Sincronía Winter 2007


VICENTE RIVA PALACIO: “LA MAQUINA DE COSER”

LA UNIDAD DE EFECTO EN UN CUENTO MEXICANO DEL SIGLO XIX

 

Juan Manuel Sánchez Ocampo

ocampojm@yahoo.com.mx


 

Los críticos que tan diversas y a veces encontradas opiniones vierten sobre los asuntos literarios, en algo están de acuerdo: junto con los de Roa Bárcena, los relatos de Vicente Riva Palacio son los primeros cuentos mexicanos en el sentido moderno del término, (Leal, 1990: 53; Imbert, 1970: 281; Huerta, 1970: 119; Pavón, 1996: 39; Cortés, 1991; Ruffinelli, 2000: 318). Para no extenderme con las citas particulares de cada crítico, transcribo la de Erasto Cortés que -exceptuando la de don Luis Leal-  las glosa y resume muy bien a todas las otras cuando hace la introducción al cuento que estudiaré:

            Cuentos del general, de donde proviene “La máquina de coser” y una colección de veintiséis relatos, los cuales presentan características comunes: brevedad en el título, la acción y la descripción de los personajes; el estilo cuidadoso, justo y preciso. “La máquina de coser” pertenece al llamado cuento anecdótico que, como su nombre lo indica, transmite literariamente una anécdota, cuya naturaleza está firmemente apoyada en el modo de contarla, por lo que el estilo es la nota sobresaliente. Por lo anteriormente señalado, Riva Palacio es considerado junto con Roa Bárcena, el iniciador del cuento mexicano moderno (1991: 47).

 

Así entonces, dado que este cuento ya tiene un merecido reconocimiento, en su estudio no pretendo encontrar un enfoque nuevo o  proponer un nueva lectura que reubique su categoría, sino mostrar en qué consiste esa virtud de moderno, ya que es casi inútil decir que ninguno de los críticos que he señalado ha emprendido la tarea de estudiar en las obras concretas esas características que finalmente dividen la literatura de México en dos grandes grupos: el tradicional y el moderno. Parece que todos, luego de acompañar el término con dos o tres adjetivos, dan por hecho que cualquiera sabe lo qué es un cuento moderno. Para poder profundizar en este tema, es necesario realizar un estudio más sistemático, con un enfoque diferente al que guía los trabajos que desarrolla la crítica apresurada y la historia literaria.

En este cuento encontramos las siguientes novedades narrativas: se mantiene la unidad de acción (y de efecto) y su relación con las isotopías que genera, hace gala de concentración temática, se vuelve un motivo literario el empleo de la elipsis temporal, se mantiene una objetividad entre lo narrado y la intención del autor, se le da más importancia a la forma de la expresión que al contenido, y éste se aligera al ser tratado con humor y doble sentido.

El tratamiento del tema: el autor implícito mantiene una distancia objetiva entre él y los elementos narrativos que despliega, el narrador que genera ni analiza ni enjuicia, pese a que el tema es de los que mejor se prestan para hacer sentir la buena conciencia personal y por tanto ejercer la crítica social: la prostitución de una muchacha decente. Este cuento es la unión armónica de lo alegre con lo triste, ejemplo de composición por medio de antinomias.

Si nos detenemos en las características de la narrativa de Riva Palacio que señala Jaime E. Cortés: brevedad en el título, la acción y la descripción de los personajes; el estilo cuidadoso, justo y preciso, notamos que hace énfasis en el modo, en el cómo, antes que en el qué contar, ahí tenemos parte de lo que conforma el canon que diseña al cuento moderno.[1] En este apartado me daré a la tarea de constatar si efectivamente “La máquina de coser” cumple con dichas características. Pero antes de pasar a esto, es necesario señalar que este comentarista, además de que resume lo que se ha dicho de los orígenes de nuestro cuento moderno, sigue en especial las ideas del maestro Luis Leal, el cual nos describe uno de los conceptos empleados en la cita anterior:

El cuento anecdótico consiste en hacer uso de un asunto sencillísimo (muchas veces de una simple relación) para entretejer un cuento. El secreto consiste en saber contar y en sugerir una emoción. Los maestros de este tipo de cuento son Roa Bárcena y Riva Palacio. Con ellos nace el cuento moderno en México, género que en Estados Unidos había iniciado Edgar Allan Poe (1990: 51).

 

Esta cita muestra cómo la crítica posterior al libro de don Luis, Breve historia del cuento mexicano, sigue de cerca sus opiniones[2], pero además vemos que los juicios de don Luis Leal se proyectan a lo universal, aspecto que olvidan sus seguidores; aquí, más que recalcar el papel limitado que han jugado los continuadores de don Luis Leal[3], quiero resaltar ese otro aspecto que está presente en el trabajo artístico de Riva Palacio, ya que a mi parecer es importante estudiar ese vínculo entre dos ámbitos literarios al parecer muy alejados, aquél donde se gestan los cuentos del autor mexicano, y el del padre del relato policiaco. En ese orden de ideas que dispara Luis Leal, podemos remitirnos todavía más atrás, hasta la Poética de Aristóteles, ya que Poe, como muestra Umberto Eco, tiene muy presente al pensador griego:

Con todo creo haber vivido mi experiencia aristotélica decisiva leyendo la Philosophy of Composition de Edgar Allan Poe, donde analiza, palabra por palabra, estructura por estructura, el nacimiento, la técnica, la razón de ser de su The Raven. En este texto, Aristóteles no se nombra jamás, pero su modelo está siempre presente, incluso en el uso de algunos términos clave (2002: 249).

