Sincronía Invierno 2001


EL MALTRATO Y LA CORRUPCIÓN DE MENORES:  Un análisis funcional de las relaciones Adulto-Menor

Carlos Ibáñez Bernal
Centro Universitario de la Costa
Universidad de Guadalajara


El maltrato y la corrupción de menores constituyen un complejo fenómeno social cada vez más frecuente y preocupante, sobretodo por el carácter sutil con que aparece y por la honda huella traumática que deja entre sus víctimas. Haciendo una rápida revisión de las estadísticas de los últimos años sobre los casos de maltrato a menores denunciados ante el Desarrollo Integral de la Familia (DIF), se hace notable el pavoroso incremento ¾ a veces duplicación y hasta triplicación de un año al otro ¾ de este mal en el Estado de Jalisco. Simplemente, para dar una idea de su gravedad, mencionaremos que en 1999 fueron comprobados 616 casos de maltrato viéndose involucrados 1, 221 menores. La compleja naturaleza de este fenómeno y su rápido crecimiento obligan a revisar el impacto que tienen y han tenido las diversas estrategias que se han implantado desde las distintas áreas de injerencia social para atenderlo y prevenirlo.

En este trabajo, desde la psicología como perspectiva, se intentará establecer la naturaleza conceptual del maltrato como fundamento para poder tipificar formas en la relación adulto-menor que cumplen con sus características. Una vez hecho esto, confiamos en que será posible analizar la dinámica de las relaciones de maltrato así tipificadas y proponer soluciones posibles desde la educación formativa, que a veces se desdeña como un arma poderosa para combatir a la enfermedad social. De antemano debo advertir que las reflexiones que aquí presentaré se fundamentan estrictamente en los principios de la psicología científica, que busca como fundamento la claridad conceptual para evitar la confusión en la investigación y en la aplicación de programas remediales.

¿Qué es el maltrato a menores?

La Federación Iberoamericana Contra el Maltrato Infantil lo define como "una enfermedad social, internacional, presente en todos los sectores y clases sociales; producida por factores multicausales, interactuantes y de diversas intensidades y tiempos que afectan el desarrollo armónico, íntegro y adecuado de un menor, comprometiendo su educación y consecuentemente su desenvolvimiento escolar con disturbios que ponen en riesgo su sociabilización y por lo tanto, su conformación social y profesional".

En nuestra opinión resulta interesante la analogía del maltrato como enfermedad, ya que este concepto, original de la medicina, es en un sentido amplio aplicable a cualquier sistema de organización para referir un estado en el que los procesos tienden a la desintegración y, por ende, disfunción o desaparición del sistema bajo observación. El estado contrario, la salud, hace referencia por su parte a una organización tal de los procesos que se caracteriza por la integridad, la conservación y el desarrollo del sistema.

Una vez que un fenómeno se identifica como "saludable" o "enfermizo", adquiere entonces la connotación respectiva de deseable o indeseable, y lo deseable a su vez se convierte en un valor a alcanzar. De aquí que todo comportamiento o conducta que tenga como meta el valor de la salud adquiera consecuentemente carácter normativo.

Entonces, si queremos tener una definición más precisa del maltrato y sus modalidades, se torna indispensable especificar el estado comportamental ideal o normativo de la relación adulto-menor. Pero antes, debemos hacer hincapié que en un modelo general de la relación adulto-menor será necesario extender el papel del adulto como persona individual para que abarque, no sólo a los padres o tutores del menor, sino incluso a aquellas instituciones ¾ conformadas por adultos¾ cuya razón de ser sea precisamente la atención a las necesidades físicas, psicológicas, sociales y morales de los menores.

