Sincronía Invierno 2004


 

EL ORIGEN COMERCIAL Y FORÁNEO DE LA INDUSTRIA TEXTIL Y DEL VESTIR DE JALISCO

Raúl Mercado Pérez

Universidad de Guadalajara


 

 

Desde finales de la Colonia y con mayor frecuencia durante los primeros años del México independiente, en Jalisco se aplicaron diversos métodos para organizar la producción de ropa. En esos intentos, la creación de la gran industria fracasó, pero la pequeña se multiplicó.

 

La dependencia establecida por el gobierno español hacia sus colonias respecto a la producción textil, dejó sujetas las industrias locales a la fabricación de telas de baja calidad, mismas que iban dirigidas hacia las clases empobrecidas de la población, ya que las de mejor calidad eran importadas desde España, limitando el desarrollo de las empresas de la región durante los primeros años de la vida independiente (Aldana, 1979)[1].

 

La industria y el comercio locales reflejaban la pobreza que también existía a nivel nacional: falta de recursos económicos, grave crisis política, pesadas cargas fiscales, falta de imaginación de los empresarios, dependencia extranjera, contrabando, etc. (Aldana, 1981)[2]

 

Fue hasta la década de 1840 cuando aparecieron las primeras grandes empresas y, después del impulso industrializador de esta década -que se prolongó hasta 1851- vino un período de quince años en el que no se instaló en Guadalajara ninguna empresa de grandes dimensiones.

 

Cabe aclarar que el tipo de empresas creadas en esa época se dedicaban casi exclusivamente a la fabricación de telares y similares, ya que la producción de ropa en forma industrial era prácticamente incosteable, pues las unidades domésticas eran autosuficientes en ese aspecto. Casi todas estas fábricas se dedicaron a la producción de textiles y dos de ellas a la elaboración de papel. Los capitales invertidos en ellas fueron acumulados en actividades comerciales y pertenecían a empresarios con actividades en ambos sectores (productivo y comercial).

 

Para entonces, destacaban principalmente los obrajes de lana que se localizaban en las jurisdicciones de Autlán y Teocaltiche; el vino-mezcal en el centro y el sur del actual Jalisco (Amatitán, Tequila, Ameca, Sayula, Zapotlán); el piloncillo y el azúcar se producían en los valles subtropicales de las mismas regiones del centro y del sur; la cerámica en Tonalá (Alba y Kruijt,  1988).[3]

 

 La industrialización incipiente

 

La Intendencia de Guadalajara se desarrollaba prácticamente hacia un mercado orientado a satisfacer las demandas productivas del centro del país y se desempeñaba también como una región abastecedora de materias primas (Durand, 1986) [4], esto a partir de los últimos años del siglo XVIII. En el censo de la Intendencia de Guadalajara de 1793, se menciona que la ciudad albergaba a 457 "fabricantes de algodón y artesanos" y en el resto de la Intendencia se habían registrado 355 personas como “fabricantes” y 2,399 como "artesanos" (Menéndez, 1980) [5]

 

La producción artesanal en Guadalajara se desarrollaba básicamente a través de la organización de gremios, los cuales fueron copiados de sus similares en la ciudad de México, y éstos, a su vez, de los europeos. Los gremios eran asociaciones de artesanos especializados de acuerdo a su trabajo profesional. Su funcionamiento descansaba idealmente en dos requisitos: la regulación del trabajo en el régimen interno y el monopolio hacia el exterior (Weber, 1978)[6].

 

Los gremios pretendían el control de la política industrial, monopolizándola a través de la agremiación obligatoria, el establecimiento de tribunales industriales para regular el trabajo, la soberanía o monopolio gremial de la producción en un territorio y la lucha contra sus principales adversarios. También se intentaba evitar a toda costa que el maestro artesano se convirtiera en capitalista, así como lograr la no dependencia del artesano con respecto a los comerciantes.

