Sincronía Spring 2008


 

EL PADRE PLACENCIA EN SAN JUAN, 1921-22

 

José Concepción Martín Martín

Universidad de Guadalajara


 

El famoso sacerdote poeta místico Alfredo Ramón Placencia Jáuregui nació en Jalostotitlán el 15 de septiembre de 1875 y murió en Guadalajara el 20 de mayo de 1930. De 1887 a 1899 estudió en el Seminario Conciliar de San José, Guadalajara. Fue ordenado sacerdote el 17 de septiembre de 1899. Antes de ser destinado a San Juan en 1921, ejerció su ministerio en Nochistlán y Apulco (Zacatecas), Bolaños, parroquia de Jesús en Guadalajara, Amatitán, Ocotlán, Temaca, Portezuelo, Jamay, El Salto, párroco de Acatic, Tonalá, párroco de Atoyac, en Jalisco. De julio de 1921 a diciembre de 1922 (con breve paréntesis como párroco de Valle de Guadalupe) fue capellán  del Santuario de Nuestra Señora de San Juan. Después ejerció en la parroquia del Sagrario de Guadalajara, en Los Ángeles (California), República de El Salvador, Tlaquepaque y, última, en San Juan de Dios (Guadalajara). (Ramírez Mercado, 9)

 

En esta compilación se presentan fragmentos de cartas u oficios que escribió o recibió en su estancia en San Juan. Estos documentos se conservan en el Archivo Histórico de la Arquidiócesis de Guadalajara (AHAG). En 1921-22, el arzobispo de Guadalajara era don Francisco Orozco Jiménez; el párroco de San Juan, don Feliciano Cortés Mora; y el capellán mayor del Santuario de Nuestra Señora de San Juan, don Gonzalo Ornelas.

 

1921

 

En oficio de la Mitra de Guadalajara al Capellán Mayor, de julio 18 de 1921, se informa:

 

Aviso a Ud. que el Sr. Arzobispo ha tenido a bien nombrar capellán de ese Santuario al señor cura don Alfredo R. Placencia, sacerdote ilustrado, laborioso y animado de buen espíritu, cuyos servicios piensa nuestro Prelado utilizar en otra esfera más amplia. Sírvase darle las instrucciones necesarias para el mejor desempeño de su cometido. (AHAG, Parroquias, San Juan, caja 9, expediente 4.)

 

El oficio anterior lo entregó el padre Placencia al señor Ornelas. El oficio para él, de la misma fecha, dice:

 

Pongo en conocimiento de usted, que el señor Arzobispo, a reserva de utilizar más adelante sus valiosos servicios en un puesto de mayor importancia, ha tenido a bien exonerarlo, como usted lo ha solicitado, de la parroquia de Atoyac y por el presente lo nombra capellán del Santuario de Nuestra Señora de San Juan de los Lagos. El señor Capellán Mayor, a quien se servirá entregar la comunicación adjunta, le dará las instrucciones necesarias (...) (AHAG, ídem)

 

El 24 de julio, el capellán mayor Ornelas comunica al arzobispo Orozco: “(...) el 22 de los corrientes se presentó el presbítero Alfredo Placencia, para recibir la octava capellanía que estaba vacante (...)” (Ídem).

 

El 27 de agosto, de San Juan, el padre Placencia escribe a Guadalajara al canónigo Antonio Correa: “Muy estimado condiscípulo: (...) ¿Has estado bien? Conchita ¿sigue mejor? Te pido le presentes mis respetos y le ofrezcas como toda suya esta pobre casa que a la vez te ofrezco con todo el afecto de viejo condiscípulo y amigo (...)” (Ídem)

 

El 30 de agosto, Correa contesta a Placencia: “Muy estimado amigo: (...) te remito tus licencias ministeriales prorrogadas por un año; aunque espero fundadamente que pasado ese tiempo no se te exigirá sínodo, sino que se te refrendarán sin ese requisito y por tiempo considerable. Con recuerdos de mi mamá y hermanas, me repito tu afectísimo amigo y condiscípulo que mucho te quiere”. (Ídem)

 

En carta fechada en 20 de octubre de 1921, el padre Placencia le escribe al canónigo Correa. Quiere publicar algunos de sus poemas. Manifiesta algunas quejas e inconformidades:

 

Muy justamente respetado condiscípulo y amigo: A tu bondad y diligencia encomiendo la tramitación de mis mamarrachos. El santuario apenas nos paga para mal comer. Aquí todo hacemos de balde. De las misas de hora fija de los domingos y días de fiesta, que lo son todas, no se paga más que la misa primera. Las demás son tan fijas como tan de amigos.

 

Entre paréntesis: si tú te dignas poner en esto la mano, así como en que se nos retribuyan los sermones o pláticas de los domingos, que lo hacemos a mañana y tarde, nos habrás prestado una grande y justísima ayuda. La gente por estos rumbos piensa que los capellanes del santuario son grandes personas y unos como canónigos, y en esa virtud no nos faltan casi nunca visitas y, en consecuencia, gastos que tan mal pagados como estamos, no podemos hacer.

  

   Estamos todos los capellanes altamente agradecidos porque te dignaste ordenar se nos pagaran $60.00. Siquiera ya las madres y hermanas de los capellanes no tienen que mantener a estos, como lo estaban haciendo, hacía años, lavando ajeno y haciendo costuras. Así lo hacía la familia del señor cura Macías. Este Capellán Mayor necesita que le des un golpe en el codo; de otra suerte no paga. Ya como que le dio el alma al diablo, antes que soltar lo que el sudor de nuestra frente ha ganado. (...)

