Sincronía Winter/Invierno 2000


La circulación de discursos

Danuta Teresa Mozejko  
Ricardo Lionel Costa              

Universidad Nacional de Córdoba
Argentina


 

Los análisis en términos de intertextualidad/interdiscursividad, pueden hacer olvidar el hecho de que los discursos no circulan por sí mismos como si estuvieran dotados de movilidad propia. Desde nuestra perspectiva, que articula el análisis de discurso con un enfoque sociológico, tanto la producción como la circulación y recepción constituyen procesos, prácticas de agentes sociales que realizan opciones y selecciones en el marco de las alternativas disponibles. Pero tales opciones no son operadas, según nuestra hipótesis de trabajo, solamente a partir de criterios de verdad, belleza, justicia, sino también en función del lugar que ocupa el agente social en el sistema de relaciones en que está inserto. Las citas explícitas, ya sea para adherir a ellas o refutarlas, los silencios o exclusiones, la incorporación de rasgos propios de otras formaciones discursivas, la adopción de ciertos ideologemas (por ejemplo, la manera de plantear la relación pueblo-elite), constituyen tomas de posición susceptibles de aumentar la probabilidad de que el propio discurso se imponga, sea aceptado.

Esas mismas relaciones intertextuales e interdiscursivas, resultados de las opciones realizadas, adquieren, por otra parte, un papel relevante en la construcción del sujeto de la enunciación como categoría que se define dentro de un sistema de relaciones, entre las cuales rescatamos, de manera especial en este trabajo, las relaciones con otros textos/discursos.

Desde esta perspectiva, abordamos el análisis de algunos usos que hace Mitre de otros textos y otras formaciones discursivas en sus obras, principalmente en Historia de San Martín y de la Emancipación Sudamericana (1887-88), en las Comprobaciones históricas a propósito de algunos puntos de historia argentina según nuevos documentos (1881) y en Nuevas comprobaciones sobre historia argentina (1882).

 

I.                  Introducción

            Podríamos partir de la definición más elemental de intertextualidad como la presencia de un texto en otro texto, teniendo en cuenta, como lo decía Kristeva, que “todo texto se construye como mosaico de citas, todo texto es absorción y transformación de otro texto”[1] (Kristeva, 1997:3). El concepto de intertextualidad, difundido por Kristeva a partir de la teoría de Bajtin, fue utilizado por numerosos autores, quienes intentaron proponer múltiples definiciones y usos de la noción[2]. No es nuestro objetivo proponer una nueva teoría al respecto; más bien se trata de reconocer la presencia de diferentes textos en el que se toma como objeto de estudio – en este caso particular, la Historia de San Martín y de la emancipación sudamericana[3] de Bartolomé Mitre – para analizarlo en el marco general de las hipótesis que nos orientan.

Nos parece pertinente mantener la distinción propuesta por Angenot entre intertextualidad e interdiscursividad, aunque aplicaremos la primera a la presencia de un texto en otro, ya sea como cita explícita o incorporada en estilo indirecto, y la segunda, a la inclusión de rasgos considerados específicos de una formación discursiva en otra; así, por ejemplo, si la Historia de San Martín y de la emancipación sudamericana de Bartolomé Mitre se define, desde el título mismo, como discurso histórico, la presencia de elementos provenientes de la epopeya constituirán una marca de la interdiscursividad.

La presencia de otros textos u otras formaciones discursivas en un texto sometido a análisis, da lugar a plantearse, entre otras, la pregunta acerca de los modos de circulación y los mecanismos de migración. Desde nuestra perspectiva, no son los discursos los que circulan, como si estuvieran dotados de una capacidad de acción independiente[4]. La selección de fragmentos de otros textos o de otros discursos, se inscribe, entonces, en el conjunto de opciones que realiza el agente en el proceso de producción desde su posición y trayectoria, y cuyas marcas registra el texto que produce.

 

II.                          Principios de circulación.

 

Aunque parezca evidente, no es ocioso poner un énfasis especial en afirmar que los discursos no circulan ni migran por sí solos. Como cualquier otro hecho o proceso social requieren, aunque más no sea por exigencias de razón suficiente, la intervención de agentes sociales que los producen, distribuyen, seleccionan, interpretan... No son los discursos los que circulan, como si estuviesen dotados de una capacidad de acción autónoma. Sin embargo, esta manera de razonar no es extraña a la práctica, reiterada, de explicar hechos sociales mediante el recurso a conceptos como los de: sociedad, cultura, estado[5], discurso, fuerza [6], que son construidos como sujetos, al atribuirles decisiones, voluntades, acciones.

 

Habiendo destacado que los discursos no circulan por sí solos, nuestra segunda afirmación, sobre la cual se concentra el presente trabajo, es la siguiente: las maneras de conceptualizar los modos y mecanismos de circulación de los discursos[7] guardan estrecha relación con el modo cómo se entienden los procesos sociales y los sujetos que en ellos intervienen. Podríamos intentar una sistematización caracterizando la circulación de sentidos por referencia a los siguientes enfoques de los procesos sociales y de sus agentes:

 

2.1.      Como procesos de interacción, comunicación, aprendizajes y ajustes mutuos entre individuos, que hacen posible el entendimiento recíproco y la acción en común[8]. La información, ideas y criterios circulan, se discuten, comparten o rechazan; los problemas centrales se plantean a nivel de los ruidos, distorsiones y limitaciones que es necesario superar para perfeccionar cada vez más el entendimiento entre los individuos, entre los pueblos. La información es un insumo necesario al funcionamiento del sistema, y el estar o no conectado, en red[9], es condición indispensable de inclusión y pertenencia. En este contexto, los discursos circulan y su presencia o no en un texto, sus resemantizaciones, deben se entienden en términos de conexión. Los textos, en cuanto materialización de sentidos (Verón, 1987), constituirían un muestrario, parcial, pero muestrario al fin, de los discursos socialmente circulantes.

 

En definitiva, la escena de los procesos sociales es la de un gran mercado en el que se ofrecen ideas, valores y definiciones, y dónde los consumidores, igualmente dotados de la capacidad de observar, comparar y seleccionar, deciden y arman su propio conjunto. Tanto las diferentes propuestas del mercado como los conjuntos conformados por cada consumidor, son un texto que muestra, aún cuando sea en forma parcial, la variedad de los productos significantes que circulan. 

 

En este enfoque, el hecho de que Mitre adopte, al escribir la Historia de San Martín, una manera que acentúa la búsqueda, análisis y respeto de documentos, se explica teniendo en cuenta que dicha escuela era una de las corrientes historiográficas importantes existentes en Europa, y especialmente en ciertos países con los que la elite intelectual argentina estaba especialmente en conexión. Mitre y Vicente Fidel López polemizan desde sus credos historiográficos, tomados de autores preferentemente franceses, y por eso lo suyo fue un choque de escuelas historiográficas [10]. Las ideas acerca de cómo hacer historia circulan, se discuten, en función de su capacidad de decir la verdad sobre los hechos, y la polémica correctamente encaminada se constituirá en  un acto patriótico al servicio de la verdad.

 

2.2. Como procesos que se dan en el marco de una lógica en la que las relaciones no son pensadas como relaciones entre individuos y en términos de comunicación para el entendimiento, sino entre posiciones definidas a partir del control diferenciado de recursos que son eficientes en la relación (Costa-Mozejko, 2000a). Esto significa situar la acción comunicativa,  la actividad de producción y circulación de sentidos mediante discursos, en síntesis, las relaciones sociales, en términos de relaciones de poder entre agentes (posiciones) dotados (socialmente) de capacidades diferenciadas de relación fundadas en el control de recursos demandados y escasos.

 

Pero, dentro de este enfoque, surge una diferencia clave según el énfasis que se ponga  en el poder como capacidad de imponerse a otro, o como capacidad diferenciada de relación. Ambas son dimensiones constitutivas del concepto de poder, pero la acentuación mayor de una u otra tiene consecuencias importantes en la manera de conceptualizar los procesos sociales y la circulación de discursos.

