Sincronía Summer 2010

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Educación: La influencia de los sistemas de creencias. 

 

Por René Fernández Montt  ([1])

Miembro del Staff académico del Informe de Coyuntura Financiera.

Miembro del Directorio del Expertos del Departamento de Gestión y Políticas Públicas de la Universidad de Santiago de Chile.

Miembro de Mensa Internacional.

 

Luis Juan B. Clara

Investigador económico. Estudios de Economía en la U. de Buenos Aires,  es frecuente panelista en los foros organizados en la Universidad de Málaga.

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Resumen:

En este artículo haremos una revisión histórica de la influencia de los sistemas de creencias en la educación desde la antigüedad hasta los tiempos actuales en Chile. Nuestra pretensión dista de enjuiciar la labor de los distintos sistemas de creencias y su influencia en la educación, sino que buscamos establecer la importancia de ella y analizarla en función de los conglomerados religiosos de mayor relevancia en Chile.  

Los sistemas de creencias han desarrollado un rol protagónico en la evolución histórica que ha tenido la educación en el mundo y particularmente en Chile. En la mayoría de los casos la influencia ejercida por los principales conglomerados religiosos ha contribuido a incrementar la oferta educativa, potenciando los esfuerzos públicos por entregar una educación de calidad y que transmita valores y principios universalmente aceptados. Por esta razón en el presente ensayo se describirá la influencia histórica que han tenido los principales sistemas de creencias como son la Iglesia Católica, la Iglesia Evangélica, La Masonería y otros.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Los sistemas de creencias y la educación en el mundo.

La antigüedad

En tiempos pretéritos, la humanidad buscó el Conocimiento, e instituyó distintos sistemas de enseñanza. Se puede mencionar por ejemplo como en Egipto, las escuelas del templo enseñaban, además de religión, escritura, ciencias, matemáticas y arquitectura.

Así, como los sacerdotes eran quienes manejaban mayoritariamente la educación en India. Es justamente en este país, donde se originó el budismo, que luego se expandió por los países del Lejano Oriente. En la milenaria China la educación se enfocaba en la filosofía, la poesía y los sistemas de creencias, en base a  las enseñanzas de Confucio, Lao-tsé y otros filósofos. La Biblia y el Talmud son las principales fuentes educativas de los judíos antiguos.  En la actualidad, los sistemas de creencias aún son claves en la educación judía, pues el Torá sigue siendo la base de su educación.

Muchas escuelas monásticas así como municipales y catedralicias se fundaron durante los primeros siglos de influencia cristiana. La base de conocimientos se centraba en las siete artes liberales que se dividían en el trivium (formado por gramática, retórica y lógica) y el quadrivium (aritmética, geometría, astronomía y música). San Isidoro de Sevilla aportó materiales básicos con su Etimologías para el trivium y el quadrivium y su posterior polémica curricular. Desde el siglo V al VII estos compendios fueron preparados en forma de libros de texto para los escolares por autores como el escritor latino del norte de África Martiniano Capella, el historiador romano Casiodoro y el eclesiástico español San Isidoro de Sevilla. Por lo general, tales trabajos expandían el conocimiento existente más que introducir nuevos conocimientos.

En el Occidente europeo, durante el siglo IX ocurrieron dos hechos importantes en el ámbito educativo, uno en el continente, en la época de Carlomagno, y otro en Inglaterra, bajo el rey Alfredo. Carlomagno, reconociendo el valor de la educación, trajo de York (Inglaterra) al clérigo y educador Alcuino para desarrollar una escuela en el palacio de Aquisgrán. Alcuino asesor y guía de Carlomagno, detestaba la vida palaciega y finalmente se recluyó.

El rey Alfredo promovió instituciones educativas en Inglaterra que eran controladas por monasterios. Irlanda tuvo centros de aprendizaje desde los que muchos monjes fueron enviados a enseñar a países del continente.

Entre el siglo VIII y el XI la presencia de los musulmanes en la península Ibérica (al-Andalus) hizo de Córdoba, la capital del califato omeya, un destacado centro para el estudio de la filosofía, la cultura clásica de Grecia y Roma, las ciencias y la matemática.

Todos estos importantes instructores y algunos otros como Pedro Abelardo o Tomás de Aquino, facilitaron la creación de las universidades en el Norte de Europa,  Abelardo, que fuera castrado por sus amores con Eloísa, era un maestro que tenía un gran predicamento con sus alumnos, sus clases eran muy numerosas y tenía un trato muy cordial con ellos.

 

 

La educación en la edad media

Esta época se caracterizó por la apertura de varias universidades en Italia, España y otros países, con estudiantes que viajaban libremente de una institución a otra. Las universidades del norte, como las de París, Oxford, y Cambridge, eran administradas por los profesores; mientras que las del sur, como la de Bolonia (Italia) o Palencia y Alcalá en España, lo eran por los estudiantes. La educación medieval también desarrolló la forma de aprendizaje a través del trabajo o servicio propio.

Es importante señalar que en aquellos tiempos la educación al igual que las posiciones de poder se encontraba claramente determinada por las relaciones políticas o por el origen social.

Durante la edad media, fue importante el aporte de judíos y musulmanes, “Los centros de Toledo y Córdoba en España atrajeron a estudiantes de todo el mundo civilizado en la época.

Durante el Renacimiento, muchos profesores de la lengua y literatura griegas emigraron desde Constantinopla a Italia, caso del estudioso de la cultura griega Manuel Chrysoloras en 1397. Entre los interesados en sacar a la luz los manuscritos clásicos destacaron los humanistas italianos Francisco Petrarca y Poggio Bracciolini.

Entre otras personalidades del renacimiento que contribuyeron a la teoría educativa sobresalió el humanista alemán Erasmo de Rotterdam, el educador alemán Johannes Sturm, el ensayista francés Michel de Montaigne y el humanista y filósofo español Luis Vives

De esta época datan las primeras universidades americanas fundadas en Santo Domingo (1538), en México y en Lima (1551).

Cabe hacer notar que el desarrollo de estos modelos de enseñanza se constituyó en el sistema de enseñanza secundaria que perduraría hasta el siglo XX.

La Academia en Ginebra, establecida en 1559, fue un importante centro educativo. La moderna práctica del control de la educación por parte del gobierno fue diseñada por Lutero, Calvino y otros líderes religiosos y educadores de la Reforma.

