YÁÑEZ Y LAS MUJERES DE SU ARCHIPIÉLAGO
Josefina María Moreno de la Mora
Universidad de Guadalajara
En 1943 ve la luz la primera edición de una obra poco recordada de Agustín Yáñez: Archipiélago de mujeres, que es un conjunto de siete relatos en los cuales deconstruye otras tantas obras clásicas, tomando como referente a sus alegóricas protagonistas femeninas. Cada narración toma el nombre del personaje y su atributo, y traslada la anécdota al contexto mexicano de fines de los años treinta y principios de los cuarenta del siglo XX.
Así, el Cantar de Roldán se transforma en “Alda o la música”; relato en que el personaje epónimo se enamora de Rolando, compañero de su hermano Oliverio en un colegio de la ciudad de México. Tal amor tiene como único sustento lo que su hermano cuenta de él en las cartas que envía a casa y es correspondido aunque Rolando y Alda nunca llegan a conocerse. Cuando los diarios anuncian la falsa muerte de Rolando, quien es campeón internacional de natación, Alda muere de pena y deja a Rolando como único consuelo el de escuchar música de clavicordio, instrumento que ella interpretaba con maestría.
En “Melibea o la revelación”, Calixto y Melibea son dos adolescentes originarios de un pequeño pueblo del occidente de México. Calixto regresa del colegio a pasar las vacaciones en el terruño y, tras saltar la barda de la casa de Melibea para perseguir un pichón, reconoce a la niña con la que solía jugar y literalmente enferma de amor por ella, al grado de que su familia le prohíbe volver a la ciudad a proseguir con sus estudios, ya que creen que el encierro y la dedicación son la causa de sus males. Por fin, gracias a la intervención de una criada vieja y fiel, logran burlar la vigilancia paterna y estar juntos.
“Doña Endrina o el deseo” retoma los versos del episodio cuarto del Libro de buen amor, que sirve de marco para la historia en que un hombre intenta seducir a la joven viuda de un anciano profesor de humanidades a quien él acostumbraba visitar. En un ambiente fantástico en el que intervienen dioses y personajes míticos de la antigüedad clásica, cuando el hombre está a punto de lograr el objeto de su deseo, es despertado de su sueño por la voz del viejo y aún vivo profesor, y la vergüenza le impide volver a esa casa.
Prevalece el discurso de la novela negra, con presencia de la nota roja, en “Desdémona o la belleza”, la trágica narración de cómo Desdémona Brabancio es asesinada por su celoso marido Otelo, a causa de un tal Guillermo Shakespeare, escritor inglés.
“Oriana o la locura” presenta a un joven que se enamora de una misteriosa mujer camaleónica, quien resulta ser una pobre desquiciada que cree ser la dama de Amadís de Gaula. El amante huye despavorido, aunque su conciencia no se lo perdona.
En “Isolda o la muerte”, un huérfano que ha sido criado por su tío rico recibe el encargo de trasladar desde la costa hasta el norte de Jalisco a Isolda, joven irlandesa que se casará con el tío por poder. Con la intervención del Nagual y los bebedizos de la criada Bruna, Isolda y el anónimo narrador se enamoran. Isolda muere virgen, víctima de una extraña enfermedad.
Finalmente, en “Doña Inés o el amor”, don Juan no es salvado del infierno, sino condenado al purgatorio de la monogamia y la paternidad, que a él le saben a gloria. Hasta que sospecha que su vida de excesos podría tener consecuencias en la salud de su hijo, o bien podría tener una hija promiscua que le hiciera conocer la deshonra. Por supuesto, doña Inés da a luz un varón perfectamente sano.
En los relatos predomina una instancia narrativa que se identifica con el protagonista masculino, excepto en el caso de “Desdémona o la belleza”, en que la perspectiva es de un espectador-participante: un adolescente que está enamorado de Desdémona, y en el de “Doña Inés o el amor”, en que un narrador omnisciente da cuenta detallada de lo que ocurre con los dos únicos personajes. En todos ellos la narración prevalece sobre los diálogos, que son mínimos.
Fragmentos o recreaciones de los textos originales son incluidos en cada historia, por lo general en voz de la instancia narrativa, aunque llegan a ponerse en boca de los personajes. Así, el momento climático del Cantar de Roldán se traslada a tierras mayas en la imaginación de Rolando (ya que Alda vive en Yucatán):
... leopardos en acecho, serpientes asfixiadas, gigantescas, fieros guerreros, inmóviles, patios extensísimos, templos y castillos, juegos de pelota, centenares de miles de columnas en campo temeroso, por sombrías avenidas... Oliverio se nos ha juntado, lleno de espanto: --“Vámonos volviendo, hermano, pidamos auxilio...” –“Me propones que Alda se afrente con mi cobardía...” –“Toca el silbato, Rolando y quedaremos a salvo de las fieras...” –“Oliverio, tú quieres mi deshonra frente a monstruos de piedra...” –“Son los dioses antiguos, implacables, que nos devorarán..” –“Son pedazos de piedra que deben darnos risa...” –“Tañe tu olifante, Roldán, porque a la media noche los dioses, los guerreros y las fieras resucitarán...” –“Yo asestaré mil golpes y setecientos más, mi brío crecerá, infeliz del corazón que hoy se acobarde, Oliveros amigo, hermano... (Yáñez 1977: 18).