 

2.2.1. Expresiones como: “las ideas y representaciones dominantes son las impuestas por las clases dominantes”; “discursos dominantes”, “imperialismo ideológico”, “violencia simbólica”, pueden ser ubicadas en la vertiente que acentúa el poder como capacidad de imponerse[11], en la medida en que llevan a pensar las relaciones sociales de manera unidireccional, donde unos (dominantes) se imponen, y otros (dominados) son sometidos a la condición de receptores pasivos de una fuerza a la que no pueden oponer resistencias, y de cuya acción no pueden escapar. Dominación que llega a su máximo nivel cuando logra que los dominados piensen que su condición es natural o, al menos, normal, justificada.

 

Esta vertiente es la que parecería estar funcionando cuando se habla del discurso económico neoliberal como discurso único, o al explicar ciertas leyes como simple resultado de la imposición de terceros, o la presencia cada vez mayor, a nivel mundial, en los discursos de escritores, políticos y educadores, de términos, expresiones y conceptos cuyo origen e imposición se atribuye a los centros de poder y sus intelectuales. Los discursos que circulan y se imponen son los discursos dominantes que, además, son producidos y controlados por los dominantes. Los autores[12] se convierten en escribas que consignan lo que se les dicta, o en meros vehículos de los dictados de terceros, o de las estructuras que ellos reproducen en sus textos[13].

 

El problema de este enfoque no reside, a nuestro entender, en analizar las relaciones sociales, la producción y circulación de discursos, en términos de poder, y por lo mismo, en el marco de dominaciones,  dependencias y luchas por la imposición y el control de representaciones, sino en el carácter marcadamente unidireccional de la manera de concebir las relaciones de poder. Esto puede ser entendido[14] como consecuencia de una sobreacentuación en el discurso, para marcar las distancias y diferencias con otros discursos, de los mecanismos de imposición y sometimiento como dominantes en los procesos sociales y principios de explicación de los mismos. Ello no quita que produzcan, como consecuencia y efecto de sentido, un borramiento de la capacidad de relación de los agentes ubicados en posición de dominados, al reducirlos al papel de soportes pasivos y sufridos de la imposición de los poderosos y/o de las estructuras.

 

2.2.2. Al poner el acento en el poder como capacidad diferenciada de relación, al mismo tiempo que se mantiene toda la dimensión de dominación, imposición, fundada justamente en el control diferenciado de recursos eficientes en la relación, se recupera el carácter pluridireccional de toda relación de poder - aún cuando el peso relativo pueda ser muy diferente -, y por ello mismo, la posibilidad, por parte de los agentes sociales, de resistir, oponerse; más aún, de usar, reinterpretando, resemantizando, los discursos dominantes, al modo de los indígenas que se servían de los ritos que les imponían los conquistadores, para seguir canalizando sus propias creencias (Certeau, 1996).

 

La ubicación del agente social (autor) en el lugar desde donde habla, y, por lo mismo, en su capacidad relativa de producir e imponer sentidos según su posición en el sistema de relaciones, permite, además, pensar de una manera más clara y precisa las prácticas sociales, y, entre ellas, las discursivas, como resultado de opciones realizadas por el agente social en el marco de las posibilidades y limitaciones propias de su posición relativa. La dimensión estratégica de la acción cobra todo su sentido también para analizar la acción de los dominados, en la medida en que la existencia de márgenes de autonomía, aún en contextos de organizaciones totales (Goffman, 1968), es aquello que se hace necesario suponer para estar en condiciones de explicar las características de las prácticas sociales de los dominados, excluidos. Con mayor razón, la dimensión estratégica adquiere importancia cuando tratamos de comprender y explicar las prácticas de agentes sociales que, siempre en el marco de relaciones de poder y puja por el control de recursos demandados y escasos – por eso mismo valiosos - , actúan, hablan, desde lugares que no se ubican, de ninguna manera, en los extremos de una línea que iría del poder absoluto a su absoluta carencia.

 

Si pensamos en términos de estrategia, en cuanto selección de alternativas dentro del espacio de posibles (Bourdieu, 1992), modo de usar los márgenes de autonomía, podemos analizar la difusión de la doctrina de la “tolerancia cero” desde EEUU a otros  países[15] como resultado de opciones realizadas por agentes sociales en distintos ámbitos y niveles (gobernantes, intelectuales, policías....), que se hacen comprensibles y explicables habida cuenta de su lugar en el sistema de relaciones.

 

La circulación de discursos gana, a nuestro entender, en consistencia, si la pensamos en términos de los siguientes mecanismos que enunciamos como “principios”.

 

2.2.2.1. Principio de afinidad. Como lo hemos expuesto en otra oportunidad (Mozejko-Costa, 1999), afirmamos que la manera de ver las cosas depende del lugar desde donde se mira, en la medida en que el lugar define la competencia del agente social en su doble dimensión de:

 

·        Capacidad diferenciada de relación (poder relativo) según el control relativo de los recursos que están en juego en una relación (por ejemplo,  el control del discurso religioso legítimo). Poniendo el acento no ya en la competencia del agente social sino en la dimensión estructural del sistema de relaciones, hablaríamos de posición.

 

·        Orientación de su capacidad de relación, como tendencia a ver, actuar, decidir, elegir preferentemente de ciertas maneras, incorporada a lo largo de la trayectoria a partir de la experiencia de vivir las relaciones desde cierta posición relativa de control o privación de recursos,  de dominación o dependencia.

 

A partir de este principio podríamos preguntarnos en qué medida la adopción, par parte de gobernantes de diversos países, de la manera de:

 

·        Ver ciertas conductas sociales como crimen;

·        Explicarlas como resultado de irresponsabilidad personal;

·        Encarar su control;

 

no se haría más comprensible y explicable como resultado de la afinidad de perspectivas e intereses resultante de la homología de posiciones (capacidad diferenciada de relación) en los sistemas de relaciones, que como mero producto de la imposición.

 

2.2.2.2. Principio de legitimidad. Para analizar la circulación de discursos, no puede dejarse de lado la capacidad diferenciada de relación (poder relativo) de los agentes que intervienen. Así, en el ejemplo considerado, la capacidad diferenciada del gobierno de cada país; el sentido de la circulación de los discursos seguirá, probablemente, la pendiente de la distribución del poder: de mayor a menor. La pendiente del poder no sería suficiente, sin embargo, para explicar, por imposición, dominación o violencia, la adopción por parte de gobernantes europeos, por ejemplo, del discurso de la tolerancia cero. No es satisfactoria una explicación que implica la reducción de los agentes sociales a la condición de soportes pasivos, o a lo sumo, de meros reproductores de imposiciones recibidas. Ello no quita que el poder relativo constituya una dimensión clave en el momento de explicar las estrategias de quienes se encuentran en posiciones de dominación. Lo tendremos especialmente en cuenta al referirnos, luego, a los modos en que Mitre usa las citas.               

 

2.2.2.3. Principio de rentabilidad. Independientemente de – o complementariamente con - la afinidad fundada en homologías de posiciones y/o trayectorias, y de la legitimidad, la adopción de un discurso (económico, religioso, político...) puede ser entendida también como parte del uso que un agente social hace de diversos medios, en el marco de la propia estrategia de diferenciación y lucha por el control de los recursos que están en cuestión en el juego en que se juega. En este sentido, adoptar el punto de vista de alguien más reconocido y reproducirlo como propio, o ignorar/rechazar otros discursos, puede ser entendido como una estrategia de rentabilidad en la medida en que tal opción forma parte de los posibles – habida cuenta de su propio lugar - capaces de aumentar su probabilidad de obtener beneficios (de distinción, de poder relativo...).

 

Es necesario subrayar, sin embargo, que el principio de rentabilidad enunciado no hace referencia a una rentabilidad en cuanto resultado, que haría pensar en un agente social racional en sus decisiones y con capacidad de manejar la incertidumbre que surge del abanico de alternativas con que cuentan los otros agentes sociales en el marco de sus propios espacios de posibles. Hablamos de la rentabilidad que, habida cuenta del lugar donde está ubicado en el sistema de relaciones, se hace comprensible que el agente social haya podido visualizar como probable al realizar sus opciones.

