Sincronía Summer 2009


El panóptico dictatorial: La representación de la violencia política en El Señor Presidente (1946) y La noche de Tlatelolco (1971)

Donald Gene Pace

Claflin University


 

[O]ne dictator stand[s] for all of them, Juan Manuel de Rosas who is Porfirio Díaz, who is Juan Vicente Gómez, who is Doctor Francia, who is Guzmán Blanco, who is Trujillo, who is Somoza, each of them with his particular eccentricities.

Poniatowska, “Memory and Identity” 75

 

 

Jeremy Bentham inventó la palabra panóptico para expresar una idea arquitectural.  Según él, para mejorar la vigilancia en instituciones como prisiones, se puede construir un edificio con una torre en el centro y colocarlo en un lugar desde el cual se puede ver a todos los presos; “[a]ll that is needed, then, is to place a supervisor in a central tower and to shut up in each cell a madman, a patient, a condemned man, a worker or a schoolboy» (Foucault, Discipline and Punish 200).[1]  De esta imagen se deriva el principio panóptico que encierra lo que Flynn termina “the marriage of power and visibility” (279); una unión conceptual que se relaciona con lo que Levin llama “ocular-centrism” (Introduction, Modernity and the Hegemony of Vision 7).  Según Bentham, es importante que el poder panóptico se manifieste de forma visible pero a la vez sin poder comprobar (DP 201): si nunca se puede confirmar que alguien está vigilando, entonces cada preso siente como si alguien siempre está espiando. 

Michel Foucault amplificó y popularizó la imagen del panóptico en Discipline and Punish (1975).[2]  Él explica que el concepto panóptico de Bentham ha despertado mucho interés por causa de su flexibilidad y adaptabilidad, y arguye que esta idea emplea “a form close to that of the castle—a keep surrounded by wells—to paradoxically create a space of exact legibility” (citado por Flynn 279).  Existe la posibilidad bajo el poder panóptico no sólo de controlar a prisioneros sino de crear “the carceral city” y “the disciplinary individual” (DP 308).  Vemos en las ideas de Foucault, y observamos en las dictaduras latinoamericanas, que el panóptico tiene mucho más que ver con proceso que arquitectura: no es solamente un “dream building” sino “a way of defining power relations” con la ayuda de tal edificio soñado (DP 205).  Esta definición de las relaciones de poder tiene como premisa básica lo que Arteaga llama “a gross imbalance of power” (15).  Mientras se aumenta el conocimiento, el poder crece; así el Panóptico “gains in efficiency and in the ability to penetrate into men’s behaviour” (DP 204), y gana más capacitad para experimentar con maneras de reducir la libertad personal (Asturias) o de luchar contra las ideas democráticas (Poniatowska).  El panóptico provee la oportunidad de experimentar con procedimientos, castigos, transformaciones, y poder: “The Panopticon functions as a kind of laboratory of power” (DP 203-4).

El panóptico provee aumentadas posibilidades para acumular conocimiento y poder.  “A discourse in the Foucaultian sense is best understood as a system of possibility for knowledge” (Ashcroft, Griffiths, and Tiffin 167), y este conocimiento está íntimamente relacionado con el poder.  Foucault dice que “[k]nowledge follows the advances of power” y la combinación de “power-knowledge” fortifica otra conjunción que amenaza la libertad individual: “domination-observation”(DP 204, 305).  Según la perspectiva expansiva del teórico francés, el panóptico proporciona una manera en que los oficiales encargados de una ciudad o una institución—ya sea una prisión, una escuela, un hospital o un negocio—pueden ejercer control hegemónico sobre habitantes, presos, estudiantes, internados, o empleados con el apoyo de los grupos mismos.  Porque hay castigos para los que chocan contra el discurso predominante, estos objetos-humanos temen el ojo penetrante del panóptico que les pueda entregar a los que administran el castigo. 

Una clave del panopticismo, según Foucault, es la visibilidad, o supuesta visibilidad desde la torre.  La vigilancia es fundamental.  “Visibility is a trap” (DP 200).  Según Foucault, bajo un sistema panóptico, “Inspection functions ceaselessly.  The gaze is alert everywhere” (DP 195).  El panóptico impone “a power that insidiously objectifies those on whom it is applied [because] in the central tower, one sees everything without ever being seen” (DP 220).  Foucault dice que “[p]ower is tolerable only on condition that it masks a substantial part of itself.  Its success is proportional to its ability to hide its own mechanisms” (citado en Schrift 189).

La clasificación de los ciudadanos es una etapa básica en el control panóptico, y en la disciplina social.  Según Foucault “the contemporary disciplining society tries to act as a gigantic panopticon and devotes much of its efforts to classifying its citizens” (Spires 40).  Este proceso involucra “identifying, classifying, and segregating . . . citizens . . . The state is intent on developing classificatory systems whose primary purpose . . . is to account for every citizen” (40).  

