Sincronia Fall 2011


Transgredir para ejemplificar. Roles femeninos en tres novelas de José Tomás de Cuéllar


Josefina María Moreno de la Mora.
Departamento de Letras, Universidad de Guadalajara


            De la primera etapa en la serie de novelas, poemas, artículos y cuadros de costumbres que constituyen La Linterna Mágica (escrita y publicada en 24 tomos y  dos épocas, entre 1871 y 1892por José Tomás de Cuéllar, 1830-1894), destacan tres narraciones en que los personajes femeninos adquieren relevancia por las funciones que desempeñan en cada texto.
            Se trata de Ensalada de pollos (1869, 1871, 1891), Historia de Chucho el Ninfo (1871, 1891) y Las jamonas (1871, 1891), obras que, al igual que toda la serie, gozaron de amplia difusión y entusiasta recepción entre los integrantes de la incipiente clase media mexicana en el último tercio del siglo XIX.
En ellas permea el afán didáctico que caracteriza a la literatura nacional en dicha centuria, y se manifiesta sobre todo en las múltiples digresiones moralizantes con las que la omnisciente instancia narrativa interrumpe la diégesis de manera continua. La mayor parte de las veces en esta suerte de insertos se critica con dureza a los personajes, en especial a los femeninos, cuando sus parámetros de conducta se alejan de los patrones morales considerados válidos por el narrador, en una postura que  se identifica con el grupo que detenta el poder.
En este contexto es pertinente realizar un acercamiento analítico a determinados actores femeninos en cada uno de los textos que se constituyen en objeto de estudio, con el fin de reflexionar sobre la construcción de su identidad. Para ello se utilizan algunos elementos del método semiótico planteado por A. J. Greimas


de acuerdo con la propuesta metodológica del Grupo de Entrevernes. En concreto, se recurre al análisis de las estructuras superficiales del texto (componente narrativo y componente descriptivo) con el fin de establecer sistemas de relaciones, para al final ensayar una interpretación tomando en cuenta la perspectiva de género, en concreto, la historia de las mujeres.
Para Ensalada de pollos se realiza un acercamiento a Doña Lola y su relación con su hija Concha; en Historia de Chucho el Ninfo se reflexiona sobre los roles de Merced como hija, esposa y madre, y en Las jamonas se contrastan las figuras de Chona y Amalia en sus respectivos contextos familiares de origen y matrimoniales.

  1. “La incuria por cuna”

La novela que inaugura la serie (publicada por primera vez a manera de folletín), explora las vicisitudes de una familia de la incipiente clase media que habita en las vecindades de la ciudad de México, cuando el irresponsable paterfamilias don Jacobo Baca decide “lanzarse a la revolución” por considerar que es la forma más expedita para hacerse rico.
            Así, deja encargada a su familia (su esposa doña Lola, y sus hijos adolescentes Concha y Pedrito) con su compadre José de la Luz y se une a un contingente de bandidos que posteriormente se incorporan a la lucha armada.
            Sin embargo, el motivo central del relato, que justifica el título de Ensalada de pollos, es el afán de movilidad social que comparten Concha y Pedrito con otros adolescentes del mismo origen social que figuran en la narración, cuyo objetivo es asimilarse a los llamados “pollos”,  jóvenes burgueses de costumbres tan modernas como frívolas.
            Pedrito encuentra su camino en  la burocracia, bajo la protección de un general, y en la amistad con “pollos” ricos. A Concha, sin embargo, la ambición derivada de su convivencia con jóvenes adinerados la lleva a una sucesión de amantes que la mantienen hasta convertirse en una cortesana de lujo.
            Se culpa de todo ello a su madre, quien inicia una relación amorosa con su compadre al asumir éste el papel de proveedor en  ausencia de don Jacobo. Cuando él regresa, habiendo obtenido el grado de coronel, se lleva a su hijo y abandona a su suerte a las dos mujeres que ya no son consideradas dignas de pertenecer a su familia.
            Una constante que se establece desde el inicio del relato, es que en el caso de las figuras femeninas se presenta una relación de subordinación  respecto de las masculinas, asumiendo en el mejor de los casos el rol de sujeto paciente, o incluso el de objeto.
            Así ocurre con doña Lola, quien es transferida por su marido al compadre José de la Luz, a quien incluso deja la encomienda de avisarle a su familia sobre su ausencia. Don Jacobo encarga a su familia sin dejar recursos económicos para cubrir sus gastos, cediendo así al compadre su rol de proveedor y creando un contexto situacional en el que queda implícita la cesión de los derechos conyugales sobre su mujer.
Los dos compadres, por fin, se despidieron.
Don José de la Luz pensó más en la mujer de su compadre que en su compadre mismo. Era natural. Quedaba encargado interinamente.
Don Jacobo pensó menos en su mujer que en procurarse un caballo. Era natural: el caballo era muy importante, y su mujer ya estaba bien recomendada.

