento de un emperador.
Ahora bien, el presente artículo busca, en primer lugar, explicar cómo surge la novela histórica tradicional en cuanto género literario relacionado, principalmente, con el romanticismo del siglo XIX; ésto con la finalidad de diferenciar su modelo del correspondiente al conjunto de obras literarias históricas más actuales, denominadas como “nuevas novelas históricas”. En segundo lugar, determinar, a partir de los seis rasgos identificados por Seymour Menton en esta renovación del género histórico, las características dominantes en La lejanía del tesoro con la intención de demostrar su pertenencia a este nuevo tipo de textos.
Con base en dichos objetivos, se recurrirá en un inicio a obras específicas de Georg Luckács (1995), María Cristina Pons (1996) y Seymour Menton (1993) que abordan teóricamente el concepto de “novela histórica”; posteriormente, se remitirá a las aportaciones de Graciela Reyes en Polifonía textual (1984) y a los artículos de Domingo Ródenas de Moya y Patricia Cifre Wibrow, ambos publicados en la revista Anthropos (2005), para realizar, de esta manera, el análisis metaficcional y bajtiniano de la obra histórica de Taibo II.
Así pues, de acuerdo con Georg Lúckacs, la modificación que sufrió el concepto de Historia a partir de las dos últimas décadas del siglo XVIII fue determinante para el nacimiento de la novela histórica como género literario. Hasta esa época el término era utilizado, con notable influencia de la Ilustración, para justificar la apremiante necesidad de una renovación en la considerada ‘irracional’ sociedad feudal, dando así lugar a la consiguiente búsqueda de la pasada grandeza de los estados de la Antigüedad clásica como un modelo para la conformación de una sociedad más justa y culta. No obstante, sería a raíz de los acontecimientos acaecidos en la Revolución Francesa, junto con el posterior auge y la caída de Napoleón, que “la historia se convirtió en una experiencia de masas” (1955, p.20): durante este periodo cada nación europea atravesó por un mayor número de movimientos sociales y alteraciones en las estructuras del poder en comparación con lo ocurrido en siglos precedentes, derivando por primera vez en la consciencia de la Historia como un ininterrumpido proceso de cambio que interviene directamente en la sociedad y, por consiguiente, en la vida del individuo (Lúckacs, 1955).
Esta transformación en la concepción de la Historia dio origen al nuevo género literario de la novela histórica, surgida a inicios del siglo XIX, principalmente con la obra del escritor británico Walter Scott. De esta manera, a diferencia de textos anteriores en que la Historia sólo era utilizada como telón de fondo para la narración de ciertas acciones de los personajes, la novela histórica reexperimenta las tendencias sociales de la época que recrea, en ella “las fuerzas contendientes en los eventos históricos […] son representadas en el destino y la vida de un héroe “mediocre” y pasivo” (Pons, 1996, p.49); es decir, demuestra la intervención, la influencia que tiene el pasado y los acontecimientos históricos hasta en la cotidianeidad, la vida privada y personal, de las figuras emergidas del pueblo llano. Este fue el modelo tradicional del género propuesto por Scott, replicado durante todo el siglo XIX y gran parte del XX.
Sin embargo, dicho paradigma literario sufrió modificaciones a causa de una reestructuración en la construcción del pensamiento que afectó a toda área de conocimiento y puso en duda sus principios; tal cambio estuvo determinado por la crisis económica y política que América Latina enfrentó después de la década de los setenta del siglo XX tras el resurgimiento de las dictaduras y el incremento tanto del crimen organizado como de las corporaciones paramilitares. De esta forma, se dio inicio al cuestionamiento de la Historia en su calidad de discurso oficial, colocando en el terreno de discusión la supuesta objetividad de los textos, reconocidos por la tradición, que dan cuenta del pasado, así como la presunta existencia de una Verdad única e imparcial: surge lo que Seymour Menton (1993) ha denominado como la “nueva novela histórica”, título bajo el que engloba una serie de obras literarias que se caracterizan por recuperar los vacíos y el lado oculto de la Historia, por recelar de la “verdad” convencional, afianzada con los siglos, de los hechos históricos, los personajes que participaron en ellos y los valores que encarnaron; para presentar, por tanto, la versión oficial desde múltiples perspectivas. En consecuencia, este tipo de novelas no “asumen una posición de legitimación [...] del discurso hegemónico del poder, respaldado por el discurso historiográfico” (Pons, 1996, p.17).