 

Dios te guarde por muchos años, pero siempre que hagas el bien y hagas justicia a estos desgraciados canónigos cimarrones, si no que te lleve pronto en una buena hora. Adiós, Toño. Perdona mis bromas y agradécemelas.

 

P.D. De las misas conventuales, que son larguísimas, porque los cantores, como de pueblo, son malísimos, y de las cuales salimos a desayunarnos a la 9 y media casi, nos dan $3.50. Maitines y vísperas solemnes, de balde. Lo mismo cuando hay funerales. Se paga al preste y los acompañantes, pero a los capellanes, a quienes se nos obliga a asistir y cantar recio y todo, nada. Y por supuesto se trata de exequias de particulares, de que pagan los fieles $50.00. Todo chalequis meis.

(AHAG, Correspondencia enviada, caja 2, expediente 2.)

 

Al día siguiente, pide Placencia perdón a Correa por las expresiones confianzudas que empleó en la carta anterior:

 

San Juan, 21 de octubre. (...)Por la multitud de quehaceres y atenciones que me consta y aseguro que tienes, pienso que no contestarás algunas cartas a veces, y creo que bien harás, cuando a ello te vieres precisado, por la razón al principio apuntada, en dejar sin contestación las de los condiscípulos y amigos que, por serlo, debemos ser considerados e indulgentes contigo.

 

Sin embargo, el no haberme contestado mi última me tiene apenado, porque me viene el temor de que acaso no te haya caído bien el tono de confianza con que te hablaba en ella, especialmente la conclusión aquella de “Dios te guarde por muchos años, siempre que sea para que hagas el bien”.

 

Te suplico, Antonio, que me hagas el favor de creerme que soy el primero en respetarte y estimarte, y que de nada estoy tan lejos, por favor de Dios, como de decirte ninguna palabra que incluya una inconsideración o poco respeto. Dios me libre de que a eso obedezca el no haberme contestado; y ruego a Dios que la razón de tu silencio sea la primera. No lleva más objeto esta carta que darte esta explicación; y si por desgracia mía alguna palabra mía te zahirió, retirarla, aguardando de tu generosidad veas antes que no nació sino del mi propio buen juicio y estima que hago de ti. De los hermanos nada debe recibirse mal, y tales hemos sido siempre los condiscípulos (...) (AHAG, Ídem.)

 

De Guadalajara se envió al padre Placencia a San Juan este nombramiento: “Mereciendo usted la confianza a esta Sagrada Mitra por su celo sacerdotal y reconocida prudencia, el (...) señor Arzobispo ha tenido a bien nombrarlo confesor extraordinario de las Siervas de Jesús Sacramentado de San Juan de los Lagos. (...) 21 de noviembre de 1921”.

 

El 28 de noviembre, otra carta afectuosa de Placencia al secretario de la Mitra don Antonio Correa Camberos. Contiene planes de publicación de libros de versos:

 

(...) Los pobres y los pequeños tenemos en alto grado la virtud del agradecimiento. La gratitud que me inspira el buen sentido con que te has dignado tomar mis palabras, que son las del viejo hermano que contigo estudiaba su Nebrija junto a la palma del campanario de San Diego, hace treinta y tres años, me tiene abrumado. Bien hayas tú, que no te has dejado marear con el vértigo de la altura. Dios quiera guardarte así. Te conquistarás de esa suerte el amor de los hombres y las bendiciones de DIOS.

 

Peresumo que ya te ha habrás dignado comunicar al señor Capellán Mayor lo que en tu última me dices. Por mi conducto te hacen saber su agradecimiento los demás capellanes. Oye, Toño: ¿No tomarás como una ruindad mía que estampe tu nombre en un librito que tengo concluido con el nombre de “VAMOS A SAN JUAN” y que próximamente editaré? Saldrá en seguida de otros dos que están imprimiéndose en RESTAURACIÓN, y de los cuales el primero, llamado “EL PADRE LUIS”, va dedicado a mi maestro Alvarado.

 

No creas, yo soy enemigo de andar sombrereando a los grandes; por lo cual te ruego que en esta determinación mía no veas que eres el Secretario; ve sólo y atiende a que eres mi amigo y mi condiscípulo y mi bienhechor. Yo no puedo de otra manera pagar los beneficios que recibo que escribiendo el nombre de mis bienhechores y de los seres queridos al lado del mío y al frente de mis humildísimos versos. (...) Tú dígnate aceptar el viejo cariño y el más alto respeto de tu hermano que se encarga a tus oraciones más que a tu valimiento entre los hombres.

(AHAG, Correspondencia enviada, caja 2, expediente 2.)

 

El 5 de diciembre, el padre Placencia pide vacaciones al arzobispo Orozco: “Ilustrísmo Señor: Estando de acuerdo el señor Capellán Mayor de este Santuario, ruego a Su Señoría (...) se digne concederme un mes de vacaciones que D.M. pasaré en varias parroquias de la Arquidiócesis y del Obispado de Chilapa. (...)”  (AHAG. No registré la fuente. Probablemente sea la misma que la anterior.) La última aclaración posiblemente se entienda mejor en la interesantísima y algo amarga carta siguiente de Placencia a Correa:

 

San Juan de los Lagos, diciembre 9 de 1921 (...): Lo primero que tengo que decirte a contestación a la última atenta tuya en que me expresas el ofrecimiento del Prelado, es que quedo agradecido, pues mucho sería ocuparme como el último campanero de la Iglesia. Sin embargo, no es a mí a quien me toca resolver esto, sino a mi maestro Alvarado, quien me escribió en días pasados y con grande generosidad me ofreció que trabajaría por que se me diera una parroquia no inferior a las que he ocupado. Así es que hazme el favor de ponerte de acuerdo con él y todo se hará como él diga.