Ante la creciente influencia del protestantismo, y dentro del espíritu de la Contrarreforma, el catolicismo amplió su radio de influencia en educación.

Esa síntesis se realizaba en los centros de la Compañía de Jesús, fundada por el religioso español San Ignacio de Loyola en 1540, con la aprobación del papa Pablo III. Los jesuitas, como se conoce a los miembros de la congregación, promovieron un sistema de escuelas que ha tenido un papel preponderante en el desarrollo de la educación católica en muchos países desde el siglo XVI: la llamada Ratio Studioron, que después cambiarían las Escuelas Pías de San José de Calasanz.

En la Argentina no solamente actuaron los jesuitas, sino que hubo un importante aporte por parte de los Hermanos Salesianos, de la obra de Don Bosco, principalmente en la Patagonia, de los Hermanos Lasallanos (de Juan Bautista de Lasalle) y de los seguidores de Marcelino Champagnat, siendo estos dos últimos importantes porque llevaban un sello de excelencia notable. Para la educación de las niñas fue primordial el aporte de los colegios De la Misericordia (creada por santa María Josefa Rosello), últimamente también el Opus Dei aportó a la educación y tienen actualmente no sólo colegios, sino que además la Universidad Austral. Todos estos centros educativos son confesionales. En las Parroquias se han abierto numerosos colegios que no necesariamente responden a una congregación, y cuya aparición se debió a dos motivos: la libertad de enseñanza (Gobierno de Frondizi fines de la década del 50’) y para cubrir las falencias que comenzó a tener la educación pública que había impuesto Sarmiento.

El siglo XVII tuvo un rápido crecimiento en el estudio de las Ciencias, siendo la primera manifestación la de Londres (Hospital de Cristo), y ya entrado el siglo XVIII la escuela de navegación y matemática de Moscú dio el inicio de la escuela secundaria en Rusia.

La importancia de la ciencia se manifestó en los escritos del filósofo inglés del siglo XVI Francis Bacon, quien fundamentó los procesos del aprendizaje en el método inductivo que anima a los estudiantes a observar y examinar de forma empírica objetos y situaciones antes de llegar a conclusiones acerca de lo observado.

Volviendo al siglo XVII, René Descartes, el filósofo francés, subrayó el papel de la lógica como el principio fundamental del pensamiento racional, postulado que se ha mantenido hasta la actualidad como base de la educación en Francia.

El educador francés San Juan Bautista de la Salle, fundador del Instituto de los Hermanos de las Escuelas Cristianas en 1684, estableció un seminario para profesores en 1685 y fue pionero en su educación sistemática.

Tal vez, el más destacado educador del siglo XVII fuera Jan Komensky, obispo protestante de Moravia, más conocido por el nombre latino de Comenio. Su labor en el campo de la educación motivó que recibiera invitaciones para enseñar por toda Europa. Escribió un libro ilustrado, muy leído, para la enseñanza del latín, titulado El mundo invisible (1658). En su Didáctica magna (1628-1632) subrayó el valor de estimular el interés del alumno en los procesos educativos y enseñar con múltiples referencias a las cosas concretas más que a sus descripciones verbales. Su objetivo educativo podía resumirse en una frase de la página inicial de Didáctica magna: "enseñar a través de todas las cosas a todos los hombres", postura que se conoce como pansofía. Los esfuerzos de Comenio por el desarrollo de la educación universal le valieron el título de 'maestro de naciones'.

Ya en este siglo se establecieron escuelas en Prusia, en Rusia y en la América colonial, siguiendo las ideas de la Revolución Francesa. Finalizando el siglo, se establecieron en Inglaterra las escuelas del domingo, por el filántropo y periodista Robert Ralkes para beneficio de los niños, de los jóvenes de escasos recursos y de las clases trabajadoras.

El teórico educativo más relevante del siglo XVIII fue Jean-Jacques Rousseau, nacido en Ginebra. Su influencia fue considerable tanto en Europa como en otros continentes.

Una crítica que se le hace de algunos sectores a Rousseau era la falta de aplicabilidad de algunas ideas, cayendo muchas veces en un enfoque muy teórico. Pestalozzi, quien era un seguidor suyo, abrevió las ideas de Rousseau haciéndolas más aplicables.

A principios del siglo la feminista y educadora sueca Ellen Key fue importante por su influencia en los educadores progresistas, escribió el libro El siglo de los niños (1900), traducido a varios idiomas. Su teoría era dirigir la enseñanza más a las potencialidades de los niños que a las necesidades de la sociedad, o en preceptos religiosos. La idea no era nueva, pero tomó gran empuje. Otros innovadores en la materia fueron los alemanes Lietz y Kerschensteiner, el británico Bertrand Russell, la italiana María Montessori , el filósofo y educador John Dewey. Este último tuvo una gran influencia en los Estados Unidos y su método llegó a ser tan importante que por mucho tiempo siguió siendo el principal de ese país, e influyó en otros, como los de América Latina. 

El verdadero péndulo filosófico de los pensadores de la antigüedad, en los que sus visiones se movían llevó inexorablemente al surgimiento del pensamiento moderno, que no es más, en términos políticos que el advenimiento de la  república inspirada en la razón y constituida por hombres libres, fraternos e iguales ante la ley que esos   mismos hombres  se daban. El siglo de las luces, vio el surgimiento de las logias masónicas como agentes de cambio de ruptura social, poniendo como centro de la vida social, al hombre libre y autodeterminado por la razón alimentada por su ilustración, vale decir su educación.

El libre pensamiento

El término librepensamiento nos remonta a los movimientos filosóficos del siglo XVII y XVIII y más concretamente al período de la Ilustración. Durante el Siglo de las Luces, numerosos pensadores, vieron en la razón el elemento esencial del progreso humano. De su mano se podían destruir ancestrales creencias inmovilizadoras y bajo su luz los hombres podían adentrarse en el estudio de la naturaleza y sus mecanismos, llegando a explicaciones lógicas de cuanto acontecía en el entorno.

Todo cambio produce, inevitablemente alguna rotura y las profundas modificaciones iniciadas en la Ilustración no fueron la excepción. Se inició la ruptura del sistema de pensamiento absoluto en el cual la Iglesia ostentaba el patrimonio del saber. La propia Iglesia, sus actuaciones pasadas y presentes, sus instituciones y sus hombres comenzaron a ser discutidos. Sin embargo, la Ilustración incluyó a la Iglesia en su campo de reflexión. Ello dio origen a enfrentamientos con los librepensadores que marcaron de modo indeleble el posterior desarrollo del librepensamiento.

