The Curious Incident of
the Dog in the Night-time:
La Novela como
Potencial de Reclamo de Justicia (y Reconocimiento) Individual
Mariana Mussetta
Universidad Nacional de Villa María
Argentina
Abstract:
The Curious Incident of the Dog in the
Night-time, novela escrita por el
británico Mark Haddon en 2003, nos
presenta a un peculiar narrador y
protagonista adolescente que sufre el síndrome de Asperger, condición
que lo
lleva a una cosmovisión sorprendente y única. La obra no sólo
transgrede
parámetros literarios y lingüísticos a nivel formal sino que también
rompe con
convenciones artísticas, culturales y sociales,
ya que impacta con nociones particulares sobre la muerte de
seres
cercanos, los lazos familiares, la normalidad,
las relaciones interpersonales, y la mentira, entre muchas
otras. Es por
esto que, al construir así una particular e inquietante visión del
mundo, la
novela se presta especialmente para ser analizada desde los modos en
que
contribuye en términos de Fluck a la articulación de un sentido de
justicia
individual y de reclamo de reconocimiento.
Palabras
clave: justicia – justicia individual – reconocimiento
– ficción experimental – transferencia
Introducción
En
su artículo “Fiction and Justice” de 2002,
Fluck sostiene que una de las razones por las cuales la
ficción—y en
particular la novela—ha tenido y sigue teniendo éxito en el mundo
occidental
desde el siglo 18 y hasta la actualidad es su potencial de hacer
coincidir la
justicia social y lo que él llama “justicia individual”: es decir, una
manera
de reconfigurar la realidad que “hace justicia” a las expectativas y
propia
percepción del individuo—entendido éste en el sentido sociológico del
término
como la unidad social más pequeña. Los textos ficcionales,[1]
según su postura, ofrecen significativas contribuciones a la noción
cultural de
justicia, y a su vez autorizan reclamos de justicia individual. Sin
embargo, su
trabajo no pretende explorar la relación entre ética y literatura, ya
que no se
propone explorar un posible poder moralizador en la literatura. Su
propósito dista
de afirmar que ésta puede ser leída como una forma efectiva de
filosofía moral.
Más bien pone el foco en la relación entre ficción y justicia,
independientemente del tema que traten los textos, ni de la forma de
abordarlo,
ni siquiera de la necesidad de ajustarse a modos miméticos,
cuestionados a
partir del modernismo y, con mayor razón aún, a partir del giro
lingüístico y
las corrientes posestructuralistas que han permeado la ficción de la
segunda
mitad del siglo 20 y principios del 21. El presente trabajo se
propondrá analizar
la novela de Haddon The Curious Incident
of the Dog in the Night-time (TCI)
desde la intersección de ficción y justicia y a la luz de la teoría de
Fluck,
quien afirma que toda ficción posee el potencial para articular
reclamos de
justicia individual y de reconocimiento que no pueden darse de otra
manera.
TCI
nos presenta a un peculiar narrador, Christopher Boone, el
protagonista, un
adolescente que sufre el síndrome de Asperger y que se propone escribir
una
historia de detectives al intentar descifrar el “asesinato” del perro
de su
vecina, lo que lo lleva a vivir aventuras y a descubrir verdades
inquietantes
sobre sus padres y sobre el mundo que lo rodea. El hecho de que la
novela
despliegue dicción extremadamente simple y esté absolutamente
desprovista de lenguaje
metafórico y figurativo tiene una razón de ser: Christopher se siente
completamente incómodo con cualquier tipo de indeterminación de
significado, y
sólo puede entender el lenguaje literal. Es
por eso que tiene serias dificultades para
comprender metáforas y bromas, y no tolera mentiras de ningún tipo.
Sigue
estrictas rutinas, y es incapaz de desarrollar relaciones afectivas o
de
interpretar el tipo de lenguaje gestual necesario para interactuar
socialmente.
Por otro lado, posee una memoria prodigiosa y la habilidad de resolver
complicados problemas de matemática: le produce placer resolver
acertijos que
confundirían a un académico experimentado. Como la mayoría de las
personas que
sufren de Asperger, es verdaderamente un genio pero adolece de las más
básicas
habilidades interpersonales.
Haddon nos abre las puertas a la
intrincada mente de este personaje recurriendo a un texto altamente
heterogéneo,
explorando géneros diversos--como el detectivesco, el diario, la
ficción epistolar,
y la literatura científica--con un profuso uso de experimentación
gráfica y
elementos paratextuales que, lejos de ser ilustraciones accesorias, son
parte
fundamental e indisoluble de la obra literaria. Siguiendo la tradición
metaficcional Shandeana[2] al
igual que la ficción de Nabokov, Vonnegut, y Federman,[3] la
novela no sólo transgrede parámetros literarios y lingüísticos a nivel
formal
sino que también rompe con convenciones artísticas, culturales y
sociales, ya que impacta con nociones
particulares sobre
la muerte de seres cercanos, los lazos familiares, la normalidad, las relaciones interpersonales, y la mentira,
entre muchas otras. Es por esto que, al construir así una particular e
inquietante visión del mundo, la novela se
presta particularmente a ser analizada desde los modos en que
contribuye en
términos de Fluck a la articulación de un sentido de justicia
individual y de
reclamo de reconocimiento.
