Sincronía Fall 2008


El personaje histórico en la dramaturgia de Aurelio Luis Gallardo

María Guadalupe Sánchez Robles

Universidad de Guadalajara, México


 

En la turbulenta historia del siglo XIX mexicano, la promulgación de la Constitución liberal de 1857 agudizó los conflictos políticos en el país, al provocar una fuerte reacción de los conservadores, que exigían la desaparición del nuevo código legal restaurador de la república federal, representativa y democrática. Incapaz de gobernar con una Constitución que le parecía demasiado radical, en 1858 el presidente Comonfort la suprimió, renunció a su puesto y lo entregó a Benito Juárez, presidente de la Suprema Corte de Justicia, cargo que equivalía al de vicepresidente. Después de recibir el poder ejecutivo, Juárez salió inmediatamente hacia el Occidente de México; allí instaló su gobierno, formó su gabinete y publicó un manifiesto por el cual restablecía el gobierno constitucional. Comonfort se rindió a los conservadores y salió del país. A su vez, Félix Zuloaga tomó posesión del Palacio Nacional y fue reconocido como presidente por el grupo conservador.

     De esta manera, la República tenía dos gobiernos; uno conservador en la capital, con Zuloaga como presidente y otro liberal, en provincia, con Juárez al frente del ejecutivo. La guerra civil era entonces inevitable para decidir cuál de los dos grupos habría de regir a la nación. Así empezaría la Guerra de Reforma o de Tres Años (de 1958 a 1961), lapso en el que coexistieron los dos gobiernos que mantuvieron a México dividido en sendas facciones, cada una de las cuales defendía su ideología e imponía sus leyes y exigencias, propias de un estado de guerra.

El gobierno de Zuloaga contaba con la ayuda de la iglesia y el ejército, puesto que defendía los intereses de estas dos poderosas instituciones. Para costear los gastos de guerra, el clero puso a disposición de los conservadores parte de su riqueza y ayudó además con la amenaza de excomunión a quienes siguieran a los liberales. El gobierno de Juárez, en cambio, tuvo que improvisar un ejército con una mayoría de civiles, aunque algunos liberales notables eran militares. La llamada “república itinerante”, fue albergada por los estados de Guanajuato, Jalisco y Veracruz.

Aunque la victoria final habría de ser para los liberales, el primer año de la Guerra de Reforma estuvo marcado por los triunfos del bando conservador. En 1859, el general Leonardo Márquez, entonces gobernador de Jalisco, encabezó el combate contra las fuerzas republicanas al mando del general Santos Degollado, estacionadas en Tacubaya en espera de que el pueblo de la ciudad de México se levantara en armas en contra del presidente conservador, el general Miguel Miramón. La lucha resultó muy reñida y Degollado fue derrotado por Márquez el 11 de abril de 1859. Marquéz recibió órdenes de Miramón de pasar por las armas inmediatamente a todos los prisioneros, de oficiales para arriba; pero en un exceso de revanchismo, mandó fusilar por parejo a 53 personas distinguidas, incluyendo a enfermeras y practicantes de medicina que prestaban servicio a los heridos, así como a algunos vecinos de opiniones liberales que cayeron en sus manos. Entre los practicantes estaba el poeta veracruzano Juan Díaz Covarrubias. Por esta vil y cobarde acción, a Leonardo Marquéz se le conoció como el Tigre de Tacubaya y a los victimados, como los Mártires de Tacubaya. La carnicería causó horror y sirvió de trágica musa a diversos escritores de la época.

En el Teatro Principal de Guadalajara, se estrenó en el mismo año de 1859, el drama histórico en cinco actos Los Mártires de Tacubaya, del poeta y dramaturgo Aurelio Luis Gallardo (1831-1869). Ahí comenzó su carrera uno de los actores más destacados de aquellos tiempos: Desiderio Guzmán, creador del papel del general Leonardo Márquez. Posteriormente, el Tigre de Tacubaya sería interpretado por el actor Serapión Mendiola, quien según consigna Magdalena González Casillas en su Historia de la literatura Jalisciense (1987:159), “se quitaba el disfraz apenas corrido el telón, para evitar ser linchado. El público, indignado, aplicaba los peores epítetos al general imperialista y las autoridades se vieron en la necesidad de recoger la edición y prenderle fuego en la Plaza de Armas, para conservar el orden ciudadano”.