            El compadre José de la Luz inicia un proceso de cortejo para obtener los favores de doña Lola, que consiste en demostrarle su capacidad como proveedor; además de cubrir con sus necesidades económicas muestra signos externos de riqueza como estrenar botas, llevarle serenata y ayudarle a organizar una fiesta. Doña Lola lo acepta.
De manera que doña Lola creía sinceramente que don José de la Luz era el modelo de los compadres; y a juzgar por las pruebas de cariño que de éste recibía diariamente, tenía razón: don José estaba pendiente de sus menores deseos; don José  hacía las veces de don Jacobo Baca.

            Es entonces que reafirma su rol de autoridad en la familia. Cuando al final de la fiesta Concha es raptada por un joven rico (tras descubrir la relación de su madre con el compadre), es él quien disuade a doña Lola de emprender acciones legales y la convence de aprovechar la situación.
            Por su parte, Concha como sujeto paciente es extraída del seno familiar sin poder manifestar su voluntad (ya que se encuentra inconsciente cuando es raptada). El sujeto activo es un “pollo” rico que la pretende, y quien de manera circunstancial es convencido de raptarla, por una criada que asume el rol de sujeto mitente; su principal motivación es que si la joven se va a vivir con un hombre de recursos, ella podrá trabajar con ellos y ganar más dinero, para comprarse unos botines como los que usa Concha.
--Sí, que venga el niño Arturo –decía—él sacará a Conchita de este apuro. ¡Dizque llegar a pegarle! ¡Esto no se puede aguantar! Y todo por el don José de la Luz, por ese taimado del compadre. Sí, que venga el niño Arturo. En esta vez se la lleva, y yo me voy también. Ahora sí compraré unos botines.

            Concha conserva su rol preponderante de sujeto paciente. Cuando su primer amante muere en un duelo, ella queda en el desamparo y literalmente sale a buscar un nuevo protector. El general que ayuda a Pedrito la obliga a aceptarlo como tal, pero resulta ser bastante tacaño, además de que la golpea y es sumamente celoso. Ella decide escapar un día para ir de paseo con su hermano y unos amigos. Es entonces cuando encuentra a su padre, que ha repudiado a doña Lola y busca a sus hijos para llevarlos con él. Finalmente sólo Pedrito será considerado digno de iniciar una nueva vida disfrutando del nuevo estatus social y económico de don Jacobo. A Concha sólo le queda la opción de aceptar como amante al asesino de Arturo, mientras que Doña Lola se queda al lado de su compadre.
            La acción se enuncia en los diálogos, que  son más bien escuetos y en ellos no se suelen emitir juicios de valor. Por el contrario, la instancia narrativa irrumpe de modo constante con sus larguísimas digresiones moralizantes en las cuales se juzga de manera explícita la conducta de los actores y se establecen los valores morales que se consideran pertinentes.
            En estos juicios las figuras femeninas en general son presentadas como seres incompletos en diversos aspectos. Por ejemplo, las amigas adineradas de Concha son descritas como débiles y enfermizas, lo cual se aprovecha para hacer una sátira de la moda y costumbres sanitarias de la época: “Sara y Ernestina crecían así, luchando, elaborándose, completándose, la cabeza con crepé de muerto, la tez con aquarella, la estatura con tacones, el cuerpo con cojines y la sangre con fierro”.
            En el caso de doña Lola, la instancia narrativa pone de manifiesto su falta de una educación adecuada, producto de la indolencia de su propia madre, y que redunda a su vez  en la educación de Concha y Pedrito. “Era una gallina que había incubado patos y éstos se arrojaban a las aguas del progreso, dejándola en tierra”. Se le califica como buena, inofensiva y devota, a la vez que crédula, injusta, ignorante e insensata. Se le reprocha que por un concepto mal entendido de “ilustración”, no reprende a sus hijos porque los considera más inteligentes que ella.
            Sin embargo, hasta cierto punto se le exculpa por ser un producto de sus circunstancias sociales y familiares. Se enuncian de manera muy precisa las carencias de doña Lola, al ensalzar un paradigma materno en el cual ella no encaja:
¡Benditas sean las madres cuyo amor es iluminado por la razón, y que, comprendiendo que en el hijo, fruto precioso, hay en depósito y en germen un ser moral modificable, lo estudian porque piensan, lo guían porque saben, y lo aman porque sienten!
¡Madres, besad a vuestros hijos en la frente! ¡Proteged el desarrollo de la razón con vuestra inteligencia desde el primer destello, como protegéis el desarrollo del cuerpo con vuestros pechos  desde el primer vagido, y tendréis buenos hijos!

