Jung-Euy Hong
Universidad Nacional de Seúl
I.
Introducción
Virginia Woolf se impuso la tarea de localizar dentro de la historia literaria y en
la tradición masculina a las precursoras de la escritura femenina, en busca de un lugar
propio para las mujeres entre los textos canonizados. Su esfuerzo derivó
en un clásico de la cri´tica literaria desde el punto de vista del feminismo: Una habitación propia (1929).[1]
La autora y crítica británica comentaba que la posición femenina se había visto
devaluada en la distribución de la riqueza: Para escribir se necesita dinero y una
habitación propia, afirmó en su famosa obra. La escasez de base material condenó
a las mujeres al silencio turbado, a la falta de una tradicio´n formal que
figurari´a como un obstáculo a superar en el presente.
Aunque ha pasado casi un siglo desde de la protesta de Woolf, el sistema
cultural pareciera seguir siendo el mismo. En los años ochenta, Celia Correas de Zapata
nos revela un detalle significativo a este propósito:
En
una conferencia que dio José Agustín en la Universidad de Califonia, San Diego,
mencionó cientos de nombres de autores en la historia de la literatura mexicana. Cuando
se le preguntó si no había una sola escritora que valiera la pena mencionar, José
Agustín se quedó pensativo. Y el escritor mexicano le respondió lisa y llanamente:
No, por costumbre. (Correas de Zapata 1985, 602).
La declaracio´n que hiciera el reconocido escritor y dramaturgo mexicano fue
amarga pero realista. Como dijo Agustín en su comentario, esa costumbre no se
había instituido en la sociedad ni el campo literario. A pesar de dicha afirmación, no
podemos olvidar nombres de escritoras mexicanas que han marcado significativamente el
proceso narrativo del México contemporáneo, además de haber alcanzado prestigio
internacional, autoras como Rosario Castellanos, Elena Poniatowska y Elena Garro que
escaparon de la marginalidad a la que estaban destinadas como una condena a los nombres
femeninos.
Para recordar: en el momento literario conocido como el Boom, no vemos a ninguna
mujer. Sin embargo, la novela de Garro, Los
recuerdos del porvenir[2]
(que se ha convertido en un canon) bien podría haber figurado en dicho momento. Elena
Poniatowska consigna las palabras de Carlos Monsiváis a este respecto:
Según
Octavio Paz, Los recuerdos del porvenir es una
de las mejores novelas del siglo XX mexicano. Carlos Monsiváis lo corrobora al decir que
en esa novela ya están presentes la perspicacia, la inteligencia, el instinto
poético, la destreza narrativa, la capacidad de crear personajes que en alguna medida son
al mismo tiempo metáforas de un paisaje onírico. Si en relación verdadera con el
realismo mágico atenida a su creencia fervorosa en la poesía, Elena Garro describe esa
provincia mexicana. (Poniatowska 2000, 102)
De igual forma, en su análisis panorámico de la novela hispanoamericana del siglo
XX, John Brushwood afirmó citando a esta obra, ganadora del premio Xavier Villaurrutia en
1963:
Although
the narrator-town is sometimes disconcerting, it does enhance the feeling of legend-one of
the novels best effects. Garros ability to challenge the readers
imagination is the important factor. [...] There
are things in this novel that are like the works of Gabriel García Márquez: the history
and personality of the town, the fantastic happenings though they seem less normarl than
García Márquez´s novels, and the unusual people. (Brushwood
1975, 259-260)
En la narrativa de Elena Garro, la costumbre mencionada por José Agustín sigue
estando presente; una opresión interminable, un misterio infinito.[3]
En Los recuerdos del porvenir (1963), la
historia ocurrida en Ixtepec aparece narrada mediante la voz del yo que declara al inicio
de la novela: Yo sólo soy memoria y la memoria que de mí se tenga (9). El
poder opresivo y la violencia ahogan a todos los que viven en Ixtepec. Don Joaquín que
no quiso ver las ventanas cerradas de su casa cuando caminaba al camposanto al
encuentro de la muerte a manos de la gente del general Francisco Rosas, murmuraba:
allí viví (284). En la novela, los recuerdos que se tenían de la suerte
triste y del infierno se transforman en la voz de un personaje representativo de todo
Ixtepec, aunque a lo largo de la narración se bifurca en varias voces. Así, la tragedia
recorre el tiempo y el espacio.