 

Los gremios fueron tardíos porque aparecieron hasta el segundo tercio del siglo XVIII y en los primeros 50 años de existencia fue insignificante el número de asuntos que se trataron. Estos se concentraron en la última parte del período colonial, precisamente a partir de 1780.

 

Lo anterior concuerda y se explica a la luz de algunas grandes transformaciones ocurridas en Guadalajara en la segunda mitad del siglo XVIII, ya que hubo un amplio crecimiento demográfico, pasando de 11,294 habitantes en 1760 (Cook y Borah, 1977 en Van Young, 1981) [7] a 34,697 en 1803 (Páez, 1951 en De la Peña y Escobar, 1986)[8]. En el campo económico, las Reformas Borbónicas sirvieron de marco a la oligarquía tapatía, logrando controlar, a través de un complejo sistema de relaciones de parentesco, todos los recursos básicos de la localidad: la economía agrícola, las minas, los recursos financieros y los monopolios comerciales. Como consecuencia de ello, en 1795 se funda el Real Consulado de Comerciantes de Guadalajara.

 

Otro fenómeno que alentó el desarrollo de la región, fue el descubrimiento de las minas de plata en Bolaños, en la segunda mitad del siglo XVIII (Valdez, 1979)[9]. El auge minero y comercial, tanto como el crecimiento agrícola y demográfico, fueron elementos que fomentaron la producción industrial en pequeños talleres artesanales (Alba, 1986). [10]

 

Como mencionamos anteriormente, antes de que aparecieran en la década de 1840 las primeras grandes empresas manufactureras para producir textiles, estuvo presente la producción precapitalista, donde la rudimentaria tecnología desempeñaba un papel secundario ante la preeminencia de la destreza humana. No existía una amplia división del trabajo, por lo que no era posible potenciar la fuerza productiva del mismo, es decir,  producir más en menos tiempo. Asimismo, los métodos de trabajo parcializados en que se puede descomponer un proceso, no se aislaban ni se hacían independientes. Sólo el trabajo capitalista domiciliar y el taller manufacturero, propios del siglo XX, especializaron y simplificaron el trabajo, lo cual redundó en una mayor rapidez en la producción.

 

Al inicio de la vida independiente, el artesano pudo subsistir gracias al bajo desarrollo de la industria textil nacional y por el incremento demográfico, especialmente urbano. Luchó contra el obraje y posteriormente contra la gran industria textil, pero acabó por incorporarse al proceso de proletarización dentro de grandes talleres de hilados y tejidos de fibras naturales.

 

Un golpe mortal para la industria artesanal de hilados y tejidos ocurrió a mediados del siglo XIX, (Banda, 1973 en Peña y Escobar, 1986) [11] mismo que fue generado por el efecto combinado de dos factores: la ampliación del tráfico de mercancías extranjeras ocurrido en el occidente del país a raíz de la creación del puerto de San Blas; y la implantación, a principios de los años cuarenta, de las grandes empresas textiles de las inmediaciones de Guadalajara.

 

Por otro lado, para 1810 las costureras en Guadalajara representaban el 1.7% del total de empleados, cantidad muy insignificante debido a las trabas establecidas por el sistema de organización económico. A principios del siglo XIX, con la disolución de los gremios, se rompieron las barreras al desarrollo de la producción y se dio la utilización generalizada del trabajo asalariado.

           

Por otra parte, en Jalisco no prosperaron los grandes obrajes textiles como los de Querétaro o Puebla. Una de las razones por las que Guadalajara no tuvo relevancia como productor de textiles en grandes obrajes puede ser, quizá, la importancia que logró  -en cambio- como centro de redistribución comercial.

