Tras
la ruta del primer cuento mexicano: José
Fernández de Lizardi y el primer cuento mexicano moderno.
Juan
Manuel Sánchez Ocampo
Universidad de Guadalajara
Porque
Fernández de Lizardi es reconocido por la historia literaria como el que inicia la
narrativa mexicana, es necesario estudiar sus primeros textos para formarnos una idea de
cómo fueron éstos y de ahí apreciar la evolución del género narrativo en México.
En
su obra Lizardi presenta un mosaico de procedimientos asimilados de diversas fuentes, los
críticos están de acuerdo en que la principal de éstas es la novela picaresca, pero
además, Lizardi gustó mucho del esquema de la fábula neoclásica española, donde a una
narración, en la cual domina lo imaginativo, le sigue una moraleja o un sermón directo.
El esquema de narraciónmoraleja, lo empleó no sólo en sus fábulas, sino que
está presente, con una diversidad de variantes, en sus tres novelas principales El Periquillo Sarniento, La Quijotita y su prima y Don Catrín de la Fachenda.
Lizardi
es un escritor que muestra irregularidades en cuanto a la calidad de sus obras, como la
mayoría de los narradores de principios y mediados del siglo XIX hispanoamericano, los
cuales intentaban seguir y a la vez adaptar a los temas y ambientes nacionales los modelos
narrativos extranjeros.
Además
de que Lizardi goza de manera casi irrefutable del mérito de ser el primer novelista
latinoamericano, según Rojas González es también el primer cuentista mexicano:
Consideramos
a Fernández de Lizardi como el primer y verdadero cuentista mexicano en el tiempo... He
dicho cuentista y no novelista, porque solamente me atañe esta vez observarlo como autor
de pequeñas historias, género en el que lo encuentro maestro... pero en donde encuentro
al Pensador Mexicano como un excelente cuentista es en aquellas narraciones que intercala
al margen de sus novelas (citado por Leal, 1990: 27).
Don
Luis Leal se suma a la opinión de Rojas González, no obstante hay estudiosos
especialistas en la obra de Lizardi que no consideran importante considerarlo como
cuentista, por ejemplo, María Rosa Palazón Mayoral, gran conocedora de la obra
lizardiana, autora de la antología José Joaquín
Fernández de Lizardi, "El Pensador Mexicano" de la edición de la SEP/UNAM,
cuando enumera los géneros que abordó este autor, nos dice:
Permítaseme
explicar la vasta producción lizardiana que además recorre y entremezcla varios
géneros: poesía, fábulas, teatro, novelas, periódicos, y folletos (pequeñas notas
periodísticas), de los que aquí se ofrecen muestras. [...]
Poesías,
fábulas, novelas, diálogos teatrales, periódicos y folletos lizardinos tiene como
común denominador la prédica que instruye sobre los derechos constitucionales que
las clases bajas no entienden y las altas rehúyen (1982: 2-6).
Provoca
sorpresa que para nada menciona al cuento entre la gran variedad de géneros que maneja el
autor que la hechizó. Sus intereses particulares como lectora no la llevan a ocuparse de
esas partes de la narrativa de Lizardi que se pueden considerar como cuentos.
En
este sentido y para los propósitos del presente estudio, resultan invaluables las
opiniones de don Luis Leal, cuyos libros son lectura y referencia obligada de todos
aquellos que nos dedicamos al estudio del cuento mexicano. Anoto lo que dice don Luis Leal
respecto a nuestro primer cuentista:
En
El Periquillo Sarniento (1816) encontramos tres
cuentos bien definidos: el de Don Antonio, el del Payo y el del Negrito. El primero
recuerda la manera de Cervantes; el segundo es de interés por el uso que en él hace
Lizardi del hablar macarrónico característico de los indios; el cuento del Negrito es un
incidente que ocurre mientras Periquillo se encuentra en las Filipinas. Nada tiene que ver
con la trama de la novela y es tal vez el primer cuento en el sentido moderno de la
palabra de la literatura mexicana (Leal, 1990: 27).
Cualquier
lector que conozca la obra de Lizardi y acepte como válido un proceso de segmentación
mediante el cual se extrae de una obra extensa, otra de menor tamaño y de género y
sentido autónomo,[1]
podrá decir que en sus otras novelas, La Quijotita
y su prima y Don Catrín de la Fachenda,
también es posible encontrar cuentos[2].
En lo personal, considero que sí se pueden considerar cuentos esos diversos relatos que
aparecen aquí y allá a través de toda la obra de Lizardi. Ahora falta demostrar la
pertinencia de leerlos como obras independientes y, algo más valioso, describir las
características de dichos cuentos, para así resaltar la importancia que han tenido estas
primeras narraciones en la evolución del cuento escrito en nuestro país.
Ya
que mi interés radica en lograr una descripción de la evolución del cuento mexicano en
el siglo XIX a partir de ejemplos muy particulares, no me daré a la tarea de identificar
y hacer una lista de esos posibles cuentos, sino de identificar sólo aquéllos que
provean de elementos suficientes para advertir las características de la evolución del
género en el primer cuentista de la nación.
Para
hacer un seguimiento desde el proto cuento mexicano hasta su madurez, empezaré con
describir las estrategias narrativas que el Pensador Mexicano empleó en uno de sus
primeros relatos, muestra de cómo cultivó pocos años antes de escribir su novela más
famosa, una forma de narrativa que a falta de mejor nombre llamaré periodística. En los
artículos de El Pensador Mexicano, se encuentra
un texto que, al estudiarlo, me dio la pauta para seguir la evolución de su narrativa,
dicho texto se puede llamar de forma descriptiva La carta desde la Isla de
Ricamea, lo abordaré con detalle y luego comentaré los tres cuentos mencionados
por don Luis Leal, autor al cual como ya dije antes, sigo muy de cerca en este trabajo.
Dice
don Luis Leal que En los innumerables folletos que
Lizardi publicó desde 1812, sin duda existen algunos cuentos, cuyo estudio está por
realizarse (1990: 27), en estos folletos, uno
de los más cercanos al concepto actual de cuento es La carta desde la Isla de
Ricamea.[4]
Este relato apareció firmado por Lizardi en el periódico El Pensador Mexicano en los números 2, 3 y 4, que
abarcan del jueves 20 de enero al jueves 3 de febrero de 1814, en él se encuentran
elementos para describir la evolución del cuento en Lizardi.
Con
un apego a lo cronológico sería este relato uno de los primeros cuentos mexicanos, no
obstante, más allá del orgullo nacionalista, debo decir que en él encontramos un
principio más bien débil del género, ya que La carta presenta acentuados
varios de los defectos que los críticos le señalarán posteriormente a la narrativa
lizardiana: una general falta de planeación, pérdida del hilo narrativo, repetición de
la misma historia, resolución gratuita de nudos argumentales y, desde mi punto de vista,
una falla más lamentable: no tiene esa chispa, ese singular empleo del humor que desborda
en El Periquillo. Mencionar tantos defectos no
tiene la intención de mostrar cuan mal escritor fue El Pensador, sino por el contrario,
ver lo rápido que modificó su forma de narrar. La carta servirá para ver la
evolución que logró el género en el Lizardi, ya que en el cuento El
Negrito, escrito sólo dos años después de La carta, muestra un cambio
favorable.
Fábula[5]
de La carta: Un joven, hermano del narrador que identificamos como el
Pensador, es invitado a trabajar a Manila como mozo de comercio por un caballero inglés,
este hombre le da toda su confianza, con él trabaja y gana una fortuna, sin embargo,
lograda aquella, lejos de abandonar al benefactor lo sigue sirviendo por agradecimiento,
así, ambos parten a Inglaterra donde el benefactor tiene una hija bellísima, la cual
ofrece en matrimonio a su beneficiado, cuando se conocen los jóvenes, se enamoran
profundamente, luego se casan, después de un corto tiempo, padre e hija mueren. El
hermano, ahora viudo, decide regresar a México; en el viaje naufraga, llega a una isla y
ahí es ayudado por el Presidente de la gobernación de esa isla llamada Ricamea. Sin
conocerlo, el Presidente le da un lugar en su gobierno y además propone y propicia que se
case con su hija, la cual es muy hermosa. Poco tiempo después, muere el presidente y él
hermano es elegido para ocupar su cargo en la mejor cordialidad, de inmediato se trastoca
la situación de paz cuando se desata una guerra civil, motivo por el cual, el hermano,
ahora presidente, le escribe la Carta al Pensador para pedirle consejos, ya que sabe que
es un hombre sensato y de aguda inteligencia.
Antes
de entrar al estudio de este relato, anticipo que mi objetivo principal es mostrar cómo
el autor implícito elude conformar un lector modelo hurtándole al lector empírico toda
isotopía posible.
La
construcción textual de La carta. Al detenernos a dilucidar en la manera como
están organizados los eventos narrativos, el tipo de narrador, la forma de presentación
y otros aspectos de su estructura, ya se observa en ella en germen el modelo que adoptará
Lizardi para el resto de su obra. En este cuento son dignas de comentario las siguientes
características:
1
El relevo de narradores.
2
El tópico del adyuvante (o benefactor) desinteresado
3
Las historias paralelas
4
La necesidad de controlar el sentido del texto
1-
El relevo de narradores. Inicia un narrador en primera persona, responsable de una
sección del periódico El Pensador Mexicano, por
esto lo identificamos con el autor empírico Lizardi, dicho narrador a su vez introduce la
voz del autor de una carta firmada con el nombre de Manuel, el cual narra su propia
historia, durante la cual el Pensador calla y sólo lo volveremos a escuchar al principio
de cada entrega al periódico y en una nota a pie de página en la tercera y última parte
de la carta.