Justicia Individual y
Reconocimiento
Citando
a Fraser, Fluck hace hincapié en los debates acerca de la justicia que
han
llevado su definición de la arena de la distribución a la arena del
reconocimiento. Esta redefinición de justicia lleva a re describir lo
que
constituye discriminación y victimización, y coincide con Shklar en que
esto a
su vez resulta en un creciente sentido de injusticia en la gente. En
este
sentido, afirma que la cultura en general y la literatura en particular
han
jugado un rol crucial en la articulación de este sentido de injusticia
y del
clamor del individuo por justicia. Es más, cuanto más amplia se vuelve
la
definición de poder, y cuanto más radicalizados se tornan los reclamos
de
realización personal del individuo, más importante se vuelve la ficción
como
parte de la búsqueda de la justicia individual. En la práctica
política, intentar
instalar la justicia supone complicados problemas en lo que hace a
nociones de
discriminación e imparcialidad. La ficción, en cambio,
puede darse el lujo de ser radicalmente
subjetiva. De esta manera, la ficción ha jugado un papel pionero en la
introducción de reclamos del individuo en la cultura, y, más
recientemente, en
la ampliación del concepto de justicia. Aún en historias de ficción en
donde no
se producen cambios políticos o reformas judiciales para contrarrestar
la
injusticia de la que ha sido víctima un personaje, puede producirse una
compensación cultural, que consiste en una precepción cultural
diferente, un
reconocimiento de la persona como valiosa. De esta forma, la ficción no
sólo es
un medio privilegiado para articular un sentido de injusticia, sino que
también
puede compensar experiencias de injusticia individual mediante un mayor
reconocimiento y la posibilidad de establecer justicia a nivel
simbólico.
En una entrevista con The Observer, Haddon responde categóricamente a una pregunta sobre su interés en trastornos mentales como eje de sus obras:[4]
Todos ven el mundo de manera diferente…Ojalá nunca hubiera permitido que la editorial incluyera la palabra "Asperger's" en la tapa de Curioso Incidente…en realidad no es sobre Asperger's, es sobre la diferencia. Es sobre la aceptación de los otros. Es sobre esa oblicua, vista marciana del mundo.[5] (2010)
El tema del reconocimiento de la diferencia y de la individualidad aparece claramente como el verdadero motor que impulsa a Haddon a escribir. En el caso particular de TCI, que resulta ser un registro de los descubrimientos de Christopher en forma de diario en lo que él afirma ser una historia de detectives de su autoría,[6] la elección de género se presta especialmente para ver la vida con los ojos de Christopher, quien, siendo el narrador de la historia, ofrece numerosos y diversos modos que dan lugar al reconocimiento de su singularidad, y contribuyen a contra arrestar el fenómeno de misrecognition (reconocimiento erróneo), entendido en el sentido de Charles Taylor como aquella imagen restringida, degradada, o despreciable que la sociedad o los demás le devuelven a un individuo o grupo.[7]
De los cuarenta y nueve capítulos que componen la novela, la mitad están reservados para que Christopher Boone nos cuente cómo es, qué piensa, qué siente, y en qué consiste su forma particular de ver el mundo. Tales capítulos aparecen equitativamente distribuidos entre los que revelan los hechos que hacen desarrollar la historia, y la trama no cobraría su verdadera dimensión sin los primeros. Hay uno dedicado a explicarnos por qué piensa que la gente le resulta confusa, otro donde hace un listado de sus “problemas de comportamiento,” otro donde nos cuenta el verdadero motivo por el que le gustan las matemáticas, o porqué nunca miente. A la luz de la información provista en dichos capítulos, inteligentemente intercalados con los que permiten desarrollar el argumento propiamente dicho, tenemos como lectores un acceso exclusivo a su intricada mente, ya que ninguna de las personas que lo rodean cuentan con esta valiosa información, y, a diferencia de ellos, quienes deben inferir qué piensa y qué siente Christopher a través de su comportamiento, a los lectores se nos provee razones de ese comportamiento. Esto da como resultado un insight que permite iluminar la brecha del reconocimiento erróneo—a pesar de sus buenas intenciones-- de la que es víctima.
Sin
embargo, la ventaja de ver la historia desde los ojos del protagonista
se
vuelve “desventaja,” un desafío altamente difícil: que percibamos lo
que
realmente sucede y lo que las otras personas piensan y sienten a través
del
relato de alguien que es incapaz de leer el lenguaje
gestual, o detectar, discriminar, y entender
los sentimientos más básicos de los otros, con empatía cero. Es aquí
donde
Haddon despliega su maestría literaria, recurriendo a la ironía
dramática y a
un excelente manejo de la dimensión interpersonal del lenguaje en donde
Christopher nos relata su interacción con los otros. Mientras que sus
interlocutores
abundan en elecciones lingüísticas indirectas e incongruentes,
Christopher sólo
puede interpretarlas literalmente, ya que es incapaz de comprender
lenguaje
indirecto o indeterminado, y por supuesto su forma de hablar es
estrictamente
congruente, lo que a menudo confunde a los que lo escuchan. Además, al
reportar
sus diálogos con otras personas, lo hace sin hacer valoraciones de
ningún tipo,
recurriendo solamente a un par de verbos neutros como “preguntar” o
“decir.” Sin
embargo, la descripción “objetiva” de las manifestaciones físicas de
sus
interlocutores—que gritan, se llevan las manos a la boca,
o respiran profundo—así como la cuidadosa
reproducción de sus pausas y falsos comienzos que indican duda, o el
reporte
verbatim de la repetición de ciertas palabras o del uso de malas
palabras
arrojan luz sobre lo que el resto de los personajes piensan y sienten.
