Sincronía Otoño 2004


 

Una interpretación hermenéutica del Modernismo esotérico. El caso de Leopoldo Lugones

 

Marisa Moyano

Universidad Nacional de Río Cuarto

secacad@rec.unrc.edu-ar

marisaamoyano@yahoo.com.ar


 

      "Pero nuestras ideas son también espíritus, espíritus que  aspiran a realizar, como los astros en el cielo y las flores sobre la tierra, no la sombría `struggle for life' de la ciencia, sino la divina `struggle for light' de los seres superiores."

                                               Leopoldo Lugones.

                                               "Ensayo de una cosmogonía en diez lecciones"

 

 

I

 

            En las postrimerías de fines del sigo XIX ya pueden advertirse en la literatura argentina señales que nos anticipan la radical transformación que irá cobrando en su devenir la concepción acerca de la autonomía de la obra de arte y del ejercicio de la actividad artística. Ello aún antes de las fechas canónicas relativas a la introducción del modernismo en Argentina, a partir de la llegada de Rubén Darío a Buenos Aires. Nos referimos, en este sentido, a los signos que van definiendo en la cultura argentina los comienzos de la definición y conformación de un campo intelectual específico, separado del campo de poder.

            Uno de los signos transversales que como constantes habían atravesado toda la literatura del siglo XIX hasta el momento en que nos referimos era la interrelación de la condición de los llamados "escritores-próceres y proóceres-escritores" a partir de la literatura de la independencia, que como constante -con algunas sutiles variaciones- seguiría definiendo el sistema de producción literaria. Como actividades, literatura y política no podían disociarse: el ejercicio de la actividad literaria aparecía como el complemento de la actividad política, en muchos casos incluso subordinada a ésta. En términos del "oficio del escritor" puede decirse que los hombres del siglo XIX en Argentina eran básicamente políticos que subsidiariamente hacían literatura: es la política lo que los impulsa a producir textos literarios y a la vez la que posibilita a estos hombres el ejercicio de la actividad literaria. Sería complejo en términos de extensión rastrear  aquí esta condición a lo largo del siglo XIX[1]. Bástenos entonces la propia referencia anticipada más arriba -la literatura de la independencia- ampliamente trabajada por Carilla y Roggiano [2]; la propia definición de Sarmiento acerca de su condición -"Soldado, con la pluma o la espada, combato para poder escribir, que escribir es pensar; escribo como medio y arma de combate, que combatir es realizar el pensamiento"[3]- y la condición paradigmática del "costado intelectual" de los hombres de la generación del ochenta, trabajado entre otros por Noé Jitrik[4].

            En el período finisecular -en cambio- comenzamos a advertir una cierta transición que derivará finalmente en las concepciones sostenidas por el movimiento modernista, desde el cual alcanzarían su definición más nítida en la defensa de la autonomía del escritor, la rejerarquización de la función del poeta y la postulación de la autonomía específica de la propia obra de arte frente a otras finalidades. En esta transición previa al modernismo, encontramos -por ejemplo- una obra heterodoxa en términos de su originalidad y extrañeza, de su mezcla de concepciones: nos referimos a "La Bolsa", de Julián Martel, texto signado por marcas realistas, naturalistas y positivistas y, simultáneamente, por reacciones frente al mundo gestado por ese pensamiento y la manifestación de sus contradicciones. Nos interesa particularmente esta obra como hito transicional a partir de la visión de mundo que se sostiene en la misma y de algunos recursos narrativos que al conjugarse con aquella se revelan como anticipos o signos de lo que ya en el modernismo en Argentina sería una constante en la lucha por implantar el movimiento, no sólo en términos de una poética sino también de un estatuto para la poesía y los poetas en un mundo que manifestaba rasgos sociales, culturales, filosóficos e ideológicos caóticos, cambiantes y contradictorios.

            "La Bolsa" aparece firmada por Julián Martel, seudónimo que -en realidad- esconde el apellido de una de las familias más aristocráticas del Buenos Aires de fines del siglo XIX: el de los Miró. Pero su autor pertenecía a la "rama pobre" de esa familia. Sólo era "cronista volante" de "La Nación", sin que el periodismo fuera para él el puntal de lanzamiento hacia otras esferas del poder, pues el anonimato de la columna periodística sólo le servía como paliativo inmediato frente a las necesidades mínimas para subsistir. Quizá fue ese mismo sentimiento de aristócrata pobre, en un mundo en que el dinero se había convertido en eje de valores invertidos, lo que lo hizo sumirse en una vida de bohemia, víctima de la conturbación y la soledad, ya que Miró era fundamentalmente "un poeta". Pero la poesía no significaba nada en un mundo arrastrado por la especulación material, y en el cual la literatura era sólo un complemento de otras actividades consideradas mas "positivas". Miró vivía esa situación como un sino trágico que lo condenaba  como poeta a la marginalidad social y espiritual. Pero a pesar de esto, como escritor separado de los círculos literarios privilegiados y del círculo del "patriciado rico", ya comenzaba a insinuarse también en Miró otro tipo de escritor diferente del de la élite del ochenta: emergente del periodismo y separado de la actividad política en el poder.

            La actividad literaria para el hombre del ochenta era sólo un mero complemento de otras consideradas fundamentales: las del político. Ser escritor era, entonces, un "oficio impensado". Pero -dice Marta Marín- "Julián Martel es un periodista pobre que hace literatura de ficción. La diferencia que va de una situación a la otra es fundamental y Martel la sintetiza en su persona y la traspone en la figura del poeta bohemio, testigo de la creciente monetización del mundo que lo rodea. De la oposición entre el poeta y el mundo de los bolsistas nace buena parte del anatema que Martel lanza sobre ese mundo que pasa indiferente frente al arte porque lo atrae más el dinero, y es muy posible que esa oposición tuviera vigencia dramática para los escritores e intelectuales más jóvenes que estaban fuera de la élite político-literaria del 80."[5]

            El periodismo iba constituyéndose en una de las actividades que permitía subsistir económicamente y desarrollar, en forma paralela, las tareas artísticas. Pero, a veces, esto sólo era posible a costa de una notable disociación. En este sentido, el reclamo de Martel, de reconocimiento para el artista en una sociedad materialista y plutocratizada. Había sido un eje sintomático. Su reclamo sintetizaba la transición hacia el paso del "gentlemen-escritor" del ochenta al escritor profesional que pretendía un lugar diferenciado para el arte y vivir de su propia producción artística. Pero esta lucha se había dado en Martel como "tema" dentro de la misma literatura: estaba ficcionalizado. En cierta manera, será el movimiento modernista, introducido en Buenos Aires a partir de la llegada de Rubén Darío, quien habrá llevado a la práctica  el reclamo de Martel. Se sumó a la misma lucha "antiutilitaria" en un  mundo que mostraba sus valores en crisis. La presencia de Darío en Buenos Aires dio inicio a una renovación que no dejó incólumes las concepciones de arte y de la actividad literaria que hasta entonces habían primado. Posiblemente no pueda establecerse cuál de estos ejes preexistía al otro y se trate de una mutua interdependencia. Pero lo que es innegable es cómo, a partir de las nuevas ideas, se modificaron las pautas de los intelectuales de la época.

            La concepción del arte y de la especificidad de la actividad literaria unida al cultivo de la poesía era una idea tradicional. Pero la concepción de la gratuidad y el antiutilitarismo en la creación, como producción "bella" en sí misma, recién comenzaba a surgir como hecho concreto con el modernismo. Lo novedoso se engloba en el perfeccionamiento de las formas, en el trabajo de "cincel" sobre la palabra para hacer de ésta algo "bello". Con ello, la creación -como trabajo intelectual y refinamiento espiritual- alejaba a la literatura de la mera reproducción de la realidad o la simple expresión de sentimientos o ideas. Pero también establecía o pretendía establecer una "zona diferenciada", un estatuto propio para el arte donde no penetraran los valores de una sociedad burguesa especuladora en la que primaban imperativos materiales y mercantilistas.

            El perfeccionamiento técnico, la prédica de la gratuidad y la belleza como fines específicos del arte, evidentemente, generaron una reacción estetizante con una nueva concepción del arte en los círculos literarios. Pero también generaron otra concepción del artista. La necesidad de renovar lo que los modernistas veían como "anacronismo" implicaba, de hecho, también la conciencia clara de la tarea del escritor. A la concepción del arte como producción de belleza y refinamiento, se sumó la necesidad de no contaminar la tarea del artista con "especulaciones mercantilistas". Esto último implicaba, por un lado, no subordinar la obra a los requerimientos consumistas de una sociedad materialista, y, por otro, separar, distanciar y revalorizar la tarea  del intelectual frente a las actividades pragmáticas. Con ello se daba inicio al reclamo de un espacio considerado para el escritor[6]. Así como la literatura, como arte, pasaba a ser expresió n de belleza no subordinada a otros fines, la actividad pasaba a ser "goce exquisito y gratuito" de la creación: el escritor modernista pretendía emanciparse de otras tareas "filisteas" y vivir "para su arte". En 1897, "La Montaña" -revista fundada por Leopoldo Lugones y José Ingenieros- reproducía a modo de manifiesto, uno aparecido en la revista "La Plume":

 

"Ha llegado el momento de unirnos y emancipar al Arte y los artistas del mercantilismo y la sensualidad que caracteriza estos tiempos... Ya hace mucho tiempo que sufrimos la humillación; a menudo hemos debido mendigar el pan ante los editores, los críticos, los aficionados y los diversos intermediarios, los especuladores del Arte. Ya no queremos vender lo mejor de nosotros... Dejaremos las exposiciones, los salones y los teatros (mercados de la especulación) a las maniobras de los asalariados que se contentan con satisfacer los apetitos vulgares de la burguesía..."[7].