           

No  se conoce con certeza las razones de esta orientación de la ciudad, pero algunos relatos de la época mencionan que, por ejemplo, un vecino de Guadalajara -Manuel Puchal -propuso a la Audiencia Gobernadora un proyecto para construir “una fábrica de ropas de la tierra”, pero no encontró apoyos. Tiempo después  se instalaron diversos “talleres de paños, bayetas y ropas de lana” (De la Peña y Escobar, 1986) .[12]

 

Varios son los elementos que ayudan a entender este cambio que sufrió Guadalajara al dejar de ser un centro abastecedor-consumidor (Rivière, 1973) [13] para convertirse en productor de textiles. En primer lugar, a partir de 1790 hubo, al parecer, "un movimiento tendiente a sustituir las importaciones de algodón y textiles de lana.... que estimuló el crecimiento industrial" (Van Young , 1980 en en Durand, s.f.).[14] Además, con la disolución de los gremios hubo una mayor libertad de acción para los productores, motivando a que muchos de ellos empezaran a ser controlados por los comerciantes, quienes fueron los principales beneficiarios de las transacciones, habilitándoles dinero y materias primas para, posteriormente, vender la producción.

 

Sin embargo, el auge textilero de Guadalajara duró pocos años. Una vez consumada la independencia, el gobierno expidió la primera ley aduanal, fechada el 15 de diciembre de 1821, donde se reglamentaba el mercado exterior y se abrían los puertos a los barcos de todas las naciones. (Durand, s.f.)[15] En realidad, el naciente gobierno estaba más preocupado por la recaudación de fondos, que por la protección a la industria nacional.

 

Para los textileros tapatíos la situación se tornó realmente crítica, ya que el gobernador Prisciliano Sánchez decía que la industria de "tejidos de algodón y estampados de zaraza llegaron a ser la industria dominante en esta capital.... antes del comercio libre" y desde que se han hecho "introducciones abundantes por San Blas de tejidos gruesos de algodón...” (Informe de Gobierno, 1826, citado en Durand, s.f.) [16]

 

Lo sucedido en la industria textil de la región era un reflejo de lo que pasaba a nivel nacional. Era necesario presionar a la industria textil colonial que se sustentaba en el trabajo de obrajes, artesanos y trabajadores a domicilio, para dar paso a la revolución industrial con la introducción del sistema de fábrica.

 

De esta manera, para fomentar el nacimiento de nuevas industrias, en 1832, la Cámara de Diputados decretó una exención de cargas consejiles para "todo individuo que estableciera en el Estado, taller de rebocería  de seda, de lencería, de paños de primera, de segunda o del conocido bajo el nombre de Querétaro" (Colección  de Leyes y Decretos, citado en Durand, s.f.).[17]

           

Hubo congruencia entre los decretos de apoyo a la industrialización a nivel local y nacional lo que permitió ganarse la confianza de los capitalistas locales, quienes decidieron invertir. Las primeras fábricas textiles de Jalisco se instalaron en el cantón de Tepic. La casa Barrón Forbes y compañía fundó en 1838, la Fábrica Textil Jauja y la Casa de Castaños inauguró, tres años después, la Fábrica Bellavista (Meyer, 1981)[18].  Para 1844, la industria textil del país contaba con 57 fábricas (Aldana, 1983)[19], las cuales se concentraban principalmente en Puebla, Querétaro y San Miguel el Grande.

           

Asimismo, en Guadalajara se fundaron dos fábricas textiles: La Escoba, fundada por Don Manuel Olasagarre en 1841, y La Prosperidad Jalisciense, más conocida como Atemajac, fundada ese mismo año por  José Palomar (Bárcena, 1880, reedición, 1954).[20] Por otro lado, en 1866 se fundó la Fábrica Río Blanco, ubicada primero en el Salto y, años después, trasladada a Zapopan. Veinte años después se fundó La Experiencia, otra de las grandes fábricas jaliscienses,  propiedad de los señores Manuel Olasagarre, Sotero Prieto y Compañía.

 

Estas inversiones fueron realizadas por capitalistas locales que habían hecho fortuna en el comercio y que, posteriormente, invirtieron en haciendas, minas, industrias y cualquier actividad que generara dividendos.

