Sincronía Winter 2008


 

La Región de Nueva Galicia y los Indígenas:

la tierra como identidad cultural

 

José de Jesús Torres Contreras

Universidad de Guadalajara


 

Introducción a la región                                                     

 

El 21 de diciembre de 1529 salió Nuño de Guzmán de la ciudad de México a la conquista del Occidente, espacio que lo bautizo como Nueva Galicia e inició su campaña en 1530.  Establece la ciudad en su etapa final en el Valle de Atemajac. Calvo (1992) dice que “el Valle de Atemajac tiene una forma casi circular, con ligeras pendientes y una altitud promedio de 1560 metros”[1]. El espacio donde se edifica la ciudad poco a poco fue adquiriendo rostro y a su vez constituyéndose la  región, con un poder político que se manejaba con determinada autonomía ante el centro del virreinato de la Nueva España. Muría (1976) dice que “el criterio que la Corona seguía para atribuir dominación de un territorio a uno o a otro conquistador, fue el de ver quién era el que había logrado establecer, sólidamente algún grupo de españoles que garantizara la subsistencia del mecanismo necesario para mantener a los indígenas dentro de la doctrina cristiana y para conservar a los españoles en ella”[2]. Este aspecto fue un primer apoyo de Nuño de Guzmán y el segundo, fue la actitud que éste portaba: la expedición la hace sin la aprobación de Cortés, postura que la podemos entender como las primeras manifestaciones de autonomía que fue tomando con el tiempo la aristocracia novogalaica. Al parecer no necesitaba de la anuencia de tal celebridad porque dice López Portillo y Weber (1980) que  “ de la Conquista del muy Magnífico Señor, es la plenitud de derechos legales con que fue llevada a cabo y organizada por un presidente de Audiencia en funciones ejecutivas con toda autoridad legal”[3].Esta embestidura, legalidad y gran cargo lo traía de la realeza de España, por ello con el carácter que se afirma que tenía este personaje no le era necesario dicha autorización, actitud que imprimió en ese pequeño grupo de correligionarios que le acompañaban. A partir de aquí entonces es que se van edificando pueblos y construyendo el espacio social de la Nueva Galicia, en una tierra con pocos pueblos étnicos.

            Riviere (1973) dice que “el centro-oeste fue esencialmente el lugar de paso de las tribus venidas del noroeste del Continente Americano durante la época precortesiana, algunas de las cuales se establecieron en el México central”[4]. Asimismo dice que “el territorio fue ocupado por los olmecas, por grupos nahuas, por los otomíes y luego los toltecas” La economía de de estos pobladores es de autoconsumo. Con esta característica como sociedad son pocos los cambios que se podría tener la estructura cultural y espacial. De entrada las relaciones sociales no son complejas, existe una estructura de poder, pero no con una jerarquía amplia. Este tipo de grupos tenía lo que los españoles conocieron: un cacique que fungía como autoridad. Por otra parte, era una región con pocos pobladores nativos y bastante dispersos en su asentamiento. González y González (1982) dice que “cada familia habitaba un jacal distante de los otros hasta que los misioneros extirpan la incivil costumbre, hasta la congregación en pueblos con las familias desparramadas en llanos y serranías”[5]. Su alimentación estaba basada en la caza: el venado, conejos y guajolotes silvestres, algunos vegetales y el maíz, este último era el cereal más importante de la dieta indígena.

            Lo anterior da idea de que el espacio fue poco intervenido por la mano del hombre antes de que llegaran los españoles. Por lo que nos podemos imaginar a un paisaje rico o completo en toda su esencia natural, bastante apto para los objetivos que traían en mente los colonizadores. Este espacio regional contaba entonces, con una hidrología bastante importante: el Río Lerma Santiago y el Lago de Chapala, que sirvieron de soporte para las distintas actividades que vendrían con la ocupación: agricultura-ganadería. El Río Lerma era una barrera de seguridad para los nativos y una vía de transito de penetración a la zona central del país, que luego fue también usada por los españoles. Vía que llega precisamente hasta el impero de los aztecas, ésta fue una ruta espacial y cultural de los pueblos étnicos del Occidente y del centro, que permitía conectarse con los principales centros ceremoniales y comerciales. Riviere (1979) señala también que “un camino llegaba a El Nayar, otro penetraba al corazón del Imperio Tarasco en Michoacán y un último llegaba a el puesto militar de La Quemada”[6], lugar arqueológico que está ubicado en el municipio de Villanueva del estado de Zacatecas.

            La región cuenta además con dos sierras o cordilleras montañosas (eje Neovolcánico o Sierra Madre del Sur y la Sierra  Madre Occidental) y una zona costera (ésta, estuvo abandonada por mucho tiempo), que le daban en su conjunto al territorio, distintos tipos de clima y de hábitat a los nuevos colonos. La Sierra Madre Occidental sirvió de lugar de refugio a algunos indígenas (huicholes, coras, tepehuanos, tepecanos, mexicaneros) que huyeron de los nuevos invasores.

            Una vez ubicados en el territorio, dan inicio los recorridos expedicionarios hacia diferentes puntos geográficos a lo que sería la Nueva Galicia, con ello también da inicio la creación de Villas y Ciudades[7]. Este fue entonces un espacio concreto determinante para las predicciones que con el tiempo se fueron dando mediante la articulación del nuevo proyecto Colonizador. Aquí cabría afirmar lo que dice Moreno y Florescano (1977): “las hipótesis de todo esquema regional y organización del espacio es producto de las relaciones sociales de dominio del espacio y de los sucesivos tiempos históricos de una región”[8]. La región fue tal su articulación económica, política y social que llegó a tener una prominencia destacada, casi similar a la región centro de la Nueva España. Hubo una reorganización de la población. Los españoles trataron de reproducir sus instituciones en el nuevo espacio, pero éste no estaba vacío, lo cual hizo que no se implantara en forma total el modelo español, incluso en la ciudad de Guadalajara hubo necesidad de dejarles a los indios un espacio: barrio de Analco, barrio de Mexicaltzingo y el barrio de Mezquitán.