 

            Asimimo, Ángel Rama -al analizar este contexto complejo en que se inserta la reacción modernista en el caso de Rubén Darío- sostendrá que "el horizonte del siglo XX puede dificultar la percepción de los problemas concretos que vivía un escritor de fines del siglo XIX en una América donde la recusación y el malditismo no habían hecho su camino y el escritor procuraba conquistar su integración al medio. Época en que emergía una nueva burguesía que estaba desplazando al patriciado, la cual carecía de tradiciones culturales, era especialmente ávida de poderes y placeres, decidida a transformar el medio aldeano echando mano a la modernización que le proponía el pacto comercial con Europa, protagonista de la división mundial del trabajo que implicaba el progreso material..."[8] Así Rama identificará como constante a la lucha contra el filisteísmo burgués, aspecto del modernismo que logra unificar productos estéticos dispares y heterogéneos.

            La crítica a la sociedad burguesa y los nuevos valores que instaura es determinante en el modernismo frente a esta modificación en la consideración de la escritura como oficio. Gutierrez Girardot[9] cita al respecto la consideración de Henríquez Ureña cuando observó que "los hombres de profesiones intelectuales" abandonaron la política y "como la literatura no era en realidad una profesión sino una vocación" se "convirtieron en periodistas o  en maestros o en ambas cosas". Pero agrega además que aún estas profesiones eran inseguras y "consideradas con desconfianza y cierto desprecio por la sociedad burguesa hispanoamericana de entonces". En este marco, el crítico rescata a los escritores del movimiento en tanto hicieron pasar la reivindicación de un reconocimiento de especificidad y autonomía para el ejercicio de la actividad literaria, no sólo fundándola en una reivindicación gremial -como se generalizará algunos años después en el ámbito de la literatura argentina-, sino y sobre todo porque "dieron el ejemplo de o que es el oficio del escritor: trabajo consciente, dominio del 'metier', en vez de la llamada 'inspiración', que era una máscara de la indisciplina intelectual del aficionado"[10].

 

 

II

 

 

            Frente a las consideraciones que reducen el modernismo a sus rasgos estetizantes decorativos, Schulman postula que el espíritu de la época es más profundo y puede interpretarse como protesta y replanteamiento frente al vacío y la alienación espirituales: "Debilitadas las normas y tradiciones antiguas por el positivismo y las ideas de la nueva ciencia experimental, el artista se sentía aislado y marginado en una cultura burguesa que lo convertía en un instrumento mediocre, en un ser cautivo..."[11]. Es la reacción individualista frente a ese vacío y esa alienación espiritual, lo que da lugar a una estética multifacética y contradictoria, en constante cambio, que no cabría en los encasillamientos en que tradicionalmente suele la crítica englobar al movimiento modernista. Antes bien,  Schulman plantea la existencia de una "disparidad artística" en el modernismo[12], cuya unidad sintética sólo podría resumirse en el rechazo de las formas academicistas y en la insistencia en la experimentación para extender las fronteras del pensamiento y el lenguaje literario. Lo que distinguiría como común a la heterogeneidad modernista es justamente la exploración de nuevos senderos. Y ello no responde sólo a lo estético sino que es un producto de determinadas condiciones socioculturales, filosóficas e ideológicas. Calderón de Cuervo sostiene que "hoy se tiende a rever la idea de un arte decadente, puramente ornamental y superfluo, esencialmente burgués, y más bien señalar la unidad estética, moral y social del Modernismo y `todas aquellas tendencias que lo integran, al parecer disímiles y opuestas que revelan el mismo rechazo del mundo positivista y la misma aspiración a la Belleza."[13]  -no obstante reconociendo que hubieron etapas o influencias positivistas en muchos de los autores del movimiento.

            Para Schulman, "la época modernista corresponde a un período de turbulenta metamorfosis cultural y social. A una reestructuración sociocultural se aúna el deseo de libertarse ideológicamente, cerrando así la lucha por la independencia consumada en el terreno político."[14]. Y esa lucha se da nutriéndose de todos los sistemas y tendencias. En este sentido, el propio positivismo, "con su orientación cientificista, preparó el terreno para la aparición de un fenómeno tan revolucionario como el modernismo" [15]. Inicialmente se generaron fuertes debates frente a las corrientes espiritualistas anteriores, pero a juicio de Schulman, frente a este debate el artista modernista absorbe en un sincretismo aspectos de ambas tendencias que terminan por resolverse en una estética acrática, una mentalidad confusa y una literatura polifacética y contradictoria [16]. Como resabio se tomó del positivismo la insistencia en la invalidez de reglas, sistemas, escuelas, nociones consagradas, y se generó una apertura hacia otras influencias y una consecuente ruptura de fronteras. Pero simultáneamente, el propio positivismo  y el vacío que generó al retirar todos los anclajes tradicionales desataron una suerte de anarquía y angustia en los intelectuales, un signo individualista y un repliegue en sí mismos, que derivaron en la heterogeneidad, la diferencia, lo polifacético de esa estética acrítica a que se hacía referencia. Así, apunta Schulman, "En un plano filosófico el positivismo postuló el progreso ideológico, pero al destruir principios anquilosados dejó al individuo a flote sin el sostén de tradiciones. De ahí la presencia en la literatura modernista de una profunda preocupación metafísica de carácter agónico, existencial" [17]  y la tentativa insistente del hombre de profundizar el secreto de las cosas [18]. En medio de esta crisis y este vacío, era natural a juicio del crítico, que el artista sensible a las corrientes filosóficas e ideológicas, produjera una literatura escéptica, perplejo frente a sus enigmas.

            Para Schulman, en síntesis, "el positivismo, por un lado, y la incipiente modernización socioeconómica, por otro, crearon actitudes cientistas, y un ambiente materialista que los modernistas, frustrados y alienados, no lograron aceptar. Frente a esta realidad construyeron otra, un mundo ideal, una visión soñada, las cuales terminaron siendo para muchos de ellos, la £nica realidad verdadera." [19].

            Pero la interpretación de Schulman, que se deriva hacia la tendencia al escapismo y la evasión, no constituye la única consecuencia del rechazo frente a los frutos del positivismo y la modernización. El propio Gutierrez Girardot apunta otras. La "tensión a que estaba sometido el artista entre ideal y realidad" [20]  se abre a un "nuevo mundo de sensaciones, sensibilidades, lejanías, creencias, joyas, cosas, pasados y futuros" que terminan por inaugurar en la literatura específicamente "el reino de la fantasía" [21], en algunos casos, pero también a "una permanente disposición a la aventura y el oscurantismo" [22]  en el intento de profundizar el secreto de las cosas, en otros. Esta idea del "oscurantismo" modernista a que hace referencia Girardot podría ser interpretada como una consecuencia de la necesidad y búsqueda de la unidad para vencer la alienación procedente de la fragmentación que invadía a la nueva sociedad, tal como lo sostiene Angel Rama: "La marca de la alienación fue la ruptura de la unidad, sustituida por tramos, actividades, vidas enrarecidas e incomprensibles"  [23].

            Esta búsqueda de la unidad en un mundo fragmentado por la irrupción abrupta de la modernidad finisecular produce también una tendencia dentro del movimiento modernista ligada -más que al reino de la fantasía y el exotismo- al "oscurantismo" en términos de esoterismo, ocultismo, espiritismo y teosofía, como puentes entre una concepción cientificista de la vida, establecida por el positivismo triunfante en su rígido afán de atenerse puramente a los hechos, y un orden superior que se percibe regido por el espíritu.

            Emilio Becher, pese a su inicial positivismo, declarará  su desilusión ante los productos de la modernidad y la ciencia. En 1906, cuando todavía el positivismo reinaba incuestionado en Argentina, Becher inicia el cuestionamiento de la utópica declamación del optimismo positivo y progresista, a partir de las páginas de "La Nación". El mismo durante su adolescencia, haciendo un credo del positivismo de la época, había confiado al "progreso" y la "evolución" la redención de una "humanidad libre de dogmas"; pero ahora, frente a la realidad, reflexionaba opacamente:

 

         "... a mediados del siglo XIX el culto de la ciencia alcanzó su máximo esplendor. Creyóse que la humanidad encorvada tantos siglos bajo la opresión de la ignorancia, había alcanzado por fin la plenitud de su sabiduría. Los materialistas se alborozaban de la cura milagrosa. Habían frotado con tierra húmeda los ojos del ciego de nacimiento y el ciego había visto. Una crisis de fe se produjo en el mundo europeo, análoga a la que suscitó la primera cruzada. Saludóse el principio de una nueva era, el comienzo del reino del hombre. Todas las ciencias parciales parecían integrarse para la revelación de la verdad suprema. La biología daba la clave del misterio  vital. La astronomía manifestaba el ritmo de la mecánica celeste. La química abría el panorama del mundo inorgánico. La hipótesis del evolucionismo explicaba el enigma único del mundo, vulgarizaba el secreto formidable de la creación del Cosmos, de la sucesión de las formas, de la aparición de las existencias. La promesa de la serpiente edénica se cumplía. Eramos como dioses.

(...)