 

De opinión parecida es Darío Villanueva, cuando al estudiar la novela española moderna dice que

En su día, ya muy lejano por cierto me sentí atraído por esa aplicación a la estructura novelística de un principio o ley –la unidad  de tiempo— que Aristóteles atribuía como connatural a la forma dramática, y la constatación comparatista de que este fenómeno se daba con intensidad simultánea en la novelísticas europeas y americanas que me eran más familiares me estimuló a investigar en una línea bajtiniana sin saberlo (1994: 9).

 

Como ya anoté antes, mucho de lo que hoy consideramos moderno estaba, de menos parcialmente, en el pasado y esto es tan natural que muchas veces los autores olvidan reconocer sus deudas. Es decir, Riva Palacio de manera consciente o no, sigue unos principios de composición narrativa cuyo origen se remonta a los clásicos griegos y que Aristóteles volvió evidentes. Este fenómeno de apropiación de herencias culturales sigue vigente con fuerza en nuestros días, ya que los latinoamericanos podemos decir que respecto a la literatura, nuestra experiencia aristotélica más reconocida la hemos vivido por medio de Julio Cortázar, admirador y seguidor del sistema cuentístico del autor de El cuervo, sobre cuyas bases de composición escribió dos ensayos memorables que han sido piedra de toque para todo aquel novel autor que busca orientarse en el enmarañado mundo de los cánones literarios[4].

En obras como “La máquina de coser” nos damos cuenta de que Aristóteles ya estaba aquí noventa años antes de que el escritor argentino nos recordara sus principios. Caso de herencia cultural, vasos comunicantes implícitos que no por omitirse se niegan y que legan a la crítica analítica la responsabilidad de volver evidentes.

Los criterios para determinar la modernidad de este cuento son los siguientes:

·          El concepto de unidad, que abarca en este caso la de tiempo y la de acción.

·          Las frases sintéticas.

·          La reducción temporal que aquí, como las unidades de tiempo y acción, tiene la función de eliminar o amortizar los elementos ancilares dejándolos en el plano de lo no dicho y por lo tanto desarrolla el empleo de la elipsis.

·          Equilibrio entre la expresión y el contenido.

 

La unidad de acción. Pocos relatos como éste mantienen la unidad de tema, ya que, como veremos, todos los elementos narrativos: tiempo, personajes, acciones, discursos,  giran alrededor de un elemento: la máquina de coser. Ella es física y alegóricamente el móvil narrativo, desde el inicio hasta el final.

Una estructura narrativa bien diseñada debe mostrar el equilibrio, la pertinencia y función en cada una de sus partes. Así, en este cuento tenemos desde el título un punto de vista alejado de la subjetividad, no está el enfoque en las personas sino sobre una cosa. El control del punto de vista en pocas ocasiones se pierde.

En “La máquina de coser” el objeto de deseo está en un punto intermedio entre lo junto y lo desjunto, el héroe lo tiene pero está a punto de perderlo. Toda la atención va dirigida hacia un sólo objetivo.

Los puntos de vista. Mientras para las mujeres del relato la máquina es un modo honesto de vida y su pérdida un viraje radical hacia la prostitución, para el Coronel, con todo y su sensibilidad, es un divertimento y así se permite hacer bromas respecto a lo que significa visitar a una modista. La máquina es, por tanto, referida con una diversidad de epítetos:

(…) una hermosa máquina, era el arma de combate, era como la tabla en un naufragio, el más lujoso de los ajuares, aquel mueble, fiel amiga, esperanza y compañía de su juventud, pan y habitación para un mes

 

 

Los cuentos de Riva Palacio, por lo general, son muestra de que no se cuenta nada más por contar algo, por interesante que esto pudiera ser, y aun cuando se tiene una historia novedosa por relatar, no por ello se ha de alargar todo lo posible el relato. El cuento moderno no acepta ni desviaciones ni adornos superfluos, en él la digresión y la retórica disminuyen para darle paso a lo específico literario, bien está la anécdota, pero mejor cuidar su realización eficaz mediante la palabra. Por supuesto, no estamos en un momento de la historia literaria en donde podamos decir, como Barthes en 1970, antes la literatura era mathesis, hoy es semiósis, pero sí en uno donde la madurez narrativa se ponía de manifiesto en obras concretas, por eso vemos que algunos de los procedimientos empleados por Riva Palacio siguen vigentes hoy en día.

Al hacer una revisión de Los cuentos del general, me di cuenta de que Riva Palacio era capaz de convertir todo en materia narrativa. En ese volumen de cuentos encontramos relatos de santos, historias sórdidas, cuentos sobre la castidad y la prostitución, relatos con fundamentos históricos y relatos totalmente imaginarios.

Por las principales características narrativas de “La máquina de coser”, que son rapidez y brevedad, cada segmento contiene algo que aporta al total del texto; cada situación contiene algo diferente que al sumarse a las otras enriquece el sentido global.

En cuanto al efecto del cuento, éste es notable a pesar de que elude con eficacia el melodrama romántico, la frialdad realista y la sordidez naturalista, las tres tendencias que marcaron los temas en el siglo XIX. Me aprovecho su brevedad para comentar cada una de sus partes, así el posible lector de este ensayo gozará una bien contada historia y de paso puede identificar si existe manipulación de la paráfrasis.