Respecto de Concha, se considera que su principal desgracia es su hermosura, aún más porque va aunada a su ignorancia y la falta de guía materna. Se censura con dureza su afán de movilidad social. “Concha, aspirando al lujo, por imitar a sus amiguitas, se había apoyado en el pasamano de Arturo para subir en la escala social, y no estaba haciendo otra cosa que preparar su caída al abismo de la prostitución”.
 Cuando vive en la vecindad es criticada por haber cambiado el rebozo (propio de las mujeres del pueblo) por el tápalo (utilizado por las clases privilegiadas); pero, sobre todo, por haber cambiado el peinado de trenzas por un postizo de moda llamado “castaña”. Así lo manifiesta Casimira, una vecina envidiosa, cuando afirma tras el rapto de Concha:
“--¡Vaya! a mi eso no me coge de nuevo. Si las que se ponen castaña son así, siempre acaban por irse; yo por eso ando de dos trenzas”.
            De acuerdo con los patrones de la época, las situaciones que se van sucediendo en la narración son consecuencia directa de los actos de los actores, pero el contexto social y familiar resultan determinantes. El hecho de que un sujeto sin oficio ni beneficio abandone a su familia, dejando a su compadre a cargo de ésta, propicia el adulterio de su mujer y la prostitución de su hija; sin embargo, el mayor peso de la culpa lo lleva la mujer por ser la directa responsable de la educación de los hijos (o la falta de ella).
            Un desempleado que se une a un grupo de bandidos y asesinos, una esposa infiel que consiente la “perdición” de su hija, una joven que es mantenida sucesivamente por varios hombres y un muchacho que obtiene beneficios económicos de los deslices de su hermana parecen encajar en un mismo patrón. Pero cuando el bandido adquiere poder social y económico, cambian las circunstancias.

  1. “El conjunto más ameno y variado”

 

En Historia de Chucho el Ninfo la acción se divide en dos partes separadas temporalmente por diez años. En la primera parte se presenta a don Pedro María, funcionario de gobierno, católico y conservador a ultranza, esposo de doña Rosario y padre de Merced, Angelita y Pablito. También se presenta a Elena, supuesta viuda de clase media y madre de un niño de seis años poseedor de inmensa gracia y hermosura, a quien ella maleduca con sus mimos desmedidos y es conocido con el apodo de Chucho el Ninfo.
            Con motivo del onomástico de Merced se celebra un baile en su casa, en el cual su pretendiente, Carlos, manifiesta sus intenciones de casarse con ella. Sin embargo, Don Pedro María y su familia no están seguros de la conveniencia de autorizar esa unión, ya que sospechan que Carlos es liberal. Aunque sus peores temores son confirmados, no tienen más remedio que autorizar la celebración del matrimonio.
            En la segunda parte, diez años después, Merced es madre de una niña y vive muy intranquila porque su esposo le prohíbe realizar prácticas religiosas, mientras que su familia de origen la obliga a desobedecer a su marido al propiciar que vaya a misa, se confiese y comulgue a escondidas (nadie le pregunta a ella si lo quiere hacer). En estas circunstancias es que se siente atraída por un irresistible seductor que corteja a varias mujeres casadas de buena posición económica: un adolescente de aspecto andrógino que es conocido como Chucho el Ninfo, hijo natural de un hombre rico que lo separó de su madre para presentarlo en sociedad.
 Finalmente Merced decide no entregarse a Chucho el Ninfo; pero su hermana Angelita, casada con un conservador que fue aprobado por sus padres, sí lo hace.
Así, aunque Merced es un sujeto con cierta autonomía para tomar decisiones, no deja de ser un sujeto paciente condicionado por la educación y la autoridad paterna, tanto como la conyugal.
En este caso las acciones que como sujeto realiza Merced son  mínimas; enamorarse de Carlos, someterse a la autoridad paterna, casarse con Carlos, debatirse ente la autoridad paterna y la de su marido, enamorarse de un seductor, permitirle ciertas libertades, aunque al final decide no transgredir normas morales que son consideradas igualmente válidas en el código de su familia de origen y en el de su esposo. Su papel como madre no puede ser desarrollado en plenitud por la permanente disyuntiva moral en la que vive.
De los tres textos que constituyen el objeto de estudio, es el único en que se presentan actores a los cuales la instancia narrativa, mediante los juicios de valor enunciados, considera intrínsecamente buenos (o por lo menos no los considera moralmente censurables): Merced y Carlos.
 Sin embargo, augura que por la gran diferencia en sus antecedentes de educación e ideología, su unión no puede ser exitosa.
La historia de Mercedes nos va a proporcionar la ocasión de presentar al lector la sinopsis de los efectos morales de la Reforma en uno de sus mil resultados. He aquí los elementos de las posteriores complicaciones.
La familia de don Pedro María pertenecía al antiguo régimen.
Carlos iba adelante.
Merced era una hechura: la sugestión, la orden y la regla prescrita eran su guía; estaba acostumbrada a obedecer pasivamente y sin esfuerzo; la docilidad más perfecta se lo hacía todo fácil, y vivía casi sin responsabilidad moral.
Carlos, por el contario, se pertenecía a sí mismo, se elevaba; y su sed de saber le había hecho traspasar ya la barrera de la coacción moral; discurría con independencia, pensaba por su cuenta, analizaba.
No obstante estos elementos, Merced y Carlos se amaban.