            Para llevar a cabo la gran empresa de la Nueva Galicia no sólo se reunieron los conquistadores y encomenderos, funcionarios de la Corona, sino que también mineros, poseedores de tierra (hacendados), comerciantes. Pero quien ayudó a darle forma a ese gran espacio e incluso a unificarlo en un área cultural fue el clero: franciscanos, jesuitas, agustinos, carmelitas, dominicos, etc. Con un vigor de mucho entusiasmo y devoción es que se dio la labor clerical, no sólo en el Occidente mexicano sino en todo América Latina; era necesario reivindicar la religiosidad en el paraíso utópico del Nuevo Mundo, dada la crisis que estaba sufriendo en el lugar de la sapiencia: Europa. González y González (1982) dice que “los misioneros y los curas fueron los depuradores[9] de los antiguos cultos al fuego, a la fertilidad, al sol y a la luna; los enemigos jurados de la magia negra, y los máximos propagandistas de un cristianismo que prendió en el Occidente con un vigor extraordinario”[10].

            Esto último que dice González fue, gracias a las condiciones sociales en que se encontraban los pueblos indígenas, la autoridad y permanencia con que se impuso el dogmatismo religioso. Esta labor fue tan importante que sirvió no sólo para obtener más conversos sino que también como parteaguas para tener mayor número de obrajes en las distintas actividades del nuevo proyecto colonizador; igualmente ayudó a evitar mayores sublevaciones contra los abusos de los encomenderos y de uno que otro gachupín. Así que el clero fue también pacificador y organizador de la vida social de los indígenas y de la región en general. Con el tiempo entonces como dice Aldana (2004), la capital de la región “se convierte no sólo en la capital política sino que también en la capital espiritual”[11].

            Por lo tanto, dada la importancia y el desempeño de su cometido, este gremio formó parte de los miembros de la elite (aristócrata) de la región Occidente. Entre ellos había literatos, historiadores, etnógrafos, arquitectos y hasta políticos. Fueron los religiosos entonces, los que dotaron de una conciencia regional y de orgullo a toda la elite de la Nueva Galicia. De ahí que haya jugado un papel bastante prominente entre el poder económico y el poder político. Todo se hacía en nombre de             Dios: la acumulación de capital, los abusos y el acasillamiento en las haciendas de los indígenas, el adoctrinamiento religioso, el proceso de aculturación de bienes, etc. Por lo que, ayudó a articular las buenas relaciones en las distintas esferas.

            Bryan Roberts (1973) dice que “una región y su identidad se forjan mediante las imposiciones de una clase local dominante que busca expandir su base material y que ejerce control sobre la administración local”[12]. Pensando en la administración local y en esa articulación de poder es que se instalan instituciones como la Real Audiencia de Guadalajara, la Universidad, la primera Imprenta y el Consulado de Comercio de Guadalajara, que juntos ejercieron una cohesión articuladora del territorio de la región y, un poder soberano de autonomía regional.

            El nacimiento de una conciencia regional en torno de Guadalajara, se suscitó por un lado, al papel administrativo que ejercía la ciudad y por el otro, debido a la autonomía de la Audiencia con respecto al gobierno del centro. Dice Helen Riviere (1979) que la Nueva Galicia ocupaba un territorio que comprendía los territorios de Jalisco, Colima, Nayarit, Zacatecas, Aguascalientes y oeste de San Luis Potosí. Una parte del estado de Sinaloa constituía la provincia de Culiacán, unida a la Nueva Galicia. Más tarde, ésta fue amputada, cuando ricos mineros de Zacatecas (la familia Ibarra) partieron a la conquista de las regiones septentrionales del país y fundaron Nueva Vizcaya (Riviere; 1979: 33).

El desarrollo económico de la Nueva Galicia y en particular de Guadalajara, se basa en tres aspectos esenciales: la agricultura, la cría de ganado, el comercio y las minas, con estas últimas dice Riviere que “se pacificaron los Chichimecas o su eliminación”, porque el gobierno español los incorporó a muchos de ellos a las minas descubiertas en el norte de la Nueva España. Hubo algunos mejoramientos a las comunicaciones con los reales de minas y, con este fin, fundación de conglomerados destinados al mismo tiempo a proteger los caminos y a proveer los centros mineros de productos agrícolas, aunque a principios del siglo XVII algunos mineros establecieron sus haciendas al lado de las minas. Riviere  (1979 dice que para mediados del siglo entró en crisis la Real Audiencia de Guadalajara y con ello se estimula a los mineros hacer nuevas expediciones y fundaciones de nuevas ciudades, razón para hacerlos autoritarios e independientes frente a la Audiencia misma”[13]. Sin embargo, lo que le da más importancia a la Nueva Galicia fue la función comercial, fue el elemento motor y estimulante para la formación de la región.

La hegemonía económica, política y cultural se ejercía en Guadalajara, ésta era el centro de cohesión interna de los extremos, y con ellos la del resto de los lugares (incluso externos a la región), es decir, que todos los espacios o puntos de interés donde estaban ubicados enclaves económicos y representaciones políticas ejercían su acción hacia Guadalajara.  Olvida (1991) cita a Eric van Young y dice que: “la región que la abastecía de productos básicos aproximadamente hasta 1780, comprendía un área de 100 por 200 kilómetros en forma oval que limitaba al sur con el lago de Chapala, al norte con San Cristóbal de la Barranca, al este con Tepatitlán, y al oeste con Ameca”[14]. De Guadalajara-Tepatitlán-Lagos de Moreno, era una ruta comercial que llegaba hasta la Ciudad de México, ello hizo que en los Altos se concentrara mucha población, y un detonante fue la Feria de San Juan de los Lagos. Éste y el de Guadalajara-Tepic, eran ejes de articulación de la región y por ahí se transportaban productos y enceres tanto para la Ciudad como para estas poblaciones. En este radio precisamente, era donde se ubicaban las haciendas más productivas y también fue donde más rápido se consolido la propiedad privada. Sin embargo, es hasta el siglo XIX, y en espacial la segunda mitad fue el del nacimiento del gran comercio al mayoreo (Riviere; 1973: 57). Se ejerció una función de distribución de productos no solamente agrícolas sino también de productos fabricados, venidos del extranjero. En este sentido se puede decir que este periodo fue más favorable a Guadalajara que al campo y a las pequeñas ciudades.

