La transformación del símbolo del naranjo en los
círculos del tiempo de Carlos Fuentes
Minji Kang
Universidad Nacional de Seúl
Resumen
En este
trabajo revisamos el indicio que ofrece
la reducción del título del volumen El
naranjo. A pesar de que ninguno de los cinco textos incluidos tiene ese
mismo nombre, el naranjo funciona como un elemento simbólico que unifica todos
los relatos de la obra y como eje del mecanismo del tiempo circular que avanza
en un proceso de transformación, siguiendo a Giambattista Vico, abriéndose
hacia una significación más amplia comprendiendo no solo la hispanidad sino el
complejo multicultural que conforma toda la América Latina, configurando un
círculo en ascenso desde el pasado prehispánico, pasando por la conquista y
hasta la modernidad de los tiempos presentes.
Palabras claves: naranjo, tiempo,
multicultural, multirracial, Vico
1. Introducción
A principios
de los noventa y ante la celebración del quinto centenario del llamado descubrimiento
de América,[1] el tema de la identidad y el origen de América Latina
fueron considerados en su momento como entre los principales por los
intelectuales. Para Carlos Fuentes (México, 1928), el discurso de la identidad nacional
ha sido uno de los temas fundamentales en su trayectoria literaria, y en esa década Fuentes
publicó una serie en dicha dirección temática: un libro de ensayos literarios, Valiente mundo nuevo en 1990, al que le
siguió otro de ensayos históricos, El
espejo enterrado en 1992. Las
ideas desarrolladas en dichos ensayos las llevó a la ficción en obras casi simultáneas,
La campaña (1991) y El naranjo, o los círculos del tiempo (1993). Desde este periodo y hasta el 2000 en
que publicó Los cincos soles de México,
Fuentes ha centrado su interés en el origen de la cultura nacional a través del
rescate de la memoria y de la ficcionalización de la historia, en especial del
periodo de la conquista de México. La fecha de publicación de esta serie tiende
a condensarse a principios de los noventa poniendo siempre de relieve la
vocación de la novela y del escritor que desde su perspectiva deben recuperar
lo que omiten y olvidan los historiadores, como afirma en Valiente mundo nuevo donde habla acerca del “poder de la ficción para decir algo que pocos historiadores son capaces de formular: el
pasado no ha concluido; el pasado tiene que ser re-inventado a cada momento
para que no se nos fosilice entre las manos” (Fuentes 1990: 23).
El naranjo, o los círculos del tiempo reelabora la historia de la conquista incluyendo como protagonistas a
personajes históricos: Cristóbal Colón, Jerónimo de Aguilar, Hernán Cortés y
sus hijos Martín Cortés el español y Martín Cortés el mestizo. Al principio, dicha obra se publicó con el título El naranjo,
o los círculos del tiempo;
sin embargo, después de cinco meses de la primera edición, salió una segunda
versión del libro en la misma editorial con el título simplificado, El naranjo. A solo cinco meses, el
título de la obra cambió sin explicitarse nunca la razón. En este sentido, el hecho del
cambio del título podría estar en función de una intención especial del autor,
ya que al quitar la segunda parte del título ‘el naranjo’ queda como único
elemento de sentido general de la obra. Otros textos críticos han revisado
también este símbolo como mostraremos enseguida, pero nuestro enfoque estará en
relación con la poética expresada por el autor en ensayos del mismo periodo de
escritura.
Por lo antes
expuesto, en este trabajo tomamos como corpus de estudio El naranjo, para revisar las estrategias narrativas en términos de
contenido y de estructura que el autor utiliza para reelaborar el pasado,
revisando de qué manera las ideas expuestas en sus ensayos contemporáneos a
estos relatos se convierten en ficción. En especial, revisaremos el indicio que ofrece la reducción del título
del volumen porque a pesar de que ninguno de los cinco textos incluidos tiene
ese mismo título, el naranjo funciona como un elemento simbólico que unifica
todos los relatos de la obra y como eje del mecanismo del tiempo circular que
avanza en un proceso de transformación, siguiendo a Giambattista Vico, que se
abre hacia una significación más amplia comprendiendo no solo la hispanidad
sino el complejo multicultural que conforma toda la América Latina, cerrando un
círculo en ascenso desde el pasado prehispánico, pasando por la conquista y
hasta la modernidad de los tiempos presentes.
2. La transformación de la
imagen del naranjo
El naranjo, o los círculos del tiempo tiene dos ediciones con diferente título, la primera
edición se publicó en México en abril de 1993 y la segunda en Madrid en
septiembre del mismo año, ya con el título de El naranjo.[2] La
obra está integrada por cinco relatos: Las
dos orillas, Los hijos del conquistador, Las dos Numancias, Apolo y las putas
y Las dos Américas, según el orden del
libro. Las dos orillas, narrado por el
intérprete Jerónimo de Aguilar, habla del proceso de la conquista de México por
Hernán Córtes y termina con la hipotética reconquista india de España. En Los hijos del conquistador, los dos
Martines hablan alternativamente de sus vidas después de la muerte de su padre,
Hernán Cortés. Las dos Numancias trata
de la guerra numantina a través de las voces de diversos narradores, como
Cornelio Escipión Emiliano, una de las mujeres de Numancia, etc. En Apolo y las putas se narra el viaje de
un actor irlandés fracasado a Acapulco que después de morir puede encontrar su
propia identidad como un mexicano. En el quinto y último relato, Las dos Américas, el narrador es Cristóbal
Colón pisando tierra mexicana, que decide no revelar su descubrimiento a
España. Según este texto, Colón es un judío expulsado que después de quinientos
años de vivir en México puede volver a su hogar en Toledo al final del relato.