         ¿Qué ha quedado de todo ese delirio? La propia ciencia ha ido decepcionándonos de esa esperanza insensata. Ni una sola de las incógnitas se ha transmutado en cifra cognoscible para el espíritu atónito ante las ecuaciones. Nuestros telescopios nos enseñan por la inducción de la luz espectral, los elementos que se amalgamaron para condensar las estrellas. Pero no nos dicen en virtud de qué voluntad esos astros que creíamos  fijos en el cielo cóncavo circulan, soles deslumbrantes, planetas fértiles, en sus órbitas que atraviesan el éter infinito. El microscopio nos muestra el país populoso de los seres invisibles; pero no se sabe cómo el infusorio aparece, habitante efímero y atareado de su minúsculo universo. La materia que un día adoráramos como realidad única, se desvanece, simple ilusión que sedujo nuestros sentidos imperfectos." [24]

 

            Lo que comienza a percibirse es la imposibilidad de la ciencia para alcanzar respuestas frente a los misterios fundamentales del hombre, y frente a ese desencanto aparecen nuevas búsquedas. Es ello lo que da lugar a una tendencia esotérica en el modernismo que intenta recuperar la unidad perdida y fragmentada por el conocimiento de los misterios divinos a partir de la gnosis [25]. El ocultismo, el espiritismo, la teosofía, se revelan como caminos hacia un conocimiento que intenta ser -frente al conocimiento fragmentado y parcial de la ciencia- totalizador y absoluto.            

La influencia de esta tendencia en el modernismo dar  lugar a una línea esotérica dentro de la creación literaria y a la génesis de una simbología esotérica que alcanza su interpretación en este marco. Podemos postular, en este sentido, que una vertiente de la literatura fantástica modernista se deriva de esta perspectiva esotérica y se presenta como puente entre la ciencia y la gnosis. En esta línea la producción narrativa de Leopoldo Lugones constituye un ejemplo que reconoce e invoca este marco de análisis. Sostendremos como hipótesis que estos fenómenos encuentran una manifestación particular que puede observarse en un cuento de Leopoldo Lugones: "Kábala práctica", dado que -según nuestra particular interpretación- el cuento articula  tensiones entre positivismo y esoterismo, entre verosimilitud y fantasía, entre narratividad literaria y crónica, entre ficción y situación de enunciación. Estas tensiones, a la vez que estructuran el relato, ponen en evidencia y manifiestan temáticamente las propias tensiones a que se ve sometido el propio Lugones en tanto escritor.

En el marco de esta última característica el Lugones fantástico explora y propone realidades diferentes en su obra cuentística, que oscilan entre una visión cientista de la realidad y, simultáneamente, los propios límites que la ciencia no puede explicar de la existencia. En esos límites que la ciencia normal positivista no puede explicar se detiene  y regodea parte de la obra fantástica de Lugones. Ahora bien, ello no sólo en función de un tópico literario autorial. La concepción del mundo del propio Lugones sabido es que lo había llevado a él mismo a la exploración de otros caminos; interesa en este sentido su casi pública adhesión al espiritismo de raíz esotérica al que adhirió en alguna etapa de su vida.

            En el marco del triunfo del positivismo en la Argentina y, a la vez, en las primeras percepciones de su resquebrajamiento como utopía desencantada frente a la pervivencia de los misterios universales acarreados por la existencia humana, que el solo análisis de la materia bruta no alcanzaba a develar, el esoterismo, el ocultismo, el espiritismo y la teosofía habían sido caminos explorados por parte de la intelectualidad argentina finisecular. El propio Roberto Arlt, en una crónica publicada en 1920 en "Tribuna Libre" -"Las ciencias ocultas en la ciudad de Buenos Aires"[26]-  da cuenta acabada de su existencia en la Argentina, motivada o en conjunción con el clima intelectual del modernismo, el parnasianismo y el simbolismo, citando su relación con las lecturas entre otros de Baudelaire, Verlaine, Carrére, Murguer, Villers de l'Isle Adam, Blavatski, Bessant, Leadbater, Sinnet, Olcott, etc. Asimismo, un contemporáneo del Lugones finisecular ya nombrado mas arriba, Emilio Becher, nos sirve como testimonio para marcar la fuerza con que habían prendido estas doctrinas en relación con la época y el momento intelectual vivido en el Buenos Aires de entonces. En este sentido, nos queda el testimonio de sus constantes publicaciones a partir de 1898 en la revista "Constancia", órgano oficial de la Sociedad Espiritista.

            En este sentido, Cárdenas y Payá  nos apuntan:

 

 "La fortuna que tuvo el espiritismo -y la teosofía, que usualmente lo acompañaba- en el mundo europeo de fines del siglo pasado, se vio facilitada por el ansia que pensadores y artistas tenían de hallar una salida al estrecho marco espiritual que creaba el obsesivo culto por las ciencias biológicas.

         La religión había sido desacreditada porque sus dogmas no podían ser probados por la especulación racional ni la experimentación. La respuesta a los enigmas de la existencia, a la posibilidad de una vida más allá  de la muerte, no podían venir entonces sino de los esfuerzos que el hombre, librado a sí mismo, realizara.

         Así, las novedades espiritistas causaron una honda conmoción, porque a la vez que proporcionaban la certeza sobre una vida futura y un mundo que sobrepasaba el físico, venían avalados por la autoridad indiscutida de lo constatado. Dieron aparente satisfacción, al menos por un tiempo, a las angustias del hombre moderno. Y si esto ocurrió en las principales capitales del viejo continente, Buenos Aires no podía dejar de recibir su influjo". [27]

 

            Ahora bien, esta postura acerca de lo que podríamos denominar la búsqueda por la "gnosis" tiene relación como lo veníamos sosteniendo con el contexto ideológico-filosófico de la época, particularmente con las concepciones que las nuevas generaciones de intelectuales en Buenos Aires comienzan a sostener a partir de su análisis sobre la realidad finisecular. Pese a que el Lugones de fin de siglo mezclaba en sus concepciones este espiritismo al que venimos aludiendo con concepciones seudo-positivistas y socialistas, muchos de sus contemporáneos ya se habían anticipado en su impugnación sobre la ideología positivista y progresista que había alentado a los hombres de la generación del ochenta, y -siguen diciendo Cárdenas y Payá- "a la sombra de autores como Bergson, Marterlink, Flammarion y muchos otros, estimulados por descubrimientos psíquicos y metapsíquicos, el ocultismo y el espiritismo, se lanzaban a la investigación estética de lo misterioso, lo no mensurable ni definible" [28]. Los mismos autores sostienen que el estilo impuesto por el naturalismo, propio de una sociedad en transformación que necesitaba de "un espejo para rectificar sus errores"  [29], parecía ya no tener sentido en la Buenos Aires de comienzos de siglo, y, por el contrario, se avizoraba la necesidad de "encontrar nuevas posibilidades -que no podían nacer de la realidad- y que tenían necesariamente que ser fruto de la imaginación y de la renovación estética" [30]. En esta búsqueda ayudó -a juicio de estos autores- la presencia de Darío y la impregnación de Lugones, James Frayre, Díaz Romero, Carlos Becú y Manuel Ugarte, entre otros, en la nueva estética, quienes como grupo, entonces, "sentaron definitivamente la vigencia de una est‚tica en la cual se atribuye una importancia relevante al valor y emoción que la imagen misma transmite, a la sugerencia de su sonido, a los matices de sus colores. Se vuelve a dar primacía al mundo de lo subjetivo y misterioso, apelando a im genes exóticas o del pasado remoto y olvidando el reflejo de la realidad exterior y presente. Un reconocimiento, en definitiva, de los valores espirituales del ser humano." [31]

 

 

 

III

 

Leopoldo Lugones aparece ante los ojos del investigador como un escritor polifacético, múltiple, inabarcable en su evolución dinámica y en su diversa y heterogénea obra literaria. Por esta razón aclararemos que las líneas que siguen no constituyen en modo alguno un análisis global que pueda aplicarse a la obra general del autor. Nuestro objeto lo constituye, dentro de la obra en prosa de Lugones, un relato en particular: el cuento "Kábala práctica", poco mencionado por la crítica -la que rastreamos a nuestro alcance de los innumerables estudios sobre el autor nunca lo menciona. A ello deberemos agregar que, por haber accedido al texto a partir de una antología del cuento argentino entre 1900 y 1930[32], carecemos de información acerca de los datos de su publicación original. Sabemos sí que no pertenece a una de sus obras más renombradas dentro del cuento fantástico como lo es "Las fuerzas extrañas" (1906), y tal vez tampoco a los "Cuentos Fatales" (1924), dado que el antólogo no se lo adjudica. De allí que presuponemos que el texto originariamente debe haber sido publicado en la serie de textos aparecidos en diarios y revistas de su época. No son menores estas dificultades  a la hora de plantearnos un análisis medianamente serio del relato. Más sencillo podría haber parecido acudir a alguno de sus cuentos más conocidos dentro de las obras nombradas. Pero persistimos en la elección del mismo también desde una variable un subjetiva si se quiere: el interés que el relato suscita en nosotros, variable que reivindicamos si de "literatura" hablamos, mucho más en el marco del modernismo que desde la autonomía del arte y la reivindicación de la belleza no puede dejar fuera de toda consideración algo fundamental: el placer de la lectura, el goce que atrapa al lector, hecho del cual no podemos dar "razones" fundadas.

            Asimismo, queremos dejar sentado que procederemos expositivamente en el presente trabajo del siguiente modo: en primer lugar dedicaremos un excursus explicativo relacionado con el contexto de producción del relato y los paradigmas literarios, filosóficos, religiosos y epistémicos en que se sitúa, planos estos a los que la simbólica de la obra reenvía nuestras intuiciones previas; posteriormente procederemos a analizar el cuento en función de sus emergentes, atendiendo al plano formal-estructural  como una de las manifestaciones de su significación que contribuyen a configurar su sentido simbólico, y abordando hermenéuticamente el relato a partir de todas las manifestaciones simbólicas que pone en juego nuestro propio proceso de interpretación y comprensión situada.

