Sincronía Invierno 2005


DESDE LA MIRADA INFANTIL: TRES CUENTOS DE AGUSTÍN YÁÑEZ

María Guadalupe Sánchez Robles

Universidad de Guadalajara


Costumbres y tradiciones heredadas del mundo rural sobreviven estoicas a los embates de la modernidad. En nuestra cotidiana sociedad urbana, la ciudad, Guadalajara, se presenta como un espacio en el cual se mezclan manifestaciones de todos los tiempos-presente, pasado, futuro. Se funden también en ella, el barrio y el espacio anónimo, la vanguardia y la permanencia.

Hace más de cuarenta años, en 1964, el escritor tapatío Agustín Yáñez dejó el testimonio de su relación con la vida más íntima y significativa de la sociedad con que tuvo contacto, en un volumen particularmente exquisito: Tres Cuentos. Se trata de narraciones desde la perspectiva infantil, contenidas en un libro del que no se habla mucho, pero es importante por la calidad de lo que Agustín Yáñez, nacido en 1904 en Guadalajara, donde transcurrió su infancia y su primera juventud, transcribe; por la realidad que atrapa en sus páginas (costumbres, crónicas, lenguaje), cálidamente contemplada desde el campanario del templo de San Felipe, que aparece en la portada de la edición de Joaquín Mortiz, cuya décimosexta reimpresión ve la luz en marzo de 1992. A ella pertenecen las citas ofrecidas en este trabajo y para hacerlo menos fastidioso, sólo se indicarán entre paréntesis los números de las páginas.

La literatura habla de nosotros, de donde venimos y en mucho, de quienes somos. También presenta información sobre la sociedad que la produce. El lenguaje de este arte habla del objeto al cual denomina, pero también revela al enunciador, al sujeto. Y este libro de Yáñez, además de resultar excelente, ofrece con gran maestría estética una clara muestra de dicho movimiento pendular.

El primer cuento La niña Esperanza o El monumento derrumbado relata la agonía de una hermosa mujer. El suceso es atestiguado, sufrido y narrado por un niño del barrio, un adolescente casi, de una manera sensible y cuidadosa.

Las avispas o La mañana de ceniza es el título del segundo relato. Éste describe cómo un probo y estricto director de escuela sufre una transformación en lo más opuesto que se pudo imaginar –justamente el martes de carnaval- y cómo al día siguiente tiene que sufrir los ataques a su autoritaria persona, tanto por parte de sí mismo, como de los alumnos.

El último cuento es Gota serena o Las glorias del campo. En él, un niño citadino va de vacaciones, de paseo, al campo. Todo es perfecto, pero la idílica hermosura y el ambiente positivo se ven contranpunteados por una serie de amenazas, malos augurios y potencias destructoras, más ominosos por irreales o fantásticos, que por verdaderamente existentes. De todas formas, es el encuentro infantil con la maldad y el desencanto de la ensoñación bucólica.

Quisiera ahora dedicar algunas párrafos a ciertos elementos significativos de cada cuento en particular. Estos aspectos versan sobre los actos sociales y sobre los registros que de ellos quedan. Las costumbres, que no son otra cosa que estructuraciones sociales, se mantienen o cambian, a través del tiempo, según las resistencias o los ánimos de evolución de los grupos humanos. Tal estabilidad o progresión es material para que los escritores se abismen en él y para que ofrezcan visiones novedosas o fragmentos de nuestra propia existencia en los que no habíamos reflexionado, que dábamos por automáticos o por demasiado simples.

Por ejemplo, podemos afirmar que mucho de la vida de barrio, en una ciudad, se construye y reside en la personalidad de sus habitantes; tales o cuales zonas son clasificadas de acuerdo con las características de sus vecinos.

Desde luego no suelen faltar los rasgos superlativos, los que resaltan y hacen que un barrio o una zona brille, para los propios y para los extraños el texto de Yáñez lo marca muy bien: "¿Qué haría el barrio entero si le faltara la contemplación del único encanto que lo alegra?" (p.13).

El ejemplo, claro, hace mención a la niña-mujer del primer título, quien goza y padece este protagonismo, todavía tan frecuente en nuestra sociedad. Aún podemos constatarlo en muchas de nuestras colonias. La referencia, en apariencia simple trae a cuenta una carga significativa para destacar. El estandarte del barrio, ahora como antes, es alguien. Mucho más que un sitio, un objeto, o un suceso, lo importante es un ser humano. Los personajes, en el libro de Agustín Yáñez, no han sido avasallados por las cosas. El que se hagan resaltar los ciudadanos y sus actos sobre otras cuestiones, dice mucho del humanismo del autor, y desde luego de la sociedad en la cual se gestan sus textos.

