Sincronía Fall 2008


Historias que nos contamos: una redescripción de Zapata para los niños

María Dolores Pérez Padilla


Hispanoamérica vive, desde hace algunas décadas, un florecimiento de la novela histórica. Estudiosos como Seymour Menton ven en la refundación de este género una vocación histórica de nuestra literatura.

Uno de los primeros estudiosos latinoamericanos que hizo notar este fenómeno fue Rodríguez Monegal quien tiene, por cierto, una forma original de acercamiento analítico al género. A diferencia de los que se refieren al paradigma scottiano como la novela que introduce personajes y eventos historiográficos sólo con el fin de ambientar la trama, y cuyos personajes protagonistas son, generalmente, ficticios, Monegal sostiene que lo que Scott hacía era reconstruir la historia británica desde la perspectiva de una novela de los márgenes.

No podría decir que éste es, plenamente, el caso de Emiliano Zapata: un soñador con bigotes, novela de Guillermo Samperio, publicada en 2004, y que se distingue por ser un relato que habla a los niños, pero sí, que -aunque se trate de una figura que por haber ocupado un papel central en un momento tan relevante de nuestra historia es incorporada a la historiografía oficial- es un personaje que viene de los márgenes, y que la novela busca, en buena medida, dialogar con los niños sobre la historia de la lucha de ese hombre en ese mundo marginado.

No es la única novela sobre el personaje publicada en estos años. En 2006, apareció Zapata de Pedro Ángel Palou. De hecho, y debido a la cercanía del Centenario de la Revolución, y el Bicentenario de la Independencia han venido publicándose narraciones que se ocupan no sólo de lo acontecido en estas dos fechas, sino de relatos que tratan de distintos momentos de nuestra historia.

Estas fechas no son el único motivo que origina tales publicaciones. Semejantes aniversarios encuentran a nuestro país en plena crisis y cambios políticos. El año dos mil fue testigo de la caída del régimen (al menos en el formato acostumbrado) que, nacido de los cambios que trajo la Revolución, se mantuvo en el poder la mayor parte del Siglo XX. El movimiento (propio de los períodos de crisis) va, sin embargo, más allá de la llegada de la derecha al poder, y se expresa en diversas formas y direcciones. Una de éstas consiste, en términos amplios, en un intento, desde ángulos distintos, por redescribir nuestra historia. La expresión literaria que señalé antes es parte de esa tarea.

Asumo en este trabajo que tanto la historiografía como el relato de ficción son textos narrativos: historias que nos contamos. Cierto la historiografía se informa en el archivo; es su punto de partida, a su amparo, se dice verdadero. Para atestiguar verdad o falsedad de la historia, remite a él. Pero, desde hace décadas, los estudiosos de la historiografía están conscientes de que la imaginación juega un papel importante en la hechura de ese discurso: saben que comparte algunas formas de representación del relato de ficción. Por ejemplo, ciertos procedimientos explicativos. No sólo recopilan eventos, los organizan de manera tal que constituyan un todo con sentido; los hechos se disponen de manera que resulten en una historia.

Pero además de este discurso de primer orden, cuya referencia son los hechos, la historiografía apunta, de manera indirecta, a otro referente: el interés que mueve al historiador a compartir esa historia que contendrá aquello que el autor busca que no quede en el olvido. Así, por medio de ese relato, el historiador trata de ponernos en contacto con un campo del pasado, que lo relacionemos con nuestro tiempo, que estos dos tiempos dialoguen entre sí para que nuestro horizonte crezca.

Sin embargo, aún en aquellos casos en los que el historiador se proponga realmente

la imparcialidad, la subjetividad entrará en la construcción de la historia en mayor o menor grado. Lo seguro es que la historia se cuenta desde el presente, con instrumentos del presente, buscando que leamos en determinada manera la actualidad, y que proyectemos,

a través de esa lectura, nuestro futuro.

La ficción, por su parte, no está sometida al dato concreto, su referente es otro. En términos generales, su relato es más la exploración del ser humano. Se pregunta más por la actitud de cierto tipo de personas que por el "evento real". La imaginación, en este campo, busca más que tomar el lugar de la ausencia, las variaciones posibles.