            Tras este excursus, procederemos a ingresar en el análisis de "Kábala Práctica" a partir de sus emergentes fenomenológicos.

 

III.1.

            Reconstruyendo  nuestro proceso de lectura de "Kábala práctica", debemos detenernos en el propio título del relato. Ya la "Kábala" nos está  proponiendo un hilo, un símbolo conductor para la hermenéutica: desde la "Kábala" se invita al lector a construir una hipótesis de sentido inicial que sitúa al relato en un marco esotérico. En este sentido, Satz nos dice:

 

 "los misterios del verbo... tuvieron desde un comienzo dos líneas de desarrollo: la eruptiva e inestable que llevaban a cabo los poetas, y la coagulativa y estable que llevaban a cabo los sacerdotes. La Kábala, relacionada con la primera línea, dentro de la tradición hebrea es simultáneamente que una poética, una ciencia del conocimiento espiritual de las profecías y los textos de la Biblia. Heredera por Egipto de los jeroglíficos y sus múltiples significados y por Babilonia de los jardines verbales, la Kábala encontró a lo largo de toda su historia registrable (unos tres mil años aproximadamente) detractores sacerdotales y corruptores lúdicos." [33]

 

            Ascione, por su parte, marca que en  Diccionario de la Real Academia se entiende por "Kábala" a la tradición oral que entre los judíos explicaba y fijaba el sentido de los libros bíblicos. Pero el cristianismo lo consideró un "arte supersticioso que consistía en valerse de anagramas, transposiciones y combinación de las letras hebraicas y de las Sagradas Escrituras, con el fin de descubrir su sentido" [34]; por ello además Ascione marca que la "Kábala" serviría de fundamento a la astrología y a las demás ciencias ocultas.  Asimismo, y esto nos resulta pertinente, habla de que la "Kábala" se divide en "especulativa" y "práctica": mientras "la Kábala especulativa  investiga los sentidos recónditos relativos a las `Escrituras' y a los misterios de la naturaleza y la creación, la kábala práctica apuntaría a la curación de un enfermo, la expulsión de un demonio, etc." por medio de una invocación [35].

            Desde esta perspectiva, ya el título del cuento nos sumerge de lleno en la atmósfera del simbolismo, el esoterismo y las ciencias ocultas. Intentando mantener en estos prolegómenos del análisis el doble sentido a que se alude sobre la Kábala, podríamos tentar posibilidades que tuvieran su respuesta en la construcción integradora del sentido a partir de mayores alcances del análisis. Si inicialmente Lugones, al titular "Kábala práctica", al relato nos induce a la línea esotérica relacionada con la invocación a otros poderes, proponemos mantener abierta también como posible línea simbólica el sentido de "Kábala" en relación con la interpretación de los signos misteriosos. Ambos sentidos tienen una explicación: la precisión que le agrega a la "Kábala" el adjetivo "práctica" claramente alude a la primera línea esotérica; pero la segunda línea de la Kábala "especulativa" puede funcionar como propuesta del autor: la inmersión en los misterios de la naturaleza y la creación que piden explicación, que buscan un sentido que la ciencia no logra otorgar. Asimismo, profundizando este último aspecto, y tomando en consideración cómo funciona en una obra literaria un título, como símbolo y condensación del sentido de un texto que incita al lector a su develamiento e interpretación, la presencia de la palabra "Kábala" en el título funciona también como transposición simbólica de esa invitación al lector a la interpretación, a la develación de un misterio que el cuento de por sí no devela explícitamente y frente al cual la "razón" constituye un marco demasiado estrecho para lograrlo. Así el cuento propondría al lector un "pacto de lectura" desde su propio título, pacto que es común o característico en el género fantástico.

           

III.2.

            Ahora bien, como sosteníamos más arriba respecto de no atenernos a la aplicación de un "modelo teórico-metodológico" fijado y tomar, por el contrario, los propios emergentes fenomenológicos  que el texto y su naturaleza peculiar y única convoca, al realizar una lectura del cuento advertimos relaciones que avalan esta posición metodológica. La presencia de la palabra "Kábala" en el título como incitación al lector, aunque pueda decirse que es apenas un sentido subsidiario de su sentido esotérico-simbólico propio, adquiere relevancia y presencia si postulamos que el mismo le da sentido a la forma estructural de la narración y se relaciona íntimamente con ella. Veamos la explicación de lo que sostenemos.

            La estructura externa del texto presenta una subdivisión en tres bloques separados por espacios en blanco:

Bloque 1:

            El primer bloque que inicia el relato lo hace como una narración común en primera persona que de lleno nos introduce en los hechos de una historia, sin otra disquisición o forma de presentación previa: la adquisición de un esqueleto de mujer joven, por parte de Eduardo, amigo del narrador que funciona como testigo. Pero tras esta presentación, el propio narrador salta del nivel de la historia (a la que llamaremos historia 1 - del esqueleto de Eduardo) a un supuesto nivel de la enunciación: todo lo anticipado en los hechos narrados de la historia 1 aparecen como un supuesto relato oral que el narrador realiza a un auditor ficticio de los hechos ("Así me disponía a contar una noche, para distraer las melancolías de Carmen, el caso de mi amigo Eduardo, cuyo apellido me permitiréis disfrazar con la `ene' convencional, pues se trata de una historia y no quiero cometer inconveniencias"). A esta supuesta situación de enunciación de la historia 1 que complementa el primer bloque, le llamaremos historia 2 - de Carmen, ya que esa situación de enunciación también es ficticia, pues en ella misma se devela que la situación de enunciación real hace alusión a los "lectores" del relato total de Lugones, dentro del cual queda entonces incluida la situación de enunciación oral a Carmen como auditora como una historia que es marco de otra que se va a narrar en su interior. El mismo ejemplo citado corrobora lo dicho: "me permitiréis disfrazar con la `ene' convencional" el apellido de Eduardo, lo que está dicho para el lector y no para Carmen quien es presentada como conociendo a Eduardo.

            Apuntemos ya aquí algunas conclusiones parciales: lo que primero llama la atención es la complejidad estructural del relato, que si a primera vista puede ser concebido como "desprolijidad técnica" (aclaramos que fue una de nuestras "tentaciones" iniciales ante las primeras lecturas del cuento), en realidad se revela como pertinente en función de la continuidad del relato -que mantiene y juega con el misterio en las que postulamos como las dos historias- y como significativa a la luz de nuestros planteos en el punto IV.1. Efectivamente, desde esta estructura interna inicial ya presente en el primer bloque de la estructura externa, vamos corroborando el involucramiento que Lugones pretende, la incitación al lector a partir de alusiones que explícitamente están dirigidas a él frente al misterio de las dos historias.

Ya este aspecto del relato estaría corroborando además algunas características de la narrativa modernista, más allá de los matices peculiares de este cuento en particular: Calderón de Cuervo [36] sostiene que la prosa modernista se presenta como "crónica", referida a algo que se ha visto; asimismo, el cuento aparecería poniendo de manifiesto lo que llama "irrespetuosidad estética", en términos de un cierto desorden o descuido, cambios de voz o focalización narrativa; lo que agregamos a esta característica general es que ese aparente "descuido" que incluso hemos observado en este cuento particular no significa carencia o defecto de técnica narrativa, en tanto estamos postulando que el propio modo de organizar la narratividad del relato aparece como coherente y significativo en función de lo que se quiere contar y de los efectos de sentido perseguidos, tal como podrá corroborarse si se acepta nuestra propuesta de análisis, que seguir  manifestando consonancia con estas consideraciones.

Bloque 2:

            Este segundo bloque aparece ocupado en su totalidad por el desarrollo y final de la historia 1 - de Eduardo. Tras la presentación en el bloque 1 de la adquisición del esqueleto de una mujer joven por parte de Eduardo (hechos que configuran el inicio de una secuencia narrativa), este segundo bloque se inicia con una analepsis que refiere la historia de la amistad del narrador con Eduardo y sus aficiones positivistas, y luego continúa con el desarrollo y final de la secuencia iniciada en el bloque 1, al presentar la situación de privilegio que el esqueleto asume en la colección científica de Eduardo y las frecuentes charlas de que el mismo era objeto entre los amigos. La presentación de esta secuencia completa de la adquisición del esqueleto iniciada en el bloque 1 funciona para el narrador como una especie de "prólogo", según sus propias palabras, frente a los hechos centrales de esta historia 1 que se configuran a partir de la irrupción de "lo extraño": más aún pareciera que el cuento en realidad se iniciara a partir de este momento en que lo extraño irrumpe en la normalidad. De este modo, se presentan en la historia 1 dos secuencias que hacen referencia a la re-materialización del esqueleto que cobra vida en la aparición de una mujer desconocida ante Eduardo. Pero estas secuencias se dan a partir de una progresión lenta que pretende incentivar la expectativa del lector frente a la aparición de la extrañeza, ya que las mismas se organizan en los siguientes movimientos:

- Secuencia 2)

a) Conversaciones sobre misterios esotéricos entre Eduardo y el Narrador.

b) Invocación del Esqueleto por parte de Eduardo

c) Re-materización del esqueleto en forma de mujer

- Secuencia 3)

a) Intentos de comunicarse con Eduardo por parte del esqueleto-mujer

b) Invitación al reposo de Eduardo por parte del esqueleto-mujer

c) Descubrimiento del esqueleto fuera del armario, en la silla de la habitación de Eduardo