¿Por qué la
simplificación del título El naranjo?
Esta obra de Fuentes ha sido clasificada entre sus novelas por algunos y, en
este sentido, pensaríamos que la reducción podría haber estado en función de
dicha intención de género. Así la denominan críticos como Raymond L. Williams
(1996: 183) y René Ceballos (2007: 67). Sin embargo, no pocos la han
considerado un volumen de relatos, en ellos José Emilio Pacheco: “la primera de
las cinco novelas cortas que forman El
naranjo, o los círculos del tiempo”, y con relación al género agrega:
“destruye nuestra idea de que esa forma de representación literaria que los
alemanes llaman novella sólo funciona
como unidad en sí misma” (Pacheco 1993: 11-12). Por otra parte, cuando Fuentes
publicó Los cinco soles de México:
Memoria de un milenio, en 2000 -volumen que comprende también desde la
Conquista de México hasta la historia contemporánea- seleccionó de entre sus
textos ya publicados, y de El naranjo
incluyó dos relatos: Las dos orillas
y Los hijos del conquistador, ambos
con cambio en su título por Las dos orillas.
La Conquista española y Los dos
Martines. La Colonia aunque
intactos en sus contenidos (Fuentes, 2000: 43 y 83).
Marta Portal habla
sobre la significación del árbol en el volumen de El naranjo: “el naranjo es el eje semántico, el hilo conductor que
vinculará los cinco enunciados de conjunción paradigmática, que lo son también
de conjunción temporal, «los círculos del tiempo»” (Portal 1993: 61). Según este
estudio, el naranjo se relaciona de una manera estrecha con los cinco relatos y
también es un elemento que conecta cada contexto temporal. Portal subraya “la
voluntad optimista de la imaginación” en la historia, pero no profundiza en la
conformación del símbolo ni en la función del naranjo en la estructura narrativa
de los textos.
Por su parte,
René Ceballos en su análisis acerca de Las
dos Américas se concentra en la figura de Cristóbal Colón. Según la
interpretación de Ceballos, la intención de Carlos Fuentes “es más que nada
mostrar otros aspectos partiendo del conocimiento histórico inscrito
culturalmente en Occidente” (Ceballos 2007: 74) Y en la conclusión de su
estudio, propone el símbolo de la semilla del naranjo “como la metáfora del
nomadismo, de los pueblos y su cultura” (Ceballos 2007: 78). Sin embargo,
Ceballos solo menciona dicho símbolo al final, sin revisar su inclusión en los
relatos.
En un estudio
más sobre El naranjo, Linda Egan se
centra en la óptica dualista de la composición de espacios, tramas y
personajes, para llegar finalmente al naranjo como símbolo que evoluciona
siguiendo el proceso natural de siembra, enraizado, regado y cosechado en el
transcurso de los relatos, en una lógica temporal que privilegia la idea del
mestizaje. Su estudio revisa los elementos binarios en donde relaciona el
naranjo con el sol y el sentido de la creación con un nuevo tiempo de variados
orígenes.[3]
El árbol del naranjo
tiene una antigua historia.
Debe su nombre al término
sánscrito nagarunga (perfume interior) y del árabe y del persa narandj.
Su aroma es tan intenso que se
puede extender hasta a la distancia. Un tipo de naranjo se conocía en Mesopotamia y Egipto desde hace 4.000 años a. de
C., originario del extremo Oriente tradicionalmente de China, fue llevado a
Europa principalmente a Sicilia y España en la Alta Edad Media por los
musulmanes (Casado 1997). El naranjo se desplaza a
través de los relatos, sobre todo en manos de los protagonistas españoles y de
acuerdo al distinto contexto se transforma su significado simbólico.
En el primer
relato, Las dos orillas, el naranjo
se describe como la prueba clara de que Jerónimo Aguilar es español: “¿Hay
imagen que mejor refrende nuestra identidad que un español comiendo una
naranja? [···] ¿Quieres mejor prueba de que soy español?” (48). Como Aguilar y
Guerrero habían llegado a América en los viajes de Colón y habían vivido
durante ocho años incorporados a la cultura nativa, en cuanto los españoles
conquistadores los vieron creyeron que eran indígenas. En esta parte del
encuentro entre los españoles y Aguilar, las naranjas se describen como un
símbolo de la identidad española, el naranjo en manos de un español que ha
arraigado en México representa la presencia española en el territorio mexicano.