En  esta época marcada por los descubrimientos y la caída del inocente velo de la ignorancia, surge con fuerza la educación, ya no solo como un privilegio de pocos. Con el surgimiento de la burguesía como clase social emergente, la educación logra expandirse hasta nuevos círculos, donde además se hace necesario la alfabetización para compensar el surgimiento de la imprenta que de manera pujante empieza a divulgar nuevos conocimientos, aquí aparece el fin de una etapa oscura, de adormecimiento de las artes y las ciencias.

Pero para el hombre común, incluso para aquel que no sería parte activa de estos cambios, nuevos aires se estaban gestando, y esta atmósfera que hizo temblar a la institución religiosa, aquella que fracturó y dio nueva vida política a Francia y luego a toda Europa, expandiéndose hasta América, fue dejando lentamente sus frutos. Aparecen las primeras instituciones de carácter formador, las llamadas escuelas o academias donde germinaba a paso agigantado el conocimiento, muchos pasaron dejando su huella por estas y muchos de ellos luego encaminaron sus pasos por la masonería, que en sus inicios en Francia proclamó sus ideales de Libertad, Igualdad y Fraternidad.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La influencia católica

Es indudable que la misión educadora de la Iglesia ha sido realizada en Chile con gran

Fecundidad, gracias al aporte generoso de todos los católicos y muy especialmente de las órdenes, congregaciones e institutos religiosos.

 

Históricamente, puede señalarse a la Iglesia como la primera institución interesada por la educación en Chile. El primer Obispo de Chile, González Marmolejo fue el iniciador de las tareas docentes, labor que luego continuarían diversas órdenes religiosas, estableciendo escuelas, colegios superiores y de enseñanza gratuita. Fue también un Obispo, Antonio de San Miguel, quien ya en 1567 pidió la creación de una Universidad en La Imperial, solicitud que la Iglesia reiteraría más tarde en Santiago, y que tendría su primer fruto en el carácter Universidades Pontificias, otorgado en 1625 y 1685 a los más antiguos establecimientos de enseñanza superior chilenos. A ellos se agregaría una tercera universidad pontificia en Concepción, antes que se creara la Real Universidad de San Felipe. A través de los siglos siguientes y hasta nuestros días, la Iglesia en Chile ha realizado una importante obra educadora. Numerosas congregaciones e institutos religiosos, clérigos y laicos católicos, en medio de muchas dificultades, con gran espíritu de sacrificio, se han preocupado de la educación básica y media de los chilenos, y aún más han asumido posiciones pioneras en el campo de la educación especial. Hoy día, en términos globales, las escuelas de la Iglesia representan más de los dos tercios de todo el sector particular de la enseñanza, es decir, alrededor de la quinta parte del total de la educación chilena, lo que en números redondos, representa una dos mil escuelas. De acuerdo a datos estadísticos proporcionados por el Ministerio de Educación, con fecha Mayo de 1966 el total de alumnos matriculados en la enseñanza fiscal era de 1.463.036 y en la enseñanza particular de 499.522, lo que equivale a más de un tercio del alumnado de la educación fiscal.

 

De los establecimientos de la Iglesia, son gratuitas unas mil quinientas escuelas primarias, todas las escuelas de enseñanza normal y técnica y más de un tercio de las escuelas de nivel secundario. Cabe destacar la labor realizada por las tres universidades católicas: de Chile, de Valparaíso y del Norte, que contribuyen a impartir enseñanza superior a más de doce mil alumnos, entre los cuales un alto porcentaje se prepara para labores docentes. Sin embargo, la labor de la Iglesia en lo educacional no puede considerarse hasta el momento, como plenamente satisfactoria; es indudable que habría mucho que hacer en la formación religiosa de cristianos en la escuela oficial, en el mejoramiento de todos los niveles de educación católica y en la extensión de la educación básica, profesional, especial y de adultos. Por eso la Iglesia necesita la participación de todos sus hijos en los campos ya señalados. Sobre todo, es importante la colaboración en las nuevas estructuras educacionales que las comisiones de planeamiento consideren prioritarias para el desarrollo del país. Por último, es necesario que todos los miembros de la Iglesia que se dedican a labores educacionales, sean laicos o religiosos, se preparen convenientemente para sus funciones, se mantengan al día en los adelantos de su correspondiente ciencia y conserven y renueven un adecuado conocimiento del hombre actual y de sus necesidades.

Es innegable la labor de Jesuitas y católicos en la educación chilena. Incluso el Opus Dei es una congregación que posee algunos de los colegios con mejores resultados en la Prueba de Selección Universitaria (P.S.U.) y además posee la Universidad Los Andes, muy bien valorada por el empresariado nacional. Aunque la explicación estaría en que este grupo posee mayores ingresos y los resultados académicos muchas veces se encuentran ligados al Nivel socioeconómico, es claro que algunos grupos religiosos mantienen influencia a través de la educación. Aunque últimamente en Chile, podemos ver que esta tendencia ha ido disminuyendo y es el mérito junto al servicio que la persona presta a la comunidad lo que es valorado significativamente. Un influyente estudio realizado en el Instituto de Economía Política de la Universidad Adolfo Ibáñez sugiere que de una sociedad aristocratizante se ha evolucionado a una meritocrática. Entendiendo, que no es una regla general, de todas maneras es importante destacar esta revolución social.

En Chile, al igual que en muchos otros países de esta parte del mundo fue notoria la influencia de los jesuitas. Las Obras de Don Bosco y de La Salle han influido notablemente en la educación. Ahora, la obra de Escribá de Ballaguer ha adquirido influencia con el transcurso del tiempo, para llegar a presentar un candidato a Presidente contra Ricardo Lagos que estuvo a escasos puntos de ganar, forzándolo incluso a una segunda vuelta. La Universidad de Los Andes últimamente y la fuerte influencia de la Obra de Dios en la Universidad Católica ha dado origen a élites políticas que si bien no han llegado al Gobierno, son conocidas por su nivel de influencia. Los resultados académicos apoyan fuertemente la presencia del Opus Dei en la educación chilena. En el ranking de los 100 mejores colegios (en base a sus resultados en la P.S.U.) es posible distinguir varias instituciones pertenecientes a dicha congregación.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La iglesia evangélica

 

A lo largo del siglo XIX la presencia evangélica en Chile fue, desde un punto de vista estadístico, bastante insignificante. De hecho, según el Censo de Población de 1907, para entonces los protestantes en Chile apenas alcanzaban un 1% de la población total, y gran parte de ellos correspondía a residentes extranjeros. El crecimiento de las iglesias evangélicas entre los chilenos recién había comenzado a notarse hacia fines del siglo.

