Sincronía Invierno 2004


Los pasos de López: Breve exploración de la novela histórica a través de este texto

María Dolores Pérez Padilla

Universidad de Guadalajara


En 1984, ya en plena década en que florece la novela histórica, Emir Rodríguez Monegal se queja de que a pesar de la salud de que goza el género, los críticos no se ocupan de este tipo de novela como se merece.

Afortunadamente, la situación ha ido cambiando. Encontramos estudios, sobre la novela histórica en Latinoamérica, de críticos como Alexis Márquez Rodríguez, Seymour Menton, Roberto González Echeverría, Claude Fell, Carmen Vázquez, o Fernando Ainsa y, del ya mencionado Emir Rodríguez. Sin duda, la nueva novela histórica ha ganado terreno en nuestra literatura.

Como es sabido, el resurgimiento de la novela histórica es simultáneo a la apertura en el campo de la historia para dar cabida a factores sociales más allá de las grandes figuras y eventos culminantes -apertura en la que México tiene un representante como el historiador Luis González, cuya micro historia conocida como Pueblo en vilo, 1968, se volvió paradigmática del género-, así como al replanteamiento del discurso historiográfico: especialmente, a la decisión, de estudiosos como Hayden White y Paul Ricoeur, de acercarse a la historia poniendo el énfasis en su ser discursivo, por un lado; y, por otro, en la exploración de las fuentes históricas como parte constitutiva del discurso de ficción.

En este contexto, la novela histórica, género que floreció en el Siglo X1X, resurge -replanteado- en la segunda mitad del Siglo XX. Aunque llega a su cúspide, -por lo menos en el caso de América Latina- en la década de los ochenta, inicia su camino, años antes. Ainsa, señala, como uno de los textos más ilustrativos de este movimiento, a Yo el Supremo, de Roa Bastos, 1974.

Por lo demás, uno de los pioneros en el resurgimiento del género es Jorge Ibargüengoitia: Los relámpagos de agosto, novela sobre generales retirados que habían participado en el movimiento revolucionario, se publicó en 1965, y en 1969, apareció Maten al león, también con tema histórico y cuyo protagonista es un dictador. Pero la novela en que alcanza el manejo pleno del discurso narrativo -si nos limitamos a su producción dentro de este género- es Los pasos de López. Creo pertinente, entonces, apoyarme en este texto, para ocuparme, aunque de manera breve, de algunas características de este género de novela -que por lo demás, sigue plenamente vivo, cambiante, sano como lo demuestra, por ejemplo, Santa Evita, de Tomás Eloy Martínez, 1995, o Llanto, de Carmen Boullosa, 1992, o, en alguna medida, La otra mano de Lepanto, 2005, de la misma autora.

Los pasos de López, es un texto que trata de un evento significativo en la historia de México: la Conspiración de Querétaro, que al ser descubierta, llevó al estallido de la lucha por la independencia, ese movimiento armado que tuvo lugar en los primeros años del Siglo X1X.

Sin embargo, Jorge Ibargüengoitia, se ocupa de ese pasado como si se tratara de eventos actuales; como de situaciones y eventos recién vividos. Mijail Bajtín sostiene que ésta es una de las características propias del género novelístico, que en contraste con la épica que se distingue por ocuparse del pasado desde la distancia; es decir, de un pasado absoluto, la novela se planta en el presente de los acontecimientos que trata, los replantea, los desacraliza. No sé si cualquier novela tiene esta característica, pero ciertamente es uno de los fundamentos de la novela de Ibargüengoitia.

Uno de los recursos que el autor utiliza para lograr dicho cometido es el de la narración en primera persona: quien narra los hechos es el personaje protagonista de la novela, que sin ser el protagonista de la historia (del movimiento independentista), es uno de sus principales actores. De ahí, el discurso impregnado de la vivencia que le otorga frescura, aliento, subjetividad. Así, la distancia que toman tanto la épica como el discurso positivista historiográfico mediante la que se presentan los acontecimientos como algo totalmente concluido, se borra. El personaje-narrador se mete en ese tiempo, vive los acontecimientos, los experimenta, los narra, los replantea:

Cuando platicaba con Adarviles, que iba en la retaguardia, me parecía que íbamos en ejércitos diferentes. En donde a mí la gente salía a regalarme manzanas o a echarme flores, a Adarviles lo apedreaban o le cobraban los destrozos que el ejército había hecho a su paso. En un paraje desarbolado, un grupo de nuestros hombres tumbó una casa nomás para hacer una fogata con las vigas y calentar las tortillas. (Ibargüengoitia, 1987:146)

Asegura, también, Bajtín que la distancia se expresa en tono serio. Para librar esa distancia, Ibargüengoitia hace a un lado toda solemnidad, y construye un discurso, en gran medida, humorístico. Éste es, quizá, el recurso más relevante que utiliza el autor. No sólo logra, así, una historia más terrenal, sino que le confiere ambigüedad, otra de las características destacada por Bajtín como base del discurso novelístico. Para lograrlo, se vale, en gran medida, de la ironía (recurso que aquí se entiende como parte integrante del discurso humorístico). Esa clase de ironía que, en la crítica literaria, se identifica como ironía narrativa -y que, en el caso de la cita que sigue, resulta de la contradicción entre lo que afirma un personaje, y lo que sostiene el narrador- (se trata de la opinión de Carmelita -personaje que encarna a doña Josefa Ortíz de Domínguez- quien conversa con Chandón):

-Mire las casas de la gente pobre. Qué bonitas son ¿verdad? Son muy sencillas pero están muy arregladitas. Si usted se fija, en ninguna falta una macetita con flores.(Ibidem:16)

Luego interviene el narrador (quien complementa la descripción del sitio señalado por su interlocutora) con una mirada muy de Sancho, por cierto:

Era otro cerro, el del barrio de San Antonio, un apiñamiento de casas de adobe con cercas de nopal. Había montones de estiércol, humaredas, hombres dormidos, mujeres cargando rastrojo, niños jugando con el lodo, perros ladrando.(Idem)

Luego, remata lacónico “La corregidora exclamó: -¡Qué dignidad hay en la pobreza!”(Idem)

Poco después, Carmelita le cuenta al personaje-narrador, el motivo que la autoridad aducía para remover de su cargo al corregidor:

-(...)¿Cuál cree usted que fue la razón que le dio para quitarlo del puesto?: que “corrían rumores”, decía, de que gastábamos demasiado. Puras mentiras. Vivimos bien, como puede ver, pero siempre dentro de los límites del sueldo que tiene mi esposo, que es lo único que tenemos. Una cosa es que el dinero nos luzca y otra muy diferente que gastemos más de la cuenta, ¿no cree usted?

Mientras ella hablaba yo había estado calculando el sueldo de Corregidor a juzgar por la vida que yo veía que se daba: la casa, la huerta, la mesa, los criados, los vestidos de la señora, etc. (Ibidem:20)

Y poco adelante, se lee “Comimos, según el Corregidor, en confianza; es decir, los tres y el perrito en una mesa en la que hubieran comido catorce” (Idem)

Cabe hacer notar la fuerza de este recurso: mediante una escueta estrategia, sin entrar en digresión alguna, los corregidores - muy distintos a los que conocimos en la historia oficial - son puestos en tela de juicio; presentados mucho más mundanos, con un discurso un tanto doble (en el caso de la descripción, que hace Carmelita, de las casas de la gente humilde, sino doble, por lo menos ingenuo, quizá cursi).

 

En buena parte de la historia oficial de México hay - como en el programa narrativo de los cuentos que analizó Vladimir Prop - grandes héroes, personajes intocables, terminados. No es el caso en Los pasos de López. Ahí los personajes no son héroes, cambian como los seres humanos, se van haciendo ante el lector. Por ejemplo, Chandón, el narrador y personaje independentista, hace esta observación acerca de Periñon, quien representa a Miguel Hidalgo, protagonista de la lucha:

Antes de salir de la casa Periñón hizo algo que me extrañó pero cuya importancia no podía yo comprender entonces -fue el primer indicio del cambio que había ocurrido en su carácter a consecuencia del grito-: para ir a la plaza, que estaba a cincuenta pasos, hizo que Cleto le ensillara su caballo blanco.(Ibidem:120)

De igual manera, Periñón observa y le hace notar a Chandón, el narrador, ciertos aspectos de su personalidad intolerante:

- Quiero que confieses a un hombre que está en capilla.

Cuando le dije el motivo no lo podía creer.

- ¿Pero cómo vas a fusilar a un hombre nomás porque nos robó dos bueyes que ni siquiera son nuestros?

