SINCRONÍA Primavera 2005


 

Análisis del Discurso aplicado a la Carta Atenagórica de Sor Juana Inés de la Cruz. Parte II

Elvia Vega Llamas
Universidad de Guadalajara.

Guadalajara, Jal., marzo de 2004


 

Como lo propusimos en la primera parte, en esta segunda nos orientaremos hacia las condiciones de producción y recepción del discurso Carta Atenagórica escrita por Sor Juana, utilizando para ello a dos autores de la escuela francesa de análisis del discurso: Michel Foucault, específicamente en lo que se refiere a los mecanismo de control que ejercen las instituciones sobre los discursos emitidos y sobre los individuos que los emiten; y Michel Pêcheux, para revisar lo referente a las formaciones discursivas, sociales e ideológicas que se impactan en los discursos así como las ideas que se forman sobre sí, sobre los otros y sobre los objetos de que hablan los individuos que emiten un discurso.

 

a). Michel Foucault

1. Los mecanismos de control de los discursos y los individuos.

Foucault en El orden del discurso considera que la producción de los discursos, en toda sociedad, está a la vez controlada, seleccionada y redistribuída mediante una serie de procedimientos de exclusión cuyos objetivos son conjurar los poderes y los peligros de la materialidad discursiva; por esto, clasifica dichos procedimientos en dos tipos: externos e internos. Entre los primeros encontramos los tabúes, los rituales de las circunstancias y los derechos exclusivos de quien habla. Lo prohibido es el más familiar y evidente de los mecanismos de exclusión externa: el sujeto sabe que no se puede hablar de todo, que no se tiene derecho a decirlo todo en cualquier circunstancia.

Dentro de esta misma clasificación de procedimientos externos de control del discurso, Michel Foucault asegura que en nuestros días la sexualidad y el deseo de poder son las más apretadas regiones que se ‘desarman’ en los discursos. Aquí, el poder del saber o control del saber es primordial para que una institución excluya a los individuos, decidiendo lo que es verdadero y lo que es falso.

Respecto a los procedimientos de control interno del discurso, hay según el mismo autor, tres modos de excluir y conjurar los peligros y el azar mismo. Son el autor, el comentario y la disciplina. Cuando un autor firma sus discursos se puede mantener vigilado(1). El comentario tiene que ver con la intertextualidad; con los discursos que alimentan otros discursos; así se sabrá de dónde proceden las ideas; o de qué modo han sido tratadas ideas anteriores "...lo nuevo no está en lo que se dice, sino en el acontecimiento de su retorno" (Foucault, M.,1980: 24).

La disciplina es el tercer modo de exclusión interno. Para que haya disciplina debe haber posibilidad de formular indefinidamente nuevas proposiciones explica Foucault. Una disciplina no contiene jamás todas las proposiciones posibles sobre sus temas, por eso supone la posibilidad de construir nuevas. Sí, pero siguiendo las reglas de un estrecho juego, insiste Foucault.

Foucault reconoce un tercer grupo de procedimientos de control y exclusión, orientado principalmente hacia los sujetos que producen los discursos. El ritual, uno de ellos, define la ‘cualificación’ del individuo para hablar. Las sociedades de discurso son organismos de control cuyo cometido es vigilar los ‘discursos secretos’ para preservar su existencia y evitar las más mínimas discrepancias de quienes los utilizan.

Las doctrinas, un medio más, aparentemente opuestas a las sociedades de discurso, (porque ponen a difusión lo que pudieran ser secretos, dogmas por ejemplo), "denuncian a la vez al sujeto que habla y al enunciado", dice Foucault en el mismo texto.

La religión católica instaura, desde el primer momento de la conquista, su órgano de ejecución y represión con prelados y frailes controlados a distancia por el Papa mediante la famosa bula de 1522, conocida como la Omnímoda. Unos años después, el Santo Oficio se establece como maquinaria formal de la religión católica, lo que la convierte en el aparato hegemónico dominante durante el período de la colonia en la Nueva España. (Ver R. Greenleaf, 1981).

Hacia finales del siglo XVII la religión católica no sólo se ha apoderado de hogares y almas, sino del mismo palacio virreinal, a la salida de los virreyes, dice Fernando Benítez en su libro Los demonios del convento (1985).

