Sincronía Spring 2008


LENGUA Y PROCESOS SOCIOPOLÍTICOS EN AMÉRICA LATINA


 

Resumen: El trabajo resalta la importancia de los idiomas en la historia de los países latinoamericanos y en la actualidad.

Aborda en primer lugar el significado implícito del idioma, que tanto forma parte de la identidad de los individuos, como ha sido y es instrumento ampliamente manejado en los procesos sociales y políticos para obtener, manejar y expresar formas de control social a personas y grupos. Se menciona la situación referente al idioma de los grupos de seres humanos que bajo diferentes circunstancias y en varias épocas han emprendido migraciones que tienen por destino o punto de salida los países latinoamericanos.

En forma sucinta se reflexiona sobre las perspectivas que se perfilan en América Latina referentes a la educación cuanto a los idiomas.

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La población actual de Iberoamérica, es resultado, casi en su totalidad, de migraciones que a través de diferentes épocas, circunstancias y caminos llegaron de casi todos los demás continentes. Ante una invasión por la fuerza por pueblos más equipados tecnológicamente, la población local, dicha indígena, permanece por lo regular en condiciones de desventaja, tanto numéricamente hablando cuanto en el disfrute de los beneficios del territorio que antes les pertenecía. Algunos migrantes, como los africanos, también han tenido una larga y dolorosa trayectoria en el Nuevo Continente, sin que la mayoría alcance todavía los niveles de vida que muchas personas de otras nacionalidades han alcanzado, y comparten con los indígenas una condición de discriminación.

 

Sin embargo, no se puede decir que no hay blancos pobres y excluidos; siempre ha habido pobres y desposeídos de todos los grupos raciales y étnicos humanos. Aun entre los grupos raciales dominantes las características individuales y grupales son diferentes, así como el punto de partida para contar con los principales beneficios de la modernidad, según sus objetivos particulares.

 

De la misma forma, hay que resaltar que esa “pobreza” de que hablamos se refiere a los bienes materiales, tecnológicos y servicios que en la cultura occidental dominante consideramos indicadores de bien-estar. Independientemente de que cuente o no con esos recursos, las personas y las comunidades cuentan con un capital cultural único y original que es resultado de su trayectoria y de su concepción particular del mundo y de los logros y avances que ha tenido en función de ella. Es la comprensión de ese aspecto que debe ser recordado en las  consideraciones que aquí vamos a tejer respecto al lenguaje y el proceso que llamamos globalización.

 

En toda la historia del hombre, en todos los tiempos y lugares, ha estado subyacente, aunque menos estudiada, la cuestión de las lenguas, que va a par con la de la comunicación de los seres humanos.

 

Llamamos lenguaje a todo y cualquier sistema de signos que sirve para comunicar ideas o sentimientos a través de signos convencionales, sonoros, gráficos, gestuales etc., percibidos por los órganos de los sentidos; se refiere también a la capacidad de usar la lengua en la comunicación.

 

La lengua, a su vez, es un sistema de representación constituido por palabras y reglas que se combinan en frases, que los individuos de una comunidad lingüística usan como principal medio de comunicación y expresión, hablado o escrito. Nótese aquí que la lengua hace referencia a una comunidad lingüística, que se representa en seres humanos individuales y en sociedad, con territorio o sin él. El lingüista Ferdinand de Saussure (1857-1913), dice que la lengua en sí es un sistema abstracto de signos interrelacionados, y resalta su naturaleza social e psíquica (citado en Houaiss).

 

La variedad de lenguas, por lo tanto, no indica sólo que hay características gramaticales, léxicas, fonéticas, etc., diferentes en cada una de ellas. Indica, en primer lugar, que son diferentes los procesos de significación y los significados que ellas representan. Por eso es tan relevante el idioma para la construcción de la psicología del individuo. Además, la lengua está marcada por contributos sociales, geográficos, históricos y se presta a ser manipulada en los juegos de poder de personas y pueblos.   

