Los
discursos como la constitución del sujeto en una novela de Bryce
Echenique
Universidad de Guadalajara
El
ser
humano
se encuentra sumergido en un mundo-lenguaje que le habla y
que le
exige respuesta; desde el inicio de su
trayectoria en la vida, es colocado en un mundo ya prefigurado. Se diría que es incorporado, sin más, al juego del mundo que lleva tiempo
jugándose, y sólo desde el interior de ese juego-diálogo
se irá haciendo
a sí mismo.
Su
participación en este juego-conversación podrá ir (debido
a causas de muy diversa índole) de un
puro manotear confuso, un continuo sumergirse, un ser arrastrado
por la
corriente, a un manso adoptar jugadas y
discursos. O de un ir más allá, un crear nuevos discursos, un convencer
al
otro, hasta un imponer reglas, un permanecer
sordo a la palabra del otro, un acallar al otro. O de un
detenerse un
poco, un ensayar una jugada, un disponerse a escuchar, un reflexionar, un adquirir la consciencia de que se es un ser situado con capacidad de hacerse de
un horizonte, de irlo ampliando, un trazar
un esbozo de respuesta, un responder
junto con otros, un hacerse (aunque siempre limitado) de la
palabra propia, un participar en
el juego-conversación que es el mundo.
La
última
mudanza
de Felipe
Carrillo de Bryce Echenique, se teje, en gran medida, desde y
con esta problemática.
La principal estrategia mediante la
que el narrador desarrolla este proceso de reconocimiento de la
centralidad del
lenguaje en la constitución del sujeto y su relación con el mundo, que
enuncia
el título de este artículo, es la de la ironía. Tal estrategia le
permite
introducir diversas actitudes respecto a los discursos que tejen la
novela;
esto es, le otorga complejidad y ambigüedad al relato.
De ahí que encuentre
pertinente, para este trabajo, partir de la manera en que Lauro Zavala
(1993)
entiende el concepto de ironía.
Examinando algunos de los más destacados trabajos que, sobre el
tema, se
han realizado, sostiene que en todos estos estudios se encuentra que en
términos generales la ironía se construye mediante la presencia simultánea de perspectivas yuxtapuestas. No me detendré, aquí, a enumerar todos los
tipos de ironía que esta definición general engloba, y en la que
cabrían no sólo
las formas tradicionales de entenderla. Me enfocaré en aquella
categoría que
Zavala, siguiendo a Jonathan Tittler
designa como ironía narrativa porque encuentro que
desempeña un trabajo central en las construcciones que expresan la
reflexión
que hace y las posturas que toma el
sujeto de la enunciación con respecto a
la función que tienen (en esta novela) los diversos discursos en lo que
toca a
la constitución del "yo" y sus relaciones con el mundo.
A las formas de este tipo de ironía, se
les entiende como el resultado de
"la coexistencia de perspectivas diferentes entre cualesquiera de los
elementos narrativos: autor, narrador (es), personaje (s), y lector
(Zabala,
40). Y serían formas de ironía narrativa interelemental.
Pero
incluye
también,
entre otras, la
ironía intraelemental, esto es, la que
ocurre al
interior de alguno de los elementos antes señalados; en este caso,
particularmente, en el interior del
sujeto de la enunciación del texto del que aquí me ocupo.
Dos historias de amor dan lugar a esta novela. Una es la
relación amorosa de Felipe Carrillo, protagonista y narrador, con
Genoveva,
periodista madrileña, divorciada y con un hijo bajo su tutela, cuyo
problema edípico obstaculiza y,
finalmente, trunca la relación entre
la pareja. La otra, los amores del mismo Felipe Carrillo, arquitecto
radicado
en París, con Eusebia, sirvienta mulata en una casa de las costas de
Perú,
tierra natal del protagonista, a donde éste había llegado de vacaciones
en
compañía de Genoveva y de su hijo, Sebastián, buscando salir de la
crisis en
que se hallaba la relación.