El principio panóptico es bien conocido en varias disciplinas académicas—incluso la historia, la sociología, la ciencia política, la arquitectura, y la literatura—pero hasta ahora hace falta un estudio de la manera en que el panóptico se representa en la literatura latinoamericana.  Este ensayo intenta utilizar las ideas teóricas de Foucault que se relacionan con el panóptico para analizar la representación de la violencia política en las novelas de dictadura y de literatura testimonial.[3]  Hace hincapié en las maneras en que los gobiernos autoritarios (1) clasifican a los ciudadanos, (2) disciplinan a los que no comparten la visión discursiva de ellos, e (3) intentan establecer un medio ambiente en que cada persona teme la vigilancia panóptica.  El ensayo propone examinar dos obras de intelectuales políticos,[4] de distintos países latinoamericanos y de dos períodos: El Señor Presidente (1946) de Miguel Ángel Asturias y La noche de Tlatelolco[5] (1971) de Elena Poniatowska (1933-  ).[6]  La novela de Asturias es una ficción experimental y representa el poder, la violencia, y el poder panóptico de una manera ficticia.  El libro de Poniatowska representa estos temas de un modo mucho más histórico.  

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El Señor Presidente tiene ambiente guatemalteco y representa la dictadura de Manuel Estrada Cabrera, el líder del país desde 1898 hasta 1920.[7]  Los dictadores reconocen que la falta de conocimiento—la ignorancia popular—hace más fácil sus propios adelantos de poder, y reconocen la utilidad de clasificar a los ciudadanos de varias maneras, incluso con respecto al binarismo intelectual-ignorante.  Por supuesto, se preocupan mucho por estudiantes universitarios cuando buscan una voz discursiva (como se verá en el análisis de La Noche de Tlatelolco); prefieren tratar con los ignorantes, los enfermos, los marginalizados.  En la novela de Asturias se representa la colección de información para poder efectuar clasificaciones e imponer castigo con la imagen del bosque—con perros que ladran y “árboles de orejas” (Señor Presidente 147)[8]—que protege el discurso, el poder, la oscuridad, y la hegemonía dictatorial.  “Los perros seguían ladrando.  Una red de hilos invisibles, más invisibles que los hilos del telégrafo, comunicaba cada hoja [de los árboles de orejas] con el Señor Presidente, atento a lo que pasaba en las vísceras más secretas de los ciudadanos” (SP 147).  Esa “red de hilos invisibles” (SP 147) del Señor Presidente, como unos parrales ligados al panóptico, incluye hombres como el “coronel Parrales Sonriente” (SP 153), un secuaz  del dictador, el gran “Prohombre de ‘Nitche’, el Superúnico” (SP 370-71).  Los bosques también proporcionan distancia aisladora para los ojos que vigilan desde la torre del panóptico, y así protege al Señor Presidente del público y contra ataques eficaces contra su discurso violento, y sus medidas represivas; es un “bosque monstruoso que separaba al Señor Presidente de sus enemigos” (SP 147).  Sin embargo, no hay seguridad total para el dictador, y él vive escondiéndose de posibles y actuales enemigos.

El Señor Presidente ejerce lo que Foucault llama “[a] form of power whose main instance is that of opinión” (citado en Flynn 279), y la disciplina está estrechamente ligada a la opinión del dictador.  Esta opinión despótica involucra la censura, y el panóptico dictatorial procura censurar la palabra escrita.  Cuando Asturias escribe que “[e]l secretario concluía el despacho que el Señor Presidente firmaría dentro de unos momentos” (SP 139), no describe una práctica burocrática neutral sino representa la firma dictatorial que produce la incertidumbre, el miedo, la disciplina del estado, y aun la muerte.  Cuando uno de los secuaces del Señor Presidente escribe al “Excelentísimo Señor” como parte de un esfuerzo de atrapar a un hombre en una trampa de violencia, “[u]n hombre menudito, de cara argeñada y cuerpo de bailarín, escribe sin levantar la pluma ni hacer ruido—parece tejer una telaraña”» (SP 175).  La pluma, el silencio, y la red son potentes armas para el control del discurso político.  No se puede defenderse en un sistema en que “aquí no hay pelo ni apelo” y en que existe “la sentencia, redactada y escrita de antemano” (SP 320). 

En El Señor Presidente hay un fuerte grito contra una hegemonía irracional, contra la opinión caprichosa del dictador.  Los “gritos desaforados” del idiota Pelele no turban ni el “cielo ni el sueño de los habitantes” (SP 126).  El doctor Barreño tiene más prestigio en la sociedad, mas no puede cambiar el discurso dominante, aun con una expresión directa de la verdad, y cae víctima a la hegemonía del dictador guatemalteco (SP 138-44).  No tiene voz, sólo miedo: “¡y no poder gritar para aliviarse! . . . ¡y no poder gritar para aliviarse! . . . ¡y no poder gritar para aliviarse! . . . ¡Y no poder gritar para aliviarse!  Y la basca del miedo le, le, le, hacía tiritar” (SP 143).  La poderosa hegemonía discursiva (con control dictatorial y consentimiento público) se representa en la novela por el ambiente en que se mezclan la risa y la violencia.  Unos “niños reían [mostrando su consentimiento] de ver [a otro] llorar [que demuestra el efecto del control hegemónico] . . . Los niños reían de ver pegar” (SP 164).  Aun cuando el titiritero Benjamín “agrega sílabas a las palabras, como válvulas de escape para no estallar” (SP 164), no puede modificar el discurso.  Su grito exagerado de “Ilololológico” no tiene más influencia que su impotente exclamación “¡Ilógico! ¡Ilógico! ¡Ilógico!” (SP 164).  Tanto para el General Canales (inocente pero delincuente ante el poder de la opinión dictatorial) como para Guatemala, es como si “el universo entero se hubiera fragmentado” (SP 173).  Bajo el discurso del panopticismo, es indispensable recordar que “[t]ruth is what counts as true within the system of rules for a particular discourse; power is that which anexes, determines, and verifies truth.  Truth is never outside power, or deprived of power” (Ashcroft, Griffiths, and Tiffin 167): “¡No se pregunte, general, si es culpable o inocente: pregúntese si cuenta o no con el favor del amo, que un inocente a mal con el gobierno, es peor que si fuera culpable!” (SP 173).[9]  Con sus cuerpos y mentes subordinados a la mirada ilógica y arbitraria[10] del dictador panóptico, todos son víctimas del “visible and invisible body of the monarca” (DP 213).