 

En cuanto a sus usos y funciones, presentamos y comentamos brevemente las tres maneras en que ellas son usadas por las personas para atender a sus necesidades, según Esteban, Nadal y Vila (2007). A saber:

 

a)   La lengua familiar, identitaria o materna, que responde a la necesidad de vinculación, de creación de sentido y significado, de valor existencial. Ella informa (nos informa) sobre quiénes somos, a que grupo pertenecemos, que valor nos atribuimos o nos atribuyen a nuestro grupo y a nosotros mismos. Muchas veces, en consecuencia de ello uno se forma expectativas de la vida y de uno mismo que dirigen nuestro actuar. No es la persona misma quien la elige, ella ya está en la familia en que se nace. Por eso puede proporcionar sensación de estar a gusto, seguro. Es la que más nos recuerda nuestra identidad. Por experiencia, muchos sabemos como es difícil decir una oración en otro idioma, si esta fue aprendida en la infancia en el idioma materno. O como es difícil para uno hablar a nuestro hijo en otra lengua que no sea la de nosotros. O manifestar enojo o cariño genuinos en otra lengua diferente de la materna.

         

     Generalmente se refiere a aquella lengua predominantemente hablada, que se auto renueva constantemente para hacerse más expresiva según los fines comunicativos de cada caso y en los diferentes contextos sociales en que es usada.  

 

     b) La lengua de intercomunicación sociolaboral, propia de cada territorio. Es la lengua considerada como instrumento sociolaboral fuera del grupo a que se pertenece, útil sobre todo cuando se busca una mejor comunicación, progreso y ascensión social. Se utiliza en los intercambios laborales o sociales al compartir con hablantes de otras lenguas o de una lengua dominante. En un incidente en el medio rural mexicano, narrado por Villanueva (2005), en que se preguntaba a unos maestros de niños indígenas “cuál era el principal problema que encontraban para enseñar a leer y escribir en lengua indígena”, algunos de ellos dijeron que era el hecho de que a los padres de familia y a los mismos niños no les agradaba que les enseñaran su lengua materna “porque ya la sabían”. Lo que querían era que les enseñaran la lengua española, ya que esta les permitiría tener acceso a trabajo y estudios regulares.  En otras palabras, lo que deseaban los alumnos y sus padres era una lengua de comunicación sociolaboral.

 

     c) La lengua de interconexión global, aquella que responde a la necesidad de conectarse a los espacios globales de información. En la actualidad, el inglés es considerado el idioma que nos permite tener acceso y participar en los centros de distribución, creación y ejecución de la vanguardia de la información. El caso paradigmático es el internet, pero están también los congresos, revistas científicas, etc. en que se presentan y actualizan las actividades humanas de mayor repercusión social, política, científica, etc. Además es la lengua usada en las transacciones internacionales, que predominan en la actualidad gracias al nuevo orden instaurado por el desarrollo tecnológico de las comunicaciones. Otra utilidad de la lengua de interconexión global es en el turismo, que genera ingresos y propicia  acercamientos entre personas y pueblos.

 

Explorando un poco más esta visión, también podríamos hablar de “lenguas de interconexión regional”. Por ejemplo, la expansión del español en el mundo es notable; cada vez él es más enseñado en países y culturas que antes no lo hacían. También se impone cada vez más en los Estados Unidos de América. En América Latina provee infinitas posibilidades de procesos, acuerdos, planes de desarrollo, intercambios y actividades comerciales, científicas, educativas, etc. que comunican y unen casi a toda América del Sur y Central. Brasil, el único país de América que habla portugués (otra lengua ibérica, al fin), ya declaró la intención de hacer del español su segunda lengua oficial. Falta ahora capacitar el sistema educativo nacional para aterrizar esta intención. Y mientras no lo hace, los cada vez más frecuentes contactos turísticos y comerciales van haciendo lo suyo en el sentido de incrementar el bilingüismo español-portugués en los países del cono sur. 

 

Generalmente, al requerir la lengua para las dos últimas funciones señaladas, se estará haciendo uso de una lengua aprendida y empleada de acuerdo con la norma escrita. Es una lengua que se aprende en escuelas, y por lo tanto sus supuestos metalingüísticos y lingüísticos  son más rígidos, artificiales y sencillos, para proporcionar seguridad a quienes la usan. No es necesariamente la lengua real usada por la población nativa, que forma parte de la vida diaria y expresa lo que las personas son y hacen espontáneamente. Es más bien formal, para situaciones específicas con fines intencionales, que requieren un uso controlado.  Se presta al control y vigilancia de los órganos reguladores del idioma, por lo que ofrece un poco más de estabilidad en sus significados e implicaciones, esquivando las innumerables variaciones de sentido, tono, registro, etc. de la lengua natural.     