La moraleja con la que se pretende aleccionar al lector es algo más compleja que en los otros dos casos: un hombre y una mujer pueden ser moralmente irreprochables cada quien a su modo, pero si hay diferencias ideológicas irreconciliables entre ellos, nunca podrán ser felices.
            Sin embargo, la congruencia en el actuar de Carlos hace que Merced no pueda consumar la infidelidad: su marido no se lo merece, a pesar de la magnitud de los problemas que existen entre ellos.

  1. “Cuerpo de delito”

 

En Las jamonas se da cuenta de las vicisitudes que ocurren a dos mujeres que rondan los cuarenta años, ambas pertenecientes a la burguesía capitalina, durante el gobierno de Benito Juárez. Amalia es la concubina de un liberal que hizo fortuna en circunstancias inciertas y es burócrata de alto nivel; Chona es hija y esposa de conservadores.
            Amalia es hija natural de un rico oaxaqueño quien la mantuvo interna  en el Colegio de las Vizcaínas; al regresar a Oaxaca,  huyó con Sánchez durante la guerra de reforma y ha vivido con él muchos años.
            Chona fue obligada a casarse a los catorce años, con un pariente rico que le doblaba la edad, para unir las fortunas familiares. Su esposo había pasado su juventud en París, llevando una vida de libertinaje que lo dejó enfermo e impotente, por lo que nunca consumó su matrimonio.
            Amalia, cansada de las infidelidades de Sánchez, se enamora de un joven poeta, quien le corresponde.
            Chona entabla una relación platónica con el mejor amigo de su marido, lo cual la hace tan feliz que no le importan las habladurías de la gente. Su marido piensa en tomar medidas  al respecto por temor al rechazo social, pero finalmente decide dejarlos en paz.
            Amalia se va a vivir con el poeta, quien no tiene los recursos económicos para mantener el nivel de vida al que ella está acostumbrada, y mucho menos para adquirir los productos que ella utiliza para mantenerse joven y bella. Abandonada, pobre y envejecida, se suicida.
            En este texto la edad y condición social de las figuras femeninas les permite tomar por fin el rol de sujetos agentes, que deciden sobre sus propias vidas y asumen las consecuencias de tales decisiones.
            Desde que inicia la narración se establece que Amalia quiere a Ricardo, el poeta, con quien mantiene comunicación por medio de mensajes que su mejor amiga, la Chata, lleva a ambos. Sánchez comienza a sospechar la infidelidad de su mujer al encontrarlos juntos  en una reunión en casa de Chona, pero no se atreve a preguntar nada.
            Sin embargo, Amalia no se decide a entablar una relación amorosa con Ricardo, a quien conserva cerca de ella manteniendo un discurso ambiguo.
--Quiere decir que me he equivocado, que soy un mentecato, que he podido tomar por amor lo que no era más que…
--Siga usted, siga usted… no se arrepienta; que es seguro que va usted a ofenderme, que es lo que merezco por ser ingenua, por decir lo que siento, por no ser hipócrita. ¿Iba usted a decir que no lo quiero, no es verdad? ¿Por qué no inventa usted de una vez que lo aborrezco? Eso es quedarse por corto y cuando se trata de abusar de la debilidad de una mujer, ustedes los hombres se pintan solos para dejar a uno lo más mal parada que pueda imaginarse.
--¡Amalia! ¿Qué está usted diciendo?
--Verdades, sólo verdades; ya no puede uno decirle a nadie que le tiene cariño, sin que sean interpretadas sus palabras, sin que la tengan a uno por una coqueta.