Así, a diferencia del modelo tradicional, la nueva novela histórica cuestiona el discurso oficial de los acontecimientos pasados, haciendo uso para ello de procedimientos y estrategias narrativas específicas. De hecho, Seymour Menton ha reconocido seis rasgos propios de este tipo de textos que, si bien los distinguen de la producción anterior, no es necesario que se encuentren completos en todas las novelas del género, ya que ello depende de la estructura particular de cada una de éstas. No obstante, sí conforman un denominador común bajo el que pueden agruparse. Dichas características son, pues, las siguientes: 1) la reproducción constante de ideas filosóficas relacionadas con la “imposibilidad de conocer la verdad histórica o la realidad, y el carácter cíclico e […] imprevisible (de la historia)” (Menton, 1993, p.48), 2) la distorsión consciente de los eventos históricos, 3) la ficcionalización de figuras del pasado, 4) la intertextualidad, 5) la metaficción y 6) la presencia de ciertos conceptos bajtinianos tales como dialogismo, polifonía, carnavalización, parodia y heteroglosia.
Por lo que se refiere a La lejanía del tesoro, debe señalarse que se trata de una obra perteneciente a este género de la “nueva novela histórica” no sólo por el año en que fue escrita, posterior a la década de los setenta, sino también porque constantemente pone en duda la versión oficial tanto de los acontecimientos como de la personalidad de las grandes figuras históricas que participaron en la segunda intervención francesa. Es así que, por ejemplo, no presenta a Ignacio Ramírez “el Nigromante” sólo como el liberal recto y culto que ha elogiado la Historia; lo identifica, de igual manera, con un hombre intolerante y soberbio que escribió sobre sí mismo en múltiples artículos, discursos y proclamas: “Ramírez, el patriarca del liberalismo intransigente, muchas veces sabio, las más insolente y cínico” (Taibo II, 1992, p.10).
Asimismo, el personaje de Benito Juárez se encuentra lejos de ser ese presidente honorable y honesto citado como modelo en numerosos actos públicos; en esta novela se reconoce a un individuo consolidado en el poder que, a pesar de mostrarse amable y comprensivo con todos aquellos que lo siguen y apoyan, no duda en deshacerse de quienes se interponen en su intento de mantener el mando republicano. De esta forma, cuando Guillermo Prieto se niega a secundar su prórroga presidencial en 1866, favoreciendo así la transferencia del poder al general Jesús González Ortega, presidente de la Suprema Corte, Juárez se opone por completo. Tras dicho incidente, Prieto se ve obligado a exiliarse en Estados Unidos, sin importar el hecho de haber abandonado a su familia para acompañar a Juárez durante años en su travesía por el norte. Incluso las fuerzas militares liberales, bajo la autoridad del presidente, le impiden el regreso a México:
Mis desavenencias públicas con el gobierno juarista, han llegado a límites…
Escobedo no me ha permitido pasar a territorio nacional desde Texas, Berriózabal me denegó el acceso cuando le escribí desde Brownsville. Sí, eso hacen tus amigos, y no tengo ninguna duda de lo que harían los imperiales con mi cabeza, ¿qué queda? Este absurdo espíritu de secta que priva en nuestro bando… (p.267).
Como ya se mencionó, la obra se caracteriza también por dar cuenta de ciertos eventos históricos desde perspectivas ajenas a la oficial. Así ocurre cuando relata los meses posteriores a la tan conmemorada Batalla de Puebla, en los que, en lugar de retratar a un Ejército de Oriente triunfal tras su victoria, señala las penurias que enfrentó el general Zaragoza al no haber siquiera granos de frijol en la intendencia con los cuales alimentar a sus soldados: “la miseria me persigue e ignoro ya cómo seguir sosteniendo este cuerpo de Ejército contra un enemigo que día a día va aumentando” (p.21). Además, la novela proporciona una explicación distinta a la tradicional con respecto a los acontecimientos; tal es el caso de la adopción del color representativo de los dos ejércitos en disputa, el liberal y el conservador:
El rojo de la bandera nos prestó temporalmente el color; los conservadores, más modosos, habían optado por el menos vehemente color verde; porque, aunque en él puso Iturbide al crear la enseña patria la idea de independencia, les hubiera salido muy complicado usar el blanco, que simbolizaba la religión. Mi teoría es que lo habían adoptado porque el paño verde resultaba más barato para la confección de uniformes (p.111).