 

Lo segundo que te digo es que teniendo arreglado con el padre Capellán Mayor un mes de vacaciones, y esperando confiadamente que esa Superioridad no me las negará, pues nunca las he tenido en veintitrés años en que ando de ministerio, quiero que se me conceda pasar ese tiempo allá, en Guadalajara, con objeto de  ponerme unos puentes que me hacen falta en la dentadura y de arreglar una placa que ya tengo y que me quedó floja.  Por lo cual te suplico me hagas favor, si el padre Capellán se opone a pagarme el mes de las dichas vacaciones, me lo obligues, pues ello es muy de justicia.

 

Por platicarte algo más, quiero contarte algo que me va haciendo supersticioso. Cuando era vicario de Juanacatlán, y ya en la revolución, llegó por allí una gitana adivinando la buena ventura. Fue la dicha mujer a mi casa en momentos en que se encontraban de visita algunas personas, y se ofreció a ejercer su ocupación en los presentes. Como estábamos de humor de divertirnos, no tuve inconveniente en alargar mi mano para que la estudiara por los diez centavos que me pedía. Y me dijo: “Tú has sido desafortunado, y probablemente seguirás siéndolo. Sin embargo, aguarda. No tardarás en ocupar un lugar mejor que este que tienes, pero debo decirte una cosa: cuídate de todo pueblo cuyo nombre se escriba con seis letras, porque esas seis letras tendrán que serte funestas”. Eso fue lo sustancial de las predicciones de aquella gitana. Y si vieras que  he dado en que tendrá que ser cierto lo que me dijo.

 

De allí a pocos meses, mi maestro Alvarado me nombró cura de Acatic; en seguida pasé a la parroquia de Tonalá, después a la de Atoyac; estando en Atoyac, el señor Miranda, Gobernador de la Mitra de Chilapa, se dignó ofrecerme la parroquia de Tixtla, de aquel obispado, arreglada aquí mi excardinación o conseguida una licencia ilimitada; y últimamente me ofrece el Prelado la parroquia de Ayutla. Te habrás fijado que todos estos nombres se escriben con seis letras.

 

Y de las parroquias en que he estado, nomás Tonalá me ha sido hospitalaria y misericordiosa; pero Acatic me fue ingrato y Atoyac no pudo serlo más. Para serme ingrato Atoyac, fue preciso hasta que fuera burlado el Gobierno eclesiástico, quien tenía por único remedio para curar los males de aquel pueblo, que llevaba, puede decirse, veintidós años sin Cura, que el padre Figueroa saliera, y es verdad, salió de pronto, pero los agraristas se movieron por su cuenta y el padre movió a los católicos en mi contra, y todo hizo, me puso en el caso imprescindible de dimitir la parroquia, y se metió él. ¡La fuerza del dinero...!

 

¿Qué piensas tú, diría verdad la gitana...? ¿Habrá que tenerle fe? Lo que te cuento es una confidencia de hermano; no lleva ninguna mala intención. Si la tuviera yo, no tendría inconveniente en hablar con la santa libertad del que no teme. No canso más tu atención (...) (AHAG, Correspondencia enviada, caja 2, expediente 2.)

 

La carta del 15 de diciembre, también a Correa, continúa el tema anterior:

 

No sé si llegaría una solicitud que hacía al Gobierno Eclesiástico relativa a que se dignara concederme, para lo cual está ya de acuerdo el padre Capellán Mayor, el salir de vacaciones, como de año en año lo hacen los padres capellanes de este Santuario. Te ruego tengas la bondad de interesarte porque se concedan; advirtiéndote que como de pronto tal vez sea necesario tomar posesión de la parroquia de que me hablabas, no me será posible disfrutarlas sino por allá en junio o julio, cuando los deberes me lo permitan.

 

Sin embargo, yo te agradecería que se me concedieran sin explicar esto último; y la razón es porque el padre Capellán podría resistirse a pagarme el mes de las vacaciones, lo cual me acarrearía el grandísimo perjuicio de no poderme cambiar para ninguna parte, porque no tengo ni un centavo para ello. En veintidós años que tengo de ordenado, nunca he tenido ni un día de vacaciones, y me parece muy de justicia que el Santuario, que tiene recursos en abundancia, me pague este mes que ruego me concedas.

 

¿No te cayó mal lo de la gitana? Los Superiores suelen ser muy susceptibles. Líbrate tú de ese escollo. Nunca te ofenda la palabra, siembre bien intencionada, de los pequeños. Te consta mi cariño viejo y eso me autoriza para platicarte mis confidencias. (...) (AHAG, Ídem.)