Hasta un día en que Sánchez llega borracho y pelea con ella (quien se ha cansado de sus infidelidades, y se ha enterado de que está casi en la ruina) por lo que ella se sale de su casa y manda a la Chata a buscar a Ricardo. Es entonces que deciden vivir juntos. Pronto Ricardo se cansa de Amalia, no puede sostener su nivel de vida, y la abandona dejándole sólo deudas. Su única salida es el suicidio.
            No obstante, se refuerza la idea de que el sujeto decide y realiza las acciones en las cuales participa, y asume las consecuencias que ellas conllevan.
            Lo mismo ocurre en el caso de Chona, quien aparece como una mujer completamente inflexible y fría al inicio de la narración. Al recibir en su casa a Salvador, un argentino que fue el mejor amigo de su marido en París, comienza a intimar con él. Hablan de su soledad y falta de amor, se enamoran poco a poco.
            La estricta educación religiosa y moral, así como el apego a las normas sociales impiden a Chona entablar una relación física con Salvador; pero no son obstáculo para que se vuelvan literalmente inseparables y vivan una apasionadísima relación platónica que es mal vista por su entorno social. Sin embargo, Chona soporta con paciencia las habladurías, ya que está actuando de manera congruente con su pensamiento y es feliz, tanto que su marido no tiene más remedio que dejarlos en paz.
            Desde el inicio del texto la instancia narrativa en sus digresiones establece un contraste evidente entre Amalia y Chona, dejando en claro que sus únicos puntos de contacto son la belleza, la edad, la posición económica privilegiada y el hecho de que ninguna de las dos es madre. Sin embargo, sus respectivos orígenes predeterminan sus destinos y establecen sus limitaciones.
            Amalia padece la que pareciera ser la peor de las “fallas de origen”, de acuerdo con los estrictos cánones morales establecidos por la instancia narrativa: es hija natural.
No están las virtudes domésticas ni la bondad de sentimientos, precisamente de parte de los hijos naturales. […] Cuando la siniestra huella del crimen ha manchado el hogar; cuando una transgresión del orden moral da vida a un ser sin el calor de los nupciales linos; cuando no es la familia originaria la que se reproduce sino los delincuentes ocultos; entones el niño que viene al mundo […] viene pidiendo cuenta de las lágrimas de desolación que verterá más tarde.
[…] Amalia nació en una noche tempestuosa, y como esas semillas destinadas a que las arrebate el viento, su primer papel en este mundo fue éste: cuerpo de delito. Estos cuerpos, bien sean un niño o una ganzúa, se esconden.

En el texto se rememora un curioso episodio en el que Amalia y la Chata de niñas, cuando estudian en el colegio de las Vizcaínas, hablan sobre el matrimonio. El pretexto es el vestido nuevo de la muñeca de Amalia, quien dice a su amiga que es su hija que se va a casar con un hombre rico, guapo y bien vestido, y que por eso pronto la va a dejar sola.
Se establece un diálogo entre ambas niñas, en el cual se enuncia el concepto de matrimonio que ellas tienen, en el cual predominan el discurso económico, el legal, el religioso y hasta el de la moda, pero se habla muy poco sobre los sentimientos.
Finalmente ninguna de las dos obtendrá el estatus de mujer casada, ya que Amalia huye con Sánchez y nunca contrae matrimonio con él, mientras que la Chata contrae nupcias con un hombre que resulta ser casado, por lo que queda desprotegida económica y socialmente.
            Amalia deberá asumir las consecuencias de sus actos y sus circunstancias al final del texto, aunque no sin que la instancia narrativa aproveche para dar una lección.
El único salvoconducto de Amalia en la vida había sido su hermosura, y ya se encontraba con la patente sucia; el tiempo se dejaba caer pesado e inexorable sobre Amalia, marchitándola y anunciándole un fin tristísimo.
¡Ah!, ¡cuánto hubiera dado por ser una madre de familia, la última, la más humilde de las mujeres legítimas! ¡Cuando lloró su primera liviandad, estaba cosechando el fruto amargo de su libertad de ideas, de su transgresión de los sanos principios, de su ligereza imperdonable!
Por su parte, Chona es caracterizada por su excesiva rigidez e intolerancia, derivada de su origen y educación.
Nació oyendo hablar mal de nuestros gobiernos y de todas nuestras cosas: sus padres, descendientes por ambas líneas de los principales conquistadores, heredaron el odio de aquellos señores contra todas las cosas de México, que nunca vieron como su patria, sino como la colonia arrebatada a sus legítimos dueños por el desbordamiento de las ideas del 93; de manera que Chona, esclava de la tradición y con apego a todo lo viejo, había aprendido a conservar todos sus errores y a aborrecer a quienes no pensaran del mismo modo que ella.
Las ideas nuevas fueron siempre en la casa de Chona consideradas como una verdadera nota infamante.