Esta es la batalla que le tocó librar a Sor Juana. El agobio del poder religioso contra la voluntad de saber(2) en un individuo que no ‘cualifica’, en primer lugar, por su género, y eso es lo que más impacta su obra; toda su ‘actitud vital’ era regida por su verdadera pasión: el saber, explica Octavio Paz en Las trampas de la fe.

La religión católica en la Nueva España controla no sólo costumbres y creencias, sino el saber y la vida misma. La rígida estructura de jerarquías, exclusivamente masculina, se organiza bajo el más hermético de los sistemas. Cualquier individuo que no se ajuste a su circunstancias será susceptible de ser excluído en cuanto sujeto capaz de sustentar un discurso, y castigado por la ‘pretensión’ de "alterar" su orden. Nadie más que ella misma es capaz de autorizar cualquier conocimiento y nadie más tiene derecho de juzgar lo que se asegura es de origen divino.

Sor Juana será gravemente juzgada por su atrevimiento al escribir un ensayo que, de forma categórica, destruye los argumentos de un insigne varón, para la iglesia; será juzgada por su ‘pasión por el saber’(3) que no concuerda con su condición de mujer, por pretender incursionar en un espacio para los hombres, sujetos ya a las estrictas reglas del aparato religioso; por el modo, la forma de cuestionar los discursos del Padre Vieyra, y peor quizás, por los implícitos que se adivinan ‘heréticos’ al hablar de la Biblia misma (un tema al que trataré en otra parte).

Aunque lejos de Europa, la poetisa no debió estar tan lejos de las noticias, como piensan muchos autores. Francisco Fernández del Castillo en su compilación Libros y libreros en el siglo XVI (1982), explica la manera y la, incluso, rapidez, con que los contrabandistas introducían los libros prohibidos por la iglesia a la Colonia, los cuales "se vendían como pan caliente", pero con discretísimo cuidado, entre los ávidos intelectuales de la época. Reúne este autor en su texto, abundantes testimonios de juicios y castigos por parte del Santo Oficio contra los que poseían tales libros, tachados de heréticos y peligrosos. Octavio Paz sospecha que Sor Juana debió ocultar muchos de esos libros en su biblioteca personal. Esta es una importante consideración que explicaría gran parte de las ideas liberales, escépticas y humanistas implicadas en toda su obra. Sor Juana ha leído a Erasmo, y conoce aunque lo critique, a Lucero.

El propio arzobispo Aguiar y Seijas, famoso en la época por su misoginia y sus ‘métodos’ de redención del pecado, una vez que adquirió el poder del Arzobispado de la ciudad de México, debió mandar revisar, y quizás quemar muchos de estos libros de la celda de la monja, comenta también Octavio Paz.

Al no poder acceder a escuelas y universidades de su tiempo, la poetisa recibe el conocimiento directo de los libros, lo que le permite en cierto modo no ‘ser tan controlada’ en su saber como en el caso de quienes recibían educación en su tiempo, una educación en la que prevalecía la verdad impuesta por el grupo de poder. Así, además de la locura que despiertan en ella las artes, y en especial, las letras, Sor Juana ingresa, despreciando tabúes, rituales y privilegios, en uno de los más puros asuntos para varones: teología.

Sor Juana ‘se arriesga y cruza el mar’, como canta en uno de sus villancicos, atravesada por una gran voluntad de acceder a lo que considera lo verdadero; no la verdad que pretende justificar lo prohibido; sino "... una verdad que sería riqueza, fecundidad, fuerza suave e insidiosamente universal...", en palabras de Foucault en El orden del discurso.

Sor Juana ‘ataca’ y ‘se defiende’ con la Biblia y con las palabras de los santos doctos San Agustín, Santo Tomás y San Juan Crisóstomo, entre otros. Con estos discursos crea nuevos discursos, que en sus condiciones retornan peligrosamente hacia su propio autor

Los argumentos del Padre Vieyra se desploman con sus argumentos, las divinas palabras adquieren significados menos rígidos, los imponentes discursos teológicos de patrísticos y escolásticos se hacen susceptibles de ser 'defendidos'. Ella pretende recrear el método teológico al sobreponer la razón al dogma mismo. Ya se verían los peligros que estaba invocando(4).