2-
El tópico del adyuvante (o benefactor) desinteresado. El personaje en mejor posición
social y económica que ayuda a otros, en este caso al narrador, sin motivo o
justificación aparente. Este tópico es empleado dos veces en La carta, a
Manuel lo ayuda primero el hombre de negocios que lo saca de México para llevarlo a
Manila y luego el presidente de Ricamea.
3-
Las historias paralelas. La carta está formada con dos relatos similares. Es
fácil advertir que una misma historia se cuenta dos veces para alargar la fábula, en
ambas ocasiones el eje común es el personaje narrador, al cual le suceden en dos etapas
consecutivas de su vida casi los mismos eventos sólo con una variante al final.
Dicho
de otra manera, a nivel estructural, en las dos historias, la transcurrida en Manila e
Inglaterra y la ocurrida en Ricamea, tanto sucesos, personajes y hasta algunos detalles
escénicos (Chatman, 1990: 25) son los mismos, igual que los significantes. Todorov (1996:
72) dice que los dos principios del relato son sucesión
y transformación, si bien es verdad que a la estancia de Manuel en Inglaterra, le
sucede su estancia en la Isla, hay cambio de lugar pero no hay transformación, sino que
la relación objeto sujeto de deseo, si lo hubo, se vuelve a un estado primero, por lo que
esta segunda estancia en tierra extranjera no transforma ya en nada al personaje. Esto en
una novela podría funcionar, la acumulación de pequeños cambios a partir de acciones
repetidas pueden lograr una transformación significativa, pensemos en obras extensas como
A la sombra de las muchachas en flor, donde no
hay una trama notable y no obstante el interés perdura, pero a un relato corto tales
reiteraciones le hacen perder unidad.
Es
necesario hacer hincapié en que el segundo momento del relato, lo novedoso respecto a la
primera historia es el gobierno de Manuel, evento que sólo abarca unas cuantas páginas,
las finales. Todo lo demás es una secuencia lineal reiterativa del primero, sin ningún
tipo de pretensión de complejidad. Hago la aclaración para que no se piense que La
carta pueda contener alguna forma de experimentalismo, como un juego de espejos
(especular), autorrefencialidad o algún otro empleo novedoso de técnicas narrativas. Al
menos yo, no encontré alguna.
4-
La necesidad de controlar el sentido del texto. A la parte narrativa de las historias, a
la presentación de eventos, les sucede una exposición de ideas y críticas a los rebeldes, personajes que sin aparecer
en escena, son mencionados en el relato de manera imprevista, lo cual va en
menoscabo de la historia, la cual queda detenida, en el olvido en cualquier tipo de
relato es imposible detener la intriga y eternizar la narración, salvo que se trate de
una obra abierta. Una vez cumplida la misión didáctica, cierra la anécdota principal de
manera abrupta.
Con
respecto a la falta de planeación argumental, ya el hecho de que los artículos que
componen el relato no se encabezan con un título particular, da indicios de que no era
intención del autor que se leyera como algo más que como parte de sus escritos
periódicos. Una vez leído el texto completo, aceptamos que no es retórica la
introducción de Lizardi que aparece en la primera entrega, donde dice estar
indeciso sobre lo que escribiría para este jueves... (Fernández, 1987: 11),
luego de notar la ausencia de un título y esta declaración explícita, es evidente que
el texto no se planeó, se improvisó mientras se escribía. No hay una clara intención
ni del autor empírico ni del implícito. A pesar de su brevedad, de ahí se derivan una
serie de inconsistencias evidentes:
El
nombre con el cual firma el autor de la carta es Manuel,
no obstante su primer benefactor le llama en dos ocasiones, según él mismo como narrador
nos hace saber, Antoñico:
Muchas
veces me decía: Antoñico, yo te quiero llevar á Londres para que veas una ciudad de las
primeras de la Europa, y acaso la única en su numerosa población [...]
...volviendo
a mi asunto principal has de saber, que luego que pasaron los últimos días de la
tristeza, me llamó mi amo y me introduxo en unas salas de la casa, donde yo no había
entrado, y haciéndome sentar me dixo: Antoñico, habrás extrañado que en quince ó
veinte días que vives en mi compañía no has visto a mi hija (Fernández, 1987: 13, 14 y
15).
Ambas referencias a Antoñico
aparecen en el escrito de la primera entrega, luego ya no se vuelve a mencionar tal
nombre, es hasta cuando el narrador autor de la carta llega al final de la misma,
que la firma con el nombre de Manuel. Sabemos que para entonces han transcurrido dos
entregas semanales.
El
nombre del lugar: esta isla es muy rica: (por eso se
llama Ricamea) veniros conmigo a la capital
enlazaros con Roseana y radicaros en ella, acaso no extrañaréis las mayores
satisfacciones del mundo (p. 24) dice el Gobernador, por eso les brinda hospitalidad y
servicios incluso a extranjeros desconocidos, aunque en ella habitan muchas niñas pobres (p. 26) y está llena de pobres vergonzantes (p. 25). Se podría pensar que
se trata de una ironía del narrador, que contrapone el nombre del lugar con la miseria de
sus habitantes, sin embargo no hay ningún otro signo que permita pensar en tal figura
retórica. La idea de abundancia pintada al inicio por el Gobernador se olvida pronto y
nunca queda claro en qué consiste la riqueza de la isla, pero tal vez se trate de una
riqueza espiritual, ya que a pesar de que sus habitantes están hundidos en la miseria,
aman a sus gobernantes, a los que eligen por su propia voluntad.
El
lugar ignoto. En la isla se conocen otras naciones incluidas México, cuenta con un
gobierno republicano y profesa la religión católica, se habla en ella francés, lo que
podemos colegir del mensajero que llega a México a entregarle la carta al pensador: saludándome con un champurro de francés y castellano,
me entregó el papel, cuyo sobrescrito decía Al Pensador mexicano [sic] (p. 12), sin
embargo, dicha isla no consta en mapas ni cartas de navegación, es decir, hasta la
llegada del hermano era desconocida para la humanidad (p. 21).
El
benefactor. Cuando Manuel resume cómo ha sido el gobierno de la Isla, pasando sus
habitantes de ser regidos por el amado e inocente
joven Annfredo II de este nombre de la ilustre casa de los Bornobes [sic] (p. 30) a
instalar una presidencia, la cual fue ocupada por su benefactor y suegro y al que unos
párrafos antes nos dice que amaba tanto, sólo lo nombra como el presidente, y según sus propias reflexiones
sobre el peligro de tener un gobierno instaurado así, su suegro no era ni benigno ni
justo, y así fue elegido adrede, para evitar que algún privado se apoderara de su
corazón y lo manipulara. En unas páginas olvidó que este hombre lo auxilió del
naufragio, le abrió las puertas de su casa y le ofreció a su hija en matrimonio sin
conocerlo.
Por
último, a la muerte del benefactor, el hermano es elegido tan
á [sic]gusto del pueblo
por
unanimidad como presidente, sin que represente un obstáculo que sea extranjero y a pesar
de que este pueblo amoroso existen dos grupos antagónicos que aparecen en el último
momento:
(
)
improvisamente me vi constituido Presidente de la gobernación absoluta de esta isla.
Tengo por escusado decirte que fue la elección tan á gusto del pueblo que en la
votación no se halló un sufragio menos [...] en todas partes me oía proclamar padre de
la patria. [...]
a
pocos días de mi gobierno han chocado unos con otros de los provinciales empuñando las
armas, apellidando justicia por ambos partidos
(Fernández, 1987: 27).
Así
fue, en esa isla, tan pacífica y sus habitantes tan en armonía que votan todos por él y
lo llaman padre de la patria, luego de esta
elección brota una guerra civil. Lo anterior es el motivo por el cual el presidente de la
isla Ricamea decide pedir consejo a través de una carta a su hermano el Pensador, del
cual no se acordó en años.
Esto
no es todo, la mayor debilidad del texto la encontramos en las páginas finales, donde con
unas líneas rompe por completo la de por sí endeble guía de sentido principal del
relato, ya que todas la series de indicadores dados a lo largo del texto se ven burladas.
Aquellas
previsiones que pudiera haber elaborado un lector atento para el cierre de la historia,
terminan en decepción. El mundo posible elaborado con los datos proporcionados por el
narrador, se ven conmovidos al introducir datos del mundo real, el que vivía el autor
empírico, sin tender un puente congruente entre relato-realidad, que amortigüe dicho
paso. De esta manera el texto se salta las "capacidades de previsión", y por
tanto elude constituir un Lector modelo[6]
del relato (Eco, 1987: 160) o, en todo caso, exige un lector modelo pero no de textos
literarios sino informativos, que esté enterado del contexto histórico dentro del cual
se escribió La carta. Quien desconozca las filiaciones ideológicas de
Lizardi a principios de 1814 y la situación por la que atravesaba México, encontrará
incongruentes de menos las últimas dos páginas. Sin hacer una relación de contexto, es
muy difícil construir un mundo posible donde
los habitantes de un pueblo eligen a un presidente de manera unánime para luego, sin
razón, dividirse en dos partidos y pelear entre ellos pero nunca contra el neutral
gobierno.
Ahora
comentaré el contexto de la primera recepción. El lector previsto por Lizardi para su
relato, el lector contemporáneo, tiene una ventaja frente a lectores posteriores, el
medio de transmisión, ya que el canal físico por el que recibe La carta es
un periódico que como tal, se ocupa de la historia inmediata, por eso no le sorprenderá
que de pronto aparezcan de la nada sublevados en la isla, ya que los referentes de la vida
cotidiana de un mexicano tratan por esos días de 1814, este tipo de eventos.