El castigo y el silencio se interrelacionan en El Señor Presidente.  El silencio es cosa de terror procedente del panóptico, terror personificado por la insistente voz de un encarcelado:  “no se callen; el silencio[11] me da miedo, tengo miedo, se me figura que una mano alargada en la sombra va a cogerme por el cuello para estrangularme” (SP 311).  Es una dictadura que emplea un “Cara de Ángel” de una manera utilitaria, pero como éste supo, aun los que sirven al dictador tienen que vivir en un ambiente de pavor.  Asturias representa este miedo al escribir de “la respiración de una sordomuda encinta que lloraba de miedo . . . lloraba de miedo” (SP 116).  Describe un mundo en que “los perros . . . en la calle mueren envenenados por la policía” (SP 124), y se oye el grito frecuente del atormentado Idiota, “¡Madre! ¡Madre! ¡Madre!” (SP 129), grito contradiscursivo que no influye nada en el discurso de violencia patriarcal del dictador, el neo-Tohil[12] Estrada Cabrera, el “Señor Presidente”.  Según Walker, “As well as using the mute idiot as a symbol of the silent masses who have no voice under despotism, Asturias introduces the subtle portrait of the mother-loving figure [who falls victim to] the domination of the over-aggressive father-figure” (63).

El concepto de “the carceral city” y “the disciplinary individual” (DP 308) se representan explícitamente en El Señor Presidente:  “Y pensar que en la ciudad todo debe estar como si tal cosa, como si nada estuviera pasando, como si nosotros no estuviéramos aquí encerrados” (SP 312).  El sentido de estar “encerrados” se atañe a la objetivización de los ciudadanos.  La oposición binaria ver-no ver es fundamental en la vigilancia que describen Bentham y Foucault, y el panóptico ilumina los cuerpos y las mentes del público mientras oscurece, o esconde, los cuerpos las intenciones de los líderes.  Asturias representa la dictadura con el color negro, símbolo de la oscuridad: “El Presidente vestía, como siempre, de luto riguroso: negros los zapatos, negro el traje, negra la corbata, negro el sombrero que nunca se quitaba” (SP 145).  Desde el comienzo de la novela—“¡Alumbra, lumbre de alumbre!” (SP 115)—el tema de la luz contra la oscuridad es central en El Señor Presidente. 

Un medio ambiente de temor se representa en El Señor Presidente por la conexión entre lo visible y lo no comprobable (DP 201).  Nunca se sabe si la vista proveniente del panóptico del soberano les está vigilando o no.  Brown nos recuerda que el Señor Presidente “occupies several residences at the edge of the city, as well as the presidential palace.  But no one knows where he sleeps.  He is everywhere, and nowhere.  His multiple dwellings are depicted in the novel’s imagery as an extension of the President himself, as though his tendrils stretch out through the trees, the guards and dogs that surround him” (“Atopology of Dread” 344).  Asturias representa el medio ambiente con un tono oscuro, bestial e incómodo: “¡El cementerio es más alegre que la cuidad!” (SP 129); en esta atmósfera de “heridas” y “miedo” hay regocijo entre zopilotes, perros, y murciélago rapaces, mas no entre el público humano (SP 136-37).

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Bajo una foto al principio del La Noche de Tlatelolco, Poniatowska emplea el término “Señor Presidente”.  Este libro se trata de la violencia en México bajo Díaz Ordaz, el presidente del país durante los años 1964-1970, y un títere político del Partido Revolucionario Institucional (PRI).[13]  Cómo pregunta uno de las muchas víctimas de violencia que entrevistó Poniatowska, “¿Puede hablarse de sólidas tradiciones democráticas cuando de hecho no hay más que un partido político?” (NT 20).  El tema principal de este libro de testimonio es la brutalidad de los militares del estado contra un grupo largo de estudiantes y otros que quieren una política más justa y abierta.  La masacre de 2 de octubre de 1968 sucede unos pocos días antes del comienzo de los juegos olímpicos en la Ciudad de México. 