 

Considerando su escasa significación numérica, llama la atención que la historia del siglo registre varios episodios interesantes de participación evangélica en el acontecer nacional. Diego Thomson, el primer misionero protestante en ingresar oficialmente al país (1821), vino contratado por el gobierno de Bernardo O’Higgins para organizar escuelas populares. Aparte de su conocida labor educativa y de difusión de la Biblia en castellano, Thomson estuvo involucrado en iniciativas para promover la inmigración europea. A pesar de que esos esfuerzos fracasaron, el caso de Thomson muestra a un evangélico bautista participando activamente en los asuntos públicos en los inicios de nuestra historia republicana.

 

Más tarde, la necesidad de conquistar un espacio para la libertad religiosa en la sociedad chilena exigió un alto nivel de participación en el debate político por parte de los pioneros del cristianismo evangélico. La participación de las jóvenes comunidades evangélicas, con el liderazgo indiscutible de David Trumbull, misionero congregacionalista que eventualmente se transformó en el fundador de la obra presbiteriana en Chile, fue crucial para la promulgación de leyes tales como el matrimonio civil, los cementerios laicos y la creación del registro civil (1883-1884). También fue muy importante su contribución al desarrollo de la educación laica.

 

Podría pensarse que este tipo de participación en la sociedad respondía únicamente a intereses corporativos, es decir, al propósito de crear condiciones favorables al crecimiento evangélico. Sin embargo, en esa época la participación evangélica iba claramente más allá de la defensa de intereses propios. Los evangélicos trataron de contribuir, en colaboración con determinados sectores políticos (liberales y radicales) y sociales (artesanos y obreros), al desarrollo de una sociedad más democrática y pluralista. Por ello, las publicaciones y revistas evangélicas dedicaban muchas páginas a temas de interés nacional. Antes de finalizar el siglo algunas personalidades evangélicas habían sido elegidas como representantes en el poder legislativo. En 1888 Ricardo Trumbull L., abogado presbiteriano y miembro del partido radical, fue elegido diputado suplente por Concepción y Talcahuano, y en 1891 diputado titular por Rere y Puchacay. También en 1888 Víctor Korner A., miembro de la congregación alemana de Valdivia, fue elegido diputado titular por esa ciudad, en representación del Partido Liberal. Antes había sido diputado suplente.

 

Estos pocos ejemplos nos sugieren que los pioneros de la presencia evangélica en Chile imaginaron un pueblo evangélico bastante involucrado en la construcción de nuestra joven República. Ellos se vieron a sí mismos a la vez como reformadores religiosos y reformadores sociales. Como se evidencia en escritos de Trumbull, que representan bien el pensamiento misionero de la época, la obra misionera estaba destinada no sólo a la conversión de individuos, sino a la promoción de bases más firmes para el desarrollo de la sociedad chilena:

 

“Sabido es que la sociedad religiosa modela a la sociedad civil, que según sea la religión del hombre, así será su vida pública y privada [...]. La Reforma, al contribuir el arraigo de los principios democráticos y libertarios en la política, como el trabajo, industria e instrucción en la economía, está indisolublemente ligada a ellas. Por lo que, si una nación adopta estos principios sin antes haber efectuado una reforma religiosa, no podrá mantenerlos por mucho tiempo, ya que la religión tiene una íntima relación con la política, como tiene también con los negocios, la sociedad y los hogares”.

 

El lema “Chile para Cristo”, que ya encontramos en documentos del siglo XIX, tenía entonces esta doble significación. Por estas mismas razones, gran parte de los esfuerzos misioneros en este período se orientaron concientemente, aunque sin mucho éxito estadístico, hacia aquellos sectores sociales que estaban en mejores condiciones de influir en los destinos del país.

 

Fue a lo largo del siglo XX que las iglesias evangélicas lograron echar raíces e iniciar un notable crecimiento en la sociedad chilena. El último Censo de Población del siglo (1992) mostró que protestantes y evangélicos en conjunto alcanzaban el 13.2% de la población de 14 o más años de edad. ¿Se tradujo este crecimiento numérico en un aumento de la capacidad evangélica de influir en los destinos del país, como esperaban los pioneros?

 

En efecto, durante las primeras décadas del siglo XX, algunos líderes evangélicos e iglesias se destacaron en varios ámbitos de la vida nacional: el campo de la educación, el trabajo con comunidades indígenas, la organización sindical, la formación de partidos políticos, la promoción del voto y la participación política de las mujeres, el ejercicio de cargos de gobierno provincial o regional, etc. Se trata de una historia poco conocida por las recientes generaciones evangélicas, pero que vale la pena rescatar. Sin embargo, a medida que avanzaba el siglo, la tendencia más dominante y visible del mundo evangélico pareció revertirse rápidamente, hasta el punto que un conocido estudio sociológico del protestantismo en Chile, realizado entre 1965 y 1966, lo caracterizó como “el refugio de las masas”.

 

Aunque muchos aspectos del estudio de Christian Lalive han sido puestos en cuestión, su caracterización del pueblo evangélico chileno no fue muy diferente de lo que muchos observadores externos percibían sin necesidad de un estudio sociológico: dirigentes sindicales, políticos y sociales solían reclamar que los evangélicos no participaban en sus demandas y movilizaciones sociales, mientras que los patrones solían preferirlos como trabajadores disciplinados y no conflictivos. Tampoco esta percepción era contradicha por lo propios evangélicos. Por el contrario, la prédica y enseñanza interna predominante parecía confirmar y justificar este rechazo a la participación en los asuntos públicos: “el cristiano no debe meterse en política”.

