Una historia de Zapata
María Dolores Pérez Padilla
Universidad de Guadalajara
I.
Como es sabido, hacia
el fin de la primera década del siglo XX se inició en
México la lucha armada que se conoce como la Revolución
Mexicana, y que se prolongó varios años. Un siglo
después, se da un auge de narrativas que discuten ese
acontecimiento. Zapata,
novela histórica de Pedro Ángel Palou, (Planeta, 2006),
es una de ellas. Este trabajo busca poner en relieve las
características que conforman al personaje, así como
identificar el lugar que el autor le confiere en nuestros días.
Para el análisis de este texto que se mueve entre la historia
y la literatura, tomaré como base algunos conceptos de las
propuestas hermenéuticas de Paul Ricoeur y Hans-Georg
Gadamer.
En lo que toca al género de este texto, habría
que recordar que la práctica de la novela histórica en
nuestro continente no es nueva, desde luego. Unas veces siguiendo el
modelo de Walter Scott, otras transgrediéndolo, en México
como en otros países de Latinoamérica, desde el Siglo
X1X se practicó la novela histórica. Luego, en la
segunda década del Siglo XX se inicia el fenómeno al
que nos referimos como la Novela de la Revolución. A
diferencia de las novelas del siglo anterior que se remontaban,
generalmente, a episodios históricos lejanos en el tiempo,
éstas se ocuparon de acontecimientos en los que los novelistas
mismos estaban inmersos. El hacerse de la historia, y su expresión
literaria se daban si no paralelamente, sí de manera contigua.
Años después, ya
entrada la segunda mitad del siglo, y en el contexto más
amplio de una actividad intelectual que reflexiona sobre las
relaciones que se dan entre el discurso historiográfico y el
discurso de ficción, tiene lugar en Hispanoamérica un
florecimiento del género. México no es la excepción.
Se retoma la historia de la Conquista, la Colonia, la Independencia,
la Reforma y, desde luego, la Revolución, ya no como
participantes o testigos directos de los acontecimientos sino
reescribiendo la historia de la Revolución Mexicana.
Ahora, en estos primeros años
del nuevo siglo, con la caída del régimen político
que se mantuvo en el poder durante buena parte del Siglo XX , y en
el espacio abierto a la conmemoración del bicentenario de la
Independencia y del centenario de la Revolución , ha venido
ocurriendo lo que podría considerarse un debate que se
manifiesta en diferentes instancias y discursos, que busca, desde
diversas posturas, recontar nuestra historia. De esta discusión
participa la novela de Palou, motivo de este trabajo.
La consciencia de que el discurso historiográfico
y el de ficción poseen una estructura básica común
es ya un espacio compartido por buen número de estudiosos en
nuestros días. Cierto, afirma Ricoeur, la historiografía
tiene como fuente el documento, el archivo: a ellos se acude para
decir verdad o señalar falsedad en un primer nivel de la
narración. De la ficción, en cambio, nadie espera
pruebas de la veracidad de lo que ocurre, en ese mismo primer nivel,
en el mundo del texto. Sin embargo, los dos géneros se apoyan
en las estructuras narrativas, andamiaje que les sirve para relatar
los acontecimientos en el tiempo, explorar lo que éstos
significan y, en suma, para expresar el aspecto temporal de la
experiencia humana en el mundo. Es este el nivel que comparten los
dos géneros y sus distintas modalidades. Así,
historiografía y ficción se complementan para llevar de
manera más cabal nuestra historicidad al lenguaje.
Si dejamos atrás el lugar
común que afirma que la historia es plenamente objetiva mientras que la
novela es puro juego de la imaginación, y nos
adentramos en un segundo nivel para fijar nuestra atención en
uno y otro procedimientos podemos observar los intereses que los
mueven. Y "Un interés no es simplemente un factor
psicológico. Concierne a las metas que orientan una actividad
cognoscitiva" (Ricoeur, 1994:106). Al hacer historia se busca
comunicar; y esa comunicación nos habla de la situación
del historiador como parte integrante del campo que estudia. De ahí
que elija llevar a la historia lo que no debe olvidarse, y señala
el autor, "lo que es más digno de ser retenido en
nuestras memorias son los valores que han regulado las acciones
individuales, la vida de las instituciones y las luchas sociales del
pasado" (107). En este punto, el historiador deberá poner
entre paréntesis su propio interés para que el otro
pueda ser visto en su diferencia; se dará, entonces, una
dialéctica entre lo propio y lo ajeno, lo lejano y lo
inmediato.