El naranjo que plantó Aguilar con semillas traídas desde España ya está
germinando en la cultura mexicana.
En un segundo
momento, las semillas del naranjo funcionan como un enlace que puede conectar
los dos primeros textos, Las dos orillas
y Los hijos del conquistador, al tiempo que el naranjo pasa de las manos de Jerónimo
Aguilar hacia las de Hernán Cortés en Los
hijos del conquistador:
Recordó que al
llegar a Yucatán lo deslumbró ver un naranjo cuyas semillas trajeron hasta allí
los dos náufragos desleales, Aguilar y Guerrero. [···]
Pero en la costa acapulqueña [Cortés] buscó un lugar bien sombreado y frente al
mar cavó hondo y plantó las semillas del naranjo (79)
Ahora el
naranjo plantado por Cortés en la costa de Acapulco se adapta bien y da un fruto
como sol redondo. En este segundo relato, Los
hijos del conquistador, cada Martín expone sus ideas en un intercambio de
juicios y comentarios de reproche contra el hermano, y aunque en medio del relato
se representa un tipo de diálogo, fracasan en su intento de eliminar el odio y
la envidia que existe entre ambos. En vez del encuentro de los dos hijos de
Cortés, solo nos queda el naranjo como una semilla de la reconciliación:
Recordé
entonces la muerte de mi padre, el aroma del naranjo en flor que entraba por la
ventana en Andalucía, [···] desde que desembarcó un día en Acapulco y allí
sembró un naranjo, mi padre traía esas semillas guardadas y ellas no se
perdieron, ellas no se fueron al fondo del mar, ellas permitirán a los frutos
gemelos de América y Europa crecer, alimentar y un día, con suerte, encontrarse
sin rivalidad. (113-114)
En la cita
anterior, el símbolo del naranjo intenta abarcar la posibilidad del encuentro
de dos mundos que pondría fin al antagonismo de los dos hijos del conquistador,
ya que en este texto también se le da la oportunidad de hablar con voz propia al
segundo Martín, el mestizo.
En el tercer
relato de Las dos Numancias se
denomina el origen del naranjo en donde se reúnen diversas culturas: “¿Qué son?
Semillas de un árbol lejano, oriental, extraño, denominado por una palabra
árabe, naranj. Me las trajo un amigo
desde Siria.” (139). Al final del relato, el naranjo queda como el único
sobreviviente después de la guerra y Cornelio Escipión Emiliano sueña con el
naranjo que está en el centro de la Numancia destruida: “¿Qué es sin embargo,
eso que brilla en el corazón de Numancia? Apenas lo distingues. [···] Es una ilusión, has imaginado tu propio naranjo en
el centro ceniciento de Numancia” (161-162). En este texto podemos escuchar las
voces de las mujeres de Numancia, encerradas sin ninguna esperanza y dispuestas
a morir. En el diálogo, una mujer numantina habla del naranjo:
¿Qué nos
queda? Un árbol extraño en el centro de la plaza. Hace tiempo pasó por aquí un
viajero arrepentido, genovés por más señas, e hizo alarde de plantar unas
semillas en el centro de la plaza. Dijo que el tiempo era lento y las
distancias grandes en el mundo en que vivíamos. (153)
La referencia
es clara y lector imagina que este viajero genovés que traería el naranjo a
Numancia era Cristóbal Colón, el protagonista del quinto relato. En este
sentido, Colón aparece configurado como un personaje mítico omnipresente que
puede vivir quinientos años, a la vez que también puede estar en todo el tiempo
y en cualquier espacio.
En Apolo y las putas el naranjo comprende
una significación más amplia como símbolo del mestizaje: “Sueño con el naranjo
y trato de imaginar quién lo plantó, árbol mediterráneo, oriental, árabe y
chino, en esta costa lejana de las Américas por primera vez” (230). El
protagonista es también un personaje multirracial, un irlandés negro que vive
en California. Fuentes habla en Valiente
mundo nuevo de algunos presupuestos para tratar de definir la cultura de
América, uno de ellos es que “es un continente multirracial y policultural”
(Fuentes 1990: 10). Con base en esta afirmación, Fuentes recomienda la
denominación “Indo-Afro-Iberoamérica” en vez de América Latina. Para Fuentes,
la cultura de América, sobre todo la mexicana, es consecuencia del encuentro de
las diversas culturas aunque manteniendo la idea de que su raíz es de España y
por extensión de Europa.
El último texto,
Las dos Américas, marca el final de
la transformación del naranjo. Según el juicio de Colón sobre la calidad de
este fruto en América señala que “mejor que en Andalucía creció en Antilia el
árbol con hojas lustrosas y flores aromáticas” (246), por lo cual podemos interpretar
que el símbolo del naranjo ya ha superado la sombra de la identidad española.
En este relato, después de quinientos años de vivencia en América, los
japoneses llegan al continente para convertirlo en “PARAÍSO INC.” (255, con
mayúsculas en texto), paradójicamente con la colaboración de Colón. Con la
llegada de la civilización, el paraíso se transforma en un lugar turístico:
“Los dos miramos hacia los huertos del naranjo que nos rodean. Quisiera que el
lobo entendiese: El naranjo, el animal y yo somos sobrevivientes...” (257).