 

Con fecha 16 de diciembre de 1921, Placencia le envía a Correa tres páginas mecanografiadas tamaño oficio que contienen once líneas  de presentación y luego el poema “Antonio Correa”, de tres secciones de extensión variable que dan un total de ciento veintitrés versos de diverso número de sílabas. La presentación introductoria dice:

 

Antonio: Agradecido de tus bondades, he querido dedicarte mi librito, últimamente escrito, y que se llama Vamos a San Juan. Conserva la copia de la primera composición de dicho libro. Fíjate que no antes, sino después de tus muchas bondades es cuando te dedico mi libro. Aguardo que no serás tú quien piense que lleva miras bastardas mi obsequio. A mi maestro Alvarado le he dedicado otro librito, El padre Luis, también después de que se ha dignado, siendo el pobrecillo que soy, llegar hasta llamarme su “amigo” (AHAG, Ídem.)

 

El poema completo se puede leer en el libro Alfredo R. Placencia. Antología, del padre José Rosario Ramírez Mercado, en las páginas 98 a 101, con el título “A las puertas de Antonio”.

 

El 17 de diciembre, Placencia escribe a Correa (M. I. Señor Secretario de la Sagrada Mitra). En este escrito no usa el tono de confianza amistosa, sino el respetuoso oficial. Nótese la diferencia:

 

Concedidas las vacaciones que últimamente pedí a esa Superioridad, ¿puedo pedir adelantado al Sr. Capellán el pago que corresponde al mes de las mismas? ¿Podemos los capellanes pretender que las misas de los domingos y días festivos, que son de rigurosa hora fija, pues nadie de ellos puede decir su misa en tales días a la hora que le acomode, sino a la indicada por el Sr. Capellán Mayor, pretender que rece aquí en el Santuario el arancel que habla en toda la Arquidiócesis?

 

¿Qué estipendio asigna esa Superioridad a las pláticas que en este Santuario se dan por los padres capellanes los días festivos, así en la misa como en el rosario? Por los mismos $3.50 que se nos pagan por la misa conventual, de la cual salimos a las nueve y media, ¿tenemos obligación de rezar el rosario, que siempre es cantado, o puede y tiene a bien la S. Mitra que se nos dé como estipendio el $1.00 PESO que suele darse en dondequiera?

 

Dado que la carta de S.S.M.I , en la cual dice claramente que todos los servicios y misas fijas deben retribuirse, con excepción de los maitines y vísperas solemnes, que son anexos a la Capellanía, viene con fecha del 26 de noviembre pasado, podemos ya cobrar en este mes lo que por tal concepto se nos debe?

 

Al hacer estas consultas a S.S.M.I., no tanto veo por mi bien y provecho personal, como S.S. lo comprende, sino por el mejoramiento económico y justísimo y necesarísimo de los padres compañeros. Conocidos los sentimientos de equidad y conmiseración de S.S.M.I., no vacilo en creer firmemente que hará justicia en la causa de estos pobres hombres, dignos de ser remediados y de que les sean premiadas su prudencia y resignación. (...) Alfredo R. Placencia. P.D. Estas consultas llevan la voz de los padres capellanes. (AHAG, Ídem.)

El 20 de diciembre vuelve otra vez a su tono confidencial, en su extensa carta a su amigo Correa. Contiene varias expresiones en que afirma que el capellán mayor Ornelas lo está tratando injustamente, en relación  a sus vacaciones:

  

Mi telegrama de que me preguntas decía: “Impórtanme no tanto vacaciones, cuanto mesada mismas, poder moverme”; pero el telegrafista seguramente no entendió mi letra. Te puse el telegrama ese, primero, para que no el haberte rogado en mi carta anterior que pusieras en el conocimiento de maestro Alvarado lo del destino, te hiciera pensar que me parecía poca cosa y que tendría, en aceptar lo que tengo obligación, alguna resistencia.

 

Las vacaciones, en verdad, una vez que la S. Mitra me destine, me dará pena disfrutarlas. ¿Con qué calma podría irme a descansar sin antes conocer siquiera la parroquia? Sin embargo, una vez pedidas las vacaciones al Sr. Capellán, como se las pedí y me las concedió, y concedidas a la vez por la Superioridad, bien las podría aplazar, de acuerdo con la S. Mitra, para cuando las ocupaciones me lo permitieran, y entretanto servirme, y mucho, de la mesada que por el tiempo de dichas vacaciones tendría que pagarme el Santuario, para hacer mi cambio. Porque, en verdad no tengo para hacerlo ni un centavo; y vaya que me costará algo, pues tengo cositas, aunque pocas, en San Juan, cosas en Guadalajara, como mi loza y mi ropa, y cosas en Atoyac, como unas sillas y dos camas y mi silla de montar y algo más.

 

El telegrama ese es de fecha 13 de este, y me tiene apenado el hecho de que sobre esto no me diga la S. Mitra ni una palabra; es decir, sobre las vacaciones; y mucho temo que el Sr. Capellán Mayor, por no soltarme la mesada, cosa muy de las de él, esté metido en esto. Él tiene conocimiento de que me pusiste una carta en que me hacías favor de proponerme la parroquia de Ayutla; y apenas lo supo, vio una buena oportunidad para no pagarme las vacaciones, y en coro mismo me habló y me dijo así: : “Oiga, padre Placencia,: creo que me pidió licencia para salir a vacaciones, y no me acuerdo de qué fue lo que le dije. ¿Qué se las concedí?” “Sí señor –le dije-“ “Bueno –agregó- pues no sé cómo le pude decir que sí, confieso que debió ser esa una ligereza mía, pues teniendo usted apenas cinco meses aquí, no debería habérselas concedido; por lo cual le ruego escriba a la Mitra y le diga que yo ningunas vacaciones le he concedido y que usted ya no las quiere”. “Señor –le dije-: sería una falta de carácter en mí desdecirme ante la S. Mitra; así es que no puedo escribir. Aguardaremos mejor a que resuelvan allá”. “Esta bien –me dijo- aguardaremos”. Y no hablamos más.