En este punto, considero oportuno
introducir algunos conceptos de Gadamer quien se detiene a
reflexionar sobre este aspecto del historiador como elemento propio
de la esfera que estudia. Observa que el estudioso se halla, dentro
de la tradición que lo conforma y limita, en una situación
que puede ser más o menos estrecha, siempre limitada, frente
al pasado que busca comprender. Como ser histórico que es, no
puede salirse de la historia para observar plena, clara y
objetivamente ese pasado. Puede y debe, en cambio, ser consciente de
la situación en que se encuentra, examinar los propios
prejuicios, y con esa consciencia avanzar hacia el otro, hacia ese
pasado; hacerle preguntas, escucharlo; entablar un diálogo sin
miedo a poner a prueba los prejuicios propios y ajenos; en suma,
compartir la palabra que nos conforma. Este ejercicio, asegura
Gadamer, ampliará nuestro horizonte, nos permitirá
sacar conclusiones -aunque provisionales: "Ser histórico
quiere decir no agotarse nunca en el saberse" (Gadamer, 1996:
352)- no sólo respecto al pasado sino, y sobre todo, con
relación a nuestro presente. Estas
observaciones de
Gadamer, arrojan luz para poder observar con claridad cómo el
quehacer de la historia se mueve, como apunta Ricoeur, en el campo de
los posibles narrativos. Y este es el punto donde el mismo Ricoeur
hace notar la vecindad de la historiografía con la ficción
"porque el reconocimiento de los valores del pasado en su
diferencia abre lo real a lo posible" (1994:108). Por otra
parte, al ser la ficción una actividad mimética
-entendida esta palabra no como copia de la realidad sino como
exploración de "lo que cierta clase de personas dirían
o harían probablemente" (108)- se puede hablar de
complementariedad, de dos caras de la narrativa.
Si se acepta esa complementariedad
que se da más allá de la superficie, entre la
historiografía y la ficción, se puede sostener que, en
principio, la novela histórica sería el género
que expresa con más plenitud nuestra historicidad. De ahí
que en el análisis de Zapata,
buscaré apoyarme, de manera constante, en estos conceptos.
II.
En la búsqueda de identificación del grado de consciencia, que tiene el autor, de ser parte de la esfera que estudia (en lo que toca a la parte historiográfica) y, por lo tanto, de la subjetividad implicada, así como de la necesidad de buscar la objetividad en la medida de lo posible, encuentro que en esa especie de preámbulo que es la primera página de su texto, Palou expresa lo siguiente:
No hay historia verdadera porque el pasado es una disputa entre partes contrarias. Y el que cuenta no es un árbitro de la contienda. ¿Cuál de las historias verdaderas narrar ahora? El pasado se quedó allí en las montañas. Allí terminó el cuento y comenzó el corrido.
Lo visto nunca sobrevive
al testigo.
El
autor narra, con el acervo cultural que lo constituye, desde la
cercanía del centenario de los acontecimientos que recuenta.
La cita indica que es sabedor de que se halla en una situación
hermenéutica, es decir, interpretativa y, por lo tanto,
limitada. Esta concepción de la historia, paradójicamente,
despeja su horizonte; el reconocimiento de las limitaciones es ya
indicio de que el autor se acercará con cautela a las fuentes
de información, sobre todo en el caso de la amplia
bibliografía que se ha generado sobre el personaje. Punto de
partida indispensable que le ayudará a plantear las preguntas
más pertinentes, a tantear respuestas, a dialogar con ese
pasado. También a replicarle. Finalmente, a dialogar con el
presente, a insertarse en ese debate al que nos condujo, entre otros
motivos, el bicentenario.
Una vez consciente de la situación
hermenéutica, el narrador inicia su viaje al pasado, pasado
que implica un lugar en ese tiempo. Con tono oral exclama: "Ah,
se trata de Anenecuilco, lugar donde las aguas corren. Se deben
atravesar montañas y caminar leguas para llegar allí.
Al pueblo. (Palou, 2006:13), va al encuentro del protagonista de la
lucha agraria, el hombre con quien busca conversar.