La agricultura recibió pocas mejoras técnicas y sus rendimientos fueron bastante precarios, su actividad principal era la producción de maíz y de ganado, lo que si bien es cierto que le dio importancia a la región, sin embargo, fue una región desigual porque la actividad y la riqueza se concentro en el centro (Guadalajara) y en pocas manos. Dice Bryan Roberts (1980) que “la región en América Latina es el de un desarrollo desigual de la economía continental que requirió medios extraeconómicos para fomentar la actividad económica”[15]. Es decir, que el concepto de región no puede utilizarse estáticamente. Si acaso, región debe referirse a una tendencia histórica, fomentada por los intereses económicos dominantes a nivel local, para que las principales instituciones de un área se vuelvan compatibles entre sí. Los límites geográficos de una región suelen, por tanto, definirse mal porque los límites de la región cambian con el tiempo, en resumen, región es un concepto heurístico (Roberts; 1980: 13). Por lo tanto, el concepto de región se construye en función de ciertas variables o factores tanto endógenos como exógenos que permitan articular los procesos económicos, políticos, sociales y culturales del territorio regional.

Creo que comparto la idea de Roberts de que “la región es un concepto afín al de comunidad, donde un grupo habitualmente explota un medio ambiente determinado: conjunto de relaciones horizontales que constituye el orden social y político en el que se sustenta la actividad económica”. Es decir, que los poseedores de los medios de producción están debidamente conectados en un campo específico y de ahí surgen los encadenamientos verticales que vinculan una localidad a la economía nacional e internacional. Esta idea la confirma Aldana (2004) cuando dice que “en el proceso de desarrollo regional están presentes tanto factores de origen externo, como de origen interno”[16] para que la región pueda generar procesos hacia dentro y hacia fuera. Pero la idea de compartir el concepto de región con el de comunidad, me refiero más que nada a los  momentos que se han venido comentando de que la región de la Nueva Galicia fue una región con autonomía, por su importancia institucional, comercial-productiva, que la hizo ejercer una hegemonía frente al poder central, sin embargo, lo de comunidad y región lo asocio primero, a un grupo o elite reducida que ostentaba los medios de producción en todo el espacio regional (espacio geográfico) con todas las desigualdades sociales como ocurre hoy en día a siglos de distancia. A pesar de haber entrado a la modernidad, “los grupos de poder local no dudaron en desprenderse de las pocas ataduras coloniales que aún conservaban, con el fin de mantener su autonomía política y el control de la economía regional”[17], que supuestamente impulsaba un desarrollo menos dependiente, pero con una desigualdad social que horrorizaba a propios y extraños. Cuando Humboldt viajó a México (1803) observó la desigualdad que había en el país y Charles Brasseur (1859) observa los indios de Tehuantepec con los pies descalzos y viviendo en chozas. Así finaliza la colonia y se inicia el siglo XIX con un México independiente y con visiones hacia la modernidad.        

 

Los indios y la usurpación de sus tierras.

 

En la región de la Nueva Galicia no abundaba mucho la población indígena, los pocos que había fueron objeto de epidemias a la llegada los españoles, esta escasez contribuyó a la disputa entre los españoles por la mano de obra. Otro hecho importante que trajo la conquista, fue el sometimiento o control y el cobro de tributo a los indígenas[18]. Chevalier (1999) dice que “se desarrolló un peligroso nomadismo entre los indígenas que con frecuencia abandonaban sus pueblos para no verse sometidos a un tributo demasiado pesado y a servicios de trabajo a que no estaban acostumbrados”[19]. Uno de los problemas graves que padecieron los indígenas fue el “sistema de encomienda”, es decir, que era la forma de someter al indio a la esclavitud o la barbarie, actitud que hizo que en algunas ocasiones huyera a zonas de refugio. Aldana (1968) dice que “los encomenderos incorporaban a sus propiedades las tierras de sus indios encomendados, valiéndose de todo tipo de argucias: ya comprándoselas a precios irrisorios, ya apoderándose de ellas simplemente”[20]. Aunque de inicio la autoridad virreinal fue prudente o benevolente con los indios porque se empezaron a aligerar y reglamentar los trabajos –aunque rara vez se cumplía-, pero a lo que si se obligaba era a cultivar la tierra para de ahí pagar el tributo[21]; en la Nueva Galicia “cada indígena debía de sembrar maíz 50 brazas en cuadra y criar 6 gallinas y un gallo” (Chevalier; 1999: 304), que servirían para hacer los pagos de tributo en especie. Esta tarea era vigilada por la autoridad (jueces representantes del virreinato), auque los indios bajo control estaban al cuidado de los frailes.

            Algo muy importan que se da a los inicios de la colonización fue el reparto de tierras a los indios y con ello tribunales para hacer denuncias de los abusos de que eran objeto, e incluso “el Virrey de Mendoza dedicaba dos mañanas cada semana a oír a todos los indios que se le presentaban: la mayor parte de quejas eran cuestiones de tierras”[22]. Las tierras repartidas no las podían vender porque eran tierras inalienables, se tenía la obligación de sembrarlas y poblarlas con ganado menor, lo que originaba una prohibición en la venta sólo bajo la autorización del virrey se podían vender. Pero esto no duró mucho porque poco a poco se les fue despojando de sus espacios. Una cuestión que afectó las tierras indígenas fue las primeras “mercedes” de tierra que se les entregaron a los conquistadores, se les entregaba sin precisar límites. Este asunto fue complicando el desarrollo de las comunidades indígenas, también en la medida que crece la población española y el espacio también se iba poblando, la burocracia iba aumentando y con ello la injusticia. Los primeros años del siglo XVI fueron los mejores, por ello dice Miguel León Portilla (2004) que “los indígenas estaban mejor en la colonia que ahora”[23], hoy se les despoja y no se les hace justicia y, además se les sigue manteniendo en la miseria.