Sor Juana firma sus textos, que aparecen enunciados desde el ‘yo’, con arrogancia y gusto por lo que descubre. Aunque se discute mucho sobre la intencionalidad de los autores, en La Carta Atenagórica es posible insistir sobre el hecho de que la poetisa escribe consciente e intencionalmente, lo cual no significa que no pudiera temer las consecuencias de sus acciones, al contrario, las sabe, las espera.

Sor Juana levanta su discurso sobre la teología. En ella ofrece nuevas proposiciones, que naturalmente tendería a controlar la disciplina teológica.

¿Pero, en qué afecta a la disciplina que una mujer cuestione y ofrezca nuevas proposiones? ¿Acaso no había habido ‘santas’ mujeres que explicaban las divinas palabras? Sí, pero por "revelaciones divinas", inmersas en el dogma absoluto donde no hay nada qué cuestionar, sólo "sentir" la presencia del amado en el misticismo puro; como Santa Teresa, que no es precisamente su cánon de comportamiento. Sor Juana no tenía una fe semejante, su entrada al convento fue una necesidad, ella lo dice explícitamente en la Respuesta a Sor Filotea de la Cruz. Su actitud, mucho más profana que beata (hay que leer toda su obra), jamás la llevaría a un estado similar.

Los dos primeros mecanismos de exclusión que señala Foucault se recrean en el tercero, pues es imposible separar al sujeto enunciante de su propia enunciación: quien controla al discurso controla al individuo y viceversa.

Llena de signos que acusan al individuo en su cualificación para hablar, está la Carta Atenagórica: llena de palabras, de gestos, comportamientos y circunstancias que lo denuncian y que retan todos los rituales impuestos:

" Probado el que Cristo no se ausentó no sirve la prueba de la Magdalena para esta conclusión"; "Aprieto más"; " Pruébolo" ; "¿Qué forma de argüir es ésta? (...) El Santo propone en género; el autor responde en especie. Luego no vale el argumento"; "quitadas las primeras basas (...) cae en tierra el edificio de las pruebas (...) saliendo flaco el fundamento"; etc.

En la escala última de la jerarquía religiosa católica, una simple monja no puede estar calificada para hablar. Sólo que Sor Juana no es cualquier monja; mucho antes de serlo, era ya una mujer famosa en la corte y luego lo sería también en el convento. Con su saber y su arte "sorprendía a propios y extraños", dice Núñez de Miranda. Las cartas que recibía de enconados intelectuales no sólo del país, sino desde el Perú por sus fuertes críticas a la represión de las mujeres, lo comprueban.

Su voluntad de verdad la califica como sujeto que puede hablar. La califican sus conocimientos de filosofía, aritmética, geometría, astrología, física, música, lenguas, etc.; la califican también las conversaciones de las "bachillerías" con intelectuales de la época, entre ellos el mismo Obispo de Puebla.

No espera tampoco la poetisa a que una sociedad de discurso la autorice para hablar. Sobrepasa así este otro enorme mecanismo de control: grupos clericales, de juristas del Santo Oficio, de arzobispados y administraciones, de monjas y civiles, de clero regular y secular. Grupos cuyo cometido es vigilar y preservar de cualquier discrepancia los discursos que ya han establecido y por los que se mantienen fuertemente ligados.

Pero si una sociedad de discurso prohíbe, las doctrinas dan esa aparente libertad al individuo al abrir al público sus secretos, sus dogmas. En esa ilusión los individuos quedan doblemente aprisionados: en cuanto sujetos enunciantes y en cuantos sus enunciaciones; de manera que cuando el sujeto ha dicho uno o varios enunciados inadmisibles a esa "apertura", el sujeto es excluído, denunciado, rechazado o acusado de herético. Sólo hay para el individuo dos caminos: la ortodoxia o la herejía(5).

Después de la publicación de La Carta Atenagórica, en la que Sor Juana, hace más teología natural que dogmática; por expresar que lo mejor que Dios hace por los hombres es no hacer nada (los beneficios negativos); por centrarse sobre todo en la Biblia; por expresar límites tan extensos en su concepto de ‘libre albedrío’; fue sometida a una serie de represiones y amenazas. Entre ellas, acusaciones por parte del Santo Oficio. Así lo expresa en la Respuesta a Sor Filotea de la Cruz.

 

b). Michel Pêcheux

1. Formaciones sociales, ideológicas y discursivas.

Para Pêcheux los discursos siempre están asociados, ‘alineados’ con los modos de producción económicos, sociales, políticos e ideológicos dominantes.