El
hecho de que historiografía y ficción formen una unidad
en la novela histórica no quiere decir que participen siempre
de manera equilibrada; como se observa a largo de la historia de
esta práctica narrativa, dependiendo de la época y del
interés del autor, se acentuará más uno u otro
de los géneros que participan en su construcción, según
convenga a las funciones que se les confiera a una y otra modalidad
en la narración. En la historia de esta práctica se
hallan desde aquellas novelas que toman como pretexto a la historia;
como mero marco en el que se desarrollan las acciones de los
personajes sin que haya ningún vínculo entre éstas
y el acontecer histórico, hasta las que guardan un equilibrio
entre la transformación de los hechos históricos en una
narrativa y la exploración de la constitución de los
personajes que los protagonizaron. Es el caso de la novela que me
ocupa. Zapata tiene
como centro la indagación del hombre que fue Emiliano, de sus
motivaciones siempre en relación con sus acciones; con los
acontecimientos históricos que encabezó, y su respuesta
a las acciones de aquellos que lo enfrentaron. Esto es, reconstruye
al hombre histórico que fue Zapata mediante una exploración
de sus acciones y del por qué de ellas. Y es notable la vida
que infunde al personaje al dotarlo de una subjetividad compleja.
Notoria es, también, la exploración que hace el autor
del destino del hombre mediante la libertad que le otorgan los
recursos de la ficción.
La novela está dividida en dos
partes: Tormenta de
herraduras (1909-1914) y
La pesada noche del
destino (1914-1919),
y
cada una de éstas, en cinco capítulos que se
componen de puñados de fragmentos breves. No hay grandes
escenas. De entre la inmensa cantidad de información sobre lo
ocurrido durante toda la lucha de Zapata, el autor selecciona,
recorta lo que le parece más significativo, y lo trabaja de
cerca, cara a cara. Como se verá en el análisis, este
recorte le permite adoptar procedimientos mediante los que logra la
hondura.
Apunté antes, que la
estructura narrativa es la base que comparten los dos géneros
para expresar el aspecto temporal de nuestro ser en el mundo. Cabe
señalar, aquí, que esta estructura narrativa que da
cuenta de nuestro ser en el tiempo, de nuestra historicidad, es
básicamente, la estructura de la intriga. Mediante ella se
narra el presente del pasado y el presente del futuro; es decir, nos
permite narrarnos y narrar la historia desde lo que fuimos y
proyectarla a lo que queremos ser. Este movimiento es central en la
narrativa.
En el caso de Zapata
la intriga se
conforma por múltiples acontecimientos, sin embargo hay tres
que considero capitales: el nombramiento de Emiliano como
representante de su pueblo, donde le hacen entrega de los documentos
que avalan que las tierras les pertenecen; la construcción de
una efímera utopía; la traición a Zapata y su
asesinato. Estos tres momentos corresponden al inicio, la culminación y
el desenlace del relato, respectivamente. Todos los otros se
desprenden de éstos.
El texto se abre, entonces, con la
recreación de la escena en que se nombra a Zapata el
representante, el calpulelque
de su pueblo, Anenecuilco, y donde le hacen entrega de los documentos
que los muestran como sus dueños. Desde allí se contará
la historia moviéndose hacia atrás y hacia adelante.
Gran parte de la fuerza de este relato descansa en este movimiento.
Cada acontecimiento de la narración está lleno de
pasado y de futuro.
El recurso mediante el que se expresa
este movimiento en el texto son las anacronías. Éstas
se mueven tanto hacia atrás como hacia delante respecto al
tiempo en que ocurre la escena con que se abre el relato; también
en relación con otros muchos episodios que, en determinado
momento, se esté narrando.Las citas que siguen son ejemplos de
anacronías que se dan como retrospecciones en el tiempo:
Su padre se lo dijo antes de morir de pulmonía, once meses después de que falleciera su madre, él apenas de dieciséis años.
Lo que te pido es que veas por tus hermanas y por las tierras. (13)
Recuerda. Tiene muy buena memoria, de viejo, le han dicho. Era el
15 de junio (...) apenas tendría 20 años (...). Lo agarraron unos policías
cuando iba de regreso a casa y lo amarraron con una reata para llevarlo a la
cárcel (18).