Escrito en la plenitud decimonónica y al calor de la lucha entre liberales y conservadores, el drama de Aurelio Luis Gallardo despliega entre versos octasílabos y endecasílabos los tópicos más importantes del romanticismo en boga: patriotismo, libertad, muerte, destino, lucha, religión, amor imposible, honor, infierno y gloria.

Los Mártires de Tacubaya lleva a escena a por lo menos seis personajes cuya participación en los hechos consigna la historia: los mártires Manuel Mateos, joven abogado; el general Marcial Lazcano; el poeta y practicante de medicina Juan Díaz Covarrubias; el jefe del cuerpo médico militar Manuel Sánchez; el oficial Ildefonso Portugal y, desde luego, el general conservador Leonardo Márquez. Las acciones bélicas corresponden puntualmente con los documentos de época, como el parte que el mismo Leonardo Márquez rinde sobre la ejecuciones, los cuadernillos panfletarios que circularon de ambos bandos y los testimonios de los historiadores Manuel Cambre en su obra La Guerra de Tres Años (1986) y Luis Pérez Verdía, en el segundo tomo de su Historia Particular del Estado de Jalisco (1989).

De los personajes: Sor Dolores, Carolina Baz, Madama Adelina Smith, Luis Zubieta, Ferriz, Sargento Cázares, Fray Manuel, Amador y los niños Víctor y Samuel podemos suponer que pertenecen totalmente a la ficción, o mejor dicho, que son tan ficticios que parecen reales.

En cuanto al protagonista, Márquez, el Tigre de Tacubaya, participa igualmente de realidad y ficción.

Vayamos por partes:

1.  Acto primero. Acotación escénica: “Gran barricada a espaldas del jardín del Arzobispado. Una pieza de batalla. Varios soldados sobre el muro. Se oyen tiros y gritos”. Es la lucha de Tacubaya. Destaca su fidelidad histórica a través de elementos románticos como el patriotismo: “si es preciso que muera,/ que sea al pie de mi bandera”; el sino:  “Al destino desafiemos/ tal vez así alcanzaremos/ la victoria apetecida”; las consignas ideológicas: ¡Viva la Religión! ¡Muera la Constitución! por el lado conservador, o “Anda, a ver si tus esclavos, con matar, matan la idea” por el bando constitucionalista, o la fatalidad buscada: “la muerte estoy esperando/ que harto me pesa el vivir.” “Mejor que verte, tirano,/ quiero abrazar al verdugo”. El primer acto consigna la pérdida de la batalla por parte de los liberales. Lazcano y Mateos son vencidos por Márquez. Fusilan a Lazcano.

2.  Acto segundo. Acotación escénica: “Hospital improvisado. Catres por ambos lados. Hermanas de la Caridad asistiendo a los heridos”. “Porque doquiera se advierte/ cuán sangriento fue el combate,/ y sobre nosotros bate/ sus negras alas la muerte”, dice el poeta Covarrubias a Sánchez, mientras atienden a las víctimas. Hablan de premoniciones y reflexiones sobre la muerte y el bien y el mal. En el campo de lo ficticio, destaca el diálogo amoroso entre Sor Dolores y el médico Sánchez.

DOLORES.- Consagrada al Señor no puedo ahora

ni en suspiros decir cuánto te quiero,

siendo mi única antorcha salvadora

tú la esperanza de mi amor primero.

Con santo arrobamiento el cielo quiso

que en mi frente brillase tu mirada,

y desde entonces, Ay! me fue preciso

alejarme de Dios, desventurada!

SANCHEZ.- Por eso en tí, no más creo en el mundo

y hombre alguno sintió tan hondo anhelo,

que a ti te miro en mi dolor profundo

como divina aparición del cielo! (Gallardo s/f: 13-14)

El amor imposible queda para la otra vida. De vuelta a la realidad, llegan Mateos y Portugal. Los prenden. Los oficiales reaccionarios piden a los médicos que huyan, pero ellos no aceptan dejar a los heridos. Aparece Márquez. Los apresa y anuncia que hará “rodar sus cabezas, al filo de media noche”.