 

En este sentido, cabe preguntarse en qué medida la adopción del discurso de tolerancia cero por parte de un candidato a Jefe de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires no sería entendible como parte de su estrategia electoral, al adoptar un punto de vista susceptible de encontrar eco en votantes que han señalado el problema de seguridad como el más crítico. Ello no quita que se pueda sumar, además, como principio de comprensión y explicación, la afinidad con tal discurso proveniente de la posición (candidato a gobernante) desde donde habla, y/o de la orientación incorporada en su trayectoria por el candidato (candidato a gobernante con trayectoria militar). De todas maneras, estamos lejos de una manera de explicar la adopción del discurso como resultado de meras imposiciones.

 

            Este enfoque que ubica la circulación de los discursos en el marco de procesos sociales entendidos en términos de relaciones de poder, pero que, al mismo tiempo, pone el acento en la dimensión que hemos denominado capacidad diferenciada de relación, más que en la capacidad de imponerse, es el que trataremos de poner en juego para ver en qué medida, los usos que hace Mitre de otros textos o formaciones discursivas en su texto, se hacen comprensibles desde las herramientas que nos brindan los tres principios enunciados.

 

Abordaremos el análisis de algunos usos que hace Mitre de otros textos y otras formaciones discursivas en sus obras, principalmente en Historia de San Martín y de la emancipación sudamericana y en las Comprobaciones históricas, aunque por momentos podamos referirnos también a otras obras. Cabe acotar que la serie de Comprobaciones comienza a aparecer en 1881 en el marco de la polémica con Vicente Fidel López y a partir de la Historia de Belgrano. Las Comprobaciones revisten, en consecuencia, el carácter de metadiscurso en relación a las obras propiamente históricas, y constituyen una autodefensa del autor de la Historia de Belgrano, un ataque a su competidor y una etapa más en la construcción de una competencia historiográfica legitimada que será ratificada – y aparentemente ya no impugnada – en la Historia de San Martín.

 

 

III.          Las citas

 

            La preocupación por los documentos como huella de acontecimientos del pasado de los cuales el historiador no pudo ser testigo y el estudio de su autenticidad datan de, al menos, la edad Media, se consolidan “en los inicios del Renacimiento, fue[ron] enunciada[s] por los grandes eruditos del XVI y desarrollada[s] por los historiadores positivistas”(Lozano, 1994: 69). Mitre es considerado defensor de un modo de hacer historia que encuentra en los documentos la fuente más confiable y en la fidelidad a ellos, la máxima garantía de su veracidad. Así lo afirma él mismo y lo sostiene la crítica posterior[16]. Sin embargo, corresponde hacer algunas observaciones al respecto.

 

3.1. Mitre incorpora citas, muchas veces entrecomilladas, sin declarar su origen ni discutir su autenticidad. Se transcriben, de igual manera, tanto los discursos directos de los personajes que hablan en la intimidad de una habitación donde no hay testigos o exclamaciones puntuales de algún orador ocasional, como los textos escritos por otros historiadores, cartas confidenciales, documentos secretos. En Comprobaciones históricas, Mitre afirma ser el poseedor de un archivo que puede ser consultado por todos, y es como si, a partir de esta afirmación, y a partir del reconocimiento social que habría suscitado como dueño de documentos cuya cantidad y calidad pocos se atreverían a discutir, el enunciador de la Historia se considerara eximido de explicitar el origen y autenticidad de la cita; es como si el agente social Mitre ya contara con una reconocida trayectoria como coleccionista, lector e intérprete autorizado de documentos, y no le resultara necesario legitimar su uso. Si bien es cierto que puede interpretarse la ausencia de referencias bibliográficas completas como una cuestión de estilo de época, en que bastaba con referirse a algún otro enunciador a manera de fundamento de la propia autoridad, sin precisar su identidad ni la localización del documento, el texto de Mitre no deja lugar para ningún cuestionamiento, da por sentados su existencia y el conocimiento que el yo tiene de ellos.

 

3.2. La autocita, en la que Mitre remite a su propio texto, es la forma más frecuente de referencia inter o intratextual localizada con precisión y con referencias tanto a la obra como al capítulo correspondiente. Si bien estos recursos tienen por función específica evitar reiteraciones, convierten el enunciado del mismo enunciador en fuente documental, ratificando, una vez más, la competencia que se atribuye.

 

3.3. Sin embargo, el enunciador apela, por momentos, a algunos detalles que resultan significativos:

·        A veces incluye la presencia de algún testigo ocasional, sin especificar de quién se trata.

 

·        Suele privilegiar las citas de historiadores cuya nacionalidad corresponde al lugar donde se producen los acontecimientos: así, alude a historiadores chilenos en Chile, peruanos en Perú, colombianos en Colombia, sin mencionar sus nombres, aunque conservando, por el hecho mismo de esta coincidencia, su carácter de posibles testigos de los hechos que narran.

 

·        En algunas oportunidades recurre a textos producidos por historiadores o jefes enemigos, como para ratificar la imparcialidad del juicio del yo. Los partes de guerra de los oficiales realistas son, en este sentido, particularmente valiosos en cuanto documentos y pruebas de objetividad.

 

·        Varias veces menciona “historiadores universales”, de los cuales sólo identifica a Gervinus, atribuyéndoles una autoridad y una objetividad mayores, como corresponde a quienes tienen una visión de conjunto sobre la historia universal, a la cual deben subordinarse los procesos regionales.

 

·        El enunciador explicita procesos de inferencia que le permiten deducir lo que efectivamente sucedió. En tal sentido, se atribuye una competencia excepcional en tanto historiador, en la medida en que es capaz de interpretar las leyes de la historia, conocer sus objetivos, e inferir aquello sobre lo cual no hablan los documentos, con mayor precisión que los mismos protagonistas:

 

Una parte del velo se descorre y vese, combinando las palabras escritas o habladas con los hechos contemporáneos, y los antecedentes con sus consecuencias [...] lo que necesariamente tenía que ser, y que se sabe hoy todavía más que los mismos protagonistas, porque se ha podido penetrar hasta el fondo de sus almas y leer en ellas lo que no estaba escrito en ningún papel [...] El tiempo, que ha hecho caer las máscaras con que se cubrieron ambos en su primera y última entrevista, ha puesto sus almas de manifiesto, y podemos hoy leer en ellas mejor que ellos mismos (HSM, 1110)

           

Este conocimiento de la norma general – natural (Costa-Mozejko, 2000b) – que regula los procesos históricos, exime al enunciador de la necesidad de la prueba cuando faltan los documentos.

 

            El conjunto de aspectos a los que hacemos referencia permite construir la figura de un enunciador dotado de la suma de la competencia, socialmente reconocida en el agente que la detenta y afirma: posee todas las fuentes y no necesita justificar ni su posesión ni su autenticidad, conoce a los testigos, ha leído a los historiadores adecuados en el lugar preciso, y, por su posición en el tiempo – a distancia suficientemente objetivante con respecto a los hechos que narra – y por su capacidad de interpretar las leyes de la historia (y la naturaleza), dotado de la capacidad de inferencia correcta cuando faltan los documentos. En algún momento, la competencia del yo se resume en el respeto al deber: al igual que el héroe del enunciado cuya vida puede sintetizarse en “Fue lo que debía ser” (HSM, 1244), el enunciador cumple con la misma norma: “En honor a la verdad histórica debe decirse...”(HSM, 445)

 

            En varias oportunidades el enunciador incluye un tipo particular de citas que incorporan el discurso literario al texto de la historia. En todos los casos de poetas argentinos mencionados se trata de aquéllos que pertenecieron a la llamada “Lira argentina”, directamente vinculada con los episodios de la independencia y que configuran el grupo de los iniciadores de la nación – nada inocente vínculo con Mitre mismo quien se presenta, también él, como artesano, constructor, factor de la nación.

 

            No hay mucho lugar para la polémica en la Historia de San Martín; la competencia con otros enunciadores que proponen versiones diferentes de los hechos es fácilmente resuelta mediante la negación lisa y llana de la veracidad de la información que manejan: “especie desautorizada” (HSM, 356).