 

Nótese que en algunos casos, esas dos o incluso las tres funciones pueden coincidir en un solo idioma. Un hablante nativo de inglés ya cuenta con la lengua identitaria y con la de interconexión global, y muy probablemente con la de intercomunicación sociolaboral  también.

 

Usos socio-políticos de las lenguas en los juegos de poder

 

Bagno (2003) señala que la lengua como abstracción no existe: lo que existe son seres humanos que hablan lenguas. Dice también que el lenguaje, de todos los instrumentos de control y coerción social, talvez sea el más complejo y sutil. Así, el control de la lengua es en cierta medida el control de las personas. O por lo menos el intento de controlarlas.

 

En la historia de nuestra América son numerosos los hechos que así lo demuestran.

 

En Brasil, en el periodo de la colonización, la llamada “lengua general” se estaba afirmando por procesos espontáneos como lengua de uso común. Era una lengua de origen indígena, formada por varias lenguas tupíes-guaraníes emparentadas. Era fácil y expresiva; empezó a ser usada porque los conquistadores portugueses eran hombres solos en su mayoría, y comenzaron a vivir con mujeres indígenas, hablando el mismo idioma que ellas en la vida familiar. Ciertos grupos indígenas y los portugueses, en aquel entonces convivían pacíficamente, tratándose entre sí, ayudándose en las labores diarias, las guerras, etc. Era común que los hombres hablaran el portugués ante las autoridades locales y los recién llegados de la metrópoli, pero en el ámbito social y familiar diario emplearan el tupí o una de sus variedades, como el tupinambá, según la región. Las mujeres y niños, tradiciónalmente, casi desconocían el portugués.

 

Anteriormente los jesuitas habían estudiado y escrito gramáticas de las lenguas indígenas, que los auxiliaran en su trabajo de catequización. Sin embargo, la intención de los religiosos iba más allá de preservar las lenguas o solamente salvar las almas (aunque no necesariamente los cuerpos) de los catequizados: al promover el tupí (o el tupinambá) en vez del portugués trataban de evitar los contactos entre indios y blancos, para que los indios no fueran capturados como esclavos por los colonizadores, ansiosos de conseguir mano de obra ya preparada y amoldada a la cultura portuguesa, como lo eran los indios de las misiones.

 

En 1757, el primer ministro de Portugal, marqués de Pombal, en una drástica medida para fortalecer el poderío de Portugal sobre sus colonias, prohibió que se enseñara en ellas cualquier otro idioma que no fuera el portugués. También ordenó la expulsión de los jesuitas de las colonias, por su “excesiva autonomía”. Además, al haber logrado sustituir el Tratado de Tordesillas[1] por el de Madrid, ampliando los dominios del imperio luso al Oeste y al Norte, el estratega transformó la lengua en arma geopolítica para consolidar la presencia portuguesa, en oposición a la española, en el nuevo territorio.  

 

Es un hecho conocido que, debilitando la lengua de un pueblo, se debilita su identidad nacional o local. Lo mismo sucede con los grupos e incluso con los individuos. En otro ejemplo, por ocasión de la segunda Guerra Mundial en Brasil empezaron a surgir conflictos entre las comunidades de emigrados italianos y alemanes. Ambas  seguían hablando sus respectivos idiomas en el medio doméstico, en sus iglesias y escuelas, y usaban el portugués solamente en contactos con extraños. La medida que el gobierno brasileño tomó fue prohibir que hablaran el idioma de su país de origen, con represalias y sanciones si insistían en hacerlo, y decretar que los servicios religiosos y la enseñanza, como todo lo demás, se hicieran usando el idioma portugués. Así fue posible que dejaran de fomentar la filiación a su país de origen y empezaran a desarrollar un sentido de pertenencia a Brasil.

 

Acciones como estas, de corte político que buscan consolidar el poder y encaminar los procesos sociales por medio de la manipulación de la lengua, son frecuentes y numerosas en toda América Latina. Cada país seguramente tiene su propia experiencia en ese sentido que relatar. Grandes lecciones también fueron enseñadas en consecuencia de la Revolución Americana y la Revolución Francesa.