Rememora, tiene
muy buena memoria, de viejo, le han dicho, esa tarde que siempre le molesta
recordar. Está con su padre en una de las huertas. Y don Gabriel llora. Es la
primera vez que lo ve llorar. Por todos lados
del pueblo hay gritos y los hombres de la hacienda prenden fuego a
los jacales y tiran con sus carabinas. ¿Sabes que el miedo se
puede escuchar, que se puede oler, que se puede tocar, que incluso
sabe a metal amargo?, le dirá muchos años después
a Gildardo Gordito
Magaña, su último lugarteniente. (21)
En estas citas se observa cómo, el manejo del
tiempo mediante la anacronía (en este caso por medio de la
retrospección; excepto, la última que combina los dos
tipos de anacronía, y que de esta manera intensifica sus
alcances) se vuelve un instrumento con el que se va configurando el
personaje mediante la exploración de las posibles motivaciones
que impulsaron sus acciones; es decir el personaje se va conformando
de su trayectoria existencial.
Pero
quizá donde se logre que el lector
experimente el tiempo con mayor fuerza es ante aquellas anacronías
que se manifiestan como anticipaciones, y que aparecen una y otra vez
a lo largo de la novela. Hacia el comienzo de ésta, apenas poco después
de que el personaje recibe los documentos; allí donde con
desconcierto busca descifrarlos, el narrador introduce esta
anticipación:
Curiosa manera de poseer
ésta, vicaria forma
de estar sin estar nunca, de no tener sino un montón de
palabras. Pero en esos días no piensa así, las palabras
son sinónimo de esperanza, de futuro. (16)
La anticipación insinúa
el fracaso que tendrá lugar en el futuro. Pero también
hay una fuerza que reside en esa insinuación de ese movimiento
de cambio en la percepción del sentido de la vida que se da
en el personaje. La forma en que el tiempo (con todo lo que alberga)
transforma el sueño presente en desencanto futuro. Más adelante, se lee:
En esa mañana lo
despiertan los rurales en su
casa. Vienen por él y se repite por tercera vez la escena. Es
la última vez que lo aprehenderán en su vida, pero eso
aún no lo sabe. Hace mucho frío. (33)
Aquí, el presente es plena
presencia. Y sin embargo, es un buen ejemplo de que (como apunté antes
siguiendo a Ricoeur) mediante la intriga se narra el presente del
pasado y el del futuro, así sea por ausencia. Esta vez el
desconocimiento del futuro -por parte del personaje (en estos momentos
él sólo sabe que va una vez más a la cárcel) -indicado en la simple
frase "pero eso aún no lo sabe", logra que el lector experimente un
cierto desamparo del personaje y, así sea por analogía, de sí mismo, de
la condición humana.
La anticipación puede verse,
también,
como una forma de espejo:
Ese Figueroa es un traidor (...). Y a Emiliano nomás nunca le había entrado el líder guerrerense. (...) fue uno de los más crueles perseguidores del zapatismo, un exterminador. (...) El propio Madero contribuiría a tal encono. En una misiva escribió a Figueroa:
En vista de las circunstancias tan difíciles por las que atraviesa el estado de Morelos, se ha decidido nombrar a usted Gobernador y Comandante militar del estado de Morelos. A la vez seguirá usted al mando de las tropas del estado de Guerrero, a fin de que pueda movilizar libremente las tropas de un estado al otro y llevar a Morelos todas las que necesite para pacificar completamente el estado. (...) Espero de su patriotismo aceptará esa invitación y nos pondrá en su lugar a Zapata, que ya no lo aguantamos.
Pero eso será después.
Ahora ya casi
es verano. (...) desde su cuartel general en el Hotel Moctezuma en
Cuernavaca, Zapata conferenció con Ambrosio Figueroa. El parte
del 29 de mayo dice a la letra que al día siguiente se darán
estrecho abrazo (...) (57-58)
Esta anticipación permite
al lector ver frente a frente dos momentos. Primero informa de la
persecución del guerrerense a Zapata. Luego, planta la frase
"Pero eso será después". Y acto seguido,
narrado en pleno presente del relato, los hallamos en diálogo,
en colaboración: en abrazo. La anticipación en el
tiempo contamina, por así decirlo, esa escena. Nuestra mirada,
nuestra apreciación de la escena, es otra.
Otro
aspecto de la anticipación se observa en
la cita que sigue:
El 15 de agosto de 1914 Álvaro Obregón fue quien entró triunfante a la ciudad de México para firmar el convenio Teoloyucan. En él Carbajal disuelve al Ejército federal y entrega la capital al Ejército Constitucionalista. Las firmas no son tan legibles, pero aun así pueden leerse el nombre de Othón Blanco por la marina, Gustavo salas por el Ejército federal, y Eduardo Iturbide como gobernador del Distrito Federal.