 

            Sí se plantea explícitamente la polémica en Comprobaciones históricas donde Mitre enfrenta a Vicente Fidel López. Aquí las citas, directas o indirectas, de otros autores, de López y del mismo Mitre, son utilizadas para desautorizar al adversario:

 

El señor doctor López, al confrontar paralelamente los dos textos, no hace mención de la nota en que su nombre está consignado y en ella reconocido el uso lícito que de su discurso hicimos (V. Refut., § IV). ¿Fue que no la vió? No, porque inmediatamente la cita, pero trunca, omitiendo su nombre, que explicaba, a la vez que la coherencia de los dos textos, el uso que habíamos hecho de su versión, citándolo leal y francamente. Queremos creer que no leyó toda la nota, pues su nombre sólo registra al fin de ella. De todos modos, el señor doctor López nos debe por esto una reparación literaria, de la que en todo caso podemos pasarnos después de lo contundente de esta prueba, que todos pueden comprobar con sus propios ojos, y él... con sus intuiciones” (Comprobaciones, tomo X, 451)

 

Cabe detenerse en esta polémica y explicitar lo que está en juego. Por un lado, se trata de la competencia por imponer la propia versión de los hechos y el modo específico de hacer historia por parte de cada uno de los autores. Pero Mitre plantea también el enfrentamiento como una cuestión de patriotismo directamente vinculado con la verdad de la historia: se autoconstruye como el poseedor de la verdad y como el primero en enunciarla, después de “medio siglo de mentira” (Comprobaciones, Vol.X, 489) gracias al aporte de los documentos que la sustentan. La posesión de estos valores lo erige en patriota “ilustrado” contra los patriotas “vulgares”, entre los que se cuenta López. Esta diferencia se asocia con otra que ya hemos analizado: mientras López se aboca al tratamiento de los problemas nacionales y le reprocha a San Martín el haberse negado a contribuir a la pacificación nacional, buscando méritos fáciles en el extranjero, Mitre elogia su visión superadora de los límites nacionales. Al mismo tiempo, López queda incluido en el conjunto de los sujetos apasionados, asociados a lo natural, pueblo regido por fuerzas centrífugas, que necesita de los hombres ilustrados para orientar su energía hacia el logro de los objetivos comunes. Mitre se constituye en iniciador de una línea de acción orientada hacia el futuro y que habrá de lograr el reconocimiento de la posteridad. Asociándose a sí mismo con los héroes que construye, Mitre reclama su lugar como constructor de la nación en su rol específico de aquél que la dota de una historia verdadera y, al hacerlo, se ubica en posiciones superiores a la de sus contendientes.

 

 

IV.           Las referencias a otros historiadores

 

            La cita tiene una particular importancia en el discurso histórico en la medida en que constituye el sustituto del referente y, siendo un interpretante, ocupa el lugar del objeto: es ya un discurso producido por enunciadores desde posiciones determinadas, pero es leída como reflejo directo de los acontecimientos reales; implica la existencia de un testigo desapasionado y de una enunciación transparente, disimulando todo tipo de mediaciones. Tal es el uso de la cita que analizábamos en el apartado anterior, donde atribuíamos el mismo valor a la transcripción del discurso de los personajes, de los documentos, de afirmaciones a cargo de historiadores no identificados, cuya versión es tomada por Mitre como reflejo fiel y desapasionado de los hechos.

 

            Hay también, en el texto de la Historia de San Martín y de las Comprobaciones, referencias a historiadores que se convierten en modelos del hacer del enunciador: pensadores e historiadores que son mencionados explícitamente, no para confirmar la versión de los hechos, sino para establecer la legitimidad del propio quehacer.

 

4.1. Un primer conjunto está constituido por aquéllos autores que Mitre cita en la Historia misma. No lo hace con mucha frecuencia, por lo cual la aparición de un nombre en dos o tres oportunidades resulta significativa. En ese conjunto, destacamos a los siguientes:

 

4.1.1. Gervinus, caracterizado como historiador universal y por ello, dotado de una competencia específica que le permite tener una visión de conjunto, especialmente valorada por Mitre y, al mismo tiempo, ser universalmente reconocido. Historiador literario, Gervinus se relacionó con autores que, como los hermanos Grimm, se dedicaron a rescatar el pasado para construir una representación unificadora de la nación alemana en la primera mitad del siglo XIX.

 

4.1.2. Montesquieu, iluminista, establece principios fundamentales para la organización de las repúblicas, a la vez que es de los primeros en señalar la influencia del clima en su conformación política y social. Al trazar la historia de las civilizaciones, señala la existencia de leyes generales que subordinan y orientan los hechos particulares, principio especialmente señalado por Mitre, para quien la historia tiene un objetivo hacia el cual se dirigen los acontecimientos. Incluso, a la luz de este principio general, se selecciona aquello que constituye un hecho histórico digno de ser relatado.

 

4.1.3. También Rousseau es citado unas cinco veces en la Historia y su concepción del pacto social reaparece insistentemente en la obra de Mitre, tanto en la construcción de la figura heroica del enunciado como en la configuración del yo enunciador, como héroe de la verdad.

 

Si las características atribuidas al héroe épico lo hacen aparecer como un individuo excepcional, cuya sola superioridad autoriza su transformación en caudillo, la referencia explícita a la obra de Rousseau agrega un elemento claramente legitimador de la relación entre el individuo y el grupo al que lidera: el pacto social. Todos los hombres nacen libres pero la conservación y realización de la especie humana exige una forma de asociación que los constituye en “pueblo”:

 

En relación con los asociados, toman colectivamente el nombre de pueblo y se llaman, en particular, ciudadanos, en tanto participantes de la autoridad soberana, y sujetos, en tanto sometidos a las leyes del Estado (Rousseau, 1971: 523)

 

La defensa de los derechos exige un acto voluntario de cesión de los intereses particulares en pro del bien común, acto que permite el paso del estado de naturaleza al estado civil, sustituye el instinto por la justicia, y confiere “a sus acciones, la moralidad que le faltaba antes” (Rousseau, 1971: 524). El pueblo ha de reemplazar sus inclinaciones, instintos, por la razón, ceder la libertad individual en favor de la libertad civil, limitada por la voluntad general.

 

El pueblo tiene una inclinación natural hacia el bien

 

Por sí mismo, el pueblo quiere siempre el bien, pero por sí mismo no siempre lo ve [...] el público quiere el bien que no ve. Todos tienen igualmente necesidad de guías. Hay que obligar a unos a conformar sus voluntades a su razón (Rousseau, 1971: 531)

 

En consecuencia, se hace necesario alguien que opere el paso del estado natural al civil, del imperio del instinto al de la razón, un “legislador” en tanto hombre extraordinario, “sabio maestro” (Rousseau, 1971: 533), figura del padre-jefe:

 

La familia es entonces, si se quiere, el primer modelo de las sociedades políticas: el jefe es la imagen del padre, el pueblo es la imagen de los hijos; y todos, habiendo nacido iguales y libres, no alienan su libertad más que para su utilidad. (Rousseau, 1971: 519)

 

En la obra de Mitre, el actor colectivo es como Abel, hombre natural inclinado hacia los valores, sujeto de derechos inalienables, caracterizado por sus instintos que, de no ser organizados, orientados, sujetos a la razón de hombres superiores, llevarían al caos:

 

Contener estas fuerzas dentro de sus límites, hacerlas servir contra el enemigo común y mantener el gobierno en manos de la inteligencia para hacerlo más eficaz en la acción, tal era el arduo problema que se proponían resolver los hombres superiores que habían iniciado la revolución... (HSM, 82)

 

El héroe – atributo del que participan tanto el sujeto del enunciado como el enunciador - es el hombre superior en la medida en que, frente a las tendencias desordenadas del pueblo, las asume, ordena, organiza y orienta hacia una finalidad que no es otra que el bien común. A su vez, la felicidad de sujetos civiles localizados en una nación, los inscribe en el orden continental y, finalmente, en la armonía universal, en cuanto representación del género humano en un estado de perfección al que se orientan todas las acciones: el pueblo delega su poder en individuos superiores que han de conducirlo hacia el espacio utópico del orden y la felicidad.