El ejercicio de la escritura de Garro que teje el argumento coincide, en muchos
momentos, más con la dramaturgia que con la narrativa.[4]
En correspondencia con la tragedia griega (como origen de la dramaturgia) en donde se
utiliza el contrapunto entre los personajes y el coro, o con el narrador, el
acompañamiento de las voces en la novela de Elena Garro compone una tragedia cíclica.
Por ello, el objetivo del presente artículo es revisar el modo trágico[5]
en Los recuerdos del porvenir, como una
trayectoria de voces. Primero, exploraremos el uso de una voz que funciona como narrador
y, luego, las voces que convergen en la tragedia a la manera de un coro. Finalmente,
indagaremos el sentido de la narrativa tra´gica que está sombreada por el rechazo
fatal y el ambiente misterioso del destino de Elena Garro.
II.
Una voz de todos: el narrador y la memoria de un pueblo
El problema del narrador en la novela de Elena Garro es un tema que ha interesado a
la crítica, dado que se trata de un narrador excepcional. Un narrador semi-personalizado
que se autodenomina yo (9), la voz de Ixtepec que abre la primera página. A
lo largo de la narración, ocurre el cambio de la primera persona singular al plural con
frecuencia. Apunta Winkler que dicho cambio resulta al crear un espacio novelístico donde
falta un narrador omnisciente (Cf. Winkler 2001). De manera simultánea, oscilamos
nosotros, los lectores, frente a la voz insólita. ¿Se trata de un narrador o de un
personaje? En busca de la respuesta, revisaremos al principio del relato:
Aquí
estoy, sentado sobre esta piedra aparente. Sólo mi memoria sabe lo que encierra. La veo y
me recuerdo, y como el agua va al agua, así yo, melancólico, vengo a encontrarme en su
imagen cubierta por el polvo, rodeada por las hierbas, encerrada en sí misma y condenada
a la memoria y a su variado espejo. La veo, me veo y me transfiguro en multitud de colores
y de tiempos. Estoy y estuve en muchos ojos. Yo sólo soy memoria y la memoria que de mí
se tenga. (9)
Esta forma de aparición del narrador nos hace recordar la tragedia griega que,
según Aristóteles en su Poética, comienza con
un prólogo seguido por el párodo. Aquél prepara la intriga trágica y luego
aparece el coro que canta lo anterior a la manera simbólica en que se constituye el párodo.[6]
Bernhard
Zimmermann, en su introducción al teatro griego resume:
Aristotle
defined the prologue as the part of a tragedy preceding the entrance of the
chorus, the episode as the part of a tragedy between choral songs, and
the exodos as the part of a tragedy following the last choral song. The
prologue is, of course, missing in those plays that open with a parodos. (Zimmermann
1993, 15)
En
la sociedad griega, las tragedias sobre héroes y dioses sujetos a los eternos conflictos
y al enfrentamiento irremediable del Destino eran un espectáculo ritual. La denominación
de Theatrón, teatro en griego, significa
mirar, contemplar.[7]
Y en el inicio de la novela antes citado, el narrador dice lo mismo en otras palabras:
veo, miro, soy espectador. Virginia Careaga señala: Garro crea toda una galería de
personajes que como el coro en las tragedias griegas comentan y viven los hechos en los
cuales, aunque no participan, recuerdan. (Careaga 2000). También Guillermo
Schmidhuber, dramaturgo y crítico de
teatro, refiere lo siguiente:
Garro
y el teatro clásico. ¿Tendrá algo de clásico el teatro de la Garro? Esta dramaturga ha
estudiado la posibilidad de incorporar en sus obras al coro griego y, además,
conceptualiza la tragedia y el dolor humano de la misma manera como los griegos los
comprendían. (Schmidhuber 2003, 132)
Comprendemos la presencia del narrador como el motivo que introduce la versión
garroísta de la tradición trágica. Así, empieza el ejercicio de la escritura y para
finalizarlo envuelve la historia como una esfera. En la novela, el prólogo se convierte en éxodo. En la tragedia griega, el éxodo es la parte que sigue a la última canción
del coro (al estásimo) en donde se avizora el
fin del drama, en correspondencia con el prólogo.