Por su parte, en “Oriana o la locura”, María Teresa Ugartechea sorprende a Aurelio de García, cuando asume como propio el discurso del personaje épico:
--No me importa lo de Briolanja, ¡no, no me des explicaciones! No me interesa someterte a la prueba de Apolidón, ni tengo mayor deseo de ir a las Islas Afortunadas. Me basta saber, y lo sé, que no eres liviano e inconstante como Don Galaor. Nos iremos a Peña Pobre y, pues te gusta vivir de incógnito, ya nunca dejarás el nombre de Beltenebros, abdicarás el glorioso de Amadís, de cuya fama tampoco me pago. Allí haremos vida de pastores. No sé si sea indiscreta al confesarte que ahora me place más el sosiego de los campos, que el ruido y peligros de la andante caballería (ibid.: 162).
Por otra parte, fragmentos del Libro de buen amor se presentan como elemento ambientador en “Doña Endrina o el deseo”, que inicia precisamente con los primeros versos del episodio cuarto:
¡Ay Dios, e cuán fermosa viene doña Endrina por la plaza!
¡Qué talle, qué donaire, qué alto cuello de garza!
¡Qué cabellos, qué boquilla, qué color, qué buen andanza!
Con saetas de amor fiere cuando los sus ojos alza... (ibid.: 73).
En todos los casos, el código que se maneja a lo largo del relato parece más cercano a las obras clásicas que se deconstruyen que al medio social que se representa, ya sea rural o urbano.
La deconstrucción que se apega de manera más fiel a los detalles de la tradición original, es “Isolda o la muerte”, que calca prácticamente todos los elementos de la leyenda celta, trasladándolos al contexto jalisciense. “Melibea o la revelación” toma varios elementos de la Tragicomedia de Calisto y Melibea, del bachiller Fernando de Rojas, pero trastoca dos piezas clave: la intervención de Celestina y el final trágico. En mi opinión, la recreación mejor lograda es la de “Desdémona o la belleza”, que da a la anécdota un tono muy original, cercano a la novela de crímenes (aunque el final es predecible); por cierto, Otelo resulta ser un general del ejército mexicano, sumamente cercano a los círculos de poder, que proviene de cuna muy humilde y es grosero y casi analfabeto, en contraste con su refinada esposa y su culto asistente Yago. Por último, “Doña Inés o el amor” es una variación libre sobre el tema establecido.
Son sumamente significativos los nombres de los personajes femeninos, que reúnen los atributos de sus epónimos: Alda Castillo Torre, Melibea Román, Desdémona Brabancio, Isolda, Doña Inés. Mención aparte merecen Oriana (que en realidad se llama María Teresa) y la anónima esposa del anciano humanista que el también anónimo visitante identifica por alguna razón con Doña Endrina, la del Arcipreste de Hita.
Los nombres de los personajes masculinos son algo menos determinante; excepto en el caso de Rolando, Calixto y Don Juan. En “Doña Endrina o el deseo” y en “Isolda o la muerte”, los narradores protagonistas son anónimos. (Aunque en “Isolda...” se reitera que él nació bajo el signo de la tristeza.) En “Oriana o la locura”, el narrador se llama Aurelio de García (las mismas iniciales que Amadís de Gaula).
Cada relato inicia con una especie de introducción donde se enaltece ya sea a la amada, el paisaje o las circunstancias que dan origen a la anécdota. La trama es narrada sólo desde la perspectiva masculina, y salpimentada con digresiones en que se siguen cantando alabanzas a la belleza, pureza y castidad de la dama. En contraposición, el tono de la narración es sumamente exaltado, el personaje masculino proyecta un deseo sexual casi emparentado con el dolor.
Sin embargo, el contacto físico con el objeto del deseo es prácticamente imposible. La única excepción es en “Melibea o la revelación”, en donde lo único que se revela es la exacerbada atracción sexual que siente Calixto por Melibea, y que se confunde con extrañas enfermedades. Finalmente, Calixto decide transgredir la prohibición y saltar la barda de la terraza de Melibea una noche; los jóvenes se encuentran ante la atónita mirada de la criada Eusebia, quien no puede impedir que, finalmente, Calixto bese la mano de Melibea. Tal es el único contacto físico explícito que se da en el libro. Sin embargo, este relato termina con una digresión que da a entender la transmutación del final trágico por uno feliz, en el que Calixto y Melibea permanecen juntos, aunque el lector nunca sabrá si se fugaron o finalmente consiguieron la bendición del celoso padre de la muchacha.
