Sincronía Winter 2010


 

INSURGENTES, BICENTENARIAS Y RENOVELADAS

María Guadalupe Sánchez Robles

Universidad  de Guadalajara


 

 

Las celebraciones del Bicentenario de la Independencia de México ratificaron las características de nuestra historia de bronce: anecdótica y contundente. Definitoria de una patria fuerte robustecida por sus revoluciones, consagró una vez más los añejos arquetipos femeninos de la activa conspiradora, Josefa Ortiz de Domínguez o la ilustrada ideóloga, Leona Vicario.

            En tanto, escritores e historiadores han traído a nuestro rígido imaginario nacional “humanizadoras” descripciones e interpretaciones de esa otra lucha alterna e inacabada: la de las mujeres. Tal es el caso de La Insurgenta[1], Premio Bicentenario Grijalbo de Novela Histórica. El autor, Carlos Pascual, quien presenta diversas facetas de la personalidad de Leona Vicario, primera periodista mexicana, justifica su elección:

            Porque Leona fue una mujer compleja, como todas ellas lo son. Porque no me extraña que     haya vivido perseguida pues aun ahora se antoja seguirle los pasos. Porque nació como hija    de la Ilustración y murió como símbolo del Romanticismo (…). Porque al perseguir, una   vez más, a Leona Vicario, somos persecutores de una idea. (pp. 241-242).

            Sin esconder su oficio de dramaturgo, el escritor lleva a escena a numerosos personajes , tanto notables como del pueblo, que al día siguiente del deceso de Leona Vicario en 1842, acuden al Ayuntamiento de la ciudad de México ante la convocatoria pública para discutir si se realizarán en su honor funerales de estado o de ciudadano ilustre, y si será nombrada oficialmente “Benemérita y Dulcísima Madre de la Patria”. A través de los testimonios se recrea toda una época de la historia mexicana y se argumenta a favor y en contra de la propuesta.

            Sobre la ilustre heroína, todos los epítetos alusivos a su inteligencia, belleza, valentía, arrojo,  fidelidad y alcurnia. Para algunos hombres, una lástima que no hubiera nacido varón. Para algunas mujeres, la soberbia se sumó a sus éxitos y no reconoció el trabajo de otras.

            Pero sin lugar a dudas, una de las comparecencias más destacadas  en la obra, es la de una dama de sociedad, ya entrada en años y  famosa por proteger a insurgentes: Doña María Ignacia Rodríguez de Velasco y Osorio Barba, la célebre Güera Rodríguez, quien se opone rotundamente a la nominación de la “Dulcísima Madre de la Patria”:

                        Porque renunció a darles a las mujeres un papel protagónico en la vida cotidiana. (…)Leona tenía una pluma y sí, en su momento, también una espada, pero decidió cambiarlas por un bordado y un rosario. Pudo haber sido  nuestra Madame de Staël: aristocrática, libertaria, revolucionaria y escritora preclara. Pero no, Doña Leona se dejó atrapar por los convencionalismos… ¡ella! ¡Ella a quien tanto admiré en su juventud! ¡Sus aventuras eran el centro de atención en mis tertulias! “¡Que se ha fugado la Vicario!”, “¡Que se casó a escondidas con un don nadie!”, “¡Que anda siguiendo a Morelos a salto de mata!” “¡Que escribe en tal o cual periódico!” ¿Y después, señores? ¿¡Y después!? A criar niñas y a zurcirle los calcetines al marido… (pp. 117-118)

            La Güera Rodríguez fue una figura muy importante en la guerra por la separación de la corona española en  el México de la primera década del siglo XIX, por lo que además de haber mostrado el vigoroso tratamiento que recibe en esta obra de Carlos Pascual, pretendo para este  estudio sobre los arquetipos femeninos en el imaginario de la Independencia, estudiar dos novelas dedicadas a la biografía de Doña María Ignacia.