Una de las personas entrevistadas en La Noche de Tlatelolco habla de las “orejas” y los “chivatos” que hay “en todas partes” y de cómo “reinaba un ambiente de temor, de absoluta desconfianza” (NT 71), una expresión similar a la descripción de los bosques en El Señor Presidente.  La representación de la violencia contra los estudiantes se presenta principalmente como un tejido de fragmentos cortos.  Poniatowska pinta un cuadro de descontento general.  Foster explica que “Poniatowska and the students, teachers, intellectuals, and members of the general public whom she interviewed insist that a general pattern of repression of dissent had emerged in Mexico” (“Latin American Documentary Narrative” 45).  Al principio del libro, parece que hay una “simple dicotomía entre opresores (culpables) y oprimidos (inocentes)” pero Poniatowska demuestra que hay “diferencias internas que existen dentro del Movimiento” (Jörgensen, “Intertextualidad en La Noche de Tlatelolco” 83).  Esta técnica editorial no sólo da más integridad al testimonio colectivo que presenta La Noche de Tlatelolco sino deja que la “autora” (que de hecho escribe muy poco)[14] habla (a través de los testimonios de otros) “sin recrear el mismo juego autoritario-monológico contra el cual Poniatowska escribe” (83).

Según Foucault, el enlace entre las instituciones públicas y el control del discurso predominante fue un fenómeno típico.  Las instituciones tienen prestigio y poder, y pueden ayudar con la clasificación de la gente y así preparar la vía para el castigo de los que contravienen el discurso principal.  En La noche de Tlatelolco, el PRI mantiene su poder discursivo a través del control de unas instituciones importantes.  Por ejemplo, Poniatowska sugiere una relación hegemónica entre el PRI y la iglesia preponderante.  Amargamente nota que el convento al lado del lugar de la masacre del 2 de octubre no abre sus puertas para cuidar a los heridos.  Según una antropóloga, que “venía en nombre de un grupo de madres de los muchachos muertos y heridos”, los representantes de una iglesia cercana ni están dispuestos a convocar misas por falta de tiempo, aunque opina ella que “será la única iglesia en México que tiene todo el tiempo cubierto” (NT 270).  Puede ser que el ambiente de miedo haya afectado la iglesia.  Poniatowska demuestra que el PRI ejerce poder mediante las armas militares, el control de la prensa, el habla pacífica acompañado por acciones bélicas, la manipulación de los medios de comunicación, y la apropiación de los mitos[15] del pueblo.  En parte, la dificultad en cambiar el discurso político procede del desafío de cambiar las instituciones de poder.

Los estudiantes quieren romper el silencio asociado con la política, la disciplina y la desigualdad.  Ellos y otros que intentan cambiar el discurso principal efectúan protestas públicas, convocan reuniones en lugares simbólicos (incluso la Plaza de las Tres Culturas[16]), imparten mensajes en cartelones y volantes, hacen la letra V (victoria) con las manos, y protestan la matanza.  Como hemos visto en El Señor Presidente, el grito es una síntoma de la angustia que sienten los oprimidos.  Claman “DIÁ-LO-GO-DIÁ-LO-GO-DIÁ-LO-GO-DIÁ-LO-GO-DIÁ-LO-GO-DIÁ-LO-GO-DI” (NT 20), pero el cambiar el diálogo político es cosa sumamente desafiante porque el PRI controla las instituciones de poder, y también gasta mucho dinero para fortalecer su control hegemónico del pueblo: “Se desperdician millones de pesos en esta propaganda para que la masa ignorante y crédula engulla las virtudes excepcionales del candidato propuesto por el PRI” (NT 21). 

En la novela de Poniatowska, los estudiantes en la Plaza de las Tres Culturas aspiran estrenar una protesta política en un escenario[17] público y mítico pero se estrellan contra el PRI y un pasado autoritario.  Más parecidos a súbditos neo-aztecas que neo-griegos, los estudiantes son víctimas expiatorias de una tradición mítica, de una red de tecnología militar, de un nexo de conocimiento y poder, y de la vigilancia del panóptico PRI.  Como neo-aztecas, algunos de los soldados se habían escondido en las ruinas aztecas.  Octavio Paz lamenta que el brutal pasado ya vive de nuevo.  Paz percibe una relación entre los sacrificios humanos por el PRI el los de los aztecas (Paz, Laberinto de la soledad I: 229; Santí, “El sueño compartido” II: 128-129).  Es obvio que el PRI se preocupa por mantener el control sobre el discurso mediante la tecnología.  Después del masacre de octubre de 1968, hay “una rápida tecnificación de los cuerpos represivos; los granaderos usan escudos, garrotes, máscaras y sustancias químicas modernas; se modernizan también los cuarteles; los viejos mosquetones son sustituidos por rifles automáticos y en Ciudad Sahún han comenzado a fabricarse los tanques ‘antimotín’” (NT 113).

Después de la masacre de Tlatelolco, el público en general se manifiesta su consentimiento del poder hegemónico del PRI por su silencio.  “In the immediate aftermath of the massacre, Mexico City returned to an appearance of normality, to a state of silence and ignorance which, to Elena Poniatowska, signified a tacit complicity with the official violence” (Jörgensen, “Framing Questions: The Role of the Editor in Elena Poniatowska’s La noche de Tlatelolco” 81).