 

Conviene aclarar, en todo caso, que esta tendencia evangélica dominante de abstenerse de participar en la sociedad nunca significó una completa “separación del mundo”. La participación responsable en el mundo del trabajo, la obediencia a las leyes, e incluso la participación en los procesos electorales, siempre fue considerada como una obligación para el cristiano. Lo que se desaconsejaba era la participación activa en organizaciones sociales, sindicales o políticas, así como en las acciones o movilizaciones sociales convocadas por estas. También se recomendaba apartarse de algunas manifestaciones de la cultura popular o nacional (las fondas, la cueca, etc.).

 

Es cierto que ya hacia fines de la década iniciada en 1960 algunos sectores del mundo evangélico comenzaron a mostrar un renovado interés por participar en los asuntos públicos. Pero la interrupción del sistema democrático en 1973 y el discurso muy negativo sobre la política y los políticos del Régimen Militar, permitieron que la tendencia evangélica contraria a la participación social volviera a ser dominante. Aunque durante la última década del siglo, coincidente con el proceso de retorno a la democracia, volvió a dar lugar a un renovado interés evangélico por la cosa pública, este interés se concentró fundamentalmente en el logro de un nuevo estatuto jurídico para las iglesias y organizaciones religiosas no católicas.

 

Haciendo un balance global, el siglo XX nos muestra una situación paradójica: aunque fue en este período que las iglesias evangélicas alcanzaron niveles significativos de crecimiento, echando raíces permanentes en el suelo chileno, en este mismo período el pueblo evangélico parece haberse sentido mucho menos llamado a participar en la construcción de la sociedad chilena, en comparación al sentido de responsabilidad social que mostraron los pioneros extranjeros del siglo XIX.

 

¿Qué factores podrían ayudarnos a entender esta visión predominantemente negativa respecto a la participación evangélica en los asuntos públicos en este período? ¿Por qué durante la mayor parte del siglo XX muchos evangélicos parecen haber vivido su identidad evangélica a contrapunto con su identidad nacional? Sin pretender agotar el debate respecto a estas preguntas, es parece pertinente sugerir dos factores.

 

El primero, más bien sociológico, se refiere a las características predominantes del crecimiento evangélico en Chile durante el siglo XX. Si los pioneros del siglo XIX aspiraban a alcanzar prioritariamente con la fe evangélica a los sectores más cultos e influyentes de la sociedad chilena, en los hechos el crecimiento evangélico más notable se concentró en los sectores más pobres (urbanos y rurales) y excluidos. El protagonista principal de este crecimiento parece haber sido el movimiento pentecostal chileno, originado en el avivamiento de 1909-10. Aunque sin lugar a dudas las demás denominaciones evangélicas también crecieron, si bien con ritmos diferentes, manteniéndose así una considerable diversidad dentro del mundo evangélico, el pentecostalismo se constituyó en el rostro más visible de lo evangélico en la sociedad chilena. Debido al cisma de 1910, el pentecostalismo pasó a ser una forma de protestantismo nacional y autónomo, bastante desconectado de la herencia y pensamiento misionero de los pioneros. Por otra parte, su inserción en el contexto de los sectores más excluidos social y culturalmente, sumado a su condición de minoría religiosa, se expresó en una auto percepción de marginalidad socio-cultural: somos considerados “ciudadanos de segunda clase”. Ambos hechos atentaron contra la posibilidad de que el pentecostalismo desarrollara una vocación de participación social.

 

El crecimiento de la naciente iglesia fue notable, a pesar de sus miembros ser sometidos a escarnio y persecuciones, antes de la separación de la Iglesia y el Estado por la constitución de 1925. Sólo después de la vigencia de esta carta fundamental la Iglesia Metodista Pentecostal pudo obtener personalidad jurídica, el 30 de septiembre de 1929. Gracias a la prédica callejera (que permanece en nuestros dias), el acompañamiento musical y el acercamiento a las capas sociales más bajas de la población, se transformó paulatinamente en la principal iglesia evangélica de Chile. En el año 1932 se desencadenó un serio conflicto dentro de la ya robusta Iglesia, en dicho año, el Pastor Manuel Umaña, Pastor de la Iglesia de Santiago de calle Jotabeche, mantiene una lamentable y agria disputa por el poder al interior de la Iglesia con el Superintendente Hoover. La razón del quiebre entre Hoover y sus seguidores radicó, en que la Iglesia Metodista Episcopal rechazó de plano el movimiento liderado por el misionero norteamericano, considerandolo como un "desorden" que no podía ser tolerado, en razón de las manifestaciones de glosolalia (hablar en lenguas), y movimientos espasmódicos rítmimcos (danzas) que los seguidores de Hoover, consideraron un muestra irrefutable de los dones que el Espíritu Santo entregaba a través del bautismo en fuego (espiritualmente hablando) que el la tercera persona de la Trinidad divina les daba. Por lo anterior, el Pastor Hoover, sus seguidores de Valparaíso, y simpatizantes de Santiago, forman en el año 1909 la Iglesia Metodista Pentecostal, siendo el mismo Pastor Hoover su Primer Superintendente.

 

Esta famosa controversia, que comenzó a dividir al protestantismo norteamericano a fines del siglo XIX, marcó gran parte de los debates teológicos del siglo XX y tuvo un impacto específico en una polarización del movimiento misionero. Un polo comenzó a concentrar la acción misionera exclusivamente en el esfuerzo conversionista, mientras que el otro tendió a concentrarlo en la acción social. Aunque siempre hubo mediadores que procuraron mantener el equilibrio entre las dimensiones personales (o espirituales) y sociales de la proclamación del Evangelio, parece que en todas partes las iglesias evangélicas se sintieron forzadas a atrincherarse en uno u otro polo. En Chile, como en el resto de América Latina, el impacto de esta controversia llegó incluso a provocar divisiones eclesiásticas, y ciertamente produjo también una polarización interna del mundo evangélico como conjunto. Y aunque en los Estados Unidos el sector fundamentalista o conservador raramente ha sido verdaderamente ‘a-político’ – lo más frecuente es que ha sido abiertamente político – en Chile la influencia conservadora, que tendió a ser dominante, se expresó en un discurso con pretensiones a-políticas. Así, gran parte del liderazgo y la membresía de las iglesias evangélicas de las diversas tradiciones confesionales (no solamente pentecostales) asumieron y defendieron una concepción de la misión que enfatizaba exclusivamente el crecimiento eclesiástico, renunciando a otras formas más directas de influencia en la sociedad.