En ese escrito Álvaro
Obregón
representa a todos los otros. O a nadie, ya se verá. (115)
Mediante la yuxtaposición de los dos tiempos el
narrador insinúa, para el lector, dos perspectivas, dos
lecturas del compromiso de Obregón; introduce así la
ironía, y mediante ella, la mirada escéptica hacia este
personaje.
Por último, transcribo dos
anticipaciones que
participan en la expresión, en el tono de fatalidad que
contiene la novela:
En la ciudad de México
también comienza
otra guerra que sería aun más dañina para Zapata, aunque él no lo sabe.
(...) La suerte del universo
todo está echada: las orejas de la muerte como dos ases
fúnebres de lodo. (90)
Y salió la carta de la
muerte con su filosa
guadaña. Lo aguardaría pacientemente. (157)
Como se observa, el hecho de que las anacronías se presenten como anticipaciones de la catástrofe, imprime al texto un tono, una atmósfera; la atmósfera de la tragedia, del derrumbe.
Habría que hacer
notar cómo
la voz narrativa va al interior del personaje para narrar sus
recuerdos, y luego de manera sutil le cede la palabra para que sea él
quien exprese plenamente su vivencia. Luego alternarán una y
otra voz desde un mismo horizonte. Esto es, el narrador se acerca al
otro, escucha,
se pone en su lugar, lo comprende.
Siguiendo con el
manejo del tiempo,
hilo fundamental de la narración, y después de haber
visto una muestra del trabajo con las anacronías, figuras que
corresponden a la dimensión del orden
del tiempo, toca examinar algunas figuras de la dimensión de
la duración.
Destacan dos procedimientos (que se mezclan, a veces.), y que son la
descripción y la digresión. En la construcción
de ambas participan, también, los recursos de la analogía,
con sus diversas funciones. En la primera escena (esa a la que nos
hemos referido antes, y que representa el momento en que le entregan
los documentos) están ya presentes. Las dos citas que siguen
son parte de una y otra respectivamente:
Hay una reunión, muchos hombres. Discuten o
dialogan. Habrá una votación. Es otoño, aunque
en Anenecuilco las estaciones apenas existen. (...) Hay polvo, arena
que se levanta enfurecida. El viento la esparce por el camino, seguro
de que a nadie pertenece. Todo, de pronto, se detiene. Hasta la
tierra guarda un respetuoso silencio frente a esos hombres que no
sonríen (13)
En el siguiente párrafo entra la
digresión
reflexiva:
¿Qué peso puede tener una palabra,
dignidad, cuando la vida se derrumba y nada existe?, piensa Emiliano
mientras recibe el cargo (...) Toma las escrituras, los títulos
de propiedad de las tierras porque sabe que allí se encuentra
cifrado el futuro, en un oscuro pasado que por ahora le es
inescrutable. Dará la vida por ellas, las guardará con
recelo. No tienen nada, ni siquiera son dueños del polvo. Casi
sagradas las escrituras. ¡Bien valen la vida! (13)
Ambos procedimientos dan lentitud a
la narración. Casi detienen el tiempo; alargan el instante. La
descripción es más que el dibujo del escenario, del
lugar en que ocurre el acto de la entrega. Mediante ella se logra una
resonancia del acto en la naturaleza. La representación,
mediante los recursos de la ficción, del lugar donde tiene
lugar el evento, propicia la cercanía, busca que el lector
pose la mirada en ese momento, que experimente la vivencia, que
comprenda el alcance de lo que allí ocurre.
Viene luego la digresión, que inmersa en la
narración del acontecimiento, rodeando las frases que lo
narran expande el momento, alarga el instante. Junto con la
descripción solemne que dibuja el lugar y la atmósfera
que ofrece la reunión, logra que el tiempo se pose allí;
que el acontecimiento se agrande, se llene de sentido.
Permite, también, que la voz
narrativa dé paso al nacimiento de la palabra interna de quien
recibe el cargo. De nuevo, la casi imperceptible transición de
una voz a la otra pone en relieve la cercanía entre ellas;
como apunté, la voz narrativa se pone en el lugar del otro;
paso primordial para entablar el diálogo. De ahí que se
perciba la escucha. Inicia el movimiento de intercambio entre lo
cercano y lo lejano, entre el yo y el otro.