El modo de producción social y político de la Nueva españa en el siglo XVII es monárquico-religioso. Los centros de control están en España y el Vaticano. En la Colonia, el virreinato y el alto clero, cada uno con sus órganos de represión, gobiernan pasando por alto, muchas veces, las órdenes de los imperios centrales. El poder de las dos autarquías de la Nueva España era tan grande, que llegó a haber verdaderos pleitos entre ambos por la jurisdicción de territorios y bienes de los ciudadanos .

La estructura de clases sociales de la Nueva España es especial. Las mezclas raciales conforman un verdadero mosaico contrastante de colores y castas. Allí conviven los españoles puros, en quienes reside el mayor poder y riqueza: latifundistas, mineros, comerciantes; los criollos, algunos adinerados; los mestizos, los indios, los mulatos, los esclavos negros en las más miserables condiciones; allí se dan cita oleadas de esperanzados inmigrantes y de abundantes vagabundos y pordioseros en busca de caridad.

La religión católica es una superestructura que establece instituciones e impone su ideología. Iglesias, escuelas y universidades, sociedades económicas, sociedades de intelectuales, y toda clase de organizaciones se rigen por sus prácticas e ideas alienadoras. Sor Juana oscila entre la enajenación y su propia representación del mundo.

En el fondo de sus cuestionamientos y osadas afirmaciones queda implícito el valor y la necesidad de Dios, la duda misma. Todos los grupos que encabeza la religión en su tiempo, empezando por la propia religión aplicarían los mecanismos de control que señala Foucault para cualquiera de sus ‘fieles’ que se otorgue el derecho de requerir y reflexionar sobre los fundamentos de tal poderío.

En esta parte tanto Pêcheux como Foucault coinciden, pues ambos señalan los peligros de los discursos y los procedimientos inmediatos de control por parte de las hegemonías(6).

En lo que a las formaciones discursivas se refiere diremos que La Carta Atenagórica, o La Crisis de un sermón(7), es el título que recibe un texto escrito contra un famoso ensayo sobre las finezas de Cristo cuyo autor es el padre Vieyra (teólogo portugués, de la Compañía de Jesús), por Juana de Asbaje Ramírez y Santillana, más conocida como Sor Juana Inés de la Cruz, monja, poeta e intelectual del convento de San Jerónimo, nacida en Nepantla, estado de México, en 1641. La Carta, que trata asuntos teológicos, es dirigida a una tal Sor Filotea de la Cruz, pseudónimo que le dio por usar al Obispo de Puebla, Manuel Fernández de Santa Cruz para establecer correspondencia con la monja jerónima.

Octavio Paz y Darío Puccini se cuestionan sobre la fecha en que La Carta fue escrita. En la Respuesta a Sor Filotea de la Cruz, escrita y fechada en marzo de 1691, Sor Juana dice que se tardó unos días en contestarle al publicador de La Carta (que en el prólogo de la misma se reprende que éste la reprende severamente por escribir sobre esa clase de asuntos, aún cuando el mismo se lo ‘mandó’), el Obispo de Puebla. De donde Octavio Paz supone que La Crisis de un sermón debió ser escrita un año antes, y Darío Puccini, haciendo otras cuentas, encuentra que el mismo texto debió escribirse hacia finales de 1689.

2. Formaciones imaginarias:

En esta parte de su propuesta de análisis, Pêcheux señala la importancia del enunciante en la producción y captación de sentido de los discursos. El hablante, dice, se sitúa en "el interior de una relación de fuerzas que existe entre los elementos antagonistas de un campo dado" (Pêcheux, M. 1969:41). Todo lo que diga o prometa depende del contexto en que enuncia. Destaca también su habilidad para prever o imaginar lo que piensa el oyente a partir de su propia situación de enunciante, mediante un proceso que el autor denomina anticipaciones o formaciones imaginarias, al parecer, propias de todo proceso discursivo:

... lo que funciona en los procesos discursivos, es una serie de formaciones imaginarias que designan el lugar que A y B atribuyen cada uno a sí mismo y al otro, la imagen que ellos hacen de su propio lugar y del lugar del otro. (M. Pêcheux, 1969: 48).

En la Carta Atenagórica podemos reconocer los lugares de A y B, atendiendo a las estructuras de las formaciones sociales; y a lo que cada sujeto piensa o imagina de sí mismo:

A: Sor Juana. Literata, intelectual, mujer, monja.