De esta
manera, Christopher sigue siendo creíble como narrador, a la vez que
provee al
lector pistas que ayudan a delinear los otros personajes. A todo esto
se le
suma una serie de razonamientos lógicos que Christopher intercala entre
las
instancias de reporte directo de diálogo, en donde nos manifiesta el
por qué de
cada respuesta que da, y lo que piensa y siente a medida que se
desarrolla la
conversación. Todo esto contribuye a una ironía dramática en donde se
da lugar
a un sentido de injusticia en términos de la incomprensión de la que
Christopher
es víctima, de la brecha entre lo que necesita y de lo que, aunque
bienintencionados, las personas que lo rodean le ofrecen.
Otro modo particularmente notable explorado por Haddon para articular el sentido de injusticia individual es el caso de la incapacidad de la madre de Christopher para entender su singularidad. Por un lado, posee una visión distorsionada de las capacidades de su hijo, proyectando en él una dimensión ética en la que Christopher no se reconoce: “Yo no digo mentiras. Mamá solía decir que eso era porque yo era una buena persona. Pero no es porque soy buena persona. Es porque no puedo decir mentiras” (24). Christopher reniega de esto, y revela una clara afirmación de identidad, que los que lo rodean aún no comprenden. Significativamente, el recurso de Haddon de expresarlo a través del significado de su nombre es poderoso: el verdadero nombre que Christopher quiere para sí para debe ser único, fuera de cualquier estereotipo: “Mamá solía decir…Christopher era un lindo nombre porque era una historia acerca de ser bueno y gentil…pero yo quiero que mi nombre signifique yo” (20). Es interesante aquí resaltar cómo el reclamo de justicia individual se articula no desde la visión del personaje noble y de altos valores morales que no son suficientemente apreciados, sino más bien lo contrario. Christopher exige ser reconocido en su incapacidad de experimentar sentimientos de solidaridad, generosidad, bondad, o empatía. Desde su incapacidad, él también reconoce erróneamente a los otros, y es así como la articulación del sentido de injusticia se expande y complejiza, ya que el resto de los personajes también son víctimas de la incomprensión de Christopher.
La
conclusión a la que arribamos es que todos, de una u otra manera, somos
reconocidos erróneamente por los demás: la singularidad de Christopher
nos
interpela en nuestras propias singularidades, en nuestra propia manera
de ser
únicos y ver el mundo. Podríamos decir que el fenómeno de
reconocimiento en la
novela funciona de esta manera: conocer a Christopher nos hace
comprensivos de
la incomprensión de los demás, ya que de
alguna manera nosotros también nos admitimos limitados en nuestra
comprensión
de los otros. Según Christopher, decir que Orión, la famosa
constelación,
delinea a un cazador y su arco en virtud de la forma en que están
dispuestas
sus estrellas es absurdo ya que podríamos con las mismas estrellas
delinear
infinita cantidad de figuras posibles, como una cafetera o un
dinosaurio. Luego
concluye: “Orion no es un cazador ni una cafetera…son explosiones
nucleares a
billones de millas. Y esa es la verdad” (157). Su
simple reflexión nos sitúa en el meollo del
misterio del reconocimiento de la individualidad propia y ajena: si
bien las
estrellas son siempre las mismas, las formas en que cada uno las
combina en su
singularidad--como metáfora de nuestro intento de darle sentido al
mundo--son
infinitas.
Articulación de
Justicia Individual: El Proceso de Transferencia
Fluck
enumera tres razones por las cuales los textos de ficción han jugado un
rol
cada vez más importante y efectivo en la articulación de una búsqueda
de
justicia individual: 1) el hecho de que la ficción ha sido una parte
importante
de la modernidad—si no una de sus fuerzas impulsoras--; 2) los procesos
de
transferencia simbólica que ésta promueve; 3) la forma privilegiada de
articulación de elementos imaginarios realizada únicamente por la
ficción, y
que no pueden ser articulados de otra manera. En cuanto al primer
punto, Fluck
aclara que si bien el contar historias ha sido parte de la humanidad
desde sus
comienzos, es en la transición del feudalismo al capitalismo que la
ficción se
institucionaliza en occidente como forma de expresión individual. La
novela se
diferencia de formas más antiguas de ficción de dos maneras: distinta
de la
épica comunitaria y heroica de la
antigüedad
y de la edad media, su origen se encuentra
en la literatura de introspección, la que, siguiendo una lógica
de
secularización y de de jerarquización, lleva a una literatura de self empowerment (algo así como
autodeterminación) burguesa, donde los
protagonistas dejan de ser reyes y aristócratas para convertirse en
personajes
de la burguesía. Por otro lado, el desarrollo de la imprenta hace de
las
novelas el primer medio masivo de Occidente, transformándolos en
posesiones
individuales y posibilitando nuevos modos de lectura que refuerzan la
autodeterminación
imaginaria del individuo. Al pasar la lectura de ser intensiva a ser
extensiva,
se alimenta el apetito por ella y el deseo imaginario.