Al final de la novela, la autora utiliza dicha estructura:
Gregoria
se acercó a la piedra maldita y se dirigió a Dios pidiéndole misericordia. Toda la
noche la pasó Gregoria empujando a la piedra cuesta arriba [...] hasta acá la subió
como testimonio de que el hombre ama sus pecados. Después bajó a Ixtepec a contar lo
sucedido. (294)
El relato ha terminado pero la historia inicia de nuevo. La piedra comienza a
narrar la historia que antes acabamos de leer, de oír. Una historia que se repetirá
incesantemente por su estructura circular:
Soy
Isabel Moncada, nacida de Martín Moncada y de Ana Cuétara de Moncada, en el pueblo de
Ixtepec el primero de diciembre de 1907. En piedra me convertí el cinco de octubre de
1927 delante de los ojos espantados de Gregoria Juárez. [...] Aquí estaré con mi amor a
solas como recuerdo del porvenir por los siglos de los siglos. (295, las
comillas son del texto, en ésta y en las subsiguientes citas de la novela.)
Este efecto del narrador concebido como el héroe de la tragedia griega que
reconoce su error y es castigado con la muerte por los Dioses en el éxodo (donde aparece la enseñanza moral) le
imprime un carácter especial a la narración. El relato no podía terminar de otra
manera. Ha empezado con la memoria ixtepequeña y contemplado el conflicto de los pecados
en un pueblo condenado a la tragedia: Hay
días como hoy en los que recordarme me da pena. Quisiera no tener memoria o convertirme
en el piadoso polvo para escapar a la condena de mirarme.
(9). Por eso, la voz asume la tarea de sublimar el pasado al futuro y viceversa. Aunque no
ha liberado a nadie de la desgracia físicamente, en el nivel de la enseñanza moral, la
historia contada queda inscrita en la posibilidad de una exaltación artística.
Gutiérrez de Velasco afirma:
La
historia se narra desde la perspectiva de una voz neutra, que es la voz del pueblo, la
memoria colectiva del pueblo de Ixtepec, que recupera las figuras de los jóvenes Moncada,
de Isabel en particular, del general Francisco Rosas y su amante Julia. (Gutiérrez
de Velasco 1998, 7).
La
voz del narrador, al dejar de ser omnisciente, repite la búsqueda de una salida a la
manera del ritual. Lo anterior refuerza la función de la tragedia, y el Destino continúa
pesando a través de la voz de Ixtepec, de la pluma de Elena Garro, transformándose en
una novela.
III.
Las voces de Ixtepec: el coro
Para un escritor, inventar un espacio literario equivale a crear un universo propio
cerrado con el sello de su imaginación. Comala de Juan Rulfo y Macondo de Gabriel García
Márquez nos hacen tangible el concepto. La crítica ha reconocido siempre que el Ixtepec
de Elena Garro es equiparable a Comala y a Macondo. Poniatowska la llama La Juan
Rulfo femenina, y agrega:
Con
razón pudo escribir obras ligadas al campo y a la vida rural, cuentos y piezas de teatro
de gran envergadura, notables por su autenticidad. Al igual que Juan Rulfo, Elena Garro
sabía reconocer la voz de la tierra. (Poniatowska 2000, 109)
El pueblo situado en el sur de México podría ser la recreación literaria de
Iguala en Guerrero, en donde pasó su infancia jugando a Las estatuas de marfil[8]
con sus hermanas y primos. Tenemos también la dedicatoria dirigida a su padre, José
Antonio Garro. Los recuerdos propios de Elena Garro sobre su niñez convergen en la novela
imprimiéndole un efecto trágico:
Nos
dice Garro que cuando el presidente Plutarco Elías Calles visitó el pueblo de Iguala la
mayoría de los habitantes cerraron sus casas. Ella y su hermana Deva corrían detrás del
carro presidencial gritando ¡Viva Cristo Rey! Recuérdese que ése era el grito
revolucionarios de los cristeros. La novela Los
recuerdos del porvenir está basada en la Guerra Cristera presentada con toda su
crueldad. (Umanzor 1996, 20)
La imagen de las casas cerradas expresa un silencio absoluto que conlleva un
rechazo más fuerte que el que podría haberse dicho en voz alta. ¿Qué hubiera sucedido
si las voces del pueblo desde cada ventana se alzaran como el grito de Elenita y Deva? En
el espacio ficticio, Ixtepec visualiza el silencio identificado con el miedo y el rechazo
del poder tiránico:
El
miedo flotaba entre la música dejando quietas las ramas de los árboles y a los
invitados. Los balcones silenciosos nos anunciaban la catástrofe sucedida en Ixtepec.