El proceso de transformación que experimenta hace que sus estándares morales se hagan un poco más flexibles, aunque esto sólo opera para su propia persona.
            Se establece una relación de causa y efecto entre las actitudes de sus respectivos maridos con las de Amalia y Chona, en que queda bastante claro que ambos se merecen la infidelidad de sus respectivas mujeres,  en la medida en que ocurre cada una de éstas.

  1. “Salir a danzar en La Linterna Mágica”

Se observa que en dos de las tres narraciones incluidas en el primer volumen de la serie La Linterna Mágica es posible establecer una serie de patrones en los roles actanciales que adoptan los actores femeninos, en los cuales predominan los modelos en que éstos se presentan como sujeto paciente o bien como objeto en los programas narrativos generados por las acciones de un actor masculino que funge como sujeto agente. La excepción se encuentra en Las jamonas, dado que el contexto situacional establecido por la edad y posición social de dos actores femeninos, les permite adoptar el rol de sujetos agentes.
            Sin embargo, con independencia del rol actancial que adopten, los actores femeninos en los tres textos que constituyen el objeto de estudio tienen un desenlace considerado negativo.
            Respecto de los roles temáticos, establecidos en los diálogos (en donde se presenta la acción) pero sobre todo en las digresiones moralizantes de la instancia narrativa, se observa como constante la idea de que los actores femeninos se encuentran en una constante situación de carencia: intelectual, afectiva, moral, económica o todas las anteriores juntas.
            La instancia narrativa dicta asimismo los códigos de moral y conducta considerados como válidos en la época, de acuerdo con los grupos en el poder. Lo hace ya sea de manera positiva, es decir, ensalzando las actitudes y costumbres que considera correctas; o negativa, al denostar los modelos de comportamiento que considera perniciosos.
            Al hablar en plural de “grupos en el poder” se asume la contradicción que encarna el propio José Tomás de Cuéllar, como católico y liberal, de la manera en que lo explica Carlos Monsiváis:
A medio camino entre lo secular y lo teocrático, Cuéllar se afirma en obviedades, o lo que para nosotros ya son obviedades (los liberales del siglo XIX se asemejan a los conservadores desde nuestra perspectiva). La sociedad, desde la familia tribal reclama el progreso. Y lo que Cuéllar más condena es su elemento modernizador, la subversión cotidiana de las tradiciones que se van implantando, los propios de una nación más unida y más dividida de lo que se acepta.
            Volviendo al tema de los actores femeninos, de manera congruente con la ideología de la época, se encuentran sujetos a un sistema social patriarcal que subordina a la mujer a la autoridad paterna y después a la de su marido.
            El estado más sublime de la mujer es la maternidad, y la principal función de la madre es educar a sus hijos. Para poder hacerlo, a su vez debe recibir una educación adecuada: “Los republicanos se preocuparon de la formación de las niñas en razón a la influencia que tenían en la educación de los futuros ciudadanos; lo que tenía que ver principalmente con la formación moral y el comportamiento que se esperaba de las mujeres civilizadas”.
            Es por ello que en Ensalada de pollos se hace hincapié en la función de la madre como educadora, y no cumplir con dicha función es la causa de que se considere a doña Lola como la causante de todas las desgracias de la familia.
El padre es quien en el seno de su familia representa a la sociedad; la madre no representa sino el orden interior de la casa. El uno trae a ella las inquietudes de la plaza pública, la otra prepara los placeres diarios del hogar doméstico. El padre dirige los negocios y gana el pan del día; la madre educa el corazón de los niños en el amor de Dios y de los hombres. Así todas las funciones de padre, sea magistrado, militar, artista, comerciante, hacendado, son exteriores y públicas, y todas las de su compañera, sea reina, sea criada, son interiores o privadas, la naturaleza lo ha dispuesto así para la felicidad del padre y para la moralidad de los hijos.
El padre queda excusado de participar en dicha labor, dado que su función se establece como el vínculo de la familia con el exterior (la sociedad) y se limita a cumplir con el tradicional rol de proveedor. Por supuesto, el hecho de que el padre no cumpliera con su parte del acuerdo, no exculpa a la madre por no cumplir con la suya.
