Sincronía Spring 2009


Las fobias, Compilador Jorge Saurí. Buenos Aires, Ediciones Nueva Visión. (1986). ISBN 950-602-058-2.

 

Reseñado por Maximiliano E.  Korstanje

Universidad de Palermo, Argentina

Departamento de Ciencias Económicas


 

 

Las Fobias, libro publicado ya hace varios años, en 1984 por Jorge Saurí, es un interesante aporte al estudio distintivo de los miedos, temores y terrores. Si bien existen ciertos reparos de índole metodológico a la hora de reseñar una obra ya avanzada en años, desde nuestra perspectiva consideramos que muchas veces este prejuicio impide y olvida verdaderas obras maestras especializadas en diversos temas; no sólo evitando así el avance científico sino además sin contar con el hecho que se puedan elaborar nuevas adaptaciones y consideraciones sobre una obra específica no tenidas en cuenta hasta el momento.

 

En principio, en carácter introductorio el autor comienza su artículo titulado El conjunto miedo, temor y terror haciendo expresa la distinción entre el miedo, la amenaza y la huida. Según el autor, “la característica más llamativa del miedo es, sin lugar a dudas, su carácter intencional, lo cual dice cómo este temple remite, en todos los casos, a un ente diferente a quien vive tal talante. En este sentido tal modalidad anímica refiere siempre a algo limitado, circunscripto, concreto, identificable como un determinado objeto” (Saurí, 1984: 12).

 

La proximidad del riesgo con respecto al sujeto determina la percepción de una amenaza y la posterior reacción la cual puede ser de enfrentamiento o huída. A diferencia del miedo el cual permite articular mecanismos de huida ante determinada amenaza, el terror se opone a ellas paralizando al sujeto.  “Estas medidas de impedimento” (rituales) buscan destruir el suspenso y el peligro actuando de una manera imaginaria o simbólica cuya función es manipular la amenaza en un dato manejable y esperable; por ejemplo los amuletos de la suerte. Sin embargo, aún luego de orquestados estos mecanismos regulatorios el miedo puede resultar acechante. En otros casos, la huida puede ser sustituida por una intención imaginariamente construida sobre un potencial peligro.

 

Finalmente, si bien el miedo remite o sugiere cierta interacción de entes con una igual condición ontológica –o iguales en la imaginación-, el peligro el cual genera la aparición del temor en donde uno de los seres involucrados detenta mayor poder que la otra parte. Así, la otredad construida por el temor no es ubicable en condiciones normales sino extrañas y misteriosas. El ejemplo más claro es la relación entre Dios y los creyentes aun cuando aplica también en otras manifestaciones; en otras palabras si el miedo genera huída el temor implica una posibilidad de libertad en la creación de un lazo duradero con el otro temido fundando una normatividad específica y aplicable a tal relación (ibid: 21).

 

Ahora bien, mientras el miedo puede ser controlado por acción del imaginario (o por lo menos controlado) no exista tal oportunidad para el temor el cual cualquier medida de impedimento es nula. El proceso de normalidad fijado por el miedo delimita un campo en donde la personalización esta protegida de toda destrucción por medio de un vínculo con un “otro absoluto”, más fuerte y poderoso. Fuera de este espacio construido, se encuentra el peligro y la amenaza (ibid: 23). Es posible que la relación entre el sujeto y el “otro absoluto” quede vinculada por la acción de lo tremendo como categoría destinada a enfatizar esa desigualdad política. El punto central es que lo tremendo crea una dependencia casi absoluta entre el sujeto y el otro inmanente.

 

En esta instancia, las categorías mencionadas diferente precisamente del terror por cuanto establece una oscilación entre lo concreto y lo totalmente desconocido. En ese contexto, el peligro no es ni religado y ritualizado (como en los casos anteriores) sino queda en suspenso de toda denominación posible y específica. Si tememos a lo posible, tenemos terror de lo imposible, y así la propia incapacidad de sentir la seguridad de nombrar y representar algo. En sí, el terror trae consigo una incongruencia de tipo lógico-racional por cuanto se remite a una ordenación sólo tenida en cuenta para ser transgredida. En este caso, no existe hábito sino solamente huida, fuga y el sujeto se encuentra constantemente en retirada. Al igual que lo siniestro, el terror tiene como función la despersonalización simbólica del sujeto por parte de la no pertenencia y la destrucción del ámbito. Por lo tanto, queda destruida toda capacidad de encarar un proyecto y una relación.

