Elizabeth Nazzari Verani
Universidad de Guadalajara
Resumen: El trabajo resalta
la importancia de los idiomas en la historia de los países latinoamericanos y en la
actualidad.
Aborda en primer lugar el
significado implícito del idioma, que tanto forma parte de la identidad de los
individuos, como ha sido y es instrumento ampliamente manejado en los procesos sociales y
políticos para obtener, manejar y expresar formas de control social a personas y grupos.
Se menciona la situación referente al idioma de los grupos de seres humanos que bajo
diferentes circunstancias y en varias épocas han emprendido migraciones que tienen por
destino o punto de salida los países latinoamericanos.
En forma sucinta se
reflexiona sobre las perspectivas que se perfilan en América Latina referentes a la
educación cuanto a los idiomas.
..
La población actual de
Iberoamérica, es resultado, casi en su totalidad, de migraciones que a través de
diferentes épocas, circunstancias y caminos llegaron de casi todos los demás
continentes. Ante una invasión por la fuerza por pueblos más equipados
tecnológicamente, la población local, dicha indígena, permanece por lo regular en
condiciones de desventaja, tanto numéricamente hablando cuanto en el disfrute de los
beneficios del territorio que antes les pertenecía. Algunos migrantes, como los
africanos, también han tenido una larga y dolorosa trayectoria en el Nuevo Continente,
sin que la mayoría alcance todavía los niveles de vida que muchas personas de otras
nacionalidades han alcanzado, y comparten con los indígenas una condición de
discriminación.
Sin embargo, no se puede
decir que no hay blancos pobres y excluidos; siempre ha habido pobres y desposeídos de
todos los grupos raciales y étnicos humanos. Aun entre los grupos raciales dominantes las
características individuales y grupales son diferentes, así como el punto de partida
para contar con los principales beneficios de la modernidad, según sus objetivos
particulares.
De la misma forma, hay que
resaltar que esa pobreza de que hablamos se refiere a los bienes materiales,
tecnológicos y servicios que en la cultura occidental dominante consideramos indicadores
de bien-estar. Independientemente de que cuente o no con esos recursos, las personas y las
comunidades cuentan con un capital cultural único y original que es resultado de su
trayectoria y de su concepción particular del mundo y de los logros y avances que ha
tenido en función de ella. Es la comprensión de ese aspecto que debe ser recordado en
las consideraciones que aquí vamos a tejer
respecto al lenguaje y el proceso que llamamos globalización.
En toda la historia del
hombre, en todos los tiempos y lugares, ha estado subyacente, aunque menos estudiada, la
cuestión de las lenguas, que va a par con la de la comunicación de los seres humanos.
Llamamos lenguaje a todo y
cualquier sistema de signos que
sirve para comunicar
ideas o sentimientos a través de signos convencionales, sonoros, gráficos, gestuales
etc., percibidos por los órganos de los sentidos; se refiere también a la capacidad de
usar la lengua en la comunicación.
La lengua, a su vez, es un
sistema de representación constituido por palabras y reglas que se combinan en frases,
que los individuos de una comunidad lingüística usan como principal medio de
comunicación y expresión, hablado o escrito. Nótese aquí que la lengua hace referencia
a una comunidad lingüística, que se representa en seres humanos individuales y en
sociedad, con territorio o sin él. El lingüista Ferdinand de Saussure (1857-1913), dice
que la lengua en sí es un sistema abstracto de signos interrelacionados, y resalta su
naturaleza social e psíquica (citado en Houaiss).
La variedad de lenguas, por
lo tanto, no indica sólo que hay características gramaticales, léxicas, fonéticas,
etc., diferentes en cada una de ellas. Indica, en primer lugar, que son diferentes los
procesos de significación y los significados que ellas representan. Por eso es tan
relevante el idioma para la construcción de la psicología del individuo. Además, la
lengua está marcada por contributos sociales, geográficos, históricos y se presta a ser
manipulada en los juegos de poder de personas y pueblos.
