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Activo y pasivo en el cuento "El
sur" de Jorge Luis Borges
Javier Ponce
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El análisis literario
contemporáneo ha hecho énfasis en que uno de los motores principales de todo texto son
las diferentes oposiciones entre los diferentes elementos que lo componen. Así, el cuento
va creando tensiones y distensiones, armando intrigas, o bien, desarrollándose alredor de
los contrarios. Algunas oposiciones son más débiles y regularmente se reagrupan
significan en función de otros más fuertes, que son los que conducen la dirección que
irá tomando, en el caso del cuento, de la narración.
En el análisis del cuento
"El Sur[1]"
de Jorge Luis Borges encontramos que existe una fuerte oposición en torno a la cual los
actantes y sus características se van uniendo. Esta opsición nos permite hacer una
lectura analítica de la narración al mismo tiempo que le da va dando coherencia a las
diferentes secuencias del texto. Lo importante de esas oposiciones no es el hecho de que
sean oposiciones en sí mismas, sino que es preciso determinar cuál es su función dentro
de la estructura interna del cuento que se estudia; es decir, se trata de investigar cómo
y qué significan estas oposiciones para la totalidad de la narración.
Desde el principio de la
narración nos damos cuenta de que los diferentes elementos narrativos se van agrupando en
torno a la oposición predominante pasivo-activo. En el primer párrafo se
presenta el personaje principal, Juan Dahlmann y se habla de su ascendencia. Por un lado
está la pasividad su abuelo paterno, Johannes Dahlmann, de origen germánico (nórdico),
el cual es pastor de una iglesia evangélica. Por el otro se encuentra el dinamismo en la
"vida" de su abuelo materno, Francisco Flores, del cual sabemos por su nombre y
apellido que es de procedencia española (mediterráneo), quien además cumplía la
función de 2 de infantería de línea y murió en combate "lanceado por indios de
Catriel[2]".
Juan Dahlmann se encuentra en
medio de "la discordia de sus dos linajes[3]".
Su trabajo, secretario de una biblioteca municipal, es totalmente pasivo pero, nos
anticipa la narración, "eligió el de ese antepasado romántico, o de muerte
romántica[4]".
El personaje principal tiene una mezcla de las dos culturas de las que proviene y sin la
combinación de los dos no sería posible el desarrollo de la narración, ya que, aunque
el personaje decide su muerte romántica, para que esta se dé es necesario el impulso
del pasivo dado por, nos dice el cuento, la sangre germánica. Activo y pasivo se
complementan y permiten el desenlace del cuento:
en
la discordia de sus dos linajes, Juan Dahlmann (tal vez a impulsos de la sangre
germánica) eligió el de ese antepasado romántico, o de muerte romántica.[5]
La fusión de las
características de sus antepasados es clara y al mismo tiempo el protagonista las asume
de manera voluntaria. Juan está formado por sus recuerdos y conserva en un estuche el
daguerrotipo de un hombre expresivo y barbado, la dicha y el coraje de ciertas músicas[6]
(abuelo paterno); junto a una vieja espada y el hábito de estrofas del Martín Fierro[7]
(abuelo materno).
Otra oposición que gira en
torno a activo-pasivo, es la que se da entre la ciudad y la llanura (el Sur).
El protagonista vive en la ciudad porque lo retienen las tareas y la indolencia, pero
verano tras verano le llegaba la idea de pertenencia a la estancia del Sur, heredada de
los Flores, hasta el grado de convertirse en una imagen recurrente en su vida cotidiana:
una
de las costumbres de su memoria era la imagen de los eucaliptos balsámicos y de larga
casa rosada que alguna vez fue carmesí[8].
Posteriormente a esa
descripción, en el siguiente párrafo ocurre el accidente provocado en parte por salir de
la rutina. En lugar de esperar el ascensor, se deja llevar por el impulso que le da la
avidez por leer el ejemplar de las Mil y Una Noches, y decide subir por las
escaleras, se golpea en la frente y esto le causa la herida que hará que sea trasladado
al hospital.