(208)
Por otra parte, la imagen del coro se hace patente de manera más clara como cuando
Julia asiste a la iglesia. En esa ocasión, todos se miran levantando un coro mudo
de reproches (75). Más allá del silencio, existe el sonido interior como en la
cita anterior. Pero además de la voz de la memoria ixtepequeña, hay otras. El texto
afirma que Julia las ignoraba: Julia salió del atrio sin oír los comentarios
hostiles. Solitaria, perdida en Ixtepec, ignoraba mis voces, mis calles, mis árboles, mis
gentes. (76). Son las voces del pueblo que repiten algunas frases a coro. En la
primera parte de la novela, el coro surge como un flujo del aire que lleva el secreto o la
noticia de lo ocurrido dentro del aldea. Susurran las voces al oído de los
curiosos (96). En la serie de citas que enumeramos en seguida, la presencia de las
voces como un coro se hace más patente por la frase que se repite:
1)
Aún
veo a Felipe Hurtado seguido por aquella frase como si un animal pequeño y peligroso lo
persiguiera de día y de noche. Vino por ella. (74)
2)
En
Ixtepec no había otra ella que Julia. Vino por ella, decían las hijas de don
Ramón cuando desde sus balcones veían la figura alta del forastero. (Ídem.)
3)
-Este
joven que se hace llamar Felipe Hurtado vino por ella -aseguró el viejo. (75)
4)
Él
parecía ignorar la frase que iba de boca en boca y salía tranquilamente a campo abierto
(Ídem.)
5)
Los
transeúntes se miraban maliciosos repitiéndose con gestos: Vino por ella.
(Ídem.)
A este ejemplo, podemos sumar otros casos en los que la voz de pueblo se manifiesta
abiertamente:
1)
La
gente que veía pasar al general sonreía maliciosamente. ¿Qué andará buscando
Rosas? (79)
2)
La
voz que anuncia lo secreto corrió de boca en boca y acusó a Rodolfo Goríbar del
asesinato de Ignacio y sus amigos. Tal vez los actos quedan escritos en el aire y ahí los
leemos con unos ojos que no nos conocemos. (87)
3)
si
Julia vuelve a pelearse con el general pobres de nosotros (90)
4)
Va
a pasar algo, corría de boca en boca. ¡Sí, hace demasiado calor, era
la respuesta. (98)
5)
-¡Va
a pasar algo!- repitió el grupo de amigos reunido en la casa de doña Matilde. (100)
6)
Por
el aire fresco de la mañana corrió la voz: Anoche el general mató al capitán
Álvarez. (113)
7)
No
podía acabar bien, repetía Ixtepec a coro. (137)
8)
¡Ahí
va! ¡Ahí va!, corrió de balcón en balcón. (138)
En los orígenes de la tragedia griega, el coro era el elemento de mayor
importancia, afirma Romilly y agrega: Bien des titres, dailleurs, rendent
témoignage de cette importance [...] il nest pas rare que lon désigne une
tragédie par lindication des roles confiés aux choeurs. Les Perses, les Suppliantes,
les Choéphores, les Euménides, sont dans ce cas (Romilly 1970,
27). Por su
parte, Easterling señala: One of the major functions of the chorus, though, is to
act as a group of built-in witnesses, giving collective and usually normative
responses to the events of the play. (Easterling
1997, 163). De igual manera, las voces de Ixtepec participan en la composición del
ambiente culminante donde se desarrolla el furor de Rosas por la presencia de los otros
alrededor de Julia, y finaliza con un escape a destiempo.