 

 (1) La máquina de coser

Todo se había empeñado o vendido. En aquella pobre casa no quedaban más que las camas de doña Juana y de su hija Marta; algunas sillas tan desvencijadas que nadie las habría comprado; una mesita, coja por cierto, y la máquina de coser.

 

 

Respecto a la trama hay un inicio en medias res, tal como prescriben las reglas desde Aristóteles y Horacio, se plantea de inmediato la carencia económica, no como se generó, el narrador es omnisciente. El estilo de seriedad se ve matizado por la frase una mesita, coja por cierto. El diminutivo en este caso no es de cariño sino valorativo, ya que todos los objetos se han empeñado o vendido, la mesita se escapó, valga la paradoja, gracias a su cojera. El narrador da con el por cierto coloquial, un matiz de humor que no escapará al lector modelo que luego identificará en esto una isotopía. En cuanto a la impresión de lectura le ayudará a atemperar el carácter dramático del relato, en cuanto a la historia literaria le ayudará a observar como las obras concretas que impulsan la renovación proponen una desviación de los géneros.

El escenario descrito corresponde al que ocupan personas de bajo estrato social. La máquina de coser, objeto entre otros, sufre una individualización, deja de ser una cosa general entre las cosas cuando se le particulariza con el artículo definido la, este proceso reitera el título, a diferencia de una mesita y las camas de doña Juana y de su hija Marta que no logran su individualización, la primera por el artículo indefinido y las segundas por el posesivo, cuando se nos dice “la máquina de coser” sabemos que aun si aparecieran más objetos del mismo género, ésta lo será por antonomasia para todo el cuento. Luego se volverá, además de unidad temática, personaje principal del relato.

(2) Eso sí; una hermosa máquina que el padre de Marta había regalado a su hija en los tiempos bonancibles de la familia. Pero aquella era el arma de combate de las dos pobres mujeres en la lucha terrible por la existencia que sostenían con un valor y una energía heroicos; era como la tabla en un naufragio: de todo se habían desprendido; nada les quedaba que empeñar; pero la máquina, limpia, brillante, adornaba aquel cuarto, para ellas como el más lujoso de los ajuares.

 

El inicio de este párrafo se remite a un tiempo todavía más remoto que el referido en el anterior, recurso necesario para hablar de las causas de la situación “actual” de las mujeres. El narrador sigue siendo omnisciente. La máquina se menciona cinco veces, dos de manera directa, una por medio de una metáfora y dos por comparación.

Se reitera el tema del empeño y por tanto de la pobreza, esta repetición reafirma la individualidad de la máquina, en todo ese ambiente de carencia sobresale como una joya; en un solo párrafo cuatro sintagmas para hablar de la maquina, el primero entre valorativo y descriptivo, ya que si bien hermosa surge de la subjetividad, al decir que es un regalo de los tiempos bonancibles, el valor económico se suma a la belleza del objeto, los siguientes emotivos y figurados, la variedad en la construcción de la metáfora y las comparaciones impide el cansancio hiperbólico de las imágenes románticas. Trasladar en la metáfora —que como figura retórica tiene mayor carga semántica que la comparación— arma de combate elementos de violencia a un objeto por excelencia femenino, doméstico apacible, rompe con la amortización, la pasividad de las dos comparaciones.

Dentro de las pocas intervenciones subjetivas que se permite el autor implícito, la de pobres mujeres puede designar tanto el estado económico como lo dignas de consideración que son la madre y la hija. Después de la descripción de los muebles de la habitación y de los apuros económicos, el juicio del adjetivo es más conclusivo que subjetivo. Saber que antes tuvieron buenos tiempos acrecienta el valor de la actitud estoica de ambas.

(3) Cuando quedó viuda doña Juana, comenzó a dedicarse al trabajo; cosía, y cosía con su hija, sin descanso, sin desalentarse jamás; pero aquel trabajo era poco productivo: cada semana había que vender algún mueble, alguna prenda de ropa.

La madre y la hija eran la admiración de las vecinas. En su pobre guardilla parecía haberse descubierto el movimiento perpetuo, porque a ninguna hora dejaba de oírse el zumbido monótono de la máquina de coser.

 

Aparece la causa que provocó el estado actual de los personajes, esto sin distraer la atención del motivo principal del relato, el cual sigue en un nivel de objetividad al ser escrito en tercera persona, sin discursos directos que tiendan a lo emocional.

Se puede constatar párrafo por párrafo como la máquina de coser está en todo el texto, los elementos descriptivos y narrativos siempre están subordinados a la presencia de ella, abre este segmento anotando que si doña Juana quedó viuda, fue para que se dedicara al trabajo de coser, no se añaden datos de los otros micro relatos, que el esposo de doña Juana muera no importa demasiado, sino que una vez muerto, ella debe utilizar la máquina para trabajar con denuedo, la secuencia de la venta de pertenencias es para hacer más patente que la máquina no es cualquier prenda, sino la que cerrará el ciclo del despojo de pertenencias. El párrafo termina dejándonos con el zumbido del aparato en una sutil hipérbole.