 

Los nuevos industriales eran parte de un reducido círculo de "familias conocidas" donde algunos poseían numerosos negocios y cuantiosas fortunas. Los herederos solían reunirse nuevamente entre parientes y formar nuevas empresas para administrar viejas fortunas y emprender nuevos negocios.

                       

El siguiente es un caso de los empresarios jaliscienses del siglo XIX:

   De este grupo de empresarios decimonónicos nos interesa destacar el caso de la familia Martínez Negrete, que además de ser un ejemplo ilustrativo de este grupo, fue la fundadora de la fábrica Río Grande.

   Don Francisco Martínez Negrete y Ortiz de Rosas era originario de Nestosa, en el Señorío de Vizcaya, Reino de Castilla. Nació el año de 1797 y falleció en la ciudad de Guadalajara en 1874.

 

   Don Francisco se instaló en la ciudad de Guadalajara e incursionó con éxito en el comercio. En 1837 fundó una casa comercial y, posteriormente, aparecería como socio de don José Palomar para la fundación de la fábrica textil de Atemajac y de papel de El Batán.

 

   Don Francisco fue uno de los fundadores de la fábrica textil La Experiencia y posteriormente, asumió el control total de la empresa.

 

   La composición mayoritariamente femenina de la familia Martínez Negrete y Alba, implicó una apertura de las empresas hacia otros miembros connotados de la sociedad tapatía.

   Poco a poco, los yernos se incorporaron a los negocios de la familia. En 1862, don Manuel Fernández del Valle y don José María Bermejillo pasaron a formar parte de la casa comercial Martínez Negrete y Compañía.

 

   Con la separación de los yernos, la firma cambió de razón social a Francisco Martínez Negrete e hijos. Al año de haberse hecho el cambio, murió don Francisco y dejaba toda su herencia a su esposa y a sus hijos y, por intermedio de sus hijas, a sus yernos.

 

   Por su parte, los yernos Fernández del Valle se agruparon en una compañía que llevaba su nombre y participación en múltiples negocios. Su participación más importante fue en el Banco de Jalisco y en la fundación de la Compañía Industrial de Jalisco (1889) que controlaba tres fábricas textiles: Río Blanco, Atemajac y la Escoba, además de la fábrica de papel el Batán.

 

   Los accionistas de la nueva compañía formaban parte de un grupo emergente de franceses que se habían enriquecido en el comercio: Fortoul, Chapuy y Compañía de Gas y Compañía Laurens Brun y Compañía, Bellón Agoneca y Compañía y E. Lebré y Compañía.

 

   La Compañía Martínez Negrete e hijos se desprendió de su fábrica textil La Experiencia, para iniciar un nuevo proyecto industrial textil. La empresa inició sus actividades en 1896 como Compañía Industrial Manufacturera, los terrenos para la instalación de la fábrica se compraron a doña Dolores Martínez Negrete de Bermejillo, propietaria de la Hacienda Jesús María.

 

   La fábrica Río Grande, que contaba con departamentos de hilados, tejidos, almidón y blanqueo, inició sus trabajos hacia 1898. La experiencia comercial e industrial de los fundadores auguraba un buen negocio Sin embargo, la deuda contraída con el Banco de Jalisco para la construcción de la fábrica empezó a ser una carga.

 

   Los compradores de la fábrica Río Grande fueron los franceses Cuzin, Fortoul Bec, Lebré y Brun. Se dice que compraron la fábrica muy barata y que posteriormente, saldaron sus deudas con bilimbiques.

 

   El fracaso de don Francisco Martínez Negrete hijo y la forma en que liquidó el problema y el negocio, no hicieron sino confirmar algo que ya se comentaba en el medio tapatío: que el heredero no tenía la talla del fundador de la empresa.