            Las obras seleccionadas son: La Güera Rodríguez de Artemio del Valle Arizpe (1949) y El águila en la alcoba de Adolfo Arrioja Vizcaíno (2005). En otras palabras, más que hablar sobre las mujeres de la Independencia mexicana, se trata aquí de las representaciones de las mujeres de la Independencia en el México de los años cuarenta y en el de principios del siglo veintiuno.

Para realizar este acercamiento procedí como sigue: de cada una de las novelas mexicanas que se ocupan del personaje de interés, hice una selección de las citas textuales en las cuales aparece dicho personaje; una vez constituido el corpus de trabajo me di al análisis minucioso de los comportamientos localizables en dichos fragmentos; esto se refiere a cómo expresan lo que expresan los textos (si se hace énfasis en un signo o en una característica, por ejemplo); en cada uno de los corpus novelescos llevé a cabo la articulación definitoria de los variados comportamientos textuales (como por ejemplo qué función tiene en ambas narraciones el discurso de lo histórico); luego procedí a establecer las series de conflictos o juegos de oposiciones que cada uno de los textos construye a partir de la instancia narrativa (por ejemplo, rebeldía vs. aristocracia) para con toda la información obtenida dar lugar a una lectura final propuesta, lo que considero son los ejes de significación a partir de los cuales las novelas estudiadas dan forma a la reinterpretación de la figura de la Güera Rodríguez.

            A partir de las articulaciones textuales que la “figura” de la protagonista histórica y literaria expresa en las obras citadas, he extraído lo que considero que es la visión que cada libro tiene de doña María Ignacia. Es, pues, por las mismas estructuras y funcionamientos textuales que se refieren al personaje de la Güera Rodríguez, como he construido una lectura propuesta de las condiciones de representación, a modo de conclusiones.

De acuerdo con las fuentes históricas, María Ignacia Rodríguez de Velasco y Osorio Barba (1778-1851) nació y murió en la ciudad de México. Por intercesión del virrey conde de Revillagigedo, en 1794 casó con José Jerónimo López de Peralta de Villar Villamil, con quien tuvo tres hijos, y enviudó once años después. Fue partidaria de la Independencia y compareció ante el Tribunal de la Inquisición, después de cuyo proceso el virrey Lizana Beaumont la desterró por un breve tiempo a Querétaro. Tuvo gran amistad con Iturbide y fue admirada por Humboldt, quien dijo que “era la mujer más hermosa que había visto en el curso de sus viajes”. Contrajo segundas nupcias con Mariano de Briones, y terceras con Manuel Elizalde, quien a la muerte de ella se ordenó sacerdote. Los últimos años de su vida los dedicó a actividades piadosas, dentro de la tercera orden de San Francisco.

Según la biografía novelada de Artemio de Valle Arizpe [2], en la que se apoya Adolfo Arrioja para escribir El águila en la alcoba, la Güera Rodríguez logra acumular una considerable fortuna gracias a su repetida viudez y su excelente administración. Fascinante y seductora, amiga de canónigos y virreyes, tiene amoríos con Simón Bolívar, el barón de Humboldt y Agustín de Iturbide, quien al frente del ejército trigarante (1820-21), así llamado por ser representante de las tres garantías: religión católica, independencia de España y unión, consuma la Independencia nacional. En su entrada triunfal a México, el héroe desvía la ruta del desfile para pasar por el balcón de la Güera y rendirle tributo. Así la retrata Valle Arizpe:

Poseía doña María Ignacia Rodríguez de Velasco empaque, apostura; una gallardía de rosa de castilla en tallo alto. El ademán fácil iba de acuerdo con el dicho gustoso y gracioso, lleno de sabrosura, como toda ella; sus ojos (…) ¡Esos ojos azules, cuánto sabían decir! ¡Y cómo lo decían! Su luz interior le salía a doña María Ignacia al rostro en la gracia de los ojos en la seducción de sus sonrisas (…). Como si saborease sus palabras, se pasaba a menudo por los labios la lengüetilla regustadora. Siempre le bailaban los ojos de ansia, de una ansia por algo desconocido, hasta de ella misma. Era armoniosa de cuerpo, redonduela de formas, con carnes apretadas de suaves curvas, llenas de ritmo y de gracia; cuando caminaba y las ponía en movimiento, aun al de la sangre más pacífica le alborotaban el entusiasmo. Alta no era, su cabeza llegaba al corazón de cualquier hombre. (p.19)

Inteligente y visionaria, se opondrá después a la coronación de Iturbide como primer emperador de México:

- Guardaos muy bien de aceptar la corona, don Agustín, porque yo se que cuantos hombres entran a Palacio pierden la cabeza.