La
afirmación que sostiene que la ficción resulta útil en el proceso de
autodeterminación
imaginaria del individuo puede entenderse desde el modernismo estético,
que fue
crucial en reemplazar modelos miméticos de representación, y que pone
el foco
en el potencial de la ficción para la desfamiliarización y en su
carácter de
epistemología experimental que le permite al lector cruzar fronteras,
explorar
otros mundos y otras realidades. En este marco, el individuo se
presenta
asfixiado por las convenciones, que sofocan el ser interior auténtico e
impiden
la realización personal, y la necesidad de expresión personal/
individual se explica desde al menos una
rama del
modernismo al afirmar que hay un costado reprimido del ser que procura
alcanzar
el autocontrol por medio del arte. Si bien Fluck coincide con esta
postura,
aclara que esta función de la ficción se reduce a trabajos audaces,
pioneros, y
transgresores--como por ejemplo The
Awakening de Kate Chopin--y a su vez no da cuenta de la lectura de
textos
como éste por parte de lectores de generaciones posteriores, quienes ya
no
necesitan de esa literatura como medio indirecto de articulación en ese
sentido. La transgresión a la que hace referencia Fluck pareciera
relacionarse,
según su ejemplo aquí, con el tratamiento de temas tabú, es decir,
poniendo a
prueba mandatos sociales y culturales a nivel temático. Sin embargo,
como se
verá más adelante, no es éste el único modo en que la ficción puede
volverse
transgresora, ya que los aspectos formales también pueden volverse
locus de
subversión. El hecho de que en la novela de Haddon se combinen ambos
modos de
transgresión la hace particularmente interesante. Más precisamente, la forma en que se expresa la visión
particular del mundo que tiene el personaje principal es una de las
maneras de hacer
posible la articulación de la trangresión a nivel temático.
El hecho de que la lectura de ficción
sea fuente de gratificación se explica más ampliamente, dice Fluck, no
desde su
función como transgresión tentativa sino desde el concepto de
transferencia
derivado de la teoría de Iser, y de allí se deriva la segunda razón por
la cual
la ficción cumple una importante función en la articulación de una
búsqueda de
justicia individual. Iser sostiene que al leer ficción, el texto
literario
representa dos cosas al mismo tiempo: el mundo mismo del texto y los
elementos
imaginarios agregados por el lector en el proceso de dar significado a
las
palabras en la página, y que esta doble referencia de la ficción puede
considerarse una importante fuente de experiencia estética, ya que nos
permite
ser nosotros mismos y alguien más al mismo tiempo, dentro y fuera del
personaje
simultáneamente. Sin embargo, la experiencia estética no se equipara a
la
“identificación” del lector con algún personaje o evento del texto,
sino que es
producida por la actualización del texto todo en el acto de lectura. La
“versión
más expresiva de nosotros” se constituye en una extensión de nuestra
interioridad—entendida como complejo que incluye desde asociaciones
hasta
sentimientos, desde sensaciones hasta imágenes mentales--sobre todo un
mundo
creado.
En
TCI, la subversión manifiesta en la
numeración de los capítulos con números primos como uno de los modos de
experimentación
gráfica y genérica de Haddon en la novela refuerza y profundiza esta
transferencia, ya que la novela toda opera como analogía de la mente de
Christopher.
Los
números primos son los que quedan después de haber sacado todos los
patrones.
Yo
pienso que los números primos son como
la vida. Son lógicos pero no podrías descubrir las reglas aún si
pasaras todo
tu tiempo pensando en ellos. (15)
Así, vamos sumergiéndonos en ese
universo con lógica propia sin lograr asirla por completo. Christopher
es
único, su mundo es único, y nos volvemos cómplices de ese mundo al
mismo tiempo
que descubrimos que la singularidad de ese mundo logra articular
nuestra propia
interioridad, la que necesitamos para actualizar el texto en el seno de
la
ironía dramática.
Como
tercer razón por la cual la ficción juega un rol preponderante en el
moldeado
de un sentido de justicia individual, Fluck afirma que la primera es
fuente de
reconocimiento de la subjetividad del lector, entendida ésta como el
sentido
del ser que un individuo tiene de sí mismo. El fenómeno de
transferencia en la
lectura de ficción produce un “efecto de articulación,” en donde se da
lugar a
la expresión de dimensiones aún no formuladas del ser. No debe ligarse
este
efecto exclusivamente a un cierto rol avant garde de transgresión
cultural, ya
que, de ser así, se aplicaría solamente a aquellas historias que violan
tabúes
culturales. En un sentido más amplio, lo que se articula en este
proceso es lo
“imaginario,” definido por Iser en términos fenomenológicos como “flujo
indeterminado, difuso, y versátil de impresiones, imágenes,
sentimientos y
sensaciones corporales” (citado en Fluck 25), los que necesitan
asociarse a
significados culturales ya existentes para poder articularse. La ficción involucra a esta interioridad
radicalmente subjetiva a la vez que la representa en una dimensión que
posibilita el reconocimiento público: es decir, puede unir la dimensión
subjetiva
a la pública por medio de un análogo estructural. La actualización del
texto en
el proceso de trasferencia permite establecer analogías entre elementos
que,
distantes en términos de espacio y tiempo, por ejemplo, están unidos
por
semejanza estructural.
