Sincronía

Spring 2010

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Activo y pasivo en el cuento "El sur" de Jorge Luis Borges

 

Javier Ponce

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     El análisis literario contemporáneo ha hecho énfasis en que uno de los motores principales de todo texto son las diferentes oposiciones entre los diferentes elementos que lo componen. Así, el cuento va creando tensiones y distensiones, armando intrigas, o bien, desarrollándose alredor de los contrarios. Algunas oposiciones son más débiles y regularmente se reagrupan significan en función de otros más fuertes, que son los que conducen la dirección que irá tomando, en el caso del cuento, de la narración.

     En el análisis del cuento "El Sur[1]" de Jorge Luis Borges encontramos que existe una fuerte oposición en torno a la cual los actantes y sus características se van uniendo. Esta opsición nos permite hacer una lectura analítica de la narración al mismo tiempo que le da va dando coherencia a las diferentes secuencias del texto. Lo importante de esas oposiciones no es el hecho de que sean oposiciones en sí mismas, sino que es preciso determinar cuál es su función dentro de la estructura interna del cuento que se estudia; es decir, se trata de investigar cómo y qué significan estas oposiciones para la totalidad de la narración.

     Desde el principio de la narración nos damos cuenta de que los diferentes elementos narrativos se van agrupando en torno a la oposición predominante pasivo-activo. En el primer párrafo se presenta el personaje principal, Juan Dahlmann y se habla de su ascendencia. Por un lado está la pasividad su abuelo paterno, Johannes Dahlmann, de origen germánico (nórdico), el cual es pastor de una iglesia evangélica. Por el otro se encuentra el dinamismo en la "vida" de su abuelo materno, Francisco Flores, del cual sabemos por su nombre y apellido que es de procedencia española (mediterráneo), quien además cumplía la función de 2 de infantería de línea y murió en combate "lanceado por indios de Catriel[2]".

     Juan Dahlmann se encuentra en medio de "la discordia de sus dos linajes[3]". Su trabajo, secretario de una biblioteca municipal, es totalmente pasivo pero, nos anticipa la narración, "eligió el de ese antepasado romántico, o de muerte romántica[4]". El personaje principal tiene una mezcla de las dos culturas de las que proviene y sin la combinación de los dos no sería posible el desarrollo de la narración, ya que, aunque el personaje decide su muerte romántica, para que esta se dé es necesario el impulso del pasivo dado por, nos dice el cuento, la sangre germánica. Activo y pasivo se complementan y permiten el desenlace del cuento:

 

          en la discordia de sus dos linajes, Juan Dahlmann (tal vez a impulsos de la sangre germánica) eligió el de ese antepasado romántico, o de muerte romántica.[5]

 

 

 

     La fusión de las características de sus antepasados es clara y al mismo tiempo el protagonista las asume de manera voluntaria. Juan está formado por sus recuerdos y conserva en un estuche el daguerrotipo de un hombre expresivo y barbado, la dicha y el coraje de ciertas músicas[6] (abuelo paterno); junto a una vieja espada y el hábito de estrofas del Martín Fierro[7] (abuelo materno).

     Otra oposición que gira en torno a activo-pasivo, es la que se da entre la ciudad y la llanura (el Sur). El protagonista vive en la ciudad porque lo retienen las tareas y la indolencia, pero verano tras verano le llegaba la idea de pertenencia a la estancia del Sur, heredada de los Flores, hasta el grado de convertirse en una imagen recurrente en su vida cotidiana:

 

          una de las costumbres de su memoria era la imagen de los eucaliptos balsámicos y de larga casa rosada que alguna vez fue carmesí[8].

 

 

 

     Posteriormente a esa descripción, en el siguiente párrafo ocurre el accidente provocado en parte por salir de la rutina. En lugar de esperar el ascensor, se deja llevar por el impulso que le da la avidez por leer el ejemplar de las Mil y Una Noches, y decide subir por las escaleras, se golpea en la frente y esto le causa la herida que hará que sea trasladado al hospital.

     Ya en el hospital, Juan Dahlmann asume un rol totalmente pasivo; está a merced del destino e, incluso, más que atenderlo como a un enfermo, lo tratan, según la narración, como a un preso. Un nuevo médico lo conduce a otro sanatorio. En cuanto llegó:

 

          lo desvistieron, le raparon la cabeza, lo sujetaron con metales a una camilla, lo iluminaron hasta la ceguera y el vértigo, lo auscultaron y un hombre enmascarado le clavó una aguja en el brazo. Se despertó con nauseas, vendado, en una celda que tenía algo de pozo[9].