Así,
el lector de esa época sufrió menos el rompimiento isotópico, ya que al ser invitado a
interpretar las dos últimas páginas del cuento, puede echar mano de sus conocimientos de
la historia inmediata de México, y así entender que lo que está sucediendo en la isla
Ricamea es una réplica aunque por las dubitaciones temáticas no muy bien
construida del México tal y como lo conocen el autor empírico y sus
contemporáneos habitantes de nuestro país. La importancia de los acontecimientos
relacionados con la luchas de independencia, llevaban a los interesados a auxiliarse de
todo lo que estaba al alcance para tratar el tema y alcanzar su comprensión.
Cuando
La carta se quedó sin lectores. Una vez fuera de este contexto de recepción,
el relato pide un lector demasiado cooperativo con él. Sin este tipo de previsiones, hoy
tratamos de encontrar el texto congruente, pero esto es difícil. En el parágrafo del
libro Historia y discurso de Seymour Chatman,
llamado Secuencia, contingencia y causalidad, aparece:
En
las narraciones clásicas, los sucesos ocurren en agrupaciones: están vinculados unos a
otros de causa y efecto, los efectos causan a su vez otros efectos, hasta llegar al efecto
final. Y aun cuando dos sucesos no parecen estar interrelacionados de manera obvia,
deducimos que pueden estarlo, bajo un principio más general que descubriremos más
adelante (1990: 48).
La
carta es una narración clásica, tal como entiende este crítico el término, sin
embargo la necesidad de interrelacionar los dos sucesos ya mencionado, la elección
unánime del presidente (causa), con la revolución civil (efecto), sólo se satisface si
recurrimos a elementos exteriores al texto para buscar ese principio
más general
que menciona Chatman, y que a mi parecer puede estar en elementos para textuales, o para
utilizar términos de Umberto Eco, en esas circunstancias
de enunciación que vinculan el enunciado con quien lo enuncia, y que son elementos
que diseñan el horizonte de expectativas que
avizora el lector, a partir de las cuales puede delimitar, por ejemplo, el género del
texto o elaborar hipótesis sobre el sentido del mismo. Según Eco estas pueden ser de dos
tipos:
El
primer tipo de referencia consiste en la actualización implícita, en el nivel del
contenido, de una metaproposición como aquí hay (había) un individuo humano que
ha enunciado el texto que estoy leyendo en este momento y que pide (o no pide) que yo
suponga que está hablando del mundo de nuestra experiencia común (Eco, 1997: 107).
En
la cita anterior se describe una hipotética intención del autor, en este caso pensemos
en Lizardi, que espera empatía del receptor de su texto, al cual nunca contempló o
planeó para el futuro lejano, sino para el consumo inmediato. A esto se debe que de la
primera parte de la carta, en donde uno de los temas principales es la descripción de
Inglaterra, un país distinto al nuestro donde se vive mejor, se dé un salto semántico
hasta el tema de la forma de vida en una isla imaginaria, donde la estabilidad social
trastabilla a causa de una lucha civil, salto que se permite el autor ya que considera a
su lector mucho más interesado, precisamente en la historia inmediata de su turbio
entorno, que en conocer utopías. Pero las circunstancias
de enunciación tienen otro tipo de influencias relacionadas con nuestro relato en
cuanto que es leído por alguien, casi doscientos años después de escrito:
Un
segundo tipo de referencia entraña operaciones más complejas, de tipo
filológico, por ejemplo, cuando se trata de un texto enunciado en una época
lejana y hay que construir su localización espacio temporal originaria para poder
determinar precisamente a qué tipo de enciclopedia habrá que recurrir (ídem).
Aquí
es cuando La carta se queda sin lectores, ya que por el distanciamiento
histórico, se pierde el interés inmediato que despertaba el texto, y ahora se lee éste
con frialdad, y no se encuentra en él suficiente atractivo fuera del histórico, ningún
lector común gastaría sus haberes en buscar la profundidad que probablemente escondan
las referencias que piden el empleo de una enciclopedia histórica.
El
caos de la estructura narrativa como reflejo del mundo real. Se podría caer en la
tentación de afirmar que el relato es ligeramente caótico porque el mundo que vivía
Lizardi así lo era, ésta podría ser una manera de justificar ciertos errores, sin
embargo, aun el caos debió ser incluido, previsto o anticipado en la parte narrativa del
texto, pero no es así, las contingencias que ocurren en él son contingencias lógicas:
muertes, naufragios, enamoramientos a primera vista, ayudas desinteresadas. Ninguna de las
causas de estas contingencias fue estrambótica, ni contradictoria a su naturaleza; por
citar una posibilidad, el barco no naufraga por un buen clima. En cambio, al final del
relato, en la isla se pelean los habitantes después de obtener el gobierno que eligieron,
como si estuviéramos en un mundo al revés.
Todavía
cabe otra forma de explicación, ya que la
comparación entre el mundo de referencia y el mundo narrativo puede adoptar diferentes
formas:
El
lector puede comparar el mundo de referencia con diferentes estados de la fábula, para
ver si lo que ocurre en estos últimos responde a criterios de verosimilitud. En tal caso,
el lector supone que los estados en cuestión son mundos posibles, bloqueados en su
inmovilidad (¿es verosímil que haya un bosque habitado por lobos que hablan)
(Eco, 1987: 226).
Parafraseando
la pregunta de Eco: ¿es verosímil que Ricamea estalle en guerra civil sin atacar a su
gobernante y sin que este pertenezca a alguno de los dos o más grupos que pelean? En el
caso de la pregunta de la cita, la respuesta es: sí hay lobos que hablan, ya que hay una
serie de indicadores que nos dicen que el género de texto al que pertenecen como
personajes los lobos que hablan, es la fábula, y en las fábulas, al menos en una gran
cantidad de ellas, los animales gozan o sufren, siguiendo a Eco de
antropomorfismos. En el género de relato que emplea Lizardi en La carta, sea
cual fuere, ya que sus características impiden una ubicación genérica demasiado
puntual, la tendencia al realismo impide recursos estrambóticos. No se advierte
propósito alguno de ocultar que al hablar de la Isla se quiere referir de manera figurada
a nuestro país. He aquí una muestra del realismo, de la relación entre signos y
referentes que detenta este escrito:
Esta
Isla abunda en castas, siendo la que sobresale indios medios salvages [sic], rudos por
naturaleza, idiotas, supersticiosos y cobardes; sin embargo, los paisanos se sirven de
ellos para las labores del campo, acarreos de víveres y otras cosas de poca monta: bien
que con decirte que estos indios son lo mismo que los de esa América, quedas bien
enterado de sus modales (31).
El
realismo es una forma de crear literatura apegándose a modelos que tratan de reflejar la
realidad sin deformarla demasiado, como un espejo. No es de manera alguna anacrónico
hablar de realismo al referirse a la obra del Pensador, ya que no me refiero al realismo
histórico literario que nace en Francia alrededor de 1830 con las obras de Balzac, sino a
un estilo universal, atemporal, presente en la literatura desde Homero hasta nuestros
días. De cualquier manera no está de más recordar que el modelo primario de la obra de
Lizardi es la novela picaresca y ésta es la base del realismo que tendrá su mayor auge
en la parte central del siglo XIX. En la cita anterior encontramos que el referente que
sigue Lizardi para construir su Isla, es
esa América,
la nación donde vive y de la cual se ocupó todo el tiempo. Recurro de nuevo a Eco:
Según
el género literario de que se trate, el lector puede construir distintos mundos de
referencia, o sea distintos Wo. Una novela histórica exige ser referida al mundo de la
enciclopedia histórica, mientras que una fábula exige, a lo sumo, ser referida a la
enciclopedia de la experiencia común para que se puedan gozar (o padecer) las distintas
inverosimilitudes que propone (1987: 227).
Así
entonces, hay géneros que son tales por la forma de presentar sus inverosimilitudes, el
cuento realista y la fábula serían extremos de una menor y una mayor inverosimilitud o
apego con la realidad que vivimos cada día. Pero La carta no pertenece a
ninguno de esos géneros, de hecho es más fácil afirmar que es un texto que no encaja
alguna de las formas del discurso literario. En otras palabras, La carta no es
un cuento principalmente porque no es un objeto artístico logrado. ¿En qué me apoyo
para poder decir esto? En que no encuentro en mi acervo de lecturas literarias un solo
paradigma, es más, ni un ejemplo aislado de texto, con características similares a las
de La carta. Ni por el tratamiento del contenido ni por la forma tiende al
relato artístico, no se puede poner al lado de algún cuento conocido, por lo tanto no
permite un análisis literario.
Cuando
un lector aborda un texto literario, asigna desde el título hasta cada una de las partes
valores, los cuales son, en la mayor parte de los casos, cualitativos y ocasionalmente,
cuantitativos por ejercicio del arbitraje que pide el consenso social[7].
Me parece indiscutible la importancia de la cooperación textual y sé que los avances en
su estudio permiten aceptar que muchos textos deben su calidad o importancia, inclusive su
congruencia, a la actividad del lector, pero en este texto no hay elementos que permitan o
estimulen tal cooperación.
