Sincronía Fall 2009

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El desencanto del cuerpo. La temática del cuerpo en la narrativa mexicana de principios de la segunda mitad del siglo XX

Marina Ruano Gutiérrez

Universidad de Guadalajara


Este trabajo se ocupa de uno de los ángulos de la temática del cuerpo, expuesta en la narrativa mexicana de principios de la segunda mitad del siglo XX, y se sustenta en algunos de los escritos previamente seleccionados como autores del modernismo por Christopher Domínguez, como ejemplos de "experimentos textuales", en Antología de la narrativa mexicana del siglo XX (1996). Y lo conforman: el cuento "La Sunamita" (1965), de Inés Arredondo; el capítulo III de la novela Farabeuf o La crónica de un instante (1965), de Salvador Elizondo; "La casa", fragmento de la obra narrativa Celina o los gatos (1968), de Julieta Campos; y un episodio de la novela La obediencia nocturna (1969), de Juan Vicente Melo.

Los textos están estructurados en tres planos narrativos distintos, cada uno de los planos corresponde a una persona, y a un tiempo gramatical diferente: yo, personaje en primera persona, tú, personaje secundario (o a veces dirigido al lector), él (ella), narrador en tercera persona. En esta polifonía, sobresalen las voces de los narradores-personajes que se encuentran en primera persona. Estas narraciones fragmentadas practican historias que se entrelazan unas con otras. En la narrativa mexicana de mediados del siglo XX, cuando la literatura producía una crisis de los conceptos, las técnicas y los valores estéticos anteriores que se interesaban por lo descriptivo, lo simbólico y la denuncia social, e inmediatamente después de la segunda mitad del siglo XX, se produce un cambio; y surgen entonces, otros autores que se complacen con la modificación de la escritura. Con estas innovaciones los narradores buscan experimentar una nueva forma de hacer literatura, aparecen como una especie de juegos de experimentación, de ejercicios de estilo, los autores son concebidos como máquinas creativas en busca de la novedad, "reformación formal" como lo llama Christopher Domínguez (1996: 170). Sobresalen diversas representaciones de lo femenino como escritura testimonial y acaso autobiográfica, sobre todo en los relatos de las escritoras, cuyos textos que giran en torno al individualismo, a la introspección, y conllevan una carga de fabulosas obsesiones contadas muchas de las veces con un lenguaje coloquial, y estructuradas con algunos diálogos cortos. Inventan creaturas fuera de toda realidad, seres sin cuerpo, como los que vomita Gwendoline: "se ponía roja, engordaba, abría la boca y arrojaba unas cosas saladas y pegajosas, nauseabundas […] esos seres asquerosos […] vomitando pescaditos y creo que les empezó a tomar cariño porque les decía mis hijitos" (Melo, 1969: 182). Estas creaciones son una gama de tópicos inusuales y sus personajes poco comunes conforman una parodia de horror.

El tipo del lenguaje que los prosistas prefieren para la escritura de sus textos es ambiguo e incierto, las intrigas mismas están semánticamente cargados de ambigüedad, y se representa con frases como: "…ella puede ser Albertina o Consuelo porque en esta situación son intercambiables", o "el orden puede invertirse si se desea" (Campos, en Domínguez, 1996: 175). Estas narraciones atemporales, causan una sensación de tiempo paralizado, donde se entrecruzan el presente, el pasado y el futuro en una misma línea, entonces se crea un tiempo fabuloso y las acciones suceden por azar, todo aparece como un engaño histórico, aquí el terror permanece en la memoria como una pesadilla eterna, en la que sobresalen la meditación acerca de la muerte, el sueño de horror y la mirada fija en los espacios vacíos, como a través de las ventanas por ejemplo.

Los espacios son cerrados, cuadrados como las habitaciones, como las fotografías, las pinturas y los cuadros cinematográficos, en los que se mezclan las tonalidades de blanco y negro, que dan como resultado una combinación de matices de tinieblas. Dentro de esos escenarios nocturnos habitan los personajes, en medio de la nada, del silencio, de la soledad, la mentira, la angustia y la muerte. Sólo el recuerdo permanece vivo en la memoria (en especial los recuerdos de la infancia o de la juventud), es un sueño doloroso en el que entran en juego todo tipo de posibilidades.