Habría que hacer notar,
además, que la digresión antes citada es parte de un
grupo de digresiones que se unifica alrededor de la indagación
del sentido de determinadas palabras. Como se observa, en este caso,
la palabra es "dignidad". Aquí algunas otras:
Y de qué sirve una palabra, indignación,
se dice Emiliano, cuando no se tiene nada. (43)
Y qué significa una palabra,
libertad, cuando ya no se tiene nada?, piensa Emiliano, harto. (133)
Y qué significa una palabra, poder, cuando ya nada se tiene, cuando no se aspira a tener nada que no sea la tierra, suficiente para sembrarla uno mismo con los suyos?, se pregunta Emiliano Zapata esa noche. Sólo es dueño de su silencio y de su destino.
Tal vez porque todo el que rechaza el poder, como dice el poeta, termina destruido por él. Allí se echó la suerte, jugó a la lotería.
Y salió la carta de la muerte
con su filosa guadaña. Lo aguardaría pacientemente.
(157)
Y qué
significa una
palabra, traición, cuando ya no se tiene nada, ni siquiera
amigos o compadres (...) , se pregunta Emiliano. (196)
Y qué peso puede tener una
palabra, muerte, cuando ya no se tiene nada, cuando ya se ha muerto
de tantas formas? No lo sabe (211)
Importa señalar que la exploración,
sobre la palabra en cuestión, aparece siempre en relación
con una situación determinada; pero todas ellas se
caracterizan por enunciar el desposeimiento; hay un avance hacia la
carencia absoluta. Por su reiteración elocuente, este
procedimiento se vuelve una especie de motivo en la novela, parte
central de su poética. Nótese, además, cómo
en la segunda parte de la tercera cita, la voz narrativa introduce la
fatalidad, el tono trágico que permea la novela.
Algunas veces, como apunté, las digresiones
reflexivas y las descripciones están hechas, en parte, de
símiles y metáforas.
El
nunca podrá olvidar.
Le han encomendado el recuerdo como un pesado grial. Y habrá
de cargarlo siempre. (30)
Cavan
los perros aullando agujeros de dolor. (82)
Tenemos así que el manejo del
tiempo como duración
detiene el momento
para dar hondura al relato. Se puede decir que
trabaja hacia abajo, que escarba en la vivencia y en las
motivaciones.
Antes de terminar este apartado, hay que hacer notar
que
el trabajo con las analogías constituye una estructura que
expresa una muy verosímil cosmovisión del personaje,
una cosmovisión que corresponde, en parte, a la aspereza de
sus vivencias, a la hostilidad del ambiente que lo ha ido
conformando:
Se sentía un murciélago al que han
encerrado en un tarro de miel (156)
Así, como tejones, son todos en la capital.
Animales medrosos que se esconden para robar y huyen en el día
para no dar la cara los muy cabrones (157)
Las dos últimas
citas son
percepciones que se refieren a su estancia en la ciudad de México.
Puede observarse en ellas la comparación con el mundo animal.
Estas analogías son muy frecuentes. Aparecen en frases
narrativas -inmersas en las digresiones- caracterizando acciones de
guerra de uno y otro bando; se comparan, muchas veces, con insectos,
aves rapaces o roedores, animales del subsuelo. Aquí algunas
más:
(...) que seguían descendiendo
de la sierra como polillas infinitas (108)
¿Cuánto podrían durar allí
pertrechados como tecolotes inútiles? (108)
Los pocos carrancistas de
infantería
huyen por todos lados como zorros que han perdido su madriguera (146)
(...) como una manada de roedores a
quienes les han arrojado agua para dispersarlos (179)
Empiezan a llegar de nuevo, como plaga de
insectos los emisarios de la paz a los campamentos zapatistas. (121)
Pocas veces son simplemente aves:
Los hombres iban bajando de los cerros como aves con
sus calzones blancos (108)
Otras veces las analogías se relacionan con la
tierra misma:
El cuerpo es
un muro de adobe, piensa Emiliano, cada
ladrillo es parte del recorrido (33)
(...) los ojos
no se cierran con el puro cansancio. La
preocupación los mantiene abiertos como pozos. Freza. Nomás
que sin agua. Ya no volverá a llorar. (36)
Se puede observar que estas analogías
forman parte de un sistema, de una forma de percibir y de explicarse el
mundo, el comportamiento humano.
Pero sobre todo, expresan la conciencia de ser parte inseparable de
la tierra.
Aparecen, también, en la parte del texto que
señalé como culminación, y que representa la
breve arcadia que vivió el estado de Morelos:
Es agosto de 1915, el
día de su cumpleaños.
