SINGLARIDADES DERIVADAS DEL PARALELISMO ENTRE TOM KING Y FELIPE RIVERA; PERSONAJES DE JACK LONDON EN POR UN BISTEC Y EL MEXICANO

Ruth Levy
Universidad de Guadalajara
Enero de 1998
 
 

La permanencia de Jack London (1876-1916) en la historia de la literatura norteamericana, se debe quizás a su naturalismo romántico, resultado de la experiencia reflexionada que él se proporcionó a su paso por la vida. Vida que fue una reafirmación de la aventura, del sentido de su búsqueda: el encanto por la "vida breve". Viajero incansable, buscador de oro durante la fiebre del Klondike, periodista y corresponsal designado en los frentes de batalla, estudiante en las Universidades de Okland y de California, lavandero, defensor apasionado del socialismo y de los pobres, visitante asiduo de la cárcel, atento lector de Marx y Engels; "sin embargo predicaba al mismo tiempo el culto al superhombre de Nietzsche y el ‘mito’ de la ‘fiera rubia’ de Chamberlain".

La lectura de El mexicano, producto de la vivencia por la que pasó London en México como corresponsal de guerra en 1911, motivó el interés personal para escribir el presente trabajo.* En otras lecturas de su obra encontré que, Por un bistec, contenía el mismo tema con diferentes objetivos; pero lo que acentuó el interés fue localizar mínimas referencias acerca de El mexicano y ninguna de Por un bistec; salvo de éste, en la última página de la edición leída, que forma parte de un volumen titulado El silencio blanco.

Tom King, personaje de Por un bistec, es un viejo ex campeón boxeador que necesita ganar esa pelea, y obtener treinta libras para comprar un bistec. Felipe Rivera, en El mexicano, es un muchacho que necesita ganar esa pelea, obtener cinco mil dólares para comprar las armas requeridas y empezar la revolución en México.

Aunque London declaró no tener respeto por su profesión, que escribía por dinero, y renunció al Partido Socialista corto tiempo después de su regreso de México; sus obras fueron creadas cuando su existencia transcurría en un riesgo permanente, en un rechazo a la sociedad que le había hecho sufrir, en un esfuerzo por pasar de la pobreza a la riqueza y "volver atrás" al dilapidar fortunas. No debemos perder de vista la falta de sincronía entre el momento en que leemos una obra y el momento en que fue escrita o que sucede la acción en ella.

Arthur Voss le otorga mayor importancia y análisis a las obras situadas en los mares del Sur o con escenarios del Yukón, y se atreve a afirmar:

London escribió varios cuentos con tema proletario. Ninguno de ellos está arriba del nivel de propaganda excepto por "The Apostate", poderosa acusación contra el trabajo ejecutado por niños, expresados con un arte y restricción dignos de Stephen Crane.
Pero Vladimir Dnieprov en su ensayo "En defensa de la estética realista" alude a la complejidad de mapa estético del mundo y a la indigencia espiritual de las clases burguesas, las que transigen con la poesía ante la amargura y desesperación del artista aislado, pero que no toleran el arte que muestra los crímenes que se perpetran en algunos países. En dicho ensayo, el investigador ruso afirma: "Jack London conocía perfectamente a las clases burguesas de su época y veía con toda nitidez la hostilidad que sentían hacia el arte que reflejaba verazmente la vida."

Barthes declara que la clase burguesa no posee ningún gusto por el lenguaje; y que, en la "clase popular se encuentra la desaparición de toda actividad mágica o poética", que ya no hay más juego con las palabras.

London escribe a golpe de machete, pero sí juega con las palabras. Es un socialista entusiasta que se postula como el ángel vengador de los pobres; y valora de distinto modo, con su mirada penetrante de artista, los fenómenos sociales, pretende así, escribiendo con gusto literario, mostrar la realidad y lograr cambios positivos.

Las similitudes entre Tom King en Por un bistec y Felipe Rivera en El mexicano, se reducen a seis:

Ambos boxean.