Con
sus personajes no justamente reconocidos—no sólo Christopher sino
también su
madre, su padre, y aquellos con los cuales Christopher interactúa—así
como con
sus situaciones de incomunicación y malentendidos, la historia de
Haddon
posibilita al lector articular su interioridad para reconocer su
subjetividad
nunca reconocida en plenitud por los “otros.” Le permite espacios de
reconocimiento para “ver” su propio
mundo interior en el mundo de la ficción, para que, al realizar
analogías entre
la ficción y su propia experiencia como individuo, la historia de
Haddon toda
tenga el color de su autopercepción como sujeto.
Para
describir otra faceta de la intersección entre la dimensión subjetiva y
la
pública, o entre justicia y individual justicia social que se produce
en la
lectura de ficción, Fluck también recurre al concepto de afiliación
grupal, es decir, el proceso de transferir a un solo
personaje las características de un grupo mayor al que adherimos. De
esta
manera, decidimos lo que percibimos como justo o injusto al autorizar
un caso
particular a través de los reclamos de un grupo en búsqueda de
reconocimiento
del cual somos miembros, por el cual sentimos empatía, o que
reconocemos como
portador de una historia de opresión, discriminación, y falta de
reconocimiento.
Así, a la causa de Christopher se le da validez por ser emblemática de
las
personas con capacidades diferentes, de los incomprendidos, de los que
son
discriminados por tener una visión diferente del mundo: El caso de
Christopher
se trasforma entonces en una cuestión de política de identidad, y hasta de neuro-diversidad.[8] Si
bien coincido con Fluck en que este punto da cuenta de la relación
entre el
deseo individual de articulación y reconocimiento por un lado con la
justicia
cultural--los reclamos de un grupo social particular—por otro, discrepo
en cuanto
al peso dado a la idea de afiliación
grupal como previa al a lectura, es decir, la sugerencia de la
necesidad de
percibirse como afiliado a un determinado grupo a priori de
la lectura de la ficción para poder realizar esta
transferencia, cuando en realidad sucede que, en muchas ocasiones, la
afiliación no es previa sino suscitada por la misma lectura. Si bien
ciertos
grupos ya establecidos, ampliamente reconocidos y fácilmente
detectables como
víctimas de injusticia (los débiles, los pobres, o,
en este caso, las personas con capacidades
diferentes) son útiles en la ficción para disparar estas transferencias
en la
articulación de reclamos de justicia, también podría afirmarse que
justamente
es el poder de la ficción el que permite si no promover la creación de
nuevas
afiliaciones en el individuo que la lee, por lo menos poner a prueba
las pre
existentes, reconfigurándolas.
En
el caso de TCI, Haddon logra con su
historia cuestionar parámetros de normalidad dadas por hecho, y
desafiar
aquellos comportamientos y formas de pensar que caracterizan al grupo
de los
“normales” en contraste con quienes no lo son.
Christopher ve absurdo el hecho de tener que usar las palabras
“special
needs,” o “learning difficulties” para
referirse a sus compañeros, ya que afirma que, de una u otra manera,
todos
tenemos necesidades especiales—como usar anteojos o consumir
edulcorante-- y
dificultades de aprendizaje, por ejemplo, al querer comprender la
teoría de la
relatividad. Por otra parte, también se cuestiona “la
normalidad” en términos tradicionales de
asociación al sentido común y la lógica. Cuando el Sr. Jeavons,
psicólogo, le
manifiesta su sorpresa a Christopher al ver que él, siendo una persona
tan
lógica, decida si un día va a ser bueno, regular, o malo según la
cantidad de
autos de un mismo color que vea pasar en la calle seguidos uno del
otro,
Christopher nos sorprende una vez más con la respuesta. En realidad, a
él le
gusta que las cosas estén en orden, y ése era un recurso más para
lograrlo, de
la misma manera en que la gente se pone triste si llueve o contenta si
hay sol,
cuando en realidad el estado del tiempo no afectará su trabajo en la
oficina, o
del mismo modo en que su padre siempre sube la escalera de a dos
peldaños
comenzando con el pie derecho, o se pone los pantalones antes que las
medias.
En fin, su conclusión nos lleva a admitir que todos compartimos
pequeñas manías
ilógicas que tienen poder sobre nuestra vida, y que el grupo de los
normales no
siempre esgrime el sentido común ni se rige por la lógica, con lo que
se
cuestiona la categoría normalidad, una certeza más que Christopher pone
a
prueba.