Al
intentar aplicar el sencillo esquema de Greimas que define la relación entre el sujeto y
el objeto de deseo, nos damos cuenta de que la obra, es más expositiva que narrativa, y
por lo tanto es más factible encontrar el objeto de deseo del autor implícito que el
objeto de deseo del personaje principal:
Sujeto |
Objeto |
Manuel
o Antoñico (personaje) |
Buscar
ayuda del pensador |
El
Pensador (autor implícito) |
Brindar
ayuda |
La
intención del autor implícito subordina con toda arbitrariedad el objetivo del texto:
que le pidan ayuda al autor del texto.
Cuando
el remitente de la carta, Manuel, dice que lo eligen presidente por unanimidad y luego de
inmediato el pueblo se divide en dos grupos empuñando
las armas, apellidando justicia,
omite un pero. En las escuetas descripciones que el narrador hace del pueblo, no sale
éste bien librado, lo describe pobre y cuando habla de sus habitantes más humildes es
peor, ya que estos son indios medios salvages [sic], rudos por naturaleza, idiotas, supersticiosos y
cobardes;
Entre
el hecho de que se una el pueblo para elegirlo, y se divida para pelear entre sí, pesa la
ausencia
de un pero que deliberadamente omite el narrador, esto es lo que impide la
coherencia semántica entre el mundo del relato y el mundo del receptor actual. Van Dijk,
el cual ha dedicado mucho de su esfuerzo para explicar cómo se construye la coherencia
semántica del discurso, dice lo siguiente:
Una
condición cognoscitiva importante de la coherencia semántica es la supuesta normalidad
de los mundos implicados. Esto es, nuestras expectativas acerca de las estructuras
semánticas del discurso están determinadas por nuestro conocimiento sobre la estructuras
de los mundos en general y de los estados particulares de cosas o transcursos de sucesos
(van Dijk, 1993: 15657).
Los mundos implicados que los lectores observamos
en busca de la supuesta normalidad para
encontrar el sentido de La carta, son por supuesto el mundo posible del relato
y el mundo real del autor del mismo. Al no encontrar estos indicadores que concilien la
oposición que existe entre buscar un gobierno mejor mediante la violencia y no dirigir
esa violencia al aparato de gobierno, no puede ser menos que inverosímil. En un ejemplo
sobre el mismo tema de la coherencia semántica, van Dijk, nos dice que a pesar de que el
ambiente de la oficina de una mujer es el ideal para iniciar la jornada laboral, ella no
tiene deseos de hacerlo: Su correo estaba
pulcramente abierto, su papel secante estaba sin usar y su tintero estaba lleno. Pero ella
no tenía ganas de trabajar (1993: 155). En ejemplos de este tipo, es necesario que
luego de plantear una situación anómala, ahora el narrador se dedique a explicarnos a
los lectores el porqué de ese pero. Manuel, el
narrador de La carta omite un pero
con lo que elude explicar la contradicción.
Hay sin duda un objetivo al evitar
abordar tal contradicción, al respecto, Giddens dice que probablemente los proyectos que
llevan a un autor a producir un texto, sólo tienen una importancia marginal para quien
lee, tal vez esto en textos clásicos y armónicos el tema carezca de importancia, sin
embargo el narrador de La carta con esa desaprensión o aparente descuido,
está enfrentando la intención del autor con la del lector.
Uno
de los sentidos del texto, el que considero más importante, se puede fijar sólo desde
una lectura ideológica. Estoy consciente de que esto sólo es posible si se está de
acuerdo en que es evidente el propósito del autor con este texto fue exponer sus ideas
antes que construir un cuento.
Considero
que en las narraciones planas sin particulares
dificultades narrativas (Eco,1987: 262), tipo al que pertenece nuestro relato, es más
probable identificar la intención del autor. Esta noción es la más controvertida de las
intenciones que genera el proceso de significación de la literatura, Umberto Eco ha
dedicado todo un libro, Los límites de la
interpretación, a este tema y otros paralelos, ahí dice de ella que Entre la inaccesible intención del autor y la
discutible intención del lector está la intención transparente del texto que refuta una
interpretación insostenible (1992: 133), no obstante me referiré a esa discutible intención del autor, para lo cual me
apoyo en información de primera mano proporcionada por el mismo Umberto Eco, ya que como
autor de obras literarias se ha utilizado como conejillo de indias cuando indaga en
dilucidar la intención del autor.
Particularmente
en La carta la intención del autor se vislumbra luego de analizar aspectos
tales como intromisiones, organización de eventos, estilo, denuncias ideológicas,
juicios subjetivos. Visto como un todo, en este relato no hay unidad de intención, ya que
como anoté antes, el texto apareció en tres partes y cada parte adolece de elementos de
cohesión entre las otras.
En
la primera entrega, la intención es ensalzar lo adecuado de la virtud, lo bien que se
vive en Londres, en la segunda, lo bondadosos que son algunos hombres ricos, en la
última, la intención que, si se me permite el exceso inductivo, domina la que será la
intención principal de toda la obra de Lizardi: guiar a otros para mejorar su conducta
social, en este caso concreto, proponer al responsable del escrito como consejero de
gobernantes que deseen mejorar a su pueblo.
Manuel,
o Antoñico el remitente de La carta lo manifiesta a su hermano El
Pensador, cuando le pide consejo para enderezar los rumbos de una nación en crisis:
Así es, [sic] que no dirigiendo
tu pluma otro interés que el bien de tus semejantes, no llevas riesgo en condescender con
mi súplica. Escribe, pues, y escribe con ingenuidad tus sentimientos que nada se
aventura, aunque sean desatinos conocidos, pues no vas a instalar ningún gobierno, ni a
ser responsable ante Dios ni ante el mundo de tus dictámenes; sino únicamente a
aconsejarme lo que parezca conforme al
derecho de las gentes, y en esto jamás puede haber riesgo alguno; [...] Tú no vas a
gobernar, sino a decir como gobernarías, o como quisieras que tu hermano gobernara
(Fernández, 1987: 3334).
Para
el autor, hombre fiel al credo neoclásico, las letras no podían tener mejores función
que educar a los lectores, ya que ve en la ignorancia una de las mayores taras de la
nación. Así sugiere que mandatarios y ciudadanos lean sus escritos para que los primeros
mejoren su manera de gobernar y los segundos aprendan a obedecer normas y reglamentos, los
cuales estarán gracias a las indicaciones de Lizardi, diseñados en armonía y apego a
las leyes naturales y humanas. Fernández de Lizardi consideraba que su labor era escribir
guiado por la fuerza de su intelecto, para ayudar a sus congéneres a ser mejores
personas.
Sólo
si estamos enterados de las ideas que tenía Lizardi acerca de las luchas de
independencia, nos podemos explicar esa paradoja del relato de La carta, donde
viviendo el pueblo de manera miserable y decidido a tomar las armas, no ataque a su
gobernante, sino que dividiéndose entre sí, se ataquen unos a los otros. Lizardi era de
tendencia realista, como Quevedo,[8]
criticaba y parodiaba a todo los miembros de los estratos del quehacer social, pero
guardaba una distancia notable en cuanto a las figuras de mayor jerarquía se refiere, al
menos así lo describe una de las mayores conocedoras de su vida y obras, y su más grande
admiradora:[9]
Los
críticos de Fernández de Lizardi, sus coetáneos y los nuestros, se han escindido en dos
bandos: quienes le ponen la etiqueta de conservador oportunista pos sus ataques a los
insurgentes, su miedo a los derramamientos de sangre y sus adhesiones sucesivas a Fernando
VII, a los virreyes en turno, a Iturbide, al Plan de Casa Mata y a Guadalupe Victoria
(Palazón, 1982:15).
No
se identifica en La carta algo importante que indique el deseo de escribir un
cuento, la ligera planeación, los pocos elementos de imaginación se desperdician en pro
de un alegato político apenas matizado con algún vuelo estético. Las reiteraciones y
digresiones que se le perdonan en las novelas, en los relatos breves son inadmisibles ya
que afectan al corazón del la unidad de efecto. El cuento no admite exceso de
desperdicios textuales o dicho de manera menos prosaica, exceso de elementos ancilares. No
es mi intención incordiar con Rojas González ni con Leal (1990: 27) cuando dicen que ya
existen cuentos en los relatos periodísticos anteriores al Periquillo, pero desde mi personal punto de vista,
eso sería muy difícil de comprobar.
Reitero
que el motivo por el cual me detuve en este primer cuento, radica no tanto en
señalar sus defectos, sino en sentar las bases para poder observar la evolución de un
género en nuestro país. En especial es de notar cómo la parte didáctica y de
exposición de ideas será mejor integrada en el cuerpo de la historia en narraciones
posteriores.
Revisaré
ahora los relatos que menciona don Luis Leal y que aparecen en El Periquillo Sarniento. Es probable que exista
alguna objeción en cuanto a que éstos sean aceptados como cuentos, en especial los de
El Payo y el de Don Antonio, ya que si estas narraciones
intercaladas en el cuerpo general de la novela, son consideradas cuentos, lo serían
varias otras cuyos eventos son sufridos o realizados por una diversidad de personajes y
algunos protagonizados por el mismo Pedro Sarmiento (Periquillo Sarniento). No
obstante, es evidente que el relato que aquí llamaré El Negrito tiene una
mayor independencia respecto a la novela, y por ello, como bien apunta el maestro Luis
Leal, incluso desde un canon contemporáneo,[10]
se puede considerar como un cuento moderno con todos sus elementos en armonía.