En cuanto a sus usos y
funciones, presentamos y comentamos brevemente las tres maneras en que ellas son usadas
por las personas para atender a sus necesidades, según Esteban, Nadal y Vila (2007). A
saber:
a) La lengua familiar, identitaria o materna, que
responde a la necesidad de vinculación, de creación de sentido y significado, de valor
existencial. Ella informa (nos informa) sobre quiénes somos, a que grupo pertenecemos,
que valor nos atribuimos o nos atribuyen a nuestro grupo y a nosotros mismos. Muchas
veces, en consecuencia de ello uno se forma expectativas de la vida y de uno mismo que
dirigen nuestro actuar. No es la persona misma quien la elige, ella ya está en la familia
en que se nace. Por eso puede proporcionar sensación de estar a gusto, seguro. Es la que
más nos recuerda nuestra identidad. Por experiencia, muchos sabemos como es difícil
decir una oración en otro idioma, si esta fue aprendida en la infancia en el idioma
materno. O como es difícil para uno hablar a nuestro hijo en otra lengua que no sea la de
nosotros. O manifestar enojo o cariño genuinos en otra lengua diferente de la materna.
Generalmente se refiere a aquella
lengua predominantemente hablada, que se auto renueva constantemente para hacerse más
expresiva según los fines comunicativos de cada caso y en los diferentes contextos
sociales en que es usada.
b) La lengua de intercomunicación sociolaboral,
propia de cada territorio. Es la lengua considerada como instrumento sociolaboral fuera
del grupo a que se pertenece, útil sobre todo cuando se busca una mejor comunicación,
progreso y ascensión social. Se utiliza en los intercambios laborales o sociales al
compartir con hablantes de otras lenguas o de una lengua dominante. En un incidente en el
medio rural mexicano, narrado por Villanueva (2005), en que se preguntaba a unos maestros
de niños indígenas cuál era el principal problema que encontraban para enseñar a
leer y escribir en lengua indígena, algunos de ellos dijeron que era el hecho de
que a los padres de familia y a los mismos niños no les agradaba que les enseñaran su
lengua materna porque ya la sabían. Lo que querían era que les enseñaran la
lengua española, ya que esta les permitiría tener acceso a trabajo y estudios regulares. En otras palabras, lo que deseaban los alumnos y
sus padres era una lengua de comunicación sociolaboral.
c) La lengua de interconexión global, aquella que
responde a la necesidad de conectarse a los espacios globales de información. En la
actualidad, el inglés es considerado el idioma que nos permite tener acceso y participar
en los centros de distribución, creación y ejecución de la vanguardia de la
información. El caso paradigmático es el internet, pero están también los congresos,
revistas científicas, etc. en que se presentan y actualizan las actividades humanas de
mayor repercusión social, política, científica, etc. Además es la lengua usada en las
transacciones internacionales, que predominan en la actualidad gracias al nuevo orden
instaurado por el desarrollo tecnológico de las comunicaciones. Otra utilidad de la
lengua de interconexión global es en el turismo, que genera ingresos y propicia acercamientos entre personas y pueblos.
Explorando un poco más esta
visión, también podríamos hablar de lenguas de interconexión regional. Por
ejemplo, la expansión del español en el mundo es notable; cada vez él es más enseñado
en países y culturas que antes no lo hacían. También se impone cada vez más en los
Estados Unidos de América. En América Latina provee infinitas posibilidades de procesos,
acuerdos, planes de desarrollo, intercambios y actividades comerciales, científicas,
educativas, etc. que comunican y unen casi a toda América del Sur y Central. Brasil, el
único país de América que habla portugués (otra lengua ibérica, al fin), ya declaró
la intención de hacer del español su segunda lengua oficial. Falta ahora capacitar el
sistema educativo nacional para aterrizar esta intención. Y mientras no lo hace, los cada
vez más frecuentes contactos turísticos y comerciales van haciendo lo suyo en el sentido
de incrementar el bilingüismo español-portugués en los países del cono sur.
Generalmente, al requerir la
lengua para las dos últimas funciones señaladas, se estará haciendo uso de una lengua
aprendida y empleada de acuerdo con la norma escrita. Es una lengua que se aprende en
escuelas, y por lo tanto sus supuestos metalingüísticos y lingüísticos son más rígidos, artificiales y sencillos, para
proporcionar seguridad a quienes la usan. No es necesariamente la lengua real usada por la
población nativa, que forma parte de la vida diaria y expresa lo que las personas son y
hacen espontáneamente. Es más bien formal, para situaciones específicas con fines
intencionales, que requieren un uso controlado. Se
presta al control y vigilancia de los órganos reguladores del idioma, por lo que ofrece
un poco más de estabilidad en sus significados e implicaciones, esquivando las
innumerables variaciones de sentido, tono, registro, etc. de la lengua natural.