A
pesar de que el reconocimiento de la subjetividad del lector es una de
las razones
por las cuales leer ficción sigue siendo gratificante, es a su vez
fuente de
infinita insatisfacción, subyacente en la inadecuación inherente de la
representación: Dice Fluck que los códigos y signos lingüísticos con
los que
contamos para expresarnos no lograrán nunca expresar nuestra
interioridad toda,
y debido a que la promesa de un reconocimiento completo de la propia
interioridad no se satisface nunca, se mantiene vivo el sentido de
injusticia
del individuo. La experimentación gráfica en la novela de Haddon puede
entenderse desde ese lugar, como intento de recurrir a formas
alternativas de
expresión para extender los límites que las barreras lingüísticas
convencionales
le imponen al reconocimiento de la interioridad. El impacto de la
subversión
gráfica y tipográfica pone en juego la articulación de la interioridad
del
lector de manera particular, ya que las imágenes mentales, las
sensaciones, asociaciones,
y sentimientos del lector no son evocadas de la misma manera por un
texto plano
y neutro que por uno plagado de dispositivos gráficos específicos y
diversos, tanto
tipográficos como icónicos, que “hacen uso enfático de las
posibilidades
visuales de la página” (White 1): En TCI
encontramos abundante uso de negrita, apéndices, notas al pie más extensas que el
texto mismo de la página, listas, mapas, planos, gráficos, dibujos, fotos,
diagramas,
ecuaciones matemáticas, y representación facsímil
de carteles, pósters, escritura manuscrita, y hasta patrones de
la trama de prendas de ropa o tapizados. Lo fascinante
de TCI es que en el proceso de
descubrir la interioridad de Christopher, esta transgresión lleva al
lector a
bucear la propia interioridad por caminos insospechados.
El Rol de la F
icción en la Tensión Individuo vs
Sociedad Moderna
Según
Fluck, es justamente la búsqueda de justicia individual--definida como
búsqueda
de reconocimiento y autoestima--la que impulsa el proceso de
transferencia en
la experiencia estética de la lectura de ficción, y da cuenta de dos
contextos
históricos: la modernidad y la democracia, entendida aquí no como ideal
político
sino como modo de vida, para explicar por qué la cultura, y
especialmente la
ficción, juega un papel crucial en la articulación de los reclamos de
justicia
individual. Por un lado, la modernidad da lugar a un individualismo
“inquieto”
en constante búsqueda de reconocimiento para diferenciarse de los
otros. Por
otro lado, en vistas a la promesa de igualdad de la democracia, todos
necesitan
establecer su propio valor frente a los otros, y esto se complica
porque la
autoridad es difusa y provisional, y también lo son los destinatarios
de esta
auto representación individual. En fin, el individuo es presa de un
sentimiento
creciente de injusticia que surge de las condiciones democráticas, un
sentido
de frustración de pensar que ni los otros ni las autoridades públicas
se
esfuerzan lo suficiente para apreciar su propio valor individual. La
democracia
se percibe como “injusta” porque descuida o ignora al individuo.
La
ficción, según Fluck, ofrece la solución para los problemas de
reconocimiento y
autoestima que se producen en las sociedades democráticas modernas. A
un nivel
obvio, la ficción se torna un modo de comunicación en donde se autoriza
una
perspectiva individual a través de medios performativos. Por otra
parte, la
ficción puede articular aspectos de la experiencia individual que se
borran en
las grandes clasificaciones sociales. Así, hasta un cruel asesino como
personaje de ficción puede ser percibido como víctima de injusticia y
de reconocimiento
erróneo, siempre y cuando la idea de
injusticia sea evocada convincentemente a través de medios retóricos y
narrativos.
Con su maestría, Haddon logra conmover
al lector con un Christopher extremadamente frío, antisocial, y hasta
violento
cuando es molestado. La supuesta muerte de su madre no produce en él
sentimiento alguno, ni tampoco cuando descubre “su abandono,” ya que la
necesidad de volver con ella surge simplemente de ponerse a resguardo
de su
padre, en quien no confía después de saber que le ha mentido, y con el
que no
dudaría en usar su navaja si se le acercara. Sueña con un virus que
mate a toda
la humanidad excepto a los que tienen Asperger como él, y con no tener
que
encontrarse nunca más con nadie, o con ser lanzado solo al espacio. No
posee
“filtro social” alguno, y es incapaz de desarrollar estrategias para
diferenciar
lo que es moral y socialmente aceptable de lo que no lo es: puede
hablar sobre
el affair de su madre con el vecino del mismo modo en que habla del
perro de la
Sra. Alexander “haciendo caca,” o de cómo su compañero Steve es menos inteligente e interesante que un
perro, ya que no puede comer solo ni correr a buscar un palo. En la literatura, dice Dimock, persiste un
“residuo
de justicia,” un sentido de desfasaje y de insuficiencia o déficit que
señalan
la inadecuación de cualquier orden racional establecido por la ley y la
filosofía, ya que en la ficción a la justicia se le da una cara y una
voz (10).
Gracias al poder narrativo de Haddon, la cara y la voz de Christopher
exigen
reconocimiento, y se articula así su clamor de justicia individual.