            Esta forma de organizar la narración de la historia 1- de Eduardo, por parte del narrador, vuelve a poner de manifiesto lo que anticipáramos en algunas reflexiones del bloque 1 respecto de la referencia a la situación de enunciación y las alusiones permanentes al supuesto lector real implícito en el cuento. La explícita alusión a la situación de enunciación tiene que ver -como puede observarse- no con la situación ficticia del relato oral ante Carmen (que llamamos historia 2), sino con la presentación ante el supuesto lector real implícito: "Y aquí entro ya, en la historia que ha requerido este prólogo, y cuya verídica relación es como sigue"; "Lo que sigue es, como se comprender  al fin de la historia, relación de mi amigo"; "(Estos detalles tienen su importancia para el lector atento)". Estos ejemplos adquieren significatividad a la luz de las consideraciones que el bloque 1 realizáramos respecto de la relación entre esoterismo, interpretación y pacto de lectura propuesto desde el título. Pero, asimismo, profundizan algunas cuestiones también anticipadas: la nueva complejización introducida en la estructura narrativa a partir de la variación en la focalización que ahora introduce a Eduardo y su perspectiva narrativa ante los hechos, como se desprende de los ejemplos apuntados. Pero esto mismo nos lleva en nuestro análisis a la introducción de otro emergente reclamado por el propio texto: la tensión entre ficción y verosimilitud que el relato instaura permanentemente. Si una explicación posible de este cambio de focalización pudiera aludir a la "desprolijidad técnica" de la escritura, nosotros la objetaremos postulando, en cambio, la necesaria convergencia que este cambio de focalización tiene con la verosimilitud que se intenta crear en el relato de la historia 1.

            Este tratamiento y uso de estrategias verosimilizantes en el cuento se manifiesta privilegiadamente en un tópico que se reitera de manera recurrente. Nos referimos a la tensión que el narrador plantea entre dos categorías propias utilizadas en el relato que adquieren significación contextual intrínseca: "historia" y "cuento". El primer ejemplo que citamos en el bloque 1, donde se alude a la "`ene' convencional" que se asigna a Eduardo para no decir su apellido, constituye una primer estrategia verosimilizante que intenta generar en el lector la sensación de que lo que se cuenta es "realidad" y que el personaje tiene una existencia real extratextual. Pero además en el ejemplo se sostiene que "se trata de una historia y no quiero cometer inconveniencias", lo que en primer lugar corrobora la estrategia verosimilizante expuesta y nos permite inferir que la palabra "historia" en el contexto del cuento se asume como "hecho real" de existencia extratextual, de potencial corroboración por parte del lector, y se la opone a la palabra "cuento" entendido como "hecho de ficción": "espero que si mi relato nada vale como historia, conseguir , tal vez, interesarla como cuento", dice el narrador a Carmen, en el bloque 1, en la situación de enunciación referida a la historia 1 de Eduardo, que en realidad postulamos nosotros como otra historia (historia 2) englobante de la primera. Y continúa ese narrador haciendo uso de la palabra "historia" en relación al caso de Eduardo con ese sentido y con esa intención de efecto verosimilizante:

- "yo empecé lo que, a despecho de los ojos incrédulos de Carmen, me atrevo a llamar por tercera vez historia, por más increíble que el hecho parezca a todos", sostiene el narrador en el final del bloque 1 antes de continuar el desarrollo de la que hemos llamado historia 1 -de Eduardo.

- "Y aquí entro ya, en la historia que ha requerido este prólogo, y cuya verídica relación es como sigue", sostiene nuevamente el narrador al finalizar la analepsis que presentaba la historia de su amistad con Eduardo  en el bloque 2.

- "Lo que sigue es, como se comprender  al fin de esta historia, relación de mi amigo", vuelve a sostener el narrador cuando en la secuencia 2 deja a Eduardo con el esqueleto luego de la velada sobre misterios.

            Por otra parte, y ya ahora tomando en cuenta una categoría que usamos como es la del narrador testigo, pero frente a la cual no habíamos hecho referencia como convergente en la constitución del sentido del cuento, debemos reconocer que el uso de la primera persona testigo de los hechos que narra es en sí mismo frente a la naturaleza del relato fantástico una condición estratégica para el logro de su verosimilitud. Pero si, además, tomamos en consideración a partir de algunos indicios que el texto presenta a partir de la pasión cientificista y positivista que  une a los protagonistas de la historia 1, esa condición de verosimilitud apuntada por el uso del narrador testigo en primera persona se refuerza. (Volveremos sobre esto más adelante).

            El uso de estas estrategias verosimilizantes en el cuento aparecen como una constante estructural natural del cuento fantástico, si se caracteriza éste por la presencia de "lo extraño", "lo anormal", irrumpiendo en la supuesta verdad convencional de la vida cotidiana. Pero hablábamos de tensión entre verosimilitud y ficción como tópico recurrente en el relato. Esto nos parece central en la forma del relato, no sólo porque su característica común es ser un cuento fantástico, sino en términos de la caracterización del relato como prototipo del modernismo  a partir, no sólo de sus temas, sino de lo que venimos analizando en términos de forma de la narratividad, organización discursiva. En este sentido, lo que queremos destacar es que esa tensión entre estrategias verosimilizantes y la idea de ficción no sólo aparece como tópico típico de lo fantástico, sino que esta configurada discursivamente: ya describimos las estrategias de verosimilización, nos queda abordar en qué sentido hablamos de tensión de las mismas con la idea de "ficción". La narración realista y la naturalista en función de la perspectiva narrativa agudizaban las estrategias de verosimilización a partir de lo que Phillip Hammond denomina el "grado cero" del narrador [37]: en su intento de presentar al lector la "ilusión de realidad" anulan la participación del narrador, que desde una tercera persona se oculta en un grado máximo de omnisciencia que trata de no dejar huellas discursivas de su presencia y de anular en el discurso la presencia o alusión a la situación de enunciación, para que el lector tenga la impresión de estar asistiendo directamente o sin mediaciones ante los hechos. Por el contrario, el individualismo del escritor modernista rompe estas reglas estratégicas, ya que los hechos narrados aparecen presentados siempre desde una explícita perspectiva del narrador. Más que asistir a los hechos, el lector accede a la impresión que los hechos suscitan en el narrador. Estos hechos aparecen siempre tamizados por su mirada en el discurso. Este narrador, no sólo no se oculta, sino que se hace evidente en la primera persona, registra la crónica explícita de los hechos desde sus impresiones y sensaciones. Pero aún m s, y esto es lo que produce la tensión entre ficción y verosimilitud, deja su huella discursiva en el texto hasta declarar casi explícitamente que lo que narra es "escritura", en tanto escritura "literatura", y, en tanto literatura es "ficción literaria". Esta afirmación que hacemos es una inferencia que realizamos a partir de la recurrente y fuerte presencia en el cuento de la explicitación de la categoría situación de enunciación. Dicha presencia tiene tal importancia en el cuento que se presenta hasta una situación de enunciación ficticia de relato oral -de la que hablamos en el primer bloque (historia 2)- que opera como marco de la que parece ser la historia fantástica y extraña central en torno a la experiencia con el esqueleto; y como marco a su vez de esta situación de enunciación ficticia aparece claramente la referencia a la situación de enunciación total del cuento que declara ser escritura: la referencia y alusión permanente a los lectores y la tensión explícita que el narrador establecía entre "historia" y "cuento", de los que habláramos más arriba, así lo corroboran.

            Por otra parte, y reafirmando estas consideraciones sobre la tensión entre verosimilitud y ficción, aparece otro detalle a tener en cuenta: las características que como personaje asume este narrador testigo que deja marcas y huellas en la enunciación tienen dejos que -desde una perspectiva contextualizada en la "enciclopedia" de un lector conocedor de Lugones- pueden ser reconocidos como autobiográficos, de tal modo que el lector pueda suponer que este narrador que relata oralmente sucesos extraños y fantásticos en una velada para "interesar" y distraer a su amiga y, que a su vez declara que el relato completo -incluyendo lo que llamamos las dos historias del cuento- es "escritura" ("literatura" destinada a lectores concretos), funciona o intenta generar la ambigüedad de parecer el "alter ego" del autor.

            Pero volvamos sobre la finalización del cuento, que es el bloque 3 que aún no hemos tratado.

Bloque 3:

            Este último bloque de la estructura externa es breve. Vuelve sobre la situación de enunciación oral en la velada con Carmen, abierta en el bloque 1. Si bien hemos ya avanzado demasiado en el análisis a partir de las consideraciones suscitadas a partir de los ejes que convocaban los bloques anteriores, los hechos narrados en este bloque 3 son los que terminan de corroborar las afirmaciones ya realizadas.

            Estructuralmente, en este bloque se aborda la reacción emotiva de Carmen frente al relato que habría acabado de esbozar el narrador. Pero si esto sólo finalizara así, no podríamos haber propuesto que la situación de enunciación ficticia no sólo operaba como marco del relato "extraño" (la historia 1 -de Eduardo), sino  que se configuraba a sí misma como una segunda historia (la que llamamos, a partir del bloque 1 historia 2-de Carmen). Esta última postulación surge justamente a partir de que el cuento no termina en la reacción de Carmen sino que, en este supuesto "mundo de normalidad" de la velada donde se narraba oralmente un suceso extraño, irrumpe una "extrañeza" mayor -por inesperada- como es la sensación del narrador, ante el desmayo de Carmen, de que "­aquella mujer no tenía huesos!".