 

El tener poco tiempo aquí en el Santuario no lo ignoraba el Sr., pues por explicarle eso comencé mi solicitud. Así es que le sirve ahora como un pretexto. Él piensa sin duda así: “Si el padre va destinado, puedo salvar esos sesenta pesos y los salvo a todo trance”; sin ver este señor que no salva lo suyo, ni siquiera lo del Santuario, sino lo que una vez concedidas las vacaciones es muy mío. Es decir: quiere salvar lo mío de mis propias garras.

 

Es penosísimo hablar de un superior; pero tú sabes el principio ese popular que dice: de que mi abuela se amuele a que me amuele yo, mil veces mi abuela y no yo. Además, este Sr., que es capaz hasta de coger a coscorrones en el altar mayor a padres viejos y venerables, como el padre Maldonado, no hallará dificultad en decir que él no me concedió tales vacaciones, y que yo las he pedido de por mí y ante mí, lo cual es inexacto, como les consta a todos los padres.

 

No sería yo capaz de hacer eso, primero porque mi educación y delicadeza me lo impedirían, y segundo, porque siendo ya un padre viejo, sé al dedillo que nunca se pide por un subalterno ninguna licencia, si antes no está en ello de acuerdo el superior inmediato. Así es que las vacaciones por parte del señor Capellán están bien concedidas y las he pedido yo por las vías legales.

 

Por otra parte, Antonio: ¿no será justo que se me concedan dichas vacaciones, cuando llevo casi veintitrés de trabajar sin un solo día de descanso? Y ya que no puedo disfrutar el descanso, porque el mismo nuevo trabajo que se me asigna no me lo permite, al menos disfrute el beneficio de la mesada, la cual no me servirá para paseos sino para poder llevar a aquella lejana tierra la zalea y los malos y gastados y escasos muebles que me han quedado en tanta caminata. Otros padres piden; yo no sé pedir, me causa vergüenza; ¿será mucho que pida lo a que ya tengo pleno derecho desde el momento en que el padre Capellán me concedió las vacaciones?

 

Yo necesitaba quince días para sacarme una muela, componerme una placa y llevar una niña a Iguala, que va de monja a Chilapa; pero siéndome penoso y pareciéndome cargazón pedir ahora esos quince días y en agosto o julio próximos vacaciones, opté por pedir vacaciones mejor, y tanto más cuanto que en agosto tendrán que salir los capellanes que son profesores, como se lo hice notar al señor Capellán, en lo cual halló justicia.

 

Conclusión: dígnate concederme las dichosas vacaciones, a fin de que el padre Ornelas me afloje esos centavos para el viaje; o bien, si ello le fuere más cómodo al Prelado, que tenga la bondad de prestarme los dichos sesenta pesos para mi cambio, quedando obligado a pagarlos al punto en que los junte, que creo que no pasará de unos dos meses. Pero yo quisiera mejor lo primero, a fin de que el Padre lleve una injusticia menos en su conciencia. (...) (AHAG, Ídem.)

 

La esperada respuesta a la carta de Placencia al arzobispo Orozco el 5 de diciembre (ver atrás), sobre sus vacaciones, se redactó el día 23. Fue negativa:

 

En contestación (...) le manifiesto que por ahora no es posible el que tenga las vacaciones que solicita, dado que en estos días hay grandes solemnidades en ese Santuario con motivo de las fiestas del 2 de febrero y las que se tienen actualmente en el mes de diciembre y principios del entrante.

 

Respecto del ofrecimiento que se le había hecho para ir a la Parroquia de Ayutla, como su contestación demoró, se proveyó de otra manera. Por lo tanto, usted seguirá con el mismo encargo, cumpliendo como hasta ahora con las obligaciones que le impone. (...) (AHAG. No registré la fuente, pero se supone que es la anterior: Correspondencia enviada, caja 2, expediente 2.)

 

1922

 

El padre Placencia reaccionó al oficio del Arzobispo con una carta amarga a su amigo Correa, en la que destacan expresiones duras referentes al capellán mayor Ornelas:

 

San Juan (...), enero 2 de 1922. Muy buen condiscípulo y amigo: Cuando me dices en tu última carta, (...) que te consta la buena voluntad del Superior, es que se asoma tu caridad y me oscurece una cosa que bien sabes que me mortificaría: el desagrado del Sr. Arzobispo. (...) Yo supongo que el Prelado supo que dejaba a cargo de mi maestro Alvarado la resolución en el asunto de la parroquia de Ayutla, a no ser que tu misma caridad y previsión le haya escondido eso al mismo Prelado; y en caso de que haya sabido, lógico era su desagrado y por demás justo; pues ¿a quién le ocurre hacer depender el acatamiento a una orden del Sr. Arzobispo del visto bueno de un superior subalterno?

 

El Prelado debió tomar esto muy mal, y así me lo deja entender la acritud de su comunicación última. Yo debería darle al Ilustrísimo Señor alguna explicación; pero tú adivinas que esto es peligroso, pues por pegarle al violín puede uno pegarle al violón, pues los Superiores suelen ser muy susceptibles y es preferible callar. Sin embargo, a ti, en quien veo más al condiscípulo que al superior, confesando, sin embargo, y acatando tu superioridad, me animo a darte la explicación de lo sucedido, a fin de que, si alguna vez llegas a creerlo oportuno, te dignes presentar mis disculpas al Sr. Arzobispo.