La Justicia Individual
y la Ficción Experimental
Si
aseveramos con Fluck que la búsqueda de justicia individual no sólo es
un
elemento crucial en la atracción que ejerce la ficción sino que explica
su
éxito creciente en el mundo occidental moderno, entonces hemos de
preguntarnos
qué sucede y cómo funciona esta articulación del sentido de justicia
individual
en aquella ficción que no se ajusta al modelo mimético Dickensiano o
Jamesiano,
y que utiliza modos radicalmente
experimentales de representación o formas abstractas,
y se aleja de las convenciones genéricas
típicas del siglo 18 o 19, de su función moral y mimética: la ficción
experimental modernista y postmodernista. Fluck asegura que su proyecto
también
informa a obras de este tipo, ya que los reclamos de reconocimiento
informan
distintos tipos de literatura de diferentes maneras, y agrupa a esta
ficción
experimental en tres grupos[9]: 1)
Las novelas del siglo 20 que aún se apoyan en un nivel
representacional, en
donde la sociedad se reconceptualiza como sistema, y, por lo tanto, las
instancias particulares de falta de comprensión, maltrato, o crueldad
se
vuelven metonimias de la falta de humanidad e injusticia de la sociedad
como un
todo. Esto incluye desde el realismo modernista de Heminway hasta
autores de
los cincuenta como Salinger o Bellow, hasta la literatura de la
contracultura
de Vonnegut o Heller, y que revive, con varias modificaciones, en la
novela
“étnica” contemporánea. 2) La ecuación del sistema social con un modo
realista
de representación, de manera que la lucha entre poder social y
autoafirmación
individual se traslada al nivel de subversión narrativa o lingüística.
Ésta es
la tradición que comienza con Gertrude Stein y continúa con escritores
posmodernos radicales como Donald Bartheleme o Robert Coover. 3) El
traslado
del foco de empatía e identificación a la posición del lector, de
manera que es
el lector mismo quien debe recuperar una dimensión de significado y
experiencia
que ya no se expresa a nivel representacional. Tal es la tradición de
Faulkner
y otros escritores de la tradición sureña que, en la obra de Pynchon,
según
Fluck, se usa para otros fines.
Fluck
asevera que, en los tres casos, el reconocimiento de la subjetividad
continúa
siendo el proyecto central. En el primero, la redescripción de la
sociedad como
sistema impersonal y burocrático incrementa en el individuo la
sensación de
victimización. En el segundo caso, la transferencia de la idea de
opresión
sistémica de la vida social a los sistemas de representación radicaliza
la idea
de un ingenioso encierro sistémico en la
prisión del lenguaje y el discurso y, por ende, el desenmascaramiento o
subversión de dichos regímenes promete el camino hacia una “verdadera,”
casi
anárquica liberación. En el tercer caso, se ve claramente un paso
radical hacia
el reconocimiento de la interioridad del individuo, dado que el
significado ya
no reside en el nivel de representación sino en la forma de un
constructo mental
de lector, quien intenta dar coherencia a la información recibida.
El
éxito de TCI puede explicarse, al
menos en parte, porque puede ser encuadrado en las dos primeras
categorías, y,
en menor medida, en la tercera. Es decir, se presenta como fuente
generadora de
un sentido de justicia individual y de reconocimiento de la
subjetividad de
tres modos simultáneos. En primer lugar, la incomprensión de la que los
personajes son víctimas se vuelve fácilmente metonimia de la
inhumanidad e
injusticia de la sociedad como un todo. Christopher no es reconocido en
su
singularidad, su padre no es debidamente reconocido en su entrega a su
hijo, la
madre de Christopher no es suficientemente comprendida en su falta de
capacidad
para lidiar con su hijo, y el señor y la señora Shears no han sabido
entenderse
ni logran después de la separación ser comprendidos por los otros: uno
en su
necesidad de estar con su amante sin la carga del hijo de ésta, otra
malentendida por el padre de Christopher en su acercamiento. En fin, el
ser
víctima de incomprensión no es exclusividad del protagonista, sino que,
de una
u otra manera, todos son incomprendidos en sus debilidades y
necesidades, ya
que la sociedad como sistema impersonal no logra dar respuestas
particulares a
la necesidad de justicia y reconocimiento de sus individuos.
En
segundo lugar, la subversión gráfica y genérica de TCI
puede entenderse como el traslado del foco de la lucha entre
poder social y autodeterminación individual
al plano lingüístico, al equiparar el sistema social con un modo
convencional de representación ficcional. De esta manera, se exploran
modos
alternativos de liberación de convenciones sociales a través de la
subversión
de convenciones gráficas, estilísticas, y literarias.
En
tercer lugar, y en menor medida, TCI
también puede entenderse desde la descripción del tercer grupo, aquel
en que se
traslada el foco de empatía e identificación a la posición del lector,
de
manera que es el lector mismo quien debe recuperar una dimensión de
significado
y experiencia que ya no se expresa a nivel representacional. Si bien el
estilo
de Haddon dista ampliamente del de Faulkner, representativo de esta
tercer
categoría, resulta interesante explorar la dimensión que cobra la
ironía
dramática a lo largo de la historia, poniendo al lector en un lugar
privilegiado para dar sentido a la grieta entre lo que Christopher nos
cuenta
que ve y siente y lo que intuimos sucede en la historia a través de las
pistas
que, inadvertidamente, nos provee.