Nótese que en algunos casos,
esas dos o incluso las tres funciones pueden coincidir en un solo idioma. Un hablante
nativo de inglés ya cuenta con la lengua identitaria
y con la de interconexión global, y muy
probablemente con la de intercomunicación
sociolaboral también.
Usos socio-políticos de las
lenguas en los juegos de poder
Bagno (2003) señala que la
lengua como abstracción no existe: lo que existe son seres humanos que hablan lenguas.
Dice también que el lenguaje, de todos los instrumentos de control y coerción social,
talvez sea el más complejo y sutil. Así, el control de la lengua es en cierta medida el
control de las personas. O por lo menos el intento de controlarlas.
En la historia de nuestra
América son numerosos los hechos que así lo demuestran.
En Brasil, en el periodo de
la colonización, la llamada lengua general se estaba afirmando por procesos
espontáneos como lengua de uso común. Era una lengua de origen indígena, formada por
varias lenguas tupíes-guaraníes emparentadas. Era fácil y expresiva; empezó a ser
usada porque los conquistadores portugueses eran hombres solos en su mayoría, y
comenzaron a vivir con mujeres indígenas, hablando el mismo idioma que ellas en la vida
familiar. Ciertos grupos indígenas y los portugueses, en aquel entonces convivían
pacíficamente, tratándose entre sí, ayudándose en las labores diarias, las guerras,
etc. Era común que los hombres hablaran el portugués ante las autoridades locales y los
recién llegados de la metrópoli, pero en el ámbito social y familiar diario emplearan
el tupí o una de sus variedades, como el tupinambá, según la región. Las mujeres y
niños, tradiciónalmente, casi desconocían el portugués.
Anteriormente
los jesuitas habían estudiado y escrito gramáticas de las lenguas indígenas, que los
auxiliaran en su trabajo de catequización. Sin embargo, la intención de los religiosos
iba más allá de preservar las lenguas o solamente salvar las almas (aunque no
necesariamente los cuerpos) de los catequizados: al promover el tupí (o el tupinambá) en
vez del portugués trataban de evitar los contactos entre indios y blancos, para que los
indios no fueran capturados como esclavos por los colonizadores, ansiosos de conseguir
mano de obra ya preparada y amoldada a la cultura portuguesa, como lo eran los indios de
las misiones.
En 1757,
el primer ministro de Portugal, marqués de Pombal, en una drástica medida para
fortalecer el poderío de Portugal sobre sus colonias, prohibió que se enseñara en ellas
cualquier otro idioma que no fuera el portugués. También ordenó la expulsión de los
jesuitas de las colonias, por su excesiva autonomía. Además, al haber
logrado sustituir el Tratado de Tordesillas[1] por el de Madrid, ampliando
los dominios del imperio luso al Oeste y al Norte, el estratega transformó la lengua en
arma geopolítica para consolidar la presencia portuguesa, en oposición a la española,
en el nuevo territorio.
Es un
hecho conocido que, debilitando la lengua de un pueblo, se debilita su identidad nacional
o local. Lo mismo sucede con los grupos e incluso con los individuos. En otro ejemplo, por
ocasión de la segunda Guerra Mundial en Brasil empezaron a surgir conflictos entre las
comunidades de emigrados italianos y alemanes. Ambas
seguían hablando sus respectivos idiomas en el medio doméstico, en sus iglesias y
escuelas, y usaban el portugués solamente en contactos con extraños. La medida que el
gobierno brasileño tomó fue prohibir que hablaran el idioma de su país de origen, con
represalias y sanciones si insistían en hacerlo, y decretar que los servicios religiosos
y la enseñanza, como todo lo demás, se hicieran usando el idioma portugués. Así fue
posible que dejaran de fomentar la filiación a su país de origen y empezaran a
desarrollar un sentido de pertenencia a Brasil.
Acciones
como estas, de corte político que buscan consolidar el poder y encaminar los procesos
sociales por medio de la manipulación de la lengua, son frecuentes y numerosas en toda
América Latina. Cada país seguramente tiene su propia experiencia en ese sentido que
relatar. Grandes lecciones también fueron enseñadas en consecuencia de la Revolución
Americana y la Revolución Francesa.