            Desde un inicio entonces, la población indígena se mantuvo en una completa minoría, así los mantenían los misioneros frente a españoles. Cuando desaparecieron  los misioneros, los indígenas se encontraron desamparados y sin defensa; se replegaron sobre sí mismos, y en algunas ocasiones perdieron todas sus tierras. Chevalier (1999) dice que “la tutela tuvo, cuando menos, el gran mérito de defender muchísimos terrenos comunales durante dos o tres siglos, hasta las leyes de 1856 que dispusieron su repartición y venta”[24]. Aunque desde los primeros repartos que se hicieron a los españoles en la Nueva Galicia, fueron favorecedores para las familias de Guadalajara, sobre todo las tierras que a los alrededores de la ciudad se encontraban. Aquí fue donde se va iniciando el primer sistema de propiedad privada entre los españoles, donde éstos fueron apropiándose también de las tierras comunales de los indígenas, dado que algunos de ellos se iban deshaciéndose de ellas por las deudas tributarias que tenían con las autoridades. Escasamente la organización agraria indígena logra resistir el acoso de los terratenientes españoles (civiles y religiosos) que veían el menoscabo de la propiedad comunal un medio para acrecentar sus haciendas, ranchos y estancias[25]. La oligarquía de la Nueva Galicia desde un inicio fue construyendo un poder económico en la tenencia de la tierra bastante importante. Olveda (1991) dice que “desde el siglo XVI, los conquistadores y sus descendientes, asentados principalmente en Guadalajara, fueron los primeros en tener acceso a la tierra y los que integraron el núcleo de la sociedad colonial”[26]. Todos estos miembros de la elite[27], fueron ubicados en distintos espacios territoriales y a partir de ahí fueron empujando a los indígenas hacia áreas más reducidas o incluso al despojo total de la tierra, es decir, que los fueron acorralando de tal manera que los indígenas no tenían la posibilidad de seguir cultivando sus mismas áreas.

            Otra de las cuestiones críticas entre los indígenas fueron las deudas que iban acumulando a causa de los tributos que se les imponía, los encomenderos se cobraban con las tierras de aquellos y poco a poco se iban deshaciendo de ellas. El principal escenario de la lucha por la tierra fue la Audiencia de Guadalajara cuyos exhaustivos expedientes nada omitían, y alcanzaban volúmenes fuera de lo común. No obstante que los jueces se distinguían por favorecer a los españoles, no dejan de llamar la atención abundantes fallas en favor de los indios. Sin embargo, los pleitos más bien anduvieron entre extinciones de derechos, bardados propios o comunales, expropiaciones de retazos comunes por particulares, etc. Los protagonizaron indios frente a españoles, indios contra indios y españoles en oposición a españoles[28], incluso, la iglesia también jugó un papel muy importante por los prestamos que otorgaba para la agricultura. Dice Eric Van Young (1989) que “la Iglesia aportaba cierto grado de control social y actuaba como banquero de la elite terrateniente”[29]. Era entonces, esta elite la que podía conseguir el financiamiento por su relación y por su solvencia, pero no así las comunidades que también vivían endrogadas por las cargas tributarias y las malas cosechas de sus magras tierras.

            Todos estos problemas iban complicando las cosas y generando tensiones entre los indígenas, lo cual incitó a los indios a la rebelión, rebelión que por lo regular se dio en ámbitos locales. Dice Florescano (2001) que “se dieron 137 rebeliones ocurridas entre 1700 y 1819 en diferentes partes de la Nueva España y su principal objetivo era restaurar un equilibrio antiguo”[30], es decir, uno de sus mayores temores era perder la paz y la tranquilidad en que habían vivido, ser privados de su libertad o perder sus tierras y sus casas[31]. Lo que más temían los habitantes de las comunidades eran las disposiciones que venían del exterior. Las consignas que provenían de fuera siempre fueron vistas como amenazas a sus formas ideales de tenencia de la tierra. Tales hechos fueron sabidos por los reyes de España y éstos expidieron cedulas reales para reconvenir los movimientos de los indígenas, algunos eran favorables hacia los indígenas como las cedulas reales que expidieron en 1687, 1695 y 1713, pero no se cumplían. Orozco (1975) cita estas tres cedulas (la expedida por Felipe II el 4 de junio de 1687; la expedida por Fernando VI el 12 de julio de 1695, y la de 15 de octubre de 1713) y la última de ellas dice:

…que las nuevas reducciones y pueblos que se formen de indios se les de sitio que tenga comodidad de aguas, tierras, montes, salidas y entradas para que hagan sus labranzas y un exido de una legua donde pasten sus ganados sin que puedan revolverse con los de los españoles; se me ha informado se falta enteramente a esta disposición en todas las misiones de Nueva España, pues gobernadores y encomenderos no solo no les dan tierras a los indios para que formen sus pueblos, sino que si las tienen se las quitan con violencia, vendiéndoles sus hijos como esclavos y trayendo sus mujeres a sus casas a que les sirvan, empleándolas en hilar, tejer y labrar sin pagarles su trabajo, con que se aniquilan los pueblos que se han fundado…[32].

Por lo regular nunca se ejecutaban dichas ordenanzas por la articulación que la misma oligarquía tenía con el poder virreinal. Para la oligarquía de Guadalajara fue muy importante “poseer todos los elementos de la economía y con ello el poder que servía para promover privilegios y en subordinar a los trabajadores rurales y urbanos. Aunque la oligarquía no logró obtener cargos en la audiencia, pero si en el ayuntamiento mediante votos y la compra de puestos públicos”[33].

            Muchas sanciones hubo en beneficio de las comunidades a efecto de salvaguardar la minoría legal del indio, su vulnerabilidad económica y su marginalidad social. En el fondo subyacía la notoria intención de equilibrar los intereses del blanco con las carencias de la comunidad india, como ya lo vimos en la expedición de las cedulas, pero fue difícil por la serie de intereses que se estaban creando. Los bosques madereros eran ya importantísimos en ese tiempo; de ahí los pleitos por poseerlos hubieran abundado. Asimismo fue vital para las haciendas la proporción entre pastales y tierras de labor, en tanto que para los indios lo era poder extenderse sobre el monte al crecer la comunidad[34]. 

 

Los indígenas y el nuevo proyecto del México Independiente.

 

El movimiento de independencia parecía como la salvación del indio, el que iba a reivindicar todas sus injusticias que había padecido bajo el yugo colonial. El nuevo proyecto pensaba en unir una nación soberana con una nación indígena como la que había antes de la conquista. Florescano (2001) dice que “la creencia en el mito de la nación indígena permitió imaginar una sociedad virgen de lo europeo y aspirar a la realización del proyecto histórico que había sido truncado por la conquista española”[35]. Los indígenas de Zacatecas, Durango, Jalisco y  Nayarit, pensaban que tarde o temprano sus dioses enviarían un salvador a redimirlos del yugo en que gimen, a restituirles su libertad perdida (Ernesto Lemoune -1980- Mito y realidad del indio Mariano)[36]. El catolicismo fue tradicional y uno de los factores de cohesión del patriotismo criollo y continuó, siguió siendo una presencia poderosa en el surgimiento de la nación independiente. La misma declaración de independencia establecía la intolerancia de otra religión que no fuera la católica. Precisamente, la Nueva Galicia se distingue por esa devoción, de tal manera que ello le ha venido dando cierta singularidad como confesión del occidente, aunque no haya participado de lleno en el movimiento independentista, pero si en el movimiento liberal-religioso del país.