Aunque se trate de una crítica en contra del avance indiscriminado de la
civilización, el naranjo mantiene su aroma y sobrevive. La simbología del
naranjo se extiende de esta manera hasta los problemas mundiales, como la ecocultura,
la asfixia por el ambiente corrupto, la diferencia abismal entre las clases:
“ciudad en ruinas, sumergida en las aguas negras, para muchos; otra ciudad
inaccesible, en las alturas, para muy pocos y tu isla es sólo la alcantarilla
final” (257). Al final del texto y cuando siente la llegada de su muerte, Colón
regresa a su hogar en Toledo cantando:
¿Qué encontaré al regresar a Europa?
Abriré de nuevo la puerta del hogar
Plantaré de nuevo la semilla de naranjo. (260)
Colón, judío
según el texto, vuelve al origen replantando “de nuevo la semilla de naranjo”
en Toledo, finalmente el naranjo regresa a España pero haciendo el viaje
inverso desde América Latina, razón por la cual este naranjo no podrá ser igual
que el primero. El naranjo ahora simboliza el tiempo, el recuerdo, las
sensaciones, las culturas y sus raíces: “En el naranjo, se reúnen mis más
inmediatos placeres sensuales [···] mi madre, las nodrizas, las tetas, la esfera, el
mundo, el huevo” (249). Como podemos ver en esta cita, en el naranjo se reúnen
no solo todas las sensaciones sino también se abarca hasta lo más interior como
es el recuerdo hacia el pasado, hacia el origen. En el Cuadro 1 podremos
apreciar mejor la evolución del naranjo como elemento simbólico:
Fuentes
intenta ver el origen del naranjo como una imagen multirracial y policultural,
y así lo interpreta José Emilio Pacheco al hablar del volumen: “Por obra de las
conquistas romanas y árabes, la naranja es la fruta del Mare nostrum: se da lo mismo en Jaifa que en Argel y unifica las
Españas: Valencia, Murcia, Andalucía, las Baleares, las Canarias. De allí tomó
Colón las semillas sembradas en La Española, Bernal dice que en 1518 las
plantaron en tierra mexicana” (Pacheco 1993: 11). Pero cabría preguntarse ¿por
qué la vuelta del símbolo a Europa? En el sentido más amplio de un continente
como un conjunto de culturas, el naranjo funciona como la llegada de la
hispanidad a América y como el inicio del mestizaje. No obstante, el retorno del
símbolo al centro de poder hegemónico ¿no cerraría con ello la autonomía de la
cultura mestiza?
Fuentes habla de la
identidad mexicana como un resultado total, con una afirmación publicada en El espejo enterrado:
A través de España, las Américas recibieron en toda
su fuerza a la tradición mediterránea. Porque si España es no sólo cristiana,
sino árabe y judía, también es griega, cartagiensa, romana, y tanto gótica como
gitana. Quizás tengamos una tradición indígena más poderosa en México,
Guatemala, Ecuador, Perú y Bolivia, o una presencia europea más fuerte en
Argentina o en Chile. La tradición negra es más fuerte en el Caribe, en
Venezuela y en Colombia, que en México o Paraguay. Pero España nos abraza a
todos; es, en cierta manera, nuestro lugar
común. (Fuentes 1992: 15)
De
esta cita podríamos inferir que la identidad no solo mexicana sino de la
mayoría de los países de América Latina es el resultado de un todo que podría
conectarse con el símbolo del naranjo, en el sentido de conjunto multirracial y
policultural. A través de los textos de El
naranjo podemos entender su idea de incluir rasgos raciales y culturales de
lo español (Hernán Cortés), lo mestizo (Martín II), lo negro (Vince Valera), lo
árabe (el naranjo mismo), lo judío (Cristóbal Colón), lo romano (Numancia). En
el mismo sentido, la transformación del símbolo del naranjo que hemos visto
hasta ahora podría interpretarse como un elemento que comprendería la riqueza
cultural del continente.
3. La circularidad del
tiempo
Conviene recordar
que el hecho de la simplificación del título nos obliga a concentrarnos más en
el elemento del naranjo que en el tema de los círculos del tiempo. Sin embargo,
en este capítulo procuraremos preguntarnos con qué elementos y qué estrategias
narrativas se utilizan para representar dicha circularidad en los relatos, para
no olvidar la intención del título original del volumen. Fuentes intenta revivir el pasado con la ayuda de la
imaginación y del lenguaje en el presente: “La novela crea un nuevo tiempo para los lectores. La novela convierte
el pasado, en memoria y el futuro, en deseo. El reflejo del pasado aparece como
la profecía de la narrativa del futuro” (Fuentes 2008: 205). Para Fuentes, la mejor manera de revivir el pasado sería reinventar y
reinterpretar la historia a través de “la imaginación y el lenguaje” (ídem). Nuestro escritor
está en deuda con la teoría de Vico, sobre todo en el tema del tiempo para
reinterpretar la historia.
