Perspectivas
del ”yo” en la primera novela jalisciense.
María Guadalupe Sánchez Robles
La novela El
Misterioso (1836) del escritor mexicano Mariano Melénedez y Muñoz es la
segunda novela mexicana de la historia (antecedida por El Periquillo Sarniento de José Joaquín Fernández de Lizardi, del
año 1816), publicada apenas quince años después de la consumación de la
Independencia. Por el hecho de tratarse de un texto fundador del sistema
literario moderno de la nación y cultura mexicanas, hemos de considerarlo como
un material prioritario para los estudios que nos incumben. No sólo hemos de
acercarnos a las reglas de representación de un texto, sino intentar por medio
de la metodología sociocrítica obtener las implicaciones sociales e ideológicas
que nos revelarán los comportamientos político-culturales e ideológicos de un
momento histórico preciso. Es por ello que resulta de lo más valioso realizar
el acercamiento de una obra como esta novela, escrita y publicada en una época
tan definitoria como los años posteriores a la consumación de la revolución
independentista mexicana. Nos encontramos, pues en plena constitución del nuevo
país, y nos interesa descubrir las implicaciones que pueden manifestar los
registros de la representación de la consciencia (es decir, el conocimiento de
sí mismo y del entorno) en la novela de Mariano Meléndez y Muñoz. Buscaremos
entonces el proceso autocognoscitivo y la posición funcional que el mismo
material textual expresa sobre la consciencia
a partir de las acciones de los personajes que se desempeñan en el primer
capítulo de nuestra novela, que hemos tomado como incipit. Es preciso señalar que el presente trabajo se hizo a
partir de una transcripción electrónica de la novela.
Comencemos
pues con una pequeña, pero necesaria relación de las secuencias del primer
capítulo. Contamos con seis secuencias, las cuales engloban todas las acciones.
La número 1. Introducción apelativa
de una voz en primera persona que conmina a la Noche, a la Poesía y al dios
Cupido en términos de una gran pasión. La 2.
La joven Eulalia va a la playa al encuentro de su padre adoptivo Teófilo, quien
se muestra un tanto reacio a acompañar a la joven, se presenta un consecuente
diálogo sobre el cuidado que se tienen mutuamente. Número 3. Internados en el bosque del Monte “El Misterioso” son atacados
por unos forajidos que secuestran a la joven y dejan atado y a su suerte a
Teófilo, el cual procede a realizar una prolongada súplica a la divinidad para
que lo auxilie. 4. Mucho tiempo después, Teófilo escucha voces y se ve liberado por
un hombre embozado que se autodenomina como el Misterioso, que trae consigo
a la muchacha liberada. Eulalia hace el
relato de la intervención del Misterioso y del combate con los forajidos.
Menciona que el jefe de los bandidos era un tal Elizalde Piamonte. El
Misterioso confunde a Eulalia con una
“Isabel”. 5. En las ruinas de un
templo maya, donde parece habitar Teófilo, se encuentran con el padre Ubin, a
quien ante su entusiasmo por Eulalia, la voz de un cuarto personaje no
identificado llama a guardar un secreto. Se hace el acuerdo entre los hombres
para seguir con el secreto. 6.
Marchan Teófilo, Eulalia y Ubin por el bosque y la muchacha distraída por lo
bello de la naturaleza se adelanta para encontrarse con un hombre que resulta
ser el Misterioso -ya sin máscara-. Se establece un diálogo que da lugar a una
declaración de amor mutuo. Se separan los jóvenes y queda la muchacha muy
alterada. La encuentran los mayores para protegerla y llevársela.
La
consecución diegética del primer capítulo lleva al narratario de la situación
inicial de un yo, que se expresa en términos deprecativos a unas potencias
sobrenaturales, pasando por una serie de sucesos que involucran el
reconocimiento de otros personajes y
otras situaciones ajenas a su propia constitución. El acto de suplicar a una
potencia divina o similar se repite con el personaje de Teófilo. El discurso de
la súplica pone de relieve que los personajes tácitamente se encuentran en
relación con esas instancias míticas; hay una conciencia de la jerarquía y de
la dependencia ante su poder. Conocimiento y reconocimiento se presentan en las
acciones de Eulalia y el Misterioso que se encuentran, se separan y vuelven a
encontrarse bajo otra identidad o bajo la misma en otra circunstancia. El
engranaje de las acciones evidencia que existen antecedentes narrativos que el
narratario desconoce y que aprehende en el justo momento que los personajes
retoman esos mismos antecedentes, como es el caso del jefe de los bandidos, que
ya es conocido por los personajes. Así pues, se manifiesta una continua consciencia
de la obtención de datos prioritarios para la movilidad de la diégesis (y para
la constitución del relato, tratándose del primer capítulo, claro), pero
también para la idea de que los personajes se hallan en un momento en el cual
saber e ignorar mucha información resulta de gran importancia.