Las
colonias inglesas se emanciparon de Inglaterra por la llamada Revolución Americana
(1775-1783). Después que esta terminó se inició un importante movimiento intelectual por constituir una lengua acorde a la
identidad de la nación emergente. El filólogo estadounidense Noah Webster, (1758-1843)
que representaba el movimiento, vió un nexo
inmediato entre la ruptura con la dominación política y económica de Inglaterra y la
ruptura con la hegemonía de una norma lingüística británica. La joven nación nacida de la revolución necesitaba su
lengua propia. (Aléong, 2001 in Bagno, 2003, p. 34). Y dedica entonces su vida
a crear una gramática, ortografía y sobre todo un diccionario del inglés americano (que
todavía es el que mejor identifica a la lengua hablada en los Estados Unidos).
En
Francia, con la Revolución iniciada en 1789, las clases sociales dominantes la
nobleza y el alto clero, fueron derribados y ascendió la burguesía. A partir de entonces hubo cambios radicales en el
campo del lenguaje. El hablar de los burgueses, antes despreciado por los nobles, ganó
prestigio y pasó a servir de modelo para los demás estratos sociales. Los gobiernos
revolucionarios sistemáticamente difundieron este modo de hablar por el país, al mismo
tiempo que reprimían el uso de otras lenguas en sus respectivas regiones. Así, en menos de 50 años el francés de Paris
se impuso en todo el país, consolidando claramente el poder recién conquistado por los
representantes de una sangrienta revolución, que significó toda una subversión de
valores, símbolos, conceptos y creencias (Bagno, 2003, p. 32).
Incluso
instituciones creadas para enseñar el idioma fuera del país que las habla obedecen a
intereses políticos y económicos. La Alianza Francesa y el
British Council han diseminado sus idiomas a cambio de ventajas económicas y/o políticas
de los países que los albergan. Su
implantación en esos países ocurre en momentos históricos convenientes para extender su
hegemonía cultural y política y atender a intereses económicos. El British Council
surgió en el período entre-guerras, para diseminar
la lengua y también la ideología a los países aliados y a los dominados (cf.
Phillipson, 1992, citado en Irala, 2004). Las escuelas de inglés de Norteamérica
proliferan en esos tiempos en que sus empresas transnacionales se instalan en diferentes
partes del mundo.
La Real Academia de la
Lengua, a su vez, surgió en 1713 con la intención de garantizar que el castellano, que
en España ya había sido impuesto sobre los otros idiomas de la región, también se
afirmara como la norma lingüística en las diversas colonias de América, principalmente
para los grupos letrados y las elites dirigentes. Esa
institución surge, en el universo hispánico, con el claro objetivo de difundir un
discurso de unidad lingüística, ocasionando la marginalización de las
lenguas locales americanas bajo el punto de vista institucional, cuando no su
aniquilamiento (cf. LUIS, 1998, in Irala,
2004).
De esa forma nos damos cuenta
de que la lengua ejerce lo que Bourdieu llama poder simbólico, dado que la lengua, como sistema simbólico, también es capaz
de acentuar la asimetría en las relaciones de dominación (citado en Irala, 2004).
Ella es, por lo tanto, motivo de cohesión por un lado, y también motivo de conflicto y
separación. Es un indicio que revela y puede agravar o favorecer la condición social de
personas y grupos.
Pero hasta ahora sólo hemos
hablado de las lenguas dominantes. Qué hay de las lenguas minoritarias, como las
indígenas y las de los africanos traídos a América?
De las 6000 lenguas que se
hablan en el mundo, 96% pertenecen a 4% de la población mundial, que en su mayoría son
indígenas y pueblos nativos. Cuando llegaron los europeos a América, había entre 600 y
800 lenguas indígenas. En los últimos 500 años, cientos de lenguas han desaparecido en
América Latina y el Caribe, y varias de las más de 600 que aún sobreviven podrían
correr la misma suerte. Según la UNESCO, cada dos semanas, por término medio, desaparece
una lengua en el mundo, no en consecuencia de procesos naturales, sino por la presión
cultural y discriminación contra sus hablantes.
