Reseñado por Maximiliano E. Korstanje
Universidad de Palermo, Argentina
Departamento de Ciencias Económicas
Las Fobias, libro publicado ya hace varios años,
en 1984 por Jorge Saurí, es un interesante aporte al estudio distintivo de los miedos,
temores y terrores. Si bien existen ciertos reparos de índole metodológico a la hora de
reseñar una obra ya avanzada en años, desde nuestra perspectiva consideramos que muchas
veces este prejuicio impide y olvida verdaderas obras maestras especializadas en diversos
temas; no sólo evitando así el avance científico sino además sin contar con el hecho
que se puedan elaborar nuevas adaptaciones y consideraciones sobre una obra específica no
tenidas en cuenta hasta el momento.
En principio, en carácter introductorio el autor
comienza su artículo titulado El conjunto miedo,
temor y terror haciendo expresa la distinción entre el miedo, la amenaza y la huida.
Según el autor, la característica más
llamativa del miedo es, sin lugar a dudas, su carácter intencional, lo cual dice cómo
este temple remite, en todos los casos, a un ente diferente a quien vive tal talante. En
este sentido tal modalidad anímica refiere siempre a algo limitado, circunscripto,
concreto, identificable como un determinado objeto (Saurí, 1984: 12).
La proximidad del riesgo con respecto al sujeto
determina la percepción de una amenaza y la posterior reacción la cual puede ser de
enfrentamiento o huída. A diferencia del miedo el cual permite articular mecanismos de
huida ante determinada amenaza, el terror se opone a ellas paralizando al sujeto. Estas medidas de impedimento (rituales)
buscan destruir el suspenso y el peligro actuando de una manera imaginaria o simbólica
cuya función es manipular la amenaza en un dato manejable y esperable; por ejemplo los
amuletos de la suerte. Sin embargo, aún luego de orquestados estos mecanismos
regulatorios el miedo puede resultar acechante. En otros casos, la huida puede ser
sustituida por una intención imaginariamente construida sobre un potencial peligro.
Finalmente, si bien el miedo remite o sugiere cierta
interacción de entes con una igual condición ontológica o iguales en la
imaginación-, el peligro el cual genera la aparición del temor en donde uno de los seres
involucrados detenta mayor poder que la otra parte. Así, la otredad construida por el
temor no es ubicable en condiciones normales sino extrañas y misteriosas. El ejemplo más
claro es la relación entre Dios y los creyentes aun cuando aplica también en otras
manifestaciones; en otras palabras si el miedo genera huída el temor implica una
posibilidad de libertad en la creación de un lazo duradero con el otro temido fundando
una normatividad específica y aplicable a tal relación (ibid: 21).
Ahora bien, mientras el miedo puede ser controlado por
acción del imaginario (o por lo menos controlado) no exista tal oportunidad para el temor
el cual cualquier medida de impedimento es nula. El proceso de normalidad fijado por el
miedo delimita un campo en donde la personalización esta protegida de toda destrucción
por medio de un vínculo con un otro absoluto, más fuerte y poderoso. Fuera
de este espacio construido, se encuentra el peligro y la amenaza (ibid: 23). Es posible
que la relación entre el sujeto y el otro absoluto quede vinculada por la
acción de lo tremendo como categoría destinada a enfatizar esa desigualdad política. El
punto central es que lo tremendo crea una dependencia casi absoluta entre el sujeto y el
otro inmanente.
En esta instancia, las categorías mencionadas diferente
precisamente del terror por cuanto establece una oscilación entre lo concreto y lo
totalmente desconocido. En ese contexto, el peligro no es ni religado y ritualizado (como
en los casos anteriores) sino queda en suspenso de toda denominación posible y
específica. Si tememos a lo posible, tenemos terror de lo imposible, y así la propia
incapacidad de sentir la seguridad de nombrar y representar algo. En sí, el terror trae
consigo una incongruencia de tipo lógico-racional por cuanto se remite a una ordenación
sólo tenida en cuenta para ser transgredida. En este caso, no existe hábito sino
solamente huida, fuga y el sujeto se encuentra constantemente en retirada. Al igual que lo
siniestro, el terror tiene como función la despersonalización simbólica del sujeto por
parte de la no pertenencia y la destrucción del ámbito. Por lo tanto, queda destruida
toda capacidad de encarar un proyecto y una relación.