La narración se abre trayendo a la
memoria uno de los últimos acontecimientos de una de las dos historias. Sabemos desde el principio que el
protagonista y narrador está solo. La novela no adquiere su pleno
sentido en la
serie de eventos, sino en su reordenamiento
mediante la evocación,
exploración y toma
de
posición
ante ellos; en este proceso
se va construyendo el yo de la
enunciación, la voz que narra desde la tradición de los discursos de
los que
proviene, y de aquellos en los que se ha ido insertando. Unas veces
estos
discursos son la savia que inyecta vida a lo ya vivido, pero sobre todo
son los
puntos de referencia que posibilitan el recuento y
la comprensión del desarrollo que
tomaron los acontecimientos, y al
hacerlo, algunas veces, se enfrenta a esos discursos; otras, los
discursos
le imponen límites.
El discurso de las estratificaciones
sociales tiene un lugar prominente en el
desarrollo de la problemática de esta novela.
El ángulo desde donde se aborda este problema es el del habla,
el de la
forma en que nos expresamos e intentamos comunicarnos en la vida
cotidiana. En
lo que toca a la exploración de la relación con Eusebia, en principio
se pone
el acento en el aspecto gracioso de las formas peculiares del habla de
la
mulata. Al respecto, el narrador comenta, "Eusebia, Euse,
mi Negra: al hablar le soltaba a uno cosas tan graciosas que desde entonces la llamé Verbigracia,
para mis
adentros" (Bryce, 41). Sin embargo, la tensión asoma en una frase
cualquiera. si ella le propone "sigamos
roncando", él le responde "sigamos soñando", y la conversación
remata con un "-Flaco, déjame a mí con mis ronquidos, ¿ya? Y tú, si
quieres, quédate con tus soñidos." (182).
El
juego de palabras expone la gracia de la mulata. Pero al tener lugar
dentro de
una estrategia irónica, se vuelve un juego con otros matices. La
sonrisa que
despierta en nosotros no se debe sólo a su ingenio, también resulta de
que,
mediante la ironía interelemental, hemos
experimentado el realismo, la perspectiva desde la que Eusebia (situada
en la
otra orilla de la estratificación social con respecto al lugar que
ocupa el
protagonista, y los amigos de éste) vive su relación con el arquitecto.
Es, por
lo tanto, una sonrisa matizada, agridulce. La siguiente reflexión del
protagonista pone en relieve las causas de esa perspectiva realista, y
acentúa
la escisión entre ellos:
Nació
con los pies en el suelo y así los mantuvo durante sus pocos años de primaria (...) Su paisaje fue el
desierto caluroso y el algarrobo terco en el viento (...) Sirvió en
casa de señores,
desde que tuvo edad, o sea desde que sus padres lo
decidieron, por necesidad, y ahora creía que
iba a servir en la mía. Mejor dicho, estaba totalmente convencida de
ello. O
sea, pues, que la vida la había mantenido
con ambos pies bien en el suelo, aunque ya usaba zapatos y le
bastaba
con una miradita en el espejo para
comprobar que era una hembra realmente suntuosa. (43)
Ahora, la
ironía inserta en
este discurso hace que la sonrisa que despierta sea apenas perceptible.
De
hecho, el esbozo de sonrisa que se suscita, hacia la mitad del
fragmento
mediante la frase "y ahora creía que iba a servir en la mía" es casi amarga.
Refiriéndose a la percepción con
que Eusebia vive su relación amorosa, el
narrador reflexiona " (...) y, de
pronto, a pesar también de mis sueños más limpios, yo sólo me la podía
tirar y
ella conmigo sólo se podía acostar. Fallaban, pues, a gritos, los
puentes de
los ríos, fallaban sus aguas, fallaba todo. Y además
Diríase que el discurso de la
estratificación social y sus consecuencias concretas tienen su centro
en esta
novela en la relación entre Eusebia y el protagonista puesto que los
dos
personajes implicados pertenecen a estratos sociales contrastantes, se
diría
que es el espacio por excelencia para explorar los alcances de este
discurso en
nuestra manera de estar en el mundo y de relacionarnos con el otro. Pero en realidad, este discurso
penetra la novela en su totalidad, toma parte en el tejido de todo el
relato.