En Brasil, por dar un
ejemplo, de las 180 lenguas indígenas que ahí se hablan, apenas 24, o sea el 13%, tienen
más de 1000 hablantes. De las restantes, 108 lenguas, o sea el 60%, tienen entre 100 y
1000 hablantes; otras 50 lenguas, o sea el 27%, tienen menos de 100 hablantes, y la mitad
de estas, el 13%, menos de 50.
Si pensamos que cada lengua
es una visión particular del mundo, cuántas visiones de un mundo que ya no es el mismo
se han perdido!
Es justo mencionar, a pesar
de todo, que hay otras lenguas indígenas cuyo futuro parece más prometedor y que siguen
teniendo su lugar en la sociedad. El quechua, aymará, guaraní, maya y náhuatl, son
hablados por más de 10 millones de personas. Paraguay, por ejemplo, tiene dos lenguas oficiales, a partir de la
Constitución de 1992: el castellano y el guaraní. Esta última es la primera lengua
indígena que ha alcanzado el estatuto de lengua oficial de estado en América. En
Bolivia, el presidente Evo Morales emprende campaña a favor de los valores indígenas y
anuncia medidas para proteger y fomentar los idiomas nativos del país (quechua, aymará,
guaraní). En esos países los hablantes de lenguas indígenas siguen sufriendo
discriminación racial y lingüística, pero diferentes instituciones luchan por el
reconocimiento y sobrevivencia de sus culturas, apoyados cada vez más por organismos
internacionales como la UNESCO.
Hablaremos ahora de la
población negra y mulata. Durante el período en que hubo tráfico de esclavos negros,
aproximadamente del siglo XV a finales del XIX, llegaron a América Latina y el Caribe,
desde las más diversas regiones de África, millones de africanos, que también hablaban
decenas de lenguas diferentes. Desde el inicio del proceso, al llevarlos para el país
donde serían vendidos, el factor lingüístico fue manipulado por los traficantes. Estos
separaban a los individuos capturados que eran de una misma familia o etnia, mezclándolos
con los de otras, para evitar que se comunicaran entre si y establecieran alianzas y
conspiraciones que dificultaran su control y dominio.
Para terminar este
panorama, breve y parcial, de la realidad lingüística de América Latina vinculada a los
procesos sociales e históricos que hemos vivido, mencionaremos otros dos grupos
minoritarios lingüísticos. El primero es formado por las minorías europeas y asiáticas
que se instalaron aquí por motivo de políticas internacionales de colonización o
huyendo de guerras, pobreza y persecuciones en Europa. Recientemente nuevos motivos han
impulsado la llegada de nuevos emigrantes de los mismos países y de Asia, casi siempre en
búsqueda de mejores condiciones de vida, pero en situaciones quizás no tan dramáticas
como la de los africanos. En esos grupos la lengua de origen paulatinamente va siendo
abandonada por los más jóvenes, dándoles una ventaja en la nueva sociedad que los más
grandes cuestan a equiparar.
El otro grupo es aquél
formado por las filas cada vez más numerosas de excluidos y rezagados de la sociedad
contemporánea, que conforman una multitud de seres humanos en cierta forma
invisibles, porque su presencia difícilmente es detectada por los censos e
investigaciones poblacionales ofíciales (muchas veces no tienen morada fija, ni registran
nacimientos o muertes), aunque sí por los actos antisociales y violentos que cometen o
sufren.
Ellos pueden ser los
favelados de las principales ciudades de Brasil y las comunidades alejadas de
personas de origen africana o indígena. Pueden ser también los grupos de latinos que
tratan de entrar a los Estados Unidos, de guatemaltecos a México, de nicaragüenses a
Costa Rica, de peruanos a Chile, etc. En esos casos son personas de escasos o nulos
recursos que buscan salir de su país y entrar en otro por vías alternas a las prescritas
por la ley, y que a veces tampoco encuentran su lugar dentro de la nueva sociedad. Hablan
en general variedades locales minoritarias o antiguas, desprestigiadas por los
hablantes de la lengua predominante, tanto en el país de origen como en el que ingresan.
El aspecto lingüístico
puede no estar tanto en la raíz de los problemas que los llevaron a migrar, pero sí
está relacionado con la solución por lo menos parcial de su situación: su origen es
denunciada y su condición agravada por la falta de una lengua funcional que les permita
integrarse a la sociedad dominante en que quieren ingresar.