Zimmermann
afirma que el
En la segunda parte de la novela, también aparecen las voces a coro. En este caso,
asumiendo el papel de noticiario entre la población:
Por
la mañana dos noticias rodaron de boca en boca: Rosas tiene miedo de Abacuc y
¿No saben? Anoche mataron a don Roque, y ahora andan buscando su cuerpo que se
perdió. (170)
Por
la noche Ixtepec hervía de rumores; los decires llegaron a los pueblos vecinos acuñados
en una frase: Hay sublevación en Ixtepec, y los arrieros no bajaron el
sábado. (248-249)
Esta vez, sin embargo, adquieren una significación distinta. El grito
revolucionario de los cristeros, ¡Viva Cristo Rey!, se convierte en un coro paralelo:
Los
ojos de Ixtepec se fijaron en Nicolás y sus frases y sus gestos atravesaron milagrosos
las paredes del curato y llegaron a la plaza para correr de boca en boca [...] -¡Viva
Nicolás Moncada! -gritaban mis calles y mis tejados. El grito se multiplicaba ahora, como
antes se multiplicaba ¡Viva Cristo Rey!, y llegaba hasta la sala del jurado.
(264)
Gracias a las voces, la gente intenta juntar la fuerza necesaria para conmover a
Isabel para que, a su vez, convenciera al general. Voces que intentarían quebrar el
silencio de las ventanas cerradas del Hotel Jardín:
La
gente lo vio irse y se pasó la noticia de boca en boca, de calle en calle.
-¡Ya salió Rosas al cementerio! -gritaron delante
de los balcones de Isabel. La joven no oyó los gritos que venían de la calle. [...]
Las voces callejeras entraron amotinadas en las
habitaciones de las otras queridas. Atonia, expulsada por los gritos, se precipitó al
corredor. (280-281)
Ixtepec no quiso mantenerse inmóvil (petrificarse) en un papel pasivo, las voces
se despertaron a coro de nuevo. La estrategia funciona, llega a su objetivo pero algo más
ocurre, el milagro de la sangre unida en un mismo destino:
Isabel
se acercó a él y se inclinó sobre su oído.
-Quiero
a Nicolás- ordenó en voz muy baja.
Francisco
Rosas levantó los ojos y miró su cara de muchacho.
-Quiero
a Nicolás- repitió la cara de Isabel cada vez más parecida a la cara de su hermano.
(271)
La protagonista protesta ante el general Rosas e intercede a su manera. Pero los
Moncada no podían huir, ya que una desdicha encadenaba a otra desdicha (291).
No hubo salvación maravillosa porque Nicolás Moncada ya había aceptado su Destino:
-¿No falta nadie, verdad? -dijo para darse valor
antes de ordenar el entierro de las víctimas.
-¡Falto yo! -le gritaron desde un caminillo del
cementerio.
Francisco Rosas se volvió contrariado: había
reconocido la voz. Nicolás Moncada, muy pálido, avanzaba hacia él en línea recta.
[...] No aceptó mi perdón... Palideció y se golpeó los muslos con la palma
de las manos. (288)
Al
igual que en la tragedia griega, el crimen que se le imputa, la rebelión contra una
poderosa autoridad, es el mismo que pesa, en realidad, sobre los miembros del coro; esto
es, sobre la comunidad fraterna, en este caso el pueblo, Ixtepec. Así, queda promovido el
héroe en redentor del coro. Se entiende, entonces, que la fuente donde brotaba la sangre
de los inocentes no cesaba porque allí los malos debían lavarse,
IV. La realidad trágica: El teatro es la
ilusión
El fuereño Felipe Hurtado insistía en estrenar una obra de teatro en Ixtepec. Al
principio, la gente pensó que el teatro que daba Julia era bastante. Por lo pronto, se
repetían: ¡La ilusión!, significando con ello que eso era el teatro y que
era lo que le faltaba al pueblo. Durante la lectura de la obra, las palabras fluían
mágicas y milagrosas como la lluvia (106). Esta escena contrasta con la que le
sigue, en donde los militares dentro de la cantina se mantenían indiferentes a cualquier
circunstancia. Por ello, podríamos decir que la voz del teatro mágico (118)
producía otra dimensión de la crueldad de la realidad. Sin embargo, en la estructura del
discurso aparece siempre el fantasma de la interrupción inesperada, la frase:
¡Mírame Julia!, se transforma en boca de Isabel para anunciar su trágico
futuro: ¡Mírame antes de quedar convertida en piedra!... (119).