Don
Antonio.[11]
Al
revisar el Periquillo Sarniento en busca de
este escrito, lo primero que me sorprendió fue que don Luis Leal no nos advierte que
siguiendo esa idea de encontrar cuentos dentro de obras de mayor extensión, lo que él
llama el
cuento de Don Antonio, contiene a su vez otro, el cual se podría denominar
descriptivamente La historia del intento de seducción de la esposa de don
Antonio, donde éste, personaje principal (actante) del primer relato, no participa
más que como relevo de narrador de la historia que le contó su esposa por medio de una
carta. Este texto tiene tanta importancia para el inicio del género, como El
Negrito, incluso le podría disputar el puesto que le otorga don Luis si no fuera
porque luego de la introducción a su historia, ésta se ve interrumpida por una
digresión penosa.
La
intriga del cuento de don Antonio abarca desde el momento en que encuentra al Periquillo
en la cárcel, hasta que aquél sale de ahí cuando queda demostrada su inocencia, la
fábula, desde su nacimiento hasta el punto final de la intriga. En ese recorrido, el
evento que le acaeció a su esposa es el que guarda una mejor unidad de acción y por
tanto de efecto, ya que toda la historia de don Antonio está plagada de interrupciones producto de la historia que conforma la novela.
Por todo esto se dilata dicho cuento a lo largo de sesenta páginas. Además, sea por
breve o por la misma fuerza del tema, es la historia de su esposa más interesante que la
mayor de él, como el mismo don Antonio lo dice cuando se la cuenta al Periquillo:
Nada
particular ocurre que decirle a usted tocante a mí, porque nada tiene de particular el
viaje de un viandante, ni su residencia en el paraje de su destino; a lo menos yo caminé
y llegué al mío sin novedad , mientras que a mi honrada esposa se le preparaba la más
terrible tempestad (Fernández, 1990a: 370).
Considerando
todo lo anterior, encuentro difícil sostener que la historia de don Antonio sea un
cuento, por esto mejor me dedicaré a estudiar el relato de doña Matilde, su esposa. He
aquí una síntesis de la historia:
Don
Antonio cuenta al Periquillo que dejó a su esposa en la ciudad de México ya que por
motivos de negocios con un marqués, tiene que salir a viajar al interior de la
República. El noble ofreció a los esposos, para salvaguardar la honra de la mujer, que
ésta esperara el retorno de su esposo con una tía, santa, pobre vieja, beata de san Francisco, doncella,
muy rezadora y escrupulosa, cuya casa es un convento, que puede servir de modelo al más
estrecho monasterio, según palabras del mismo marqués (359-360), debo anotar que en
este punto deviene una suspensión del relato, ya que los alguaciles van en busca del
Periquillo para interrogarlo, dejando así a don Antonio sin su escucha.
El
Periquillo retorna al lado del narrador, y le pide que continúe la historia, la cual
retoma don Antonio con las siguientes palabras: Me acuerdo, dijo, que quedamos en que salí de esta
ciudad con mis mulas y arrieros, quedándose en ella mi esposa en casa de la tía vieja,
sin más compañía de su parte que el mozo Domingo (369).[12]
Lejos el esposo y con la venia de la tía que resultó ser una Celestina, el marqués
intenta seducir a la bella esposa, pero ésta, que es una muestra de sólida virtud, lo
rechaza durante varios días y así llega uno en que la agudeza de la esposa le hace
inferir que esa noche, luego de la cena, será visitada en sus aposentos por este hombre,
por tal motivo le pide ayuda a su mozo Domingo.
Efectivamente,
durante la cena el hombre rico intenta que ella beba más vino del acostumbrado y cuando
se retiran la vieja y el mozo, él intenta convencerla de tener otro tipo de sobremesa,
ella resiste los avances y por fin se retira a su dormitorio donde Domingo la espera.
Hasta allá la sigue el marqués y sin percatarse que el mozo está a la expectativa,
escondido bajo la cama, desesperado toma a la mujer y la tiende sobre la cama,
simultáneamente Domingo sale de su escondite, lo abraza de las piernas haciéndolo caer
de manera ridícula, ya en el piso lo domina con su peso y lo amenaza con un puñal. Ella
interviene para evitar el asesinato, luego dirige a su agresor un discurso en el que más
que reclamar parece pedir disculpas, no obstante la actitud conciliadora de ella, el
marqués profundamente humillado promete varias represalias, entre ellas quitar de en
medio a don Antonio y luego de dirigir otras amenazas a Domingo, abandona el cuarto.
La
mujer espera el amanecer y con la ayuda de mozo se instala en otra casa y ahí espera el
regreso del esposo.
Cabe
agregar que es ella la narradora de su propia historia, ya que se la cuenta a Don Antonio
por medio de una carta: Mi esposa, que me escribió
estas cosas tan por menor como las estoy contando a usted, no entendió que aquellas
amenazas se dirigieron contra mí y la existencia de mi criado (373).
Para
evaluar la importancia de la historia de Matilde, pensemos que el evento de la recámara
es finalmente la causa de la cárcel de don Antonio, las acciones del marqués para
llevarlo a prisión son consecuencia del enojo por no obtener lo deseado. La estructura
narrativa funciona como una oración compleja que contiene una simple. El relato del
marqués y la esposa, conserva todo el tiempo la unidad narrativa y es una historia
completa, no requiere mayormente de otras para su cabal entendimiento.
Historia principal |
Historia agregada 1 |
Historia agregada 2 |
Novela de El periquillo Sarniento |
Cuento de Don
Antonio |
Cuento de
Matilde y el marqués de
T. |
Narrador: Pedro
Sarmiento |
Narrador: don
Antonio |
Narrador (elidido)
Matilde |
Matilde,
la esposa de Don Antonio, pasa de ser un sujeto
objeto en la historia agregada 1, a ser sujeto
operador en la historia agregada 2. Esta nivelación de importancia entre ambos
personajes se hace patente cuando al final del relato se
encuentra con el Periquillo, dice éste:
No
era don Antonio, como habéis visto, de los amigos que toda su amistad la tiene en el
pico: él siempre confirmaba con las obras cuanto decía con las palabras; y así, luego
que concluyó lo que os dije, me dio diez pesos, y la señorita su esposa otros tantos,
repitiendo sus abrazos y finas expresiones, se despidieron de mí con harto sentimiento,
dejándome más triste que la primera vez porque me consideraba ya absolutamente sin su
amparo (399).
Es
decir que tanto don Antonio como su esposa le dan la misma cantidad de dinero, cada uno de
su haber. Hecho que coloca a Matilde al mismo nivel funcional que a don Antonio y así
recalca la isotopía de la relevancia femenina. El narrador constata con esta acción el
perfil que muestra la esposa en el cuento del aposento, donde organiza todo para darle una
lección al marqués de T.
El
cuento por supuesto que tiene su grado de contenido moral, esto sería imposible que se le
olvidara al autor, así, ante la muerte, el marqués se arrepiente de su maldad, pero esto
aparece muchas páginas adelante. Aun así, en este relato logra Lizardi dar una lección
de moral por medio de la fábula y la historia, sin necesidad de digresiones didácticas.
Como
ya comenté en el relato de La Isla Ricamea, el tópico del benefactor
desinteresado era del agrado del Pensador Mexicano. Aquí vuelve a aparecer, pero con una
variante que le da mayor verosimilitud.
En
algún momento parecería que la actitud de Don Antonio ante los ofrecimientos de ayuda
económica del marqués de T. peca de ingenua, pero en este cuento queda bien justificado,
ya que un hombre ayudó de manera desinteresada a don Antonio cuando éste fue
adolescente, así esto queda en la axiología del personaje, forma parte de las ideas que
pueblan su "mundo posible". Antonio, en todo caso, es engañado por creer en la
frecuencia del tópico del benefactor desinteresado.
Sobre
los diferentes narradores, debo señalar que si bien el procedimiento de la rotarlos
agiliza las historias, en éste cuento está del todo bien realizado, ya que todos tienen
un mismo tono. Este es un rasgo de las obras de Lizardi que a pesar de cambiar en ellas de
narradores, no logra librarlas de un lastre monológico, ya que todos ellos transportan la
voz del autor implícito.
Siguiendo
las pistas del aquí multicitado Luis Leal, revisé el relato de El Payo y
encuentro que sí contiene todos los elementos necesarios para considerarlo un cuento,
aunque su trama es muy sencilla. Aparece poco después de que don Antonio ya libre, visita
al Periquillo. He aquí su argumento:
Cuando
el Periquillo toma el sol en el patio de la cárcel se le acerca un Payo para pedirle que
le escriba unas cartas, luego le cuenta el motivo de su cautiverio: en su pueblo conoció
a una mujer de la cual fue imposible no enamorarse ya que, según sus propias palabras:
¡ah,
señor, qué diache de muchacha tan bonita!, pues mírela que es alta, gorda y derecha
como una parota o a lo menos como un encino; carirredonda, muy colorada, con sus ojos
pardos y sus narices grandes y buenas; no tiene más defeuto sino que es media bizca y le
faltan dos dientes delanteros y eso porque se los tiró un macho de una coz porque ella se
descuidó y no le tuvo bien la pata un día que estaba ayudando a su señor padre a
jerrarlo; pero por lo demás la muchacha hace raya de bonita por todo aquello (Fernández,
1990a: 404).
Cemeterio
Coscojales, que tal es el nombre del Payo, le hace la corte a la beldad descrita, ella le
corresponde y platican a través de una barda, acuerdan casarse cuando él recoja la
cosecha, pero en una ocasión en que al final de la labor llega al lugar de la citas, se
encuentra con que Culás el guitarristo ya
estaba ahí y le tocaba a su amada un jarabe con tanto entusiasmo que casi hace hablar a
la guitarra, no obstante reconocer la habilidad de su contrincante en amores, dice el Payo, alzando una coa que me truje de un pión, le
asenté tan buen trancazo en el cogote que cayó redondo pidiendo confisión.