El protagonismo de la vida cotidiana, como lo señala el cuento de La niña Esperanza o El monumento derrumbado se sufre a la vez que se disfruta. Y suele sufrirse en la boca de los demás, sea uno quien sea; la atracción hacia alguien, como consigna nuestro escritor, pasa por el lenguaje: el de los otros. Dicho de manera muy coloquial, es el siempre popular deporte del canibalismo lingüístico, para bien o para mal:

Algunos quisieron jugar. Se los estorbe, distrayéndolos con pláticas de mucha sensación, en que hubo competencia para echárnosla de lado sobre quién sabía más detalles tocantes a la vida y milagros de la encumbrada, sus intimidades y sus gustos: "¡Puros inventos!" (p.19)

La persona principal, amada y odiada, pasa por el tamiz del lenguaje. Se le expropia su ser por los otros, los cuales vierten mucho de sí mismos en el proceso y convierten a la "víctima favorecida", en una entidad superior o en lo más bajo que se pueda uno imaginar. A fin de cuentas, el proceso mitifica al sujeto, objeto en este caso, de las habladurías o de las miles de virtudes que se endosan. Así, en un nivel tan cercano, es como nacen las leyendas. Como dice el texto, a base de "¡puros inventos!":

Yo también así la he llamado, con esas palabras de plebes: cuero, y se me hacia sabrosa otras veces, y muy propia para decir lo que sentíamos al ver a la vecina, o simplemente al pensar en ella e imaginarla, sin encontrar otra palabra que cuadrara con la mera significación que a ésta le damos. (Hoy descubrí otra: monumento, que por muchos motivos me gustó, aunque no se me hace tan sabrosa, quién sabe si porque le falta el picante o lo agrio de la primera). (p.15)

Todo lo anterior lo dice el niño-narrador-protagonista, refiriéndose a la agónica Esperanza y pone de relieve un enfrentamiento curioso. Dos sistemas para denominar a la mujer atractiva: el popular y otro más culto. "Cuero" vs. "monumento". No se puede dejar de lado la significación primaria de estas palabras. La primera de ellas alude más a lo biológico y la segunda más a lo estático, a la grandeza. El autor, con la primera de ellas, une a este factor notable, el del sabor de la palabra, al que vienen a reiterar las referencias "picante" y "agrio". Este lenguaje literario prefiere lo vivo y lo pleno del sentido del gusto, antes que lo grandioso.

Un detalle surge en estas disquisiciones: el de la sabiduría empírica de las madres y abuelas, que indican qué se debe comer o no, en situaciones de agobio:

Desde la cocina, pasado buen rato, me llamó a desayunar. –Ten café negro, no más, y un taco de sal para que no te haga daño la impresión. (p.41)

Esta escena se presenta en el relato luego de acaecida la muerte de la tan admirada Niña Esperanza; por tanto, el protagonista y narrador se halla demasiado sensible como para dejar que se alimente con cualquier bocado que pudiera serle perjudicial o que por el contrario, no consuma alimento alguno. Cabe destacar que una gran cantidad de estas costumbres, que de algún modo todavía persisten, se ocupen del cuidado de la persona (salud, entereza, cordura) y que no pretendan ser draconianas ni que sacrifiquen lo humano del todo. Aparte tenían el conocimiento seguro de la influencia de lo emocional y lo psicológico en lo físico y lo corporal. No lo denominaban de ese modo, pero lo sabían.
La vigilancia era -¿es?- estricta entre conciudadanos. Incluso en esas costumbres que ahora sí suenan un poco abandonadas; que han sido relevadas por otras más modernas y veloces. Dice el protagonista.

Tampoco, no, nunca vimos ni supimos que platicara con hombres tras las rejas, ni siquiera que se sentara en la ventana, como acostumbran las muchachas de todos los rumbos de la ciudad. (p.46)

La vigilancia, aquí, más que para censurar, se realiza para saber. Para luego poder articular, es decir, para que el lenguaje construya otro ser a partir de alguien, de cualquiera, cuyas noticias, reales o inventadas, llenen el ansia de conocer, de escuchar características e historias.

¿Todavía las muchachas platican con los jóvenes tras las rejas? ¿Todavía se sientan en la ventana? Tal vez quede alguna, pero de seguro, la mayoría ha encontrado maneras de suplir esas costumbres.