Hay varias escenas que sirven de pretexto para exponer la infiltración
del
poder dominante de ese discurso. Me limitaré a comentar dos de ellas
que
ilustran la presencia constante de la tensión que provoca en las
relaciones de
la vida diaria.
Una ocurre
alrededor de una broma trivial en que Genoveva y
Sebastián, su hijo, se reían a costa del protagonista, de la frase
"Muera
el Perú, carajo" dicha por la lora, una de las mascotas de Sebastián
(quien,
por supuesto, le había enseñado la frase),
deriva en esta digresión del narrador, que involucra a Paquita,
la
sirvienta de Genoveva (y que no se encontraba presente cuando ocurrió
la
escena):
Total, pues,
que Paquita no se hubiera reído porque,
además, el señorito venido de París pronto iba a ser de la familia, si
es que, pero en la cocina no se piensa
ni siquiera si es que, porque doña Genoveva, mi señora, tiene una foto dedicada
por el Rey en la sala, y porque
el señorito venido de París es peruano y de inca
sí
que tiene algo en el acento y en lo feo que es, Dios mío, cómo habrá
sido don Felipe Carrillo con sus plumas
allá en las colonias que les llaman, Dios mío, qué casa la que me ha
tocado.
(23)
Esta
técnica mediante la que se introduce la ironía narrativa, es
característica del
autor. Consiste, como puede observarse, en intercalar en la narración,
mediante
retacitos de discursos, las voces de otros personajes en medio de
digresiones y
descripciones. En el caso de la cita anterior, la ironía narrativa
constituye
una especie de juego de espejos. El narrador nos deja ver la forma en
que él es
percibido por Paquita. Pero este discurso nos proporciona, además, la
imagen de
ella; esto es, al construir al otro mediante el discurso social
dominante, se
expone ella misma constituida por ese discurso. Puesto de otro modo,
podría
decirse que el narrador la dibuja dibujándolo, y al hacerlo, la muestra
hecha
del discurso con que juzga, y que a la vez, la somete. Discurso que es
puesto
en relieve, enfatizado, mediante la acumulación de lugares comunes de
la
estratificación social referida, esta vez, al discurso proveniente de
la
conquista y la conformación de las colonias. En este juego de espejos
constituido mediante fragmentos de la palabra ajena, entramados en las
digresiones del protagonista (y que se perciben como "actuados" por
el personaje narrador), se da un mutuo advertir lo otro
en los dos personajes. Aunque habría que decir que la
ironía, en este caso, implica algo más que un frío advertir lo
otro.
Cierto, por una parte, se trata
de frases que dibujan al personaje, que lo llevan a escena en
situaciones
concretas, en circunstancias aparentemente insignificantes que
expresan, sin
embargo, el peso decisivo del discurso con que ella mide al
protagonista y
narrador, y que al mismo tiempo la moldea.
Pero estos fragmentos del discurso con que el narrador la
representa
contienen un gusto a oralidad, a expresión popular; se trata de
registros de
expresiones coloquiales que le otorgan personalidad y gracia, que
mueven a la
simpatía, retacitos de discurso que nos hablan de ella, y que apelan a
nuestra
comprensión.
Otra escena, entre las muchas con
que se teje esta misma problemática es la
que corresponde al momento en que empiezan a desempacar para instalarse
en Colán, playa del Perú,
donde pasarán sus vacaciones.
Felipe le pide a Sebastián que le pase las fundas y las sábanas,
luego
se lee:
-Gracias, Bastioncito, -le
dije a Sebastián, y Genoveva tiene que reconocer que , con
gran
tacto, exclamé, al recibir las cuatro
fundas: -¡Qué hilo,
Bastioncito! Siendo
peruano y todo,
Bastioncito, tengo que reconocer que en este país de mierda,
en
esta
fucking
banana republic, como le llaman en gringolandia
a todo lo que queda al sur del Río Grande
y John Wayne, no se había vuelto a ver hilo como éste, ni tocado tampoco, desde
que
se fue el último virrey de
España, dejándonos tan solos, cuando lo de San
Martín,
Bolivar, y
Como
se habrá notado, es una especie de broma con la que el protagonista y
narrador,
simulando participar de la
perspectiva del otro (en este caso,
la de Sebastián) para congraciarse, se diría que actúa para él mediante el recurso
de la concentración de lugares comunes del discurso colonial, y el de la exageración del valor de sus productos
(poniendo el énfasis en cosas nimias). Se trata de una actuación que
conlleva
mofa; pero también cierta tensión (tanto en la relación con el otro como al interior del sujeto de la
enunciación).