3.  Acto tercero. Acotación escénica: “Sala de profundis en el Convento de San Diego de Tacubaya; una lámpara de hierro colgada del techo; una cortina negra cubriendo el fondo, la cual se descorrerá a tiempo. Crucifijo de cuerpo entero sobre una mesa, sillones antiguos; es de noche”. El acto inicia con el monólogo del Tigre de Tacubaya:

MÁRQUEZ.

En alas de esta victoria,

ambición a dónde vas?

No puedo alcanzar la gloria

porque ha marcado mi historia

el dedo de Satanás!

Porque en todas partes veo

manchas de sangre, sí, sí;

sangre aquí en el alma leo,

y sangre, sangre deseo

en mi ardiente frenesí!

Que tengo instintos de fiera!

Parece que me nutrió

en su seno una pantera!

Que siempre mi vida entera

con el crimen se manchó! (Ibid: 21)

 

Ordena a sus oficiales Cázares y Ferriz matar a los 52 detenidos, incluyendo los médicos. Cázares se niega y es condenado a muerte. Llega Fray Manuel, un monje del convento, quien solicita permiso para auxiliar a los prisioneros, pero Márquez se lo impide:

MARQUEZ.- Ellos sin religión...

no importa mueran

sin los auxilios necesarios: fía

que aunque un sacerdote me pidieran,

como estar allí Dios, lo negaría!

FRAY.- Blasfemo ¡... en vano

de su faz te ocultas!

MARQUEZ.- Quién domará

la fuerza de mi brazo?

FRAY.- Ese terrible Dios a quien insultas,

y a cuyo eterno tribunal te aplazo! (Ib: 34-35)

4.  Acto cuarto. Acotación escénica: “Loma árida y desierta; en el fondo varias rocas y arbustos que se supone dan a un precipicio; grandes fogatas. Es de noche”. Márquez recorre el campamento. Ordena a Ferriz matar a todos los prisioneros y le promete a cambio, ascenderlo a comandante. Viene otro monólogo de Márquez, enloquecido:

Márquez solo.

Ah! Solo, solo me quedo!...

Qué voy hacer, pese a mí,

si para el crimen nací!...

por qué, por qué tengo miedo?

Remordimientos, atrás!

Aquí una negra serpiente

me muerde fiera, inclemente!...

Perdón para ellos? ... jamás!

No sé... negras sombras,

espectros que espantan

de cóncavas tumbas

allí se levantan,

dando en siniestro

confuso tropel!

Su risa estridente

sus pálidas tocas,

El lúgubre grito

que exhalan sus bocas,

tiene algo espantoso

de muerte tal vez!

En círculo eterno

se estrechan, se agitan,

y ríen, y blasfeman,

y cantan, y gritan,

y llega el demonio

rugiendo al compás!

”Allá está el abismo,”

repiten bailando,

y pasan y toman

sus huesos chocando.... (Ib: 38-39)

Los reos Sánchez, Portugal y Covarrubias reflexionan antes de morir: cantan a la patria y a sus amadas. Como última voluntad, Sánchez pide ver a su hermano y se le niega; Covarrubias, escribir una despedida a su familia y se le impide, al igual que ver a un sacerdote. Entonces el poeta regala su reloj como recuerdo al verdugo, Ferriz, quien llora y pide perdón. Covarrubias, Sánchez y Portugal mueren abrazados. Otra patrulla se encargará de ejecutar a Mateos por la espalda. Márquez separa a los niños Víctor y Samuel de su madre, Madama Adelina Smith. Junto con ella, buscaban a su padre, el ingeniero Smith. Márquez ordena que sigan las ejecuciones y la madre impotente sentencia: “Su sangre inocente caiga entonces sobre ti”.

5.  El quinto acto tiene la misma decoración que el tercero, en el Convento de San Diego. Amanece y Márquez se proclama dueño de México. Llega Carolina Baz, quien le pregunta por Juan Díaz Covarrubias; luego Sor Dolores, quien reclama a Sánchez y Adelina Smith, a sus hijos. Márquez trata de engañarlas, pero cuando Madama Smith lo amenaza con su propio puñal, el sanguinario recorre la cortina del fondo y les muestra los cadáveres. Termina la representación con una nueva maldición de la dama:

...