Algo que perdura en nuestras comunidades es el acto de nombrar;

las denominaciones con las que calificamos y definimos a los otros. Y una vez otorgadas –certeramente- no cambian:

-¡La niña! Y puede que sea de tu edad.

- Qué diferencia. Los sufrimientos chupan a los pobres en un santiamén, mientras los ricos se conservan; además ella siempre andaba muy arreglada, y eso disimula los años. Tampoco era vieja. (p.37)

Las funciones de nombrar entrañan diversas circunstancias, variadas intenciones. Al nombrar, definimos, nos apropiamos un poco de lo nombrado, lo cambiamos; o incluso, intentamos detener el tiempo, un poco al menos. ¿Por qué seguir llamando "niña" a una mujer adulta? ¿No habrá ahí un tanto de ese deseo de impedir la destrucción que causa el tiempo? Tal vez algo de esto subyace en muchas formas coloquiales.

Nuestras grandes y pequeñas comunidades están formadas por microcosmos, universos verdaderamente cerrados y autónomos que funcionan, en muchos casos, con sus leyes particulares. La cohesión desarrollada a partir de un núcleo social puede fundarse en lo positivo (búsqueda de logros comunes, por ejemplo) o en lo negativo (el despliegue y crecimiento de las diferencias, más que de las afinidades). Las estructuras suelen ser tan rigurosas, en su construcción tácita, como la de los grupos o sociedades planificadas hasta el último detalle. Mantienen un orden férreo, aunque se base en las apariencias más que en la realidad, como no es extraño que suceda.

Volver al orden cuando éste ha sido roto, no es fácil. Así lo indica el segundo relato, intitulado La avispas o La mañana de ceniza, cuyo protagonista, el director de escuela, teme a una tremenda bestia que parece acecharlo más que nunca: el alboroto, el que se derrumbe su imagen. "El escándalo trascenderá," se dice a sí mismo. El escándalo tan temido, tan destructor en los círculos que no se permiten ni una falla, es considerado como lo más terrible, aquello de lo cual no es fácil recuperarse; se vuelve una piedra de toque. La situación, el momento o el gesto que cambia toda una vida para siempre. A los actos indebidos sigue el reguero de pólvora de las palabras, de la comunicación, que echan por tierra lo construido por un esfuerzo en la represión.

En este cuento importan las personalidades, o más en concreto un rasgo de ellas; lo que se hace, los actos personales y las costumbres de todos los días, que sin ser necesariamente ciertas (o falsas) se invisten como la única forma de juzgar al otro. Y nunca falta aquel personaje que se caracteriza por situarse en un polo extremo del espectro social. El director del segundo relato es "parco en el comer y callado, lo atestiguan por años los dueños y conclientes; jamás ni una cerveza: sólo agua; tampoco le gusta gastar tiempo antes, durante o después de ser servido, ni tener compañía o cambiar de sitio". (p.63).

El personaje principal de Las avispas, como bien lo aclara la cita anterior, no es ni muy sociable ni muy comunicativo. En cuestión del uso de los signos, el enfrentamiento devendrá natural con una aglomeración basada en el movimiento y en el uso ininterrumpido de la palabra. Aparte hay que hacer notar que la personalidad del director es traída a cuenta por el narrador como angustiada y forzosa, casi falsa; cualquier tropiezo lo haría caer. Sin embargo, los enconos, gratuitos o ganados a pulso (como el director del cuento), vuelven los ánimos en contra más de alguna vez, en más de algún sitio y la realidad se empieza a disolver en apariencia: "Yo lo vengo diciendo desde hace tiempo, hasta en mi casa se lo he dicho: pura música, es un música, mosca muerta". (p.72).

Es la palabra la que desenmascara la falsedad del protagonista. Siempre hay algo de raro o de enfermizo en alguien que defiende con ímpetu una imagen que le cuesta demasiado sostener. "¿Alguna vez hemos conocido a alguien así?", dice un alumno, quien luego explica: "lo vengo diciendo, hasta en mi casa se los he dicho" y define al director como "música" (lenguaje sin palabras) y como "mosca muerta", acepciones de lo más popular y clarísimas en sus conceptos.

