Sincronía Spring 2012


Muerte encefálica y duelo. El formalismo, y la tecnificación como factores que propician la negación de la muerte en el siglo XXI


Cuauhtémoc Mayorga Madrigal
Departamento de Filosofía
Universidad de Guadalajara



Con esta entrega pretendo mostrar que la muerte encefálica, en tanto que definición contemporánea de la muerte, es una concepción propia de nuestro tiempo en tanto que se corresponde con los valores más destacados de las sociedades actuales, con implicaciones peculiares para actuar y pensar la vida, la muerte y la enfermedad.


1. Si la ley lo establece, está bien dicho

En una conferencia dictada por un notable bioeticista, cuyo tema de disertación era la muerte, afirmaba que una acción y compromiso irrenunciable del médico es la educación, esto es, tener una franca, clara y directa comunicación sobre los asuntos más complicados de la medicina que, indudablemente, también son del interés de los pacientes y de la sociedad. Lo paradójico de esta brillante afirmación se presentó al concluir su parlamento. Después de recibir abundantes felicitaciones y fotografías, se le acerco tímidamente una periodista con su grabadora, al verla acercarse, el maestro de las virtudes del médico le dice: “ni te acerques porque ya vi tus intenciones y no pienso contestar ninguna pregunta”, ante insistencia de la entrevistadora, el catedrático admite bajo la siguiente condición: “Sólo responderé si se formulan preguntas inteligentes. La prejuzgada primer pregunta decía: “entre la legislación norteamericana y al legislación mexicana existen criterios distintos para declarar la muerte encefálica, según usted ¿Cuál es el criterio correcto? Y como respuesta se obtuvo una pregunta: ¿esta te parece una pregunta inteligente?, en fin responderé, claro está que el criterio que yo debo aceptar es el de México.

2. Si lo establece la ciencia, es correcto


Desde hace más de 2500 años la ciencia nos ha enseñado a admitir fenómenos contrarios al sentido común o la experiencia. Negarse a admitir creencias que escapan a nuestra experiencia ha sido causa de excomuniones, enfrentamientos culturales, descrédito científico y, lo más impactante socialmente, la subordinación a dictámenes y fenómenos desconocidos.

La ciencia, que por sí misma debiera ser considerada el recurso que alivia la incesante desesperación humana para la satisfacción de nuestras necesidades intelectuales, pero con frecuencia se convierte en el déspota que impone nociones, cuya comprensión última está reservada al club de los expertos.

Desde 1968 con el reporte de Harvard (Baudouin 1995: 31 y Jonas 1997: 146) morir deja de ser un asunto constatado por el sentido común, los criterios culturales o la experiencia se transforma paulatinamente en un criterio dictaminado científicamente y soportado legalmente casi por todas las naciones. Morir dejo de ser un asunto íntimo y ahora es competencia exclusiva de las instituciones y de los que saben.

¿Realmente la ciencia o la ley son tan perfectas y poderosas como para poder inmiscuirse y transformar las nociones más íntimas de la cultura y los hombres? El mundo contemporáneo, a pesar del multicitado liberalismo, arrasa cada vez más con la posibilidad de obrar de manera autónoma y, a través de las instituciones médicas, científicas, empresariales y políticas, dictamina sobre las decisiones privadas de los hombres. Los decretos avanzan desde la forma más adecuada de vestir, la forma de ser felices1 y la muerte. Es evidente que sobre el vestir, la felicidad y la muerte pueden encontrarse criterios legales, económicos y médicos, pero ¿serán sólo los parámetros tecnocientíficos los que determinarán al hombre del futuro? En una ocasión un médico confesó: “yo podría hacer el amor de manera perfecta, científica y satisfactoria, pero prefiero hacerlo como un animal”.

Definir es describir en términos simbólicos una realidad y esto no es un asunto menor. La cultura tiene como criterio para actuar la representación simbólica de la realidad y es a partir de estas representaciones sobre las que basamos nuestro desenvolvimiento con los otros y con el mundo. Por lo anterior, redefinir la muerte implica reinterpretar el dolor, reinterpretar la vida y reinterpretarnos a nosotros mismos. Y estas nociones tan íntimas, difícilmente pueden alcanzar un buen fin cuando son establecidas por decreto. De lo contrario ¿Por qué necesitamos procuradores de órganos?, ¿Por qué nadie se atreve a decir “ha muerto” cuando se ha dictaminado la muerte encefálica?, ¿Por qué no inician los rituales funerarios cuando se está en un coma irreversible?, ¿por qué consultar sobre el momento en que se debe retirar un respirador artificial?