 

 

 

     Frente a esta pasividad o no consciencia, está la toma de consciencia de la situación por la que acababa de pasar. El personaje adquiere un rol dinámico, ya que pudo entender que había estado al borde de la muerte. Aunque el problema en sí no era la muerte, sino el tipo de muerte que le habría tocado "vivir". El protagonista odió en lo que se había convertido sin su voluntad, odió su identidad adquirida, su parte terrena representada por las necesidades corporales, su humillación al verse sometido y la barba que le erizaba la cara[10]. Juan se condolió de su destino. Ese no era el final al que le hubiera gustado enfrentarse.

     Por fin llega el día en que Dahlmann se mejora y puede ir a convelecer a la estancia. En el proceso del viaje da otra oposición, la de la ciudad y la del Sur. Es el transcurso de la opresión del verano (relacionado con la fiebre, el infierno de la muerte no romántica) hacia la primera frescura del otoño (destino rescatado). A la ciudad la compara con una casa vieja y, aunque el protagonista la reconocía con la felicidad, también la asociaba con un principio de vértigo. La frontera entre los dos mundos es el Rivadavia. Atravesarlo significa entrar en un cosmos "más antiguo y más firme". Aquí aparece en la narración la digresión en la que el protagonista entra a un café para acariciar al gato. Aunque de manera aparente no se aporta significado, podemos encontrar otra nueva oposición, la que se da en la concepción del tiempo que tiene el protagonista con respecto al gato y al hombre. El gato es enorme, mágico; es como una divinidad desdeñosa; el contacto con el animal es ilusorio, no es real y se está como separado de él por un cristal; vive en la actualidad, en la eternidad del instante, en el no movimiento. Por el contrario, el hombre vive en el tiempo, en la sucesión, en el dinamismo. A través de estas oposiciones podemos colocar al gato dentro del esquema de la pasividad y al hombre en el activo. Creemos pertinente comentar que para que el protagonista perciba este dilema, es necesario el impulso (lado germánico) que le da el hecho de recordar bruscamente el café en el que está el gato.

     Juan Dalhmann comienza el viaje y nuevamente se enfrenta a otra oposición, la fantasía de los libros y la de la realidad. Inicia la lectura de las Mil y Una Noches al mismo tiempo que el paisaje externo llama su atención. la montaña de la piedra imán, el genio que ha jurado matar a su bienhechor, Shahrazad y sus milagros superfluos, aunque eran maravillosos, no lograron valer más que la mañana y que el hecho de ser. Dahlmann cerraba el libro y se dejaba simplemente vivir[11]. Juan Dahlmann, a través de la consciencia hace una recapitulación y toma partido por uno de sus dos caminos:

 

          era como si a un tiempo fuera dos hombres: el que avanzaba por el día otoñal y por la geografía de la patria , y el otro, encarcelado en un sanatorio y sujeto a metódicas servidumbres[12].

 

 

 

     Aunque el conocimiento que tiene de la campaña es muy inferior al conocimiento nostálgico y literario, prefiere la vida del Sur.

     En la narración, el viaje nos proporciona un proceso de transformaciones. El sol blanco de las doce del día cambia por el sol amarillo que cambia al atardecer y luego por el sol rojo del atardecer; es la transmutación de un color claro a uno intenso. El coche tampoco es el mismo y también sufre un proceso; "la llanura y las horas lo habían atravesado y transfigurado[13]". Todo era vasto, nos dice el texto y, agrega, la soledad era perfecta y tal vez hostil. A través de estos procesos, Dahlmann puede sospechar que no sólo viajaba al Sur, sino también lo hacía hacia el pasado. El protagonista alcanza a percibir que él también es parte de un proceso. Sabe que puede ser hostil, pero eso era trascendente para él. Se da cuenta de que el tren no lo va a dejar en la estación de siempre, el inspector le da una explicación pero él ni siquiera trata de oír, porque "el mecanismo de los hechos no le importaba[14]".



    [1]Jorge Luis Borges, Ficciones, Ed. Planeta-Agostini, Barcelona, 1985, pp. 195-204.

    [2]Ibid. 195.

    [3]Idem.

    [4]Idem.

    [5]Idem.

    [6]El evangelista es clérigo que canta el evangelio en misa

    [7]Obra en la que se alaba la vida de los gauchos

    [8]Ibid. p. 196.

    [9]Ibid. p. 197.

    [10]Aquí se da además la asociación con Johannes Dahlmann, su abuelo paterno, quien fue pastor de una iglesia evangélica.

    [11]Ibid. p. 199.

    [12]Idem.

    [13]Ibid. p. 201.

    [14]Idem.