Cuando la narración es un texto híbrido, una novela histórica, el autor se moverá, en mayor o menor medida entre el dato y la ficción. En su exploración podrá reconstruir imaginativamente los hechos, pero también, recurrir abiertamente a la imaginación y presentar de manera verosímil una gama de historias posibles. El autor de la narración que aquí me ocupa, no altera los hechos históricos; pero, como se verá, esto no impide que se apoye, ampliamente, en recursos propios de la novela que dan lugar a una lectura fresca del personaje y de ese tramo de la historia.

Hay un centro de organización básico en la conformación de esta novela: un tipo de estructura que pone el acento en la exploración del personaje y en la indagación sobre la historia, quizá en forma más enfática que en los acontecimientos mismos. Sabemos por el estructuralismo que, en términos generales, el paradigma de todo relato es el cambio que resulta de los acontecimientos. Esto se cumple, desde luego, en la novela de Samperio. Sin embargo, ese otro tipo de organización, que señalo, y que se entrelaza con la estructura del cambio, es la de un discurrir que, con Todorov, llamaré gnoseológico: se busca comprender, reflexionar sobre lo ocurrido. Basándose, primordialmente, en las circunstancias y acontecimientos históricos básicos que los niños conocen por la historia oficial (sin mengua de un trabajo de investigación propio), reflexiona sobre ellos y hace una exploración del personaje.

Que se trata de un héroe, en el sentido de que es alguien digno de admirar, lo sabemos de entrada por su epígrafe conformado con palabras de Martín Luis Guzmán: "Quizá, con Sandino, Emiliano Zapata ha sido el revolucionario, el libertador, más desinteresado, honesto y valiente, pero ambos cayeron en manos de la traición, a pesar de que ambos no quisieron sentarse en la silla del poder." Lo sabemos también por el título, claro. Pero el título no sólo conlleva admiración por el personaje, sino que anuncia otro de los recursos destacados en el texto: el tono risueño y coloquial de la novela, al que haré referencia en algunos tramos de este trabajo. Tono inusual, tanto en el discurso historiográfico como en el épico, con el que consigue abrir la puerta a un tiempo cerrado, volverlo cercano a sus lectores; invitarlos a conversar con él.

Recurso medular en la configuración de toda obra narrativa es el del manejo que se hace del tiempo. Para examinar el entrecruzamiento y función de las dos principales estructuras que organizan la novela, este manejo será el hilo que seguiré en las reflexiones que siguen. La breve novela se divide en dos partes. Una es la que recrea la infancia y la entrada del personaje a la adolescencia, la otra es la correspondiente a la figura histórica, al personaje revolucionario. El encabezado de los capítulos que refieren al niño es simplemente "Emiliano", y están numerados. Los que tocan la actividad política del personaje aparecen bajo el título de Oráculo, tienen su propia numeración y, con la excepción del primero, llevan, además, una pequeña leyenda que designa un acontecimiento histórico preciso, y que deja ver el tono risueño establecido desde el título. La estrategia utilizada para presentar al lector, casi simultáneamente, las dos partes de la historia es la de la alternancia de los capítulos de una y otra.

Y aunque por el lugar, en el tiempo, de los acontecimientos que cada una de las dos partes refiere se esperaría que la obra terminara en el capítulo que narra la muerte del líder, ésta ocurre en el penúltimo capítulo, y la novela llega a su fin con la entrada simbólica (una conversación con su padre) de Emiliano a la vida adulta, la del luchador: "Emiliano nunca se había imaginado que el día en que se hiciera mayor iba a sentir ese escalofrío recorriéndole el cuerpo; no pensaba que el sueño de "hacerse grande" podía llegar a ser, también, esa fila de responsabilidades que su padre le regaló con aquel primer cigarrillo" (Samperio, 2004:96). Esta opción tiene, en realidad, relevancia: es el simbolismo de ese momento lo que queda prendido, con intensa vitalidad, en la memoria del lector al final de la novela; concentra en él la sustancia, la hechura del personaje, sus razones, sus móviles, las cuerdas que lo impulsaron y lo llevaron a constituirse en el ser humano que ( verosímil y posiblemente) fue.