Este
primer capítulo de la novela trata, a fin de cuentas, y no precisamente en
términos de la historia o de la anécdota, de la percepción que tienen unos
personajes de los otros. Este capítulo funciona también y más precisamente,
alrededor del asunto de cómo perciben
los demás personajes al Misterioso,
da cuenta de las reacciones de sus encuentros con el Misterioso y presenta sus consideraciones
sobre el hombre y sus actos. Y desde luego, de la percepción que manifiesta el
Misterioso de los demás.
Los
personajes son: Eulalia, El Misterioso, Teófilo, los forajidos, Elizalde
Piamonte, el Padre Ubin, los Aldeanos.
Cada uno de ellos expresa un modo particular de ver representada la figura de
la consciencia. Es decir, cómo manifiestan el conocimiento de sí y de su
ambiente. Eulalia se relaciona con su entorno a partir de las emociones, y
siempre en contacto con la naturaleza, utilizando mínimamente la razón. El
Misterioso, por su parte, es una figura asimilada a las emociones y la propia
naturaleza, pero en relación con la violencia y las restricciones, es un
personaje que entra en contacto con el ocultamiento de la identidad, pero
también con la imposibilidad de comprender por qué actúa como actúa (“hombre
incomprensible” lo denomina el narrador y el propio Teófilo). Teófilo resulta
una presencia que se define por su relación con lo divino (ya en términos cristianos,
ya en términos paganos o relacionados con la mitología griega y romana) y con
la información que posee y que no revela de inmediato. Los forajidos aparecen como figuras anónimas que
ni el narrador, ni los personajes, ni ellos mismos atienden a denominar, mucho
menos a dotar de una conciencia propia o plena; son actantes mínimos cuyo
propósito textual es evidenciar la violencia. Y sin embargo, llama la atención
su anonimato, la restringida percepción que de ellos tienen la instancia
narrativa y los otros personajes. Elizalde Piamonte, el cabecilla de los
bandoleros, provoca con la sola mención de su nombre el pavor; no manifiesta
necesariamente conocimiento de sí mismo o de sus acciones, pero sí es tomado en
la conciencia de los otros como una amenaza y una causa del terror. El Padre
Ubin, por su parte, en sus intervenciones se encuentra consciente de que es el
guarda de la joven Eulalia, pero más todavía de una información relevante que
la implica. Por lo que respecta a los aldeanos, éstos llevan a cabo la tarea de
ser –así los considera Teófilo- unas entidades que identifican al Misterioso
con lo sobrenatural o el peligro (“aunque continuamente reparte beneficios,
éstos no bastan a borrar el temor de los aldeanos.”). Por lo que hemos visto, unos
personajes tienen consciencia de sí mismos y de los demás, mientras que otros
no la tienen.
El factor de la consciencia
se encuentra manifestado en variados elementos que se relacionan con los
personajes; tales elementos pueden establecerse en un espectro que va desde lo
físico hasta lo abstracto. A continuación se ofrece una muestra mínima de cada
uno de estos registros.
Es a través de los sentidos
como uno de los personajes tiene noción del exterior de sí mismo: “Sumido el
anciano en el más profundo abatimiento, ignoraba el contraste de los elementos
cuando una dulce voz penetra sus sentidos”. Son los sentidos una especie de
portal, por medio del que el protagonista entra en contacto con el mundo; por
medio del cual se entera de lo que sucede. En otro caso, los sentidos se
igualan a la memoria, incluso a la conciencia: “¡Ah, padre mío! ¡Qué hombre tan
amable! Y aunque no he logrado conocerle, su voz, su dulce voz, jamás se
borrará de mis sentidos”. Este último registro anuncia otro comportamiento
particular: el hecho de no conocer cierta información.
Las sensaciones físicas se
presentan como un puente entre la consciencia del hecho y el hecho en sí:
“Escucha, sin embargo, una voz a lo lejos; le ha parecido oír hablar a Eulalia,
cuando se siente fuertemente abrazado; escucha el delicado acento de su querida
hija adoptiva. Abre los ojos con asombro y al tiempo forman un admirable
contraste en su alma el resplandor de la luna la vista del precioso objeto que
acaba de perder”. El oído, el tacto, la vista, son los sentidos que físicamente
dan cuenta de lo que le sucede al protagonista, en este caso Teófilo, al
recuperar a su hija adoptiva. Para un personaje, la apariencia física
equivale a lo emocional: “Sin duda El
Misterioso es un hombre incomprensible, su amable presencia demuestra luego sus
generosos sentimientos.”