- Daré garantías, conservaré el orden- repuso Iturbide.

- Pensad –observó la dama-, que la primera cabeza que caerá será la vuestra. (p.148)

Y así fue. Valiente y decidida, enfrenta la Güera al tribunal de la Inquisición, acusada de amistar con los insurgentes y apoyarlos con fuertes sumas de dinero. Como sabía la vida íntima de los tres jueces, su castigo fue mandarla apenas tres meses a la apacible ciudad de Querétaro. Como éstas, existen numerosas anécdotas de la relajada vida palaciega de la época, aderezadas con fantasías, ocurrencias y arcaísmos en la novela de Valle Arizpe y con supuesta erudición histórica en la obra de Arrioja, de estilo más ágil, pero menos literario.

Al acercarnos a ambos textos, es prioritario develar cómo las estrategias narrativas de estas novelas se denuncian a sí mismas en cuanto que realizan una distinción demasiado obvia entre el discurso meramente histórico y el ficticio; el primero se ocupa de dar cuenta de los sucesos referenciales de la “historia real” y el segundo, del relato de los personajes. La enunciación de nuestra protagonista se encuentra a caballo sobre las dos vías discursivas, aunque como veremos, se va decantando hacia la faceta de lo puramente narrativo, y que toma lo histórico como pretexto, como telón de fondo para inscribirle en el texto y para irle construyendo como figura sobresaliente en ambos relatos.

            Un discurso, el histórico, en el texto de Valle Arizpe, se dedica a informarnos, literalmente, como si se tratase de un texto escolar, de los acontecimientos propios de lo que se considera historia nacional. Mientras que el otro, ya situado el ambiente, nos narra y nos describe a la figura que nos ocupa, la Güera Rodríguez. No necesariamente nos encontramos en ambas manifestaciones textuales con verdaderas novelas históricas; es decir, el personaje femenino en cuestión no es presentado enla historia”, sino que la colección de datos, a veces exagerada, sólo funciona como un decorado, como un pretexto, para que las anécdotas de doña Ignacia sean situadas en un paisaje artificial adecuado.

Los hechos “históricos” no son narrados en el sentido estricto de la palabra y del funcionamiento textual concreto. Sólo son mencionados como una serie de retahílas informativas que simulan un tiempo y un espacio, los cuales pasan por reales, porque son susceptibles de ser consultados en un almanaque o en una enciclopedia. En  El águila en la alcoba  (Arrioja Vizcaíno, 2005), la relación histórica se distingue mucho más que en el otro texto de la narración ficticia, porque establece una clara perspectiva que diferencia lo general de lo particular, lo colectivo de lo individual. Así, cuando se habla de lo histórico nos topamos con el cromo de los datos conocidos –eso sí muy ampliamente citados- y cuando nos refiere las acciones de los personajes literarios, observamos un acercamiento tanto a los detalles particulares como a las emociones de los actores. La combinación de discursos en la estrategia escritural de la obra de Adolfo Arrioja Vizcaíno va de la acumulación de datos al despliegue del recuento de acciones y características de los personajes. La historia no es narrada aquí, sólo mencionada. Lo histórico es un subterfugio para el trazo específico de la protagonista bajo una pretendida forma novelesca, que no siempre se muestra eficaz o definitiva.

En las dos novelas, mucho más en La Güera Rodríguez que en El águila en la alcoba, encontramos la presencia y el desempeño de un discurso mitificador. En la primera las acciones que el personaje realiza y las descripciones que de ella hace la instancia narrativa, la presentan como una entidad casi perfecta. Es una mujer que desde la voz del narrador no presenta defecto alguno; al contrario, incluso sus más grandes peculiaridades y fechorías, son vistas como beneficiosas para la causa política, para la sociedad y para la institución de la propia figura femenina. Todo en ella es superlativo y casi espectacular (“la graciosa y pervertida malignidad de su lengua”, “les atronó las orejas… con la mayor naturalidad del mundo y gran dulzura en la voz…”) (p.116).