(4) Don Bruno, que tocaba el piano en un café y volvía a la casa a las dos de la mañana, al pasar por la puerta de la guardilla de Marta veía siempre luz y oía el ruido de la máquina; lo mismo contaba Mariano, que era acomodador del teatro Apolo; y Pepita la lavandera, una moza por cierto guapísima, decía que en verano cuando el sol bañaba su cuarto y el calor era insoportable a mediodía, se levantaba a las tres a planchar, para aprovechar el fresco de la mañana, y siempre sentía que sus vecinas estaban cosiendo.

 

En este segmento se reitera lo que se dijo al final del anterior: así se justifica la admiración que despiertan las mujeres en sus vecinos y se busca la de los lectores. Se mencionan varios personajes, pero eso no distrae la atención, no atenta a la unidad de efecto ya que no sabemos de su vida o situación más de lo necesario; no se dice siquiera cómo es su relación con las mujeres. Sigue el distanciamiento, el discurso indirecto, los personajes no le dicen al lector, se lo “han dicho” antes al narrador.

Todos los personajes secundarios son mencionados por su relación con la máquina: Don Bruno el pianista oía el ruido de la máquina, lo mismo Mariano el acomodador del teatro, Pepita la lavandera, todos ellos sólo tienen motivo de ser mencionados por su relación con ella. Su función es ser testigos. Aunque se enuncien motivos interesantes, no se desarrollan sino aquellos que tiene que ver con la máquina. Este cuento está en el extremo opuesto de los relatos digresivos de Lizardi.

(5) ¿A qué hora dormían aquellas pobres mujeres? Ni ellas lo sabían. Cuando una se sentía rendida se echaba vestida sobre la cama, y mientras, la otra seguía el trabajo.

 

El narrador abandona aquí el plano de objetividad para permitirse una intromisión al pensamiento de las mujeres: sabe que ni ellas lo sabían. Hasta este momento los dos personajes han formado un sólo actante, salvo una diferencia pequeña que luego será de mucha importancia para la interpretación del texto, la hija es la dueña directa de la máquina.

Si bien la máquina ha ocupado el plano principal de atención en el discurso, ahora vemos que mucho de sus bondades son extensivas a las mujeres: trabajadoras en extremo, humildes, solidarias.

(6) Pero al fin llegó un día en que fue preciso desprenderse de aquella fiel amiga: el casero cobraba tres meses: doña Juana no tenía para pagar uno; era el verano, y las señoras que podían protegerla no se hallaban en Madrid; estaban unas en Biarritz, otras en San Sebastián, otras en el Sardinero de Santander, y el administrador se mostraba inflexible.

 

El relato se acerca al punto nodal del problema luego de la exposición, no hay posibilidades de conservar la máquina, todas están cerradas. Para conservar el efecto de realidad el narrador sólo da los detalles necesarios, al parecer confía en que su lector conoce las obras naturalistas donde los males se acumulan con frecuencia y facilidad.

A pesar de todo su esfuerzo no pueden evitar perder a la “fiel amiga”, si bien su trabajo y actitud les permite tener protectoras ricas que las hubieran sacado de los apuros económicos, estas protectoras están lejos. No es necesariamente un error de planeación de la trama el hecho de que las protectoras tengan al parecer tanto tiempo alejadas de la ciudad, ellas deben tres meses, al inicio de los cuales pudieron ser socorridas, dado el retrato psicológico de ellas donde se muestran estoicas y trabajadoras, es fácil suponer que ellas no pidieron ayuda en espera de salir del problema por sí mismas. El destino se apura.

(7) No había medio; empeñar la máquina, o salir con ella a pedir limosna a mitad de la calle. Cuando Marta vio que don Pablo el portero cargaba con aquel mueble, esperanza y compañía de su juventud, sintió como si fuera a ver expirar una persona de su familia.

 

Entre los dos párrafos anteriores hay una elipsis que invita al lector a completar los cuadros de acciones omitidos, a que suponga que ellas van y arreglan el trato del empeño de la máquina, luego regresan a su casa y envían a Pablo al empeño a entregar la máquina. El narrador no deja de ganar tiempo sacrificando datos inútiles.

Las informaciones operativas se dan de manera indirecta, la edad de Marta es marcada porque la máquina fue hasta aquí compañera de su juventud, pero también se nos dice que era su esperanza ¿de qué? preguntará el lector modelo, ¿de mantenerse económicamente con ella?

(8) Salió el portero; Marta volvió los ojos al lugar que había ocupado la máquina; miró el polvo del piso, dibujando la base de la pequeña cómoda, y le pareció como si se hubiera quedado huérfana en ese momento, todo lo porvenir apareció ante sus ojos.

Pan y habitación para un mes. ¿Y luego?... Se cubrió la cabeza, se arrojó sobre su cama y comenzó a llorar silenciosamente; y como les pasa a los niños se quedó dormida.

 

 

Este cuadro pudiera parecer reiterativo, pero es sólo secuencia del anterior, cuando el portero se lleva la máquina, a Marta le pareció que un familiar iba a expirar, el dibujo que dejó el objeto se vuelve un signo de que ya expiró, es una impronta que conserva las propiedades del contorno del objeto pero no su esencia. Las últimas líneas forman un hipérbaton diegético, si se me permite provisionalmente el término. La pregunta de la muchacha presenta una aparente contradicción semántica dada la claridad con que veía su futuro en el párrafo anterior cuando todo lo porvenir apareció ante sus ojos, se podría interpretar esta pregunta cómo una débil resistencia a lo porvenir, a lo cual, sabe, va a sucumbir, pero lo más seguro es que el narrador omnisciente sigue el desorden del pensamiento, desorden que se acentúa ante situaciones difíciles, es decir, en un orden lógico primero sería la pregunta y luego forjarse la imagen de lo porvenir como respuesta.