 

Las colonias inglesas se emanciparon de Inglaterra por la llamada Revolución Americana (1775-1783). Después que esta terminó se inició un importante movimiento  intelectual por constituir una lengua acorde a la identidad de la nación emergente. El filólogo estadounidense Noah Webster, (1758-1843) que representaba el movimiento, vió un nexo inmediato entre la ruptura con la dominación política y económica de Inglaterra y la ruptura con la hegemonía de una norma lingüística británica. La joven nación nacida de la revolución necesitaba su lengua propia.  (Aléong, 2001 in Bagno, 2003, p. 34). Y dedica entonces su vida a crear una gramática, ortografía y sobre todo un diccionario del inglés americano (que todavía es el que mejor identifica a la lengua hablada en los Estados Unidos).  

 

En Francia, con la Revolución iniciada en 1789, las clases sociales dominantes – la nobleza y el alto clero, fueron derribados y ascendió la burguesía.  A partir de entonces hubo cambios radicales en el campo del lenguaje. El hablar de los burgueses, antes despreciado por los nobles, ganó prestigio y pasó a servir de modelo para los demás estratos sociales. Los gobiernos revolucionarios sistemáticamente difundieron este modo de hablar por el país, al mismo tiempo que reprimían el uso de otras lenguas en sus respectivas regiones.  Así, en menos de 50 años el francés de Paris se impuso en todo el país, consolidando claramente el poder recién conquistado por los representantes de una sangrienta revolución, que significó toda una subversión de valores, símbolos, conceptos y creencias (Bagno, 2003, p. 32). 

 

Incluso instituciones creadas para enseñar el idioma fuera del país que las habla obedecen a intereses políticos y económicos. La Alianza Francesa y el British Council han diseminado sus idiomas a cambio de ventajas económicas y/o políticas de los países que  los albergan. Su implantación en esos países ocurre en momentos históricos convenientes para extender su hegemonía cultural y política y atender a intereses económicos. El British Council surgió en el período entre-guerras, para diseminar  la lengua y también la ideología a los países aliados y a los dominados (cf. Phillipson, 1992, citado en Irala, 2004). Las escuelas de inglés de Norteamérica proliferan en esos tiempos en que sus empresas transnacionales se instalan en diferentes partes del mundo.

 

La Real Academia de la Lengua, a su vez, surgió en 1713 con la intención de garantizar que el castellano, que en España ya había sido impuesto sobre los otros idiomas de la región, también se afirmara como la norma lingüística en las diversas colonias de América, principalmente para los grupos letrados y las elites dirigentes. Esa institución surge, en el universo hispánico, con el claro objetivo de difundir un discurso de “unidad lingüística”, ocasionando la marginalización de las lenguas locales americanas bajo el punto de vista institucional, cuando no su aniquilamiento (cf. LUIS, 1998, in Irala, 2004).

 

De esa forma nos damos cuenta de que la lengua ejerce lo que Bourdieu llama “poder simbólico”, dado que la lengua, como sistema simbólico, también es capaz de acentuar la asimetría en las relaciones de dominación (citado en Irala, 2004). Ella es, por lo tanto, motivo de cohesión por un lado, y también motivo de conflicto y separación. Es un indicio que revela y puede agravar o favorecer la condición social de personas y grupos.

 

Pero hasta ahora sólo hemos hablado de las lenguas dominantes. Qué hay de las lenguas minoritarias, como las indígenas y las de los africanos traídos a América?

 

De las 6000 lenguas que se hablan en el mundo, 96% pertenecen a 4% de la población mundial, que en su mayoría son indígenas y pueblos nativos. Cuando llegaron los europeos a América, había entre 600 y 800 lenguas indígenas. En los últimos 500 años, cientos de lenguas han desaparecido en América Latina y el Caribe, y varias de las más de 600 que aún sobreviven podrían correr la misma suerte. Según la UNESCO, cada dos semanas, por término medio, desaparece una lengua en el mundo, no en consecuencia de procesos naturales, sino por la presión cultural y discriminación contra sus hablantes.