En El águila en la alcoba, por otra parte, la Güera Rodríguez funciona con menos protagonismo que en el texto anterior de Valle Arizpe. En lugar de contar para sí con el “reflector narrativo” en su totalidad, es un personaje más, importante sí, uno de los de primera fila, pero uno más. La novela atiende a sus participaciones, pero no le dedica la narración por completo. Lo relevante es que adquiere también una calidad más objetiva pero no menos legendaria, pues los episodios que de ella se mencionan, son casi copia de los citados en la obra de Valle Arizpe, aunque, con más verosimilitud y un menor “entusiasmo” verbal.

A través de la lectura de este par de textos asistimos a la delineación de un personaje femenino ideal. En el caso de la novela homónima del personaje, el proceso por el cual accede a la calidad de ideal propone una serie de características exacerbadas de lo femenino, considerado como ejemplo máximo de la seducción y de cierta malignidad y peligro; también es mitificada como modelo superlativo del individuo unido a la causa de la Independencia, de una causa libertaria. Es el elemento perfecto que se destaca además, sobre todos, en la lucha por la emancipación.

            Uno de los rasgos en particular que le son atribuidos a esta figura femenina en el material al cual nos hemos acercado, es el considerable poder que ostenta y que utiliza de manera abierta. En términos de jerarquía, ya sea representada por su estatus social (“una señora de tan altas prendas y elevada prosapia”), (p.109), o por su desempeño actancial en el relato. En cada una de las novelas nuestra protagonista realiza acciones que conectadas con el literal manejo de la información, influyen grandemente en el desarrollo y despliegue de la secuencialidad narrativa; es ella quien genera o modifica los efectos de más de un comportamiento actancial, por ejemplo aplaca a los integrantes represores de la Santa Inquisición, en La Güera Rodríguez, o logra que un par de personajes terminen casándose entre sí, para beneficio de la causa libertaria y de los propios interesados, en El águila en la alcoba. La Güera Rodríguez cumple más de una vez el papel asignado de mujer interesada en la política y en los asuntos de jerarquías, con un considerable poder. Ella es trazada verbalmente como un ser superior dentro de la escala social representada y también dentro del mapa de las acciones narrativas. Así pues, doña Ignacia Rodríguez de Velasco se nos presenta al mismo tiempo como una aristócrata de considerable nivel social y una terrible rebelde sediciosa; a la vez un elemento sumamente representativo de su clase social y una seria amenaza para la misma.

            La Güera Rodríguez es una representante del poder; no necesariamente del poder político establecido, sino de un poder más puro, abstracto. Un poder que basado en el manejo de la información, parece decirse a sí mismo –y al lector- como Maquiavelo: “el fin justifica los medios”. A la Güera Rodríguez la podríamos calificar de “pícara evolucionada”; aunque no es un personaje de baja clase social sino todo lo contrario: pertenece a la nobleza y su familia es muy reconocida, se le caracteriza como una mujer brava y capaz de enfrentar al mismo poder que la sustenta,  ya que puede usar toda clase de procedimientos y artimañas –incluso las más bajas- para lograr sus cometidos. No nos relata su propia vida, porque ya tiene quien lo haga por ella (el proceso de exposición de los hechos de su vida que adquiere tonos cuasi-míticos), sí es competente para conseguir lo que busca (no fracasa, como el pícaro clásico) y desde luego no pretende, ni como figura histórica ni como personaje, moralizar o educar en el buen sentido, sino mostrar que a través de la trampa y las complicidades, todo es posible en la sociedad.