            Este movimiento encabezado por Morelos e Hidalgo era la esperanza para liberar a la nación de la barbarie y de la esclavitud, e implantar el sistema de republica como núcleo organizador del Estado-nación. Este modelo no fue copiado de la constitución de Cádiz sino de las constituciones francesas de 1793 y 1795, modelo que traía toda una serie de ideas bastante avanzadas para una nación como la de México, con una religiosidad muy arraigada sobre todo en la parte central del país, sin embargo, se abrió una expectativa de modernización guiada por los valores liberales, seculares y democráticos difundidos por la Revolución Francesa y por la Revolución de Independencia estadunidense.

            La insurgencia se dio de manera violenta por las condiciones sociales, económicas y políticas que llegaron a un nivel de intolerancia. Olveda (1991) dice que “en Guadalajara el hambre, la explotación, los agravios y las vejaciones unieron a los indios, mestizos, pardos y criollos desheredados en una lucha contra sus explotadores”[37]. Proclamando con ello los valores de soberanía, libertad, igualdad y justicia, que deberían de ser los principios fundamentales de la organización política, y la meta más alta de los hombres reunidos en sociedad. Hale (1968) apunta que “la era liberal de 1810-1867 se puede ahora interpretar como una preparación del camino al constitucionalismo social de 1917, a la adhesión a las libertades políticas y aun a los sistemas de transformación económica”[38]. En años recientes, Jesús Reyes Heroles ha insistido esforzadamente en la “continuidad” del liberalismo mexicano de los siglos XIX al XX. La idea revolucionaria es vista como el perfeccionamiento, la integración cabal de la evolución histórica, de la historia misma. Tenemos un capital histórico en el liberalismo que debemos conservar y acrecentar. Pasar por alto esto es olvidar que nuestra generación no es hija de sí misma. El liberalismo como un cuerpo de pensamiento y política se convierte en algo más que un delimitado fenómeno histórico del siglo XIX[39].

El siglo XIX fue un periodo especialmente adverso para la sociedad indígena. El liberalismo de la época pretendió modernizar a la joven nación mexicana mediante la negación de lo indio; en la Constitución de 1824 se declaró la igualdad jurídica de todos nacidos en suelo mexicano, por lo que los indios entraron de un plumazo en la categoría de individuos y ciudadanos iguales del nuevo país independiente. Por decreto se pensaba borrar toda la tradición y costumbres de los pueblos indígenas. Reina Aoyama  (1993) apunta que “la idea era transformar al indio para poder integrar a México en el concierto de las naciones civilizadas[40], en términos de la división internacional del trabajo”[41].

            Con estas tendencias el indio empezaría después de la independencia a ser un ciudadano con igualdad de derechos y obligaciones frente a los demás conciudadanos mexicanos. Mora fue uno de los impulsores de tal categoría e incluso propuso en el Congreso que, el concepto de indio se proscribiera porque las declaraciones legales de 1810-1821, tanto en las Cortes españolas como las de los insurgentes legaron al México independiente la doctrina de la igualdad ante la ley. Las distinciones de raza, de casta y de clase fueron abolidas legalmente y todos los habitantes disfrutarían por igual de los derechos y obligaciones[42]. Sin embargo, esto no fue posible porque los procesos no son de un día para otro y porque a pesar de ello se seguía haciendo critica de la forma de cómo habían mantenido al indio durante todo el periodo colonial: España mantuvo al indio en una completa sumisión para evitar la rebelión, se exclamaba. Dice González (1996) “por ignorancia, por demasiado apego al terruño, o por la manifiesta adhesión a viejas fórmulas políticas, ajenas y aun opuestas a las modernas, los indios no eran buenos ciudadanos”[43].

 

Los indígenas y la tierra

 

A pesar de la igualdad y de las proclamas para reivindicar a los indios, la sociedad urbana y la sociedad rural estaban pasando por una proletarización sumamente crítica: la crisis de la revolución de independencia, una economía incipiente, salarios de miseria, concentración de la tierra en pocas manos, el despojos de la tierra que estaban sufriendo los indígenas, todo ello los tenía en la miseria,  que justo fue lo que a muchos de ellos les llevó a la lucha armada. Por ello el siguiente debate en el Congreso sería la tierra y el impulso predominante en aquel tiempo era enajenar las tierras de los pueblos en beneficio de individuos. Hale (1968) cita una afirmación de José María de Jáuregui: “los indios se convertirán en propietarios y en verdaderos ciudadanos que no estén bajo la tutela de nadie…que es cabalmente lo que apetecen con mayor empeño”[44]. La idea no era tanto lo de “ciudadano”[45] sino más bien desarticular las comunidades más de lo que ya habían estado padeciendo durante todo el periodo colonial, porque el ejercicio de la ciudadanía en México ha implicado todo un proceso histórico y además es ejercido así como lo plantea Aristóteles.

            En España se promulgó una legislación que tenía como propósito fomentar la agricultura mediante la distribución de las tierras comunales a campesinos en su calidad de individuos. En la Nueva España en 1779 el obispo de Michoacán, Manuel Abad y Queipo se dirigió al Rey para proponerle diferentes leyes que fueran la base de un gobierno benéfico tanto para las Américas como para la Metrópoli y le decía:

“Ya que por incidencia de nuestro asunto tuvimos que tratar de los malos efectos de la división de tierras, de la falta de propiedad o cosa equivalente en el pueblo…Sólo queremos exponer resultados de hechos, que tal vez no se conocen allá con la propiedad que nosotros…decimos, pues, que nos parece de la mayor importancia…lo tercero, división gratuita de todas las tierra realengas entre los indios y las castas. Lo cuarto, división gratuita de las tierras de comunidades de indios entre los de cada pueblo”[46].