Francesco Botturi, en su
estudio sobre la propuesta teórica de Vico, dice:
Para Vico el tiempo histórico no puede estar ni en
total progreso hacia la identificación de la historia con la razón eterna, como
en el modelo iluminista, ni en total decadencia hacia la separación, como en el
modelo tradicionalista. La historia existe justamente como participación analógica de lo
eterno, que como en la figura de la espiral, nunca puede coincidir ni tampoco
puede prescindir de sus ejes de referencia, por cuya proximidad o lejanía se
mide realmente el sentido de su posición. (Botturi 1995-96:
43)
Botturi agrega que la figura de la espiral tiene
“un ritmo constante correspondiente al ciclo vital de las sociedades” (ídem).
Fuentes aplica esta idea del tiempo en sus obras, imaginando la forma del
tiempo como un ciclo recurrente:
Vico rechazó un concepto
puramente lineal de la historia, concebida como marcha inexorable hacia el
futuro [···]. Concibió la historia, en
cambio como un movimiento de corsi e ricorsi, un ritmo cíclico en virtud del
cual las civilizaciones se suceden, nunca idénticas entre sí [···] Los corsi e ricorsi (cursos
y recursos) ascienden en forma de espiral. (Fuentes 1990: 31)
En este sentido, podríamos interpretar los cinco relatos
como un ciclo en forma de espiral que integra en la ficción desde el tiempo
histórico de la guerra numantina pasando por la conquista de México hasta el
tiempo lleno de basura y contaminación ambiental, de Las dos Américas. Revisaremos en primer término el tiempo
particular de cada relato, para ver después su integración en el volumen total. Cada texto tiene su propia estrategia temporal y
funcionan como historias independientes, no obstante, se conectan a lo largo
del discurso total, ya sea mediante alguno de los personajes, de situaciones
semejantes y del naranjo.
En Las dos orillas se intenta
contar el tiempo de la conquista de Cortés desde el punto de vista del
intérprete Jerónimo de Aguilar, relatando la historia desde el presente, al
momento de morir Aguilar, hasta el pasado: esto es, del capítulo diez al uno. El
décimo empieza con la frase: “Yo vi todo esto. La caída de la gran ciudad
azteca...” (11), y al final, en el capítulo cero aparece de nuevo la frase del
inicio: “Yo vi todo esto. La caída de la gran ciudad andaluza...” (55). Se
repite el motivo pero se transforma según el tiempo, igual que la teoría de
Vico sobre la historia en espiral. En cero ocurre la conquista india de España
dirigida por Guerrero, el otro náufrago, y Aguilar que solo la contempla desde
la muerte formula dos preguntas: “¿Qué habría pasado si lo que sucedió, no
sucede?” y “¿qué habría pasado si lo que no sucedió, sucede?” La segunda
respuesta implica el contenido del capítulo cero que es la antes mencionada conquista
indígena de España, mientras que la primera nos remite al contenido del quinto
relato, Las dos Américas, que trata de
lo que habría pasado si Colón no hubiera anunciado su descubrimiento a los
Reyes Católicos. Con las preguntas de Aguilar podemos relacionar la intención
del primer y del último texto.
Según la
descripción física de Cortés desde punto de vista de Aguilar, podemos ver que el
conquistador está configurado como un personaje que deriva de un tiempo ajeno:
“esa barba que parece demasiado antigua para un hombre de treinta y cuatro
años, como si se la hubieran heredado, desde los tiempos de Viriato [···], desde los tiempos de la asediada ciudad de
Numancia y sus escuadrones vestidos de luto...” (36). Cortés, como el caso de
Colón, se describe como una persona que pudo haber existido en cualquier tiempo,
en este caso, en el tiempo de la Numancia del tercer relato.
Al final del
primer texto, los expulsados, como viejos judíos y viejos musulmanes, regresan
a España con las llaves de sus casas cantando su amor a la patria: “Aquéllos
regresaron con las llaves heladas de sus casas abandonadas en Toledo y Sevilla
para abrir de nuevo las puertas de madera y clavar de nuevo en los roperos, con manos ardientes, el viejo
canto de su amor a España...” (56). Esta misma escena se repitirá en el quinto relato,
según veremos más adelante.