            En este orden de representaciones, nos encontramos con que la idea de la simulación se halla muy presente en la esfera de signos que corresponden a nuestra protagonista. Por medio de la estrategia narrativa de la comparación nos vamos enterando de la presencia de una serie de contradicciones textuales en conexión con el personaje de la Güera Rodríguez. Al comparar unos elementos de la narración entre sí, el texto de Valle Arizpe evidencia el proceso mediante el cual un elemento tiene las características de otro, o que uno pasa por el otro. En esta sistemática de la  ambigüedad, el Santo Oficio es a la vez una estructura religiosa, pero también política;  la Güera Rodríguez es mujer, pero no afeminada: “jamás fue pusilánime ni de afeminado corazón”, (p.116).

En otro momento dentro de la novela de Valle Arizpe se nos ofrece una curiosa comparación entre la protagonista y lo femenino: ella es calificada y definida como “Juana Tenorio”, por el alcance y la amplitud de sus conquistas (hay un recuento: un notario, un médico, un abogado, un maestro, el protagonista principal de El águila en la alcoba, etc.). A partir del referente masculino la mujer es definida y debe definirse a sí misma en esta representación que encontramos en las novelas analizadas: la mujer no es mujer, la única referencia válida para una hembra conquistadora de galanes es una marca masculina, el Don Juan. Como si se nos estuviera declarando que para ser mujer, primero hay que ser hombre. Más allá del evidente punto de vista masculino que rige la representación de la mujer textual, nos encontramos con este proceso de simulación o enmascaramiento que recorre la enunciación novelesca.

            Como decíamos arriba, el proceso de mitificación al cual es sometida la figura de la Güera Rodríguez, se impone y es de gran importancia. No solamente porque el fin de la enunciación narrativa es convertir a la protagonista en un ideal, sino también porque encontramos el proceso textual de la definición. Hay una serie de comportamientos textuales que nos indican que a través del relato se nos manifiesta una intención de definir algo. A los personajes, a las situaciones, a la sociedad, a la misma idea de Independencia que se maneja en el discurso novelesco.

            Se acentúa la definición como sistema textual; se busca decir “quién o qué” es aquello de lo cual se habla. Una muestra perfecta de este comportamiento textual es el cuarteto de versos que la Güera Rodríguez manda publicar y repartir por la ciudad de México, luego de su escaramuza con el tribunal inquisitorial:

¿Qué cosa es Inquisición?

Un Cristo, dos candeleros,

Y tres grandes majaderos,

    Esta es su definición.  (p.117)

Lo que podríamos llamar una especie de subproceso textual es aquel que tiene lugar cuando a la hora de definir algo, la instancia narrativa (o los personajes mismos), agregan o eliminan información tras la información ya dada, en un procedimiento de distorsión. Este funcionamiento se evidencia en la distinción que hace el texto de El águila en la alcoba, en los nombres “familiares” y “sociales” de los personajes (las autoridades o los personajes “históricos” o “lejanos” a la instancia narrativa son denominados con sus nombres con apellidos completos, mientras que los pertenecientes a la ficción o “cercanos” al narrador son mencionados solamente por sus nombres de pila). En la novela de Valle Arizpe, este proceso se nos presenta como un comportamiento típico: “un secreto dicho en secreto a uno, se descubre en secreto a otro, y de los dos secretos resulta un no secreto que empieza a esparcirse y pregonarse con el adorno de muchos añadidos” (p.117).

            En esta interacción entre lo aparente y lo real, entre lo mencionado y lo añadido, llegamos a identificar una sistemática textual que parece pertinente de ser indicada; tal sistemática es la de lo oculto y lo revelado. Se despliega una práctica, pero  en realidad es otra la verdadera práctica. En la superficie se muestran unos signos, pero en lo profundo son otros lo que en verdad ejercen el desarrollo de la acción. Y no sólo eso: el texto de Valle Arizpe muestra esta dicotomía “apariencia-realidad”, a la cual se une una descalificación hacia aquellos elementos que no “saben seguir el juego” de lo aparente que simula ser otra cosa, como lo demuestra el episodio del retrato en cera de la Güera Rodríguez, donde un santo varón denuncia a la protagonista ante las autoridades por haberse hecho un semidesnudo con un conocido pintor de la capital mexicana, sin tomar en cuenta que la práctica de retratarse de ese modo era común. La instancia narrativa se encarga de desvalorizar al viejo “cotorrón”, como lo llama el propio narrador, con toda una serie de insultos (desde “timorato y tolondro” hasta “motolito”).