Así, las mujeres del archipiélago, hermosas, esquivas, etéreas, castas y puras, existen sólo en la medida en que son pensadas, imaginadas y deseadas por su contraparte masculina, para perpetuar un modelo patriarcal que se identifica con la moral provinciana, ya que aun en los relatos que se sitúan en un contexto urbano, el protagonista suele ser un provinciano. Alda (la virgen yucateca) muere sin siquiera haber visto nunca a Rolando. Melibea (la de los Altos de Jalisco), explícitamente dentro del texto, sólo recibe de Calixto un beso en la mano. La anónima dama burguesa y capitalina que encarna a la sensual Doña Endrina, resulta no haber estado siquiera presente durante el sueño de su admirador. Desdémona (la más rica y culta de todas, también capitalina) muere inocente, a manos de su marido, debido a infames calumnias. La camaleónica aunque provinciana Oriana (que cambia de aspecto físico y de carácter cada vez que la ve su enamorado), al fin le pide que huyan juntos; pero como esto sólo es atribuible a una fase de su locura, Aurelio no acepta la oferta. Hasta la extranjera Isolda prefiere dejarse morir de fiebre que traicionar la fidelidad jurada a su desconocido esposo.
La excepción que confirma la regla es Doña Inés, quien ha transgredido las normas morales que plantea el contexto al dejarse seducir por Don Juan, pero se ha redimido de esa transgresión al quedar embarazada y estar a punto de ser madre. Ante los hechos consumados, el relato inicia con la frase: “Don Juan va a tener un hijo”. Así el deseo sexual se transforma en amor puro. Incluso, en esta pareja también se da un contacto físico: Doña Inés besa la frente de Don Juan. El final es muy claro:
Ha muerto don Juan; pero hasta la muerte –hoy—es jubilosa: pase el entierro del pecador entre serenatas de campanas. Ha nacido Juan a otra vida que le buscó el amor de doña Inés. Los pies de piedra del fantasma siguen al entierro del que nunca amó; el pavor jamás conocido ante la sombra de la vida burlada, se desvanece; al cabo del diálogo, en la hora de navidad, bajo los signos de Amor y Esperanza, el hombre nuevo aparece y el antiguo lenguaje del engaño se trueca en verdad: sentimientos dormidos, impulsos nunca experimentados, lo deslumbra una luz jamás vista, un profundo y nuevo afán: afán de amar, de ser amado, de perdurarse.
Cuando sintió el vigor con que su hijo se agitaba en el arca materna, con no menos vigor oyó la voz de la Vida, que perdonaba y prometía. Rosa de fe, aguinaldo no merecido, dispensado a gracia de un amor de mujer (ibid.: 240).
Hace falta algo más que aproximarse a lo que está presente en los relatos de Archipiélago de mujeres; es determinante detectar lo que está ausente. En primer lugar, la revolución mexicana. En el contexto posrevolucionario en que se sitúa la acción de los relatos es evidente que una referencia tan importante debería estar presente de alguna manera. Sin embargo, la única referencia indirecta que encontramos tanto al conflicto armado como al régimen gubernamental emanado de ella no es muy grato: el general Otelo, oscuro personaje bárbaro e inculto, muy cercano al poder y seguramente salido de las filas revolucionarias, asesina salvajemente a su rubia, rica y culta (además de inocente, por supuesto), esposa.
Esta negación de un período histórico que marca en México el despertar de la conciencia sobre la necesidad de establecer la equidad de género (Tuñón 2004: 145-155) es muy elocuente. Por supuesto, el primer gran logro (aunque pareciera ser el único por mucho tiempo) es la igualdad jurídica entre hombres y mujeres decretada en la Constitución Política de 1917.
Las reformas sociales y políticas impulsadas por el movimiento constitucionalista fueron muy diversas; las hubo, incluso, con propósitos feministas. Militantes de esta facción revolucionaria –hombres y mujeres--, y algunos de los dirigentes estaban convencidos de que el espíritu de regeneración social de la Revolución tendría que abarcar, también, la condición de las mujeres (Cano 2000: 748).
Se evidencia como estrategia el situar la acción de los relatos en estados de la república que de alguna manera no fueron de los más afectados por el conflicto armado y las ideologías emanadas de él,1 además de ser famosos por lo conservador de sus estándares morales. Además, todas las protagonistas pertenecen a una clase social acomodada, ya sea en el ámbito urbano o en el rural, lo que les impone patrones de conducta que preservan cuidadosamente la tradición patriarcal.