El ensayo se prefigura como una experiencia propia de la gente que se reconoce a
sí misma y la posibilidad más allá de ser espectadores de la catástrofe ixtepequeña
en relación con los forasteros, Francisco Rosas y Julia. Aunque el teatro pudiera ser una
forma de expresión, Garro descubre la soledad verdadera, la realidad que la ahogaba a
ella, de manera individual y colectiva.
La escritora desea crear un tiempo y un espacio extendidos en otra dimensión.
Guillermo Schmidhuber apunta que el teatro de Elena Garro parte del rito protohelénico
(Schmidhuber 2003, 135). La narración de Los
recuerdos del porvenir no se diferencia de dicho nivel. La obra recoge la memoria de
la tragedia para descifrar el misterio fatal de la vida, pero su intento termina en el
fracaso cíclico con un sacrificio. Como la misma Garro y la sociedad mexicana detenidas o
atrapadas por la costumbre mencionada por José Agustín al inicio del ensayo, nos
acercamos a la realidad que rodea el mundo en la medida de la ilusión, al mismo tiempo
que nos aislamos en la realidad trágica. Por todo ello, el modo trágico en Los recuerdos del porvenir que reflejan las voces,
converge en la reflexión de la tragedia y de la vida condenada a la fatalidad.
Obras
citadas
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Pilar. 2003. V. W. Las Palabras 1882-1941, Suicidas en Literaturas.com,
vol. 10, URL: http://www.literaturas.com/v010/sec0309/suplemento/woolf.htm
[con acceso el 26 de enero 2007].
Brushwood,
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P. E. 1997. Form and performance, The
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trad. Thomas Marier. Johns Hopkins, London, [1ª. ed. alemana, 1986].
[1]
Una
habitación propia (1929)
fue elaborado a partir de dos conferencias pronunciadas en Cambridge, en octubre de 1928,
sobre el tema: Las mujeres y la narrativa. (Adón 2003).
[2]
Elena Garro. 1963. Los recuerdos
[3]
No son pocos los críticos que reconocen la marca que se le ha impuesto a Elena Garro. Un
ejemplo de ello es lo que señala Luzelena Gutiérrez de Velasco: Podemos
afirmar que el valor de la obra de Elena Garro es incontrovertible. Su fama como escritora
se mantiene enhiesta. Pero está ahí la otra fama, la que socava: su índole de mujer.
Esa fama que hace de Elena Garro uno de los casos más espinosos de la literatura
mexicana; o en las palabras de Martha Robles: la más controvertida de las
escritoras mexicanas contemporáneas. Después de 1968 y a raíz de su
participación en el movimiento estudiantil, la persona y la obra de Elena Garro se
volvieron un tema tabú. (Gutiérrez
de Velasco 1998, 6)
[4]
A los diecisiete años, Elena Garro ya era coreógrafa del Teatro de la Universidad y
asistió a la Universidad Autónoma de México donde estudió en la Facultad de Filosofía
y Letras. Al revisar la bibliografía de las obras de la autora cronológicamente, nos
encontramos con obras de teatro, como Un hogar y
otras piezas en un acto (1958) o La señora en
su balcón (1960), antes de su primera novela publicada, Los recuerdos del porvenir (1963). Véase Stoll
1990, 199-209.
[5]
En el presente artículo, entenderemos el adjetivo trágico como un conjunto de las
distintas gradaciones del sentido. Consideramos este término literario como el de la
tragedia. También lo pensamos desde lo cotidiano que expresa un sentimiento desgraciado y
fatal.
[6]
Aristóteles
en su Poética señala que las partes de la tragedia se dividen en prólogo,
episodio, éxodo, y la parte del coro que se divide a
la vez en párodo
y estásimo.
Cf. Lee 1999,
161-175.
[7]
Teatro. Del
latín theatrum, y éste del griego ?eat???,
de ?eas?a?,
mirar. s.v. DRAE.
[8]
Según Umanzor, el juego sería un dato biográfico que anunciaría el motivo de la
petrificación de Isabel Moncada. Además, su tía Julieta, la bella de la familia, se
convertiría en Julia. Para investigar en detalle su infancia en Iguala, véase Umanzor
1996, 15-20.
[9]
Peter Burian señala: hamartia, generally
understood as the tragic flaw of overweening pride, and its punishment. (Burian
1997, 181).