             Después de hablar tanto del gran valor de la máquina, ahora de manera indirecta pero precisa, se nos da el precio: cuando el lector modelo sabe que con lo que dio el empeño de la máquina alcanza para pagar la deuda de los tres meses, la comida y la renta de un mes más, podría sacar cuentas y saber cuánto costó. Estos datos, que la literatura de hoy considera innecesarios, eran provistos explícitamente por obras realistas y naturalistas muy leídas en la época durante la cual se gestaba este cuento, datos que Riva Palacio nos ahorra.

El narrador y Marta saben lo que viene después del desprendimiento, pero a los lectores no se nos aclara la pregunta ni anticipa nada. Se empieza a exigir al lector mayor participación.

Al comparar a Marta con un niño se nos remite a la inocencia que detenta, virtud que, aunada a las anteriores: frugalidad, dedicación estoica al trabajo honrado, recalcan la virtud de las mujeres. La  máquina sigue ganando los elogios y las comparaciones hiperbólicas: perderla fue ahora como perder a una madre. Sigamos con el cuento:

(9) Muchos meses después, una mañana, al sentarse a la mesa para almorzar, el general Cáceres recibió una carta, que en una preciosa bandeja de plata le presentó su camarista.

 

El inicio de este párrafo abre una elipsis mayor que las anteriores (analepsis) cuya importancia a nivel de la significación será necesario tratar aparte. Sólo un lector modelo captaría en una primera lectura la contundencia del procedimiento, la exigencia del texto en cuanto a la participación del lector.

El lector ideal tiene una serie de preguntas motivadas explícitamente por el último párrafo de la primera parte del texto, el cuestionamiento de Marta: ¿Y luego? su secuencia lineal Muchos meses después abren una serie de espacios vacíos que tal vez la velocidad de la narración no dé tiempo de llenar. Al lector se le presentan en ésta que llamo segunda parte, lugar, tiempo y personajes nuevos, tal vez la pregunta del lector modelo sería: ¿otra vez a las digresiones tipo Lizardi?

Después veremos que la elipsis tiene una función semántica mayor que la que le impone el manejo del suspenso.

(10) El General la abrió, y a medida que iba leyéndola se acentuaba una sonrisa en sus labios que vino a terminar casi en una carcajada.

—Son ocurrencias curiosas las de mi hermana —dijo a sus invitados— ni al demonio se le ocurre encargar a un soldado viejo y solterón la compra de una máquina de coser.

 

El cambio de tono de lo dramático a lo festivo es un respiro para el lector, y sin duda influirá en el sentido del texto.

El lector modelo respira aliviado, tenemos aquí más elementos de la isotopía principal: se manifiesta el elemento eje. En toda narración clásica a un planteamiento problemático sigue la aparición de un héroe o ayudante, ¿será este General el de Marta y su madre?

(11)             —¿La Marquesa va a dedicarse a la costura? —preguntó sonriendo uno de los amigos.

—Buena está ella para eso, que ya ni ve —dijo el General—; pero quiere regalar una máquina a una chica muy trabajadora de Segovia, y quiere que yo se la busque. Esta Susana un día inventa un nuevo toque de ordenanza: ¡llamada de pobres y rancho!... Zapata, ¡di a Pedrosa que venga en seguida!

Zapata era el camarista, y Pedrosa el mayordomo, y los dos sabían que el General tenía el genio más dulce de la tierra con tal que no lo contradijeran y que le sirviesen el pensamiento.

Los otros criados comenzaron a servir el almuerzo, y pocos momentos después se presentó Pedrosa.

—Oiga usted—, dijo el General al verle—; vea usted esta carta de mi hermana: que se le compre de los lotes del Monte de Piedad una máquina de coser; va usted a comprarla en seguida.

—Mi General, no sé si habrá hoy un lote de máquina.

—Yo no entiendo de eso. Va usted por ese chisme para enviarlo a la Marquesa. Que esté listo para todo servicio; ¿entiende usted de máquinas?

—Sí mi General.

—Pues en marcha.

Aún tomaban el café cuando volvió Pedrosa sudando y rojo de fatiga.

—Ahí está ya la máquina.

 

Esta nueva elipsis remarca la unidad temática, no importa para el efecto del cuento lo que ocurrió entre los comensales entre la partida de Pedrosa y el momento del café, no obstante que el punto de vista no se apartó de ellos no los “volvemos a ver” hasta que regresa Pedrosa. Así, la reducción de elementos ancilares continúa hasta no quedar nada más allá de unos cuantos adornos ambientales, así se evita que distraiga la atención del punto interesante: la máquina.

(12) —Bien, arréglela usted para que pueda ir esta tarde por el tren; pero no, tráigala usted aquí: quiero ver cómo es una de esas máquinas, que no las conozco.

—Pero mi General —dijo uno de los convidados—, ¿querrá usted hacernos ver que nunca ha tenido que ver con una modista?

—Sí que he tenido, y con varias; pero doy a ustedes mi palabra de honor, como militar, que si han tenido máquina de coser, era el aparato que menos funcionaba durante mi visita.