… es que en el estado actual de costumbres, y con muy raras excepciones, es poco menos que imposible que el padre pueda contribuir a ella. ¿De dónde sacará el tiempo para poderse dedicar a la vigilancia que requiere la educación de  sus hijos? ¿No tiene deberes que cumplir, no corre a su cargo el sustento de la familia? ¿No es abogado, juez, comerciante, obrero, artista, labrador, y más que todo eso no es ciudadano? ¿Cómo pues, en medio de tal baraúnda de negocios, y de las ambiciones de la fortuna, tuviera el tiempo suficiente para dar cada día a sus hijos las instrucciones competentes, y a cada instante el ejemplo único capaz de guiarlos a la virtud?
Así, al carecer doña Lola de la capacidad para dar una buena educación a sus hijos, sobre todo a su hija, no cumple con su función intrínseca. Por su parte don Jacobo, a pesar de haber conseguido su propósito de ascenso social y económico por medios que no son considerados lícitos por la instancia narrativa, al regresar recupera su posición de autoridad en la familia, al fin y al cabo es “el coronel Baca”.
            Concha, por su parte, aunque es víctima de las circunstancias, no tiene una vía de escape que la regrese al camino que la instancia narrativa considera correcto. La única, la del “trabajo honrado”, le está vedada por el sistema social y económico de la época. Es por eso que la instancia narrativa aboga por una opción.
La parte menesterosa de nuestra sociedad, está pidiendo a la moral pública un socorro en su desmoronamiento.
Tiempo es ya de decirles a esos barbados, musculosos y sanos vendedores de encajes y de chucherías, de listones y de terciopelos, de baratijas y de cigarritos: “Salid de vuestros armazones a emplear vuestras fuerzas, vuestra juventud y vuestra inteligencia en trabajos dignos del vigor varonil y de la misión del hombre y dejad vuestros mostradores para que sirvan de parapeto a la virtud de la mujer”
Para el caso de Historia de Chucho el Ninfo, lo más significativo es la disyuntiva en que se encuentra Merced al tener que decidir entre seguir los códigos de conducta impuestos por su familia de origen o adoptar los de su marido.
            Lo anterior implica una disyuntiva entre lo civil y lo eclesiástico, entre sus deberes como católica y lo estipulado en las leyes de la época.
            Valentina Torres Septién recupera un texto difundido en la época, el Catecismo de los párrocos, en el cual se establecen los deberes de la mujer en el caso de que su marido esté alejado de la iglesia:
Las mugeres estén sujetas a sus maridos, para que si algunos no creen la palabra, sean si a ella ganados por el buen porte de las mugeres considerando en temor vuestra casta conversación; cuya compostura sea, no esterior  con cabellos rizados, aderezos de oro o de vestidos ricos, sino del adorno interior del alma con la pureza… De un espíritu pacífico y modesto que es el preciso en el acatamiento de Dios; pues de este modo se aderezaban antiguamente las santas mugeres, que esperaban en Dios sujetas a sus maridos.
            Por su parte, el artículo 15 de la Ley del Matrimonio Civil, dictada en 1859, establece que: “la mujer […] dará al marido obediencia, agrado, asistencia, consuelo y consejo, tratándolo siempre con la veneración que se debe a la persona que nos apoya y defiende […]”.
            Por supuesto, conseguirse un amante no es la solución convencional en ninguno de los dos contextos. Sin embargo, en los tres textos estudiados, es la única infidelidad que no llega a consumarse en el plano físico ni en el afectivo. Tal vez esto se debe a que, a diferencia de los actores masculinos de los otros textos, Carlos es sumamente honorable, al grado de  no merecer una traición, según los parámetros de la instancia narrativa.
            Las jamonas, por su parte, se emancipan de la autoridad masculina y se declaran dueñas de su propia vida. Funciona en el caso de Chona, en el caso de Amalia la lleva al suicidio.
            La causa es evidente. Amalia es tratada desde el inicio por la instancia narrativa como una especie de “mercancía dañada” gracias a los conceptos deterministas de la época, de los cuales hace gala en la cita 18 de este texto. Además reúne los agravantes de vivir en unión libre con Sánchez y huir con su amante.
            Por su parte, Chona es una “mujer decente”, permanece al lado de su marido y es fiel a sus propias convicciones. Al fin y al cabo “mientras una mujer asista a la iglesia asiduamente, patrocine alguna institución de caridad y no cause escándalo en su conducta exterior, bien puede hacer lo que le venga en gana”.
Bibliografía
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GRUPO DE ENTREVERNES (1984) Análisis semiótico de los textos. Madrid: Cristiandad.
MONSIVÁIS, Carlos (1997) “Las costumbres avanzan entre regaños”, en Margo Glantz (coord.) Del fistol a la linterna. Homenaje a José Tomás de Cuéllar y Manuel Payno en el centenario de su muerte. Mèxico: UNAM, Al siglo XIX de ida y regreso.
TORRES SEPTIÉN, Valentina (2004) “La educación informal de la mujer católica en el siglo XIX”, en en María Adelina Arredondo López (coord.) Obedecer, resistir y servir. La educación de las mujeres en la historia de México. México: Miguel Ángel Porrúa/UPN.