 

4.1.4. Mitre le dedica a Saint Simon sólo unas pocas frases explícitas, vinculadas con la caracterización del pensamiento de Bolívar; sin embargo, la doctrina saintsimoniana aparece como referencia casi permanente en el conjunto del texto.

 

Ante todo, el enunciado de la ley general que rige la historia coincide en ambos autores. En efecto, el tránsito entre el estado inicial y el final de la humanidad se rige por una norma natural descripta por la ciencia: la ley de gravitación universal impone cambios naturales que orientan planetas, naciones, grupos e individuos hacia la armonía, concebida como totalidad organizada alrededor de un centro que subordina las partes al todo.

 

[...] cuando se observa que estos movimientos homólogos son espontáneos, que reconocen una misma causa, que tienden desde un principio a formar sistema y siguen por el espacio de quince años una dirección general en sus proyecciones iniciales, no es posible desconocer la existencia de una ley que la gobierna, y que la revolución sudamericana fue verdaderamente una revolución orgánica que tuvo su razón de ser. Y lo más notable aun en esta evolución uniforme es que, al insurreccionarse aislada y simultáneamente todas las colonias hispanoamericanas como movidas por un mismo resorte interno, se diseñan desde luego dos evoluciones concéntricas, que tienen sus núcleos regionales y un centro común que responden a un plan general de insurrección, determinando los dos teatros de la guerra continental, en que se mueven táctica y estratégicamente dos grandes masas que parcialmente se condensan y que recíprocamente se atraen. (HSM, 906)

 

Pero las leyes inscriptas en el orden natural requieren de hombres sabios, capaces de conocerlas, interpretarlas y convertirlas en luces que orientan los procesos[17].

 

La organización social se basa, según Saint-Simon, en tres pilares que denomina: “querer”, “saber” y “poder.”  Dichas capacidades se concentran en tres categorías de actores sociales que, conjuntamente, conformarían la clase o élite dirigente responsable de conducir al pueblo hacia el bienestar: los artistas, encargados de apasionar a la sociedad general por su mejoramiento[18]; los sabios, responsables de orientar y presentar los medios a emplearse para lograrlo; los industriales, como depositarios del poder para poner en acción las fuerzas y recursos de la sociedad. El bienestar general sería resultado de la acción de un pueblo movilizado por la imaginación de los artistas, orientado por la luz de los sabios y puesto en acción por la libre determinación de los industriales.

 

Las tres dimensiones se conjugan en la figura heroica construida por Mitre; si “la insurrección de las masas carecía de unidad, de plan y por consecuencia de eficacia militar” (136), San Martín, hombre de pasión, cuya voluntad lo lleva a renunciar a intereses individuales o guerras de facciones para subordinarlo todo al bien general, introduce la razón que organiza, orienta y unifica lo instintivo, dotando de eficacia la acción que encabeza.

 

El personaje construido por Mitre reúne los atributos del artista, el sabio y el industrial, es decir, de la élite dirigente (en este caso: del conductor), cuya acción es indispensable para que el proceso civilizatorio inscripto en el orden de lo natural y regido por sus leyes, se lleve a cabo. Recordemos también que Mitre se define como “patriota ilustrado”, por oposición al “patriotismo vulgar”, instintivo, del orden de lo pasional y que debe ser orientado y regido por la razón y la verdad que él posee.

 

4.2. En la disputa con Vicente Fidel López aparecen una serie de nombres de historiadores. Ante todo, son utilizados para negar, una vez más, la competencia de López a quien se acusa de citar sin conocer, y, concomitante y explícitamente, para ratificar el conocimiento que Mitre tiene de esos autores. La lectura que hace de los textos permite señalar:

·        la importancia acordada a los hechos (Thiers, Lanfrey, Guizot, Carlyle)

·        el respeto por los documentos (Buckle, Michelet, Guizot, Taine); hechos y documentos se asocian en el “hecho probado” que defiende Carlyle;

·        la jerarquía que adquiere el discurso de la matemática, ya sea en los documentos (Lanfrey, Carlyle)[19] ya como modelo de un proceso de deducción que llega a lo general a partir de los hechos particulares (Buckle, Guizot)[20].

 

Las citas son seleccionadas según un criterio que privilegia un modo “científico” de hacer historia, asociándolo con las ciencias de la naturaleza o con la matemática. Con las primeras, comparte el método sustentado en la observación de los hechos, sea directamente, sea a través de documentos que tienen, para Mitre, el valor del hecho probado; la segunda garantiza la objetividad del documento y de los procesos de deducción[21].

 

Mitre cita también historiadores que participaron, desde comienzos del siglo XIX, en la elaboración de las historias nacionales, especialmente la francesa y la alemana[22], como estrategias de construcción de una identidad nacional que apunta a la unificación de pueblos dispersos a la vez que a la diferenciación con respecto a quien se define como enemigo: un “nosotros” inclusivo vs. “los otros”. De este modo, el enunciador construye su propia figura como la del artífice – primero – de la identidad, asociada al valor de verdad, puesto que se basa en la observación empírica y la lectura de documentos auténticos, seguidos de procesos de deducción no subjetivos en los que la razón ocupa el papel fundamental. El rol temático que asume es el de “patriota ilustrado”, iniciador de una serie que habrá de ser reconocida, reproducida y ampliada en el futuro:

 

Si, como sucedió con la primera crítica, la que hoy nos ha ocupado viniese a demostrar la solidez de los fundamentos de nuestra obra histórica, en ello ganaría el país, porque se habría adelantado una parte del trabajo preparatorio en la confección de la historia patria, en el que somos simples obreros, que concurrimos a allegar los materiales del futuro edificio. Mucho habrá hecho la generación presente, si lograra siquiera abrir los cimientos y establecer sus primeras hiladas: el arquitecto vendrá después (Comprobaciones, vol.X: 16)

 

 

Por otra parte, la inclusión de textos prestigiosos en la época, provenientes no sólo del campo disciplinar específico, sino también del de las ciencias exactas, físicas y naturales, aumenta la credibilidad y, en consecuencia, la aceptabilidad y la posibilidad de imponer los sentidos construidos, vinculándose con el principio de rentabilidad que enunciábamos al principio.

 

 

V.               Relaciones interdiscursivas

 

            El estudio de las citas nos ha llevado a señalar la presencia de formaciones discursivas diferentes en el discurso histórico de Mitre, aspecto que pretendemos sistematizar ahora, teniendo en cuenta los efectos de sentido que produce su incorporación.

 

            La asociación de la historia de la independencia con la epopeya permite atribuirle orígenes míticos a la nación, vinculados con figuras heroicas modélicas; su quehacer es legible, también, como metáfora del hacer del enunciador: así como San Martín otorga la libertad a los pueblos americanos y merece el reconocimiento social, así también Mitre es el héroe de la verdad que subordina sus intereses particulares – de los que acusa a sus competidores – al bienestar general, acción que suscitará el aplauso de la posteridad. Si puede decirse del modo de enunciación propio de la épica, junto con Kristeva, que permanece limitada “por el punto de vista absoluto del narrador que coincide con el todo de un dios o de una comunidad” (Kristeva, 1997: 13), Mitre se atribuye este rol en tanto artesano de la historia que es también epopeya nacional.

 

            El discurso de las ciencias naturales y el de la matemática se convierte en metáfora creíble tanto para definir los procesos enunciados como para referirse al modo de hacer historia. Los acontecimientos se organizan según leyes naturales; los hechos particulares guardan relación con lo general según principios equivalentes a los sustentados por las ciencias exactas; esto garantiza la credibilidad de la propia versión de la historia, entendida como una sucesión de hechos necesariamente orientados hacia un objetivo que garantizará la posesión de valores por parte de todos los hombres. La construcción de la utopía adquiere, de este modo, fundamentos racionales, “científicos”, que garantizan su credibilidad y aceptabilidad. El prestigio del discurso de los utopistas sociales como Saint Simon constituye un argumento de autoridad.