Hemos visto entonces la
variedad en idiomas que existe en América Latina, y como ellos sirven para identificar
individuos y relacionarlos con una cultura y un país. Al mismo tiempo, la lengua y sus
hablantes son valorados de diferentes maneras en el contexto más amplio con que
interactúan. Ella es una marca social que permite objetivar las diferencias
y/o similitudes de educación, de origen, de clase social e incluso de género y edad
entre las personas.
Aceptamos también que la
lengua es un factor de cohesión en unos casos, pero que facilita el conflicto y la
separación en otros. Permite establecer puentes entre las personas; algunos
puentes sirven dentro de un mismo país, entre las minorías y la cultura
dominante y, otros, entre diferentes culturas y países. Como ya hemos hablado de las
migraciones que han llevado personas de diferentes orígenes a interactuar en un mismo
territorio, profundizaremos un poco, ahora, en lo que sucede en ese interactuar.
Dado que las lenguas tienen
variedades que indican la procedencia de sus hablantes (ciudad o medio rural, por ej.),
tanto entre los hablantes de las diferentes lenguas oficiales como entre los que hablan
sus variedades u otras lenguas con que coexisten en el país, se producen conflictos
caracterizados por la intolerancia, el prejuicio y el menoscabo del idioma y cultura del
otro. Eso se llama prejuicio lingüístico.
Prejuicio lingüístico
En una época en que la discriminación en términos de
raza, color, religión o género ya no es públicamente aceptable, el último baluarte de
la discriminación social explícita seguirá siendo el uso que una persona hace de la
lengua (Milroy, 1998, citado en Bagno, 2003, p. 13). Bagno, profesor de la universidad
de Brasilia, dedicado a estudiar el prejuicio lingüístico en una sociedad tan
multirracial y multiétnica como la brasileña, afirma
que el prejuicio lingüístico en realidad sólo encubre y disfraza un profundo y
entrañado prejuicio social.
Como la lengua forma parte de
la identidad individual y social de las personas, criticar su manera de expresarse es
criticar a las personas mismas. Los comentarios naturalmente se desplazan del terreno
abstracto (lengua) para el concreto (el que la habla). La persona que expresa prejuicio
lingüístico se ubica en un plan de superioridad (educativa, cultural, social) en
relación a aquel que es blanco de ese prejuicio. En vez de ver la lengua como una
expresión de la realidad histórica, cultural, vivencial del Otro, simplemente la
menosprecia por ser diferente de la suya.
Algunos estudiosos sociales
dicen que generalmente el prejuicio lingüístico se expresa y causa más daño cuando
parte del hablante urbano hacia el del medio rural, del blanco hacia el negro o el
indígena, del que estudió hacia el iletrado, del más grande hacia los más jóvenes,
del hombre hacia la mujer y, sobre todo, del rico y poderoso hacia el pobre y marginado,
reproduciendo los esquemas de poder político y económico de nuestras sociedades.
Sin oponerme radicalmente a
esta opinión, yo creo que algunas cosas cambian, según la perspectiva de que se mira.
Depende del grupo social que se usa como referencia. Así vemos a jóvenes expresando
prejuicio lingüístico hacia los mayores, el pueblo ridiculizando el lenguaje de sus
gobernantes; integrantes de comunidades negras hacia blancos, etc. Pero siempre se trata
de personas sumergidas en su realidad, su circunstancia, sin reconocer el igual valor de
la realidad y circunstancia del otro. O sea, la lengua se vuelve factor de división,
cuando podría ser un factor de unión.
El concepto popular de que
cierto modo de hablar está cierto o equivocado se debe al
soporte institucional que alguna lengua o variedad ha recibido o recibe, en
perjuicio de otras. Un ejemplo es el apoyo que la Corona y la RAE proporcionaron al
castellano, origen del español moderno y lengua dominante en las ex colonias españolas
de América Latina.
De la misma forma, las
instituciones educativas de nuestros países han privilegiado algunas lenguas y variedades
lingüísticas sobre otras. De la lengua del conquistador, español o portugués, se
valoriza la variedad usada en el medio urbano escolarizado, en detrimento de otras
variedades y de otras lenguas también existentes en el mismo territorio.
Coincidentemente, la variedad con más prestigio es la de la clase socioeconómica más
privilegiada, minoritaria, pero más influyente social, económica y políticamente, que
vive en un medio compatible con el desarrollo tecnológico y que tiene recursos para
estudiar.