 

El tono festivo permite el registro del juego de palabras de tipo popular. La flexibilidad del verbo tener permite que en su empleo quepa el equívoco de este segmento, donde uno de los invitados se refiere con la frase “tener que ver” a tener relaciones profesionales con una costurera: mandar hacer una prenda de vestir, relación donde es imprescindible la herramienta, el general entiende o finge entender el sentido menos oficial del sintagma, donde tener que ver significa, según el Diccionario de la Real Academia Española en su edición de 1982:

II Tener que ver una persona o cosa con. Fr. Haber entre ellas alguna conexión, relación o semejanza que permita compararlas. Ú. Por lo común con negación II tener que ver un hombre con una mujer fr. Tener cópula carnal.[5]

 

Relaciones físicas más que amorosas, el cotexto del sintagma en cuestión no deja lugar a dudas: responde el General como si se dudara de su virilidad: he tenido que ver con varias, palabra de honor de militar, es decir, en este caso la duda ofende doble, ya que, además de hombre, es militar. En realidad el juego consiste en que toma el sentido menos usual de la expresión, para que ahora sus oyentes se pregunten: si la máquina de coser era el aparato de la costurera que menos funcionaba, ¿cuál era el que funcionaba en su lugar mientras las visitaba el General? De manera indirecta hace gala de virilidad.

De los juegos de palabras resulta que: máquina de coser =  aparato femenino. El humor impera en esta parte del cuento, contrasta en tema y tono con la anterior. Este párrafo parece superficial, parte del relleno textual que se desvía ligeramente del tema principal, pero no es así, tiene mucho de significativo: las costureras que conoció el General, aunaban a su oficio de coser el de cortesanas, Marta no, ella separó oficios de manera diametral: o se mantiene de coser o de coger; en este contexto, no caer en la promiscuidad laboral es una forma de pureza.

(13) Entraron la máquina al comedor; rodeáronla todos, y cada uno de ellos daba su opinión sobre ruedas y palancas, y querían moverla de un modo y de otro, todo con la más perfecta ignorancia.

—Está bien cuidada —dijo el General—; se conoce que trabajaba la mujer que la mandó empeñar... ¡pobre mujer! Quizá le costó un sacrificio desprenderse de este mueble, obligada por la necesidad.

 

Si recordamos el segmento inicial, donde el narrador dice “pobres mujeres”, vemos que éste y el General comparten juicios. Tales rasgos denuncian las filiaciones entre el autor y sus personajes favoritos. La expresión da más muestras de la sensibilidad del personaje militar, esto equilibra el carácter festivo de sus bromas misóginas.

(14) —Quizá le sopló la fortuna y no quiso trabajar más —replicó uno de los comensales.

—Doctor —dijo el General—, nadie empeña cuando sopla la fortuna. Algo daría yo por saber de quién era esta máquina.

—¿Y para qué?

—Toma, ¿y para qué? Para devolvérsela; que si no la ha desempeñado y ha dejado venderla, será porque no tiene todavía; yo compraría otra para mi hermana: si ella regala una máquina, ¿por qué no he de regalar yo otra?

 

Se apuntala la isotopía de la primera parte: a la serie de rasgos que definen a las mujeres como dignas de admiración, ahora se agrega el hecho de que eran cuidadosas, como lo muestra el buen estado del objeto a pesar de que presenta rasgos de haber sido empleado con frecuencia.

            Es evidente el carácter de líder del General, les corrige la nota a todos sus comensales, esto despierta simpatía al lector modelo.

(15) Pedrosa que ya sabía que cuando el General inventaba algo lo había de llevar adelante, se apresuró a decir:

—Si mi General quiere, por los papeles que dan en el Monte de Piedad puedo yo saber quién era la dueña.

—Pues en seguida tome usted un mozo de cuerda, y va usted con la máquina hasta entregarla a la pobre mujer que la empeñó.

—Mi General, ¿y si me preguntaran de parte de quién voy?

—Bueno: diga usted que de parte de un caballero, de parte de una señora; invente usted un cuento; en fin, lo que  a usted se le antoje; no más que no suene mi nombre para nada.

Pedrosa salió apresuradamente, y todos volvieron a tomar sus respectivas tazas de café.

 

El planteamiento que se da para generar acciones no puede ser más económico, un lector modelo se haría una serie de preguntas: ¿encontrará Pedrosa a la dueña? y de hacerlo ¿ésta será quién estoy imaginando? Entre este párrafo y el que sigue se da una nueva elipsis temporal.

(16) En un alegre piso de la calle del Barquillo había habido un almuerzo animadísimo: era la casa de Celeste, que era el nombre de guerra de la hermosa propietaria de aquel nido de amores: dos o tres amigas suyas estaban allí, y con ellas otros tantos amigos del joven Marqués que cubría lo gastos de aquella casa.

 

El narrador apela a la enciclopedia del lector, estará perdido aquel posible lector inocente que interprete el cuadro como una reunión familiar, para nuestra época tanto nos dice el nombre de Marta como el de Celeste, por esto los rasgos que permitan identificar el piso con un burdel, se acumulan, se nos aclara que Celeste no es un nombre cualquiera sino un nombre de guerra, el piso es un nido de amores.

Los rasgos culturales evidentes son de abundancia y lujo: piso de la calle de Barquillo, almuerzo animadísimo, joven Marqués. Es digno de observar la fineza con que se nos dice que estamos dentro de una casa de citas.

(17)      La sobremesa se había prolongado; sonaban carcajadas y ruidos de copas, y la madre de Celeste entraba y salía disponiéndolo todo; que aunque nunca había tenido grandeza, había servido en casas en donde la grandeza era el estado normal.