Sin embargo, aquí las palabras se unen al acto de mirar, para lograr la caída del dictador escolar. Las miradas inician su debacle, que será culminada por las palabras, en un acto repugnante: el profesor no puede hacer uso de ellas porque le gana el vómito, situación simbólica muy adecuada al personaje doble que puede ser:

Un hombre culto, espíritu fuerte, de una pieza, conducta íntegra, irreprochable, insobornable en el cumplimiento del deber, ejemplo de ciudadanos, dechado de maestros, mentor lleno de merecimientos. (p.64)

o por el otro lado:

no faltan malévolos que lo motejan de hipócrita; le inventan sucias historias; su carácter enérgico, su apego a la disciplina, quedan en vulgar sadismo ejercitado sobre los alumnos en forma brutal y, con medios de refinada perversión, sobre las maestras, víctimas preferentes del tartufo, según las malas lenguas. (p.60).

Tenemos aquí, una discusión textual sobre lo que se es y lo que se aparenta. El texto resuelve precipitar la caída de la figura popular –el rectísimo maestro- favoreciendo pues, el desenmascaramiento, la develación mediante la palabra oral y escrita, de un tótem social, con el cual en más de una ocasión hemos podido toparnos, en la realidad y en la ficción.

Nuestras formas de ser constituyen todo un imaginario poderoso, a un tiempo positivo y negativo. Percibimos el mundo como un espacio mágico e independiente, regido por leyes no comprendidas del todo y que nos amenazan o protegen. Todo ello se asimila y se va transmitiendo de generación en generación. Así lo registra Agustín Yánez en el tercer cuento de este libro: Gota serena o Las glorias del campo.

El análisis y la presentación de asuntos sociales no siempre son llevados por un escritor de modo directo y evidente. Desde luego, la literatura incluye un factor especial: reelabora la realidad y la ofrece con variantes y mediaciones. Hay que leer cuidadosamente o sumergirse en la profundidad de la materia estética de un libro con el tiempo suficiente y las técnicas adecuadas para desentrañar los tejidos y las construcciones de significados. En estas líneas pretendo mostrar sólo una faceta mínima de Tres cuentos una cara entre muchas que el volumen, como obra de arte, mantiene y proporciona. La cuestión femenina es una de ellas. Unida a lo mágico, como realidad no conocida del todo, tampoco puede tacharse de superstición; sería optar por una definición demasiado frágil, demasiado fácil. Veamos una muestra:"No vean tanto la luna: les cae gota serena". (p.83). "Sobre todo esta luna de agosto es más mala que las otras". (p.84).

El elemento de la mirada aparece negativamente. Por medio de la mirada se hace daño (las avispas de los ojos de los alumnos del segundo cuento) y por la mirada puede uno perderse, puede sobrevenir algún mal. La luna se presenta en su apariencia femenina negativa, terrible (como Hécate y tantas otras diosas) particularmente en el verano, en el mes de la canícula, agosto.

Hay en este cuento, sobre todo, aunque las marcas textuales incluyen todos los relatos, una presencia de la doble función de la mujer: la santa y la bruja, la amenazante y la protectora. Antes lo vimos en la mención negativa a la luna, símbolo evidentemente femenino. A continuación, se presenta la faceta femenina contraria; lo femenino alimenta y cuida, la madre en su sentido más preciso, la mujer que mantiene la vida y la protege: "….quiso aún mi madre que tomáramos una taza de canela caliente y alguna pieza de pan, para no salir con aislamiento de estómago". (p.88). Observamos el cuidado femenino y además el modo curioso de nombrar enfermedades verdaderas o imaginarias como el "aislamiento de estómago". En este universo, que mucho pervive en el nuestro –tan pretendidamente aséptico y científico-, siempre hay alguna cura para los males y alguna amenaza para el bienestar.

"Cobíjense bien y cúbranse la cabeza: es la hora del rocío: no les vaya a hacer daño el sereno", (p.90) dice la madre del protagonista y narrador, el niño de la ciudad que viaja al campo. No son gratuitas estas marcas; obedecen a toda una gama de ideas y juegos simbólicos que con el paso del tiempo se entreveran y complican más y más. A la incomprensión del mundo prosigue su mitificación extrema; la naturaleza se torna peligrosa y maligna. De la manera mínima y más simple, se puede precipitarlo todo a la desgracia y a la muerte. Un mundo así requiere de inmensos cuidados por parte de sus habitantes. Hasta el amanecer mismo puede provocar la enfermedad.

"- ¿Qué es la gota serena?- pregunté sin quitar la vista de la gran cara luminosa. –Se quedan ciegos. Tampoco entonces dejé de mirarla…" (p.83).