Pero lo que más influyó fueron los decretos de las Cortes Generales y Extraordinarias de Cádiz, que planteaban el reparto de tierras en forma individual. El primer decreto de 9 de noviembre de 1812 en su artículo quinto decía que se repartirán las tierras a los indios que sean casados o mayores de 25 años, fuera de la patria potestad, de las inmediatas a los pueblos que no sean de dominio particular o de comunidades. Por otra parte, la ley de 4 de enero de 1813, señalaba en el artículo primero que todos los terrenos baldíos o realengos y de propios y arbitrios con excepción de los ejidos de los pueblos quedaban reducidos a propiedad particular; su reparto y distribución sería en plena propiedad y en clase de acotados para que sus dueños pudieran cercarlos, disfrutados libremente pudiéndose destinar al cultivo que más acomode a sus propietarios, pero, jamás podrán vincularlos, ni pasarlos en ningún tiempo ni por título alguno a manos muertas (Colección de Leyes y Decretos del Estado de Jalisco, en adelante CLD, primera serie tomo XII, p. 525-528)[47].

            Meyer (1987) dice que “la falta de claridad en las leyes anteriores y la mala voluntad de los interesados, llevaron a las autoridades locales a multiplicar las consultas, lo que retrasó la aplicación de las leyes”[48]. Por eso, se publicó el 27 de febrero de 1821 una Instrucción para la División de las Tierras en forma de propiedad privada. De aquí se tomó el reglamento de 1794 y el artículo de las Cortes de 9 de noviembre de 1812, pero como el asunto seguía embrollado, la diputación provincial de Guadalajara promulgó el 5 de diciembre de 1822 una Instrucción para el arreglo de los ayuntamientos de su distrito, en el uso de los terrenos comunes en el fundo legal de cada pueblo. El primer artículo decía: Ningún indio será perturbado en la posesión en que esté de sus tierras sean muchas o pocas, grandes o pequeñas, adquiridas por compra, repartimiento, cambio, donación herencia u otro justo título, sea que las cultive, por sí mismo, las tenga ociosas, o las haya dado en arrendamiento. El legislador distinguía pues entre lo que el indio tenía ya en propiedad particular y que conservaría con todo el peso de la ley, y lo que pertenecía a la comunidad y que se arrendaría para bien de las finanzas públicas[49].

            Aquí la ley no aclaraba a quien se le entregarían los productos si al ayuntamiento de la cabecera o de la extinguida comunidad de indios. Pero en la práctica la ley se aplicó a favor de los ayuntamientos. Sin embargo, a la par de esto dice Aldana (1968), se venía dando otro proyecto de ley agraria de Severo Maldonado (cura jalisciense), que pretendía en 1821 convertir a la nación en rentista perpetua de terrenos baldíos, abogaba por la división en parcelas individuales de los terrenos de comunidad. Proponía que los terrenos nacionales y los que se pudiera disponer sin perjuicio de tercero fueran divididos en predios de 30 fanegas de sembradura de maíz, esto es 106.9 hectáreas arrendadas a perpetuidad, además, proponía la abolición de todas las leyes contrarias a la libre circulación de las tierras[50].

Todo esto causó un debate en el Congreso Local y entre los intelectuales como en José María Luis Mora, partidario de la propiedad individual y también de que se desarticulara la propiedad comunal. Hale (1968) dice que Mora recomendaba que no hay más derechos en la naturaleza en la sociedad que los individuales[51]. Por ello su idea era que las comunidades fueran divididas en parcelas porque el indio en las condiciones en que estaba no haría nada con la tierra: se aferra a sus costumbres y no progresa. Por lo tanto, cuando la tierra esté repartida entre muchos propietarios particulares –decía Mora-, la tierra recibe todo el cultivo de que es susceptible. En Jalisco haciendo caso a todos estos argumentos y otros más de gente que estaba en el poder, fue causa de muchos decretos para supuestamente dar solución al problema de la tierra, pero lo que sucedía era que más se complicaba porque los grandes tenederos eran los mismos que debatían el asunto. Sin embargo, en Jalisco las tierras si tuvieron un cierto reparto para cuando llega la Ley Lerdo de 25 de junio de 1856.

Esta ley estipulaba la venta de los bienes raíces de las corporaciones civiles y eclesiásticas. Se pretendía con ello crear un grupo de pequeños y medianos propietarios, así como la implantación de un sistema fiscal dependiente de la propiedad raíz y no del comercio como hasta entonces había sido. El primero de dichos objetivos había formado parte del programa liberal desde los años iniciales de la vida independiente, puesto que se atribuía a la falta de una clase media el atraso del País. Se consideraba la presencia de ese estrato social en otras naciones –la estadunidense- como la clave de su rápido progreso.  Esto hacía aun más que se reprochara las condiciones en que estaban los indígenas e incluso que fueran la causa del atraso del país. Si bien es cierto que se había pretendido que fueran ciudadanos, pero eso no los sacaba del atraso ni de la miseria en vivían. González (1996) comenta que “el patrón liberal de entonces no regía en ninguna de las unidades políticas de los indios, la mayoría de los indígenas imitaba los de la colonia sin faltar aquellos de nueva invención”[52]. Por lo tanto, era difícil que los indígenas pudieran haber representado un grupo importante como para hacer valer su ciudadanía o su presencia como parte importante de la sociedad mexicana. Cualquier movimiento que emprendieran era sofocado por las fuerzas de la razón imperante: la guerra de castas, la persecución de indígenas en el norte del país, el movimiento lozadista.

Estos tres movimientos convulsionaron al país entero porque la segunda mitad del siglo XIX, se vio envuelta en una manifestación de los indígenas que no esperaban ni los liberales ni los conservadores que estaban entretenidos en disputarse el poder político. Los liberales por ejemplo, quería repartir la tierra a los indígenas en pequeña propiedad, causa por la cual los indígenas lozadistas emprendieron las luchas al lado de los conservadores y del imperio. Aldana (1983) comenta que “cuando la proletarización y la amenaza de exterminio total les permitió su ubicación concretas como clase, a partir de entonces, la revolución campesina dejó de ser subterránea”[53]. Dejan servidumbres y fidelidades para irse a la reivindicación de sus principios identitarios, para tratar de conformar la desarticulación de sus comunidades que venían sufriendo despojos por parte de los hacendados. Se crea una conciencia que fue capaz no sólo de levantar la voz sino que también de levantar la mano empuñando un arma para defender la dignidad y la tierra; incluso haciéndose mudos frente a la confesión y no escuchando lo que se tenía que hacer de penitencia, porque era más importante el terruño de los ancestros y de los hijos que vendrán.

