Sincronía Fall 2011


Perspectivas del ”yo” en la primera novela jalisciense.

 María Guadalupe Sánchez Robles

 Universidad de Guadalajara


 

La novela El Misterioso (1836) del escritor mexicano Mariano Melénedez y Muñoz es la segunda novela mexicana de la historia (antecedida por El Periquillo Sarniento de José Joaquín Fernández de Lizardi, del año 1816), publicada apenas quince años después de la consumación de la Independencia. Por el hecho de tratarse de un texto fundador del sistema literario moderno de la nación y cultura mexicanas, hemos de considerarlo como un material prioritario para los estudios que nos incumben. No sólo hemos de acercarnos a las reglas de representación de un texto, sino intentar por medio de la metodología sociocrítica obtener las implicaciones sociales e ideológicas que nos revelarán los comportamientos político-culturales e ideológicos de un momento histórico preciso. Es por ello que resulta de lo más valioso realizar el acercamiento de una obra como esta novela, escrita y publicada en una época tan definitoria como los años posteriores a la consumación de la revolución independentista mexicana. Nos encontramos, pues en plena constitución del nuevo país, y nos interesa descubrir las implicaciones que pueden manifestar los registros de la representación de la consciencia (es decir, el conocimiento de sí mismo y del entorno) en la novela de Mariano Meléndez y Muñoz. Buscaremos entonces el proceso autocognoscitivo y la posición funcional que el mismo material textual expresa sobre la consciencia a partir de las acciones de los personajes que se desempeñan en el primer capítulo de nuestra novela, que hemos tomado como incipit. Es preciso señalar que el presente trabajo se hizo a partir de una transcripción electrónica de la novela.

            Comencemos pues con una pequeña, pero necesaria relación de las secuencias del primer capítulo. Contamos con seis secuencias, las cuales engloban todas las acciones. La número 1. Introducción apelativa de una voz en primera persona que conmina a la Noche, a la Poesía y al dios Cupido en términos de una gran pasión. La 2. La joven Eulalia va a la playa al encuentro de su padre adoptivo Teófilo, quien se muestra un tanto reacio a acompañar a la joven, se presenta un consecuente diálogo sobre el cuidado que se tienen mutuamente. Número 3. Internados en el bosque del Monte “El Misterioso” son atacados por unos forajidos que secuestran a la joven y dejan atado y a su suerte a Teófilo, el cual procede a realizar una prolongada súplica a la divinidad para que lo auxilie.  4. Mucho tiempo después, Teófilo escucha voces y se ve liberado por un hombre embozado que se autodenomina como el Misterioso, que trae consigo a  la muchacha liberada. Eulalia hace el relato de la intervención del Misterioso y del combate con los forajidos. Menciona que el jefe de los bandidos era un tal Elizalde Piamonte. El Misterioso confunde a Eulalia con una “Isabel”. 5. En las ruinas de un templo maya, donde parece habitar Teófilo, se encuentran con el padre Ubin, a quien ante su entusiasmo por Eulalia, la voz de un cuarto personaje no identificado llama a guardar un secreto. Se hace el acuerdo entre los hombres para seguir con el secreto. 6. Marchan Teófilo, Eulalia y Ubin por el bosque y la muchacha distraída por lo bello de la naturaleza se adelanta para encontrarse con un hombre que resulta ser el Misterioso -ya sin máscara-. Se establece un diálogo que da lugar a una declaración de amor mutuo. Se separan los jóvenes y queda la muchacha muy alterada. La encuentran los mayores para protegerla y llevársela.

            La consecución diegética del primer capítulo lleva al narratario de la situación inicial de un yo, que se expresa en términos deprecativos a unas potencias sobrenaturales, pasando por una serie de sucesos que involucran el reconocimiento de otros personajes  y otras situaciones ajenas a su propia constitución. El acto de suplicar a una potencia divina o similar se repite con el personaje de Teófilo. El discurso de la súplica pone de relieve que los personajes tácitamente se encuentran en relación con esas instancias míticas; hay una conciencia de la jerarquía y de la dependencia ante su poder. Conocimiento y reconocimiento se presentan en las acciones de Eulalia y el Misterioso que se encuentran, se separan y vuelven a encontrarse bajo otra identidad o bajo la misma en otra circunstancia. El engranaje de las acciones evidencia que existen antecedentes narrativos que el narratario desconoce y que aprehende en el justo momento que los personajes retoman esos mismos antecedentes, como es el caso del jefe de los bandidos, que ya es conocido por los personajes. Así pues, se manifiesta una continua consciencia de la obtención de datos prioritarios para la movilidad de la diégesis (y para la constitución del relato, tratándose del primer capítulo, claro), pero también para la idea de que los personajes se hallan en un momento en el cual saber e ignorar mucha información resulta de gran importancia.