Según la representación en La noche de Tlatelolco, el partido dominante intencionalmente miente al público en cuando a su propia culpabilidad por la brutalidad del 2 de octubre.  De está manera intentan convencer al público que la disciplina—que incluye encarcelamiento, sufrimiento, y muerte—es necesaria y merecida.  A fin de mantener el poder hegemónico, el PRI desvía la atención pública para que no se culpe a los que controlan el discurso del panóptico.  Según un testigo, el PRI provoca la violencia[18] y entonces la atribuye a los estudiantes; el PRI los clasifica como desleales y subversivos.  “Sabíamos que la policía usaba grupos de pandilleros y malvivientes que al grito de ‘¡Vivan los estudiantes!’, cometían atropellos contra la población” (NT 85).  Él explicó que “esas tácticas no eran nuevas para la policía ni desconocidas para la población. . . . Pero en general se supo distinguir muy bien entre los actos de los estudiantes . . . y las francas provocaciones e intentos de desprestigiar urdidos por la policía” (85). 

El PRI también procura persuadir al país que los estudiantes son peligrosos francotiradores.  Entre los encabezados de importantes diarios el día después de la masacre son estos: de El Nacional, “El Ejército tuvo que repeler a los Francotiradores” (NT 165); de El Universal, “Tlatelolco, Campo de Batalla.  Durante Varias Horas Terroristas y Soldados Sostuvieron Rudo Combate” (165); y de la publicación Novedades, “Balacera entre Francotiradores y el Ejército en Ciudad Tlatelolco” (164).  Según La Prensa del 3 de octubre, “Los francotiradores no se conformaron con rociar de proyectiles a mujeres, niños y gente del pueblo que había asistido al acto y comenzaron a disparar contra elementos del ejército y la policía que rodeaban ya la plaza para impedir que se efectuara una manifestación . . . Al caer heridos los primeros elementos del ejército y policías se dio la orden de contestar el fuego” (NT 195).  

Hay similitud entre el tono lúgubre y el contenido trágico de El Señor Presidente y La noche de Tlatelolco.  El texto que esculpe Poniatowska refleja el tono de tragedia de los que aguantan la represión del poder panóptico del PRI.  Foster dice que “the overall tone of Noche creates the sense of a tragic event that transcended the power of the participants to control it»” y que la masacre no fue un accidente aislado “but rather the dramatic example of repression inherent in the Mexican system of government” (“Latin American Documentary Narrative” 46). 

El medio ambiente de incertidumbre, desilusión, y terror que el PRI infunde surte su efecto en decisiones de grupos e individuos.  Poniatowska incluye una referencia breve acerca de dos prominentes Mexicanos que renuncian sus puestos influyentes como grito pacífico contra el discurso bárbaro del PRI.  “La renuncia del rector [Javier Barros Sierra] es un acto de civismo sólo comparable al de Octavio Paz renunciando a la Embajada de México en la India, semanas después, porque no podía representar a un gobierno que asesina a su pueblo” (NT 75; Paz, Laberinto de la soledad, I: 218-29).  Según el rector, “Los problemas de los jóvenes sólo pueden resolverse por la vía de la educación, jamás por la fuerza, la violencia o la corrupción.  Ésa ha sido mi norma constante de acción y el objeto de mi entrega total, en tiempo y energías, durante el desempeño de la rectoría” (NT 75).  Paz se exiliaba durante diez años y criticó el PRI con su potente pluma de afuera.  El grito de los propios estudiantes se lanza contra “all the major political institutions of the country and their inadequacies” (Shapira, “1968 Student Protest” 562).  Poniatowska incluye una nota editorial que habla del “eco del grito de los que murieron y el grito de los que quedaron.  Aquí está su indignación y su protesta.  Es el grito mudo que se atoró en miles de gargantas, en miles de ojos desorbitados por el espanto el 2 de octubre de 1968, en la noche de Tlatelolco” (NT 164).  Uno de los hermanos de Poniatowska murió en la masacre; como dice Eduardo Duhalde, “Escribir sobre el Estado Terrorista, cuando éste se asienta sobre el dolor y la sangre de nuestros hermanos, no es tarea fácil ni agradable” (cited in Foster, “Argentine Sociopolitical Commentary, the Malvinas Conflict, and Beyond: Rhetoricizing a National Experience” 16). 

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“In the central tower”, explica Foucault, “one sees everything without ever being seen” (DP 202).  Pero al pasar el tiempo, los hilos hegemónicos del sistema panóptico descubren sus secretos políticos y personales.  La importancia del tema ver-no ver es evidente en las dos obras y en el título del libro de Poniatowska; ella no ha escrito El día de Tlatelolco.  En los dos textos prevalece la oscuridad, oscuridad que ilumina la vista de los que ocupan el panóptico. 

Para mantener mejor la credibilidad pública, es importante que la vigilancia del panóptico frecuentemente logra el descubrimiento de actividades transgresivas.  La hegemonía discursiva en Guatemala y México se fortalece por la oposición al crimen.  En práctica, el crimen se define como el no estar de acuerdo con el dictador o el partido político dominante.  Sin el crimen—incluso el buscar la democracia por medios pacíficos en México—esta hegemonía no funciona bien: “El crimen es preciso porque garantiza al gobierno la adhesión del ciudadano” (SP 173).

En ambos libros, hay una representación de un contradiscurso, una lucha contra la vigilancia cuyo emblema es el panóptico, un combate contra el silencio opresivo.  Como hemos visto, en El Señor Presidente y La noche de Tlatelolco, los que intentan cambiar el discurso prevalente comúnmente utilizan el verbo gritar.  Mas sus gritos no cambian el discurso prevalente.  Tal como se ve en los libros de Asturias y Poniatowska, la representación del poder que posee el dictador para castigar a los que no conforman a su opinión es extensivo.  El panóptico silencia a los que gritan.