Orlandi, en sus estudios
sobre la lengua brasileña, habla del juego político-lingüístico que existe desde el
inicio de la historia de Brasil y que nos hace
oscilar siempre entre una lengua otorgada, legado de Portugal, intocable, y una lengua
nuestra, que hablamos en nuestro día a día, la lengua brasileña. Ella llama a la
primera lengua imaginaria y a la segunda, lengua fluida. Creemos
que esas reflexiones son válidas también para el español hablado en América Latina.
En los dos conceptos de
Orlandi, la lengua imaginaria es resultado de movimientos fundadores y legitimadores
emprendidos por instituciones y autoridades. O
sea, nos habla de lenguas-sistemas, normas,
coacciones, lenguas-instituciones, ahistóricas (Orlandi, citada en Irala, 2004).
La lengua imaginaria, coincide con lo que en Brasil se llama
la norma padrón. Esta es aquella que
generalmente se enseña en las escuelas, notadamente las escuelas urbanas, privilegiando,
como es la regla, la población urbana con recursos para ir a la escuela y que está más
cerca del poder político. Pero ni esa misma clase la usa continuamente. Ella se reserva
para ciertas ocasiones formales o académicas. Es útil en el sentido de que instaura un
espacio de comunicación más amplio que el de las variedades y lenguas específicas de
cada grupo social e incluso sirve como instrumento de comunicación transgeneracional, y
preserva por más tiempo el patrimonio literario y científico, dado que es una lengua
que, por estar normatizada, es más estable en su forma y a través del tiempo.
La norma padrón ejerce una
influencia simbólica muy fuerte sobre el imaginario de todos los brasileños, pero es una
influencia que disminuye progresivamente, a medida que
se aleja de las capas sociales privilegiadas (Bagno. 2003, p. 69). Ella
goza de prestigio casi general, y las personas que quieren mejorar de nivel procuran
aplicarlas lo más posible también en la vida social y laboral.
A su vez, lengua fluida es la lengua movimiento, (del) cambio continuo, que no depende de lo que dice lo
institucionalizado, aunque sea constantemente combatida por él (Orlandi, citada en
Irala, 2004). Es la lengua del pueblo, llena de creatividad, de entonaciones, expresiva,
que más se usa en las circunstancias reales de la vida y refleja la diversidad de la
sociedad. En ella surgen las innovaciones que con el tiempo se institucionalizan; en otras
palabras, en ellas surgen las innovaciones que más tarde son institucionalizadas por las
academias y diccionarios.
En palabras de Irala (2004), se puede decir que la lengua fluida es la
manifestación de la dispersión; o sea, si la lengua imaginaria es el símbolo de la
unidad, la lengua fluida sirve para mostrar que esa unidad es ilusoria, irreal, huye del
control, es constitutivamente heterogénea. Las tensiones entre ambas ocurren cuando
los defensores de la lengua imaginaria ignoran o subestiman a la otra, la fluida, que vive
y se desarrolla a su lado, propiciando un antagonismo artificial e innecesario. Entonces
es cuando se manifiesta el prejuicio lingüístico.
Una nueva mentalidad
Hemos visto entonces que el
aspecto lingüístico no puede ser considerado solamente como una cuestión
escolar o de currículo. Las lenguas y los procesos sociales con que estas se
entretejen son factores muy significativos y vitales tanto para las personas como para las
sociedades.
Y la historia sigue, con un
aumento significativo de individuos y poblaciones desplazándose por el planeta; unos en
busca de mejores oportunidades de supervivencia y otros, de desarrollo y realización. Ya
se estima que 70% de la población mundial actual es multilingüe (Richards y Rodgers,
2001:13, citado en Cassany, 2005) pero se están considerando en estas cifras más que
nada las habilidades orales. Hasta que punto el multilingüismo de la mayoría de esas
personas sirve para que ellas realmente se incorporen a la sociedad más amplia, gocen de
sus beneficios y sean productivas, es algo que no sabemos.
Esas reflexiones nos llevan a
la siguiente pregunta: ¿Cómo se debe pensar en la actualidad la cuestión de las
lenguas? ¿Cómo debe ser, en ese sentido, la educación de las nuevas generaciones en
nuestra época?