 

Dice al respecto Saurí “lo siniestro, ambiguo, vacilante y arbitrario anula toda posibilidad de ser encuadrado. Pero además es imprevisible, por lo cual no cabe precaución; sobreviene, embarga la personalización y la arranca bruscamente así misma. No existe aquí la morosidad de la amenaza: no avisa, irrumpe inopinadamente como un rayo en un cielo sereno y la brusquedad garantiza el surgimiento de la injusta agresión requerida por la arbitrariedad. (ibid: 31).  

 

En el segundo artículo de la primera parte de la obra, B. Morel analiza el delirio emotivo como una patología derivada del sistema nervioso ganglionar. Entre los síntomas principales de dicha enfermedad se encuentran el terror excesivo a ciertos objetos agravados por episodios de desmayo, histeria y preocupaciones fijas de carácter triste. Si bien este tipo de neurosis parece confundirse con otras como la histeria o la hipocondría, hoy el delirio emotivo afecta a gran parte de la población sin distinción de género o clase.

 

En parte, según Morel se puede atribuir al excesivo uso del tiempo libre (ocioso) la causa principal de esta tipo de afecciones, seguidos de los excesos con el fin de evitar bajo cualquier costo el dolor. Claro que, de consultar a los mismos pacientes sobre las causas de su aflicción, ellos aducirán la pérdida de un familiar o el acontecimiento de un evento traumático; sin embargo, según el autor la importancia prestada por el paciente a estos eventos sin lugar a dudas habla a grandes rasgos sobre otras que merecen mayor atención, por ejemplo una transición brusca de una posición laboral activa a una vida ociosa, la edad crítica con abundantes privaciones, excesivas jornadas de trabajo acompañadas de excesos de tipo venéreos.

 

Aún queda mucho por saber en la investigación científica acerca del delirio emotivo, lo cierto es como afirma el autor “el término delirio emotivo no tiene pues, nada de exagerado, nada que no se relacione con el trastorno de una función orgánica cuya sede es el sistema nervioso ganglionar. No es la expresión de un estado psicólogico abstracto o ideal, o en otros términos, de un trastorno mental sin lesión orgánica concomitante, puesto que, si se admite la localización de las necesidades, de las tendencias que constituyen el elemento afectivo, es preciso asimismo admitir el factor de estas necesidades, de estas tendencias, al que se le puede dar el nombre de sentido emotivo” (ibid: 45).

 

En el tercer trabajo analizado, P. Janet revisa los conceptos de fobias de las acciones y fobias de las funciones en su trabajo sobre los pacientes psicasténicos. Según el autor las fobias pueden clasificarse según fobias de las acciones, de las situaciones y de los objetos. Las primeras están orientadas al terror que puede experimentar un sujeto en casos en los que se encuentre en juego el movimiento. El individuo, sin problemas físicos en la movilidad no se atreve a moverse ni a caminar por miedo a sentir dolor o a la misma muerte. Por el contrario, la fobia a los objetos se relaciona por el temor hacia determinados objetos debido a su filo o una supuesta peligrosidad como cuchillos, tenedores, aunque este peligro es percibido y puede asignarse a otros que mucho distan de ser peligrosos tales como las alhajas o los billetes. Por último, explica Janet la fobia de las situaciones se encuentra asociada a momentos o situaciones sociales en los cuales el sujeto comienza a experimentar terror a ser abandonado en el vacío que implica un espacio o circunstancia determinada; son ejemplos claros de estas tipologías la agorafobia, y su contralor,  la claustrofobia.

 

Asimismo, en su escrito titulado Contribuciones al Estudio de las Fobias obra que compone la misma compilación de J. Saurí, J. Mallet sugiere que las fobias y los terrores nocturnos (fobias madres de todas las restantes) aparecen en los sujetos alrededor de entre los meses octavo y vigésimo de edad. El autor se predispone las fobias infantiles, tanto los heredados como inculcados culturalmente a la vez que sus transformaciones hasta la edad adulta y la consecuente regresión libidinal. En pocas palabras, Mallet explica que en la mayoría de los casos en que el niño se encuentre protegido por su madre, no presta atención o se interesa en forma curiosa por las acciones del extraño; sólo una ínfima parte demuestra temor hacia los extraños aún en los brazos maternos. Sin embargo, cuando ello sucede y la angustia se ha instalado, el niño intenta romper todo contacto con el desconocido ya sea de forma visual o táctil. No obstante, citando los descubrimientos de Spitz, Mallet considera que no se trata de un temor propiamente dicho por cuanto que no existe todavía a esa temprana edad la posibilidad de la huida.