Repentinamente sonó la campanilla: alguien llamaba en la escalera; crujió la puerta, y pocos momentos después entró la doncella, que era una francesita con humos de gitana, y dirigiéndose a Celeste le dijo:

 

El espacio donde apareció el General tenía un tono parecido a éste, concurrido, alegre y en él se comía y bebía, pero aquí en lugar de tazas de café suenan las copas. El ambiente de lujo se extiende, la doncella es francesa, las copas, la grandeza de los visitantes y de la que nos enteramos de manera sutil.

(18)             —Señora, un hombre que trae una máquina de coser para la señora.

—¿Para mí? —dijo con admiración Celeste—. Se habrán equivocado de cuarto.

—Ya se lo dije; pero insiste que es para la señora.

—¡Vaya una cosa curiosa! A ver esa máquina; que la traigan aquí.

La doncella salió, y los chistes más picantes se cruzaron entre los convidados a propósito de aquel regalo. La madre de Celeste, al lado de la puerta esperaba también con curiosidad.

 

Con la misma sutileza se nos hace saber que la relación del joven Marqués con Celeste es comercial, se pueden hacer chistes respecto a otros “amigos” de ella sin preocupación, a pesar de la belleza de la mujer, no existe ni un solo elemento que preludie un cambio de situación civil de la dueña del nido de amores.

(19)             El mozo de cuerda entró con la máquina, la colocó en medio del comedor y se retiró inmediatamente.

Celeste se levantó sonriendo; se acercó al mueble, y repentinamente una nube de tristeza cubrió su rostro; abrió con mano trémula las puertecillas, y exclamó como una especie de gemido, dirigiéndose a la mujer que estaba en la puerta.

—¡Madre, nuestra máquina!

Y se inclinó sobre el mueble silenciosamente.

Si alguna duda cabía al lector de primer nivel, esta lexía se lo devela, lo lleva a la anagnórisis. Vuelve el tono de la primera parte, se acaba el tono festivo con la llegada de ella.

(20) Todos callaban, respetando aquel misterio; algunas lágrimas desprendidas de los ojos de Celeste caían sobre los acerados resortes del aparato.

—¿Quién ha traído esto? —dijo de repente—. Que entre, que me diga quién manda esto.

Pedrosa, penetró en la habitación; comprendió lo que pasaba, y subyugado por el sentimiento de aquélla mujer, contó todo, todo, sin ocultar el nombre del General.

Celeste escuchó hasta el final, y después, irguiéndose, le dijo a Pedrosa:

—Dígale usted al General que con toda mi alma le agradezco este regalo; pero que no acepto porque ya es tarde, muy tarde, por desgracia; llévese usted esa máquina, que no la quiero en mi casa, que no la quiero ver, porque sería para mí como un remordimiento. Que se la regalen a esa muchacha honrada; que se la regalen, que muchas veces la falta de una máquina de coser precipita a una joven en el camino del vicio...; pero no, espere usted un momento.

 

 

Nótese como la el narrador sigue siendo mayormente objetivo, no enjuicia, tal función se la deja a los personajes, así, Celeste evalúa su nueva profesión y la define como llegar al “el camino del vicio”, el cual, gracias a la máquina no calló de manera precipitada.

(22) Celeste, como si estuviera sola, salió precipitadamente del comedor, llegó a su gabinete, abrió una preciosa gaveta, y sacó de allí un carrete de hilo, ya comenzado; volvió al comedor, hizo mover los resortes de la máquina, colocó allí el carrete como si ya fuera a trabajar, y dirigiéndose a Pedrosa, le dijo:

—Dígale que yo misma he colocado ese carrete, el último que tuvo la máquina, y que lo guardaba como un recuerdo: ése es el regalo de la muchacha honrada para la joven de Segovia.

 

Celeste se desprende aquí con el carrete, del último recuerdo de Marta. Termina el cuento sin coda, sin que intervenga el narrador esto deja en libertad al lector para sacar sus conclusiones sin intermediarios, lo que confirma que “La máquina” es un texto donde para actualizar las posibilidades narrativas es necesaria una constante participación del lector.

Hay rasgos en el cuento que son indicios de que fue uno de los preferidos por Riva Palacio, si no es que el más, ya que en el conjunto de narraciones que llamó Cuentos del general, no aparece el general Cáceres de “La máquina de coser”, este personaje por las características que lo describen como un militar de cierta edad, retirado, con un vivo sentido del humor, y que además radica en España, se asocia fácilmente con el autor histórico. Pues bien, sólo en este cuento aparece, sin embargo de ahí se toma el título del volumen de cuentos.

Las observaciones anteriores no obedecen a un deseo de vincular de manera gratuita texto – biografía, sino a mostrar cómo el texto da marcas para que sepa un lector modelo de segundo nivel, cómo la historia de Marta llegó a oídos del autor que la convirtió en cuento.

Hacer este tipo de inferencias del “cotexto” es ineludible para el lector modelo dado que en el fenómeno de la recepción existe lo que se llama la presión cotextual, la importancia semántica del cotexto la describe Umberto Eco de la siguiente manera:

Todo enunciado, aunque se encuentre actualizado en todas sus posibilidades de significación, requiere siempre un cotexto. Todo enunciado necesita un cotexto actual porque el texto posible estaba presente de manera virtual o incoactiva en el mismo espectro enciclopédico de los sememas que lo componen (1987: 32).