            Este primer capítulo de la novela trata, a fin de cuentas, y no precisamente en términos de la historia o de la anécdota, de la percepción que tienen unos personajes de los otros. Este capítulo funciona también y más precisamente, alrededor del asunto  de cómo perciben los demás personajes al Misterioso, da cuenta de las reacciones de sus encuentros con el Misterioso y presenta sus consideraciones sobre el hombre y sus actos. Y desde luego, de la percepción que manifiesta el Misterioso de los demás.

            Los personajes son: Eulalia, El Misterioso, Teófilo, los forajidos, Elizalde Piamonte, el Padre Ubin,  los Aldeanos. Cada uno de ellos expresa un modo particular de ver representada la figura de la consciencia. Es decir, cómo manifiestan el conocimiento de sí y de su ambiente. Eulalia se relaciona con su entorno a partir de las emociones, y siempre en contacto con la naturaleza, utilizando mínimamente la razón. El Misterioso, por su parte, es una figura asimilada a las emociones y la propia naturaleza, pero en relación con la violencia y las restricciones, es un personaje que entra en contacto con el ocultamiento de la identidad, pero también con la imposibilidad de comprender por qué actúa como actúa (“hombre incomprensible” lo denomina el narrador y el propio Teófilo). Teófilo resulta una presencia que se define por su relación con lo divino (ya en términos cristianos, ya en términos paganos o relacionados con la mitología griega y romana) y con la información que posee y que no revela de inmediato. Los  forajidos aparecen como figuras anónimas que ni el narrador, ni los personajes, ni ellos mismos atienden a denominar, mucho menos a dotar de una conciencia propia o plena; son actantes mínimos cuyo propósito textual es evidenciar la violencia. Y sin embargo, llama la atención su anonimato, la restringida percepción que de ellos tienen la instancia narrativa y los otros personajes. Elizalde Piamonte, el cabecilla de los bandoleros, provoca con la sola mención de su nombre el pavor; no manifiesta necesariamente conocimiento de sí mismo o de sus acciones, pero sí es tomado en la conciencia de los otros como una amenaza y una causa del terror. El Padre Ubin, por su parte, en sus intervenciones se encuentra consciente de que es el guarda de la joven Eulalia, pero más todavía de una información relevante que la implica. Por lo que respecta a los aldeanos, éstos llevan a cabo la tarea de ser –así los considera Teófilo- unas entidades que identifican al Misterioso con lo sobrenatural o el peligro (“aunque continuamente reparte beneficios, éstos no bastan a borrar el temor de los aldeanos.”). Por lo que hemos visto, unos personajes tienen consciencia de sí mismos y de los demás, mientras que otros no la tienen.

El factor de la consciencia se encuentra manifestado en variados elementos que se relacionan con los personajes; tales elementos pueden establecerse en un espectro que va desde lo físico hasta lo abstracto. A continuación se ofrece una muestra mínima de cada uno de estos registros.

Es a través de los sentidos como uno de los personajes tiene noción del exterior de sí mismo: “Sumido el anciano en el más profundo abatimiento, ignoraba el contraste de los elementos cuando una dulce voz penetra sus sentidos”. Son los sentidos una especie de portal, por medio del que el protagonista entra en contacto con el mundo; por medio del cual se entera de lo que sucede. En otro caso, los sentidos se igualan a la memoria, incluso a la conciencia: “¡Ah, padre mío! ¡Qué hombre tan amable! Y aunque no he logrado conocerle, su voz, su dulce voz, jamás se borrará de mis sentidos”. Este último registro anuncia otro comportamiento particular: el hecho de no conocer cierta información.

Las sensaciones físicas se presentan como un puente entre la consciencia del hecho y el hecho en sí: “Escucha, sin embargo, una voz a lo lejos; le ha parecido oír hablar a Eulalia, cuando se siente fuertemente abrazado; escucha el delicado acento de su querida hija adoptiva. Abre los ojos con asombro y al tiempo forman un admirable contraste en su alma el resplandor de la luna la vista del precioso objeto que acaba de perder”. El oído, el tacto, la vista, son los sentidos que físicamente dan cuenta de lo que le sucede al protagonista, en este caso Teófilo, al recuperar a su hija adoptiva. Para un personaje, la apariencia física equivale  a lo emocional: “Sin duda El Misterioso es un hombre incomprensible, su amable presencia demuestra luego sus generosos sentimientos.”