En estas composiciones prevalece una aptitud de desmitificación del ser humano; escritos colmados de seres que poseen la huella que la naturaleza y el tiempo han dejado sobre sus cuerpos. Son la manifestación de un desencanto por el erotismo, el cuerpo, al igual que los cuentos, se encuentran fragmentados, mutilados. Para Rivera-Rodas (en Martínez, 1998: 42) la visión de la realidad del siglo XX "es la imagen de un objeto fragmentario y disperso". El cuerpo se percibe también como un medio para el pecado, así como reflejo y testigo de la muerte.

La narración en retrospectiva, entre la transformación y la simpleza, nos presenta cuatro escritores que refieren a su vez una historia diferente, cada relato trata de las explicaciones de lo que puede significar un instante en la vida del ser humano. En todas estas narraciones el cuerpo ofendido siempre es el femenino: en La Sunamita es Luisa; en Farabeuf es la enfermera; en "La casa" son las dos Consuelos; y en "La obediencia nocturna" es Gwendoline.

Inés Arredondo en el cuento titulado "La Sunamita" presenta tanto al cuerpo consumido, como al cuerpo manchado por la lujuria, en donde ni Dios tuvo la facultad de intervenir para evitarlo, y sólo "la muerte es la única salida para liberarse del pecado del cuerpo", mientras tanto vive en un sostenido verano ardiente de fuego eterno, sin futuro posible. Aunque para Efthimia Pandis el cuento es parte de la "vida cotidiana, seres que sufren por causas de los códigos morales establecidos" (Pandis, en Martínez, 1998: 345), habría que señalar que además de lo anterior está presente también el sentimiento de repulsión por el otro cuerpo. El primer ejemplo el del cuerpo moribundo del tío: "Tuve que mirarlo casi no podía articular las sílabas, tenía la quijada caída y hablaba moviéndola como un muñeco de ventrílocuo […] una boca sin dientes" (Arredondo, 1998: 91), y el otro es el momento en que el cuerpo de Luisa fue mancillado, y queda como "el recuerdo de la inocencia perdida" (Rivera-Rodas, en Martínez, 1998: 52): "una mano descarnada se pegaba a mi carne y la estrujaba con deleite, una mano muerta que buscaba impaciente el hueco entre mis piernas, una mano sola, sin cuerpo" (Arredondo, 1998: 96).

En el fragmento de la novela de Salvador Elizondo, Farabeuf o La crónica de un instante, el cuerpo refleja el mal, sus personajes están a la espera del placer, mientras que el autor los pasea por un largo pasillo de horror y los mantiene en vigilia hasta conducirlos a la muerte. Con la acumulación de un mismo adjetivo va encaminando al lector hacia el final: "montículos informes", "vestigios informes", "ruinas informes", "sílabas informes", para concluir en un cuerpo también informe, mutilado. Elizondo presenta al cuerpo humano como algo impreciso, porque son personas indefinidas, sus movimientos y sus gestos son múltiples. Y expone dos cuerpos en especial, la Imagen del cuerpo del amor sagrado: "cubierta con espléndidos ropajes, con una mirada enigmática, llena de lujuria etérea", y la imagen del cuerpo del amor profano: "desnuda, cubierto el pubis con un lienzo blanco, que en un ademán sagrado, con el brazo levantado parece ofrecer a la altura una pequeña ánfora" (Elizondo, 1992: 62). El límite entre lo sagrado y lo profano es tan intangible que se puede transgredir con sólo mirarlos a través de un espejo.

Después de varias imágenes de cuerpos estropeados, como la mención de los botines ortopédicos, de la amputación de la mano, de los ojos miopes, culmina con el destrozo total, "el espectáculo de la tortura" (Romero, en Martínez, 1998: 436) ejercido, en esta ocasión, sobre el cuerpo de la enfermera:

La enfermera que lo esperaba inmóvil, en el fondo de aquel pozo de sombra, dispuesta a un sacrificio inconfesable […] hizo que ella abriera la puerta […] siguiéndola entró tras de ella […] pasaron algunos instantes […] de pronto se oyó ese grito... (Elizondo, 1992: 79).