 

Desde luego, creo y confieso a los oídos de todo el orbe que este destino del Santuario es un verdadero Escobedo con su capataz y sus bastoneros correspondientes, y que no deben venir a esta Siberia sino hombres que deben tener grandes pecados a los ojos de Dios y que no pueden quedar sin castigo. Confieso, asimismo, que yo deberé ser uno de esos, y que indudablemente cuando se me ofreció la parroquia me quedaba mucho por compurgar; y que en esa virtud, Dios puso en esto la mano, a fin de que aceptando el ofrecimiento generoso del Prelado, apareciera, sin embargo como que no aceptaba.

 

   Porque, en verdad, esto fue lo que sucedió. De tejas abajo, ¿cómo hizo Dios para amolarme? Aprovechó mis buenos sentimientos para con el maestro y el bienhechor. Tú conoces a mi maestro Alvarado y no tengo que definírtelo. El buen viejecito tenía positivo interés en hablar con el Prelado en el sentido de suplicarle que me sacara de este purgatorio; por manera que al llegarme tu carta en que de la voluntad del Prelado me hablabas, júralo que creía haber mi maestro hablado con el Prelado, y que tú tendrías conocimiento de su intervención. Así es que me dije: “Antonio no tendrá ya que hablar con mi maestro, sino que descartada esta que es una ceremonia, de plano avisará al Prelado mi aceptación”.

 

Aceptada la parroquia, avisé luego a Atoyac se me mandaran mis cosas que allá quedaron, a Ameca, y otro tanto hice a alguna persona de Guadalajara, para que me remitiera con igual destino las que quedaron allá. Avisándome, sin embargo, el corazón lo que sucedía, te puse un telegrama, el que no supo el telegrafista descifrar y que por eso no entendiste, para aclararte mi aceptación.

 

Si quise darle por las manos de mi maestro Alvarado esta vuelta al negocio, fue únicamente para que el buen viejecito gozara, ya que para él es una satisfacción el poner siquiera un dedo de su mano en todo lo que sea levantar un caído, y más si se trata de un discípulo. Esto fue todo, Antonio. Así es que quien me vino de tejas abajo traicionando fue mi lealtad para con el maestro.

 

Yo creo en la grandeza de alma del Sr. Arzobispo, y lo hallo capacísimo de  estimar en lo que vale este buen sentimiento mío, antes que de condenarlo. Porque esto lo llevará a discurrir que puedo ser igualmente agradecido y disciplinado y magnánimo con él. Yo, en mi pequeñez, he tenido también mis subalternos; y de estos los que a todo trance he guardado a mi servicio han sido los que fueron leales y hombres con mis antecesores, y me he deshecho de aquellos que, por agradarme, hablan mal del que me precedió.

 

Me haces favor de decirme en tu carta que tenga paciencia y que espere un poco más allá. No tengo que hablarte una sola palabra sobre la gratitud que por esto agrego a la que ya te debía. Sólo te encargo que no sea una plática de político.  Aguardo el quedar pronto una vez más convencido de que hablas con toda lealtad. (...) Alfredo R. Placencia.

 

En seguida añade una posdata más amarga en referencia al Capellán Mayor Ornelas:

 

 Aquello de que se paguen las misas de hora fija, sermones y demás se quedó como las órdenes que suelen darse a los superintendentes de Escobedo, de que se den a los presos más garbanzos o, por lo menos, con menos piedras. Aquí las rúbricas no hablan, ni hablan los obispos, ni nadie, nomás el Capellán. El señor (arzobispo) Ortiz casi se hizo cucho de mandar que se hiciera una capilla para el Santísimo en un crucero, y primero se murió él antes que la capilla se hiciera. (...) A este hombre lo hizo Dios para pisotear obispos y secretarios y rúbricas y capellanes. (AHAG, Ídem.)

 

Brincamos al 23 de julio de 1922. Otra carta a su amigo Correa, en la que se nota que no estaba a gusto en San Juan:

 

(...) Me permito rogarte tomes con la fidelidad e interés de un hermano el arreglarme con el Prelado la licencia indefinida que solicito por prescripción médica. El agua de San Juan me ha hecho un daño inmenso, y es opinión del Dr. González que no podré vivir aquí si no es enfermo del estómago, como he estado casi desde que llegué.

 

Si alguna vez, y si no fuere mucho pedir, tuviera el señor Arzobispo la bondad de darme, en lugar de ésta, una capellanía de coro en esa Catedral, yo le quedara muy obligado y agradecido. Entretanto te ruego me arregles la licencia que ahora solicito. En Chilapa es muy grande escasez de sacerdotes y creo que de algo podré servir. (...) (AHAG, Correspondencia enviada, caja 3 –tres-, expediente 2.)

 

La carta que sigue tiene relación con la anterior. También es de julio 23 de 1922. Va dirigida al arzobispo Orozco:

 

(...) Por indicación médica pido (...) una licencia indefinida para separarme de esta  Arquidiócesis y permanecer parte de tiempo en la de México, en donde reside mi familia, que no puede seguirme por acá y de cuyos cuidados necesito, y parte en la de Chilapa, a donde, por repetidas ocasiones, ha tenido la bondad de invitarme el ilustrísimo señor Campos y Ángeles. (AHAG, supuestamente de la caja 3, citada arriba.)