B: 1. Sor Filotea de la Cruz, ‘admiradora de la monja’ (el Obispo de Puebla). 2. El padre Vieyra, teólogo portugués de la compañía de Jesús, (retórico, no está en México). 3. La iglesia. 4. Los hombres, ‘que con sólo serlo se creen sabios’. 5. El Santo Oficio. 6. Las mujeres, las monjas. 7. Los pilares de la iglesia, retórico, (San Agustín, Santo Tomás, San Juan Crisóstomo). 8. Los intelectuales de su época. 9. La sociedad en general. 10. Dios mismo, su majestad, (retórico).

R: La discusión de la poetisa sobre las finezas de Cristo dadas por el padre

Vieyra. Su ‘defensa’ de los doctores de la iglesia y de sí misma. Su conclusión sobre la fineza mayor de Cristo: los beneficios negativos

El género expositivo supone un público abierto al que se pretende demostrar una verdad que se cree universal, pero en realidad se dirige a un auditorio selecto, pues no cualquiera tiene acceso a esa clase de discursos. La Carta tiene además un punto de vista muy personal por el ‘ataque’ dirigido a B (Vieyra es soberbio, como casi todos los hombres de su tiempo). El saber no tiene color ni género, diría A.

I (A) Sor Juana piensa de sí:

Que puede decir algo más que los teólogos. Que debe aparentar que escribe

por mandato. Que sus estudios la capacitan y autorizan para hablar. Que

tiene pruebas suficientes para rebatir el sermón de Vieyra, ‘por discurso’,

‘por razón’. Que sus afirmaciones le causarán problemas, pero como

confiesa, con halago y con temor en la Respuesta a Sor Filotea de la Cruz,

su inteligencia y arte no sabe "si Dios se los dio en prenda o castigo".

I (B) Sor Juana piensa de ellos:

Que Vieyra ostenta una inteligencia y unas razones que no posee (‘sus fundamentos son flacos’). Que el obispo la está ‘incitando’ a continuar lo que ya habían discutido en una de esas ‘bachillerías’. Que los hombres creen que la inteligencia deviene por el sexo. Que la sociedad de su tiempo es injusta. Que deberíamos todos imitar la sabiduría y humildad de los grandes y las grandes mujeres: San Jerónimo, Santa. Paula, Sto. Tomás, San Agustín, San Juan Crisóstomo. Que se debería reconocer el valor de grandes mujeres: Judith, Débora, Esther, etc.

De su propia argumentación en la Carta Atenagórica podrían sustraerse ideas sobre lo limitado y celoso de Dios, del hecho de parecer que no fuera clara su ‘necesidad’ o existencia, si lo mejor que hace por los hombres es no hacer nada: ‘beneficios negativos’; o que por tan perfecto se basta a sí mismo, y no queda claro para qué necesita del ser humano.

I (R) Sor Juana piensa del referente:

Que las ‘finezas’ de Vieyra no tienen fundamento. Que tienen razón los tres pilares de la iglesia. Que es difícil explicar a Dios porque parece incongruente:

"Pues, Señor, ¿qué necesidad hay de que vos los apartéis? ¿Ellos no están separados y enemistados?...No lo entiendo; ¿porque qué nuera no aborrece a su suegra, qué criado no es necesario enemigo de su dueño? ¿Pues qué necesidad hay de separarlos si ellos ya lo están? Ése es el mayor aprieto del precepto…".

Que el hombre tiene finezas que Dios siendo Dios no puede tener:

"...Esto es lo que le faltó a la Pasión de Cristo…"; o antes, "... los justos hacen finezas que Cristo no hizo por ellos, como es resistir a las tentaciones...".

Que Cristo, nacido de madre pura, era ‘impecable’ y por eso no sufrió como los hombres de la tentación por delectación, sólo por sugestión:

"...que es una tentación extrísenseca y que estaba lejos de su mente y no le podía inclinar, ni hacer guerra ninguna".

Que si Dios ‘ostenta’ de su poder y perfección, y como dice el profeta David, "que Dios es Dios y Señor porque no necesita de nuestros bienes..."