Para Julieta Campos, en "La casa", la vida es una historia ambigua de mujeres ausentes, enmarcadas entre la casa, la ciudad y la ventanilla de un barco. Presenta las descripciones primero del cuerpo informe, como un "brazo delgadísimo", o la "cara enflaquecida". Para luego resumir con lo efímera que puede ser la vida, y tratar desesperadamente de detenerla, encerrándola en un acto fotográfico, para que el cuerpo quede en el recuerdo de ese instante, impreso para siempre. La fotografía es uno de los cuadros en el cual por medio de las imágenes quedan apresados los momentos de la vida, es un tiempo suspendido, sin vejez y sin muerte. Con la fotografía se esquiva al inevitable final, al término "la escena se apaga", y sólo quedan los recuerdos que: "una y otra vez, vuelven a iluminar pequeños rincones", como el reflejo del flash de la cámara, tomando continuamente la misma imagen.

Para dejarte ese recuerdo antes de envejecer demasiado, fui al estudio del fotógrafo y me hice tomar varias fotografías. ¡Tengo tanto miedo! […] que mi cuerpo pierda su elasticidad, que mis ojos no se desborden de pasión, que mi mirada se apague. (Campos, en Domínguez, 1996: 184.)

El narrador del texto de La obediencia nocturna de Juan Vicente Melo, que en este caso es masculino, vive en toda la novela una especie de embriaguez existencial, y, mientras se encuentra sumergido en su letargo, expone que un cuerpo es bello cuando no ha sido tocado, un cuerpo que no envejece, que no muere, y no puede ser manchado por el pecado, encuentra la apariencia de un maniquí: "un hermoso, intocado, hermoso cuerpo ardiente" (Melo, 1969: 175), pero no por eso deja de ser un cuerpo mutilado. El maniquí, que según Rolando J. Romero (en Martínez, 1998: 438), podría significar "la despersonalización, que una víctima es igual a otra":

Un brazo de Gwendoline, gordo y rosado, descansa en el techo de un automóvil […] El izquierdo, el más difícil de arrancar. Tuve que utilizar un serrucho […] Las piernas de Gwendoline adornan la jardinera del segundo piso […] la breve cintura de Gwendoline descansaba en el fregadero y ése su magnifico rotundo tórax presidía los juegos de los niños en el jardín (Melo, 1969: 183).

En suma, las figuras de estos relatos, cuerpos femeninos la mayoría de ellos, actúan como un brillo, ya sin encanto, que queda fijo en el recuerdo, como una imagen en el momento de ser captada por una cámara, fotográfica o cinematográfica, son el instante suspendido en el tiempo; las historias entrecruzadas evitan lo efímero de la vida ya que funcionan a manera de un recordatorio. Aunque también en algunos personajes las representaciones del cuerpo se desempeñan como un mal recuerdo grabado en la memoria, igual que una pesadilla sin fin, un eterno flash-back. Ese continuo retorno al pasado, se manifiesta a través de pasajes contados como un repetido suceder, como un goteo de lluvia, y que van a terminar justo cuando la noche llegue y la lluvia cese. En la vida de estos cuerpos: de creaturas, seres o cosas, no hay pasado ni futuro, es un interminable acontecer. Estas formas se sostienen, en un instante, al tiempo eterno. Pareciera que los autores con estas narraciones, cargadas de ambigüedad, buscan hacer, como diría Adolfo Castañón (1993:144), "rodeos, secuencias tangenciales, aproximaciones oblicuas que permiten dibujar la historia a contra luz".

Las narraciones antes mencionadas al llegar a su término comparten ciertas similitudes: participan del análogo ambiente de verano caluroso y una parecida obscuridad de la noche, y de "ciertos elementos que crean una sensación de inquietud: el silencio y la inmovilidad" (Patán, en Martínez, 1998: 262). Prosigue un instante de aterradora sorpresa, una inducción por la vía del miedo, para concluir con un grito final, el grito que sintetiza el último instante de vida de cualquier cuerpo:

…me quedé inmóvil, anonadada por aquello que había presentido, esperado: el desencadenamiento, el grito, el trueno. Una rabia nunca sentida me estremeció cuando pude creer que era verdad aquello que estaba sucediendo, y que aprovechándose de mi asombro una mano temblona se hacía más segura y más pesada y se recreaba, se aventuraba ya sin freno palpando y recorriendo mis caderas… (Arredondo, 1998: 95).