 

En efecto, será recién en el mes veinte cuando el niño al momento de experimentar angustia acuda a la posibilidad de un escape de la situación que genera ese sentimiento (huída ante el peligro o riesgo percibido). Lo cierto, parece ser según el autor que los temores del niño son parte de la educación cultural o fruto de la experiencia personal en su desarrollo. Los miedos a ser dañado le serán inculcados en tanto que resulte en tal condición o impuesto por el temor de sus cuidadores. Proyectivamente, el tabú del extraño en el niño lo acompañará durante toda su vida adulta; en su niñez mediante la manifestación de episodios fóbicos con respecto a animales o gigantes, en su adultez tomando como referencia otro objeto simbólico (como por ejemplo la xeno-fobia). Siguiendo el hilo argumentativo de Mallet, “toda” fobia tendría su origen en el terror nocturno acaecido al vigésimo mes de vida.

 

En la segunda parte del trabajo, dedicado a un abordaje fenomenológico del problema F. von Gebsattel analiza en detalle la psicopatología de las fobias mediante el estudio de un caso de foto-fobia en Hufeland (Koningsberg). Jullie Weber de Wehlau, padecía síntomas de hipersensibilidad a la luz la cual fue curada por un jovén médico llamado C.A Kluge a los tres años de padecer la enfermedad. En su desarrollo F. Von Gebsattel sostiene que la fobia es una clase de reacción psicasténica producto de un anacronismo evolutivo en el “llegar-a-ser” característico del individuo. Paralelamente, la angustia surge como una imposibilidad sentida para el yo que lo lleva hasta la propia aniquilación. Por tanto, se puede comprender a la angustia como la contra-cara de la propia realización. En este sentido, Gebsattel sostiene “debilidad, desvanecimiento, dominación, precipicatión, aniquilamiento, son una serie de fenómenos, los que aumentan la impotencia del Yo, y la angustia va progresivamente alcanzando un mayor grado de inmediatez, hasta que el yo es, por decirlo así, devorado por ella. A saber de la debilidad, tiene su fundamento en una inexplicable constitución psicasténica de la personalidad, o si se puede entender como consecuencia de una inhibición del llegar-a-ser, es algo sin interés para la vivencia de la angustia. Esta inhibición no se vivencia, sino en el encuentro de ser viviente y mundo le quita al ser vivo la fuerza para enfrentarse e imponerse al mundo”. (ibid: 137)   

 

Por último, en la tercera sección de la obra, O. Fenichel nos habla de la Actitud contra fóbica como mecanismos de sobre compensación ante el temor cuya manifestación de ninguna forma se limita al estadio fálico en la niñez. Por lo tanto, Fenichel define que “la actitud fóbica consiste en evitar, porque estarían ligadas a la ansiedad, ciertas situaciones o componentes de las mismas, tales como objetos, percepciones, sentimientos o sensaciones. Esta ansiedad es el síntoma de un conflicto instintivo existente. La situación temida representa, generalmente, la tentación de un instinto cuya actividad inconscientemente es considerada como peligrosa. A veces corresponde simplemente a una supuesta confirmación de un castigo que inconscientemente se espera. También puede representar simultáneamente a la tentación y a la amenaza del castigo” (ibid: 142).

 

En efecto, se sabe que el origen de la ansiedad se basa, en primera instancia, en el juicio del yo cuya meta se orienta a producir actitudes de repliegue frente al peligro. La situación traumática reproduce una reprobación de los instintos por el cual el yo ha aprendido a eludir esas circunstancias. Sin embargo, en el caso del carácter contra-fóbico estas situaciones son anheladas y buscadas en lugar de ser evitadas. La ansiedad es producto del reto del super-yo ante una necesidad específica, por lo tanto no es toda la estructura de la personalidad quien teme a la fobia sino el instinto inconsciente.