 

   El ferrocarril, que llegó a Guadalajara en 1885 y que se prolongó hasta Manzanillo en 1910, acarreó cambios importantes en los sistemas de comercialización e incluso incidió en la producción industrial y agrícola.

 

   El cambio más importante se dio en la primera década del siglo. Los grupos oligopólicos de Guadalajara controlados por las familias Martínez Negrete, Palomar, Fernández del Valle, Olasagarre, Corcuera, Fernández Somellera, etcétera, fueron dejando en manos de los franceses dos actividades económicas de gran importancia: el comercio y la industria (Beato en Durand, s.f.)  .[21]

           

                        Los franceses tuvieron su auge en la bonanza de la última década decimonónica, y a fines del siglo, eran los virtuales dueños de empresas textileras, compradas a las familias fundadoras o administradoras. Ellos dieron mayor empuje a los cambios tecnológicos al incorporar la energía eléctrica al proceso industrial de manera definitiva.

           

            El sistema "moderno" comercial, con agentes viajeros y sistemas amplios de créditos implicó una revolución en la región occidental de México y quizá en toda la República Mexicana, porque los franceses llegaron a comercializar sus productos en Guadalajara, el Distrito Federal y Puebla.

 

Con el porfiriato hubo crecimiento y modernización en todos los sectores económicos. Sin embargo, en lo que respecta a la industria, las transformaciones fueron modestas. La mayor parte de los bienes industriales eran producidos fuera de Guadalajara, en pequeños talleres.

 

Tres años antes de que estallara el movimiento revolucionario, la industria jalisciense se encontraba geográficamente dispersa. Únicamente los establecimientos que producían papel y productos textiles se ubicaban en su mayor parte en las inmediaciones de Guadalajara. Las demás actividades como la producción de aceites, aguardientes de caña, maíz, mezcal, azúcar y panocha, cigarros, harina y jabón, se hallaban diseminados en decenas de municipios.

 

Respecto al volumen de la producción, las actividades más concentradas en la capital tapatía y en sus inmediaciones, después del papel (100%) y los textiles (92%), eran la producción de cigarros (22%), harina (22%) y jabón (14%) (Alba, 1986).[22]

 

El siglo XX en Jalisco y la concentración industrial en Guadalajara

 

El proceso revolucionario de 1910-1917 y, sobre todo la guerra cristera, contribuyeron a la desaparición de la mayor parte de los pequeños y medianos establecimientos diseminados en las ciudades pequeñas, los poblados, las haciendas y hasta en algunos ranchos. Estos movimientos sociales también alentaron el éxodo rural, la huida de capitales y la centralización de la producción industrial en Guadalajara, en manos de otros empresarios que supieron aprovechar el nuevo contexto económico y sociopolítico. Varios factores infraestructurales como el ferrocarril, contribuyeron también al proceso centralizador de la producción industrial.

 

 

Como producción industrial, la elaboración de ropa surgió en los años treinta, ya que antes sólo existían sastrerías y costureras de producción artesanal. Dicho fenómeno se relaciona con la crisis de 1929, la cual generó un proceso de estancamiento donde se restringieron las exportaciones y las importaciones por los efectos surgidos, pero que dio la oportunidad a las pequeñas empresas de consolidarse, en un ambiente de menor competencia.

 

Con la segunda guerra mundial y el modelo de substitución de importaciones, la limitación de la oferta de productos extranjeros y las exportaciones de algunos productos nacionales hacia otros países, generaron una demanda nacional que fue aprovechada por comerciantes e industriales locales para rebasar el ámbito regional e integrarse al mercado nacional. “..En este marco se ubica la consolidación de empresas como... Pantalones Dalton, Ropa Cadena, Calcetines Gleytor,....”( Arias, 1980).[23]

 

Un factor trascendente para el despegue de la industria en Jalisco fue la ley de Fomento Industrial, misma que estimuló el crecimiento de las empresas. Bajo ese contexto, las pequeñas y medianas industrias crecen y se consolidan a partir de 1940, aprovechando sus condiciones favorables internas, tales como mano de obra, tecnología flexible, bajos costos de operación y otros.