Tal vez no exista explicación lógica para los daños que puede provocar la naturaleza maligna, pero … que su presencia sigue subyugando y manteniéndose en el imaginario popular, es imposible negarlo. Mucho de nuestras vidas ha sido moldeado con base en estas ideas, transmitido en el tiempo y fijado en nuestras mentes, aunque no lo creamos así.

Hay que precisar algunas particularidades presentadas por el texto. El grado de unificación del libro es sumamente acentuado. Se trata de un trabajo compacto labrado para que la autonomía de cada uno de los relatos apoye la conjunción de los tres, para que las diferencias recaigan en las similitudes profundas, y por lo tanto, refuercen la impresión general de un todo.

Por principio y como ya hemos visto, son tres cuentos. Todos tienen un doble título, anuncio del incansable y armonioso juego paralelístico que caracteriza la prosa de Agustín Yáñez:

La niña Esperanza o El monumento derrumbado

Las avispas o La mañana de ceniza

Gota serena o Las glorias del campo

Cada título consta, entonces, de tres elementos: un nexo (la "o") y los dos "títulos". Esto es, encontramos dos elementos similares (o que realizan la misma función) y uno distinto. Esta formación se repite constantemente en varios planos textuales. Si tomamos en cuenta al narrador, dos de los relatos son presentados en primera persona y el restante en tercera persona con un narrador omnisciente. Encontramos varias frases construidas de la misma manera: "Según parece o mejor dicho", "Cuando nos juntamos a jugar en la calle ni cuando nos despedimos pasadas las ocho" "Lo hicieron tomar una copa dulce amarga – Es inofensiva: buena para los nervios- le dijeron para vencer la ya débil resistencia".

Por otra parte, en dos de los relatos el objeto de la narración es una tercera persona (la niña Esperanza –ella-, y el director autoritario –él-) mientras que en el restante, el narrador es a la vez el sujeto-objeto de la acción: el niño de la ciudad. Es destacable el juego de dos contra uno que el texto proporciona. Nos lleva esto a establecer un sistema de enfrentamiento entre lo plural y lo singular.

Los tres relatos están más o menos situados temporalmente:

Días antes y hacia el 6 de enero (el primero)

Martes de carnaval y miércoles de ceniza (el segundo)

El mes de agosto, la canícula (el tercero)

Hay pues, una progresión temporal que hila a las tres narraciones.

Los tres cuentos finalizan con una relativa destrucción o muerte, aunque no siempre afectan al protagonista de modo directo. Así lo vemos en el primero y tercer relatos, cuyos narradores y actores principales no mueren, pero pasan por una transformación indirecta: en el otro, el segundo, el protagonista sí es destruido o transformado en definitiva (se le desenmascara).

En las tres narraciones es muy importante la visión, el mirar (el niño de la primera no desea otra cosa que contemplar a la enferma, muerta luego; al director nada le hace más daño que la mirada de sus alumnos; y en la tercera, el niño desobedece el mandato de no ver la luna).

La mirada se presenta con características diferentes cada vez. En el primer cuento, por medio de ellas se accede a un nivel distinto, el niño se acerca al objeto de su afectuosa emoción, a la mujer soñada, que muerta es como una santa. En el siguiente, el hecho de imaginar las miradas de sus alumnos empieza a trastornar al director. Los muchachos se apoderan del sentido de la vista para desenmascarar y agredir a su profesor ("A mí no me lo contaron. Yo lo vi, yo." "¡Clavarle los ojos! Que los sienta como agujas, como alfileres ponzoñosos. No quitarle la vista. Muy serios"). (p.73) En el relato que cierra el libro, la mirada es el elemento de perdición, ya que facilita el contacto del niño con el mal circundante ("un miedo más en aquel mundo de miedos"). Mirar es dejarse apabullar por el mundo ("¡Vamos a ver matar al puerco!"). Es dejarse caer en las garras de una belleza peligrosa y maldita ("Tampoco entonces dejé de mirarle, bebiéndomela con los ojos… cualquier daño que sufriera bien valía el gusto de la plácida contemplación"). El contacto con el mal se confirma luego, cuando los niños observan a un loco y el protagonista es arrojado a un matorral venenoso.

A propósito del contacto entre el hombre y lo natural, existe una referencia continúa a un curioso enfrentamiento particular entre la naturaleza y lo humano. Pongamos por ejemplo sólo el caso de los títulos: los elementos naturales serían: "avispas", "mañana", "gota", "campo". Esta formación incluye únicamente caracteres físicos, naturales, concretos. Son animales, estados temporales, espacios; todo es real y sólido. Los elementos humanos: "niña", "esperanza", "ceniza", "gloria", tienden más a lo abstracto (con excepción de niña) y "ceniza" cuenta con al menos dos sentidos en el segundo cuento, es decir, la alusión religiosa y el sinónimo de derrota, destrucción. "esperanza" y "gloria" son dos términos de origen positivo; uno indica la posibilidad de desarrollo hacia el futuro, y el otro habla de la grandeza, de lo más alto que puede alcanzarse.