El
tiñente lo apresa para tomarle reclaración mientras el cerujano atendía al músico, ya que estaba muy mal
gerido y echaba muncha sangre.
El
relato es muy breve, apenas una cuartilla, no contiene digresiones y su virtud mayor es la
apertura lingüística, ya que el autor recrea aspectos pintorescos del habla de los
Payos. El lenguaje por sí mismo confiere notas de humor y simpatía, es de admirar que el
autor no trata de explicar los vocablos tomados del nahua y los idiotismos en que incurre
su personaje, ni los entrecomilla o señala con cursivas, como hacían los escritores de
ese tiempo y etapas inmediatamente posteriores. Lizardi así le da a esa habla particular
el estatus que merece, decenas de años
después lo mismo harían los narradores indigenistas con las palabras propias de las
lenguas autóctonas que recreaban en sus cuentos y novelas.
Lizardi
permite que el habla popular adquiera su carta de identidad en el lenguaje escrito, y en
El Payo lo trabaja tan bien que no aparece como un elemento halógeno al resto
del discurso. Una de las características de la narrativa realista es el empleo del
lenguaje cotidiano, y dentro de esa cotidianeidad están una serie de registros
correspondientes a los estratos de los personajes.
Para
terminar con los cuentos de Lizardi, revisaré el que de don Luis Leal considera como el
primer cuento moderno, me refiero al cuento de El Negrito, aparece en la
segunda parte de la novela El Periquillo Sarniento[13],
donde ocupa doce páginas (Lizardi, 1990b: 210-222), pero de éstas sólo un poco más de
dos contienen lo que sería estrictamente el cuento, las restantes son discursivas, sin
acciones, lo que contienen no modifica ni la intriga ni la fábula.
Es
contado como la mayoría de Lizardi, en primera persona, el narrador es el mismo personaje
principal de toda la novela, Pedro Sarmiento, el famoso Periquillo, el cuál cumple aquí
un papel sólo de testigo, casi por completo extradiegético dado que no interviene en los
acontecimientos medulares que componen la acción del cuento, y sus leves acciones se
manifiestan hasta el final de éste, cuando el clímax de la historia ha pasado, es
entonces cuando Perico participa en ella invitando un refrigerio a los dos personajes
principales. No está de más señalar como contexto que esto es posible ya que su nivel
social mejoró dado que vive una situación parecida a la de Manuel el personaje de
Carta de la Isla Ricamea, sirviendo en Manila a un hombre rico y bondadoso.
El
cuento es corto, por esto lo transcribo completo sólo dividiéndolo en lexías, entre las
que intercalo un comentario para describir la manera cómo se va generando la diégesis, esto
tiene el propósito de resaltar los elementos más significativos de su construcción, tal
como lo haría un lector modelo.
(1)
Como mi vida fue arreglada en aquellos ocho años, no me acaecieron aventuras peligrosas
ni que merezcan referirse. Ya os he dicho que el hombre de bien tiene pocas desgracias que
contar. Sin embargo, presencié algunos lancesillos no comunes. Uno de ellos fue el
siguiente.
El
inicio demuestra precisión y economía, contiene una introducción al relato que es a la
vez una justificación del porqué lo incluye al escribir la historia de su vida, pero
aún en esto el Periquillo no se extiende más de cuatro líneas. Muestra conciencia sobre
la originalidad de lo que narrará cuando dice que cabe dentro de los relatos no comunes. Con esto atrae la atención, prepara el
clímax.
(2)
Un año que con ocasión de comercio habían pasado del puerto a la ciudad algunos
extranjeros, iba por una calle un comerciante rico, pero negro. Debía de ser su negocio
muy importante porque iba demasiado violento y distraído, y en su precipitada carrera no
pudo excusarse de darle un encontrón a un oficial inglés que iba agradando a una
criollita principal; pero el encontrón o atropellamiento fue tan recio, que a no
sostenerlo la manileña, va a dar al suelo mal de su agrado. Con todo eso, del esquinazo
que llevó se le cayó el sombrero y se le descompuso el peinado.
No
fue bastante la vanidad del oficialito a resistir tamaña pesadumbre, sino que
inmediatamente corrió hacia el negro tirando de la espada. El pobre negro se sorprendió
porque no llevaba armas, y quizá creyó que allí llegaba el término de sus días. La
señorita y otros que acompañaban al oficial, lo contuvieron, aunque él no cesaba de
echar bravatas, en las que mezclaba mil protestas de vindicar su honor ultrajado por un
negro.
En
la mayor parte del cuento el narrador se mantiene imparcial, es decir, sólo muestra los
eventos sin juzgarlos, no obstante desliza aquí y allá algún ligero comentario, en el
párrafo anterior vemos que se hace del lado de la causa del negro, en el despectivo oficialito
(3) Tanto negreó y vilipendió al inculpable moreno,
que éste le dijo en lengua inglesa: Señor, callemos; mañana espero a usted para
darle satisfacción con una pistola en el parque. El oficial contestó aceptando, y se
serenó la cosa, o pareció serenarse.
La
escena es violenta, tiene varios testigos y algunos participan con acciones que aparecen
sintetizadas, sus voces no se escuchan y así el texto gana en velocidad y el lector está
rápido dentro de la acción realizando conjeturas sobre la continuación del relato, el
cual a pesar de que ha logrado un momento tenso, no se detiene a fomentar expectativas. La
expresión se serenó la cosa, o pareció
serenarse, es una muestra del objetivismo que impera en la narración, se serenó la cosa es un conclusión, pareció serenarse una descripción, unidas ambos
puntos de vista dan equilibrio, no ocurre nada más que permitiera considerar que el
pleito sigue, pero se puede dudar de que los personajes estén en completa serenidad. La
objetividad del relato impide suposiciones sobre los estados de ánimo.
(4)
Yo, que presencié el pasaje y medio entendía algo del inglés, como supe la hora y el
lugar señalado para el duelo, tuve cuidado de estar puntual allí mismo por ver en que
paraban.
Estas
líneas están que fortalecen el efecto de real están dirigidas a la suspicacia del
lector: ¿cómo es que se llega a saber esto? ¿A través de qué medio? no será la
casualidad, sino el hecho de que el testigo que nos habla entendía algo del inglés y decidió satisfacer su
curiosidad hasta el final.
(5)
En efecto, al tiempo aplazado llegaron ambos, cada uno con un amigo que nombraban padrino,
luego que se reconocieron, el negro sacó dos pistolas presentándoselas al oficial le
dijo:Señor, yo ayer no traté de ofender el honor de usted, el atropellarlo fue una
casualidad imprevista; usted se cansó de maltratarme, y aun quería herirme o matarme; yo
no tenía armas con qué defenderme de la fuerza en el instante del enojo de usted, y
conociendo que el emplazarlo a un duelo sería el medio más pronto de detenerlo y para
dar lugar a que se serenara, lo verifiqué, y vine ahora a darle satisfacción con una
pistola, como le dije.
Sin
necesidad de enlaces temporales entre el día del encontronazo y la madrugada del duelo,
sigue la acción, no es relevante para el cuento lo que antes del segundo encuentro le
sucedió al narrador ni a los principales actores, así no hay nada más importante que la
continuación del relato.
(6)
Pues bien, dijo el inglés, despachemos; que aunque no me es lícito ni decente el
medir mi valor con un negro, sin embargo, seguro de castigar a un villano osado, acepté
el desafío, Reconozcamos las pistolas.
La
economía del diálogo anterior se debe a que no trata tema fuera del relato, el militar
lleva en sus palabras además de la congruencia con el papel que desempeña, el ritmo
veloz del relato: bien, despachemos. Así entonces, que siga la acción. Es
notable como se presenta el código cultural que activa la isotopía del racismo: no me es lícito ni decente el medir mi valor con un
negro
(7)
Está bien dijo el negro; pero sepa que usted que el que ayer no trató de
ofenderlo, tampoco ha venido hoy a este lugar con tal designio. El empeñarse un hombre de
la clase de usted en morir o quitar la vida a otro hombre por una bagatela semejante, me
parece que lejos de ser honor es capricho, como lo es sin duda el tenerse por agraviado
por una causa imprevista; pero si la satisfacción que he dado a usted no vale nada, y es
preciso que sea muriendo o matando yo no quiero ser reo de un asesinato, ni exponerme a
morir sin delito, como debe suceder si usted me acierta o yo le acierto el tiro. Así
pues, sin rehusar el desafío, quede bien el más afortunado, y la suerte decida a favor
del que tuviere justicia. Tome usted las pistolas; una de ellas está cargada con dos
balas, y la otra está vacía; barájelas usted, revuélvalas, déme la que quiera,
partamos, y quede la ventaja por quien quedare.
Hasta
aquí se evalúa la acción que desencadena el duelo, el militar debió considerar más
ofensivo que el tropezón que le derribó el sombrero, la expresión morir o quitar la vida a otro hombre por una bagatela
semejante, me parece que lejos de ser honor es capricho. No es evidente en el discurso
del negro el deseo de suspender el duelo, al contrario, los términos de bagatela semejante y capricho incitan a militar a seguir adelante,
así entonces se arriesga a morir por un accidente superficial y por un capricho del
afectado. El tópico profundo de la expresión: la
suerte decida a favor del que tuviere justicia, refiere al juicio de Dios de tanta
utilidad en la Edad Media: no será el más hábil, sino el que tenga la razón de la
justicia el que sobreviva.