En Los hijos
del conquistador se trata del tiempo después de la muerte de Hernán Cortés
desde punto de vista de sus dos hijos, los dos Martines. Como señalamos arriba,
este mismo texto en Los cinco soles de
México tiene como subtítulo “La Colonia”. El relato empieza a hablar del
periodo posterior a la conquista a través del conflicto de dos mundos: el
mestizo representado por Martín II, hijo de Malinche, y el español Martín I,
hijo de la española Juana de Zúñiga. Observando el jolgorio de la colonia y la
fiesta de Martín I, Martín II dice: “¿Cómo llamaré a nuestro tiempo próximo:
reconquista, contraconquista, anticonquista, retroconquista,
cuauhtemoconquista, preconquista, cacaconquista?” (92). Con fuerte carga
irónica, ahora el texto destaca el problema del choque entre el mestizo y el español
(futuro criollo), y con el paso del tiempo este enfrentamiento tiende a
resolverse, sobre todo cuando el narrador nos dice que dialogan los dos hijos
de Cortés: “Se funden las voces para cantar juntas al paso fugaz de la vida”
(96). Sin embargo, al fin del relato, los dos Martines no pueden alcanzar a eliminar
la rivalidad, sino que se acentúa con un tercer personaje de la hermana María,
también mestiza, pero contrahecha.[4]
El tercer relato,
Las dos Numancias, se remonta hacia la historia de los antepasados del
capitán Cornelio Escipión Emiliano y los diversos narradores cuentan cada uno
su versión de la historia. Fuentes señala sobre la guerra numantina en El espejo enterrado:
[Numancia] sí es un emblema de
numerosas tradiciones fraguadas en el molde original de España: particulares no
sólo de España, desde luego, pero sí teñidas de una manera peculiar,
concentradas y realzadas por los acontecimientos de la historia y la cultura
españolas, así como por la subsecuente experiencia del mundo hispánico en las
Américas. (Fuentes 1992:40)
Según la anterior cita, Fuentes considera a
España como “la madre patria” (1992: 15), el sentido de la raíz en la cultura
mediterránea, así que el hecho del proceso de la romanizacón de Iberia podría
ser el punto importante que debemos enfocar en el origen. El general Escipión construyó
otra Numancia, como un doble, la cual es “la segunda ciudad, el espacio desierto que la duplicaba, rodeado de mis
propias fortificaciones” (146). Durante ocho meses nadie salió de Numancia, el
espacio real, y cuando la comida y la esperanza se agotan una mujer habla de
“un árbol extraño” que tarda cinco años para dar sus frutos. Observando ese
árbol del naranjo, dice: “el tiempo [···] se ha hecho visible en Numancia.”
(153). Por el contrario y al mismo tiempo en la otra Numancia, la inventada por
Cornelio Escipión Emiliano, se habla de un “espacio desolado, tiempo invisible,
[donde] no ocurrió nada” (157).
Apolo y
las putas, es el único relato que transcurre en tiempo presente, en Acapulco, México. El protagonista
narra su historia en orden cronológico desde la llegada a Acapulco hasta su
propio entierro. Al final de Apolo
y las putas, como menciona Marta Portal, el protagonista Vince Valera llega
a imaginarse a sí mismo con la capacidad de ser Cortés, ser hijo de la Malinche
y de ser otros protagonistas (Portal 1993: 65). Podríamos afirmar que el tiempo
del cuarto texto abarcaría todo el tiempo de los relatos anteriores a través de
la imaginación de Vince Valera. Es decir, todo ocurrido en el pasado se
conjunta en el presente:
Me imagino en México,
conquistando la Gran Tenochtitlan, amando a una princesa india. Me imagino
encarcelado, soñando con mi madre muerta y abandonada. Me imagino en otro
siglo, divertido, organizando brindis y serenatas [···] me imagino vestido de negro al frente de un
ejército enlutado, decidido a vencer en un combate contra el puro espacio
invisible. (230)
Fuentes muestra esta idea de
presente como el origen del pasado en Tiempo
mexicano: “todos los tiempos están vivos, todos los pasados son presentes.” (Fuentes, 1979:
9). En El naranjo, Fuentes demuestra que se puede
revivir lo ocurrido en el pasado a través de la imaginación en el presente. Al final de cada
relato, se incluye la fecha de escritura de cada uno. Las dos orillas se escribió en “Londres-México, invierno de
1991-1992” (61), Los hijos del
conquistador en el “Escorial, julio de 1992” (116). El tercer relato Las dos Numancias, en “Valdemorillo-Formentor, verano de 1992” (165) y Apolo y las putas en “Acapulco-Londres,
mayo 1991-septiembre 1992” (231). Podemos ver que cuatro relatos se escribieron
en el periodo comprendido desde mayo de 1991 hasta septiembre de 1992. En el
caso del quinto, Las dos Américas, se
incluye la fecha exacta de su conclusión, en “Londres, 11 de noviembre de
1992” (260), podríamos pensar que esta quinta fecha funciona para el quinto texto
pero también para el volumen total, como la suma de las enunciadas
anteriormente. En este sentido, conviene analizar este relato desde el símbolo
del número cinco.
Las dos Américas tiene que ver con
el número cinco no solo en el sentido de su ubicación en el orden en la obra,
sino también en relación con el símbolo de la cultura mexicana antigua. El
número cinco representa el “signo de unión, número nupcial dicen los
Pitagóricos; número también del centro, de la armonía y el equilibrio” (Chevalier
y Gheerbrant 1969: 291). Además, en la cultura mexicana, “Quetzalcóatl
permanece cuatro días en el infiereno antes de renacer al quinto. [···] Cinco es también símbolo de perfección entre
los mayas, para quienes el quinto día se consagra las divinidades terrenas” (ídem: 293). También en el prefacio de Los cincos soles de México, Fuentes habla del origen de México como
sucesión de cinco soles, aquí de igual manera el cinco representa un tiempo
histórico anterior a la conquista: “El Quinto Sol es el nuestro, bajo él
vivimos, pero también él desaparecerá un día, devorado, [···] por otro temible
elemento: el movimiento” (Fuentes 2000: 9).