La puerta se serró. Pasaron algunos instantes: un minuto nueve segundos. De pronto se oyó ese grito, su grito, un grito que hizo caer la noche definitivamente y que despejó el cielo. (Elizondo, 1992: 79).

…hay destellos que revelan brevemente un gesto perdido, voces, ligeros estremecimientos (Campos, en Domínguez, 1996: 186).

Yo cruzaba esta calle por las noches, yo miraba estos techos, yo sentía este olor. No sé. […] Tula aplaude y grita […] Gwendoline me miró sorprendida. Gritó un poco (Melo, 1969: 183).

La expresión concebida en el tono más elevado de la voz, que es el grito, como una forma elaborada para manifestar un sentimiento, es este caso, el sentir de un cuerpo violentado o mutilado. Surge entonces la unión de voces que conforman el griterío de los escritores por una necesidad de nuevas maneras de expresión literaria.

REFERENCIAS:

° ARREDONDO, Inés (1998) Inés Arredondo, obras completas, México, Siglo XXI.

° CAMPOS, Julieta (2005) Obras reunidas I, México, Fondo de Cultura Económica.

° CAMPOS, Julieta, "La casa", en CASTAÑÓN, Adolfo (1993) Arbitrario de literatura mexicana, México, Ed. Vuelta.

° CASTAÑÓN, Adolfo (1993) Arbitrario de literatura mexicana, México, Ed. Vuelta.

° DOMÍNGUEZ Michael, Chistopher (1996) Antología de la narrativa mexicana del siglo XX, Tomo II, México, Fondo de Cultura Económica.

° ELIZONDO, Salvador (1992) Farabeuf o La crónica de un instante, México, Editorial Vuelta.

° GONZÁLEZ Peña, Carlos (1998) Historia de la literatura mexicana. Desde los orígenes hasta nuestros días, México, Ed. Porrúa.

° MARTÍNEZ Morales, José Luis (coord.) (1998) Juan García Ponce y la Generación del medio siglo, México, Instituto de Investigaciones Lingüístico-Literarias, Universidad Veracruzana, Colección Cuadernos, n. 41.

° MELO, Juan Vicente (1969) La obediencia nocturna, México, Ediciones Era.

° MENTON, Seymour (2003) El cuento hispanoamericano, México, Fondo de Cultura Económica.

° PANDIS Pavlakis, Efthimia, "Las figuras femeninas en el cuento ´La Sunamita´ de Inés Arredondo, a través de una aproximación estructuralista", en José Luis Martínez Morales, José Luis, (coord.) (1998) Juan Ponce y la generación del medio siglo, México, Instituto de Investigaciones Lingüístico-Literarias, Universidad Veracruzana, Colección Cuadernos, n. 41.

° PATÁN, Federico, "Juan Vicente Melo", en Martínez Morales, José Luis, (coord.) (1998) Juan Ponce y la generación del medio siglo, México, Instituto de Investigaciones Lingüístico-Literarias, Universidad Veracruzana, Colección Cuadernos, n. 41.

° RIVERA-RODAS, Óscar, "Categorías de la posmodernidad en Juan García Ponce", en Martínez Morales, José Luis, (coord.) (1998) Juan Ponce y la generación del medio siglo, México, Instituto de Investigaciones Lingüístico-Literarias, Universidad Veracruzana, Colección Cuadernos, n. 41.

° ROMERO, Rolando J., "Violencia, cuerpo y estética: el orientalismo y Farabeuf de Salvador Elizondo", en Martínez Morales, José Luis, (coord.) (1998) Juan García Ponce y la Generación del medio siglo, México, Instituto de Investigaciones Lingüístico-Literarias, Universidad Veracruzana, Colección Cuadernos, n. 41.


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