         

La segunda guerra mundial hizo posible el desarrollo de la gran industria nacional, así como el de la pequeña y mediana, favoreciendo dos procesos: uno, que estuvo orientado a atraer capital extranjero para cubrir necesidades de una producción más especializada (la del acero, química, eléctrica, etc.) y al mismo tiempo, esta situación permitió la creación de empleos y, consecuentemente, el aumento de la población industrial. Estos factores facilitaron el que la industria pequeña y tradicional se consolidara, conquistando nuevos mercados.

    

En 1942 apareció un proyecto para la creación de un banco que refaccionara al pequeño comercio y a la pequeña industria, vinculando a éste último con pequeños talleres manufactureros que se iban acomodando como productores independientes.

 

Uno de los primeros obstáculos para el proyecto de industrializar el país, fue la carencia de materias primas los cuales se obtenían en los mercados internacionales. Esta situación puso en serios aprietos a las empresas, pero también contribuyó a que la pequeña industria, destinada a satisfacer el consumo nacional, se abriera paso a sus necesidades de materia prima, en términos de volumen, calidad y líneas de producción entre otras.

 

Las constantes restricciones en el suministro de energía que frenaban el crecimiento industrial, no afectaron tanto a la pequeña industria, ya que los procesos de trabajo que se realizaban en sus talleres, se basaban en el uso intensivo de la mano de obra, donde la habilidad en el manejo de ciertos instrumentos de trabajo, reemplazaba la escasez energética.

 

            Las nuevas industrias aprovecharon el que las grandes empresas dedicaran parte de su producción a la exportación y, así, pudieron introducirse en otras esferas del mercado. Con esa coyuntura,  la industria logró grandes avances, pasando a ser el sector más importante de la economía. Las inversiones más significativas de la industria en ese periodo se localizaron en las ramas productivas de bienes de consumo final (entre las que destacaba la de ropa).

 

 El origen del capital en la industria del vestido

 

Las primeras empresas de ropa que se instalaron en Guadalajara, fueron de comerciantes que provenían de pequeñas ciudades de provincia y que fueron atraídos a la ciudad, pues vieron en ésta la posibilidad de ampliar sus ventas. Así, se dedicaron a la venta de bonetería en general: calcetines, medias, ropa interior, etc., y, posteriormente, se convirtieron en productores de artículos de tejido de punto.

 

A diferencia de los comerciantes de ropa, un grupo de libaneses llegó a México a principios de este siglo, dedicándose al comercio de telas, actividad que venían realizando en su país, escogiendo Guadalajara como centro de operaciones (Aldana, 1979).[24]  Primero se introdujeron al comercio de ropa como vendedores, pero una vez que conocieron el mercado y la moda, y habiendo adquirido los contactos de venta, comenzaron a organizar las actividades industriales de su ramo, llegando a fabricar pantalones, blusas, calcetines, faldas. chamarras, etc.

 

Lo anterior no quiere decir que en la industria de la ropa no hubiera empresarios nacionales, pero el grupo cuantitativamente más importante y el que tendrá posteriormente un papel decisivo en la industria de la ropa, estará constituido por libaneses.

 

Los principales motivos de la conversión de los comerciantes en pequeños empresarios industriales, se debe a que al llegar a Guadalajara, éstos contaban con un capital logrado gracias a su actividad comercial y que, al cambiar de comerciantes a productores, lo hacen sin modificar el tipo de artículo o giro de su negocio (de tela, a confección de ropa). Asimismo, en la década en que se fundaron estas empresas, Guadalajara inició su desarrollo industrial  contando con los elementos para su florecimiento: abundancia de mano de obra, infraestructura, etc. (Lailson, 1980) [25]

 

De igual manera se formó la comunidad española. Al igual que los franceses y los libaneses, este grupo tenía mucho contacto con su comunidad más poderosa, la cual estaba ubicada en la ciudad de México. También ellos llegaron a especializarse en la fabricación y el comercio textil. Como tenían algunas fábricas en el Distrito Federal y en Puebla, los franceses y españoles comenzaron a mezclarse: se convirtieron en socios y consuegros; frecuentaron los clubes francés y español. De esta manera se formó un "cartel" informal de empresarios étnicos.