Dice al respecto Saurí lo siniestro, ambiguo, vacilante y arbitrario anula
toda posibilidad de ser encuadrado. Pero además es imprevisible, por lo cual no cabe
precaución; sobreviene, embarga la personalización y la arranca bruscamente así misma.
No existe aquí la morosidad de la amenaza: no avisa, irrumpe inopinadamente como un rayo
en un cielo sereno y la brusquedad garantiza el surgimiento de la injusta agresión
requerida por la arbitrariedad. (ibid: 31).
En el segundo artículo de la primera parte de la obra,
B. Morel analiza el delirio emotivo como una patología derivada del sistema nervioso
ganglionar. Entre los síntomas principales de dicha enfermedad se encuentran el terror
excesivo a ciertos objetos agravados por episodios de desmayo, histeria y preocupaciones
fijas de carácter triste. Si bien este tipo de neurosis parece confundirse con otras como
la histeria o la hipocondría, hoy el delirio emotivo afecta a gran parte de la población
sin distinción de género o clase.
En parte, según Morel se puede atribuir al excesivo uso
del tiempo libre (ocioso) la causa principal de esta tipo de afecciones, seguidos de los
excesos con el fin de evitar bajo cualquier costo el dolor. Claro que, de consultar a los
mismos pacientes sobre las causas de su aflicción, ellos aducirán la pérdida de un
familiar o el acontecimiento de un evento traumático; sin embargo, según el autor la
importancia prestada por el paciente a estos eventos sin lugar a dudas habla a grandes
rasgos sobre otras que merecen mayor atención, por ejemplo una transición brusca de una
posición laboral activa a una vida ociosa, la edad crítica con abundantes privaciones,
excesivas jornadas de trabajo acompañadas de excesos de tipo venéreos.
Aún queda mucho por saber en la investigación
científica acerca del delirio emotivo, lo cierto es como afirma el autor el término delirio emotivo no tiene pues, nada de
exagerado, nada que no se relacione con el trastorno de una función orgánica cuya sede
es el sistema nervioso ganglionar. No es la expresión de un estado psicólogico abstracto
o ideal, o en otros términos, de un trastorno mental sin lesión orgánica concomitante,
puesto que, si se admite la localización de las necesidades, de las tendencias que
constituyen el elemento afectivo, es preciso asimismo admitir el factor de estas
necesidades, de estas tendencias, al que se le puede dar el nombre de sentido
emotivo (ibid: 45).
En el tercer trabajo analizado, P. Janet revisa los
conceptos de fobias de las acciones y fobias de las funciones en su trabajo sobre los
pacientes psicasténicos. Según el autor las fobias pueden clasificarse según fobias de las acciones, de las situaciones y de los
objetos. Las primeras están orientadas al terror que puede experimentar un sujeto en
casos en los que se encuentre en juego el movimiento. El individuo, sin problemas físicos
en la movilidad no se atreve a moverse ni a caminar por miedo a sentir dolor o a la misma
muerte. Por el contrario, la fobia a los objetos se relaciona por el temor hacia
determinados objetos debido a su filo o una supuesta peligrosidad como cuchillos,
tenedores, aunque este peligro es percibido y puede asignarse a otros que mucho distan de
ser peligrosos tales como las alhajas o los billetes. Por último, explica Janet la fobia
de las situaciones se encuentra asociada a momentos o situaciones sociales en los cuales
el sujeto comienza a experimentar terror a ser abandonado en el vacío que implica un
espacio o circunstancia determinada; son ejemplos claros de estas tipologías la
agorafobia, y su contralor, la claustrofobia.
Asimismo, en su escrito titulado Contribuciones al
Estudio de las Fobias obra que compone la misma compilación de J. Saurí, J. Mallet
sugiere que las fobias y los terrores nocturnos (fobias madres de todas las restantes)
aparecen en los sujetos alrededor de entre los meses octavo y vigésimo de edad. El autor
se predispone las fobias infantiles, tanto los heredados como inculcados culturalmente a
la vez que sus transformaciones hasta la edad adulta y la consecuente regresión
libidinal. En pocas palabras, Mallet explica que en la mayoría de los casos en que el
niño se encuentre protegido por su madre, no presta atención o se interesa en forma
curiosa por las acciones del extraño; sólo una ínfima parte demuestra temor hacia los
extraños aún en los brazos maternos. Sin embargo, cuando ello sucede y la angustia se ha
instalado, el niño intenta romper todo contacto con el desconocido ya sea de forma visual
o táctil. No obstante, citando los descubrimientos de Spitz, Mallet considera que no se
trata de un temor propiamente dicho por cuanto que no existe todavía a esa temprana edad
la posibilidad de la huida.