3. La muerte de artificio

Después de la redefinición de la muerte por el reporte Harvard, Hans Jonas se opuso y su réplica fue refutada con las siguientes afirmaciones: su posición es un obstáculo para los trasplantes, mezcla aspectos filosóficos con científicos y su crítica no distingue entre la muerte como un todo y la muerte del organismo (Jonas 1997: 150). Respecto a la primer refutación (un obstáculo para los trasplantes), es evidente que si no se alcanza un acuerdo sobre la línea que separa la vida de la muerte, entonces los trasplantes a partir de la donación cadavérica son imposibles; sin embargo, el criterio que fundamenta la refutación a Jonas parece responder más a un fin de orden práctico que científico. Sobre la confusión entre la interacción de criterios filosóficos con científicos cabía simplemente decir que la vida y la muerte no sólo son comprendidas a través de criterios de orden biológico y, por último, respecto a la distinción entre la muerte como un todo y la muerte del organismo, cabría preguntarnos ¿Qué partes del organismo habría que privilegiar para dictaminar la muerte? ¿Cuál es la línea que separa la muerte de la vida? Jonas afirma: “identificamos a una persona de forma integral, no por su cerebro” (Jonas 155).

Jonas desde un principio suponía que sus críticas estaban condenadas al fracaso y, como sabemos, así es: muerte encefálica es igual a muerte2, aunque de manera apocada, temerosa y dubitativa la sociedad, la comunidad científica, los periodistas, los religiosos y los legisladores lo admitan.

Peter Singer en su obra Repensar la vida y la muerte recaba las respuestas más comunes que dieron las enfermeras, cirujanos y neurocirujanos con una amplia experiencia en muerte encefálica ante la pregunta: ¿Qué le dirían al familiar de un paciente al que se le hubiera declarado muerte cerebral? Y las contestaciones fueron las siguientes:

«En este momento, no parece que el paciente vaya a sobrevivir»

«Tendría que vivir el resto de su vida conectado a la máquina»

«La máquina es básicamente lo que le está manteniendo vivo»

«Yo les preguntaría cuáles serían los deseos del paciente: ¿querría él el respirador?»

«Si sigue en el respirador, el paciente morirá de sepsis» (Singer, 1994: 46)


Es importante distinguir entre ciencia, tecnología y filosofía en este contexto a fin de poder lograr un mejor entendimiento: la ciencia describe hechos, la filosofía analiza el soporte de las creencias y la tecnología busca ofrecer soluciones a inquietudes humanas. Por lo anterior, morir hoy se identifica más con un asunto de orden tecnológico que científico o filosófico. El informe de Harvard lo estableció sin anfibologías:

1. Evitar “la carga que supone para los pacientes que sufren una pérdida permanente del intelecto, para sus familias, para los hospitales y para aquellos que necesitan camas hospitalarias que ocupan estos pacientes en coma” y 2. “Los criterios obsoletos para definir la muerte pueden causar controversia a la hora de conseguir órganos para trasplantes (Singer, 1994: 36)

Independientemente de las valoraciones individuales que podamos hacer sobre el criterio de la muerte encefálica, lo cierto es que ésta es una forma de entender la muerte que se corresponde plenamente con las motivaciones y valores de las sociedades contemporáneas. La vida y la muerte no son más un asunto de la conciencia subjetiva, de la naturaleza, de la religión o de la ciencia. Morir se corresponde plenamente con el controversial principio de la tecnociencia: “todo lo que se puede hacer se debe hacer”.

Las maravillas de la tecnología son tan asombrosas y ahora morir es un asunto del poder de la tecnología. Como la tecnología ya ha vencido infinidad de veces la batalla contra la muerte, sólo a ella le corresponde dictaminar cuando la lucha se ha perdido, morir hoy no es más un asunto de la naturaleza sino de la artificialidad, el advenimiento de la muerte depende de la tecnología. La religión, la filosofía, o la ciencia cada vez tienen menos opinar al respecto.


4. El duelo de hoy. Morir, un anacronismo.


Es deseable que el espíritu impulse a la música y otras artes y ciencias y otras formas de hacer que renazca la vida, permitan a nuestro país escapar de la pudrición que no es destino inexorable. Sé que es un deseo pueril, ingenuo, pero en él creo, pues he visto que esa mutación se concrete.


Esta es la última vez en que nos encontramos. Con esa convicción digo adiós.

Miguel Ángel Granados Chapa. Diario Reforma, 14 de octubre de 2011

(Dos días después Granados Chapa murió en la ciudad de México)


Rogeli Armengol afirma: “Nos afecta la muerte de los otros especialmente cuando son importantes en nuestras vidas” (Armengol. 2010: 298). Entre las condolencias que pudimos leer hacia Granados Chapa había una que decía: “con tus palabras mitigabas un poco la sed de justicia, ya te fuiste maestro, la Huasteca está de luto, Adiós para siempre, y tu plaza pública seguirá adelante con los pocos hombres libres que le quedan a México” y otra decía: “¿Y ahora a quién vamos a leer? ¿A quién habrá que creerle? Irreparable pérdida para México”. Parece evidente que a más de algún mexicano lamento la pérdida del periodista porque estando vivo era importante para otros. Pero ¿qué ocurre cuando a causa del desgaste mental y físico ocasionado por la enfermedad que degenera y paulatinamente va acabando con la vida, una persona que muere había dejado de ser importante para nuestras vidas? Y más aún, cuando el que fallece se había constituido en un obstáculo para la vida de los allegados.