 

            Esos mismos discursos, que duplican y fundamentan el del enunciador particular, se convierten en garantes de la objetividad – en tanto valor máximo que caracteriza el discurso verdadero – de la propia versión de la historia, diferenciándose del de los competidores, acusados de pasionales, interesados e incompetentes. El discurso citado es prueba de la competencia del yo.

 

            Las alusiones a la poesía permiten incluir al enunciador en el grupo de los iniciadores en la medida en que las citas corresponden a la producción poética de quienes participaron en los procesos de la independencia. Las referencias a otros géneros literarios, tales como el drama, la comedia, la tragedia, a la vez que reiteran modos de construcción del discurso histórico valorados principalmente por el Romanticismo[23], señalan la presencia de un conflicto que concentra las tensiones planteadas por la obra; de esta forma se asocian con la concepción de una historia que articula los hechos particulares sobre la base de un conflicto central y generalizable.

 

            En este sentido, nos parece especialmente pertinente destacar las alusiones que hace Mitre, en la Historia de San Martín, a su historia como efecto de la escritura. Al referirse al poema como metáfora de la propia obra, el enunciador habla de su unidad (9), al igual que de la unidad de acción en el drama (43). Hay también una serie de fragmentos de un discurso que podríamos llamar “metadiscurso narrativo”, que describe la propia historia como relato, cuya lectura se convierte en una recorrida por los espacios del texto:  Dejamos a Morillo...”(1031), “Hemos llegado al gran momento...”(1073), “Hasta aquí hemos seguido...”(1092). En este desplazamiento, atribuido a un sujeto plural que incluye tanto al enunciador como al enunciatario, el primero propone un itinerario cuyo rasgo principal es la unidad en tanto garantía de coherencia y ésta, a su vez, de legibilidad. Los diferentes discursos – drama, poesía, narración histórica – comparten la regla de la unidad, a manera de “hilo” (148) que orienta al enunciatario[24]. Esto exige, por parte del enunciador, una serie de operaciones de selección y organización de lo narrado, actividad para la cual se presenta como especialmente dotado en la medida en que conoce tanto las leyes de la naturaleza que le permiten interpretar los hechos, como las normas de la escritura que le permiten decir – hacer historia. Enunciador competente para seleccionar, destacar, definir los acontecimientos históricos y proponer una escritura que los registra de tal modo que resulten coherentes, legibles, y por lo mismo, más fácilmente aceptables en relación a otras versiones con las que compite. Es necesario eliminar (HSM: 148) o posponer acontecimientos (HSM: 169) en función de la coherencia y cohesión de un texto cuya aceptabilidad se trata de asegurar. Competencia de un sujeto que se muestra conocedor del oficio específico, al mismo tiempo que característica del enunciado; ambas facilitan su imposición.

 

            Es tan coherente el relato y tan estricta su lógica, que adquiere el valor de una ecuación (HSM: 11). Una vez más las leyes de la escritura, las de la matemática y las de la naturaleza, confluyen – a través de una red de relaciones interdiscursivas – en la construcción de una historia creíble y de la figura de un enunciador dotado de la máxima competencia.

 

 

VI.           Los usos de otros textos

 

            Teniendo en cuenta los usos que hace Mitre, en sus obras, de otros textos y formaciones discursivas, intentaremos mostrar cómo estos usos pueden ser considerados, de manera fundada, productos de selecciones operadas por el autor (agente social), que se hacen comprensibles a partir de los principios antes enunciados. Nos  vamos a detener especialmente en dos aspectos ubicados en niveles diferentes del discurso, que hacen a la concepción de Mitre sobre la manera a) de hacer historia (nivel de enunciación), y b) de establecer la relación entre pueblo y elite (nivel del enunciado). Para ello necesitamos, previamente, especificar ciertas características básicas del lugar desde donde escribe Mitre.

 

6. 1.      Competencia e identidad social

 

La labor intelectual de Mitre como historiador, aún si la reducimos a su producción más reconocida como las historias de Belgrano y San Martín, ocupa un período prolongado que podemos ubicar entre 1857, fecha en que publica la Biografía del General Belgrano, para finalizar en 1890 con la edición definitiva, corregida y aumentada de la Historia de San Martín y de la emancipación sudamericana.

 

En 1857 Mitre, que regresó al país en 1852 y participó en la victoria de Urquiza sobre Rosas en Caseros, era conocido como periodista, militar, legislador, y por sus funciones de ministro en el gobierno de Buenos Aires. Su trayectoria se caracterizó por una acumulación creciente de reconocimientos en los cuatro campos, habiendo estado, por ejemplo, al frente de las tropas que vencieron a Urquiza en Pavón (1861), o llegado a la presidencia de la nación ( 1862-1868). Desde que dejó la presidencia, y con el desgaste que le había significado la guerra del Paraguay (1865 – 1870), su reconocimiento creció más bien por su labor como escritor (historiador/periodista) y legislador.

 

Considerando el tipo y magnitud de los recursos cuyo acceso y control constituía la base de su reconocimiento, así como la importancia que los mismos tenían en cuanto generadores de capacidad de relación en ese período histórico del país, caracterizado como período de organización nacional[25], es fundada la ubicación de Mitre dentro de la clase dirigente de su época, pero en la fracción ilustrada, intelectual. Se puede apreciar el peso relativo creciente del reconocimiento intelectual siguiendo las numerosas e importantes distinciones recibidas[26].

 

A estas precisiones, en las que destacamos la dimensión de la trayectoria ligada a la capacidad diferenciada de relación fundada en el control de recursos (como militar, legislador, etc.), es necesario añadir, a los efectos de los análisis que siguen, alguna precisión que hace al otro componente clave de lo que hemos definido como competencia del agente social, que es el de la orientación. Con ella nos referíamos anteriormente a la tendencia, incorporada como aprendizajes en su propia trayectoria, a ver, ignorar, valorar, pensar más de ciertas maneras que de otras.

 

Sus experiencias, que podemos considerar especialmente marcantes en la formación de orientaciones y preferencias, tuvieron dos ámbitos importantes (aunque no únicos) de desarrollo: el familiar y el militar[27].

 

§        Su padre fue un funcionario que se desempeñó preferentemente en el área contable, y que en 1833, ya en Montevideo, fue designado por el Presidente de Uruguay, Fructuoso Rivera, tesorero general de la República. Mitre se formó en un medio en el que existía alta probabilidad de que aprendiera a valorar el respaldo de documentos como fundamento de los hechos (gastos, ingresos...).

 

§         En 1837, cuando tenía 16 años, ingresó a la Academia Militar de Montevideo, principal, si no único, proceso sistemático de formación. Se graduó de Alférez en 1839, cuando ya había comenzado, simultáneamente, su actividad intelectual en el ámbito de las letras y la historia. Hasta 1846, año en que se fue de Montevideo, se desempeñó profesionalmente como militar, especializándose en artillería.

 

Tanto el medio familiar como el militar eran más bien propicios, por sus propias características, a generar orientaciones y preferencias tendientes a valorar la disciplina, lo concreto, lo documentado.

 

Veamos en qué medida este perfil, que identifica al agente social en su competencia para la acción, contribuye, unido a los principios antes enunciados, a la comprensión y explicación de los usos de otros textos y formaciones discursivas explicitados antes al analizar los textos de Mitre.

 

6.2.      Cómo escribir historia

 

La valoración preferencial de los documentos como base de la producción histórica, que ya se hace explícita en su Diario de la juventud. 1843-1846, y las maneras de citarlos, especificadas en las páginas anteriores, encuentran, a nuestro entender, un principio consistente de comprensión y explicación en los principios señalados.