 A. J. Greimas, Semántica estructural. Investigación metodológica, Madrid, Gredos,1982; Semiótica  (2 t.), Madrid, Gredos, 1991; Semiótica de las pasiones, México, Siglo XXI, 1994.

Grupo de Entrevernes, Análisis semiótico de los textos, Madrid, Cristiandad, 1984.

Para identificar cada apartado  se utilizan citas breves del texto respectivo. En este caso, José Tomás de Cuéllar, Ensalada de pollos y “Baile y cochino…” (10ª ed.), México, Porrúa, Colección de Escritores Mexicanos, núm. 39, p. 59.

Ibid., p. 6.

Ibid., p. 34.

Ibid., p. 65.

En la segunda parte de Historia de Chucho el Ninfo aparece de nuevo Concha, como la amante de un hombre casado, conservador y adinerado. Se da a entender que doña Lola y su compadre se dedican a extorsionar a sus sucesivos protectores.

Ibid., p. 179.

Ibid., p. 14.

Ibid., pp. 58-59.

Ibid., p. 105.

Ibid., p. 71.

José Tomás de Cuéllar, Historia de Chucho el Ninfo y La Noche Buena, México, Porrúa, Colección de Escritores Mexicanos, 1975, p. 32.

Ibid., p. 32.

José Tomás de Cuéllar, Las jamonas (1ª reimp.), México, CONACULTA, Lecturas Mexicanas, p. 28.

Ibid., p. 148.

Ibid., p. 28.

Ibid., p. 196.

Ibid., p. 58.

Cuéllar, Las jamonas, p. 165.

Carlos Monsiváis, “Las costumbres avanzan entre regaños”, en Margo Glantz (Coord.), Del fistol a la linterna. Homenaje a José Tomás de Cuéllar y Manuel Payno en el centenario de su muerte, México, UNAM, Al siglo XIX de ida y regreso, p.20.

María Adelina Arredondo López, “Un atisbo a la escuela de niñas al comienzo del siglo XIX”, en María Adelina Arredondo López (coord.) Obedecer, resistir y servir. La educación de las mujeres en la historia de México, México, Miguel Ángel Porrúa- UPN, 2004, p. 115.

L. Aimé Martín, Educación de las madres de familia o de la civilización del linage humano, Barcelona, Imprenta de Joaquín Verdaguer, 1870, citado por Valentina Torres Septién, “La educación informal de la mujer católica en el siglo XIX”, en María Adelina Arredondo López (coord.) Obedecer, resistir y servir. La educación de las mujeres en la historia de México, México, Miguel Ángel Porrúa- UPN, 2004, p. 128.

Ibid., p. 129.

Cuéllar, Ensalada de pollos, p. 214.

Torres Septién, op. cit., p. 117.

Madame Calderón de la Barca, La vida en México. Durante una residencia de dos años en el país, México, Porrúa, 1959, vol. I, p. 239.


Sincronia Fall 2011