Evidencian las marcas de la lucha en la cara y en los nudillos.

Son de pocas palabras.

Desean –sin alternativa- ganar la pelea.

Se enfrentan a un adversario joven, fuerte, rubio.

El público no cree en ellos.

Estas similitudes se tornarán singularidades por la descripción que London le da a cada ser independiente de otro, y porque con su experimentado conocimiento del comportamiento humano, reflejo de su cultura, las integra en su obra con estrategias estilísticas, con palabras vivas por su fuerza.

Umberto Eco aconseja que si "tiene que suceder algo importante y apasionado, es menester cultivar el arte de la dilación; detenerse, no significa perder el tiempo", ni hacérselo perder al lector aunque éste desee saber quién ganará, o lo prevea y el resultado sea inverso a lo calculado. Precisamente la dilación está manifiesta en estos dos textos. Otra de sus particularidades es la palabra repetida sin llegar al estereotipo; la palabra clave en cada personaje para que renueve energía, durante la pelea, y quede triunfador.

Es importante aclarar que, a causa del formato de las ediciones, Por un bistec, contiene 32 páginas y El mexicano, 21; pero al hacer un recuento de palabras por hoja y número de páginas, solamente hay una diferencia de 1000 palabras entre uno y otro. Por lo tanto, ambos tienen más o menos la misma extensión. Con base en ello ya se puede cuantificar la dilación antes mencionada. En obras con tan pocas páginas, se especularía que la acción debería darse con rapidez, compacta; sin embargo, London abunda, con casi igual número de párrafos, en la descripción del físico de los personajes principales y de los adversarios; en el pasado de King y de Rivera; y otorga la mitad el texto a la descripción de la pelea.

Con la dilación como elemento conductor, retomo las singularidades derivadas del paralelismo entre los dos personajes: 1- ambos boxean. Tom King, en Por un bistec, es un boxeador de profesión; Felipe Rivera boxeaba, su cuerpo duro servía de entrenamiento a los pugilistas en el gimnasio; la pelea, en El mexicano, es la primera ante espectadores. El narrador omnisciente de London, se detiene en la descripción de esa dicotomía del afecto por su profesión en King: "Era boxeador y toda su brutalidad la reservaba para sus actuaciones profesionales [...] En el ring, claro está, pegaba para herir, para mutilar, para destruir, pero sin especial animadversión..." (pp. 7 y 8); y del odio por el boxeo en el otro: "Despreciaba el boxeo profesional. Era el juego odiado de los odiados gringos. Se había metido en el negocio, haciendo de sparring para otros por la sola razón de que estaba hambriento." (p. 827).

2- Evidencian las marcas de lucha en la cara y en los nudillos. El narrador se detiene tres páginas para describir el rostro y nudillos de King, que anunciaban al mundo lo que era: "En conjunto, era aquél un rostro que inspiraría temor [...] Y sin embargo, Tom King no era criminal ni había cometido delito alguno [...] no había hecho jamás daño a nadie." (p. 7); también utiliza el mismo número de páginas para la descripción del rostro inescrutable de Rivera; pero la imagen de éste último la conocemos por boca de otros personajes que le temen; ellos tomaban esas marcas como indicio de mal carácter: "- Ha estado en el infierno, -dijo Vera- Un hombre que no hubiera pasado por el infierno no tendría esa mirada, y no es más que un muchacho." (p. 817).

3- Son de pocas palabras. El hermetismo es más manifiesto en Rivera a causa del tiempo de la narración, ésta transcurre durante medio año, y los otros personajes tienen oportunidad para hablar repetidas veces de ello; mientras que la de King dura dos horas y sólo se dice que no gustaba de la conversación; leemos únicamente un diálogo entre él y su mujer; y tres comentarios cortos de espectadores.