 

La respuesta negativa está fechada el 28 de julio. La copia del oficio no tiene firma; pudiera ser del secretario amigo Correa. No se le concede la licencia: “Enterado el señor Arzobispo de su comunicación del día 23 (...), me dispuso le dijera (...) que no le es posible concederle la licencia (...) porque va a utilizar sus servicios en esta ciudad, y sólo espera tener disponible una colocación que le convenga a usted, como anteriormente lo había solicitado. (...)” (AHAG, Ídem.) Es decir, el 23 de julio Placencia solicita dos destinos muy diferentes: en la carta al secretario Correa desea ser capellán de la catedral de Guadalajara y en el oficio al Arzobispo pide licencia para irse a Chilapa, Guerrero...

 

Otro oficio del secretario amigo Correa, del día siguiente, 29 de julio, refuerza la opción del cambio de San Juan a Guadalajara y no a Chilapa: “(...) aprovechará Su Señoría (...) la primera oportunidad y vacante que haya en la Catedral para darle una capellanía de coro, como usted lo desea, y que en tal virtud no le concede la gracia que usted solicita de su separación (...)” (AHAG, Ídem.)

 

Pero el 9 de agosto toma la autoridad una tercera opción: cambiar a Placencia de San Juan para que sea párroco de Valle de Guadalupe. La copia del oficio no tiene firma, pero por el tono parece ser del arzobispo Orozco:

 

Sr. Cura Dn. Alfredo Placencia. San Juan de los Lagos. Por el presente exonero a Ud. del cargo de Capellán que ha venido desempeñando en el Santuario, y lo nombro Cura del Valle de Guadalupe. El Sr. Cura don José Isabel García entregará a Ud. la Parroquia bajo inventario.

 

Procurará Ud. trabajar con celo en ese lugar a que se le destina y cumplir con todas las disposiciones diocesanas acerca de la administración parroquial, libros de cuentas, matrimonios, bautizos, etc. No dejará de atender de manera especial a la instrucción de la niñez, al catequismo, predicación y las obras de acción social, haciendo lo posible por que florezcan en la Parroquia las instituciones de Damas Católicas, de la “A.C.J.M”, sociedades de obreros, etc. Hará Ud. la profesión de fe y el juramento respectivo ante el Sr. Capellán Mayor Dn. Gonzalo Ornelas antes de ir a tomar posesión de su destino. La mensualidad que percibirá Ud. será la misma de su antecesor. (...) 

 

El oficio de aviso al Capellán Mayor también fue redactado el 9 de agosto: “Sr. Gonzalo Ornelas. San Juan. Aviso a Ud. que en esta fecha he nombrado al Sr. Cura Alfredo Placencia, párroco del Valle de Guadalupe (...) hará la profesión de fe y el juramento respectivo ante Ud. (...)” (AHAG, Parroquias, San Juan, caja 9, expediente 4.)

 

Todos los oficios transcritos hasta ahora, excepto uno del señor Ornelas, están mecanografiados. La comunicación que sigue  está a mano, con la letra elegante pero poco clara del padre Placencia. Es otra carta a su amigo el secretario Correa, desde Valle de Guadalupe. Es del 22 de agosto:

 

(...) Te participo mi llegada a este lugar, y te agradezco la participación que en mi salida de San Juan hayas tenido. Al escribir estas líneas, estoy tarareando: “In exitu Israel de Egipto, domus Jacob de populo bárbaro”. ¿Tendré alguna vez el gusto y el honor de verte en esta tu casa? Ojalá. De todo corazón te la ofrezco, lo mismo que a tu estimable mamá, las niñas y Mariano, a quienes te agradeceré des mis recuerdos. (...) Alfredo R. Placencia.

 

P.S. Enterados los fieles de que el Prelado va a remover al padre ministro, me hablaron anoche en el sentido de rogar a Su Ilustrísima retracte su determinación, y al efecto me han rogado les redacte yo mismo ese ocurso, para lo cual no he tenido ningún inconveniente, ya que fuera antipolítico no acceder; pero quiero advertirte que no es esta empresa mía, pues el Prelado en San Juan me dijo que en atención a la escasez de clero, actual, no podía dar ministro para aquí y que ni le pidiera hasta en tanto no quede subsanada esa escasez, y se acentuará especialmente, según me dijo, por el rumbo de Ayutla. Aunque aquí el trabajo es alguno, pero no quiero que piense el Prelado que me sustraigo al trabajo. Tuyo. (AHAG, Correspondencia enviada, caja 3, expediente 2.)

 

Valle de Guadalupe no tiene seis letras, pero también ahí le fue mal al doliente padre Placencia. Lleva dos meses en Valle y ya se piensa en cambiarlo. Pronto volverá, por lo menos en el papel, a San Juan. Veamos los oficios o cartas siguientes, anteriores a su reenvío a San Juan. Un oficio sin firma, seguramente del secretario amigo Correa, de Guadalajara al Valle de Guadalupe, 14 de noviembre de 1922:

 

Muy querido amigo: Me dirijo a ti con el fin de comunicarte que podría dársete la capellanía de la Hacienda del Cabezón. Dime con franqueza si tendrías voluntad de ir allá. Recuerdo que alguna vez hablamos sobre el particular y me manifestaste deseos de estar de capellán de dicha Hacienda. Yo creo que estarás muy contento, y así te evitarías mortificaciones que no faltan al frente de una parroquia. Sabes que mucho te aprecia tu afectísimo seguro servidor y amigo. (AHAG, fuente no identificada.)