Otro registro que se halla
en conexión con la consciencia es el dolor: “permanecía inmóvil postrado de
rodillas e implorando el socorro del cielo, cuando interrumpe su profunda
meditación el acento del dolor”. El acto de meditar es cortado por la
“sensación” de malestar; este elemento se opone a la consciencia, pero sigue
estando en relación con ella, como si fuera una contraparte.
La emoción o las pasiones
son un registro que promueve el conocimiento propio y del entorno: “¡Su corazón
inocente aún no conocía las pasiones! Éstas, es verdad, hacen conocer y saber
al hombre que hay otra felicidad mayor; pero éstas también bajo halagüeños
encantos encubren los inmensos precipicios a que el hombre se arroja esperando
hallar al fondo de ellos el fin dichoso de sus padecimientos”. En más de algún
caso, el texto prefiere que la emoción no sólo se comporte como un filtro de la
conciencia, sino que la suplante del todo, puesto que en el mundo hay cosas que
no se comprenden: “No quieras comprenderme, sabe que te amo, ¡ay! Sí, y el amor
es la sola prenda que mi corazón posee”.
La consciencia del otro genera
pavor, terror, conmoción: “–Pues decidme
al menos vuestro nombre. –Yo soy el hombre misterioso. A estas palabras se
apodera el temor del anciano, él tiembla, la virgen se estremece y mirándose
uno al otro, quedan pavorizados”. Otra muestra: “Tenía deseos de conocerle pero
a penas le he visto, un terror horroroso se ha apoderado de mí”. El conocer cierta información provoca este
tipo de respuesta emocional en los personajes. El saber desestabiliza a los
protagonistas.
La religión, la mitología y
lo divino funcionan también como expresión de lo cognitivo, puesto que son una
especie de símil por el cual la realidad es asimilada por la consciencia: “Eulalia
se había presentado a su vista con una opaca lamparilla en una mano y sostenida
con la otra de una caña, así como el ángel tutelar aparece en el más afligido
lance, como Minerva se dejó ver al infeliz Atilio”. El yo cognitivo del
narrador nos dice que los personajes usan lo mítico para compararlo con lo real
y así poder aprehenderlo: “y como el errante Caín, vagaba fugitivo y temeroso
de las iras celestes.” La conciencia de lo divino se empareja con la certeza de
la jerarquía: “La voz omnipotente del Eterno nos manda a vos y a mí callar”.
Siguiendo en esta dirección, nos encontramos con el despliegue de una evidencia
de la justicia divina: “¡En medio de la soledad, en el árido desierto, o en el
vestido monte, es inflexible el tribunal de la justicia divina, como lo es en
las populosas y opulentas ciudades!”. También en contacto con la cuestión
mítica de lo divino, encontramos una certeza del determinismo: “No obstante, en
cuanto a nosotros, debemos ver en El Misterioso un predestinado de los cielos y
una emanación de la virtud”. Los sintagmas “debemos ver”, “predestinado de los
cielos” muestran que los protagonistas consideran al personaje principal como
un enviado divino y que su desempeño textual, al menos en este fragmento,
consiste en la obligatoriedad, en no encontrar otra opción en la representación
de la figura del héroe más que la que su mismo discurso comparativo propone.
Encontramos una continua
comparación entre lo humano y la naturaleza. Esta comparación se realiza para
igualar a los dos elementos: “−dijo y, semejante al inflamado meteoro,
desapareció en un momento…”; “–Mi habitación son los riscos y mi compañía es
ese astro que nos ilumina”; “El hombre incomprensible desciende hacia mí como
la antorcha celestial, para ellos como el rayo vengador”.
A este primer momento de
representación de la consciencia y sus manifestaciones más relacionadas con las
sensaciones, las emociones, lo natural y
lo mítico, le siguen una serie de registros que se engloban más en relación con
los actos de reflexionar, de comprender, de recordar, del juzgar (es decir, del
discernir).
Como
apuntábamos líneas arriba, un fenómeno textual frecuente es la aceptación de
que existe “lo incomprensible”, el misterio. De que no todo puede ser
comprendido: “−¡Ah! Explicaos, no puedo entender vuestro lenguaje.