 


Sincronía Winter 2008

 



[1] Calvo, Thomas. Guadalajara y su Región en el Siglo XVII: población y economía, editorial Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos/H. Ayuntamiento de Guadalajara, Guadalajara, Jalisco, 1992 p. 4

[2] Muriá, José María. Historia de las Divisiones Territoriales de Jalisco, editorial Instituto Nacional de Antropología e Historia/Secretaría de Educación Pública (SEP), México, 1976 p. 25

[3] López Portillo y Weber, José La Rebelión de la Nueva Galicia, editorial Colección Peña Colorada, México, 1980 p. 31

[4] Riviere, D`Arc, Helen. Guadalajara y su Región, SEP-SETENTAS, número 106, México, 1973 p. 19

[5] González y González, Luis. La Querencia, editorial SEP/Michoacán, Zamora, Michoacán, 1982 p. 20

[6] Ibid. Riviere, 1979, p. 20

[7] Los Conquistadores eran casi todos soldados inestables y para lograr se establecieran definitivamente, se introdujo el sistema de encomiendas, que existió en España, por medio del cual se entregaba a cada conquistador o poblador un cierto número de indios obligados a trabajar para él, a cambio de su protección y con la exigencia de cristianizarlos. Por derecho de conquista de las llamadas Indias Occidentales, todas las tierras fueron consideradas jurídicamente como “regalías” de la Corona castellana, por lo que el dominio privado de las tierras se derivaba de una merced o gracia real. Para premiar a los conquistadores y sus descendientes, y al mismo tiempo impulsar la colonización se fundaron poblaciones y en ellas se entregaron lotes para fincar casas, corrales, para huertas y después, caballerías en terrenos cercanos para los soldados de caballería y los hijos-dalgo, y tierras comunales de ejido y dehesa para que pastaran los ganados. También había tierra para propios, o sea propiedad del Cabildo Municipal. A los indios se les reconocieron sus calpullis, pero como merced. El fundo legal de pueblo indígena se fijó en quinientas varas en cuadro y una distancia de otras tantas de cada lado, en que no podían existir estancias de españoles. Véase: Lancaster-Jones, Ricardo. Haciendas de Jalisco  y Aledaños (1506-1821), editorial Financiera Aceptaciones, Guadalajara, Jalisco, 1974 p. 18-20

[8] Moreno Toscano, Alejandra y Florescano, Enrique. El Sector Externo y la Organización Espacial y Regional de México (1521-1821), editorial Universidad Autónoma de Puebla, Puebla, México, 1977 p. 13

[9] Los proyectos que se traían hicieron de los misioneros  “verdaderos agentes especializados del cambio cultural”, y los empujaron a conocer la historia y las tradiciones de los grupos que deseaban adoctrinar. De ahí que en sus  predicas se esforzaran por demostrar la falsedad de los dioses indígenas y el error en que habían caído los nativos al rendirles adoración, e insistieran en el carácter demoniaco de los falsos dioses y hechiceros. Al mismo tiempo que condenaban los cultos indígenas, promovieron una campaña intransigente de destrucción de esas creencias. En sus misiones impusieron a los naturales la tarea de aniquilar sus idolatrías:  “Y habéis de quebrar y hacer pedazos sus figuras, y habéis de derrocar y disparatar todas las cosas y templos de los demonios, y habéis de quemar todas sus casas y haciendas y todos sus sacrificios, todo lo habéis de destruir…Una vez cumplidas las tareas de extirpación de la idolatría, venía la fase de instruir a los indígenas en la fe y doctrina cristiana. Véase: Florescano, Enrique. Etnia, Estado y Nación, editorial Taurus, México, 2001 p. 178 y 179

[10] Ibid. González, 1982 p. 21

[11] Rendón Aldana, Mario. Jalisco-Sonora. Dos caminos distintos hacia la Revolución mexicana en Revista Espiral, Vol. X No 30, Mayo-Agosto de 2004, Guadalajara, Jalisco, 2004  p. 144.

[12] Roberts, Bryan. Estado y Región en América Latina en Revista Relaciones de El Colegio de Michoacán, Vol. I núm. 4, Zamora, Michoacán, 1980 p. 10

[13] Ibid. Riviere, 1979 p. 36

[14] Olveda, Jaime. La Oligarquía de Guadalajara, Editorial Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, México, 1991 p. 123.

[15] Ibid. Roberts, 1980 p.12

[16] Ibid. Aldana, 2004 p. 139

[17] Ibid. Aldana, 2004 p. 156

[18] Los 1416 habitantes de Tlaquepaque eran tributarios de la Corona, y en 1548 daban de tributo: …treinta mantas y cuarenta tlapatios y veinte pares de cotaras y seis panes de sal y dos xarros de miel cada dos meses y cuatrocientas hanegas de maíz y veinte hanegas de axi (chile) cada año y cinco yndios de servicio, y cada semana diez cargas de leña…y los días de pescado y en blanco, pero seguramente cuaresma veinte huevos e fruta y axi quando lo tuviere Véase: Aldana Rendón, Mario. Proyectos Agrarios y Lucha por la Tierra en Jalisco, Unidad Editorial del gobierno del estado de Jalisco, México, 1968 p.20

[19] Chevalier, Francois. La  Formación de los Latifundios en México. Haciendas y sociedad en los siglos XVI, XVII y XVIII, Editorial Fondo de Cultura Económica, México, 1999 p. 303

[20] Ibid., Aldana, 1968 p. 29

[21] Los indios pagaban diezmos y primicias, las obvenciones parroquiales y las obras consideradas de interés público. Cada indígena  tenía que cultivar 60 brazas de tierra, 50 para si mismos y 10 para la comunidad. Para completar el paralelismo con las reglas inherentes al antiguo calpulli, hubo toda clase de ordenes que obligaban  a los indios a cultivar sus campos bajo pena de confiscación  Véase: Historia de Jalisco, Unidad Editorial del Gobierno de Jalisco/Secretaría de Gobierno del Estado de Jalisco, Guadalajara, Jalisco T. I p. 406  y Chevalier, Francois. La Formación de los Latifundios en México. Haciendas y sociedad en los siglos XVI, XVII y XVIII, Editorial Fondo de Cultura Económica, México, 1999 p. 303

[22] Ibid. Chevalier, 1999 p. 306

[23] León Portilla, Miguel. Los Pueblos Indígenas y su Legado, conferencia pronunciada en El Colegio de Jalisco, 17 de junio de 2004.