 

Normalmente, Fenichel sugiere que los estadios de ansiedad se superan por medio de una “conquista real” y la descarga de un estado de contención previa a la privación del medio. Al controlar su movilidad, el niño puede prolongar el lapso de tiempo entre estímulo y reacción generando el desplazamiento (principio de anticatexia). Este requisito, sugiere la posibilidad de anticiparse al futuro por medio de la imaginación justificando la noción de peligro; en otras palabras, una situación aún no traumatizable puede llegar a serlo en la imaginación del niño. La gratificación no tarda en llegar cuando el sujeto descubre que puede atravesar ese temor ileso, y hace que la descarga evolucione en un estadio diferente dando lugar al placer funcional; éste último se entiende como gasto de energía que induce a una persona insegura a poder dominar la situación de excitación con arreglo a la superación de una situación dada (condensación erógena).

 

Por lo tanto, la actitud contra-fóbica debe comprenderse como una interminable lucha de superación retardada de una ansiedad infantil aún no concluida. Y no podrá, entonces, superarse hasta tanto la actividad contra la que se halla dirigida contenga una significación sexual oculta. Para que éste placer pueda llevarse a cabo deben existir algunas condiciones previas tales como confianza o una experiencia positiva. Básicamente, el niño teme que del exterior lo asalte por sorpresa una gran cantidad de excitación, por lo tanto por medio de rituales específicos (como los juegos) crea una tensión interna que él pueda tolerar. Al manejar la intensidad de esta tensión, se hace más vulnerable ante situaciones repentinas que no puede manejar. El temer para superar ese temor, les genera placer y vuelven a repetir el ciclo una y otra vez. En este sentido, se deposita la confianza (que no se tiene) en una extraño sobre-protector el cual en forma mágica lo redime de su culpa. En otros casos, el mismo fenómeno se observa en pacientes que han sufrido durante su desarrollo actos sádicos por los cuales procesan una libidinización del temor a ser castigados. En consecuencia, Fenichel concluye “en las contrafobias, como en general en el caso de las anticatexias del tipo de las formaciones de reacción, ocurren escapes. Detrás de los intentos de represión o negación de la ansiedad, la actitud sobrecargada de tensión, la fatiga general y los actos o sueños sintomáticos delatan el hecho de que la ansiedad es aún activa” (ibid: 151). En definitiva, el deseo de omnipotencia obedece a esta inminente necesidad de compensar la frustración y propia inseguridad con un triunfo rutilante; esta tendencia puede observarse comúnmente en deportistas, intelectuales, políticos y empresarios en un mismo nivel. El deseo por el desafío, o mejor dicho por el temor al fracaso, puede ser compensado con ideas perversas de castración a los otros (dominación y humillación).

 

Dice entonces el autor “no hay duda de que existen gratificaciones eróticas y agresivas en el deporte, así como también están presentes en todos los demás placeres funcionales de los adultos. Ciertamente que no todos los que practican deporte sufren un temor inconsciente e insoluble de castración; ni se sigue que el deporte particular por el que alguien demuestra una preferencia haya sido temido primeramente. Pero en general, es cierto que la alegría esencial del deporte radica en el hecho de que en el juego se exteriorizan ciertas tensiones que anteriormente se temían y cuya superación puede así disfrutárselas sin temérselas” (ibid: 152). Finalmente, Fenichel propone superar estas situaciones conflictivas por medio del análisis y la revisión psicoanalítica.

 

Hasta aquí hemos intentado resumir, revisar y resaltar los puntos más interesantes (muchos de otros que no hemos podido incluir) de la obra compilada por Jorge Saurí titulada Las Fobias. En parte, el hilo conductor de todos los artículos reseñados lleva a suponer que las fobias son una manifestación originada por conflicto o no, en la vida temprana del sujeto, ya sea en la cadena de socialización primaria, estado de desarrollo fálico o en los primeros pasos de la construcción con el apego materno. El origen de todos nuestros temores, se vinculan (evitando ciertas circunstancias biológicas) al apego primario como lo supuso Bowlby. En este sentido, tanto el psicoanálisis como la escuela experimental del apego tienen mucho para contribuir en el estudio psico-social de la fobia. En resumidas cuentas, la gran valía de contenido empírico y teorético en el estudio del fenómeno es altamente recomendable a profesionales, investigadores y todos aquellos quienes quieran adentrarse en el fascinante mundo de las fobias. 


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