La ampliación del poder de las mujeres en la esfera privada, consignada legalmente, conllevaba el fortalecimiento de la noción de que las actividades de la esfera doméstica son prioritarias en la vida de las mujeres. La ley coloca a la mujeres fuera de la vida política; sin embargo, a lo largo de las dos décadas siguientes, (…) hubo diversos foros políticos y movilizaciones feministas y de mujeres que plantearon demandas de género (ibid.: 752).
En este contexto es en el que es posible explicar a las mujeres del archipiélago de Yáñez, que parecieran existir sólo en función del deseo de su contraparte masculina.
Así, los protagonistas masculinos son definidos en función de su actividad (casi siembre intelectual: abundan los estudiantes) mientras que de las mujeres-islas sólo sabemos sus virtudes alegóricas, su hermosura y capacidad de despertar el deseo masculino ( nada más sabemos que Alda toca el clavicordio porque le enseñaron en un convento, que Desdémona es muy culta y que María Teresa-Oriana está familiarizada con el discurso del Amadís de Gaula. El resto de ellas bien podrían ser analfabetas y no nos daríamos cuenta).
Situadas en la negación por la lógica del poder, las mujeres (en plural, ciertamente pues diversas y confrontadas con las actoras que se resuelven en la heterogeneidad de este universo ¿femenino?) han sido borradas por la historia oficial, la gran historia en la que participan héroes y villanos, la de los actos heroicos, esa en que se escribe en blanco y negro y de una vez para siempre. En esa historia que no reconoce la vida cotidiana ni los espacios domésticos como escenarios, las mujeres, sus pasiones y sus palabras no tienen cabida salvo como excepciones que se recuperan forzadamente (Arteaga Castillo 2003: 319).
Para muestra, un botón basta. A continuación se reproduce un fragmento del discurso pronunciado por el C. Lic. Agustín Yáñez, Gobernador Constitucional del Estado de Jalisco, el 5 de febrero de 1957 durante la inauguración de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Guadalajara. En él, como representante de un Estado asistencialista, enumera a cada uno de los grupos marginados a lo que hay que brindar medidas que posibiliten la equidad social.
Si nuestro Instituto en su esencia, en el espíritu y acción de cada uno de los hombres, ha sabido cumplir con su deber; sí la Universidad a investigado las condiciones efectivas de pensamiento y vida que imperan en la República; si ha pugnado porque sean más humanas tales condiciones y porque se extiendan al mayor número y a los más humildes, los beneficios de la vida moderna y de la cultura; sí ha mejorado sus condiciones de docencia, robustecido la vida interior que es disciplina y plenitud espiritual, luchando contra la superficialidad, inculcando un fervoroso sentido ético en cada uno de sus hijos; si ha hecho algo para acabar con la explotación del oprimido, si ha dado facilidades de acceso a los trabajadores y a los hijos de los desheredados, si ha abierto al pueblo sus servicios, si ha promovido la intensificación de la cultura fuera de los estrechos recintos de sus aulas, si ha instaurado el servicio social obligatorio como condición para el otorgamiento de títulos; si ha curado al enfermo menesteroso y orientado al litigante sin recursos, al obrero en conflictos, (…); si ha brindado sus dones generosamente con alegre pasión, con voluntad diáfana, cordial, limpia de demagogia, ciertamente la Universidad ha de estar satisfecha.
¿Y las mujeres?
Bibliografía
ARREDONDO, María Adelina (2003) Obedecer y resistir. La educación de las mujeres
en México. México: UPN.
CANO, Gabriela (2000) “Revolución, feminismo y ciudadanía en México, 1915-1940),
en Georges Duby y Michelle Perrot. Historia de las mujeres. El siglo XX (t. 5).
Madrid: Taurus, pp.749-762.
DUBY, Georges y Michelle PEROT (2000) Historia de las mujeres. El siglo XX (t. 5).
Madrid: Taurus.
Enciclopedia de México (1998) t. 12. México: Enciclopedia de México.
TUÑÓN, Julia (2004) Mujeres en México, recordando una historia. México:
CONACULTA-INAH.
YÁÑEZ, Agustín (1977) Archipiélago de mujeres. México: Joaquín Mortiz, Biblioteca
Paralela.
---- (1957) “Discurso pronunciado el día de la inauguración de la Facultad de Filosofía y Letras, de la Universidad de Guadalajara”. Copia mimeografiada que obra en los archivos del Departamento de Letras. Guadalajara: Universidad de Guadalajara.
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1 A excepción, por supuesto, del caso de Yucatán; estado que fue pionero en implementar las reivindicaciones de género, aunque con el rechazo de los sectores más conservadores.