[24] Ibid. Chevalier, 1999 p. 310

[25] Ibid. Historia de Jalisco, 1981. T. II   p. 127

[26] Olveda, Jaime. La Oligarquía de Guadalajara, editorial Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, México, 1991 p. 20

[27] Juan Fernández de Híjar –uno de los capitanes favoritos de Nuño de Guzmán- , por ejemplo, se le premió con encomiendas y mercedes muy vastas que iban de Compostela o Colima; Alonso de Ávalos fue recompensado con la provincia que llevó su apellido hasta el siglo XVIII (la región de Sayula); Pedro Plascencia recibió en 1543 de manos del gobernador Vázquez de Coronado, un sitio de estancia de ganado mayor en el valle de Cedros, en la jurisdicción de Cuyutlán y Cajititlán; Vicente Zaldívar consiguió de la Audiencia de Guadalajara, el 3 de junio de 1573, un sitio de estancia en términos de Jocotepec; Álvaro Bracamonte obtuvo enormes extensiones en Compostela y Guachinango; Luis de Ahumada se convirtió en 1545 en el latifundista más poderoso de la región de Ameca. Véase: Olveda, Jaime La Oligarquía de Guadalajara, editorial Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, México, 1991 p. 20

[28] Historia de Jalisco, Unidad Editorial del Gobierno de del estado de Jalisco/ Instituto Nacional de Antropología e Historia, Guadalajara, Jalisco, México, 1981, T. II.  p.322-323

[29] Van Young, Eric. La Ciudad y el Campo en el Siglo XVIII. La economía rural de la región de Guadalajara, 1575-1820, editorial Fondo de Cultura Económica, México, 1989 p. 194

[30] Ibid. Florescano, 2001 p. 209

[31] Ibid. Florescano, 2001 p. 210

[32] Orozco, Wistano Luis. Los Ejidos de los Pueblos, editorial El Caballito, México, 1975 p. 78-79

[33] Ibid, Olveda, 1991 p. 141

[34] Ibid. Historia de Jalisco, T. II. 1981 p. 323

[35] Ibid. Florescano, 2001 p. 286

[36] Ibid. Historia de Jalisco, T. II. 1981 P. 336

[37] Ibid. Olveda, 1991 p. 154

[38] Hale, Charles A. El Liberalismo Mexicano en la Época de Mora (1821-1853), editorial siglo XXI, México, 1968 p. 7

[39] Ibid. Hale, 1968 p. 8-9

[40] Algunos mexicanos adoptan el espíritu moderno de Occidente, como la mejor respuesta al reproche de atraso cultural de América. Se quitan las viejas vestiduras heredadas de la colonia, para cubrirse con las de liberal y científico. Tal hacen los prohombres de la reforma, sabios modestos como Manuel Orozco y Berra, Francisco Díaz Covarrubias, Antonio García Cubas, José María Hernández y muchos otros, todos confiados en que sus trabajos científicos y un digno comportamiento liberal convencerían al Viejo Mundo de que en México comenzaba ya a vivirse  a la altura de los tiempos nuevos. Véase: González y González, Luis. El Indio en la Era Liberal, editorial Clío/El Colegio Nacional, México, 1996, Obras completas T. V. p. 18

[41] Reina Aoyama, Leticia. Introducción en Escobar Ohmstede,  Antonio (coordinador). Indio, Nación y Comunidad. En el México del siglo XIX, editorial Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos/Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, México, 1993 p. 11

[42] Ibid. Hale, 1968 p. 223

[43] Ibid. González, 1996 p. 167

[44] Ibid. Hale, 1968 p. 233

[45] El Diccionario UNESCO de Ciencias Sociales dice que ciudadano es el natural o vecino de una ciudad, el habitante de las ciudades antiguas o estados modernos, en el gobierno de un país. En la definición aristotélica el ciudadano es quien tiene el poder de tomar parte en la administración judicial o en la actividad deliberativa en los asuntos del Estado. Agrega que el ejercicio de la ciudadanía es un arte que requiere toda la atención del hombre educado, de modo que las faenas manuales constituyen prácticas embrutecedoras que deben ser eliminadas de la vida del ciudadano. De no ser así, dice Aristóteles, desaparecería toda distinción entre amo y esclavo. Véase: Diccionario UNESCO de Ciencias Sociales, España, Planeta-Angostini, T. I. p. 399  y en Aristóteles. Política, Introducción, traducción y notas de Carlos García Gual y Aurelio Pérez Jiménez, editorial Alianza Editorial, España, 1987 pp. 73-89  

[46] Franco Mendoza, Moisés. La Desamortización de Bienes de Comunidades Indígenas en Michoacán en Carrasco et al., Pedro (editor). La Sociedad Indígena en el Centro y Occidente de México, editorial El Colegio de Michoacán, Zamora, Michoacán, 1987 p. 170

[47] Ibid. Aldana, 1968 p. 69

[48] Meyer, Jean. La Ley Lerdo y la Desamortización de las Comunidades en Jalisco en Carrasco, Pedro et al. La Sociedad Indígena en el Centro y Occidente de México, editorial El Colegio de Michoacán, Zamora, Michoacán, 1987 p. 195

[49] Ibid. Meyer 1987 pp. 195-196

[50] El pago anual correspondiente se realizaría en función de la calidad de los terrenos: los de primera calidad pagarían 45 pesos al año, los de mediana 30 y las de calidad ínfima, 25 pesos (Art. 2º ; Maldonado, 1821; p. 65) Ibid.  Aldana, 1968 p. 71

[51] Ibid. Hale, 1968 p. 237

[52] Ibid. González, 1996 p. 168

[53] Aldana Rendón, Mario. Rebelión Agraria de Manuel Lozada , editorial IES-Universidad de Guadalajara, Guadalajara, 1983 p. 200