Hecha esta aclaración podemos preguntarnos: ¿en qué estriba poder calificar una acción del adulto hacia el menor como deseable o indeseable? Desde un punto de vista estrictamente funcional, en la relación adulto-menor el adulto ejerce un papel activo e intencional en torno a las necesidades biológicas, psicológicas y sociales del menor, donde este último desempeña un papel relativamente pasivo ¾ dependiendo de su estado de desarrollo¾ en la procuración de sus propios satisfactores, y un papel receptivo con respecto a las acciones del adulto. El carácter jerárquico de la relación adulto-menor otorga al adulto la capacidad de iniciativa, de elección y acción al respecto de las necesidades y de la persona física del menor, lo que predispone a este último a ser objeto de dichas acciones, ya sea deseables, es decir, apegadas a la normatividad, o de acciones indeseables, de abuso o maltrato.

El adulto ejerce su papel ante el menor de dos maneras. La primera es proporcionando al menor eventos o situaciones en la medida de sus posibilidades. Dichos eventos o situaciones pueden tener distinto carácter deseable de acuerdo a la norma, por lo que pueden ser "satisfactores" como el alimento, la vivienda, el vestido, el cariño, la educación, etc., o pueden no serlo como los golpes, la violencia sexual, los insultos, la inducción al vicio, etcétera.

La segunda manera en que el adulto ejerce su papel es evitando la ocurrencia de eventos o situaciones para el menor. Al igual que en el caso anterior, dichos eventos pueden tener diferente carácter deseable de acuerdo a la norma. El adulto puede evitar que el menor sea objeto de eventos o situaciones "dañinos", como las enfermedades, insultos, golpes o violencia sexual de otras personas, inducción al vicio, etcétera, que en el habla cotidiana referimos como "proteger" al menor. Pero también el adulto puede evitar que el menor tenga contacto con eventos o situaciones deseables de acuerdo a la norma, como una mejor alimentación, vestido, vivienda, educación o el cariño de otros familiares.

El punto importante aquí es que el concepto de maltrato, como se emplea cotidianamente, no está dado, ni por la intencionalidad de la acción, ni por la acción misma, del adulto hacia el menor, sino en términos de la naturaleza de los eventos o situaciones que dichas acciones del adulto tienen contacto o no con el menor. Muchas veces nos resulta difícil de creer el argumento de las "buenas intenciones" de una acción ante, por ejemplo, el carácter lesivo de ciertos golpes dados a un menor como castigo para una desobediencia o un acto inmoral. Independientemente de los problemas técnicos que se tienen para comprobar la "verdadera" intencionalidad de una acción, esta intencionalidad ¾ buena o mala¾ en muy pocas ocasiones justifica el carácter pernicioso de ciertos eventos o situaciones proporcionadas o evitadas al menor por el adulto.

Hasta aquí hemos tratado los casos en que el adulto realiza acciones hacia el menor, donde dichas acciones proporcionan o evitan determinados eventos o situaciones de distinto carácter hedónico. Sin embargo, también el maltrato puede concebirse en términos de la omisión de acciones de parte del adulto hacia el menor. Estos son los casos cuando el adulto, pudiendo hacerlo, ni proporciona ni evita eventos o situaciones de ninguna índole para el menor. Debe ser claro que los casos de omisión son completamente distintos de la acción de evitar. Evitar implica la acción explícita para que no ocurran ciertos eventos probables, mientras que la omisión es la ausencia misma de una acción.

Recapitulando entonces, podemos decir que un análisis funcional de la relaciones adulto-menor, en los términos en que lo hemos hecho, nos permite definir 4 tipos de maltrato:

Cuando el adulto proporciona al menor eventos o situaciones que atentan contra su integridad física y su adecuado desarrollo psicológico y social. Como ejemplo se pueden citar los casos en los que el adulto agrede, insulta, viola o induce al vicio a un menor.

Cuando el adulto evita o impide que el menor tenga contacto con eventos o situaciones que favorecen su bienestar físico y su adecuado desarrollo psicológico y social. Un ejemplo es el caso en que uno de los padres actúa para impedir que el hijo menor tenga contacto con su otro progenitor, a pesar de haber sido autorizado judicialmente.

Cuando el adulto no proporciona o deja de proporcionar al menor eventos o situaciones que favorecen el bienestar físico y el adecuado desarrollo psicológico y social del menor. Por mencionar un ejemplo, citaremos el caso en que uno de los padres deja de trabajar para no otorgar una pensión alimenticia ordenada por un juez.