Traté de hacerle ver que el delito no era lo importante sino la indisciplina. Yo había dado una orden y el hombre me había desobedecido. Yo había prometido la muerte y ahora tenía que matarlo. Repetí lo que me había enseñado el coronel Bermejillo: - las órdenes son sagradas. La disciplina con sangre entra. Militar que se dobla es cuerda que se revienta, etc.

Periñón me miraba con incredulidad.

Estás hablando como un militar péndelo- concluyó.(123)

En la historia que aprendimos en la escuela, los héroes van derrumbando obstáculos (ganando batallas), caminando hacia el progreso, hacia delante (cierto, de vez en cuando sufren derrotas, pero son sólo pequeños retardos), van hacia la meta, que es, por cierto, casi siempre muy clara. En este texto, en cambio, todo interviene, hasta la casualidad: “La operación fue imperfecta -todo salió a destiempo- pero el resultado fue excelente, gracias a que no había nadie defendiendo.”(Ibidem:122)

Habrá momentos un tanto solemnes, pero abundan las situaciones donde la ironía del narrador (con la que expone la ingenuidad de don Martín) es juguetona. Por ejemplo, en la cita que sigue, que tomo de la parte donde narra la toma de Cuévano (Guanajuato), ya en la casa de Moneda y cuando Periñón va a llevarse el dinero en presencia de uno de los funcionarios:

- Hágame favor, don Martín -dijo Periñón-, de sacar todo el dinero que tenga.

Don Martín estaba muy asustado, pero no estaba dispuesto a entregarnos un peso si Periñón no le firmaba un recibo.

Muy justo -dijo Periñón-, se lo firmo.(Ibidem:139)

Destaca, aquí, la ironía risueña, donde en complicidad con el lector, expone la ingenuidad de don Martín.

Como indiqué antes, la novela no abunda en digresiones, pero no se limita al frío dato. Mediante el recurso escueto de la ironía introduce el comentario que humaniza la historia; también convoca lo paradójico:

[...] Entonces oí a Periñón decir su primer discurso revolucionario:

-Libertado os doy- dijo a los presos- porque habéis sido víctimas de un gobierno injusto.

- ¡Viva el señor cura Periñón!- gritaron los presos.

Lo siguieron lealmente en su aventura. Todos murieron.(Ibidem:118)

 

Aquellos contra quienes pelean, no son “los malos” a secas, ni, necesariamente, los que más tienen. Chandón, (insurgente), siente simpatía por Bermejillo, jefe de tropas realistas. De él, afirma:

Vivía solo en un cuarto pelón, yo creo que no tenía más posesiones que las cobijas y la bacinilla que asomaba debajo de la cama.(Ibidem:63)

Así, mientras en la historia oficial hay héroes y villanos, hay blanco y hay negro, metas claras, avance hacia el porvenir, la historia que nos cuenta Ibargüengoitia, levanta preguntas, siembra dudas. Las cosas no son tan claras, todo cuenta en los resultados; intervienen, además de los esfuerzos y las buenas intenciones, la rigidez, la desorganización, la inmoralidad, la suerte. De todo está hecha la historia.

Esta visión es puesta en relieve mediante el planteamiento irónico del texto. A través de la ironía logra no sólo un texto más divertido, sino una historia más compleja y ambigua: por lo mismo, más verosímil. Una argumentación convincente que pone en cuestión ciertas actitudes de los héroes de la historia. Pero, también, destaca actos y argumentaciones entrañables por su reclamo de justicia.

BIBLIOGRAFÍA

AINZA, Fernando, “La reescritura de la historia en la nueva narrativa latinoamericana”, en La novela histórica, Nueva época, núm. 28, 1991.

BAJTIN, Mijaíl, “Epíca y novela”, en Teoría y Estética de la Novela. Taurus, Madrid, 1989.

GOSSMAN, Lionel, “History and Literature: Reproduction or Signification”, in Between History and Literature, Harvard University Press Cambridge, Massachusetts, and London, England, 1990.

IBARGÜENGOITIA, Jorge, Los pasos de López, Joaquín Mortiz, México, 1987. (Primera edición, 1982.)

RODRIGUEZ Monegal, Emir, “La novela histórica: otra perspectiva”, en Historia y ficción en la narrativa hispanoamericana, Monte Avila Editores, Caracas, 1984.


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