La obsesión en el panóptico por mantener sano[19] al público es una obsesión tanto irónica como hipócrita.  En El Señor Presidente, se representa la violencia contra los sanos de la sociedad al hablar de la muerte de ellos en un hospital guatemalteco; 140 soldados perecen de una fingida “enfermedad nueva” (138).  La disidencia política—que quiere decir no estar de acuerdo con el partido de Estrada Cabrera en Guatemala o el PRI en México—se considera como enfermedad, como anormalidad, como actitud transgresiva.  El panóptico y la plaga proporcionan símbolos importantes en el análisis de los gobiernos de Estrada Cabrera y Díaz Ordaz.  Para controlar una plaga, por ejemplo, podría requerir “enclosed, segmented space, observed at every point . . . in which the slightest movements are supervised, in which all events are recorded . . . in which power is exercised without división, according to a continuous hierarchical figure  . . . all this constitutes a compact model of the disciplinary mechanism.  The plague is met by order” (DP 197).  Según Jara, “durante siglos, las enfermedades epidémicas fueron una metáfora del desorden social, de fenómenos ofensivos a la paz, la religión o las costumbres” (32). 

Ambos gobiernos—el guatemalteco y el mejicano—ataca sus propias plagas, ya reales o imaginadas, con orden.  Cada uno intenta efectuar “the penetration of regulation into even the smallest details of everyday life through the mediation of the complete hierarchy that assured the capillary functioning of power” (DP 198).  Aunque la vista omnipresente[20] no funciona perfectamente en sus países, estos líderes—verdaderas plagas autoritarias humanas—efectúan la persecución de los marginalizados de Guatemala y México[21] mientras infunden el temor y hasta el terror entre ellos.[22] 

En los dos textos, la representación de la violencia se relaciona con los mitos del pasado y del presente.  El pasado mítico-violento tiene mucho que ver con el discurso que emana del panóptico latinoamericano.  Una estudiante mexicano percibe un nexo entre el presente y el pasado histórico-mítico de la revolución mexicana: “¡A mí me tocó a Pancho Villa!” (NT 54).  Un comerciante norteamericano que estaba en México por los juegos olímpicos queja: “¿Qué, así se dialoga en México?  ¿A balazos?  ¡Por lo visto Pancho Villa sigue haciendo de las suyas!” (NT 262).  En Guatemala, “El Tohil exigía sacrificios humanos” (SP 376) para que él no les quitara el fuego.  En el Siglo XX, los gobiernos de Guatemala y México “sacrifican” a seres humanos,[23] una práctica que representa incómodos reflejos de pasados míticos con sus ritos brutales,[24] como si el poder (fuego) no continuara sin más sacrificios.  Los mitos del pasado tienen importancia particular para los que desean interpretar la literatura latinoamericana.  Es imprescindible considerar, como dice Foster, “the uniqueness of its pre-Columbian heritage” para descubrir “Latin American national and regional identity” (Alternate Voices xii).  Los líderes violentes que controlan el discurso hegemónico, a su vez, parecen ser esclavos supersticiosos de una hegemonía en que el poder político se nutre de la sangre humana, incluso la sangre de militares (como Canales) y estudiantes (como el hermano de Poniatowska).  Con represión y violencia utilitarias, siguen la filosofía bárbara e irónica “para que siga viviendo la muerte” (SP 376).[25]  “Sobre hombres cazadores de hombres puedo asentar mi gobierno” declara el “Dador de Fuego” Tohil (SP 376).  Así el discurso violento es un discurso hegemónico en que participan no sólo los dictadores sino “cada cazador-guerrero” (SP 376). 

El discurso de violencia recibe apoyo por el culto a la personalidad, que tiene fuentes de poder en la tecnología y la tradición mítica religiosa.  Asturias escribe de “[u]n retrato del Señor Presidente . . . con ferrocarriles en los hombros, como charreteras, y un angelito dejándole caer en la cabeza una corona de laurel.  Retrato de mucho gusto” (SP 148).  Vemos la combinación del culto a la personalidad y un reino de terror en El Señor Presidente.  El Auditor General de Guerra esparce el terror mediante sus interrogaciones (123).  La muerte del Mosco, por atacar el discurso sobresaliente al decir la verdad (125), es ejemplo del discurso matador.  El doctor Barreño—¡ese animal!—también cae víctima a la dictadura por insistir en la verdad.  “Un ojo de vidrio y un ojo de verdad” (132) [26] representa la falsedad del dictador: el “Presidente de la República, Benemérito de la Patria, Jefe del Gran Partido Liberal y Protector de la Juventud Estudiosa” (133).  Foucault habla de las tecnologías del poder, un concepto de importancia en las dictaduras latinoamericanas del Siglo XX.  En la trágica plaza de Tlatelolco, hay miles de soldados, y tecnología militar que incluye ametralladoras, bayonetas, yips, pistolas, helicópteros, bombas, balas expansivas, y tanques (NT 167-68, 173, 183, 254).  Los estudiantes tienen palabras, cuerpos no armados, y cartelones, todos expuestos al poder panóptico.  Aun el poder de la palabra se les niega porque no alcanzan utilizar con eficacia ni radio ni woki-toki (NT 182-83).  Díaz Ordaz, como un Tohil mexicano, requiere sacrificios humanos, víctimas fusiladas.  Quiere fortalecer su influencia hegemónica y emplea el tiempo, el mito, la mentira, y los tanques para persuadir a los ciudadanos a dar su consentimiento a su control de la torre panóptica.  Para hacer más espléndido su propio personaje, y crear un mito personal, el Superúnico del Distrito Federal emplea los medios de comunicación y de ejecución para llevar a cabo sus deseos malignos.  