           

Paralelamente, los judíos arribaron a Guadalajara en los años treinta, comenzando a especializarse en forma semejante a los otros grupos empresariales étnicos, es decir, en una determinada rama comercial: la del calzado y de la ropa.

 

Aunque los textiles, la ropa o el vestido siguieron siendo núcleo de sus habilidades empresariales, estos grupos se diversificaron en otras ramas y adquirieron empresas de electricidad, hoteles y bienes raíces. Esto fue más notorio en periodos posteriores, sobre todo en la medida en que fueron echando raíces en esta región y, a la vez, aprovechando oportunidades de inversión rentable.

           

Para ese periodo, la industria establecida en esta ciudad se caracterizó por su pequeña escala y bajo nivel de productividad, por lo que hasta 1940, la industria en Guadalajara "conserva mucho de su carácter artesanal" (Aldana, 1979).[26]

 

El trabajo intensivo en mano de obra familiar y asalariada, permitió prolongar la jornada de trabajo, utilizar mano de obra femenina e infantil (González, 1981) [27] y mantener bajos los salarios, por lo que se puede decir que el éxito de la industrialización se fundó en la sobreexplotación de la fuerza de trabajo.

 

La tecnología era rudimentaria y resultaba muy común ver que se comprarán máquinas usadas de empresas en quiebra o en proceso de modernización en los Estados Unidos, principalmente. Esto fue un mecanismo de actualización tecnológica muy usado no sólo en la industria del vestido.

 

En el Censo Industrial de 1935, sólo se tomaron en cuenta las boneterías, y menciona que había 20 establecimientos con 743 obreros, 30 empleados y 25 directores. La producción abarcaba medias y calcetines de algodón, artisela e hilo mercerizado. La industria de la ropa tenía para estas fechas 12 establecimientos en los que trabajaban 85 obreros.

 

De esta forma, se fue conformando un grupo de empresarios que, siendo cada vez más sólido e importante en la región, tuvo como factor común sus orígenes y conformación en una de las ramas productivas consideradas como tradicionales.


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Notas



[1]  Aldana Rendón, Mario A. Desarrollo Económico de Jalisco 1821 - 1940. Universidad de Guadalajara. Guadalajara. 1979.

[2]    Aldana Rendón Mario A. “Panorama económico de Jalisco (1867 - 1871)” en Lecturas Históricas de Jalisco. Después de la Independencia. Tomo II.  UNED Gobierno de Jalisco. Guadalajara. 1981.

[3]   Alba Vega, Carlos y Kruijt, Dirk. Los empresarios y la industria de Guadalajara. El Colegio de Jalisco”. Guadalajara, 1988.

[4]    Durand, Jorge. Los obreros de Rio Grande. El Colegio de Michoacán. México. 1986.

[5]    Menéndez Valdés, José. Descripción y censo general de la Intendencia de Guadalajara 1789-1793. UNED-Gobierno del Estado. Guadalajara, 1980.

[6]    Weber, Max. Historia económica general. Fondo de Cultura Económica. México. 1978.

[7]    Cook, Sherburne F. y Borah, Woodow. “Ensayos sobre historia de la población: México y el Caribe” vol.1, 1977. Siglo XXI, citado en Van Young, Eric. Hacienda and market in eighteenth century Mexico. University of California Press.  Los Angeles. 1981.