 

 

 

 

 

 

 

La masonería

Otro grupo religioso, o seudo religioso, si es posible definirlo así, que ha ejercido una notable influencia sobre el campo de la educación corresponde a la Masonería. En la Masonería la educación es un tema que atraviesa todo el quehacer de un iniciado, nos damos cuenta que la conformación del ejercicio masónico se sustenta en valores que ya habían sido desarrollados en la antigua Atenas, donde se exalta el dominio y uso de la razón para fortalecer esta dimensión Filosófica del hombre, la que lo lleva a descubrir el sentido y la razón existencial además de llevar a quien la cultiva hacia el ejercicio del perfeccionamiento y la trascendencia, así como también el descubrimiento y ejercicio de valores que llevan al individuo hacia un estado de mayor conciencia, desde lo personal a lo social, así como en Atenas surge el concepto de Ciudadano  constructor de la Republica; según Platón, para la masonería en el ejercicio de estas prácticas, surge el concepto de iniciado, aquel que vive en fraternidad con otros y el universo, y en este camino encuentra el desarrollo de la auto perfección.

A comparación con las escuelas socráticas para la masonería es fundamental la imagen de un gran Maestro que guiará a sus discípulos, por la senda de la virtud y el ejercicio de la razón, desde esta perspectiva ya  aparece en la formalidad aquel que guía y entrega sus enseñanzas con un propósito explicito o aún cuando aparentemente no sea solo la imagen del que entrega conocimiento, sino que también, aparece un ser carismático y que su sola presencia o actuar diferente ya es motivo de exaltación, (tal es el caso de Jesús de Nazaret).    

Creo que cuando se instala la Masonería operativa a partir de las Constituciones de Anderson, la educación se confundía con el librepensamiento, es decir, no era verdaderamente libre quien no sabía o, viceversa, el ignorante era un esclavo, prisionero de una falsa conciencia y de un sentido de realidad anómalo.

Antes de la fundación de la Gran Logia de Chile, hubo educadores masones.  La masonería moderna, como se dijo, nace en el Siglo de la Razón que tiene como sector protagónico a las clases burguesas y pequeño burguesa, que tienen como posibilidad cierta de ascenso social la educación formal.  Por tal razón los Hermanos Masones han entendido que si la Orden tenía que tomar una acción política esta tenía que orientarse al desarrollo de la “luz de la razón” –el saber y el cultivo de la inteligencia o educar y formar en y para la libertad– por lo que pusieron su empeño en múltiples tareas, mas siempre la educación de las masas jugó un rol central.  “Masas” aquí son los sectores burgueses ilustrados –que adoptarán el papel de vanguardia intelectual–, la burguesía en ascenso, la pequeña burguesía y el incipiente proletariado, según el país y la época de que se trate.  Miranda, Bolívar, San Martín y O’Higgins, Garibaldi, Washington, Franklin o Pedro Aguirre Cerda son ejemplos de personalidades comprometidas con la “redención de la humanidad” por medio de la educación.

El interés por la educación arranca de la esencia misma de la Francmasonería, se trata de una institución eminentemente docente, y de su compromiso con la tolerancia y la libertad de pensamiento.  Como buenos modernos, los masones creemos que el conocimiento hace más buena o ética a las personas.  Del conocimiento se derivan otros compromisos de nosotros los francmasones, como son: los derechos humanos políticos y sociales –donde está el derecho a la educación y a una que sea de calidad.  De ahí nuestro interés por fomentar una educación libre, no confesional ni dogmática, formadora de la conciencia, emancipadora, respetuosa de la diversidad y formadora en la convivencia escolar y democrática; para ello concebimos desde los comienzos de los Estados nacionales modernos a la educación como gratuita, laica y de responsabilidad de toda la sociedad a través del Estado.

Examinemos brevemente cómo las anteriores expectativas fueron llevadas a cabo por los miembros, en otras palabras si la historia nacional muestra a los masones que nos han precedido como personas comprometidas y buenos ciudadanos, con una intervención decisiva en la vida fuera de los muros de los talleres –en los ámbitos sociopolítico y económico- con tolerancia y respeto aunque firmes en sus propósitos.

Luego de las luchas por la independencia latinoamericana, los países experimentaron diversos procesos antes de constituirse como Estados en forma, en Chile hubo un proceso de anarquía luego de la abdicación de O’Higgins que desembocó en una especie de restauración del ancien régime aunque sin rey y cuya principal figura fue Diego Portales.  Para no entrar en detalles, señalemos simplemente que durante la Colonia la educación no fue una prioridad y que si bien en los albores de la Independencia hubo hechos significativos para la educación y la cultura, hacia 1830 la situación había retrogradado bastante.  Para nosotros los masones el principal actor del despertar intelectual de Chile será el H.: José Victorino Lastarria.

El I.: H.: José Victorino Lastarria Santander nación Rancagua en 1817, abogado y profesor del Instituto Nacional en materias de derecho desde 1839 –la Universidad de Chile se creará recién en 1842– hasta 1851, tuvo el cargo equivalente a Subsecretario del Interior, perteneció al círculo literario apadrinado por José Joaquín de Mora y fue el primer discípulo de Auguste Comte, de gran influencia en el pensamiento racional chileno.  Perteneció a la R.: L.: Union Fraternelle de Valparaíso e integró el Capítulo Rosa Cruz de ese Oriente.  En 1842 llegan a Chile un grupo de intelectuales argentinos que huían de la dictadura de Juan Manuel de Rozas en Argentina, entre los que destacan: Juan Bautista Alberdi, Domingo Faustino Sarmiento, Bartolomé Mitre, Vicente Fidel López, Gabriel Ocampo, casi todos masones, que se encuentran con Andrés Bello y otros intelectuales latinoamericanos avecindados en el país.  Hacia 1842 se crea la Sociedad Literaria en donde coincide la flor y nata de la inteligencia juvenil y  donde la Orden tiene una influencia poderosa, aunque no todos los integrantes pertenecen a la Francmasonería.  A los anteriores hay que añadir a Francisco Bilbao, Eusebio Lillo y Domingo Santa María, entre otros.  El Presidente de la Sociedad fue Lastarria.