Dejando de lado las
cuestiones metodológicas de la enseñanza de lenguas, que no son el tema de este trabajo,
hemos recogido algunas consideraciones de estudiosos del tema. Se impone la idea de que el
pensamiento discriminatorio debe ser superado. Debido a que un cambio en la lengua supone
un cambio en las relaciones sociales, la cuestión lingüística es una cuestión
eminentemente política, que debe ser analizada en el contexto de una teoría de
relaciones de poder y de transformaciones deseables para formar una sociedad más justa e
igualitaria, aunque diversificada. Debe ser, por lo tanto, objeto de consideración de los
gobiernos.
La enseñanza oficial de la
lengua nacional ya no puede ser concebida sólo como el desarrollo de habilidades que
permitan la adquisición de la lengua padrón dominante, rechazando las experiencias
culturales de los hablantes que utilizan variedades o lenguas históricamente marginadas.
Empobrecería mucho el concepto de educación (que la institución oficial proclama) si
ella sirviera para obtener fuerza de trabajo a costa del desarraigo de los estudiantes de
su propia cultura.
Se necesita una lengua
funcional, que sea un verdadero instrumento de comunicación para tener mejores
oportunidades de vida. Pero también es vital conocer y preservar lenguas minoritarias y
locales, tanto por respeto a los derechos igualitarios de los que las hablan, como para
atesorar otras cosmovisiones y sabidurías que contienen.
El continente reclama a estas
alturas una educación emancipadora, democrática e incluyente. Es necesario educar para
que los grupos marginados a causa de su clase social, cultura, etnia (y además edad,
sexo, religión) también participen en el espacio público, debatan y tomen decisiones
acerca de los conflictos sociales que les atañen, dando a todos la oportunidad de poder
transformar el orden social más amplio, en vez de solamente servir a él.
La educación en la lengua
materna rescata la identidad y los valores culturales del estudiante. La adquisición de
la lengua padrón y de una lengua franca, a su vez, provee a las clases marginadas un
instrumento de participación y ascensión económica y política, además de que a todos
abre la posibilidad de estudiar, viajar, participar en eventos culturales, políticos,
económicos y científicos. A su vez, el aprendizaje de las lenguas minoritarias permite
ingresar a culturas diferentes de la predominante, y conocer percepciones y valores
nuevos, que en muchos casos fueron banidos por la tecnología y el consumismo; o, incluso,
acceder a conocimientos del mundo natural que orientan y enriquecen la investigación
científica actual, como en el caso de los medicamentos.
El filólogo brasileño
Bechara (1999) dice: La educación lingüística
pone en relieve la necesidad de que se respete el saber lingüístico previo de cada
quien, garantizándole el curso en la intercomunicación social, pero también no (le)
niega el derecho a ampliar, enriquecer y variar ese patrimonio inicial. En otras
palabras, más que establecer jerarquías para las diferentes lenguas o sus variedades, es
oportuno conocer y saber usar las modalidades lingüísticas, según una noción de lo que
es adecuado y aceptable en cada momento y circunstancia. Esta posibilidad de la persona
poder escoger cual lengua o variedad a usar en un momento dado, entre varias que domina,
sería otra interpretación muy específica de lo que significa ser culto.
Por lo tanto, defendemos la
idea de que la educación debe eliminar el prejuicio lingüístico, informando los
distintos ámbitos y funciones de las lenguas y variedades en cada caso particular y
valorizando cada una de ellas. Debe proporcionar instrumentos adecuados para las
relaciones sociales y para el trabajo, así como para la participación en los procesos
globales que hoy en día vivimos. Sobre todo, debe eliminar el prejuicio lingüístico,
difundiendo la noción de que una lengua o una variedad diferente no es mejor ni peor que
las otras, sino sólo eso: diferente.
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Dicionário
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[1] El tratado de Tordesillas, firmado
en 1494, entre Portugal y Castilla, definía hipotéticamente la división del Nuevo Mundo
entre ambas Coronas, después de que Cristóbal Colon reclamara oficialmente la América
para Isabel, la Católica. Sin embargo, los portugueses se apoderaron, por medio de
expediciones colonizadoras, de un territorio mucho más extenso que el que le tocaba. Para
dar fin a las disputas que esto provocó, el Tratado de Madrid, de 1750, estableció los
límites entre as respectivas colonias, delineando los límites aproximados del Brasil de
hoy.