La disposición de los capítulos en alternancia, donde los que llevan el título de Oráculo, están conformados por anticipaciones en el tiempo, con respecto a la biografía del niño, son anticipaciones que, al ir alternando, resultan en una especie de espejo en el que la vida del luchador adulto proyecta la del niño que fue, y ésta, la del revolucionarío que sería.

Este procedimiento del ir y venir en el tiempo, mediante la anacronía, figura de la dimensión del orden, se halla no sólo en esta alternancia de los capítulos de las dos partes de la obra, sino que se repite, de diversas maneras, al interior de los capítulos y de los párrafos mismos formando una estructura. Por ejemplo, la obra inicia así: "Cuando Emiliano Zapata tenía 11 años y era sólo un niño, no un héroe que sale en los libros y en los billetes, tampoco tenía respiro" (Ibidem: 5). Poco más de dos renglones, son suficientes para que el lector se mueva entre tres tiempos diferentes de la historia del personaje. Además del tiempo del niño, se presenta el del adulto; esto se consigue mediante un mínimo detalle, la última palabra de la cita, el adverbio "tampoco", con el que alude a la, también, apretada actividad futura del personaje; refiere, así, el tiempo del niño y el tiempo del adulto. Pero, mediante el intercalado de la frase subrayada convoca, además, el presente de la historia oficial, frase que, por cierto, no indica movimiento (volveré a este punto, poco adelante).

Para acentuar el dinamismo que le atribuye al personaje se vale de otro recurso, el sumario, figura de la dimensión de la duración donde con el tono risueño que caracteriza a la obra (logrado aquí, en parte, mediante el entrelazo que pone al mismo nivel acciones históricas y actividades cotidianas nimias), hace pasar, como al galope, actividades y acontecimientos que llevan al personaje, con rapidez, a su final:

Y digo tampoco porque desde antes de que empezara la Revolución

no paraba. Se me hace que ni siquiera dormía, entre levantar en armas a la

gente, proclamar planes de Ayala, fusilar federales, pelearse con los

presidentes de la república, recortarse el tupido bigote, consolar a los pobres

y, finalmente, caer en emboscadas, no creo que le haya dado tiempo de

tomar ni una siesta de vez en cuando.(Idem)

Pero en la esfera del presente, no es el ámbito oficial, el único que se expresa en la novela; la figura del personaje alcanza, ahí sí con dinamismo, otros espacios de la historia presente. El texto continúa de este modo:

"Y aún ahora, que si Emiliano por aquí, que si su retrato por allá, que si "Tierra y libertad" por un lado y el Zapatismo por el otro, todavía no conoce el sosiego". (Idem)

Cabe señalar aquí, cómo esta anacronía se relaciona, por su alcance en el tiempo (nuestros días), con la que subrayé en una de las citas de arriba. Sin embargo, hay que hacer notar que mientras aquélla está ahí como contraste -materia muerta: la imagen inscrita en los billetes- con la intensidad de la vida que expresa el resto de la cita en que se inserta, ésta última busca, precisamente, poner en relieve la continuidad de esa vida, al seguir impulsando el movimiento de la gente.

De entre estas figuras del tiempo de la dimensión de la duración, hay otras dos que encuentro relevantes por ser el pilar de la organización gnoseológica de la novela que, como indiqué, se entreteje con la del cambio a que dan lugar los acontecimientos. Se trata de la pausa y la digresión reflexiva (especie de contrastes con respecto al sumario que desboca el tiempo) con las que el texto construye un espacio para la observación y la reflexión; recursos que buscan hacer un alto en el relato, describen apelando a la imaginación e invitan a reflexionar. Ilustraré este trabajo de la novela con varias citas (alguna un tanto alargada, pero que considero útil para mi argumentación). Inicio con la frase que subrayé poco antes, el fragmento intercalado en la oración principal que enuncia la intensa actividad del personaje, me refiero a la frase "no un héroe que sale en los libros y en los billetes" que, aunque se refiere a la prolongación de la figura en el presente, funciona, también, como pausa en la que se alude, como apunté antes, a uno de los lugares que ocupa Zapata en la historia cultural y política de nuestros días: el de la historia oficial, y que se integra en la organización gnoseológica, estructura que, como apunté, invita más a la reflexión que a seguir los acontecimientos. Alude, en esta frase, a la petrificación del personaje; al ícono sin vida, mera formalidad en que el mundo oficial a convertido al personaje histórico. Contra ese acartonamiento se levanta la novela (cabe señalar, aquí, el tono oral de la frase que conforma la pausa, tono conseguido mediante la elección de esa forma coloquial que se construye con el verbo "salir").