En los tres relatos, al nivel de la narración, encuentro registros de este despliegue significativo: ni el interés, la emoción de un niño o la religión pueden nada contra la muerte, el acto más natural del universo; el director cae vencido por las fuerzas de la biología de su propio cuerpo; la avasalladora y llamativa naturaleza cautiva y enferma a un niño de la ciudad.

Hay otros enfrentamientos significativos en el funcionamiento textual: tenemos, como mencioné arriba, que lo plural se opone a lo singular (el niño protagonista contra sus padres o contra una pandilla; el director de escuela contra las mujeres del carnaval o en pelea declarada contra sus alumnos, y el niño del último cuento contra un sinfín de amenazas u otros niños del campo). Lo propio versus lo ajeno (por ejemplo, comunidad interna vs. comunidad externa; lo moral vs. lo inmoral; lo sano vs. lo enfermo, etc.) Lo aparente vs. lo real. Lo religioso vs. lo pagano (el carnaval vs. la cuaresma). Lo positivo vs. lo negativo (la vida vs. la muerte, la belleza vs. la fealdad, la locura vs. la cordura). Lo rico vs. lo pobre ("Acababan de ponerla en una caja; una caja blanca, muy lujosa… "-"Nuestro barrio es humilde"), etc. Todos estos matices nos muestran algunos puntos de acentuación de significado textual, hacia donde se vierte el tejido de la obra literaria.

Veamos un par de otros elementos importantes surgidos en el análisis:

El Orden.

Curiosamente, los tres textos mantienen ciertas "posiciones" con respecto al orden; en el primero, pese a lo que pudiera pensarse como una aventura emocional de iniciación, el protagonista termina su historia pensando en el ciclo escolar que se avecina más que en la niña-mujer muerta. El director de escuela del segundo cuento no puede, por más que intenta, restablecer el orden jerárquico y tiránico que mantenía antes de caer en el vaivén carnavalesco. Y el niño del tercer relato, por desobedecer el orden presentado en las indicaciones de su madre, cae en la enfermedad.

De nuevo encontramos el funcionamiento de dos elementos similares contra uno distinto. Uno vuelve al orden y los otros dos pasan al contrario.

La Mujer.

Esa figura tan importante -en la ficción y la realidad- mantiene varios sistemas de significación. Es una santa-virgen o una bruja-perdida ("Alma bella más que todo. Será que Dios la necesita" vs. "¡Una sonsacadora de hombres! Los hechizaba para luego hacerlos padecer"). Es una de las causas del desastre en la vida del director ("Sólo máscaras, máscaras, máscaras en apariencia de mujeres interminables… atractivas, repugnantes"). Para finalizar, se resalta el papel femenino dedicado a la perdición –que se impone al carácter protector de la madre, presente también ("Lo picó la luna de agosto". El arbusto a donde lo avientan se llama "mala mujer"), vs. "Mi madre no se había apartado de mí en la larga noche de mis dolores. Le acaricié las manos, que me retenían con firme dulzura".

La intención de este acercamiento ha sido mostrar, mínimamente, la riqueza y complejidad de un texto literario no suficientemente atendido. Los estratos de significación que una obra puede proporcionar son variados. En este libro de Agustín Yáñez vemos como se parece preferir (no necesariamente lo hace el autor como persona real al orden sobre el desorden; encontramos una lectura difícil de lo femenino, que oscila entre lo bueno y lo malo; prefiere lo infantil a lo maduro; privilegia al grupo sobre lo individual y coloca al hombre frente a la naturaleza en una especie de lucha, de contrariedad; muestra cómo el pensamiento mágico vive dentro de nuestras conciencias civilizadas, a través de costumbres y tradiciones.

Hemos visto que la literatura y sus orfebres, los escritores, dicen quizás mas de lo que quieren. No sólo tenemos el testimonio de lo inmediato sino que también podemos disponer de una manera de construir la escritura y a partir de ahí, la realidad. Agustín Yáñez proporciona toda una gama de cargas ideológicas, de posiciones ante la realidad y ante la reconstrucción de sí misma.


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