(8)
El oficial se sorprendió con tal propuesta; los testigos decían que éste no era el
orden de los duelos, que ambos debían reñir con armas iguales, y otras cosa que no
convencían a nuestro negro, pues él insistía en que así debía verificarse el duelo
para tener el consuelo de que si mataba a su contrario, el cielo lo ordenaba o lo
favorecía para ello especialmente; y si moría era sin culpa, sino por la disposición
del acaso como pudiera en un naufragio. A esto añadía: que pues el partido no era la
ventajosa nadie, pues ninguno de los dos sabía a quién le tocaría la pistola
descargada, el rehusar tal propuesta no podía menos que atribuirse a cobardía.
Los
personajes secundarios, son eso, ni siquiera toman la voz directamente, sabemos lo que
dicen por el narrador: la gran cantidad de información del párrafo contrasta con su
brevedad, la enciclopedia sobre el asunto de los duelos se da por entendida, en detalle,
la modalidad que propone el negro es novedosa, en lo general refiere a la ya mencionada
justicia divina, a que el cielo lo ordenaba o lo
favorecía.
En
las acciones el negro muestra su firmeza de carácter, sin necesidad de acotaciones por
parte del autor manifiesta lo inmovible de la decisión, nada lo perturba para seguir con
su plan, si leemos de manera convencional, en el discurso no lo oímos a él directamente, no hay signo para mostrar que tiene
la voz, no obstante se advierte que maneja la situación cuando los lectores nos damos
cuenta que él ha dicho la última palabra del anterior párrafo. Es de notar la fineza
con que el narrador toma partido cuando lo nombra: nuestro
negro.
(9)
No bien oyó esta palabra el ardiente joven,[14]
cuando sin hacer aprecio de las reflexiones de los testigos barajó las pistolas, y tomando la que le pareció, dio la
otra al negro.
Según
la teoría del discurso, quién dice rehusar tal
propuesta no podía menos que atribuirse a cobardía, es el negro de propia voz.
Todorov (1975) explica este tipo de expresiones en donde aparecen simultáneos dos
discursos, si no ¿cómo nos explicamos que el
ardiente joven oyó esta palabra?[15]
No podemos suponer que el ardiente joven escucha al narrador. El asunto no es fácil de
dilucidar. Esto abre otro tema, el de la calidad literaria, primero debemos aceptar que el
procedimiento es complejo, pero luego no será igualmente fácil aceptar que por complejo
es valioso. Si recordamos que los críticos definen o identifican la falta de calidad
narrativa de la obra de Lizardi por su simplicidad, entonces al encontrar muestras de lo
contrario se demuestra que existe calidad en el texto.
(10)
Volviéronse ambos las espaldas,
anduvieron un corto trecho, y dándose las caras al descubrir, disparó el oficial al
negro, pero sin fruto, porque él escogió la pistola vacía. Se quedó aturdido en el
lance, creyendo con todos los testigos ser víctima indefensa de la cólera del negro;
pero éste con la mayor generosidad le dijo: Señor, los dos hemos quedado bien, el
duelo se ha concluido; usted no ha podido hacer más que aceptarlo con las condiciones que
puse, y yo tampoco pude hacer sino lo mismo. El tirar o no tirar pende de mi arbitrio;
pero si jamás quise ofender a usted, ¿cómo he de querer ahora viéndolo desarmado?
Seamos amigos, si usted quiere darse por satisfecho; pero si no puede estarlo sino con mi
sangre, tome la pistola con balas y diríjalas a mi pecho.
El
vértigo de la narración impide hacer conjeturas al lector modelo, las acciones y el
discurso del negro son fuertes, el militar pasa de un estado a otro sin que el narrador se
detenga a recrearse en ello, le basta una frase: Se
quedó aturdido en el lance para dar cuenta de su estado de ánimo, el dominio del
negro igualmente cabe en otra: El tirar o no tirar
pende de mi arbitrio.
(11) Diciendo esto, le presentó la arma horrible al oficial,
quien conmovido con semejante generosidad, tomó la pistola, la descargó en el aire, y
arrojándose al negro con lo brazos abiertos, lo estrecho en ellos diciéndole con la
mayor ternura: Sí, míster, somos amigos y lo seremos eternamente; dispensad mi
vanidad y mi locura, Nunca creí que los negros fueran capaces de tener almas tan grandes.
Es preocupación que aún tiene muchos sectarios, dijo el negro, quien abrazó al
oficial con toda expresión.
Nótese
cómo el narrador cierra las expectativas del lector, no queda duda, la otra pistola
estaba cargada, no se trató nunca de una trampa o embuste por parte del Negrito,
personaje que sabemos justo, sensato, ingenioso y valiente más por sus acciones que por
las descripciones del narrador, el cual por otra parte tampoco se ensaña con el
antagonista.
(12)
Cuantos presenciamos el lance nos interesamos en que se confirmara aquella nueva amistad, y yo, que era el menos conocido de ellos,
no tuve embarazo para ofrecerme como amigo, suplicándoles me recibieran en su tercio y
aceptaran el agasajo que quería hacerles llevándoles a tomar un ponche o una sangría en el café más inmediato (212).
Aquí
termina lo que constituye el cuento, con escasas tres páginas ha demostrado el autor ser
capaz de lograr un relato ágil, pleno de elementos dignos de discutirse. Pero no se crea
que Lizardi ha abandonado sus principios estéticos tan rápido, luego de esas páginas
donde hace gala de habilidad narrativa, precisamente en la sobremesa del refrigerio,
aparece de nuevo su estilo didáctico y reiterativo con el que trae a cuento citas propias
y ajenas, alargando el relato diez páginas más, las cuales no son del todo inútiles, ya
que en ellas encontramos datos sobre los estímulos que motivaron el cuento, las fuentes,
los fundamentos éticos, etcétera; no encierran interés sino para la historia de las
ideas o para establecer la poética de Lizardi, pero dejan fuera lo específico literario.
La
historia literaria nos da pruebas de lo bien que consiguió este cuento el efecto de real,
sus lectores reaccionaron ante él con miedo y lo censuraron hasta la prohibición:
Cuando
pretende [Lizardi] alcanzar otros niveles la censura le marca el alto; la novela quedó
inconclusa en su primera edición justamente a causa de que, en los últimos capítulos,
un negro hablaba en contra de la esclavitud y Periquillo chanceaba con el tema de los
títulos nobiliarios (Reyes, 1990: XXIII).
El
autor comete
un error al ubicar el texto en un tiempo donde la esclavitud es permitida, y un acierto,
al ubicarla en las Filipinas, un lugar abierto al comercio internacional, donde confluían
diversas razas. No obstante esta previsión, será la obra víctima de los censores, y
tendrá que esperar hasta que entre en vigor la abolición de la esclavitud para que se
valore extra literariamente la antelación emancipadora de Lizardi. Este relato nos
completa el cuadro de la complejidad del pensamiento político del Pensador Mexicano,
compárese con las ideas conservadoras desplegadas en La Carta.
Tanto
la manera de llevar al lector al punto climático como la postura ideológica imperante
del relato, eran en la época de Lizardi originales, si pensamos que cincuenta años
después la cuestión de la igualdad de las razas era todavía tema de discusión en los
parlamentos de naciones avanzadas, podremos evaluar la originalidad de tema y
la postura de Lizardi:
La
auténtica originalidad auténtica en relación a sus propósitos es aquella
que, al hacer surgir las fantasías humanas, a medias formadas, vacilantes e inexpresadas;
al hacer excitar los latidos del corazón en embrión, combina con el placentero efecto de
una novedad aparente un verdadero deleite
egoístico (Poe, 1997: 236).
Bibliografía
BIBLIOGRAFÍA
ACOSTA,
Gómez, Luis
1989 El lector y la obra.
Teoría de la recepción literaria, Madrid, Gredos.
ALGABA,
Leticia y Jorge
Rufinelli eds.
2000 Novelas y cuentos,
México, Factoría Ediciones.
ANGENOT,
Marc ed.
1993 Teoría literaria,
México, Siglo XXI.
ANDERSON
Imbert, Enrique
1970 Historia de la
literatura hispanoamericana I, México, FCE.
1980 Historia de la
literatura hispanoamericana II, México, FCE.
1999 Teoría y técnica
del cuento, España, Ariel.
ARISTÓTELES
1999
Poética, México, Editores Mexicanos Unidos.
BAJTÍN,
Mijaíl,
1989 Teoría y Estética
de la novela, Madrid, España, Taurus, Alfaguara.
1992 Estética de la
creación verbal, México, Siglo XXI.
BARTHES,
Roland
1980 S/Z, México,
Siglo XXI.
1983 El grado cero de la
escritura, México, Siglo XXI.
1987 El susurro del
lenguaje. Más allá de la palabra y la escritura, Barcelona, Paidós.
1990 Análisis
estructural del relato, México, Premiá.
BATES,
H. E.
1995 El cuento moderno, en Zavala 1995, pp.
133-152.
BERISTÁIN,
Helena
1998
Diccionario de retórica y poética, México,
Porrúa.
1989 Análisis
estructural del relato literario, México, UNAM.
BLANCO,
José Joaquín
1996 Crónica literaria.
Un siglo de escritores mexicanos, México, Cal y Arena.
BUXÓ,
José Pascual
1984 Las figuraciones del
sentido, Ensayos de poética semiológica, México, FCE.
CANUDAS
Sandoval, Enrique
2000 Viaje a la
república de las letras, México, CONACULTA.