De la letra una canción del grupo musical Jarabe de Palo escuchamos el siguiente fragmento: “Vive, deja vivir. Necesito un instante, que me dejes respirar, salir sin molestarte”. Y más adelante dice: “Fuiste el sol, fuiste la luna, fuiste la noche más oscura”. Hoy se muere en la unidad de cuidados intensivos desligando al moribundo del mundo de los vivos, “vive y deja vivir”, pero si ya no puedes o no quieres, entonces deja vivir.

La muerte de hoy, de acuerdo con Jean –Louis Baudouin y Danielle Blondeau, es un acontecimiento que paulatinamente ha dejado de ser parte de la naturaleza y se transforma en el resultado de un proceso artificial al que son confinados aquellos que contravienen los valores del mundo moderno. Por eso, “vive y deja vivir” es un grito angustiante de la sociedad actual, que ve afectada su vida ante la enfermedad o el dolor del otro. Que gran función cumplen las guarderías, las escuelas, las cárceles, los manicomios y los hospitales en el mundo actual; instancias insustituibles para recluir a los que constituyen una carga para el individualismo propio del mundo contemporáneo.

La muerte es negada y, como tal, el duelo es más un formalismo social, que una expresión dolorosa ante la pérdida de alguien que fue importante para la vida del otro. Las esquelas prefabricadas que venden los diarios, el pingüe negocio de las casas funerarias y el soporte tecnológico que ofrecen los hospitales a los muertos vivientes, forman parte de los recursos para la negación de la muerte. Morir ya no es más un asunto de familia en donde el moribundo dejaba consejos, regañaba, perdonaba, se perdonaba, encargaba y heredaba; para eso están las instituciones de salud en donde asisten los que saben; para eso hay un registro civil que insiste en declarar herencias cuando aún se tiene lucidez y para eso existen hoy las casas funerarias que organizan la convivencia, ofrecen los maquillajes que simulan estar con vida, y ofrecen paquetes con velas, café, transporte y hasta frases poéticamente construidas para un epitafio inolvidable.

La muerte es negada, según Bauduin, porque representa la antítesis de los valores del mundo contemporáneo. En una sociedad ansiosa de distribuciones justas, donde el derecho a la vida y a la felicidad queremos que sea accesible para todos, el sufrimiento, el moribundo y la muerte no tienen cabida. En el mundo de las artificialidades, en donde la tecnociencia nos sorprende con la materialización de inquietudes que otrora formaban parte de la ciencia ficción, la muerte estorba porque por más años que se prolongue la agonía en algún momento acontece y la técnica fracasa. Y en un mundo de hedonismo mediatizado, donde el color, la música, la alegría, la belleza y la eterna promesa de un futuro mejor, la muerte nos despierta del ensueño al ser lo más antiestético de la sociedad actual y por ello tiende a ser negada.


Conclusión

 El informe Harvard constituye una de las expresiones más representativas del mundo contemporáneo. Más que constituir un criterio para redefinir la muerte, es el documento que ayuda a concretar la negación de la muerte. Dar vida a quien puede vivir, evitar una carga a los que siguen vivos, prescindir de cuidados inútiles hacia desahuciado, tecnificación en la batalla contra la muerte y un criterio sancionado por casi todas las legislaciones, son el legado del informe Harvard en donde se sintetizan los valores del mundo contemporáneo, con su antedicha negación a la muerte.


Referencias.

Armengol, Rogeli(2010) Felicidad y dolor: una mirada ética. Ariel, Filosofía. Barcelona.

Baudouin Jean-Louis y Blondeau Danielle (1993) Èthique de la mort et croit à la mort. Tr. Esp. La ética ante la muerte y el derecho a morir. Herder. Barcelona, 1995.

Becchi, Paolo (2008) Morte cerebrale e trapianto di organi. Tr. Esp. Muerte cerebral y trasplante de órganos. Un problema de ética jurídica. Trotta. Madrid, 2011.

Chapa, Miguel Ángel, Plaza pública, Diario Reforma, 14 de octubre de 2011

Derecho a la felicidad en http://impreso.milenio.com/node/8692894

Jonas, Hans (1985) Technik, Medizin und Ethik. Zur Praxis des Prinzips Verantwortung. Tr. Esp. Técnica, medicina y ética. La práctica del principio de responsabilidad. Paidós. Barcelona, 1997.

Singer, Peter (1994) Rethinking Brain Death. The Collapse of Our Traditional Ethics. Tr. Esp. Repensar la vida y la muerte. El derrumbe de nuestra ética tradicional. Paidós. Barcelona, 1997.


1 En Brasil se legisla sobre el derecho a la felicidad.


2 No todas las muertes presentan pérdida irreversible del tronco encefálico. Becchi hace una referencia a que en la propia medicina es cuestionable el diagnóstico. La muerte cerebral no presenta la pérdida de “todas” las funciones cerebrales (Becchi, 2008: 84).


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