Con cuerpos visible-invisibles, los líderes de los dos regímenes ven al mundo con lentes binarias, una práctica que aumenta las posibilidades de encontrar, clasificar, aislar y castigar a quienes se oponen a su poder hegemónico.  Practican lo que Foucault llama “binary division and branding (mad/sane; dangerous/harmless; normal/abnormal)” (DP 199).  El idiota (loco) sufre y muere en El Señor Presidente y los estudiantes (peligrosos) son víctimas de la brutalidad del estado en La noche de Tlatelolco.  El panóptico es “polyvalent in its applications” (DP 205); así tiene una inmensa capacidad de infundir el terror.  Hace posible el asesinato de un retrasado mental en El Señor Presidente y la transformación de secuaces en enemigos en La Noche de Tlatelolco.  Con el apoyo del panopticismo, los dos dictadores aumentan su capacidad de ver sin ser visto, y disciplinar sin sufrir represalias. 

Este ensayo ha examinado la representación literaria de dos sistemas dictatoriales con enfoque particular en el panopticismo de Foucault.  Ha analizado una novela de la vanguardia (El Señor Presidente) y un libro testimonial (La noche de Tlatelolco.  Eckart dice que “it may be that no narrative form can be fully adequate to the reality of Latin American dictatorships.  However, it would seem that an avant-garde novel like Asturias’s, on the one hand, and a testimonial novel, on the other, can both be reasonably successful at resolving, in literary form, the problem of the nonrepresentibility of social terror” (86).  La aplicación de un nuevo acercamiento crítico, él del panóptico, nos da una herramienta útil para comprender mejor la representación literaria de las dictaduras latinoamericanas de Siglo XX.  La manera en que cada líder autoritario—Estrada Cabrera y Díaz Ordaz—ha controlado el discurso de la “comunidad” que él mismo ha “imaginado”[27] es asunto de mucha importancia histórica, literaria, y . . . humana. 



[1] En las siguientes notas, se usará la abreviatura DP en lugar de Foucault, Discipline and Punish.

 

[2] La traducción ingles se publicó en 1977.

 

[3] Los libros de dictadura—que incluyen “one of the key phenomena of Latin American society, the dictador” (Foster, Alternate Voices 2)—constituyen un género distintivamente latinoamericano, aunque fue un libro del español Ramón del Valle-Inclán, Tirano Banderas (1926)—con tema de la dictadura latinoamericana—el que tuvo la mayor influencia en los precursores del género.  Fernández examina el tema de la dictadura en “Las dictaduras en El Señor Presidente”.  El texto de Poniatowska que se estudia en este trabajo forma parte de una significante tradición literaria latinoamericana.  Foster arguye: “Although the nonfiction narrative has a certain prominence in English, I contend that it is both an integral part of contemporary Latin American writing, and, in fact, symptomatic of the goals of the Latin American writer” (Alternate Voices xv).  Según Gugelberger y Kearney, “Testimonial discourse . . . speaks for those who previously were not allowed to speak” (10), da “[v]oices for the [v]oiceless”, y forma “part of a global reordering of the social and economic contexts of power/difference within which ‘literature’ is produced and consumed” (6). Randall escribe que la literatura testimonial es un resultado de movimientos sociales en Latinoamérica, y llama el testimonio “a new form that crossed the boundaries of literature and journalism” (108).  Franco describe el libro de Poniatowska como un “collage of eyewitness accounts and newspaper reports” (Decline and Fall 196).  La novela de la dictadura y el testimonio son dos géneros relacionados a la literatura Latinoamérica: “examining Latin American women’s recent testimonial literature as a direct offshoot of and response to the military repression of the 1970s must also inform our analysis of this discourse” (Sternbach 91). 

 

[4] Según Jameson, “All third-world texts are necessarily . . . allegorical [and] in the third-world situation the intellectual is always in one way or another a political intellectual” (69, 74).

 

[5] Tlatelolco es el nombre indio por el lugar en que se halla la Plaza de las Tres Culturas.  “In Mexican colonial history, the night the Aztecs of Tenochtitlán massacred Cortés’s tropos, 30 June 1520, is known as la noche triste.  In Mexican contemporary history, the night of 2 October 1968 is known as la nueva noche triste . . . It is also referred to as la noche de Tlatelolco” (Young 71).  Se identifica La noche de Tlatelolco, por Poniatowska, como NT en las demás notas de este trabajo.

 

[6] Los dos textos, aunque no todos son novelas en el sentido tradicional, nos permiten vislumbrar “the profound, structural interrelation of nation, novel and individual such that the relation of the individual as social form to the novel as narrative form is homologous with its relation to the nation as phenomenological, perhaps even ideological form” (Larsen, Determinations 181).