Este discurso de estratificación
social expresado de manera irónica
mediante la yuxtaposición de perspectivas
forma un entramado en toda la novela, creando una tensión
constante que
no por nimia y juguetona deja de escindir al protagonista, tanto hacia
el
interior de él mismo, como en su relación con los otros.
El discurso freudiano es otro de los
hilos que tejen la obra (como apunté al consignar la anécdota de la
novela, el
problema principal que impide que la
relación del protagonista con la periodista se vuelva estable,
es de
índole edípico).
Cabe señalar, aquí, que la
expresión irónica sobre el discurso freudiano tiene una gama de
tonalidades. La
ironía se construye, en este caso, mediante la yuxtaposición de dos
discursos:
el romántico y el freudiano. Un
"YO" que proviene de la tradición romántica, parece escindirse al
toparse con la carga del discurso del "yo" freudiano.
La escisión se expresa, unas veces, en
tonalidades tragicómicas: es el caso donde el protagonista y narrador yuxtapone la
relación entre él, la periodista y su hijo con la de los personajes de
la
novela de Goethe:
(...) días en
los que incluso me invitaban a la ceremonia del
vals vienés y me daban una pieza
sí y una no en la agenda de una Genoveva inolvidablemente freudiana (...) disfrutábamos
nerviosísimos
con el próximo vals de Strauss, el que me
tocaba a mí, joven Werther, cuando me tocaba el papel del joven Werther
(...), y Genoveva era Lotte
y Bastioncito era el esposo de esa mujer de corazón vals y segunda mitad del
siglo XV111 en la verde
Alemania y se llamaba Albert y al igual que Lotte
se
preocupaba tanto por mi futuro suicidio, que siempre impedían en el último instante con un
nuevo vals en el
que yo era Albert, te toca a ti Felipe Carrillo. (35)
Otras
veces se construye mediante la ironía risueña que expresa la nostalgia
del
pasado, y de ciertos espacios que
todavía no han sido tocados por ciertos discursos. Como ahí
donde
preparándose para el viaje a su país, cavila: "Edipo como que no era Edipo
todavía en Piura, y nadie podría creer allá que una madre y un hijo
formaran la
pareja más estable de una ciudad" (141).
Aunque en la constitución de esta
novela participan otros discursos, los aquí mencionados juegan un papel
preponderante, se vuelven en la novela juego de entramados. Salen a
escena para
expresar, irónicamente, un movimiento interno que va de la escisión al
alivio,
de la amargura a la tolerancia, del escepticismo a la aceptación.
Sin embargo, no se trata de un
determinismo absoluto. La novela es también el proceso de
reconstrucción del
"yo" de un narrador que busca, en la medida de lo posible,
hacerse de una voz propia. Heredero de
múltiples discursos, busca el deslinde, el recorte, la definición que
le ayude
a encontrar su propia voz. Se transforma así, en un ser abierto,
dispuesto al
viaje, al cambio, y cuya mudanza más reciente, ocurre en la novela. Eso sí, se paga una cuota.
De esta manera, La última mudanza de Felipe Carrillo se ocupa, más de los discursos como moldeadores de lo que somos, que de los acontecimientos de la historia misma como indicadores que dan razón de nosotros. Es una novela que asume que los discursos nos constituyen; que en gran parte somos el resultado de discursos heredados que se concretizan en nosotros. O por lo menos, una novela que aborda la constitución del ser humano desde ese aspecto.
Bibliografía
Bryce
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