En efecto, será recién en el mes veinte cuando el
niño al momento de experimentar angustia acuda a la posibilidad de un escape de la
situación que genera ese sentimiento (huída ante el peligro o riesgo percibido). Lo
cierto, parece ser según el autor que los temores del niño son parte de la educación
cultural o fruto de la experiencia personal en su desarrollo. Los miedos a ser dañado le
serán inculcados en tanto que resulte en tal condición o impuesto por el temor de sus
cuidadores. Proyectivamente, el tabú del extraño en el niño lo acompañará durante
toda su vida adulta; en su niñez mediante la manifestación de episodios fóbicos con
respecto a animales o gigantes, en su adultez tomando como referencia otro objeto
simbólico (como por ejemplo la xeno-fobia). Siguiendo el hilo argumentativo de Mallet,
toda fobia tendría su origen en el terror nocturno acaecido al vigésimo mes
de vida.
En la segunda parte del trabajo, dedicado a un abordaje
fenomenológico del problema F. von Gebsattel analiza en detalle la psicopatología de las
fobias mediante el estudio de un caso de foto-fobia en Hufeland (Koningsberg). Jullie
Weber de Wehlau, padecía síntomas de hipersensibilidad a la luz la cual fue curada por
un jovén médico llamado C.A Kluge a los tres años de padecer la enfermedad. En su
desarrollo F. Von Gebsattel sostiene que la fobia es una clase de reacción psicasténica
producto de un anacronismo evolutivo en el llegar-a-ser característico del
individuo. Paralelamente, la angustia surge como una imposibilidad sentida para el yo que
lo lleva hasta la propia aniquilación. Por tanto, se puede comprender a la angustia como
la contra-cara de la propia realización. En este sentido, Gebsattel sostiene debilidad, desvanecimiento, dominación,
precipicatión, aniquilamiento, son una serie de fenómenos, los que aumentan la
impotencia del Yo, y la angustia va progresivamente alcanzando un mayor grado de
inmediatez, hasta que el yo es, por decirlo así, devorado por ella. A saber de la
debilidad, tiene su fundamento en una inexplicable constitución psicasténica de la
personalidad, o si se puede entender como consecuencia de una inhibición del
llegar-a-ser, es algo sin interés para la vivencia de la angustia. Esta inhibición no se
vivencia, sino en el encuentro de ser viviente y mundo le quita al ser vivo la fuerza para
enfrentarse e imponerse al mundo. (ibid: 137)
Por último, en la tercera sección de la obra, O.
Fenichel nos habla de la Actitud contra fóbica como
mecanismos de sobre compensación ante el temor cuya manifestación de ninguna forma se
limita al estadio fálico en la niñez. Por lo tanto, Fenichel define que la actitud fóbica consiste en evitar, porque estarían
ligadas a la ansiedad, ciertas situaciones o componentes de las mismas, tales como
objetos, percepciones, sentimientos o sensaciones. Esta ansiedad es el síntoma de un
conflicto instintivo existente. La situación temida representa, generalmente, la
tentación de un instinto cuya actividad inconscientemente es considerada como peligrosa.
A veces corresponde simplemente a una supuesta confirmación de un castigo que
inconscientemente se espera. También puede representar simultáneamente a la tentación y
a la amenaza del castigo (ibid: 142).
En efecto, se sabe que el origen de la ansiedad se basa,
en primera instancia, en el juicio del yo cuya meta se orienta a producir actitudes de
repliegue frente al peligro. La situación traumática reproduce una reprobación de los
instintos por el cual el yo ha aprendido a eludir esas circunstancias. Sin embargo, en el
caso del carácter contra-fóbico estas situaciones son anheladas y buscadas en lugar de
ser evitadas. La ansiedad es producto del reto del super-yo ante una necesidad
específica, por lo tanto no es toda la estructura de la personalidad quien teme a la
fobia sino el instinto inconsciente.