El quinto
relato narra la historia de Cristobal Colón que descubrió América pero que decidió
callarse su hallazgo para
proteger ese “Paraíso”. La primera parte termina con una confesión de Colón:
“He llegado, qué duda cabe, al Paraíso” (236). En la simbología universal, el
paraíso significa el lugar celestial donde se vive “un estado de gracia
sobrenatural” (Chevalier y Gheerbrant 1969: 800-801), definición que está
acorde con el texto donde se habla de una pureza original de los habitantes:
“Eran hombres y mujeres sin mal de la guerra, desnudos, muy mansos y sin armas”
(240), comparable con el tiempo mítico concebido por los griegos antiguos,
aunque una idea análoga puede encontrarse también en antiguas
tradiciones religiosas y filosóficas de Asia, igualmente citada en el texto: “Pues ésta era
como la Edad de Oro que evocan los antiguos y así se lo recité a mis nuevos
amigos de Antilia” (242). El paraíso aparece en el discurso de Colón como un
recurso para explicar la historia ‘inexplicable’, ya que se trata de un
diferente concepto del imaginado por la mentalidad dominante que pensaba en
términos del binomio civilización y barbarie: “El Paraíso, sí. Pues en él
permanecía, liberado sobre todo de la horrible necesidad de explicarles a los
europeos una realidad diferente, una historia inexplicable para ellos” (246). Edmundo O’Gorman, historiador mexicano y autor
del famoso libro La invención de América
despliega la idea del continente como inventado, como un producto de la
dominación europea. Cristóbal Colón es el personaje principal en la propuesta
de O’Gorman y expone sus argumentos afirmando que Colón describe el continente
“descubierto” como el Paraíso Terrenal para justificar el valor de su
descubrimiento ante los Reyes de España:
[...] las ideas de Colón carecían de toda probabilidad de
ser aceptadas por dos razones decisivas. La primera, porque la teoría
cosmográfica elaborada por Colón para justificar la existencia del Paraíso
Terrenal en las regiones recién halladas resultaba un verdadero disparate
científico; pero, segundo y más importante, porque la idea de separar las dos
masas de tierra que obligaba a admitir un “nuevo mundo”, no era necesaria para
explicar satisfactoriamente los hechos revelados hasta entonces por la
experiencia. (O’Gorman 1958:113)
La idea de Edmundo O’Gorman coincide casi
textualmente con la trama de Las dos
Américas de Carlos Fuentes.
Una vez revisado el tiempo de cada relato, podemos apreciar en el Cuadro 2 que hay una progresión
histórica siguiendo una línea no cronológica que combina el tiempo histórico
con el tiempo mítico de la definición de América, filosófica e históricamente
hablando así como desde la ficción:
Hay
además otros elementos en la estructura discursiva que coadyuvan a la idea
cíclica del tiempo. Entre los más representativos citaremos la última parte del
quinto relato Las dos Américas donde se repite la escena del regreso de los
judíos y musulmanes a su patria:
①
“Aquéllos regresaron con las llaves heladas de
sus casas abandonadas en Toledo y Sevilla para abrir de nuevo las puertas de
madera y clavar de nuevo en los roperos, con manos ardientes, el viejo canto de
su amor a España...” (Las dos orillas: 56)
②
En
cada puño, llevo las pruebas de mi origen. En una mano, aprisiono las semillas
del naranjo. Quiero que ese fruto sobreviva a la implacable explotación de la
isla. En la otra, llevo la llave helada de mi casa ancestral en Toledo. A ella
regresaré a morir: casa de piedra y techumbre vencida, puerta de maderos
crujientes que no ha sido abierta desde que la abandonaron mis antepasados. (Las dos Américas: 259)
Esta
repetición de la escena de Las dos
orillas antes citada, en donde los expulsados regresan a España después de
tantos años, completa el ciclo temporal en coincidencia con la teoría de la
historia propuesta por Vico:
[que] explique
una concatenada serie de sus razones, y [...] narre una serie perpetua, o sea
no interrumpida, de los hechos de la humanidad, de acuerdo con dichas razones,
declarando cómo las causas determinan efectos similares, y hallando por tal
rumbo los orígenes verdaderos y no interrumpidos progresos de todo el universo
de las naciones. (Vico 1725: 73)
El quinto texto
no puede ser idéntico al primero ya que el protagonista Cristóbal Colón ha sufrido
durante quinientos años, sufrimiento que le permite abrazar el pasado, el
presente y hasta el futuro en este relato. En el descubridor genovés todo se
reúne. Colón acaba de regresar a su hogar, a su origen repetiendo su oración:
“el tiempo circula como las corrientes y todo lo une y relaciona,
conquistadores de ayer y de hoy, reconquistas y contraconquistas, paraísos
sitiados, apogeos y decadencias, llegadas y partidas, apariciones y
desapariciones, utopías del recuerdo y del deseo.” (260), pero como dice Vico,
una historia “concatenada” donde se pueden localizar “efectos similares” en las
diferentes épocas que permiten pensar en una serie de círculos temporales que
forman una espiral porque la historia no se detiene ni se repite nunca.[5]
El símbolo del naranjo se transforma hacia al final ampliando su significación.