Otro registro que se halla en conexión con la consciencia es el dolor: “permanecía inmóvil postrado de rodillas e implorando el socorro del cielo, cuando interrumpe su profunda meditación el acento del dolor”. El acto de meditar es cortado por la “sensación” de malestar; este elemento se opone a la consciencia, pero sigue estando en relación con ella, como si fuera una contraparte.

La emoción o las pasiones son un registro que promueve el conocimiento propio y del entorno: “¡Su corazón inocente aún no conocía las pasiones! Éstas, es verdad, hacen conocer y saber al hombre que hay otra felicidad mayor; pero éstas también bajo halagüeños encantos encubren los inmensos precipicios a que el hombre se arroja esperando hallar al fondo de ellos el fin dichoso de sus padecimientos”. En más de algún caso, el texto prefiere que la emoción no sólo se comporte como un filtro de la conciencia, sino que la suplante del todo, puesto que en el mundo hay cosas que no se comprenden: “No quieras comprenderme, sabe que te amo, ¡ay! Sí, y el amor es la sola prenda que mi corazón posee”.

La consciencia del otro genera pavor, terror, conmoción:  “–Pues decidme al menos vuestro nombre. –Yo soy el hombre misterioso. A estas palabras se apodera el temor del anciano, él tiembla, la virgen se estremece y mirándose uno al otro, quedan pavorizados”. Otra muestra: “Tenía deseos de conocerle pero a penas le he visto, un terror horroroso se ha apoderado de mí”. El conocer cierta información provoca este tipo de respuesta emocional en los personajes. El saber desestabiliza a los protagonistas.

La religión, la mitología y lo divino funcionan también como expresión de lo cognitivo, puesto que son una especie de símil por el cual la realidad es asimilada por la consciencia: “Eulalia se había presentado a su vista con una opaca lamparilla en una mano y sostenida con la otra de una caña, así como el ángel tutelar aparece en el más afligido lance, como Minerva se dejó ver al infeliz Atilio”. El yo cognitivo del narrador nos dice que los personajes usan lo mítico para compararlo con lo real y así poder aprehenderlo: “y como el errante Caín, vagaba fugitivo y temeroso de las iras celestes.” La conciencia de lo divino se empareja con la certeza de la jerarquía: “La voz omnipotente del Eterno nos manda a vos y a mí callar”. Siguiendo en esta dirección, nos encontramos con el despliegue de una evidencia de la justicia divina: “¡En medio de la soledad, en el árido desierto, o en el vestido monte, es inflexible el tribunal de la justicia divina, como lo es en las populosas y opulentas ciudades!”. También en contacto con la cuestión mítica de lo divino, encontramos una certeza del determinismo: “No obstante, en cuanto a nosotros, debemos ver en El Misterioso un predestinado de los cielos y una emanación de la virtud”. Los sintagmas “debemos ver”, “predestinado de los cielos” muestran que los protagonistas consideran al personaje principal como un enviado divino y que su desempeño textual, al menos en este fragmento, consiste en la obligatoriedad, en no encontrar otra opción en la representación de la figura del héroe más que la que su mismo discurso comparativo propone.

Encontramos una continua comparación entre lo humano y la naturaleza. Esta comparación se realiza para igualar a los dos elementos: “−dijo y, semejante al inflamado meteoro, desapareció en un momento…”; “–Mi habitación son los riscos y mi compañía es ese astro que nos ilumina”; “El hombre incomprensible desciende hacia mí como la antorcha celestial, para ellos como el rayo vengador”.

A este primer momento de representación de la consciencia y sus manifestaciones más relacionadas con las sensaciones, las emociones, lo natural  y lo mítico, le siguen una serie de registros que se engloban más en relación con los actos de reflexionar, de comprender, de recordar, del juzgar (es decir, del discernir).

            Como apuntábamos líneas arriba, un fenómeno textual frecuente es la aceptación de que existe “lo incomprensible”, el misterio. De que no todo puede ser comprendido: “−¡Ah! Explicaos, no puedo entender vuestro lenguaje. −Ni tratéis de comprenderme: salid de esta falda y no volváis a trepar a ella”. Se manifiesta una ignorancia de las causas de las cosas: “ella siente una adhesión hacia el hombre que acaba de ver pero ignora la causa que le estimula a amarlo”. En más de una ocasión, los personajes no saben qué pensar: “Ha escuchado Teófilo a Eulalia sorprendido a cada paso. No sabe qué pensar del solitario que habita aquella selva, ¡se dice tanto de él en las vecinas rancherías!”; “Se levanta trémula y silenciosa y sigue a Teófilo, quien asombrado de aquella extraordinaria escena, no sabe qué pensar en aquel momento”. La consciencia encuentra un límite o simplemente se torna disfuncional.