 

Hay una clara intención del autor empírico por aparecer en su obra de manera más directa, esto tiene su efecto, ya que, si no el sentido, sí el sabor del cuento se matiza cuando sabemos que su autor era:

De carácter jovial y zumbón, Vicente Riva Palacio era un conversador incansable [...]. [su auditorio estaba compuesto] en buena parte, de damas a cuya belleza era tan sensible, y en pos de la cual gastó, como un lujo más en su vida de gran señor, lo emolumentos de Ministro y los caudales habidos en matrimonio (Díaz, 1994: XXIX).

 

 

Esta sensibilidad a la belleza femenina no la desmiente el personaje del General cuando se le pregunta en la lexía 12 que si ha tenido que ver con costureras y responde: sí que he tenido, y con varias.

El tema del cuento no es fácil de tratar, ya que necesariamente pone sobre la mesa de lectura una serie de anomias sociales vinculadas a él, tales como la relación de la pobreza y la prostitución, la indefensión de las clases bajas y cuestiones de género. El autor pudo darles una solución fácil: encontrar una pareja rica que retire a Celeste del oficio; o romántica: el suicidio, pero cualquiera de ellas iría en contra de una forma de realismo que caracteriza la nueva literatura. Las heroínas no salen triunfantes de la adversidad, ni se degradan hasta la ignominia. El autor respetó hasta el final las características de los elementos que planteó en su historia, y a pesar de esa frialdad técnica logra llevarnos a lo emotivo. W C. Booth, anota algo que remite directamente a los personajes de “La máquina”:

Un autor puede querer, por ejemplo cultivar el interés del lector por la cualidad de la ambigüedad pero no puede hacer eso y transmitir al mismo tiempo todo el placer intelectual de la curiosidad gratificada, ni usar plenamente a la vez los intereses morales y emocionales del lector. Hay un placer que consiste en ver que alguien que nos gusta triunfa sobre las dificultades que encuentra y otro placer en reconocer que la vida es tan compleja que nadie triunfa nunca sin ambigüedad (citado por Sauvage, 1982: 45).

 

 

Sobre esta cita me hago las siguientes preguntas: ¿Marta nos gusta? ¿Triunfa? Para los cánones románticos que idealizan a la mujer virtuosa no, pero sería una gran triunfadora en un relato de Zola, ella dirige un lugar elegante y su cliente es un joven Marqués, si trabaja tan fuerte como con la máquina de metal, irá en rápido ascenso.

Si fueran parte de una ley universal los principios anotados aquí, creo que “La máquina” cumple con creces los requisitos para considerarlo un cuento de los mejores, es seguro que gusta el personaje de Marta, ya que lucha con todas sus fuerzas contra la adversidad, y luego no escoge el “camino fácil” de cualquier manera, sino que se convierte en una cortesana de alcurnia, incluye a su madre en el negocio antes que esconderse de ella, acepta pronto lo inevitable del destino así lo enfrenta.

La máquina es cosa aparte, al principio ésta y las mujeres participaban de un mismo rol actancial, luego la máquina se desprende de él, queda virtuosa mientras ellas siguen otro rumbo. En realidad es éste un relato circular, si seguimos la metáfora del General, Marta y su mamá siguen trabajando sólo que ahora con la otra “máquina” de  Marta y con mejores resultados económicos.

 

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[1] Es evidente la falta de preocupación que tienen algunos críticos por meditar en los elementos con los que se definen los fenómenos que estudian, por ejemplo aquí esto de la brevedad en el título es nuevamente un criterio cuantitativo que no se respalda en las evidencias. Una mayor o menor cantidad de palabras en el título no son necesariamente rasgos de modernidad, “La sensitiva” es de 1859 y “La novela del tranvía” es de 1882, ni que decir de algunos de los nombres de las obras de García Márquez. En la misma antología de Jaime Erasto Cortés (1991) que abarca dos siglos, son más largos los títulos de los cuentos del XX que los del XIX. Este tipo de descuidos, cuando lo afirmado se toma como importante, provoca controversias.

[2] Para un nuevo crítico más crítico, lo deseable sería no seguirlo tan de cerca, sino ver en lo posible todas las guías de estudio que señala y luego tratar de aportar algo nuevo a lo dicho por el maestro.

[3] Está muy lejos de mi intención incordiar con las opiniones de don Luis Leal, su libro fue escrito hace ya muchos años, sin embargo el gran cariño que despierta entre sus alumnos impide que lleven con él un carácter crítico en sus clasificaciones, antes bien, como se ha visto las siguen dócilmente aunque no siempre le den crédito. En este caso clasifica como anecdótico un cuento que luego equipara con los de Edgar Allan Poe, lo cual no me parece muy acertado por parte del maestro, ya que él mismo lo dice: lo notable está en saber contar y sugerir una emoción, es decir resalta de los cuentistas mexicanos que la fuerza no está en la anécdota. En este orden de ideas sería más apropiado llamar a los cuentos de Poe anecdóticos.

[4] Me refiero claro a “Algunos aspectos del cuento” y a “Del cuento breve y sus alrededores”, son tan famosos que además de aparecer en las obras de Cortázar, ambos están en la antología de Pacheco y Barrera (1997) y el segundo en la de Zavala (1997).

[5] El subrayado es mío.

Sincronía Winter 2007