            En términos políticos, las apariencias en la narración sirven a propósitos concretos; no solamente proporcionan un ámbito seguro dónde ejecutar toda una serie de picardías personales o las acciones pro-independencia de la Güera Rodríguez, sino que también aseguran una vía de identificación entre los elementos, ya sean personajes o actantes. Nuestra protagonista es vista por los textos como un conjunto de signos que se “mueven”, ya sea en dirección de lo verdadero o de lo simulado. El personaje es una entidad política que padece de las mismas sistemáticas que los procesos textuales novelescos. Por una parte es una entidad concreta y real y por otra, una creación absoluta de la ficción, del mito; que a su vez se vuelve necesario para funcionar en un universo de representación que es regido por lo aparente.

 

Para cerrar este acercamiento a la figura a la vez histórica y ficticia de la Güera Rodríguez, a continuación realizo una recapitulación y una propuesta de lectura de los funcionamientos textuales que considero he localizado.

              En primera instancia hemos enunciado la diferencia entre los discursos histórico y narrativo-literario; tal diferenciación da lugar a que la Historia sea considerada en la articulación textual de ambas novelas, como pretexto para el establecimiento eficaz de la ficción, para que se instaure como un marco. De tal manera que no necesariamente las obras que hemos comentado aquí pueden considerarse “novelas históricas”, dado que la historia no es narrada en términos literarios, sino únicamente mencionada de una manera muy general, como de libro de referencia, muy preciso, pero de referencia al fin.

            Asimismo, localicé la presencia y el accionar de un discurso mitificador, el cual por medio de la exageración y la exacerbación de las características descritas y de las acciones de la protagonista, va armando la imagen verbal de una mujer ideal, concebida como un personaje más perteneciente a la ficción que a la Historia.

            Esta mujer “perfecta”, de una belleza incontenible, es seductora, peligrosa, subversiva. Sin embargo, los signos que se acumulan alrededor de su caracterización portan ciertas contradicciones, como la de manifestarse al mismo tiempo como aristócrata – rebelde (conservadora - amenaza). Hablamos de que podríamos verla como una suerte de “pícara evolucionada”, representante de un poder “maquiavélico”, portadora de un poder propio de una jerarquía (social y de acción), y por lo tanto poseedora de una superioridad significativa con respecto a los otros personajes de los relatos analizados.

            El mayor poder que una entidad textual como la Güera Rodríguez posee, en estas narraciones, es el de la manipulación de la información. Su fuerza radica en el control y en la capacidad de deformar lo que sabe de los otros.

            A pesar de que la textualidad literaria o pretendidamente literaria (como es el caso de El águila en la alcoba, que es un libro de consumo comercial) dirige los  signos hacia la construcción de una mujer ideal y mítica, usando cánones masculinos que nunca abandona como referencia y modelo para determinar a lo femenino.

            Nuestro acercamiento dio lugar a la identificación de varias sistemáticas textuales con respecto a las novelas mismas y a la construcción de la protagonista. En primera instancia, la sistemática de la simulación y por lo tanto de la ambigüedad (se pretende ser lo que no se es, o se es lo contrario de lo que se muestra); la sistemática de lo oculto y lo revelado se halla muy en relación con la antes citada, ya que se trata de evidenciar o aclarar no sólo lo que se encuentra escondido, sino también lo que realiza la acción de simular. A través de una estrategia comparativa, se instituye la sistemática de la definición, mediante la que se busca constituir una identidad de situaciones y personajes. Por su parte, la sistemática de la distorsión (añadir o quitar información dada sobre una circunstancia o un protagonista) busca modificar y desestabilizar lo que se enuncia. La sistemática de la descalificación (junto con la que distorsiona) choca con la que propone establecer una identidad a cosas, actos y personajes; mientras, la distorsión confunde la información, quitándole el valor a lo que se sugiere como propietario de una identidad, de una definición clara.