            Este final abrupto, extraño, cortante y seco de la que llamamos historia 2, constituye el final del cuento completo, con lo cual, al no mediar nuevas explicaciones ni razones, ese final queda abierto. Ahora bien, ni este final abierto, ni la complicada estructura narrativa del cuento, nos permitirían suponer la presencia de un cuento deshilvanado o desprolijo como podría suponerse inicialmente, sino que se presenta como convergente con la hipótesis de sentido de un relato cuya extrañeza pretende incluso ser doble. Lo esotérico, lo fantástico, lo extraño -pareciera querer decirnos Lugones- invade doblemente la normalidad de la realidad "positiva" impactando al lector en una "zona" del cuento donde éste podría suponer ya el retorno al imperio de las "leyes naturales". Pero lo m s fuerte es lo que podemos inferir ahora.

            Si todos los elementos estructurales que configuran la organización narrativa del relato parecen convergentes con el efecto de sentido perseguido por el autor, deberíamos suponer que debe también existir una convergencia entre el tópico del esqueleto que se vuelve vivo al recuperar en sus huesos la materia de la carne en la historia 1 -de Eduardo, y el tópico de la mujer que es pura carne, sin huesos, de la historia 2 -de Carmen. Y ya aquí, creemos que para proponer una interpretación sobre esta relación deberíamos apelar a una lectura hermenéutica  que recoja y aúne los símbolos de ambas historias del cuento. Esta tarea es sumamente compleja para neófitos en la cuestión como nos declaramos. Pero la tentación de intentarlo es grande, aunque sepamos que nuestro análisis pueda ser pasible de error sobre la interpretación de la dualidad que nos hace patente Lugones y nos sume en el desconcierto.

 

III.3.

            A esta altura del análisis, nos encontramos entonces ante el "abismo" que supone buscar el sentido del texto a partir de una lectura hermenéutica. Ahora bien, si hablamos de la necesidad de hallar el sentido que une a las dos historias que conforman el cuento a través de una interpretación de los símbolos que podemos identificar, no es simplemente porque desde el marco de análisis inicial de este trabajo reconozcamos la existencia de una tendencia al esoterismo en el modernismo o interpolemos datos biográficos de Lugones que lo señalan como cultor del espiritismo. A esas razones sumamos principalmente la demanda del propio texto. Es el cuento "Kábala práctica" el que nos pide tomar en consideración ese marco de análisis del simbolismo presente en su significado último. Y  a esta demanda a que aludimos la reconocemos no sólo en el género fantástico del texto o las sugerencias que realiza la crítica  de Pío del Corro [38] sobre el mundo fantástico de Lugones o Marta Cisneros [39] sobre "Las fuerzas extrañas", aspectos que hemos ya corroborado en nuestra lectura del texto que nos ocupa y que sería redundante aplicar detalle a detalle. Antes bien, el asunto, el núcleo temático central del propio cuento nos invita a cruzar fronteras hacia otros análisis posibles que tomen en consideración una interpretación de tipo esotérica tomando elementos del texto como símbolos ocultos. Veamos e interpretemos  entonces esos elementos del cuento.

            El inicio de la historia de Eduardo a partir de la adquisición de un esqueleto de mujer joven sitúa a este personaje -y a la dupla que forma con el narrador- en el  ámbito del materialismo positivista: el interés por el esqueleto es completar una colección de un gabinete de historia natural. Ambos personajes se identifican en su adhesión a un ferviente positivismo materialista en el tiempo del contexto en que la historia sucede: "Ambos éramos también  materialistas, no hay que decirlo. La adolescencia es pedante, y el primer ensayo de su ciencia consiste en negar a Dios y a las mujeres. Lo que todavía subsiste de niño en el hombre recién formado, le incomoda: entonces lee uno a Buchner y se vuelve ateo... Los veinte años desconfían, sobre todo, del cura y de las mujeres." Pero ese materialismo positivista entra en tensión inmediata con lo esotérico a partir de la presencia del esqueleto en el gabinete y las reminiscencias -aunque todavía incrédulas- que evoca en los personajes toda una literatura esotérica en esa línea. Frecuentes son sus charlas sobre la Leyenda del Convidado de Piedra de Tirso de Molina, el vampirismo, las alucinaciones de los místicos y hechiceros, la obra de Eliphas Lévi (Constant), Alberto el Grande y referencias literarias sobre ciencias ocultas, terror y esoterismo: "Desde Poe hasta Verhaeren y Villiers de l`Isle Adam, se recitó cuantos versos, cuanta prosa mala o buena, conocíamos sobre la materia". Esa tensión entre positivismo y esoterismo se agudiza cuando entran en pugna la invocación al esqueleto "para descubrir el `homunculus' de Alberto el Grande" y resucitarlo frente a la creencia en que el esqueleto de mujer "no era sino un despojo eternamente inanimado".

            Todas estas referencias, operando como indicios del conocimiento y manejo por parte de los personajes -y obviamente primero del propio Lugones- de las doctrinas esotéricas del espiritismo, la teosofía, la alquimia y las ciencias ocultas, son las que internamente -desde el propio marco del texto- nos permiten suponer un sentido simbólico en el mismo relato que unifique las dos historias presentes en el mismo. Si sosteníamos que el esoterismo era el puente entre las ciencias positivas y los eternos misterios de la creación que éstas no podían develar, el propio texto nos invita a tender este puente para plantear una interpretación que permita "explicar" la estructura y organización narrativa compleja que ya "describimos".

            Penetrando entonces en esta línea hermenéutica, vamos a proponer que dos son los símbolos principales sobre los que se estructura la interpretación del texto: la figura de la mujer y los huesos, complementados éstos por la presencia de otros símbolos subsidiarios que le dan lógica explicativa en un marco esotérico a la relación de las dos historias del cuento.[40]

            La figura de la mujer es un tópico recurrente del relato, más allá  de la presencia como personajes del  ánima materializada de la mujer del esqueleto o la propia Carmen. Testimonia esto la insistencia recurrente a las concepciones que los personajes masculinos -particularmente el narrador- dicen sostener sobre la mujer: "el primer ensayo de su ciencia consiste en negar a Dios y a las mujeres"; "Los veinte años desconfían, sobre todo, del cura y de las mujeres". Paralelamente, llama la atención la oposición que se plantea en el mismo primer bloque entre los dos personajes femeninos, el "esqueleto de mujer joven" y "Carmen". Mientras el cadáver de una mujer joven muerta, sacada de su sepulcro, evoca como símbolo inicial y directo la "muerte del ánima", la descripción que de Carmen hace el narrador pone énfasis en la carnadura material y viva de su belleza: "Carmen era una de las amigas más hermosas que en mi vida haya tenido... Está  de más decir que sus ojos negros eran admirables...", etc. Ahora bien, pese a la virtual desacreditación que de la mujer manifiestan las creencias de los personajes masculinos durante su adolescencia, el símbolo de la "mujer" puede presentarse como doncella desconocida, amada o ánima; y en este caso, como imagen del  ánima, es superior al hombre mismo por ser reflejo de la parte superior y más pura del hombre, siguiendo el esquema jungiano [41]. En este sentido, podemos inferir que el símbolo de la mujer como  ánima alude a la parte "trascendente" del hombre -trascendencia racionalmente negada en un principio desde el positivismo de los personajes masculinos- y es esta interpretación del símbolo la que se activa cuando el "esqueleto" se materializa como el  ánima de una mujer joven y hermosa ante Eduardo. Esta interpretación de la mujer como símbolo adjudicada al esqueleto y su  ánima se reafirma si tomamos en consideración, no el símbolo más común y aparente del esqueleto, que es la muerte, sino el símbolo del "hueso", que es a su vez el elemento común a las dos historias y a las dos mujeres que nos interrogan desde el cuento. El "hueso" aparece como símbolo de la vida reducida al estado de germen, crisálida de la que surge la mariposa y por lo tanto alusión a la creencia en la resurrección por su dureza, interpretación que refuerza y contagia la idea de trascendencia del símbolo "mujer".

            Esta simbología -aunque pueda parecer elemental- se constituye para nosotros ya en un pilar fundante de la interpretación del sentido del cuento a partir de la relación no casual entre las dos historias que lo constituyen. En este sentido, la constatación más importante que podemos ya hacer es que la oposición que advertíamos entre el esqueleto de mujer joven y Carmen se mantiene en el eje de lo simbólico. Los "huesos" del esqueleto son la potencial "resurrección trascendente" del ánima de la mujer, la que -si es la representación de la "parte superior y más pura" del hombre y es la que se aparece ante el joven positivista, ateo y materialista- se le presenta a Eduardo como salida existencial, en tanto umbral a la trascendencia de una vida superior que impera más allá  de la materia, que se le "revela" desafiando la incredulidad de su razón cientificista y demostrando la existencia más allá  de la muerte de la carne. Esta interpretación del sentido del texto lugoniano a partir del nivel simbólico-hermenéutico es convergente con los límites del positivismo y el cientificismo materialista que Lugones intenta denunciar  a partir de las propuestas de todos sus cuentos fantásticos.