 

Mientras tanto, otro encargo de parte del arzobispo Orozco, 17 de noviembre:

 

Mereciendo usted mi confianza por su prudencia y celo sacerdotal, (...) lo nombro confesor extraordinario de las Siervas de Jesús Sacramentado en la Capilla de Guadalupe. La reverenda madre superiora local, a quien ya comunico este acuerdo, le dará los informes que necesite para el mejor desempeño de su cometido. (...) (AHAG, fuente no identificada.)

 

¿Qué le pasó al padre Placencia en Valle de Guadalupe? El 7 de diciembre se redactó el oficio de su reenvío  a San Juan, por parte del arzobispo Orozco:

 

Por el presente exonero a usted del cargo de párroco que ha venido desempeñando en ese lugar, nombrándolo capellán del Santuario de Nuestra Señora de San Juan de los Lagos, cargo que ya antes había venido desempeñando con grande satisfacción. Espero que quedará usted conforme con esta determinación, dado que en este encargo tendrá ocasión de estar con más tranquilidad y con menos responsabilidad en su ministerio. Entregará la Parroquia bajo inventario al señor cura Teodoro García Armas. (...) (AHAG, fuente no identificada.)

 

El mismo 7 de diciembre, el Arzobispo le comunicó la noticia al capellán Mayor Ornelas: “Aviso a usted que en esta fecha he nombrado capellán de ese Santuario al señor cura Alfredo R. Placencia, quien estará en las mismas condiciones en que se encontraba antes de salir de ese lugar (...)”  Posiblemente el oficio anterior del 7 de diciembre al padre Placencia no se firmó, pues el día 9 se redactó el siguiente, tampoco firmado pero en el que se adivina al amigo Correa, de Guadalajara a Valle de Guadalupe:

 

Muy estimado señor Cura y fino amigo: Teniendo conocimiento el señor Arzobispo de que tropieza usted con algunas dificultades en esa parroquia de su digno cargo e impulsado por la estimación y cariño que tiene a usted, deseando evitarle mortificaciones y sabiendo que estuvo usted contento en San Juan de los Lagos como capellán de coro, me dispuso le escribiera a usted la presente para que si está de acuerdo en volver a San Juan, se sirva comunicarlo, haciendo la renuncia de esa parroquia, y poder extenderle su nombramiento para San Juan. En espera de sus estimables letras (...) (AHAG, fuente no identificada.)

 

El 11 de diciembre, el capellán mayor Ornelas firma acuse de recibo del oficio del día 7, pero aclara que Placencia no se ha presentado. (AHAG, Parroquias, San Juan, caja 9, expediente 4.) Esto es explicable por el reciente oficio del 9 de diciembre del arzobispo Orozco a Placencia y por la contestación de éste del 13 de diciembre, de puño y letra, desde Valle:

 

(...) Por el correo de hoy me llegó un oficio en que Su Señoría me exonera de esta parroquia y me nombra Capellán de San Juan; y juntamente con ese oficio me llega una carta del Sr. Secretario en que este señor se digna decirme que la determinación de Su Señoría obedece a las dificultades que he encontrado en esta parroquia.

 

Me permito decir a Su Ilustrísima muy respetuosamente que ningunas dificultades he encontrado, por favor de Dios, hasta ahora, en esta parroquia, sino todo lo contrario. ¿Me permite Su Señoría pasar a Guadalajara a fin de tratar con más libertad y más de cerca este asunto? Dios nuestro Señor guarde a Su Ilustrísima muchos años. (AHAG, fuente no identificada.)

 

En esta carta, el padre Placencia dice “ningunas dificultades he encontrado en esta parroquia, sino todo lo contrario”. Sin embargo, el padre José Rosario Ramírez  dice en su Antología del padre Placencia (página 28) dice que éste dejó registrado en el libro de gobierno de la parroquia de Valle de Guadalupe lo siguiente:

 

“En esta fecha, 19 de diciembre de 1922, calumniado vilmente ante el (...) señor arzobispo Francisco Orozco y Jiménez por mi antecesor, el señor cura Isabel García, de ingrata memoria  en este pueblo, entregué la parroquia que sólo goberné ciento veinte días, al estimado señor cura, discípulo y amigo mío, Teodoro García Armas”.  

 

De despedida, como siempre pulsó su lira y cantó:

 

Entristece a mis amigos el destierro que me ha dado

por lo injusto de un mal justo y lo mal que ha pagado.

Dios le pague su obra buena

y nos cure a todos juntos de esta pena

que el maléfico Isabel nos ha causado. 

 

Descanse en paz el buen poeta padre Placencia. Por lo visto, siempre no volvió a San Juan como capellán del Santuario. (20 de mayo de 2007,  77º aniversario de la muerte del ilustre sacerdote poeta místico.)

 

 

B I B L I O G R A F Í A

 

 

ARCHIVO HISTÓRICO DE LA AQUIDIÓCESIS DE GUADALAJARA. Series:

   -Correspondencia enviada

   -Parroquias, San Juan.

 

RAMÍREZ, José R. Alfredo R. Plascencia. Antología. Introducción y selección. Guadalajara, Jalisco, Seminario de Guadalajara, 1992, 193p.

 

  

Sincronía Spring 2008