Tiene treinta y seis años pero se diría que ha vivido
siglos, que es inmemorial, como la nieve o las montañas. (168)
En plena utopía, hay unas
analogías que expresan la zozobra; avisan que la realización
del sueño no es plena. Debido a la ruina en que había
quedado el estado por los años de guerra, y aunque muchos ya
cultivan sus propios alimentos, se ven obligados a continuar con el
cultivo de la caña de azúcar: Y no es eso lo que
buscaban, la caña devora las parcelas:
Y allí crecía como
venida de otro
mundo, como nacida del infierno mil veces bella y mil veces maldita
la delgada espiga de caña. De niño, con su pequeña
estatura, Emiliano supo otra cosa: la caña lo oculta todo.
Desaparece el horizonte, se desvanecen los montes, el sol se recorta
en ínfimas porciones, como los gajos de una naranja mal
mordida. Glácil a pesar de su dureza, verde como una selva
instantánea. Falso junco más duro que la vida. Debajo
de la caña, el miedo. (164).
Son pocas las que expresan plenitud
del sueño cumplido. Estas son, de manera significativa,
extremadamente simples; transcribo aquí dos de ellas porque
-aunque no son parte del grupo analógico que he venido
exponiendo- expresan esa plenitud:
(Zapata)
Le dice a Gildardo
Magaña después de desayunar huevos y frijoles y
tortillas, comemos como en un día de fiesta. (169)
Siempre hay aplausos,
mucha felicidad. Como si la
guerra no hubiese existido. Es más, como si en Morelos las
cosas siempre hubiesen sido así. (170)
Sin embargo, duró poco; el fin de la utopía
se expresa de nuevo mediante la comparación con la naturaleza:
Cuando al fin Francisco
Villa es derrotado por
Obregón, la utopía morelense se derrumba como un montón
de piedras que van cayendo de a poco de la montaña, por días
y días hasta que una muy grande se lleva a todas las otras y
un alud de rocas sepulta la cañada. (179)
En el desenlace del relato participa
igualmente esta cosmovisión analógica, sólo que
recrudecida; imágenes terribles lo expresan:
Tres días con sus noches el cadáver de Emiliano descansa sin sosiego, a la intemperie. El cuerpo se descompone, abotaga, se hincha. La boca parece cubrirle toda la cara : una inmensa costra la cubre, llena de moscas, zumban, chupan sangre, pero la sangre ya también es una masa purulenta, un negro charco agrietado como la tierra. (...).
Tres días, las caras de los soldados como buitres, el cuerpo de Zapata su carroña. (216)
En otro nivel del texto, toda la
lucha zapatista se
organiza alrededor de la palabra; y la palabra también se
organiza alrededor del tiempo. Son las escrituras
(los títulos
de propiedad) las que avalan su lucha. Se estudian, están
siempre en custodia: Zapata, Robledo, Chico Franco, todos, en su
turno, tienen el encargo de protegerlas con su vida misma. Son su
energía, su razón, su fuente: les vienen del pasado. Hay que recuperar
las tierras para
que se cumplan las escrituras. Reclamarlas pacíficamente, por
las vías legales, resultó inútil; de ahí
que decidan apoyar a Madero:
El Plan de San Luis es claro y a
él se unen
en el sur. La demanda por la tierra es letra y música para
esos hombres cansados de luchar contra todo. (49)
Después de su entrega a ese
proyecto, sólo hambre, muerte, nada. Ahora los combaten, por
reclamar sus tierras, los mismos a quienes ellos apoyaron. Necesitan
su propia palabra:
Una sed de urgencia histórica, un hambre de estar haciendo lo correcto nutre el sudor de esos hombres escondidos en una casucha de Ayoxuxtla. En torno a una mesa rústica de madera y dos sillas viejas. El piso de tierra. Nada más. Lo demás lo tienen en la cabeza. Lo han rumiado como camellos en el desierto de sus vidas. Lo rumiaron también sus padres y los padres de sus padres. Es ahora o nunca. (82)
Cuando Montaño y Zapata salen del jacal, tienen el Plan de Ayala. Nace así, la palabra del futuro. Tiene tal fuerza que suplanta, podría decirse, al mismo Zapata: éste no estará en la Convención de Aguascalientes, pero su palabra, la palabra del futuro, estará allí, en el centro de esa reunión; Villa se refiere a ella como a letra sagrada; ella impulsó lo poco que de justicia se hizo.