Normalmente, Fenichel sugiere que los estadios de
ansiedad se superan por medio de una conquista real y la descarga de un estado
de contención previa a la privación del medio. Al controlar su movilidad, el niño puede
prolongar el lapso de tiempo entre estímulo y reacción generando el desplazamiento
(principio de anticatexia). Este requisito, sugiere la posibilidad de anticiparse al
futuro por medio de la imaginación justificando la noción de peligro; en otras palabras,
una situación aún no traumatizable puede llegar a serlo en la imaginación del niño. La
gratificación no tarda en llegar cuando el sujeto descubre que puede atravesar ese temor
ileso, y hace que la descarga evolucione en un estadio diferente dando lugar al placer
funcional; éste último se entiende como gasto de energía que induce a una persona
insegura a poder dominar la situación de excitación con arreglo a la superación de una
situación dada (condensación erógena).
Por lo tanto, la actitud contra-fóbica debe
comprenderse como una interminable lucha de superación retardada de una ansiedad infantil
aún no concluida. Y no podrá, entonces, superarse hasta tanto la actividad contra la que
se halla dirigida contenga una significación sexual oculta. Para que éste placer pueda
llevarse a cabo deben existir algunas condiciones previas tales como confianza o una
experiencia positiva. Básicamente, el niño teme que del exterior lo asalte por sorpresa
una gran cantidad de excitación, por lo tanto por medio de rituales específicos (como
los juegos) crea una tensión interna que él pueda tolerar. Al manejar la intensidad de
esta tensión, se hace más vulnerable ante situaciones repentinas que no puede manejar.
El temer para superar ese temor, les genera placer y vuelven a repetir el ciclo una y otra
vez. En este sentido, se deposita la confianza (que no se tiene) en una extraño
sobre-protector el cual en forma mágica lo redime de su culpa. En otros casos, el mismo
fenómeno se observa en pacientes que han sufrido durante su desarrollo actos sádicos por
los cuales procesan una libidinización del temor a ser castigados. En consecuencia,
Fenichel concluye en las contrafobias, como en
general en el caso de las anticatexias del tipo de las formaciones de reacción, ocurren
escapes. Detrás de los intentos de represión o negación de la ansiedad, la actitud
sobrecargada de tensión, la fatiga general y los actos o sueños sintomáticos delatan el
hecho de que la ansiedad es aún activa (ibid: 151). En definitiva, el deseo de
omnipotencia obedece a esta inminente necesidad de compensar la frustración y propia
inseguridad con un triunfo rutilante; esta tendencia puede observarse comúnmente en
deportistas, intelectuales, políticos y empresarios en un mismo nivel. El deseo por el
desafío, o mejor dicho por el temor al fracaso, puede ser compensado con ideas perversas
de castración a los otros (dominación y humillación).
Dice entonces el autor no hay duda de que existen gratificaciones eróticas
y agresivas en el deporte, así como también están presentes en todos los demás
placeres funcionales de los adultos. Ciertamente que no todos los que practican deporte
sufren un temor inconsciente e insoluble de castración; ni se sigue que el deporte
particular por el que alguien demuestra una preferencia haya sido temido primeramente.
Pero en general, es cierto que la alegría esencial del deporte radica en el hecho de que
en el juego se exteriorizan ciertas tensiones que anteriormente se temían y cuya
superación puede así disfrutárselas sin temérselas (ibid: 152). Finalmente,
Fenichel propone superar estas situaciones conflictivas por medio del análisis y la
revisión psicoanalítica.
Hasta aquí hemos intentado resumir, revisar y resaltar
los puntos más interesantes (muchos de otros que no hemos podido incluir) de la obra
compilada por Jorge Saurí titulada Las Fobias. En parte, el hilo conductor de todos los
artículos reseñados lleva a suponer que las fobias son una manifestación originada por
conflicto o no, en la vida temprana del sujeto, ya sea en la cadena de socialización
primaria, estado de desarrollo fálico o en los primeros pasos de la construcción con el
apego materno. El origen de todos nuestros temores, se vinculan (evitando ciertas
circunstancias biológicas) al apego primario como lo supuso Bowlby. En este sentido,
tanto el psicoanálisis como la escuela experimental del apego tienen mucho para
contribuir en el estudio psico-social de la fobia. En resumidas cuentas, la gran valía de
contenido empírico y teorético en el estudio del fenómeno es altamente recomendable a
profesionales, investigadores y todos aquellos quienes quieran adentrarse en el fascinante
mundo de las fobias.