Ya en el hospital, Juan Dahlmann
asume un rol totalmente pasivo; está a merced del destino e, incluso, más que atenderlo
como a un enfermo, lo tratan, según la narración, como a un preso. Un nuevo médico lo
conduce a otro sanatorio. En cuanto llegó:
lo
desvistieron, le raparon la cabeza, lo sujetaron con metales a una camilla, lo iluminaron
hasta la ceguera y el vértigo, lo auscultaron y un hombre enmascarado le clavó una aguja
en el brazo. Se despertó con nauseas, vendado, en una celda que tenía algo de pozo[9].
Frente a esta pasividad o no
consciencia, está la toma de consciencia de la situación por la que acababa
de pasar. El personaje adquiere un rol dinámico, ya que pudo entender que había
estado al borde de la muerte. Aunque el problema en sí no era la muerte, sino el tipo de
muerte que le habría tocado "vivir". El protagonista odió en lo que se había
convertido sin su voluntad, odió su identidad adquirida, su parte terrena representada
por las necesidades corporales, su humillación al verse sometido y la barba que le
erizaba la cara[10].
Juan se condolió de su destino. Ese no era el final al que le hubiera gustado
enfrentarse.
Por fin llega el día en que
Dahlmann se mejora y puede ir a convelecer a la estancia. En el proceso del viaje da otra
oposición, la de la ciudad y la del Sur. Es el transcurso de la opresión
del verano (relacionado con la fiebre, el infierno de la muerte no romántica)
hacia la primera frescura del otoño (destino rescatado). A la ciudad la compara
con una casa vieja y, aunque el protagonista la reconocía con la felicidad, también la
asociaba con un principio de vértigo. La frontera entre los dos mundos es el Rivadavia.
Atravesarlo significa entrar en un cosmos "más antiguo y más firme". Aquí
aparece en la narración la digresión en la que el protagonista entra a un café para
acariciar al gato. Aunque de manera aparente no se aporta significado, podemos encontrar
otra nueva oposición, la que se da en la concepción del tiempo que tiene el protagonista
con respecto al gato y al hombre. El gato es enorme, mágico; es como una
divinidad desdeñosa; el contacto con el animal es ilusorio, no es real y se está como
separado de él por un cristal; vive en la actualidad, en la eternidad del instante, en el
no movimiento. Por el contrario, el hombre vive en el tiempo, en la sucesión, en el
dinamismo. A través de estas oposiciones podemos colocar al gato dentro del esquema de la
pasividad y al hombre en el activo. Creemos pertinente comentar que para que el
protagonista perciba este dilema, es necesario el impulso (lado germánico) que le da el
hecho de recordar bruscamente el café en el que está el gato.
Juan Dalhmann comienza el viaje
y nuevamente se enfrenta a otra oposición, la fantasía de los libros y la de la realidad.
Inicia la lectura de las Mil y Una Noches al mismo tiempo que el paisaje externo
llama su atención. la montaña de la piedra imán, el genio que ha jurado matar a su
bienhechor, Shahrazad y sus milagros superfluos, aunque eran maravillosos, no lograron
valer más que la mañana y que el hecho de ser. Dahlmann cerraba el libro y se dejaba
simplemente vivir[11].
Juan Dahlmann, a través de la consciencia hace una recapitulación y toma partido por uno
de sus dos caminos:
era
como si a un tiempo fuera dos hombres: el que avanzaba por el día otoñal y por la
geografía de la patria , y el otro, encarcelado en un sanatorio y sujeto a metódicas
servidumbres[12].
Aunque el conocimiento que tiene
de la campaña es muy inferior al conocimiento nostálgico y literario, prefiere la vida
del Sur.
En la narración, el viaje nos
proporciona un proceso de transformaciones. El sol blanco de las doce del día cambia por
el sol amarillo que cambia al atardecer y luego por el sol rojo del atardecer; es la
transmutación de un color claro a uno intenso. El coche tampoco es el mismo y también
sufre un proceso; "la llanura y las horas lo habían atravesado y transfigurado[13]".
Todo era vasto, nos dice el texto y, agrega, la soledad era perfecta y tal vez hostil. A
través de estos procesos, Dahlmann puede sospechar que no sólo viajaba al Sur, sino
también lo hacía hacia el pasado. El protagonista alcanza a percibir que él también es
parte de un proceso. Sabe que puede ser hostil, pero eso era trascendente para él. Se da
cuenta de que el tren no lo va a dejar en la estación de siempre, el inspector le da una
explicación pero él ni siquiera trata de oír, porque "el mecanismo de los hechos
no le importaba[14]".