−Ni tratéis de comprenderme: salid de esta falda y no volváis a trepar a
ella”. Se manifiesta una ignorancia de las causas de las cosas: “ella siente
una adhesión hacia el hombre que acaba de ver pero ignora la causa que le
estimula a amarlo”. En más de una ocasión, los personajes no saben qué pensar: “Ha escuchado Teófilo a Eulalia sorprendido a
cada paso. No sabe qué pensar del solitario que habita aquella selva, ¡se dice
tanto de él en las vecinas rancherías!”; “Se levanta trémula y silenciosa y
sigue a Teófilo, quien asombrado de aquella extraordinaria escena, no sabe qué
pensar en aquel momento”. La consciencia encuentra un límite o simplemente se
torna disfuncional.
A este desempeño anterior
se le opone la reflexión (“¿son éstas, por ventura, acciones de un criminal?”)
y un conocimiento del engaño (una cosa puede hacerse pasar por otra): “El
anciano pulula entre el temor y la confianza. Es cierto que acaba de hacer un
gran servicio a la virtud; pero su genio es áspero y su lenguaje duro y,
¡cuántas veces el vicio por ocultarse hace una acción heroica!”. A partir de
los ejemplos citados en este párrafo, podemos inferir que dos tipos de pensamiento
se polarizan; en primer momento: “si una cosa es X no puede ser Y” y su
contraparte: “X puede hacerse pasar por Y”. Evidencia lo anterior un conflicto
entre lo que se aparenta y lo que se es; la capacidad reflexiva de la consciencia
de los personajes enlaza las dos posibilidades de aprehensión de lo cognitivo.
“un elemento no puede ser sino lo que es” y “un elemento puede ser otro
elemento”.
Una curiosa actitud se une
a este desempeño que conflictúa la capacidad de
reflexión. Se trata de una negativa a ejercer la capacidad de discernir:
“Pero no nos toca juzgar las iniquidades del que se oculta de los hombres”. No
sólo dice de los mismos personajes el protagonista Teófilo que no son jueces,
sino que esa tarea les corresponde a otros, más altos en la escala jerárquica.
La capacidad reflexiva,
puesta a funcionar en el accionar de los personajes presenta una consciencia
del pasado (se le otorgan al narratario y al lector antecedentes del Misterioso
que los mismos personajes ya conocen, pero que ni narratario ni lector
manejan); así como ciertos recuerdos y saberes (el nombre de una mujer llamada
Isabel, el hecho de que Eulalia sea hija adoptiva de Teófilo, etc. ): “Se
acerca hacia mí, me observa, hace una ligera demostración de sorpresa y luego
con una voz encantadora, levantando el semblante al cielo, profiere con el más
excesivo entusiasmo: “He aquí un retrato tuyo, ¡oh! Isabel, hoy has renacido
para mí”.
Todos los registros de la consciencia
y sus manifestaciones en y de los personajes de la novela El Misterioso de Mariano Menéndez y Muñoz pueden reducirse, en un
proceso de abstracción, en el juego de oposiciones o textos semióticos
siguiente:
Saber – Ignorar
Realidad - Apariencia
Humano – Naturaleza
Reflexión - Sensación
Para
nuestro texto, la consciencia equivale a la información filtrada por el cuerpo y la emoción. Mientras que los procesos
de reflexión se encuentran problematizados (si bien se realizan, no resultan un
medio de la razón en sí mismos, sino que se hallan dependientes de las
expresiones e interpretaciones de los sentidos y las emociones), la consciencia
funciona, pues, en términos del proceso de la comparación, que iguala lo humano
con lo natural. Para poder entender a lo natural hay que asimilarlo a lo
humano, y viceversa, para poder comprender lo humano, la referencia más útil y
precisa será la naturaleza. Como instrumento (conciencia humana) y materia
(conciencia de la naturaleza) se encuentran tan unidos, resulta muy difícil saber verdaderamente, discernir entre lo
aparente y lo real; no hay mucha división tampoco entre lo mítico y lo real,
incluso entre lo pagano y lo cristiano. El despliegue de la consciencia
representada en las características y en las acciones de los personajes de
nuestro texto funciona más como una suerte de epistemología primaria, básica,
centrada en lo biológico y en lo emocional más que en una ontología. Se busca
más, mediante la conciencia, obtener una información del mundo y de los otros,
que constituir una serie de identidades; se pretende más explicar que ser.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
CROS, Edmond (2009), La sociocrítica, Madrid Arco/Libros
CROS, Edmond (2002), El sujeto cultural: Sociocrítica y psicoanálisis, Medellín, Fondo Editorial
Universidad EAFIT
CROS, Edmond (1992), Idiosemas y morfogénesis del texto, Frankfurt am Main, Vervuert
MELÉNDEZ Y
MUÑOZ, Mariano (1836), El Misterioso,
Guadalajara, Teodosio Cruz-Aedo
SULLÁ, Enric (1996), Teoría de la novela, Barcelona, Crítica