Como lectura propuesta puedo decir que las novelas de Valle Arizpe y de Arrioja Vizcaíno reinterpretan y representan a la Güera Rodríguez, a partir de una ficcionalización para nada “histórica”, y sólo en el caso del primero se puede situar más cerca de lo literario. En la escritura del segundo, hallamos más bien el ejercicio de una escritura comercial, ágil sí, pero para nada compleja o trabajada en términos estéticos. Ambos autores se dedican a mitificar a la mujer real del mundo referido o a utilizar el mito ya constituido de la protagonista. Ésta posee una jerarquía que se instituye a partir del poder mismo (el control de la información), no de una verdadera ausencia del poder (en una estructura vertical). Lo masculino como creador de imagen referencial mantiene su capacidad de definir la alteridad de la mujer. Un verdadero poder no es atacado ni por las instancias narrativas, ni por el personaje de la Güera Rodríguez; al contrario, es controlado (y narrado) por lo masculino. Podemos situar un par de ejes que incluyen como actos textuales, por un lado: la simulación, la distorsión y la descalificación; y por otro lado: la definición, la revelación y la identificación.

De lo anterior podemos abstraer que la visión de lo femenino y en particular de la protagonista Güera Rodríguez, oscila entre un sistema de signos que el texto busca estabilizar, concebir e identificar y otro sistema de signos que al mismo tiempo se acerca a la posibilidad de poner las apariencias sobre lo que es real, lo deformado sobre lo preciso, lo inválido sobre lo válido. A fin de cuentas, si seguimos esta línea de ideas, lo histórico es reconocido como un mito; la historia equivale a una mitología. Y por lo tanto, aquí, nuestra protagonista, la importante figura femenina de la Independencia situada de esa manera en estas novelas, es más un ser lingüístico que pertenece de manera total a la ficción, aunque ésta no sea del todo literaria.

Para finalizar, quiero volver a la Güera de La Insurgenta, que desde la ficción parece conocer las tribulaciones del México bicentenario y propone:

            ¿Por qué quieren nombrar Benemérita a la señora Vicario? ¿Por qué esta patria, antes tan abierta y diáfana necesita ahora una “Dulcísima Madre”? ¿Por qué no le dan mejor una buena amante? Sería una nación más despierta y menos dramática. ¡Y no hablo de mí, por cierto! Yo soy una…una mujer entrada en años. Pero habría aceptado con gusto el tratamiento: ¡Doña Ignacia           Rodríguez! ¡La dulcísima amante de la patria! (p.116)

            Claro está, desde el otro extremo del imaginario femenino –pero de factura masculina- de la Independencia.

 

Bibliografía

 

Cros, E. (1992). Ideosemas y morfogénesis del texto. Literatura española e hispanoamericana. Frankfurt am Main, Alemania: Vervuert Verlag.

Álvarez, J. R. (1993). Enciclopedia de México (Vol. XII). México, México: Sabeca International Investment Corporation.

Arrioja Vizcaíno, A. (2005). El águila en la alcoba. México, México : Grijalbo.

Editorial Porrúa. (1986). Diccionario Porrúa de historia, biografia y geografía de México. (Vol. II). México, México : Porrúa.

Pascual, C. (2010). La Insurgenta. México, México: Grijalbo.

Valle Arizpe, A. d. (1977). La Güera Rodríguez. México, México : Diana.


Sincronía Winter 2010

 

 

 

 

 

 

 



[1] Para la elaboración de este trabajo se utilizó la primera edición de la editorial Grijalbo, México, 2010, de La Insurgenta, de Carlos Pascual. En lo sucesivo, las citas textuales indicarán únicamente las páginas a que pertenecen.

[2] Para la elaboración de este trabajo se utilizó la primera edición de la editorial Diana, México, 1977, de La Güera Rodríguez, de Artemio de Valle Arizpe. En lo sucesivo, las citas textuales indicarán únicamente las páginas a que pertenecen.