 

En Brasil, por dar un ejemplo, de las 180 lenguas indígenas que ahí se hablan, apenas 24, o sea el 13%, tienen más de 1000 hablantes. De las restantes, 108 lenguas, o sea el 60%, tienen entre 100 y 1000 hablantes; otras 50 lenguas, o sea el 27%, tienen menos de 100 hablantes, y la mitad de estas, el 13%, menos de 50.

 

Si pensamos que cada lengua es una visión particular del mundo, cuántas visiones de un mundo que ya no es el mismo se han perdido!

Es justo mencionar, a pesar de todo, que hay otras lenguas indígenas cuyo futuro parece más prometedor y que siguen teniendo su lugar en la sociedad. El quechua, aymará, guaraní, maya y náhuatl, son hablados por más de 10 millones de personas. Paraguay, por ejemplo,  tiene dos lenguas oficiales, a partir de la Constitución de 1992: el castellano y el guaraní. Esta última es la primera lengua indígena que ha alcanzado el estatuto de lengua oficial de estado en América. En Bolivia, el presidente Evo Morales emprende campaña a favor de los valores indígenas y anuncia medidas para proteger y fomentar los idiomas nativos del país (quechua, aymará, guaraní). En esos países los hablantes de lenguas indígenas siguen sufriendo discriminación racial y lingüística, pero diferentes instituciones luchan por el reconocimiento y sobrevivencia de sus culturas, apoyados cada vez más por organismos internacionales como la UNESCO. 

Hablaremos ahora de la población negra y mulata. Durante el período en que hubo tráfico de esclavos negros, aproximadamente del siglo XV a finales del XIX, llegaron a América Latina y el Caribe, desde las más diversas regiones de África, millones de africanos, que también hablaban decenas de lenguas diferentes. Desde el inicio del proceso, al llevarlos para el país donde serían vendidos, el factor lingüístico fue manipulado por los traficantes. Estos separaban a los individuos capturados que eran de una misma familia o etnia, mezclándolos con los de otras, para evitar que se comunicaran entre si y establecieran alianzas y conspiraciones que dificultaran su control y dominio.

Para terminar este panorama, breve y parcial, de la realidad lingüística de América Latina vinculada a los procesos sociales e históricos que hemos vivido, mencionaremos otros dos grupos minoritarios lingüísticos. El primero es formado por las minorías europeas y asiáticas que se instalaron aquí por motivo de políticas internacionales de colonización o huyendo de guerras, pobreza y persecuciones en Europa. Recientemente nuevos motivos han impulsado la llegada de nuevos emigrantes de los mismos países y de Asia, casi siempre en búsqueda de mejores condiciones de vida, pero en situaciones quizás no tan dramáticas como la de los africanos. En esos grupos la lengua de origen paulatinamente va siendo abandonada por los más jóvenes, dándoles una ventaja en la nueva sociedad que los más grandes cuestan a equiparar.

El otro grupo es aquél formado por las filas cada vez más numerosas de excluidos y rezagados de la sociedad contemporánea, que conforman una multitud de seres humanos en cierta forma “invisibles”, porque su presencia difícilmente es detectada por los censos e investigaciones poblacionales ofíciales (muchas veces no tienen morada fija, ni registran nacimientos o muertes), aunque sí por los actos antisociales y violentos que cometen o sufren.

Ellos pueden ser los “favelados” de las principales ciudades de Brasil y las comunidades alejadas de personas de origen africana o indígena. Pueden ser también los grupos de latinos que tratan de entrar a los Estados Unidos, de guatemaltecos a México, de nicaragüenses a Costa Rica, de peruanos a Chile, etc. En esos casos son personas de escasos o nulos recursos que buscan salir de su país y entrar en otro por vías alternas a las prescritas por la ley, y que a veces tampoco encuentran su lugar dentro de la nueva sociedad. Hablan en general variedades locales minoritarias o antiguas, “desprestigiadas” por los hablantes de la lengua predominante, tanto en el país de origen como en el que ingresan.

El aspecto lingüístico puede no estar tanto en la raíz de los problemas que los llevaron a migrar, pero sí está relacionado con la solución por lo menos parcial de su situación: su origen es denunciada y su condición agravada por la falta de una lengua funcional que les permita integrarse a la sociedad dominante en que quieren ingresar.