Cuando el adulto no evita o deja de evitar que el menor tenga contacto con eventos o situaciones que atentan contra su integridad física y su adecuado desarrollo psicológico y social. Un ejemplo del caso es cuando un padre no actúa ante la agresión física o verbal que uno de los hermanos ejerce sobre un menor, o cuando el director de una institución educativa no actúa ante un maestro que acosa o amilana a sus estudiantes.

Comparemos ahora la tipología del maltrato que aquí hemos propuesto con la definición de maltrato que maneja el DIF. Dice "[...] son menores de edad que enfrentan y sufren ocasional y habitualmente actos de violencia física, emocional o ambas, ejecutadas por omisión o acción, pero siempre en forma intencional, no accidental, por padres, tutores o personas responsables de éstos". El DIF clasifica en 4 categorías los tipos de maltrato, según su naturaleza: el maltrato físico, psico-emocional, abuso sexual, y omisión de cuidados. Aunque reconocemos la utilidad de tipificar el maltrato en las categorías manejadas por el DIF para cuestiones judiciales, es evidente que éstas corresponden a instancias particulares o modalidades del maltrato concebido, como lo hemos hecho, en términos de relaciones funcionales entre adulto-menor. Asimismo, un examen cuidadoso permitiría encontrar formas de maltrato no contempladas ¾ o por lo menos no claramente¾ en las categorías del DIF. Un ejemplo son esas formas de maltrato más sutiles que se dan cuando el adulto impide que el menor tenga contacto con situaciones que favorecen su bienestar o su desarrollo; o cuando el adulto permite que se den situaciones en las que el menor sufre el maltrato de otras personas con quienes convive, ya sean éstas familiares o ajenas a la familia.

Otra ventaja que brinda la tipología funcional es la posibilidad de analizar la dinámica de las relaciones para inferir sus causas y establecer posibles formas de control o prevención del maltrato.

La intencionalidad de las acciones de maltrato

El problema de la intencionalidad de las acciones de maltrato es una cuestión difícil de abordar bajo la perspectiva metafísica tradicional que concibe a la intención como determinación de la voluntad, y a la voluntad como la potencia del alma o la mente que mueve a hacer o no hacer una cosa.

La psicología científica aborda el problema de la intencionalidad de la conducta en términos de los distintos modos como ésta se organiza. Entonces, al describir cómo un menor puede convertirse en el objeto de las acciones u omisiones del adulto, podremos aproximarnos objetivamente al problema de la intencionalidad de las acciones del maltrato.

Existen tres maneras como un menor puede ser objeto de la conducta de maltrato por parte de un adulto: como cosa, como instrumento, y como inversión:

Un menor juega el papel de cosa en las acciones del adulto cuando este último usa al menor como blanco directo de su conducta, a quien dirige o con quien "descarga" sus emociones o estados pasionales. Quizás éste sea el caso más simple, más elemental, de maltrato, donde el adulto no ve en el menor más que eso, una cosa, ignorándolo todo, hasta su capacidad de sentir dolor. Ejemplos claros de este tipo de intencionalidad son el maltrato físico con golpes, insultos, y la violación sexual.

El papel del menor como instrumento ocurre cuando el adulto hace uso del menor como medio para obtener un beneficio material o psicológico inmediato de otra persona o circunstancia. En este caso el adulto emplea al menor como extensión de sus propias capacidades, ignorando o haciendo caso omiso del riesgo al que se enfrenta el menor ante la situación, quien se presenta como actor aparentemente autónomo y movido por sus propios impulsos o intereses. Esta forma de intencionalidad del maltrato ocurre en casos como cuando un adulto usa al menor para entrar a robar a un domicilio. También es el caso cuando uno de los padres instruye a su hijo para mostrarse indiferente o agresivo ante el otro progenitor, a manera de venganza.