Ahora bien, en cuanto a los rasgos del género identificados por Menton que predominan en La lejanía del tesoro, uno de ellos es justamente la metaficción, la cual se concreta en el momento en que el texto se refiere a sí mismo en calidad de proceso, es decir, cuando éste se constituye como “una narración autoconsciente que delata ante el lector su carácter artificioso” (Ródenas, 2005, p.44). De esta manera, aparecen comentarios del narrador sobre el propio procedimiento de creación de la obra. Su función es, de acuerdo con Patricia Cifre (2005), resaltar las contradicciones internas de la novela, declarándose como una imitación distorsionada de la realidad extratextual. Así define Waugh, citado en Cifre, a este fenómeno literario: “el término de metaficción se refiere a un tipo de escritura ficcional que […] llama la atención sobre su estatus en tanto que artefacto a fin de plantear cuestiones acerca de la relación entre ficción y realidad” (p.56).
Con base en ello, es notable que los diversos narradores de La lejanía del tesoro recurren a este mecanismo para hacer referencia al proceso de escritura del texto, tal como puede apreciarse en un capítulo de Guillermo Prieto en el que antes de relatar los acontecimientos que dieron origen a la travesía de Benito Juárez por el norte, advierte a sus lectores: “dispénsenme pues pasiones de más y memorias de menos que acuden a estas páginas con letra que la mano engarfiada por el paso del tiempo hace torcida. Y crucemos la ilusoria puerta de las memorias asarozas…” (Taibo II, 1992, p.9). O, por ejemplo, en la correspondencia de Vicente Riva Palacio durante su estadio en Zitácuaro, al informar en una de sus misivas al entonces Administrador de Correos sobre la cacería que ha comenzado en su contra a raíz de un rumor que lo hace poseedor de una enorme suma de dinero: “reanudo la carta iniciada ayer con la inclusión de nuevos materiales [...], esta vez suyos, no míos...” (p.256).
De igual forma, la identificación en el texto de nociones bajtinianas es otro rasgo del género que domina en La lejanía del tesoro. En primer lugar, el ‘dialogismo’. Al retomar la idea de que la realidad y la verdad única son inconocibles, las nuevas novelas históricas proyectan visiones dialógicas, es decir, muestran dos o más interpretaciones de los acontecimientos, de los personajes que participan en éstos y de la visión del mundo que los mueve a actuar. Dicho concepto está íntimamente relacionado con otro, el de ‘heteroglosia’, que refiere “el uso consciente de distintos niveles o tipos de lenguaje” (Menton, 1993, p.45); en otras palabras, implica la presencia en la misma obra de formas de lengua asociadas con diferentes grupos sociales, así como con sus respectivos puntos de vista. En efecto, los distintos lenguajes sociales se entrecruzan en la narración, y con ellos la ideología que encarnan, puesto que hablar de un cierto modo supone también percibir y juzgar el entorno de una manera específica. De ello se desprende que la nueva novela histórica “reproduce los conflictos entre ideologías que se producen en cada conciencia y en cada sociedad” (Reyes, 1984, p.128).
Dichas nociones, como ya se señaló, se encuentran a lo largo del texto entero. No obstante, por cuestiones de longitud, se analizará sólo un pasaje en el que se constata su presencia. Éste es en el que el caudillo Juan de la Cruz Borrego, encargado de custodiar el Archivo Nacional, se cruza en Chihuahua con el apache Zacatillo, un sejen-né (conocidos en esa época por mexicanos y estadounidenses como la tribu de los mezcaleros) al que la idea de “patria” le resulta completamente extraña. Durante un tiempo conviven en una cueva, resguardándose de los ejércitos imperiales, y para matar el tiempo hasta la madrugada en que dejan de patrullar soldados por el desierto, Borrego lee todos los días a su acompañante parte de los documentos oficiales que resguarda. De esta manera, se inicia una conversación entre los dos con respecto a los sucesos registrados, más aún sobre aquellos que tienen relación directa con los denominados ‘indios’, en el que se advierte con claridad la postura que adopta cada uno a partir de su propia concepción del entorno, de sus experiencias e ideología.
En primer lugar, la heteroglosia. Es evidente el cambio de registro que se lleva a cabo mientras ambos personajes charlan, ya que, si bien el caudillo sabe hablar y hasta leer el español, Zacatillo muestra dificultades para expresarse correctamente en esta lengua, con lo que es posible identificar el diálogo de cada uno sin que su nombre sea especificado:
- Usted, amigo, ¿dónde andaba en el 56?
- ¿Tú tenía pelo en la barba?
- Yo tenía poca ese año.
-¿Tú tenía hijo?
-Dos niñas ya.