            Ahora bien, esta propuesta de sentido a partir de la activación de la simbología de la "mujer" y el "hueso", no se sostiene sólo en la interpretación de estos únicos símbolos. Toda una batería de otros símbolos complementa esta interpretación, desde otros indicios. Eduardo procura el esqueleto para completar su colección de historia natural y satisfacer así su interés científico-positivista. Esa colección está compuesta en general por diferentes tipos de piedras y la "piedra" como símbolo hace alusión a la simbología del ser, de la cohesión y la conformidad consigo mismo. Con esta acepción del símbolo la colección de piedras de Eduardo representa sus creencias, su yo cientificista y positivista que los huesos de la mujer vienen a turbar y revertir con "el más allá de la pura materia". Asimismo, la colección y el espacio privilegiado de Eduardo están en su gabinete. Si lo consideramos a éste como "recinto", el gabinete de Eduardo simboliza el espacio sagrado y limitado, guardado y defendido porque constituye su unidad espiritual, su vida individual, su vida interior del pensamiento. Así, como recinto que constituye su unidad y la vida interior de su pensamiento, es coherente que su colección está representada en general por "piedras", que están en consonancia con su ser, consigo mismo, con sus concepciones cohesionadas en el materialismo de su pensamiento. En este marco son los "huesos" del esqueleto de la mujer los que vienen a turbar su recinto y, con su potencial "animación" y regeneración de la mujer, símbolo de la trascendencia, sus creencias positivistas.

            Es alumbrando el esqueleto con una "lámpara" que Eduardo invoca la resurrección del mismo a partir de sus huesos, y la lampara simboliza la inteligencia y el espíritu. Con ello, es el espíritu de Eduardo -aunque su materialismo lo niegue- el que llama a su trascendencia. Y convergiendo con esta interpretación, podemos observar que cuando el ánima en forma de mujer se presenta a Eduardo, lo hace con un traje morado. La "túnica" simboliza el yo del alma, la zona de contacto más directa con el espíritu, y si tenemos en cuenta el color de ese traje, el morado representa la devoción y la pasión y, en consecuencia, la esperanza de la resurrección. Es el devoto espíritu de su  ánima trascendente más allá  de la materia el que en realidad se le presenta a Eduardo desde esta interpretación, que se refuerza si tenemos en cuenta que ese espíritu es el que toma de aquí en más la "lámpara" de la inteligencia y el espíritu y dialoga y acompaña finalmente a Eduardo al descanso.

            Por otra parte, cuando el otro personaje masculino (el narrador testigo) regresa al otro día, percibe que el gabinete -recinto cercado, guardado y defendido de la interioridad y el pensamiento positivista de Eduardo- est  abierto. La "puerta", el "umbral" de ese recinto positivo, finalmente ha quedado abierto y con ello ha permitido el paso del materialismo positivista a la visión de la trascendencia del espíritu, más allá  de la corrupción de la carne y de la muerte.             

            Esta interpretación simbólica, comprendida por el narrador testigo -alter ego del propio Lugones- es la razón que lo ha llevado a decir que, antes de retirarse esa noche de la posterior animación del esqueleto, "la ironía fúnebre" de poema de Acuña terminó "francamente por hacerme daño", porque redunda en la nueva vida después de la muerte, pero en pura metamorfosis de la sola "materia" que se trasmuta en "materia" de otros "organismos materiales", negando la trascendencia del espíritu. Y no es ésta la concepción gnóstica que revelaría Lugones desde la interpretación de la simbología de su cuento tal como la hemos propuesto. Dice Manuel Acuña, en su poema "Ante un cadáver" [42]:

 

­Y bien! Aquí estás ya..., sobre la plancha

donde el gran horizonte de la ciencia

la extensión de sus límites ensancha.

 

Aquí, donde la rígida experiencia

viene a dictar las leyes superiores

a que está  sometida la existencia.

 

Aquí, donde derrama sus fulgores

ese astro a cuya luz desaparece

la distinción de esclavos y señores.

 

Aquí, donde la f bula enmudece

y la voz de los hechos se levanta

y la superstición se desvanece.

 

Aquí, donde la ciencia se adelanta

a leer la solución de ese problema

que sólo al anunciarse nos espanta.

 

Ella, que tiene la razón por lema,

y que en sus labios escuchar ansia

la augusta voz de la verdad suprema.

 

Aqu¡ est s ya..., tras de la lucha impía

en que romper al cabo conseguiste

la corcel que al dolor te retenía.

 

La luz de tus pupilas ya no existe;

tu máquina vital descansa inerte

y a cumplir con su objeto se resiste.

 

­Miseria y nada más!, dirán al verte

los que creen que el imperio de la vida

acaba donde empieza el de la muerte.

 

Y suponiendo tu misión cumplida

se acercarán a ti, y en su mirada

te mandar n a la eterna despedida.

 

­Pero no!..., tu misión no está  acabada,

que ni es la nada el punto en que nacemos,

ni el punto en que morimos es la nada.

 

Cuando es la existencia y mal hacemos

cuando al querer medirla le asignamos

la cuna y el sepulcro por extremos.

 

La madre es sólo el molde en que tomamos

nuestra forma, la forma pasajera

con que la ingrata vida atravesamos.

 

Pero ni es esa forma la primer

que nuestro ser reviste, ni tampoco

ser  su última forma cuando muera.

 

Tú, sin aliento ya, dentro de poco

volverás a la tierra y a su seno

que es la vida universal del foco.

 

Y allí, a la vida, en apariencia ajeno

el poder de la lluvia y el verano

fecundar  de gérmenes tu cieno.

 

Y al ascender de la raíz al grano,

irás del vegetal a ser testigo

en el laboratorio soberano.

 

Tal vez para volver cambiado en trigo

al triste hogar, donde la triste esposa,

sin encontrar un pan sueña contigo.

 

En tanto que las grietas de tu fosa

verán alzarse de su fondo abierto

la larva convertida en mariposa.

 

Que en los ensayos de su vicio incierto,

ir  al lecho infeliz de tus amores

a llevarte tus ósculos de muerto.

 

Y en medio de esos cambios interiores,

tu cráneo, lleno de una nueva vida,

en vez de pensamientos dar  flores.

 

En cuyo cáliz brillar  escondida

la l grima, tal vez, con que tu amada

acompañe el adios de tu partida.

 

La tumba es el final de la jornada,

porque en la tumba es donde queda muerta

la llama en nuestro espíritu encerrada.

 

Pero en esa mansión a cuya puerta

se extingue nuestro aliento, hay otro aliento

que de nuevo a la vida nos despierta.

 

Allí acaban la fuerza y el talento,

allí acaban los goces y los males,

y allí acaban la fe y el sentimiento.

 

Allí acaban los plazos terrenales,

y mezclados el sabio y el idiota,

se hunden en la región de los iguales.

 

Por allí donde el  ánimo se agota

y perece la máquina, allí mismo

el ser que muere es otro ser que brota.

 

El poderoso y fecundante abismo

del antiguo organismo se apodera,

y forma y hace de él otro organismo.

 

Le abandona a la historia justiciera

un nombre, sin cuidarse, indiferente,

de que ese nombre se eternice o muera.

 

El recoge la masa únicamente,

y cambiando las formas y el objeto,

se encarga de que viva eternamente.

 

Mas la vida en su bóveda mortuoria

prosigue alimentándose en secreto.

Que al fin de esta existencia transitoria,

 

a la que tanto nuestro afán se adhiere,

la materia, inmortal como la gloria,

cambia de formas, pero nunca muere.

 

            Volvemos ahora a la explicación que buscábamos: la de la relación entre las dos historias que se articulan en "Kábala práctica", la de Eduardo y la de Carmen. Como sosteníamos, el punto simbólico unitivo de ambas historias son el símbolo de la mujer y el de los huesos, y en relación con ello, habíamos percibido una oposición entre las reminiscencias que evocaba el esqueleto de la mujer -aparentemente muerte, pero en tanto doncella desconocida o ánima, reflejo de la parte superior y más pura del hombre y en tanto huesos posibilidad de resurrección y trascendencia- y la descripción inicial de Carmen y su belleza viva y material según su presentación en el bloque 1. Esta oposición se profundiza en el eje de la misma simbología a partir de la irrupción de la extrañeza en la historia de Carmen, cuando  -ante la impresión honda que le causa el relato de la historia de Eduardo- se desmaya y el narrador testigo tiene la viva sensación de que Carmen es "pura carne", pues esa mujer "­...no tenía huesos!". La ausencia de huesos en Carmen puede interpretarse, por correlación negativa del símbolo, como ausencia del germen de la vida trascendente, y por lo tanto, pura materia sin posibilidades de resurrección.

            Si esta interpretación es correcta, de la oposición isotópica explícita esqueleto de huesos de mujer joven-ánima / mujer joven sin esqueleto de huesos, hemos pasado al terreno de una simbología esotérica de correspondencias que nos revelarían que la "extrañeza" de esta relación entre las dos historias que articulan el cuento es, en realidad, esta dualidad entre materia corruptible y espíritu trascendente, entre positivismo e idealismo, que hace agónica la crisis existencial del hombre de la modernidad y revela la nostalgia de la unidad perdida.

 

 

IV

 

            Esta lectura hermenéutica del cuento nos invita a restituir su interpretación como "gran simbólica" también en el plano de lo que supone el planteamiento lugoniano para el hombre moderno en el mundo contemporáneo.

            El símbolo, según Graciela Maturo, "moviliza la totalidad del psiquismo, ya que habla simultáneamente a la imaginación, a la sensibilidad, a la voluntad y a la razón. Presupone, además, una ruptura de planos, un tránsito a un orden diferente de realidades" [43]. En este contexto, la autora sostiene que para Jung, "los arquetipos son núcleos simbólicos tan fuertemente inscriptos en el inconsciente que constituyen una suerte de enagramas..., modelos preformados, ordenados y ordenadores a la vez, conjuntos representativos y emotivos, estructurados y dotados de un dinamismo creador. Esta base empírica universal conforma una conciencia colectiva que se expresa en los símbolos, cargados de gran poder energético" [44]. Una de las manifestaciones donde esos símbolos se revelan es en el arte, y en particular, en la literatura. En el caso de nuestro cuento el arquetipo del ánima aparece manifestándose en las representaciones simbólicas femeninas del relato. Esta manifestación del arquetipo del ánima, aparece según Jung [45], como disposición dinámica, forma estructurante del inconsciente colectivo que busca su realización, que en el cuento  revela el desequilibrio de la disposición de la "psique" del hombre moderno que ha reducido su espectro al paradigma dominante de la razón y la materia.