Desean –sin alternativa- ganar la pelea. En la obsesión de ambos por ganar la pelea, cada uno se repite las palabras mágicas que les traerán la recompensa; King las piensa nueve veces, siete como esperanza: "Y luego esas ganas de comerse un bistec [...] recordó entonces el bistec" (pp.30 y 34); y dos como culpable de su derrota: "Con el bistec habría vencido. Pero éste le había faltado para asestar el golpe final, y había perdido. Todo por culpa de aquel bistec." (p. 36). El título de la obra ofrece tanto el motivo para pelear como la causa por la que no gana.
Rivera las recuerda dieciséis veces en seis páginas; las armas son su motivo y; al final de los asaltos, el convertir en armas a los miles de espectadores, la causa de su triunfo: "Una visión de incontables rifles cegó sus ojos [...] Vio las bandas enardecidas a quienes sólo faltaban armas [...] Las armas estaban allí, delante de él. Cada rostro odiado era un arma. Luchaba por las armas. Él era las armas... Las armas eran suyas." (pp. 830, 833 y 836).
Se enfrentan a un adversario joven, fuerte, rubio. 6- El público no cree en ellos. La dilación en describir a los adversarios es importante porque apresta al lector para leer una contienda feroz y difícil de ganar. King, con cuarenta años, hambriento y golpeado, se enfrentará a Sandel, un neozelandés joven y fuerte. El público no hace mella en él. A pesar de que no se cree en King a causa de su vejez, él se sabe con la experiencia suficiente; y aunque los espectadores se dejan influenciar por el aspecto físico del otro, por la efervescencia de la juventud insaciable, el viejo está seguro de que el derroche de energía de Sandel y su propia avaricia en ahorrarla, le darán la victoria. Una y otra vez leemos sus pensamientos acerca de la juventud de Sandel frente a su cuerpo agotado y famélico, la repetición le sirve de acicate para esquivar golpes y lanzarlos con destreza. Cree que ganará. No logra vencerlo; pero no lo sabrá hasta segundos antes de su única caída.
Rivera no es viejo, tiene dieciocho años; pero es un desconocido mexicano moreno, de mediana estatura, frente a Danny Ward, rubio, alto y favorito del público, del árbitro, del capitán de la policía, y del entrenador de Rivera más sus propios segundos. Una y otra vez nos recuerda el narrador por qué quiere ganar el pequeño mexicano esa contienda tan desigual, cada descripción tiene más fuerza que la anterior para renovar la energía de Rivera, hasta que éste convierte a los espectadores en rifles y vence a Ward casi al final de la pelea.

London utiliza medio texto para exponer las luchas, pero algunos asaltos, son mencionados en sólo dos líneas. Cada una conlleva el dramatismo propio de la expectación: "amagando el golpe con el pie, con la mano o con el cuerpo, había obligado a Sandel a retroceder de un salto, a agacharse o a contraatacar. King descansaba, pero nunca le permitía hacerlo a su rival. Esa era la estrategia de la vejez." (p. 27). El veterano luchador envía nueve veces a la lona a la ágil juventud asombrosa con brazos de acero: "Tom King, apoyado en las cuerdas y respirando jadeante, estaba desilusionado. Si hubieran detenido el combate, el árbitro se habría visto obligado a concederle la victoria y la bolsa habría sido suya." (p. 29). Pero pierde la pelea y no tiene ni un centavo en la bolsa para comprar un bistec y llevar de comer a su esposa y dos hijos. London no describe con patetismo; con éste, se queda el lector, al final, por su propia visión de la obra; porque se reconoce la censura por la discriminación de los viejos que no aprendieron otro oficio y todavía no existían los sindicatos para deportistas y la seguridad social.