A este desempeño anterior se le opone la reflexión (“¿son éstas, por ventura, acciones de un criminal?”) y un conocimiento del engaño (una cosa puede hacerse pasar por otra): “El anciano pulula entre el temor y la confianza. Es cierto que acaba de hacer un gran servicio a la virtud; pero su genio es áspero y su lenguaje duro y, ¡cuántas veces el vicio por ocultarse hace una acción heroica!”. A partir de los ejemplos citados en este párrafo, podemos inferir que dos tipos de pensamiento se polarizan; en primer momento: “si una cosa es X no puede ser Y” y su contraparte: “X puede hacerse pasar por Y”. Evidencia lo anterior un conflicto entre lo que se aparenta y lo que se es; la capacidad reflexiva de la consciencia de los personajes enlaza las dos posibilidades de aprehensión de lo cognitivo. “un elemento no puede ser sino lo que es” y “un elemento puede ser otro elemento”.

Una curiosa actitud se une a este desempeño que conflictúa la capacidad de  reflexión. Se trata de una negativa a ejercer la capacidad de discernir: “Pero no nos toca juzgar las iniquidades del que se oculta de los hombres”. No sólo dice de los mismos personajes el protagonista Teófilo que no son jueces, sino que esa tarea les corresponde a otros, más altos en la escala jerárquica.

La capacidad reflexiva, puesta a funcionar en el accionar de los personajes presenta una consciencia del pasado (se le otorgan al narratario y al lector antecedentes del Misterioso que los mismos personajes ya conocen, pero que ni narratario ni lector manejan); así como ciertos recuerdos y saberes (el nombre de una mujer llamada Isabel, el hecho de que Eulalia sea hija adoptiva de Teófilo, etc. ): “Se acerca hacia mí, me observa, hace una ligera demostración de sorpresa y luego con una voz encantadora, levantando el semblante al cielo, profiere con el más excesivo entusiasmo: “He aquí un retrato tuyo, ¡oh! Isabel, hoy has renacido para mí”.

            Todos los registros de la consciencia y sus manifestaciones en y de los personajes de la novela El Misterioso de Mariano Menéndez y Muñoz pueden reducirse, en un proceso de abstracción, en el juego de oposiciones o textos semióticos siguiente:

Saber – Ignorar

Realidad - Apariencia

Humano – Naturaleza

Reflexión - Sensación

            Para nuestro texto, la consciencia equivale a la información filtrada por el  cuerpo y la emoción. Mientras que los procesos de reflexión se encuentran problematizados (si bien se realizan, no resultan un medio de la razón en sí mismos, sino que se hallan dependientes de las expresiones e interpretaciones de los sentidos y las emociones), la consciencia funciona, pues, en términos del proceso de la comparación, que iguala lo humano con lo natural. Para poder entender a lo natural hay que asimilarlo a lo humano, y viceversa, para poder comprender lo humano, la referencia más útil y precisa será la naturaleza. Como instrumento (conciencia humana) y materia (conciencia de la naturaleza) se encuentran tan unidos, resulta muy difícil saber verdaderamente, discernir entre lo aparente y lo real; no hay mucha división tampoco entre lo mítico y lo real, incluso entre lo pagano y lo cristiano. El despliegue de la consciencia representada en las características y en las acciones de los personajes de nuestro texto funciona más como una suerte de epistemología primaria, básica, centrada en lo biológico y en lo emocional más que en una ontología. Se busca más, mediante la conciencia, obtener una información del mundo y de los otros, que constituir una serie de identidades; se pretende más explicar que ser.

 

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

CROS, Edmond (2009), La sociocrítica, Madrid Arco/Libros

CROS, Edmond (2002), El sujeto cultural: Sociocrítica y psicoanálisis, Medellín, Fondo Editorial Universidad EAFIT

CROS, Edmond (1992), Idiosemas y morfogénesis del texto, Frankfurt am Main, Vervuert

MELÉNDEZ  Y MUÑOZ, Mariano (1836), El Misterioso, Guadalajara, Teodosio Cruz-Aedo

SULLÁ, Enric (1996), Teoría de la novela, Barcelona, Crítica


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