El papel del menor como inversión se da cuando el adulto hace uso del menor induciéndolo a determinados hábitos o costumbres con la finalidad de obtener un beneficio material o psicológico a largo plazo para él mismo o para otras personas o circunstancias. En este caso el adulto ve y emplea al menor como una fuente potencial de su propio beneficio, directo o indirecto, y actúa enseñando o instigando al menor a que adquiera ciertos patrones o tendencias conductuales cuya práctica genera dichos beneficios. Este caso representa, desde nuestro punto de vista, la mejor definición del fenómeno de corrupción de menores. La inducción de los menores al alcohol, las drogas, la prostitución, la homosexualidad, la pornografía, el vandalismo, etcétera, son todos ellos instancias de este tipo de intencionalidad en las acciones de maltrato.

Para terminar, quiero compartir una breve reflexión con el lector en relación con la educación moral como arma sin par para hacer frente a la enfermedad social, como lo es el maltrato y la corrupción de menores.

Vivimos en una época en la que los modelos políticos se rigen por factores y variables económicas. El consumismo se ha encumbrado como filosofía ¾si acaso cabe el término¾ de la educación, que pretende equipar a hombres y mujeres para que se ganen la vida o para que se labren una posición en la sociedad, pero siempre bajo los intereses de los mercados, ahora sinónimos de oportunidades. Bajo estas políticas, los seres humanos nos hemos venido convirtiendo en "inversión de capital". La educación de todos los niveles se ha planeado para hacernos competentes y competitivos, a costa del bienestar de los demás. La libre competencia en los mercados, sea cuál sea su naturaleza (académica, laboral, política, etc.), funciona bajo el designio darwiniano de la supervivencia del más apto y, por ende, del egoísmo más acendrado, la primacía del Yo y mi beneficio. Para el egoísta, todo lo que existe en la naturaleza fue dispuesto a su servicio, inclusive los otros seres humanos. Para el egoísta, los otros seres humanos no son de una naturaleza distinta a los objetos inanimados; pero tienen el defecto adicional de que significan amenaza, pues compiten con él por los mismos satisfactores. Al prójimo, entonces, hay que educarlo o corromperlo ¾da igual¾ para determinados intereses mercantiles, o derrotarlo, o desaparecerlo, así, sin compasión. No es difícil adelantarse a lo que podría llamarse, si seguimos así, la "Tragedia del Consumismo": un agregado de individuos ¾que no "sociedad"¾ en constante lucha por sobrevivir en los susodichos mercados.

La modalidad consumista del liberalismo que desgraciadamente llevamos viviendo ya algunas décadas, nos ha hecho olvidar que el principio de toda sociedad es el altruismo, la tendencia del ser humano a ver por el prójimo, como una forma de la propia sobrevivencia, origen indiscutible del lenguaje humano y, por ende, de la civilización y la cultura. El altruismo, esa actitud que a su vez se fundamenta en la empatía, en la capacidad de sentir como si fuera en carne propia el dolor o el placer que el otro siente; ese sentimiento que nos refrenaría ante el impulso de infundir dolor a golpes, humillar o violar a nuestros semejantes.

Creemos que la educación moral puede recobrarnos el sentido de que la dignidad del individuo y la integridad de su vida son dones más valiosos que cualquier beneficio material, que todo individuo tiene derecho a ser feliz, y que todos los seres humanos son iguales en derechos.

La educación moral, entendida como enseñar a los individuos a ver por su prójimo, hace mucho que fue lanzada fuera de las aulas, y su lugar sustituido por más partes de un curriculum que opera análogamente a los instrumentos bancarios de inversión financiera.

Por ello, si existe en nosotros todavía algún resquicio por donde pueda fluir el aprecio sincero a la dignidad humana, hagamos un esfuerzo por transmitir estos valores cotidianamente. Como sabiamente planteara en su proyecto educativo el ilustre Maestro de la Juventud, José Vasconcelos, la educación debe dejar de ser responsabilidad exclusiva del gobierno; la educación debe ser una obligación de todo mexicano alfabetizado.


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