En la descripción de la pelea del mexicano contra Ward, se palpa la paradoja entre la ferocidad con que se enfrentan los luchadores, y el dramatismo en la reiteración de los pensamientos de Rivera respecto al pasado y al porqué quiere ganar esa pelea. Ante la larga extensión de este detallamiento, sólo transcribiré algunas líneas: "Veía las paredes blancas de las factorías movidas por energía hidroeléctrica de Río Blanco. Veía a los seis mil trabajadores, hambrientos y descoloridos, y a los niños pequeños que realizaban agotadoras jornadas de trabajo por diez centavos al día." (p. 827). Luego, la descripción de la huelga solidaria porque los obreros de Río Blanco, donde trabajaba su padre, habían ayudado a sus hermanos de Puebla; el ataque de los soldados de Porfirio Díaz, el amontonamiento de cadáveres y el encuentro de los cuerpos desnudos y mutilados de su padre y de su madre. Retraía estas imágenes sobre todo cuando todos están contra él porque ha tumbado a su rival ya seis veces; y cuando él mismo cae:

Ahora sí que trabajaba el árbitro, apartándole para que pudiera ser golpeado [...] Y en los momentos peores, las visiones continuaban relampagueando y centelleando en su cerebro [...] todo el panorama escuálido y doloroso de su odisea después de Río Blanco y la huelga. Y, resplandeciente y gloriosa, veía la gran revolución roja extendiéndose por toda su tierra. Las armas estaban allí. (pp. 832 y 833).
 
 
Rivera gana en el 17º asalto después de hacer caer a su rival otras cinco veces sin la ayuda del árbitro ni del jefe de la policía.

Las cuatro primeras palabras de la obra El mexicano: "Nadie conocía su historia" y las cuatro del final abierto: "La revolución podría continuar.", demuestran la esperanza que London tenía por los verdaderos creyentes en iniciar una revolución, seres anónimos con motivos suficientes para partirse el alma y el cuerpo y lograrlo. Si la revolución mexicana desvirtuó los objetivos primordiales de ella, no lo leemos en la obra de London; el llamado estaba ahí; él lo lanzó, con gusto literario, para quien quisiera escucharlo y luchar.

El inicio de Por un bistec: "Con el pedazo de pan que le quedaba"; el recuerdo del viejo Stowsher Bill que lloró en el vestuario como un niño, cuando el joven King lo dejó fuera de combate; la derrota a causa del bistec; y las últimas palabras del texto: "¡Pobre Stowsher Bill! Ahora comprendía por qué después del combate había llorado en el vestuario."; divulgan la crítica acérrima de que hacía gala London para denunciar la injusticia social y laboral hacia los pobres y los viejos.
 
 

CONCLUSIONES

Tom King y Felipe Rivera tienen poco en común; pero en London, las singularidades derivadas del paralelismo entre esos dos seres, son las que argumentan su genio literario, su sensibilidad que sufre ante la injusta sociedad que discrimina a otras razas, a los viejos. Por eso luchó con lo que sabía hacer: con la pluma.

Parafraseando a Aristóteles respecto a la palabra ficticia, podemos afirmar que, aunque la verosimilitud de la obra de London no proviene de la historia, sí de algunos hechos reales para que el lector lo crea posible, porque la lógica intelectual del autor no se contradice con lo creíble de su época.
 
 
 
 

BIBLIOGRAFÍA

BARTHES, Roland. El placer del texto, México: Siglo XXI, 1980, p. 51.

D’AGOSTINO, N. Diccionario Bompiani de Autores Literarios. Tomo III, Barcelona:
Editorial Planeta, De Agostini, 1988, p.1625.

DNIEPROV, Vladimir. "En defensa de la estética realista", en Estética y Marxismo de
Adolfo Sánchez Vázquez. Tomo II, México: Ediciones Era, 3ª edic. 1978, p. 270.

ECO, Umberto. Capítulo 3, "Detenerse en el bosque" en Seis paseos por los bosques narrativos,
Barcelona: Editorial Lumen, 1996, p. 60.

LONDON, Jack. "El mexicano" en Gran colección de la literatura universal.
‘Literatura norteamericana’. Tomo I, México: Gallimard Promexa, 1982, pp. 813-836.

LONDON, Jack. Por un bistec – El chinago, México: Alianza Cien, Consejo Nacional
para la Cultura y las Artes, 1993, pp. 5-37.

VOSS, Arthur. La novela corta americana, México: Editores Asociados, S.A. 1976,
p. 146.

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