-Pues entonces yo niño entonces. (Taibo II, 1992, p.275)
Con relación al dialogismo, en dicho pasaje es notoria la gran diferencia que existe entre las visiones de mundo de ambos personajes. De tal modo que, cuando se reúnen en la cueva, cada uno muestra una inclinación por temas que tienen mayor relación con su contexto. Así, Zacatillo “quería de sus historias, […] las de apaches, y no las que a él (Borrego) le interesaban más, de tribunales inquisitoriales y virreyes y damas putas que no lo parecían” (p.272). Por tanto, en un inicio, el caudillo le platica sobre los acontecimientos de la época colonial y los posteriores enfrentamientos para resguardar la patria de la intervención norteamericana, sin lograr que su compañero comprenda sus referencias. En un capítulo anterior se había mencionado ya que a Zacatillo “los marcos territoriales en términos de nación, le importaban un bledo” (p.231), por lo que, para él, “el peor enemigo de un mezcalero, antes incluso que un yanki […] era un chiricagua” (p.276). Bajo esa concepción, su respuesta sorprende a Borrego, quien ha servido a la causa republicana durante varios años: “-¿Pero para qué sirve a mexicanos el gobierno? Ni conoce presidente. ¿Tú conoces presidente todos, todos los mexicanos?” (p.272).
Ahora bien, al conversar sobre los escritos de mandatarios del gobierno que intentan dar cuenta de la vida de los apaches, la cual claramente les resulta ajena, Borrego se siente identificado con su postura, ya que es el único referente que tiene de las diferentes tribus. Por tanto, realiza comentarios con respecto a las costumbres plasmadas en los textos, la mayoría de las veces erróneas, que en algunas ocasiones su acompañante no duda en cuestionar: “- […] son en extremo glotones cuando tienen con qué y austeros a rasgos increíbles en las penurias. -Yo visto comer tú a mi par -dijo el indio” (p.271). Además, la denominación de ‘apache’ para todos los distintos pueblos indios es equivocada desde el punto de vista de Zacatillo, para quién las diferencias entre las tribus son bastante marcadas:
Un apache, aunque tal apelativo tampoco le parecía ajustado a la realidad, porque no se sentía lo más mínimo identificado racialmente con cualquiera de las otras diez tribus que para mexicanos y gringos portaban ese nombre. Decirle a un coyotero que él es igual a un chiricagua, […] o que los jicarillas y lipanes son apaches igual que los llaneros, era pretender que austríacos y nacionales de Toluca eran ramas de un mismo tronco, lo que para los mexicanos equivaldría a decir que Maximiliano tenía derecho a sentarse en el trono de los aztecas (p.231).
Es así como se demuestra que La lejanía del tesoro es también un ejemplo de lo que Bajtín ha denominado una novela polifónica, la cual se caracteriza por la presencia dentro del mismo texto de una multiplicidad de voces y puntos de vista.
En conclusión, a partir de lo expuesto anteriormente se evidencia que esta obra de Paco Ignacio Taibo II pertenece al conjunto de textos catalogado en los últimos años por la teoría literaria como “nuevas novelas históricas”. Primero, porque lleva a cabo una crítica al discurso oficial de los acontecimientos, presentándolos desde una perspectiva distinta. Así ocurre con el pasaje de la tan conmemorada Batalla de Puebla, en el que, en lugar de retratarla como un gran triunfo por parte del ejército republicano, demuestra las múltiples carencias que tuvieron los soldados mexicanos mientras enfrentaban a los franceses durante meses en el campo de batalla. De igual manera, cuestiona las versiones consolidadas por la tradición de las grandes figuras históricas, como es el caso del presidente Benito Juárez, el liberal Ignacio Ramírez, entre muchos otros. Asimismo, presenta ciertos rasgos propios de dicha renovación del género histórico, identificados por Seymour Menton: la metaficción, que se caracteriza por la aparición de comentarios del narrador sobre el propio procedimiento de creación de la obra; la heteroglosia, el dialogismo y la polifonía, éstos últimos conceptos introducidos por Mijaíl Bajtín que dan cuenta de la proliferación de voces y puntos de vista dentro de la misma obra.
Referencias:
Cifre, P. (2005). “Metaficción y postmodernidad: interrelación entre dos conceptos problemáticos”. Anthropos (208), 50–58.
Luckács, G. (1995). La novela histórica. México: Ediciones Era.
Menton, S. (1993). La nueva novela histórica de la América Latina 1979–1992. México: Fondo de Cultura Económica.
Pons, M. (1996). Memorias del olvido. Del Paso, García Márquez, Saer y la novela histórica de fines del siglo XX. México: Siglo XXI Editores.
Reyes, G. (1984). Polifonía textual. La citación en el relato literario. España: Editorial Gredos.
Ródenas, D. (2005). “La metaficción sin alternativa: un sumario”. Anthropos (208), 42–47.
Taibo II, P. (1992). La lejanía del tesoro. México: Editorial Planeta Mexicana. |
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