 

[7] Según Gutiérrez Mouat, “Asturias cuenta que de niño tuvo que mudarse de la ciudad al campo obedeciendo a un capricho de Estrada Cabrera, que había dejado cesantes a sus padres” (647).  Himelblau presenta un excelente resumen de El Señor Presidente, incluso su ambiente histórico, en “El Señor Presidente: Antecedentes, Sources, and Reality”.

 

[8] Se empleará SP como abreviatura por El Señor Presidente en las siguientes referencias.

 

[9] Lo mismo podría haberse declarado a los protagonistas en La noche de Tlatelolco: “¡No se pregunten, estudiantes democráticos y pacíficos, si son culpables o inocentes: pregúntense si cuentan o no con el favor de Díaz Ordaz, que un inocente a mal con el PRI, es peor que si fuera culpable!”.

 

[10] Los guatemaltecos y mexicanos son piezas en un tablero de ajedrez en la cual la mayoría son personas sin cara, “los otros”, con reglas arbitrarias establecidos por “historical a priori” (Foucault, The Order of Things xxiv), por la voluntad de los soberanos políticos, y bajo la vigilancia del panopticismo.

 

[11] En “Discourse of violence”, Patricia E. O’Connor habla de la utilidad de “discourse análisis of the language of surviving victims” (312), y de la relación entre “silence” y “violent acts” (313) .

 

[12] Figura mítica de la cultural mexicana.  

 

[13] Durante el Siglo XX, el Partido Revolucionario Institucional casi siempre controló la política de México.  Cuando Vicente Fox, un candidato de otro partido, ganó la presidencia el 1998 fue una victoria singular.  Elena Poniatowska y Octavio Paz, dos elocuentes escritores, combatieron el control del discurso por PRI.  “Poniatowska, a reporter at the time, interviewed many survivors to establish that there had been no provocation by the students and that the number of dead far surpassed the oficial count.  Her primary purpose was to denounce the regime and to alert the world to the truth of Mexican conditions” (Jaksic 597).  Información biográfica sobre Poniatowska está en Jörgensen, “Elena Poniatowska”.

 

[14] Las referencias a la autora Poniatowska en verdad son citas de otros que aparencen en el libro de testimonios recogidos por ella.  Sin embargo, la organización de las citas es una obra maestra.  

 

[15] “Yo nunca he pensado realmente en Zapata como en un símbolo estudiantil, un emblema”, dice una estudiante de ciencias políticas.  “Zapata ya está integrado a la ideología burguesa; ya se lo apropió el PRI” (NT 40).

 

[16] “The ‘three cultures’ refer to the Aztec ruins, the colonial church, and the modern apartment buildings for middle-class residents; it is meant to symbolize the síntesis of different elements within the nation” (Franco, Decline and Fall 196).

 

[17] En las palabras de Foucault, “We [Mexican students] are much less Greeks than we believe.  We are neither in the amphitheatre, nor on the stage, but in the panoptic machine, invested by its effect of power, which we bring to ourselves since we are part of its mechanism” (DP 217). 

 

[18] “The overwhelming majority of Tlatelolco literature vindicates the student movement and condemns Díaz Ordaz and his government for the violent supression of the students’ demands and activities” (Jörgensen, The Writing of Elena Poniatowska: Engaging Dialogues 75).

 

[19] Se emplean imágenes médicas-sociales en varios textos literarios latinoamericanos, incluso Pueblo enfermo, Enfermedades sociales: los problemas contemporáneos, por Manuel Ugarte; y Radiografía de la pampa, por Ezequiel Martínez Estrada (Alonso, The Spanish American Regional Novel 13).  Alonso emplea el término “diagnostic probing” (13).

 

[20] El pensamiento hegeliano contribuye al entendimiento del concepto de omnipresencia: “. . . openness for Hegel involves being able to turn from the presence of one set of objects to the presence of others, and so being able to open out onto a whole surrounding, omnipresent space” (Houlgate 119).

 

[21] Larsen opina que “the recent proliferation in Latin America of so-called testimonial narratives like that of Rigoberta Menchú, as well as the fictional and quasi-fictional texts that adopt the perspective of the marginalized (see, inter alia, the works of Elena Poniatowska, Eduardo Galeano, and Manlio Argueta), give some evidence of postmodernity insofar as they look for ways of ‘giving voice’ to alterity” (Reading North by South 176).

 

[22] “The major effect of the Panóptico”, explica Foucault, es “to induce in the inmate a state of conscious and permanent visibility that assures the automatic functioning of power” (DP 201). 

[23] Foster escribe que “the fact that the 2 October [1968] massacre took place in the Plaza de la Tres Culturas has been interpreted as symbolic of Mexico’s ties to the blood sacrifices of its Aztec roots” (Alternate Voices 14).

 

[24] Vemos aquí lo que Mary Louis Pratt termina “contact zones”, zonas fluidas y dinámicas que constituyen “social spaces where cultures meet, clash and grapple with each other” (citado en Larsen, Reading North by South 136).

 

[25]   El tema de cazadores-cazados se desarrolla en Himelblau, “Tohil and the President” y Urza, “Metáfora y deshumanización”.

 

[26] El imagen del ojo se discute en el perceptivo artículo de Campion, “Eye of Glass, Eye of Truth”.

 

[27] Véase Benedict Anderson, Imagined Communities.

 

 

 

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Sincronía Summer 2009