A partir de esta fecha se comenzará a resquebrajar la unidad nacional de carácter hispánico, católico y aristocrático, basado en el orden agrario y la subordinación de clases.  Ante este proyecto se levantará uno de naturaleza racional, laica, urbana y basada en la industria y el esfuerzo personal.  La escuela será la palanca para despertar a Chile de la “siesta colonial” y no dejarlo permanecer más “bajo del peso de la noche”.  Se configurarán dos bandos, el uno laico masónico y el otro católico ultramontano, que se enfrentarán en varios campos, pero la educación será el campo de batalla favorito.  Quedará instalado un conflicto entre el “Estado docente”, posición de la Orden, y la “Libertad de Enseñanza”, el punto de vista católico.  Pero el conflicto antes de derivar a la escuela se habrá dado en otros tópicos: el haberse inmiscuido jueces laicos en conflictos eclesiásticos en los que se quiso probar fortaleza y obligar a los clérigos.  Sin duda esto enrareció el ambiente e impacto en la Educación, muchos años más tarde abonó el camino para que la escuela fuera abandonada por el Estado. 

El interés de la Augusta Orden por la educación data en concreto de 1862, cuando se funda la Sociedad de Instrucción Primaria Sede Valparaíso que, de nueve miembros, tiene a tres masones en su directorio.  Nuestro hermano Blas Cuevas trabajó en esa ciudad por crear una escuela laica a cargo de la R.: L.: Progreso Nº 4, no lo logró conseguir; fue su sucesor Ramón Allende Padín quien la inauguró en 1872 con el nombre de su antecesor.  En Valparaíso también se unirá a la Orden y sus preocupaciones educacionales varios misioneros protestantes.

En esos años había tres posiciones sobre educación: La presidencial, que aspiraba a una escuela por encima de sectarismos de cualquier carácter y centrada en el progreso material, esto es, preparar para el trabajo y para proseguir estudios secundarios y superiores; la de Lastarria, que pretendía hacer de la educación un instrumento de renovación política y moral de la nación y la católica que concebía ala educación como un escudo contra el vicio y la falta de fe, efectuar a través de ella la evangelización y, al final, preparar para el trabajo.  Esta última postura se denomina libertad de enseñanza.  Tal vez lo impopular de la definición católica era que las clases bajas no tenían derecho a la misma clase de educación que el resto de la sociedad o, sencillamente, que los pobres no tenían para qué estudiar.

En realidad, el conflicto fue de carácter social antes que educativo, ya que el catolicismo no separaba lo educativo de una concepción integrada católica, aristocrática, misionera y conservadora.  Ante esta, e inspirada por la filosofía positivista y las ciencias naturales y sociales, un nuevo grupo de masones lucha por dos objetivos: la preparación del magisterio y la actualización de los contenidos de la enseñanza.  Es la época de Valentín Letelier, Eduardo de la Barra, y otros no masones de similar pensamiento como Vicuña Mackenna o Barros Arana.  Pero el conflicto quedará en suspenso con motivo de la Guerra del Pacífico y, más tarde, por la Guerra Civil de 1891, esta última es una guerra intraclase, por lo que la oligarquía se divide y tiene a masones en ambos bandos.  Los sucesos que van hasta la separación de la Iglesia y el Estado siendo abundantes en conflictos anecdóticos esto no significa la aparición de nuevos argumentos.  Los temas van por la “crisis moral” y la “cuestión social”, nombres para designar las luchas por la incorporación a la sociedad de los excluidos y, sobre todo, los obreros de la naciente industria, especialmente minera.

Aparte de la Escuela “Blas Cuevas”, la Orden ha impulsado la creación de otros establecimientos, aunque de carácter secundario o universitario, como son la Escuela de Artes y Oficios, la Universidad de Concepción, la Universidad Técnica del Estado y, ahora último, la Universidad La República.  Debe añadirse una serie de instituciones para favorecer a los obreros como la Escuela benjamín Franklin o la Universidad Popular Pedro Aguirre Cerda, así como también otras iniciativas en provincias donde a traves de sus miembros que ocupan posiciones directivas han logrado apoderarse del control. La Universidad La República ligada a miembros de la Masonería es otro claro ejemplo.

A partir del Siglo XX la educación se termina de consolidar como profesión y como materia, dejando las élites inspiradas, como la masonería, dejando los argumentos en manos de sus protagonistas, los maestros.  Nuevas materias, aportes de la ciencias y del conocimiento en general, luchas políticas, alineaciones mundiales y proyectos económicos impidieron que hubiera una “posición masónica” sobre el tema, quedando la educación, desde una perspectiva masónica, en el campo de las iniciativas privadas o grupales, lo que entre nosotros es la “acción masónica”.

La Orden Masónica como institución docente, formadora de hombres y mujeres, traspasa los muros de los Templos y a través de todos sus miembros realiza acciones que tienden a mejorar la situación social existente.  Estas acciones se ven fortalecidas aún más, con la aparición de organizaciones paramasónicas, y muchas otras instituciones en que también participan, como Juntas de Vecinos, Centros de Padres, Sindicatos, Gremios, Colegios Profesionales, etc., ejerzan su influencia positiva, motivadora y bienhechora en la sociedad, sustentada en los valores universales francmasónicos.  Esto es particularmente apremiante para los profesores masones cuyo espacio natural es su colegio, su sindicato o toda aquella estructura en donde han podido instalar sus proyectos de convivencia fraternal.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

                                                                  DISCUSIÓN.               

 

La relación entre la educación y los sistemas de creencias ha estado presente en la historia desde remoto tiempo. Los resultados de esta relación en muchos casos no es posible visualizarlos claramente, el asunto es si efectivamente las instituciones que se han gestado bajo un contexto religioso han sido capaces de transmitir valores y principios a sus alumnos. En algunos casos, lo anterior es una realidad patente, sin embargo en muchos otros esta condición no está completamente clara, lo que nos hace pensar en los sistemas de creencias en otro contexto de importancia. Es oportuno plantear su indiscutible valor como guía de la conducta humana en función del deber de preocuparse por poner la educación al alcance de todos los seres humanos, lo que involucra un esfuerzo por gestionar recursos y aunar esfuerzos en una dirección normalmente deficitaria de las políticas públicas. 

Cierto es que la educación es una institución fundamental del sistema social, clave para la formación integral del hombre, lo que se refleja en la lucha contra la ignorancia, la injusticia y la superación de la calidad de vida, así como lo plantea Paulo Freire, “Educar es emancipar”.   