En otros casos la pausa es un recurso en busca de que el lector imagine, que salga de su horizonte, se acerque al del otro; movimiento que lo llevará a experimentar la situación de aquél, para dar lugar al movimiento dialéctico, movimiento que lo lleva al pasado, y que, a la vez, lo hará más consciente de la situación propia. El recurso se da, siempre, acompañado del tono coloquial que he venido señalando y que simula una conversación entrañable: "Pero bueno, vayamos entrando en materia: Lo que quería empezar a platicarles es medio complicado de entender, porque los tiempos cambian y en eso hay que darles la razón a los grandes."( Ibidem: 6 ), y después de hacer notar con el mismo tono gracioso, la gama de comodidades con las que cuentan los niños de hoy, continúa:

Pero antes, cuando Emiliano era niño, la vida era diferente. Casi todo tenía que hacerse a mano: nada de abrir la llave y que salga un chorro, había que traerla del río o del ojo de agua; ni imaginarse siquiera oprimir un botoncito y que se prendiera la lámpara; había que conseguir petróleo para el quinqué o cerillos para las velas. ¿Gas? No había, fogón para la comida y encomendarse al dios anticatarro al bañarse. En fin, que había tanto por hacer que los adultos no se daban abasto. Así que los niños tenían muchas obligaciones que cumplir, empezando por mantenerse vivos, lo que, entre la mala alimentación y la falta de medicinas y médicos, no era cosa sencilla. (Idem)

La otra figura de la dimensión de la duración que encuentro relevante en la organización del relato, como apunté, es la de la digresión reflexiva, espacios en los que, detenida la narración, se convoca a reflexionar más allá de los acontecimientos mismos: la condición de las figuras históricas, el destino, la libre determinación:

 

En la vida, como en las camisas, existe un revés que nunca solemos tomar en cuenta.

Y es que cuando uno revisa la vida de las personas famosas le da por imaginar que desde muy chiquitas tenían la idea de dedicarse a eso que las catapultó a la fama. Yo creo que parte de esto es cierto, y parte no.

Pensemos si cuando Victoriano Huerta era niño y alguien le preguntaba qué quería ser en el futuro, respondía: "Yo de grande quiero ser traidor a la Patria". (Ibidem: 20-21)

 

Esta cita ilustra una estructura que demanda un buen grado de participación de sus lectores: voto de confianza en la inteligencia de los niños; no obstruye, apela a su capacidad de imaginar. El texto no declara, será el lector niño quien completará -en el diálogo de la lectura- mediante su palabra, los fragmentos faltantes de un discurso que busca llevarlos a comprender la ambigüedad, la complejidad del hombre y de la historia.

Pero esta obra es sólo una voz entre las que participan en esa redescripción de la historia, que señalé en el comienzo, y que (de manera condescendiente, podría denominar "debate") tiene lugar en nuestro país. En la gama de discursos que en ésta participan, hay otras voces que, en diversos grados, invitan al diálogo. Sin embargo, hay que decir que no es la constante, menos aún, tratándose de las voces que se dirigen a los niños.

Bibliografía

Gadamer, Hans-Georg, "El principio de la historia efectual", en Verdad y método, Salamanca: Ediciones Sígueme, 1996.

Garrido Domínguez, Antonio, El texto narrativo, Madrid: Síntesis, 1996.

Ricoeur, Paul, Relato: Historia y Ficción, México: Dosfilos editores, 1994.

Samperio, Guillermo, Emiliano Zapata: un soñador con bigotes, México: Alfaguara, 2004.

Rodríguez Monegal, Emir, "La novela histórica: otra perspectiva", en González Echevarría, Roberto, (comp.) Historia y ficción en la narrativa hispanoamericana, Caracas: Monte Ávila Editores, 1984.

Todorov, Tzvetan, "Los dos principios del relato", en Los géneros discursivos, Caracas: Monte Ávila Editores, 1991.


Sincronía Fall 2008