CARBALLO,
Emmanuel
1999 Reflexiones sobre
literatura mexicana del siglo XIX, México, Biblioteca del ISSSTE.
CORTÁZAR,
Julio
1997a
Algunos aspectos del cuento
en Pacheco 1997, 379-396
1997b
Del cuento breve y sus
alrededores, en Pacheco, 1997, 397-408.
CORTÉS,
Jaime
1991 El cuento. Siglos
XIX y XX, México, Promexa.
CHATMAN,
Seymour
1990 Historia y discurso.
La estructura narrativa en la novela y el cine, España, Altea, Taurus, Alfaguara.
DIJK,
Teun A. van
1993 Texto y contexto
(semántica y pragmática del discurso), México, REI.
EAGLETON,
Terry
1998 Una introducción a
la teoría literaria, México, FCE.
ECO,
Umberto
1987 Lector in fabula. La
cooperación interpretativa en el texto narrativo. España, Lumen.
1992 Los límites de la
interpretación. España, Lumen.
1997a
Seis
paseos por los bosques narrativos. España, Lumen.
1997b
Interpretación
y sobre interpretación. España, Cambridge. University Press.
2002 Sobre literatura,
Barcelona, Océano.
ERASTO
Cortés, Jaime ed.
1991
El cuento siglos XIX y XX. Clásicos de la
literatura mexicana, México, Patria.
FERNÁNDEZ
de Lizardi, José Joaquín
1982 Textos. Una
antología general, México, SEP/UNAM.
1987
El Pensador Mexicano. Carta desde la Isla de
Ricamea, Tomo III, México, Centro de Estudios de Historia de México.
1990a Obras.
VIII Novelas, México, UNAM.
1990b Obras.
IX Novelas, México, UNAM.
FERNÁNDEZ
Moreno, César ed.
1986
América Latina en su literatura, México, Siglo
XXI.
FLORES,
Ángel
1984 Narrativa
hispanoamericana 1816-1981, México, Siglo XXI.
FOWLER, Alastair
1988 Género y canon literario, en Garrido ed.
1988, pp. 95-128.
FRÍAS
y Soto, Hilarión et all.
1993 Los mexicanos
pintados por sí mismos, México, CNCA.
GENETTE,
Gérard
1989 Palimsestos. La
literatura en segundo grado, Madrid, Taurus
2001
Umbrales, México, Siglo XXI.
GONZÁLEZ
Peña, Carlos
1980 Historia de la
literatura mexicana, México, Porrúa.
JIMÉNEZ
Rueda, Julio
1988 Letras mexicanas en
el siglo XIX, México, UNAM.
KUSHNER,
Eva
1993 Articulación histórica de la literatura, en
Angenot ed. 1993.
LEAL,
Luis
1990
Breve historia del cuento mexicano. México,
Universidad Autónoma de Tlaxcala.
LONGO
1990 Dafnis y Cloe,
México, Premiá Editora.
MATA,
Óscar
1999 La novela corta
mexicana en el siglo XIX, México, UNAM.
MONTERDE,
Francisco
1971 Historia de la
literatura mexicana, México, Porrúa.
PACHECO,
José Emilio y Carlos Monsiváis eds.
1992 La poesía, siglos
XIX y XX, colecc. Clásicos de la literatura mexicana, México, Promexa.
PALAZÓN,
María Rosa
1982 Prólogo, en Fernández 1982.
PAVÓN,
Alfredo
1996 La herencia de Luis Leal, en Poot, 1996 pp.
35-60.
POE,
Edgar Allan
1985 La filosofía de la
composición, México, Premiá Editora.
1997 Hawthorne y la teoría del efecto en el
cuento, en Pacheco, 1997, pp. 293- 313.
POOT
Herrera, Sara ed.
1996 El cuento mexicano.
Homenaje a Luis Leal, México, UNAM.
RALL,
Dieter ed.
1993
En busca del texto, México, UNAM.
REYES,
Graciela
Polifonía
textual. La citación en el relato literario,
Madrid, Gredos.
REYES
Palacios, Felipe
1990 Prólogo a Obras VII
Novelas de Lizardi. México, UNAM
RIFATERRE,
Michael
1995 El intertexto desconocido, en Navarro 1997, pp.
146-171.
SEFCHOVICH,
Sara
1987 México: país de
ideas, país de novelas. Una sociología de la literatura mexicana, México, Grijalbo.
SEGRE,
Cesare
1985 Principios de
análisis del texto literario, Barcelona, Editorial Crítica.
SEYMOUR,
Menton
El
cuento hispanoamericano,
México, FCE.
TODOROV,
Tzvetan
1975 Poética, Buenos
Aires Argentina, Losada.
1991
Crítica de la crítica, Caracas, Venezuela, Monte
Ávila Editores.
1996
Los géneros del discurso, Caracas, Venezuela,
Monte Ávila Editores.
TODOROV,
Tzvetan y Oswald Ducrot
1984
Diccionario enciclopédico de las ciencias del
lenguaje, México, Siglo XXI.
TODOROV,
Tzvetan ed.
1987 Teoría de los
formalistas rusos, México, Siglo XXI.
TOLA
DE HABICH, Fernando
1984 Museo Literario,
México, Premiá.
1986
Museo literario dos, México, Premiá.
1987
La crítica de la literatura
mexicana en el siglo XIX,
México, UNAM.
VERNON,
Hall
1980 Breve historia de la
crítica literaria, México, FCE.
ZAVALA,
Lauro
1995a Teorías
del cuento I. Teorías de los cuentistas, México, UNAM.
1995b
Teorías
del cuento II. La escritura del cuento, México, UNAM.
1997 Teorías del cuento
III, Poéticas de la brevedad, México, UNAM.
1998 Teorías del cuento
IV, Cuentos sobre el cuento, México, UNAM.
[1] Autores contemporáneos como García Márquez y Fernando del Paso lo han hecho, toman de sus novelas relatos breves y forman volúmenes de cuentos.
[2] Véase en la primera el episodio del Payo y los dos perritos, y en el segundo la historia del espadachín.
[3] Este escrito no tiene más título que el del periódico y la fecha al inicio, en el número 2 de El Pensador Mexicano, pero los números 3 y 4 se encabezan con "Continúa la carta de mi hermano" y "Concluye la carta de mi hermano" respectivamente.
[4] En lo sucesivo lo denominaré La carta.
[5] Los formalistas rusos lo dejaron claro para la teoría literaria, fábula es la serie de acciones que integran la historia ordenada tal y como aparecería en la realidad. Este concepto se opone a intriga, trama y argumento: la historia tal y como es presentada por el relato. Más sobre el tema lo podemos encontrar en Eco 1987: 14546.
[6] El lector modelo será siempre un ideal de la teoría textual, el carácter de ideal de este elemento de la cooperación lectiva queda más claro en obras complejas, según Eco, es producto de las estrategias textuales del Autor Modelo (1997: 41).
[7] Aquí me refiero por supuesto a esa forma de indagación que sufre la obra literaria cuando es objeto de evaluaciones para determinar premios, becas, donde se comparan sus características y se dice entonces: esta obra ganó por su manejo del lenguaje, sus innovaciones temporales, etcétera El consenso se da entre personas elegidas por instituciones.
[8] La comparación no es del todo arbitraria, a pesar de su veleidades realistas y su respeto a los nobles, ambos escritores estuvieron en la cárcel por motivos políticos.
[9] Le dedicó un texto entre crítico y creativo: Imagen del hechizo que más quiero. Autobiografía apócrifa de José Joaquín Fernández de Lizardi. El título no puede ser más sugestivo.
[10] El sentido moderno está diseñado en gran medida a partir de La filosofía de la composición y el ensayo Hawthorne, de Edgar Allan Poe, como señalé antes en la Introducción.
[11] Para el trabajo con este cuento, tomo las referencias de la edición crítica del Periquillo Sarniento que dirigió Felipe Reyes Palacios (1990) para la UNAM.
[12] Anoto la página de esta cita para que se pueda realizar un rápido cotejo con la anterior donde se hace la descripción de la tía y así dar una idea del tamaño de la digresión: nueve páginas de cuarenta renglones en el formato de la edición de la UNAM.
[13] Igual que con los cuentos anteriores, tomo las referencias de la edición crítica del Periquillo Sarniento que realizó la UNAM.
[14] Este es el caso de mayor complejidad verbal que tiene el texto, por esto me detengo aquí a citar a Todorov, para quién el siguiente es un ejemplo de esta polifonía: K se sintió en principio feliz por haber salido de esa habitación excesivamente caldeada donde se atropellaban sirvientes y personajes secundarios. Hacía un poco de frío, la nieve se había endurecido, era más fácil caminar. Lentamente comenzaba a caer la noche y K. Aceleró el pasó (El castillo).
Aparentemente se trata de la denominada visión con. Seguimos a K. Vemos y oímos lo que él ve y oye, conocemos sus pensamientos, pero no los de los demás. Y sin embargo... tomemos las dos palabras feliz y lamentablemente. La primera vez, K. Se siente feliz, pero no piensa: soy feliz. Se trata de una descripción y no de una cita. K. Es quien se siente feliz, pero es otro quien escribe: K. Se sintió feliz. Esto ya no sucede con lamentablemente. Esta palabra refleja una comprobación que el propio K. Articula; acelera su paso como consecuencia de esa comprobación y no porque empezaba a caer la noche (Todorov, 1975: 9192)
[15] No estamos ante lo que Todorov llama discurso contado, ya que este se contenta con registrar el contenido del acto de palabra sin retener ninguno de sus elementos. (1975: 47).