De su propia argumentación en la Carta Atenagórica podrían sustraerse ideas sobre lo limitado y celoso de Dios, del hecho de parecer que no fuera clara su ‘necesidad’ o existencia, si lo mejor que hace por los hombres es no hacer nada: ‘beneficios negativos’; o que por tan perfecto se basta a sí mismo, y no queda claro para qué necesita del ser humano.

Aunque Sor Juana trata de justificar siempre qué quiere Dios del hombre, no queda al lector claro para qué está Dios, pero sí queda claro que de todos modos debemos creer en él.

I (A).

B reconoce que A es aguda e inteligente, pero es mujer. Que es peligrosa

por sus razonamientos para el Santo Oficio, la teología y para todo el

aparato religioso. B ‘sociedad’ sólo mira una mujer, que debería estar

casada o recluída en el silencio de un convento.

I (R). Atendiendo a las reacciones, a la misma publicación de la Carta, y al título

que él mismo le dio:

B (el Obispo) piensa al respecto del referente que Vieyra se equivocó. Que

Sor Juana tiene razón pero que exagera en eso de los ‘beneficios negativos’. Que en su discurso se descubren implícitos ‘heréticos’ (¿las limitaciones de Dios?).

En el fondo Sor Juana hizo volver los ojos a todos, no sólo hacia el mito de la inteligencia masculina (en el sermón de Vieyra), sino sobre los puntos ‘negros’ de la Biblia, sobre los que todo católico ha dudado más de una vez, y que la doctrina religiosa encubre con la ‘fe’ ciega, temas que acusaban ya los protestantes. La crisis de un sermón es en realidad la crisis de todos.

¿Qué motivó a Sor Juana a escribir La Carta, a sabiendas de lo que podía ocurrir? Su discurso descubre una situación de fuerte tensión político-religiosa y social. Esta situación de presión y reprensión es corroborada por sus propias palabras en la Respuesta a Sor Filotea.

El visible ataque con ‘saña’ contra Vieyra, y contra todos los hombres ‘necios’; el mencionar constantemente las grandes mujeres de la historia; la ‘defensa’ que hace de los doctores de la iglesia, y su ‘defensa’ misma como mujer que tiene derecho al saber, pues se ha preparado para hacer teología; las ideas ‘escépticas’ sobre la Biblia; el decir que escribe por mandato; etc., nos permiten imaginar el contexto real que la poetisa estaba viviendo: un cansancio extremo, fastidio por la agresión y ganas de contestar con todos los argumentos y con críticas abiertas (hay demasiadas ironías y burlas en el texto). Y esto, siguiendo los términos de R. Robin, es un indicio del punto de rompimiento o coyuntura que la anima a escribir despreciando los peligros.

Octavio Paz, analizando ese contexto histórico, supone que una de las posibles razones que motivaron a Sor Juana a escribir La Carta se debió a la situación de tensión política reinante en ese tiempo. Al Obispo Fernández de Santa Cruz, ‘amigo’ de la poetisa, correspondía el cargo del arzobispado de la ciudad de México. Por razones que no son claras, desde Madrid es designado para el puesto, el arzobispo de Michoacán, Aguiar y Seijas, quien mediante el apoyo de los jesuitas, venía a ‘poner orden’ a los ‘excesos’ y ‘malos manejos’ en las administraciones de los conventos y arzobispado de la ciudad de México. Desde su llegada, el arzobispo, famoso por su misoginia y por predicar la doctrina del silicio, quiso prohibir las actividades ‘mundanas’ de Sor Juana. Las reprensiones y castigos debieron animar a la monja a responder de ese modo.

Octavio Paz supone que Fernández de Santa Cruz, molesto por la designación del jesuita, incitó a Sor Juana a escribir La Carta, para que desde su condición de mujer humillara al misógino arzobispo, que además era fanático del padre Vieyra: "más imprudente que Ajmatova Sor Juana intervino en el pleito entre dos príncipes y fue destrozada" (O. Paz, 1982: 526 y 527).

Creo con Octavio Paz que el ataque a Vieyra, por parte de Sor Juana, es redirigido al arzobispo Aguiar y Seijas. Pero me parece exagerada la idea de uso y sacrificio que implican sus ideas. En ninguna parte de La Carta Atenagórica, ni en la Respuesta a Sor Filotea y menos aún la Carta a su confesor se puede ver ‘invalidez’ de la monja para decir lo que quiere y defenderse, o incapacidad para preever consecuencias; aunque sí hay un gran tono de reproche por la publicación de la carta sin su permiso.