Mediante estos mismos procedimientos novelísticos construye otras redes de sentido que han quedado fuera de este análisis. Por ejemplo, pesadillas recurrentes con imágenes de violencia, de religiosidad, de fantasmas queridos. En conjunto con los procedimientos que aquí expuse, expresan soledad, ausencias, posibles caídas, culpas, humillaciones. Logra, así, un dibujo complejo, verosímil del ser humano que probablemente fue Zapata. Un hombre hecho de tiempo: de pasado y de futuro. Y al reconstruirlo en la lectura nos reconocemos. Somos, sepámoslo o no, lo que fuimos, y lo que queremos ser.
III.
En la parte final del texto que aparece como "Agradecimientos" el autor afirma: "Durante muchos meses quise sólo narrar la arcadia morelense del año y pico en que Zapata repartió las tierras de su estado. La utopía posible en donde texto y realidad se hicieron uno solo." (223) Sin embargo, encontró que las actitudes y acciones que aplastaron esa utopía tenían que estar en el relato: Esta decisión es coherente con la concepción de la historia que postulamos en este trabajo: la historia se cuenta desde el presente. Y puesto que en nuestros días sólo hay ausencia, ruinas de esa utopía, el autor se vio obligado a narrar la contraparte. De ahí que a la hora de construir, mediante diversos acontecimientos, semejante historia, elija partir del momento que expresa, a la vez, una carencia por despojo (despojo que testimonian las escrituras) que el personaje recibe como herencia, y su decisión de tornarla en presencia: el día en que la comunidad decide nombrar a Emiliano su representante, el calpulelque de su pueblo, Anenecuilco. Y recorre con él el viaje. Al final, puesto que la voz narrativa cuenta con la amplia mirada que le permite dialogar con el personaje, con su lucha sin excluir el presente, observa que muchas veces Zapata fue tal vez intransigente. Es consciente, también, de que los soldados de a pie que pelearon contra ellos, por haber sido víctimas de la leva o de la miseria, se hermanan en el dolor. Pero, sobre todo, a casi cien años de esa lucha nos invita -con las fuentes del historiador, y con los recursos de la ficción- a que reconstruyamos juntos (en la lectura) la lucha contra un despojo; la lucha –hasta ahora casi inútil- de un pueblo por recuperar su tierra. Y en el trayecto, revivimos la lucha de los oportunismos y de las traiciones de quienes los aplastaron.
Hay muchas otras historias de esta lucha. La historia oficial, la que cuenta desde el poder, ha narrado a través del tiempo, diversas versiones. Una, muy difundida, es la que asegura que con esa lucha se hizo justicia a los pueblos indígenas. Hay otras, como Cien años de confusión. México en el siglo XX, de Macario Schettino (Taurus, 2007), que sostienen que esa lucha se libró de espalda a su tiempo, contra la modernidad, y que causó un retroceso de siglos. La historia, apunté siguiendo a Ricoeur, es el campo de los posibles narrativos. Son historias que nos contamos. Cada una se cuenta, de una u otra manera, desde distinto horizonte. Al narrarlas, en unas más que en otras, se busca acotar los propios intereses. Toca a nosotros leerlas a la luz de nuestro presente. No todas resisten el cotejo con la realidad.
Apunté en mi análisis que la novela expresaba una atmósfera trágica. La novela está mucho más cerca de la tragedia que de la épica. Se respira la fatalidad, el camino a la muerte, a la catástrofe. María Zambrano sostiene que para que haya tragedia se debe aprender de la catástrofe. Hacia el final de la novela se lee: "Pronto, todos hablan del aire, a voces, hablan despacio del relámpago. Acaban los destinos en bacterias." (216). Si así terminara, se diría que ésta es una tragedia sin sentido. Sin embargo, la frase que cierra el relato es un grito desde la palabra del futuro, aquella que no se ha cumplido: "Primero muy quedo y luego a gritos, a gritos que nadie oye, aúllan feroces: ¡Zapata no ha muerto! ¡Zapata vive!" (216). Entre otras cosas, con la novela aprendimos que tenemos una deuda, una deuda que nos llega del pasado.
Bibliografía
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Rodríguez Monegal, Emir. “La novela histórica: Otra perspectiva”. Historia y ficción en la narrativa hispanoamericana. Coloquio de Yale. Roberto González Echevarría, comp. Caracas: Monte Ávila Editores, 1984.