Aquella naturaleza de desarrollo a escala humana y espiritual en la que se sustenta los principios aquí expuestos, en nuestros días, se ven confrontados por una sociedad resultante entregada al materialismo pragmático, en la cual opera la sociedad mercantil de consumo.

La sociedad de la información con sus estándares de ultra especialización, promueve la formación de profesionales con un sinnúmero de estudios más allá de los años de estudios formales, que sin embargo, saben poco o casi nada de aspectos estéticos, éticos, políticos o sociológicos según sea el caso.

Con decenas de certificados bajo el brazo,  adquiridos en prestigiosas universidades de cualquier parte del mundo (profesional global), su autoconciencia y su temple valórico no se ajustan a la idea de ciudadano. Son ignorantes ilustrados con una enorme carga de conocimiento utilitario, pero irreflexivos.

Los sistemas de creencias están fundamentados en principios y valores, para los que  una educación de calidad que permita a todos los sectores sociales prepararse no sólo para subsistir sino para ser mejores en esta sociedad del siglo XXI, son un fuerte estímulo. Ahora, la pregunta es: ¿Estos mismos valores y principios contribuyen a hacer de la educación una herramienta con mejores resultados?

Con todo, es fundamental centrarse en los beneficiarios de la educación, los jóvenes.  Primero veamos qué ofrece la sociedad hoy a los jóvenes.  Habiendo distintas clases, nuestro interés son las clases medias (ya que la clase media está constituida o es proyecto al que aspira el pobre que se educa), la que no tiene recursos propios y a los que el Estado no satisface ya que destina sus esfuerzos a los más pobres.  La juventud se encuentra en un territorio medio en cuanto a perspectivas de futuro; y las clases bajas, que lo necesitan todo, también se han marginalizado.  Tal vez tengamos la precariedad más absoluta en los estratos que viven de su trabajo, al haber caído la seguridad social, no haber Estado benefactor.

Según datos de varios estudios, la juventud actual está carente de ideales, normas, responsabilidades, metas, y de mejores ejemplos por parte de la sociedad en general.  O sea, la anomia. Pero de acuerdo a estos estudios, las oportunidades que ofrece el país, no corresponden al nivel de expectativas que tienen nuestros adolescentes, etapa que incluso estaría llegando hasta los 25 años.  Una generación que rechaza el compromiso,  y aquellos que ya son padres a temprana edad inculcan estos valores sesgados a sus hijos,  que son niños con otra perspectiva de la realidad, y que serán el futuro.

Segundo, ¿qué debieran ofrecer los sistemas de creencias a la juventud y a los niños? Los sistemas de creencias son por esencia una manera de vivir la fe y por tanto está dedicada a promover la solidaridad y fraternidad universal, libre de distinciones de etnia, religión, género o nacionalidad, ofreciendo de esta forma al ser humano las herramientas necesarias para lograr su perfección construyendo un mundo más solidario, fraternal y tolerante.  Debemos, en consecuencia  ser referentes para la juventud, en cualquier ámbito que nos desempeñemos; si nosotros practicamos diariamente nuestros principios veremos los frutos en esos jóvenes que buscan constantemente su identidad, proceso natural que todos hemos experimentado.  Se trata de un rol formador. 

Uno de los hechos más relevantes que permitió conocer el detalle del Censo 2002 fue el notorio aumento en los índices ligados al área de la educación. En porcentaje de alfabetización, Chile pasó del 94,60% al 95,8% en el 2002. Por otra parte, se ha producido un incremento muy significativo en el nivel de instrucción de la población. El Censo del 2002 consigna que el nivel prebásico casi se duplicó, con respecto a 1992, aumentando de 289.680 personas a 571.096. En la educación superior el número de personas que ha cursado estudios ascendió de 1.072.198 en 1992 a 2.284.036 personas en el 2002, lo que equivale a un avance del 9% al 16,4%.

Pero, estos no son los únicos datos interesantes que se pueden extraer del análisis de las cifras de educación. Al cruzar estos índices positivos con los niveles de religiosidad -en el tramo etáreo de 15 a 29 años- se comprueba que a mayor educación aumenta la cantidad de personas que declaran no tener ninguna religión, ser ateos o agnósticos. En la educación primaria estos últimos cuentan con un 9,40% del total. En la media aumenta a un 9,91% y en la superior llega al 15,31%.

 Incluso, en el tramo de quienes cursaron 6 años o más de educación superior, los ateos, agnósticos y quienes dicen no tener ninguna religión alcanzan su peak con un 20,35%.

Sobre esta relación inversa  entre niveles de educación y religiosidad, el Gran Maestro de la Logia, Jorge Carvajal, opina que “sin lugar a dudas el grado de educación tiene una correlación indirecta con el grado de religiosidad, particularmente con la Iglesia Católica y, en consecuencia, yo también creo que a mayor grado de educación menor grado de religiosidad”.

 A ello agrega que “en la medida que los niveles educacionales son crecientes, el mismo Censo demuestra que hay una mayor cantidad de personas con profesiones que vienen de la educación superior, y que una mayor cantidad de personas tiene acceso hoy día a la educación media. La propia televisión, y los medios de comunicación, colaboran en ello”.

El académico del Departamento de Sociología de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile, Patricio de la Puente, explicó que el “desapego” religioso se debe a una característica de las sociedades contemporáneas y es por ello, incluso “que la institución matrimonial se está viendo afectada por factores externos que están presionando para que la sociedad sea cada vez más individualista”.

 A su vez, el académico de la Universidad de Chile, Dante Contreras, resaltó que la educación es de vital importancia a la hora de mejorar los estándares laborales. A pesar de que la encuesta advierte un incremento en los años de escolaridad a 8,5 años promedio, y un aumento de los chilenos que cursaron o estudian alguna carrera a nivel superior, aseguró que la población “en general sabe poco para desenvolverse en el ámbito del trabajo y la empresa”.

No obstante la importancia que posee la cantidad de años que se ha avanzado en promedio de escolaridad nacional, consideramos que es insuficiente avanzar únicamente en este indicador. .Así, en este trabajo se sientan las bases conceptuales para una posterior investigación cuantitativa que analice la relación entre años de estudio, nivel de religiosidad y confianza para desenvolverse en el trabajo y la vida.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Sincronía Summer 2010

 

 

 

 



Agradecemos los valiosos comentarios de Graciela Rapetti de Clara.

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