Conclusión
En
resumen, hemos visto cómo TCI logra
dar forma a un sentido de justicia individual y reconocimiento que va
mucho más
allá de la “identificación” con sus personajes o de pretensiones de
moralización social. Si bien Christopher nos conmueve por el
reconocimiento
erróneo del que es víctima, y nos reconocemos además en la
incomprensión de los
demás personajes, es el fenómeno de transferencia el que permite que
nuestra
interioridad toda se ponga en juego para articular nuestra subjetividad
como
sujetos, y es en esa dimensión única que la justicia individual toma su
máxima
expresión. En TCI, tal potencial se
vuelve especialmente fecundo cuando, al presentar la sociedad como
sistema frío
e impersonal, romper con las barreras lingüísticas en la
experimentación
gráfica, y explotar el recurso de la ironía dramática, ofrece múltiples
modos
de reconocimiento de la propia subjetividad para “hacer justicia” al
individuo
en su singularidad.
Bibliografía:
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Carole. “Mark
Haddon: 'What I love about theatre is that it's like being a kid
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Sunday 28 March 2010. Web.
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socialist
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Curious Incident of the Dog in the night-time. London: Vintage
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White, Glyn. Reading the graphic surface:
the presence of the book in prose fiction.
Manchester: Manchester University Press, 2005.
[1] Fluck aclara
aquí que, si bien el término ficción bien puede entenderse de manera
amplia y
trascender “lo literario,” en su artículo él se refiere a aquellos
textos
culturalmente considerados “ficcionales” (fictive),
sea su modo de representación “realista” o
no.
[2] El
término proviene de Life and Opinions of
Tristram Shandy, Gentleman, (1759-1767), obra de ficción de
Laurence Sterne
publicada inicialmente en nueve volúmenes que se caracteriza por la
reiterada
subversión de las convenciones gráficas.
[3]
Véase, por ejemplo, Pale Fire de
Nabokov, Breakfast of Champions
de Vonnegut, y Double or Nothing de Federman.
[4] TCI no es la excepción, ya que la novela A Spot of Bother (2006) explora la ansiedad extrema, el drama televisivo Coming Down the Mountain (2007) trata sobre el síndrome de Down, y la obra de teatro Polar Bears (2010) toca el tema de la depresión bipolar.
[5] La traducción es propia, así como de las citas directas de la novela.
[6] El contexto para la trama es
tan simple
como contundente: En un pasado cercano, los padres de Christopher no
tenían una
buena relación, y llegó un momento en que su madre no pudo más hacer
frente a
la condición de su hijo. Discutía mucho con su marido, y comenzó a
salir con el
señor Shears, un vecino, con quien eventualmente se marcha a Londres.
El padre
de Christopher, entonces, decide decirle a su hijo que su madre ha
muerto de un
ataque al corazón, para que no sepa la verdad. Con el tiempo, la señora
Shears,
quien ha quedado sola después de ser engañada por su marido, comienza a
visitar
a los Boone regularmente. Ilusionado con la posibilidad de una nueva
relación
amorosa y de una nueva compañera para cuidar de Christopher, le expresa
sus
sentimientos, es rechazado, y en un rapto de furia mata a su perro
luego de una
fuerte discusión. La narración comienza cuando Christopher descubre al
perro
muerto en el jardín y, como ama las historias de detectives, decide
descubrir
quién lo ha hecho, a pesar de la advertencia de su padre de que no lo
haga. Al
hacerlo, descubre que su padre le ha mentido dos veces, y esto trae
consecuencias insospechadas para él, quien debido a su condición no es
capaz de
tolerar la mentira.
[7] Dado que la identidad se moldea
en parte
por el reconocimiento de los otros, Charles Taylor afirma en “The
Politics of
Recognition” que el reconocimiento erróneo puede hacer daño y
transformarse en
una forma de opresión, encerrando a una persona en una falsa,
distorsionada, o
reducida forma de ser (98). Si bien podría afirmarse que el
reconocimiento
total y pleno no logra darse nunca, se entiende aquí por reconocimiento
erróneo al concepto estereotipado y reducido de
grupos históricamente incomprendidos o discriminados, “subalternos,” y
el grupo
de las personas con capacidades diferentes bien podría asociarse a esta
categoría.
[8] El concepto de neuro-diversidad
se asocia
a la idea que afirma que ciertos desarrollos neurológicos atípicos
(neurodivergentes) constituyen una diferencia humana normal que debe
ser
reconocida y respetada como cualquier otra variación. Dichos
desarrollos pueden
incluir no sólo al espectro del autismo, sino también a la bipolaridad,
el mal
de Parkinson, la esquizofrenia, y otros.
[9] Fluck se
encarga de aclarar que si bien los ejemplos que
provee son exclusivamente de la literatura norteamericana, sus
implicancias
pueden ser fácilmente generalizables, y también sugiere que si bien su
foco
aquí es el género novela, su clasificación puede extenderse a otros
géneros
literarios.