[8]    Páez Brotchie, Luis. Guadalajara, Jalisco, México; su crecimiento, división y nomenclatura en la época colonial 1542-1821. Guadalajara. 1951. citado en De la Peña, Guillermo y Escobar, Agustín. Cambio regional, mercado de trabajo y vida obrera en Jalisco. El Colegio de Jalisco. Guadalajara. 1986.

[9]    Valdez Huerta, Nicolás. Bolaños, Jalisco. Ensayo histórico. Ed. Espiral. Guadalajara. 1979.

[10]    Alba Vega, Carlos. “El impacto de la crisis en la industria Jalisciense” en Revista Encuentro III, 10. El Colegio de Jalisco”. Guadalajara. 1986.

[11]    Banda, Longinos. “Estadística de Jalisco formada con vista de los mejores datos oficiales y noticias ministradas por sujetos idóneos, en los años de 1854 a 1863”. Tipografía. Guadalajara. 1973. citado en De la Peña, Guillermo y Escobar, Agustín. Cambio regional, mercado de trabajo y vida obrera en Jalisco. El Colegio de Jalisco. Guadalajara. 1986.

 

[12]    Documento de abril de 1781 citado por De la Peña, Guillermo y Escobar, Agustín. Cambio regional, mercado de trabajo y vida obrera en Jalisco. El Colegio de Jalisco.  Guadalajara. 1986.

[13]    Rivière D’Arc, Hélène. Guadalajara y su región. Sep/Setentas. México. 1973.

[14]   Van Young, Eric. Hinterland y mercado urbano: el caso de Guadalajara  y su región, en el siglo XVIII. en Revista Jalisco 2, jul.-sept de 1980 citado en Durand, Jorge. “La industria textil en Jalisco en el siglo XIX” en Revista Estudios Sociales, año I, No. 3. Universidad de Guadalajara. Guadalajara. s/f.

[15]    Durand, Jorge. “La industria textil en Jalisco en el siglo XIX” en Revista Estudios Sociales, año I, No. 3. Universidad de Guadalajara.  Guadalajara. s/f.

[16]    Informe de Gobierno, 1826, citado en Durand, Jorge. ibid.

[17]    Colección  de Leyes y Decretos, T. 5, 1831:33, p.150, ibid.

[18]    Meyer, Jean. “Barrón Forbes y Compañía: el cielo y sus primeros favoritos”. en Revista Nexos  No. 40. México. abril de 1981.

[19]    Aldana Rendón, Mario A. Jalisco durante la república restaurada 1867 - 1877. Tomo- II. Universidad de Guadalajara. Guadalajara. 1983.

[20]    Bárcena, Mariano. Descripción de Guadalajara en 1880.  Universidad de Guadalajara. Guadalajara.  1954.

[21]    Beato, Guillermo. “Los grupos, las relaciones familiares y la formación de la burguesía en Jalisco”. versión mecanoescrita. citado por Durand. op. cit.

[22]    Alba Vega, Carlos. “La industrialización en Jalisco: evolución y perspectivas” en De la Peña Guillermo y Escobar, Agustín. Cambio regional, mercado de trabajo y vida obrera en Jalisco. El Colegio de Jalisco. Guadalajara. 1986.

[23]    Arias, Patricia. “El proceso de industrialización en Guadalajara, Jalisco: siglo XX.” en Revista Relaciones No. 3. El Colegio de Michoacán. México. 1980.

[24]    Aldana Rendón, Mario A.. Desarrollo Económico de Jalisco 1821-1940. Universidad de Guadalajara. Guadalajara. 1979.

[25]    Lailson, Silvia. “Expansión limitada y proliferación horizontal. La industria de la ropa y el tejido de punto” en  Revista Relaciones  No. 3. El Colegio de Michoacán. México. 1980.

[26]    Aldana Rendón, Mario. op. cit.

[27]  González, Humberto. “El trabajo infantil en una sociedad en desarrollo”. 1er. Encuentro de investigación jalisciense. Economía y Sociedad. Guadalajara. 11 al 14 de agosto de 1981.