En el siglo XVII, dice Fernando Benítez en su libro Los demonios del convento, el gran enemigo era el cuerpo humano en general. Para Aguiar y Seijas, el de las mujeres, en particular. El único medio para desterrar al demonio de la carne y toda tentación era la flagelación. Dice este autor, que había conventos en los que esta práctica era una verdadera carnicería. El nuevo arzobispo había llegado para desterrar 'vicios' y fiestas en conventos y monasterios, que al parecer vivían en un cierto relajamiento. El convento de las jerónimas no fue la excepción.

Al final de sus días el retraimiento, amargura y soledad, anexados a sus propias dudas y culpas, y a los "dulces" consejos de su confesor Núñez de Miranda, al que reta y rechaza como confesor en su última carta, anexados también el caos que el vivía el país: hambre, peste, inundaciones, levantamientos, y muy en especial la partida de los virreyes, etc., al quedarse sin apoyo en ese mundo que no se abriría, debió someterse a las sabidas penitencias ‘para la salvación de su alma’ y apuró el paso hacia la muerte(8).

Se piensa que después de la escritura de la Respuesta a Sor Filotea y unos Ejercicios devotos, no escribió más, lo cual puede ser falso dice Octavio Paz, pues el deseo de su confesor era dar una imagen de beatitud que encubriera la bizarría de la monja, por lo que sospecha que a su muerte debieron ser destruídos muchos de sus escritos, incluyendo los que escribiera después de esto en la soledad de su celda, ignorando reprensiones. La carta al confesor es prueba de un carácter en verdad indomable.

Todo eso debió acabar con los ánimos de un alma extenuada de sola lucha, dirá D. Puccini (1996).

 

NOTAS

[1] esta medida de control se impuso en la edad media, luego de la profusa circulación de escritos sin autoría que mantenía en el anonimato a sus autores quienes podían permanecer libres de las consecuencias que resultaran por plasmar sus discursos.

[2] Pasión que le llevó a solicitarle a su madre para que le mudase el traje y poder ingresar a la universidad, como lo confiesa en su autobiografía (Respuesta a Sor Filotea de la Cruz)

 

[3] Aunque Ludwig Pfandl sólo ve en la monja ‘envidia de virilidad’ que es producto de su ‘emasculación’, propio de ‘mujeres ‘intersexuales’ que odian al macho por el ‘frustrado deseo’ de querer ser igual a él. (Pfandl, L.1983: 99)

[4] Entre envidias y reprensiones, dice en su autobiografía, se le había prohibido continuar con sus estudios, pero ella encontraba, sin necesidad de libros, todas las explicaciones sobre la manera y el orden en que las cosas están hechas en la naturaleza, observándolas. Similar al método clásico, solía estudiar, analizando, diseñando planes de objetos posibles observables, medibles, clasificables, etc.

 [5] Estas doctrinas vinculan a los sujetos a ciertos tipos de enunciación y como consecuencia les prohibe cualquier otro, efectuando una doble sumisión, la de los sujetos que hablan y la de los discursos al grupo, cuando menos virtual, de los individuos que hablan. (M. Foucault,  1980:38)

 

[6] En el discurso ideológico, que para constituírse, se impregna del contexto social e histórico que lo circunda, las preguntas del qué, el quién, el cómo, etc., se pueden responder en relación estrecha con lo que Foucault llama mecanismos de control ideológicos: el qué decir se relaciona con los tabúes o palabras prohibidas, el cómo, con los rituales de circunstancia y privilegios exclusivos del que habla, el cuándo y el a quién con las doctrinas y sociedades de discurso, etc.

[7] Este es el título que Sor Juana da a la carta.

[8] Benassy-Berling pinta en su texto Humanismo y religión en Sor Juana Inés de la Cruz (1983),   no las calamidades que descubren los historiadores , sino  siguiendo a los ‘intelectuales cómodos’ del tiempo de la poetisa, una relativa calma y tranquilidad a finales del siglo XVII. Lo que puede ayudar a comprender su vida artística, no la intelectual. Si como resalta el humanismo de la poetisa, ignora las condiciones y los lamentables sucesos ocurridos, era imposible que por su mismo humanismo permaneciera impasible ante las masacres de indios y negros y los humillantes autos de fe. 

 

 

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