Hemos visto entonces la variedad en idiomas que existe en América Latina, y como ellos sirven para identificar individuos y relacionarlos con una cultura y un país. Al mismo tiempo, la lengua y sus hablantes son valorados de diferentes maneras en el contexto más amplio con que interactúan. Ella es una “marca social” que permite objetivar las diferencias y/o similitudes de educación, de origen, de clase social e incluso de género y edad entre las personas.

 

Aceptamos también que la lengua es un factor de cohesión en unos casos, pero que facilita el conflicto y la separación en otros. Permite establecer puentes entre las personas; algunos “puentes” sirven dentro de un mismo país, entre las minorías y la cultura dominante y, otros, entre diferentes culturas y países. Como ya hemos hablado de las migraciones que han llevado personas de diferentes orígenes a interactuar en un mismo territorio, profundizaremos un poco, ahora, en lo que sucede en ese interactuar. 

 

Dado que las lenguas tienen variedades que indican la procedencia de sus hablantes (ciudad o medio rural, por ej.), tanto entre los hablantes de las diferentes lenguas oficiales como entre los que hablan sus variedades u otras lenguas con que coexisten en el país, se producen conflictos caracterizados por la intolerancia, el prejuicio y el menoscabo del idioma y cultura del otro. Eso se llama prejuicio lingüístico.

 

Prejuicio lingüístico

 

En una época en que la discriminación en términos de raza, color, religión o género ya no es públicamente aceptable, el último baluarte de la discriminación social explícita seguirá siendo el uso que una persona hace de la lengua (Milroy, 1998, citado en Bagno, 2003, p. 13). Bagno, profesor de la universidad de Brasilia, dedicado a estudiar el prejuicio lingüístico en una sociedad tan multirracial y multiétnica como la brasileña,  afirma que el prejuicio lingüístico en realidad sólo encubre y disfraza “un profundo y entrañado prejuicio social”.

 

Como la lengua forma parte de la identidad individual y social de las personas, criticar su manera de expresarse es criticar a las personas mismas. Los comentarios naturalmente se desplazan del terreno abstracto (lengua) para el concreto (el que la habla). La persona que expresa prejuicio lingüístico se ubica en un plan de superioridad (educativa, cultural, social) en relación a aquel que es blanco de ese prejuicio. En vez de ver la lengua como una expresión de la realidad histórica, cultural, vivencial del Otro, simplemente la menosprecia por ser diferente de la suya.

 

Algunos estudiosos sociales dicen que generalmente el prejuicio lingüístico se expresa y causa más daño cuando parte del hablante urbano hacia el del medio rural, del blanco hacia el negro o el indígena, del que estudió hacia el iletrado, del más grande hacia los más jóvenes, del hombre hacia la mujer y, sobre todo, del rico y poderoso hacia el pobre y marginado, reproduciendo los esquemas de poder político y económico de nuestras sociedades.

 

Sin oponerme radicalmente a esta opinión, yo creo que algunas cosas cambian, según la perspectiva de que se mira. Depende del grupo social que se usa como referencia. Así vemos a jóvenes expresando prejuicio lingüístico hacia los mayores, el pueblo ridiculizando el lenguaje de sus gobernantes; integrantes de comunidades negras hacia blancos, etc. Pero siempre se trata de personas sumergidas en su realidad, su circunstancia, sin reconocer el igual valor de la realidad y circunstancia del otro. O sea, la lengua se vuelve factor de división, cuando podría ser un factor de unión.

 

El concepto popular de que cierto modo de hablar está “cierto” o “equivocado” se debe al “soporte institucional” que alguna lengua o variedad ha recibido o recibe, en perjuicio de otras. Un ejemplo es el apoyo que la Corona y la RAE proporcionaron al castellano, origen del español moderno y lengua dominante en las ex colonias españolas de América Latina.

 

De la misma forma, las instituciones educativas de nuestros países han privilegiado algunas lenguas y variedades lingüísticas sobre otras. De la lengua del conquistador, español o portugués, se valoriza la variedad usada en el medio urbano escolarizado, en detrimento de otras variedades y de otras lenguas también existentes en el mismo territorio. Coincidentemente, la variedad con más prestigio es la de la clase socioeconómica más privilegiada, minoritaria, pero más influyente social, económica y políticamente, que vive en un medio compatible con el desarrollo tecnológico y que tiene recursos para estudiar.