La risa del demonio

horriblemente

brilla en tu faz

sardónica y sombría;

la señal de Caín

marca tu hueste

Maldito del Señor

Ay de ti un día!!! (Ib: 57)

Ni las advertencias de Fray Manuel ni las maldiciones de Adelina Smith alcanzaron en la vida real al Tigre de Tacubaya. Por el contrario, la historia nos presenta al general conservador Leonardo Márquez como un personaje equilibrado, que fue vitoreado en México y Guadalajara tras su victoria, que trató de atribuir a Miramón la responsabilidad de la matanza y que terminada la Guerra de Reforma, ahora al servicio del Imperio, fue enviado en 1864 por Maximiliano a Constantinopla como embajador extraordinario, con el encargo de comprar para México los Santos Lugares. Después fue nombrado lugarteniente del Imperio con amplísimos poderes. Ante la derrota de su ejército, renunció a su cargo y desapareció misteriosamente. El temido Tigre de Tacubaya permaneció oculto seis meses, protegido por su madre y finalmente se escapó disfrazado de arriero rumbo a Veracruz, se embarcó a Nueva Orleans y de allí continuó a La Habana, donde permaneció hasta 1895. Gracias a un indulto porfirista volvió a México, pero tras la caída de Díaz, regresó a Cuba, donde murió en 1913, a los 93 años.

  Cumplida la tarea de reflexionar sobre el personaje histórico en el teatro, valdría la pena preguntarnos ahora de qué manera invade el mito la realidad extratextual. En otras palabras, ¿por qué al autor de los Mártires de Tacubaya, Aurelio Luis Gallardo, la obra le costó la aprehensión y el destierro a San Francisco, California, de donde nunca volvió? ¿Por qué el actor Desiderio Guzmán, quien estelarizó el papel del Tigre de Tacubaya, murió trágicamente después de golpearse la cabeza en un poste cuando se dirigía al Teatro Principal de Guadalajara? Y finalmente, ¿por qué la tarde del 10 de noviembre de 1889, el general Ramón Corona, gobernador de Jalisco fue apuñalado por el demente Primitivo Ron, cuando se dirigía con su familia al mismo teatro a ver la representación de Los Mártires de Tacubaya de Aurelio Luis Gallardo?

 

 

 

 

 

 

 

 

 

BIBLIOGRAFÍA

ÁLVAREZ, José Rogelio, int. Documentos inéditos e impresos muy raros referentes a la Guerra de Tres Años. Guadalajara 1858-1860. Guadalajara, 1979.

CAMBRE, Manuel, La Guerra de Tres Años. Apuntes para la historia de la Reforma. Universidad de Guadalajara, 1986.

Enciclopedia de México, 12 vols. 3ª  ed. Impresora y Editora Mexicana, México, 1977.

GALLARDO, Aurelio Luis, Los Mártires de Tacubaya. Drama histórico en cinco actos, versión mecanografiada, s/f.

GONZÁLEZ CASILLAS, Magdalena, Historia de la Literatura Jalisciense en el siglo XIX, UNED, Gobierno de Jalisco, Guadalajara, 1987.

HERNÁNDEZ LARRAÑAGA, Javier, El Teatro Principal de Guadalajara, La leyenda...olvidada, Ágata, Guadalajara, 2004.

HIDALGO, Aurelio, El Teatro Degollado, Publicaciones del Gobierno del Estado, Guadalajara, 1966.

Los asesinatos de Tacubaya, impreso en México y reimpreso en la imprenta de Benito García, Colima, 1859.

Los demagogos y sus escritos, o sea contestación al cuaderno titulado Los asesinatos de Tacubaya, Tipografía de Dionisio Rodríguez, Guadalajara, 1859.

MORA, Basilio, Notas para la Historia del Teatro en Jalisco, UNED, Gobierno de Jalisco, Guadalajara, 1985.

PÁEZ BROTCHIE, Luis, Jalisco. Historia Mínima, Ayuntamiento Municipal, Guadalajara, 1985.

PÉREZ VERDÍA, Luis, Historia particular del Estado de Jalisco, vol. III, edición facsimilar de la de 1911. Universidad de Guadalajara, 1989.


Sincronía Fall 2008