Cada relato pertenece a su propio tiempo y espacio, sin embargo, todos quedan
enlazados con el naranjo y con la transformación del símbolo del naranjo, creando
la idea de la circularidad de la historia.
4. Últimas consideraciones
En El naranjo el énfasis en el tiempo ha desaparecido del título, pero
el volumen da cuenta de una intención que no debe pasar inadvertida a los ojos
del lector. Hemos analizado la
transformación del símbolo del naranjo y la circularidad de tiempo siguiendo el
orden de los relatos en el volumen. El símbolo del naranjo va ampliando sus
significaciones desde la identidad española hacia el conjunto de todas las
culturas y raíces que componen el complejo cultural de México, de América
Latina. Carlos Fuentes utiliza el naranjo como un elemento simbólico del
mestizaje que puede representar la cultura mexicana, cuyo rostro tiene una gran
riqueza en la diversidad. Es decir, en el naranjo, se podría reunir lo
mexicano, lo español y lo universal. Por otro lado, cada relato de la obra
obedece a su propio tiempo como un ciclo que, junto con los demás, se
relacionan con el avance de la transformación del símbolo del naranjo para
conformar el tiempo circular mediante la repetición de elementos y efectos
similares. Fuentes dispone del tiempo de los cinco textos con el propósito de
abrir y cerrar un círculo temporal con escenas que aparecen en el primer relato
y que se repiten en algunos otros, creando la ficción del paso del tiempo
durante quinientos años.
Antonio Cornejo Polar se preocupa por subrayar
el mestizaje como una estrategia para entrar la modernidad: “prevalece una
ideología salvífica del mestizo y el mestizaje como síntesis conciliante de las
muchas mezclas que constituyen el cuerpo sociocultural latinoamericano”
(Cornejo 1994: 368). En esta obra de Fuentes, aunque el símbolo del naranjo y
el tiempo de los relatos se ha transformado avanzando hacia el futuro, queda el
problema precisamente del mestizaje y de su reconocimiento en el mismo nivel que
el conquistador. El propio Fuentes afirma refiriéndose a El naranjo en su obra Territorios
del tiempo: “son historias de un tiempo
incumplido, una historia que no ha terminado, hecha por hombres y mujeres que
no han dicho su última palabra” (Fuentes 1999: 26-27). El problema del tiempo
se enlaza de esta manera con otro más, el de la enunciación. Fuentes ha reinventado la historia con el fin de representar el complejo multicultural que conforma
a México, a la América Latina
Notas
[1] Entre los escritores hispanoamericanos que se oponen al término
“descubrimiento” se encuentran José Emilio Pacheco: “En 1992, quinto centenario
de la división del mundo en metrópolis y colonias, norte y sur, naciones ricas
y países pobres, se creyó en el fin de la historia como relato interminable de
guerras y barbaries” (Pacheco 1993: 11), y
Ernesto Sábato: “Es ya cierto que hablar del descubrimiento de América
puede ser considerado, desde el punto de vista de los impugnadores, como una
despectiva denominación eurocéntrica, como si las grandes culturas indígenas no
hubieran existido hasta ese momento. Pero deja de serlo si se considera que los
europeos no las conocieron hasta esa fecha, o sólo un exceso de amor propio
puede tomar esa expresión como peyorativa. Lo que sí es reprobable es que se
siga utilizando hasta nuestros días, cuando aun en aquel tiempo los espíritus
europeos más elevados manifestaron su admiración por lo que habían encontrado
en el Nuevo Continente.” (Sábato 1991).
[2] En este trabajo se cita por la segunda edición, El naranjo (1993), y se indicarán solo
las páginas entre paréntesis.
[3] Entre otras notas sobre El
naranjo se encuentra la de Gonzalo Celorio que se concentra en la dialéctica del tiempo y el lenguaje, aunque
enfocando su análisis en el relato de Las
dos orillas (Celorio 1999).
[4] En el relato aparecen dos hijos mestizos de Cortés
con la Malinche, “la chingada” según Octavio Paz (1953: 224) y como se le
nombra en el relato. Pero María es un personaje que nació deforme, contrahecha,
que se burla de su hermano Martín II: “La mujercita contrahecha me levanta
violentamente la cabeza, agarrándome el pelo y me dice lo que yo esperaba oír: -Eres un hijo de la chingada.
Eres mi hermano” (105).
[5] Vico elige tres elementos para revisar la
circularidad en la historia de la humanidad: la creencia en una divinidad
providente, la celebración de nupcias solemnes y la costumbre de sepultar a los
difuntos (Vico 1725).
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