 

6.2.1. La historiografía “caracterizada por una seriedad erudita y objetividad científica” según T. Halperín Donghi (1996), que adopta Mitre, no es la única en la época. Carbia (1939) opone a ésta la historiografía que denomina como “Volteriana”, “Filosofía de la historia”, “historiadores con tendencias filosóficas”. Que Mitre haya optado por la historiografía erudita no cuenta, a nuestro entender, con una explicación más consistente que su afinidad con tal historiografía surgida de la valoración de los documentos que, por una parte, caracteriza a dicha escuela, y por otra, él mismo incorporó por su formación en el ámbito familiar y militar antes señalado. Adoptada esta línea, y en la medida en que se producen posteriormente tomas públicas de posición desde tal orientación,  aumenta la probabilidad de su permanencia y consolidación

 

6.2.2. Sin embargo, las maneras de citar utilizadas por el autor de la Historia de San Martín, nos llevan a pensar que:

 

§         El hecho de acentuar que no se hace historia sin documentos, descalificar la veracidad de la información que manejan aquellos con quienes polemiza, pero al mismo tiempo citar fuentes sin declarar su origen ni discutir su autenticidad, sólo se hace comprensible en alguien inexperto –y no podría afirmárselo de Mitre- , o en quien tiene una legitimidad importante ganada como historiador, fundada en el reconocimiento acumulado, como el que muestran las distinciones obtenidas y anteriormente mencionadas, y en el que ciertamente habrá jugado un papel significativo el ser conocido como poseedor de un importante archivo. Podría decirse que tal manera de proceder obedece a estilos de la época. No deja, sin embargo, de llamar la atención el hecho de que en otros casos haga referencias precisas a obras y capítulos; sólo que se trata, en buena medida, de autocitas.

 

§         La cita explícita de otros pensadores y/o historiadores, que se da no tanto en la Historia misma, sino en oportunidad de su polémica con Vicente Fidel López; la inclusión de testigos ocasionales, aunque no se especifique de quién se trata; la referencia a historiadores del país en que suceden los hechos, aunque no se consigne sus nombres, constituyen recursos susceptibles de añadir valor (principio de rentabilidad) a su propia versión y su visión sobre cómo hacer historia

6.3.      Conducir el instinto

 

La teoría de Rousseau acerca de la necesidad de guías por parte del pueblo, aún cuando este quiera siempre el bien; la reiteración, a partir de Saint Simon, de que el pueblo, como fuerza, requiere de la razón que organiza y orienta lo instintivo, no es adoptada en forma exclusiva por Mitre, ni es extraña al pensamiento de la elite intelectual que se expresó de manera clara en el llamado Salón Literario del ’37. Por el contrario, se trata justamente de la visión hecha propia y compartida por la elite intelectual, especialmente de Buenos Aires, que se consideraba a sí misma llamada a orientar el proceso de organización nacional.  El pueblo es considerado fuente del poder y fuerza que quiere el bien, pero al mismo tiempo, riesgo de anarquía y disociación. Por eso las reiteradas reservas al sufragio universal que podría significar llevar el poder al populacho en lugar de ponerlo en manos del pueblo racional[28].

 

Al mismo tiempo que la elite ilustrada nacional comparte las ideas republicanas y liberales, especialmente francesas, rechaza la revolución de 1848 (Halperín Donghi, 1995) como manifestación de la anarquía, indisciplina y violencia del pueblo carente de conducción. ¿Por qué la adopción de las ideas saint-simonianas y el rechazo de la revolución de 1848?. Quizás el principio de respuesta aparece si se produce un giro en la pregunta: la elite local, que había dado el golpe de emancipación de España[29] y consideraba estar llamada a conducir el proceso de organización nacional, ¿podía hacer propias las ideas de 1848 que hubiesen significado reclamar el derecho del pueblo, la pasión, el instinto, a organizar la nación? No sería coherente con su propia posición reclamar el derecho a gobernar para aquéllos que consideraban necesitados de conducción racional y esclarecida. La propuesta de Rousseau, Saint Simon, tenía alta probabilidad de ser preferida a la de la Segunda República, porque era afin a lo que podía pensar sobre su propia función quien se encontraba, como la elite ilustrada a la que pertenecía Mitre, en posición de poder. Se trata del principio de afinidad entre discursos y posiciones (poder relativo). De la misma manera que no se produce cualquier discurso desde una posición determinada dentro de un sistema de relaciones, tampoco se lo adopta y hace propio.

 

 

           

VII.       A modo de cierre

 

Los análisis desarrollados en las páginas anteriores a partir de la Historia de San Martín  y de las Comprobaciones históricas de Mitre, nos han permitido poner de manifiesto algunos elementos que consideramos centrales. En efecto:

 

§         El espacio textual, en el que aparecen las huellas de las opciones realizadas por el agente social en el proceso de producción, es el lugar donde el enunciador configura su propia competencia diferenciada: 

 

ü      Elude la referencia a algunos enunciadores y se asocia a otros, sobre la base del principio de afinidad.

 

ü      Construye su propia legitimidad, sea respetando las normas institucionales que rigen el modo como se incorpora la cita o bien da cuenta de un lugar específico en una trayectoria, que le permite prescindir, al menos en parte, de esas normas.

 

ü      Convierte su enunciado en particularmente legible, en la medida en que reitera lo ya dicho, a la vez que se presenta a sí mismo como sujeto de saberes y modos de decir ya consagrados.

 

 

§         Más que proclamar la “buena nueva de la muerte del Sujeto” (Angenot, in: Navarro, 1997: 40), las relaciones intertextuales e interdiscursivas, en cuanto relaciones que ponen en juego y manifiestan procesos sociales de circulación, muestran que el análisis de las prácticas, entre ellas las discursivas, perdería eficacia si se lo elimina, aún cuando se lo sustituya por un discurso dotado de características de sujeto, entre ellas, la de circular por sí mismo.

 

§         La circulación de discursos responde a mecanismos que encuentran su principio de definición y funcionamiento en el agente social cuya identidad social se construye como competencia. Este concepto de competencia incorpora, entre otras, dos dimensiones importantes:

 

ü      La capacidad de relación que, en los márgenes de las posibilidades y limitaciones que la constituyen, significa autonomía, lugar para las opciones y elaboración de estrategias por parte del agente social. Incluir o excluir otros textos en el propio no es mero resultado de imposiciones, violencias, cuya acción, por otra parte, no se puede ignorar, sino también de decisiones que toma quien lo produce.

 

ü      La disputa con otros agentes sociales por la administración legítima de la verdad; el control de la producción, puesta en circulación e imposición de significaciones a través de los discursos.

 

 

La intertextualidad y la interdiscursividad no borran al sujeto. El enunciador “se sirve de ella(s) como de una palanca, en provecho propio” (Grivel, in: Navarro, 1997: 71).

 

 

Córdoba-Guadalajara, octubre de 2000

 

 

Bibliografía citada

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[1] Kristeva cita, a su vez, a Bajtín (Kristeva, 1997:3)

[2] Cf. entre otros, Angenot, M. (1989); Genette, G. (1982); Riffaterre, M. (1983); también los autores cuyos trabajos recopila Navarro, D. (1997)

[3] En adelante: HSM

[4] Es lo que aparecería en formulaciones tales como las de Marc Angenot, cuando les atribuye a los discursos la condición de sujetos capaces de actuar: “... el discurso social presenta incesantemente antagonismos, escaramuzas o batallas campales...” (Angenot, 1986: 14) o: “es la perspectiva según la cual los discursos circulan, se demandan, se ofrecen y se intercambian” (Angenot, 1986: 16)

[5] M. Weber escribía en su carta a R. Liefmann del 9 de marzo de 1920: “Si yo me he convertido finalmente en sociólogo(...) es esencialmente para poner un punto final a estos ejercicios en base a conceptos colectivos cuyo espectro ronda permanentemente. En otros términos, la sociología no puede proceder sino a partir de las acciones de uno, de algunos, o de numerosos individuos separados". Citado en: Boudon y Bourricaud (1986:1)

[6] M. Foucault habla en estos términos cuando se propone, por ejemplo, explicitar su concepción del poder  en Historia de la sexualidad. 1-La voluntad de saber, 1976, cap. IV.

[7] En este caso nos referimos a discursos en cualquiera de sus manifestaciones (orales, escritas, etc.) y en cuanto soportes de sentidos.

[8] Estamos ciertamente próximos del concepto de Acción Comunicativa de Habermas (1987), y de la tradición que él mismo evoca de Schutz, Mead.