            Si siguiendo a Jung retomamos su concepción de la estructura de la psique humana, podríamos comprender el sentido del relato. Jung habla de esta conformación como una estructura constituida por cuatro elementos: el anima, el animus, la sombra y el yo. Sucintamente, el ánima representa las características femeninas de la personalidad, el animus a su vez representa la parte masculina, la sombra representa la parte mala de la personalidad y el yo. El anima representa la trascendencia, la intuición, la naturaleza, las emociones, los sentimientos, por oposición al animus que básicamente representa la racionalidad y el pensamiento. En el relato que nos ocupa se revela la negación social de lo femenino y la trascendencia  y la entronización de la razón y el pensamiento. Los personajes masculinos del texto representan simbólicamente a una sociedad, a un movimiento filosófico materialista, ateo y positivista, que en su manifestación cruda revela también su odio a Dios y a las mujeres -simbólicamente la trascendencia, la intuición, las emociones, los sentimientos, el principio creador. Pero en el sueño, cuando domina el inconsciente y la intuición, el arquetipo del ánima se manifiesta simbólicamente en la aparición de la materialización de la mujer del esqueleto, para mostrar la posibilidad de la trascendencia humana más allá de la muerte -posibilidad negada conscientemente por los personajes-, la esperanza de la resurrección, y por proyección la necesidad de restituir el equilibrio del ser humano, que es razón a la vez que intuición, materia a la vez que espíritu, cuerpo a la vez que alma.

            Por eso, es la manifestación del arquetipo del ánima tal como lo hemos entendido lo que permite, a la vez, explicar la estructura formal de naturaleza doble del relato al verificarse la relación de las dos historias: en la historia 1 -de Eduardo, el anima  manifestada a nivel del inconsciente en el sueño a través de la aparición de la mujer del esqueleto representa la posibilidad de la trascendencia, que los personajes niegan abiertamente. En la historia 2 -de Carmen,  episodio en el que el narrador tiene la sensación de que la mujer que sostiene no tiene huesos, representa precisamente la negación de Dios y de la mujer como posibilidades de trascendencia. Esta interpretación se basa en el carácter simbólico que adquieren los huesos en ambas mujeres en tanto instancia primera de la reencarnación. Para que la reencarnación sea posible y como la propia palabra lo expresa claramente, es necesario re-encarnar desde el hueso, como en el episodio de la aparición de la mujer del esqueleto y no desde su ausencia como en la historia 2 -de Carmen, en donde la resurrección es imposible. 

            La interpretación del sentido total del relato a través de sus manifestaciones simbólicas y arquetípicas estaría revelando al hombre moderno la necesidad de restituir el equilibrio perdido en una sociedad que ha desacralizado su propia condición humana trascendente, olvidando sus mitos primordiales. Con ello, esta interpretación de una obra literaria particular estaría mostrando, como lo sostiene Eliade:

 

"La actividad inconsciente del hombre moderno no cesa de presentarle innumerables símbolos, y cada uno tiene un mensaje que transmitir, una misión que cumplir, con vistas a asegurar el equilibrio de la psique o restablecerlo. Como hemos visto, el símbolo no sólo hace `abierto' el Mundo, sino que ayuda también al hombre religioso a acceder a lo universal. Gracias a los símbolos, el hombre sale de su situación particular y se `abre' hacia lo general y universal. Los símbolos  despiertan la experiencia individual y la transmutan en un acto espiritual, en aprehensión metafísica del Mundo".[46]

 

 

 

 

Notas y referencias bibliográficas



[1] Una mirada sobre esta cuestión ha sido trabajada con mayor profundidad en Moyano, M. (1989): Cuestiones de relectura de la literatura argentina. El Centenario como cambio de mirada retrospectiva. Universidad Nacional de Río Cuarto. Inédito.

[2] Roggiano, A (1987): "La poesía decimonónica". En: Iñigo Madrigal, L. (Coord.): Historia de la Literatura Hispanoamericana. Tomo II. Madrid. Cátedra. Carilla, E. (1964): La Literatura de la Independencia Hispanoamericana. Buenos Aires. Eudeba.

[3] Sarmiento, D.F. (1852): Campaña del Ejército Grande. Buenos Aires. Editorial Kraft. 1957. P. 50

[4] Jitrik, N. (1968): El 80 y su mundo. Buenos Aires. Jorge Álvarez.

[5] Marín, M. (1967): Fray Mocho. Buenos Aires. Centro Editor de América Latina. P.20-21.

[6] Lo cierto es que los escritores debían sobrevivir en su lucha por hacer literatura a partir del desempeño de otras actividades. Empleos oficiales, el periodismo, la actuación como funcionarios, fueron salidas alternativas. Pero ya es netamente perceptible  la separación de política y literatura en los términos en que esta dupla operaba anteriormente. Podríamos hablar, en este sentido, de una forma velada de "mecenazgo", necesario para la subsistencia  de los escritores, pero a la vez, inseguro.

[7] La Montaña. 1º de abril de 1897. Conforme cita Rivera, J. B. (1967): "La forja del escritor profesional (1900-1930)". En Historia de la Literatura Argentina. Buenos Aires. Centro Editor de América Latina. P. 352.

[8] Rama, A. (1986): "Prólogo". En Darío, R.: Poesía. Buenos aires. Biblioteca Ayacucho. P XIX.

[9] Gutierrez Girardot, R.: "La literatura hispanoamericana de fin de siglo". En Historia de la Literatura Hispanoamericana. Tomo II. Madrid . Cátedra. P. 502.

[10] Ob. Cit. P. 504.

[11] Schulman, I.: "Poesía Modernista. Modernismo/Modernidad: teoría y poiesis". En: Iñigo Madrigal, L. (Coord.) (1987): Historia de la Literatura Hispanoamericana. Cátedra. Madrid. P.527-528.

[12] Ob. Cit. P. 529.

[13] Calderón de Cuervo, E.(1994): El enigma del cisne. Identificación de una estética esotérica en la poesía de Rubén Darío. Facultad de Filosofía y Letras. Universidad Nacional de Cuyo. Mendoza. P. 16.

[14] Schulman, I. Ob. Cit. P. 531.

[15] Ob. Cit. P. 532.

[16] Ib.

[17] Ob. Cit. P. 533.

[18] Ib.

[19] Ob. Cit. P. 534.

[20] Gutierrez Girardot, R.: "La  literatura hispanoamericana contemporánea". En Íñigo Madrigal (coord.) Ob. Cit. P. 504.

[21] Ob. Cit. P. 505.

[22] Ob. Cit. P. 503.

[23] Rama, A. (1986): "Prólogo". En: Darío R. (1986): Poesía. Ayacucho. Bs. As. P. XIX.

[24] Becher, E. (1906): "La promesa de la serpiente". Publicado en La Nación. Buenos Aires. 15 de Marzo de 1906. Conforme citan Cárdenas y Payá (1979): Emilio Becher. De una Argentina confiada a un país crítico.  Buenos Aires. Peña Lillo.

[25] Calderón de Cuervo, E.: Ob. Cit. P.22.

[26] Arlt, R.: "Las ciencias ocultas en la ciudad de Buenos Aires". En Las revistas literarias argentinas. Selección de Artículos. Buenos Aires. Centro Editor de América Latina. 1980. P. 132.

[27] Cárdenas, E. y C. Payá. Ob. Cit. P.34-35.

[28] Ob. Cit. P. 74.

[29] Ib.

[30] Ib.

[31] Ib.

[32] E. Payró, J.C. Dávalos, R. Mariani y otros (1980): El cuento argentino. 1900-1939. Centro Editor de América Latina. Buenos Aires.

[33] Satz, M. (1975): "La Kábala y el Verbo". En: Revista Megafón. Tomo I, Nº 2. Diciembre de 1975. P.75.

[34] Ascione, A. (1980): "Notas". En El cuento Argentino. 1900-1930. Ob. Cit. P. 42.

[35] Ib.

[36] Calderón de Cuervo, E. "El  Modernismo". Curso de Posgrado. Universidad Nacional de Cuyo. 1998.

[37] Hammond, P. (1992): "Un discurso forzado". Traducción de Un discours contraint, de "Litteratura et realité. Ouvr collectif. Paris. Editions de Seuil.

[38] Pío del Corro, G. (1971): El mundo fantástico de Lugones. Córdoba. Universidad Nacional de Córdoba.

[39] Cisneros, M. (1989): "El especio literario. Lectura crítica de un texto: Lugones en Las fuerzas extrañas". En Cuadernos de Literatura. Nº 4. Chaco. Instituto de Letras. Universidad Nacional del Nordeste.

[40] Apelaremos a las referencias que podemos extraer de Cirlot, J.E. (1975): Diccionario de Símbolos. Barcelona. Labor.

[41] Jung, C. (1981): El hombre y sus símbolos. 3º edición. Barcelona. Caralt

[42] Acuña, M.: "Ante un cadáver". En: Antología de la poesía mexicana (siglos XVI al XX). Barcelona, Bruguera. 1972. P. 108.

[43] Maturo, G. Ob. Cit. P. 49.

[44] Ib.

[45] Jung, C. Ob. Cit.

[46] Eliade, M. Lo sagrado y lo profano. 9º edición. Barcelona. Labor. 1997. P. 179-180.


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