[9] En el sentido en que Manuel Castells habla de “sociedad red” en Castells (1997-1999)

[10] Estamos aquí parafraseando a Rómulo Carbia (1939: 164-165)

[11] Ciertamente, las expresiones mencionadas deben ser consideradas, en cada caso, teniendo en cuenta el sentido específico que adquieren en el marco teórico que maneja el autor que hace uso de las mismas o similares.

[12] Entendemos los autores no como sujetos individuales y/o empíricos, sino en cuanto agentes sociales definidos a partir del lugar desde donde producen. Nuestra explicitación teórica, al respecto, se encuentra en: Mozejko y Costa (1999)

[13] Goldmann (1967) habla de tales autores en términos de individuos excepcionales, en cuanto interpretan y hacen explícita en su obra la visión del mundo de una clase social. Bourdieu (1992: 20) lo convierte a Flaubert en “medium des structures” (destacado en el original).

[14] Al modo como Engels, en su carta a J. Bloch del 21-22 de septiembre de1890, consideraba que Marx y él mismo tendrían en parte la responsabilidad de que algunos jóvenes le dieran  a lo económico más peso del debido. Pero explicaba que ello se debía  a que, frente a los adversarios, necesitaban subrayar el principio negado por ellos. (K. Marx y F. Engels, 1957)

[15] Este tema está trabajado, entre otros, en Loïc Wacquant (2000)

[16] Mitre (Comprobaciones, por ejemplo en pág. 325) , Carbia, R. (1939) y Cella (1999)

[17] Desroche (1969) destaca la influencia de la “Enciclopedia” y el “iluminismo” en Sain-Simon; influencia que, además, se puede percibir por el lugar que otorga a la ciencia y la razón en la organización y orientación de la sociedad hacia el logro del “interés general” (Desroche, 1969: 19)

[18] Pero no la pasión revolucionaria de la Revolución Francesa, de la que Saint Simon tuvo una experiencia directa por su participación con los Sans-Culotte, sino la pasión por el trabajo, que pudo constatar y valorar en su estadía en Estados Unidos entre 1779 y 1783. Consideraba, luego de la experiencia, que la pasión revolucionaria, como una pasión de destrucción subversiva y desbordada, desembocaba  en “el gobierno de la clase ignorante, el más molesto de todos... mil veces peor que el Antiguo Régimen”. Citado por Desroche (1969: 23).

[19] Lanfrey es “expositor de números concretos” (Comprobaciones, 331), Carlyle demuestra que “Juan sin Tierra estuvo en Inglaterra, puesto que según una cuenta de cocina gastó aquí trece peniques esterlinos” (Comprobaciones, 332)

[20] Buckle, citado varias veces en las Comprobaciones, construye la “historia filosófica” a partir de los hechos y los expresa en “lenguaje matemático”; Guizot, condensa el “espíritu” de los hechos particulares en “fórmulas más o menos abstractas” (Comprobaciones, 332).

[21] Haciendo una rápida revisión de los autores citados en la Comprobaciones, podemos anotar, además de los ya señalados, un conjunto más amplio de textos que coinciden con el de Mitre en algún aspecto fundamental en relación al modo de hacer historia:

Bacon (1561-1626) afirma la necesidad de conocer la naturaleza, a los seres humanos y a la sociedad a partir de la observación; su influencia se percibe claramente en el discurso de las ciencias biológicas en el siglo XIX.

Carlyle (1795-1881) estudia las figuras heroicas.

Darwin (1809-1881), figura señera del positivismo, basa su teoría de la evolución de las especies en los procesos de adaptación al medio.

Emerson (1803-1882) proclama la necesidad de conocer el mundo a través de los sentidos.

Fustel de Coulanges (1830-1889) defiende la imparcialidad en el hacer historia sobre la base de documentos y una aproximación científica a ellos.

Gibbon (1737-1794) se destaca por el examen detallado de las fuentes.

Montesquieu (1689-1755) además de proponer modelos de organización del Estado, sostiene la influencia del clima en la naturaleza del individuo y en las características de la sociedad; es reconocido por su método basado en la observación y la aproximación filológica a los documentos.

Prescott (1796-1859) hace un uso riguroso y crítico de fuentes originales; es considerado el primer historiador científico americano.

Renan (1823-1892) caracteriza la historia como disciplina equivalente a las ciencias de la naturaleza.

Renouvier (1815-1903) se basa en la matemática para definir al individuo y la sociedad;

Robertson (1721-1793) destaca la importancia de los factores ambientales para la determinación del curso de la civilización.

Taine (1828-1893) considera que el conocimiento debe basarse en la experiencia sensible, en la observación.; defiende la objetividad del método científico aplicado al estudio de Los orígenes de la Francia contemporánea. Su teoría destaca la influencia de la raza, el medio y el momento en las obras humanas.

Thierry (1795-1856), historiador romántico, consulta fuentes originales e imprime carácter dramático a su historia.

Thiers (1797-1877) participa en la construcción del nacionalismo francés.

Voltaire (1694-1778) afirma la eficacia de la razón, construye narraciones históricas cuidadosamente documentadas, y sostiene que los grandes hombres impulsan la civilización; la naturaleza humana está destinada a la felicidad mediante el progreso en las ciencias y en las artes que le permitirán salir de la barbarie.

En esta serie de referencias podemos observar la contemporaneidad de la mayoría de los textos que Mitre incorpora; además, en todos los casos aparecen ideologemas fundamentales en su caracterización del método histórico:

·         Basado en la observación de los hechos y el estudio objetivo de los documentos, aproxima el quehacer del historiador al conocimiento científico propio de las ciencias naturales;

·         La matemática ofrece fuentes documentales objetivas, a la vez que garantiza un procedimiento deductivo que elimina al máximo la subjetividad, al menos en la doxa de la época; el discurso de la matemática ofrece un modelo de razonamiento que permite abordar los hechos particulares desde la perspectiva de los procesos generales.

Con respecto a su concepción de los cambios históricos, algunos ideologemas reiterados son:

·         El medio, la raza como resultado de procesos de adaptación, el momento como etapa de un proceso más vasto, son elementos observables, concretos, “positivos”, que influyen en los individuos y las sociedades.

·         Los hombres destacados orientan a los pueblos hacia un destino que implica, necesariamente, una mejora.

[22] En Historia de San Martín se refiere a los escritores militares alemanes de la escuela de Federico (HSM: 365)

[23] Cf. por ejemplo Thierry.

[24] Al mismo tiempo, la unidad entendida como superación de la diversidad y de los antagonismos en una unidad nacional y en la armonía universal, es el valor máximo al que está orientada la historia misma de la humanidad. Las reglas de género reiteran la vigencia en el espacio de la escritura, de los mismos valores que rigen en el espacio extratextual.

[25]  Se puede ver, al respecto:  Halperín Donghi (1995) y Gorostegui de Torres (1972)

[26] Podemos mencionar algunas. Ya en 1863 es designado Miembro Honorario del Instituto Histórico de Francia; “Pastor Arcade de número” del Saggio Collegio di Arcadía; Socio Correspondiente de la Pontificia Academia Tiberiana. Posteriormente recibe numerosas distinciones: Miembro correspondiente de la Sociedad Arqueológica de Chile (1879); Miembro Honorario de la Real Academia Gaditana de Ciencias y Letras; Académico Honorario de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires (1886); Miembro corresponsal de la Sociedad Geográfica de Tokio y del Liceo Hidalgo de la República de México. Después de la publicación de la Historia de San Martín (1887-1888) continuó recibiendo nuevos reconocimientos. Así, fue Miembro correspondiente de la Real Academia Española y su retrato estaba en sellos postales de 50 centavos. (Marco, 1998)  

[27] Se puede ver, al respecto: Marco 1998 y Compobassi, 1980.

[28] Ver, al respecto José Luis Romero (1975)

[29] Según José Luis Romero, el movimiento del 25 de mayo de 1810 fue obra de un grupo circunscripto, la minoría ilustrada y liberal de Buenos Aires (Romero, 1975. 67)

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