 

Orlandi, en sus estudios sobre la lengua brasileña, habla del juego político-lingüístico que existe desde el inicio de la historia de Brasil y que nos hace oscilar siempre entre una lengua otorgada, legado de Portugal, intocable, y una lengua nuestra, que hablamos en nuestro día a día, la lengua brasileña. Ella llama a la primera “lengua imaginaria” y a la segunda, “lengua fluida”. Creemos que esas reflexiones son válidas también para el español hablado en América Latina.

 

En los dos conceptos de Orlandi, la lengua imaginaria es resultado de movimientos fundadores y legitimadores emprendidos por instituciones y autoridades.  O sea, nos habla de lenguas-sistemas, normas, coacciones, lenguas-instituciones, ahistóricas (Orlandi, citada en Irala, 2004).

 

La lengua imaginaria, coincide con lo que en Brasil se llama la norma padrón. Esta es aquella que generalmente se enseña en las escuelas, notadamente las escuelas urbanas, privilegiando, como es la regla, la población urbana con recursos para ir a la escuela y que está más cerca del poder político. Pero ni esa misma clase la usa continuamente. Ella se reserva para ciertas ocasiones formales o académicas. Es útil en el sentido de que instaura un espacio de comunicación más amplio que el de las variedades y lenguas específicas de cada grupo social e incluso sirve como instrumento de comunicación transgeneracional, y preserva por más tiempo el patrimonio literario y científico, dado que es una lengua que, por estar normatizada, es más estable en su forma y a través del tiempo. 

La norma padrón ejerce una influencia simbólica muy fuerte sobre el imaginario de todos los brasileños, pero es una influencia que disminuye progresivamente, a medida  que se aleja de las capas sociales privilegiadas (Bagno. 2003, p. 69). Ella goza de prestigio casi general, y las personas que quieren mejorar de nivel procuran aplicarlas lo más posible también en la vida social y laboral. 

A su vez, lengua fluida es la lengua movimiento, (del) cambio continuo, que no depende de lo que dice lo institucionalizado, aunque sea constantemente combatida por él (Orlandi, citada en Irala, 2004). Es la lengua del pueblo, llena de creatividad, de entonaciones, expresiva, que más se usa en las circunstancias reales de la vida y refleja la diversidad de la sociedad. En ella surgen las innovaciones que con el tiempo se institucionalizan; en otras palabras, en ellas surgen las innovaciones que más tarde son institucionalizadas por las academias y diccionarios.

 

En palabras de Irala (2004), se puede decir que la lengua fluida es la manifestación de la dispersión; o sea, si la lengua imaginaria es el símbolo de la unidad, la lengua fluida sirve para mostrar que esa unidad es ilusoria, irreal, huye del control, es constitutivamente heterogénea. Las tensiones entre ambas ocurren cuando los defensores de la lengua imaginaria ignoran o subestiman a la otra, la fluida, que vive y se desarrolla a su lado, propiciando un antagonismo artificial e innecesario. Entonces es cuando se manifiesta el prejuicio lingüístico.

 

Una nueva mentalidad

 

Hemos visto entonces que el aspecto lingüístico no puede ser considerado solamente como una cuestión “escolar” o de currículo. Las lenguas y los procesos sociales con que estas se entretejen son factores muy significativos y vitales tanto para las personas como para las sociedades.

 

Y la historia sigue, con un aumento significativo de individuos y poblaciones desplazándose por el planeta; unos en busca de mejores oportunidades de supervivencia y otros, de desarrollo y realización. Ya se estima que 70% de la población mundial actual es multilingüe (Richards y Rodgers, 2001:13, citado en Cassany, 2005) pero se están considerando en estas cifras más que nada las habilidades orales. Hasta que punto el multilingüismo de la mayoría de esas personas sirve para que ellas realmente se incorporen a la sociedad más amplia, gocen de sus beneficios y sean productivas, es algo que no sabemos.

 

Esas reflexiones nos llevan a la siguiente pregunta: ¿Cómo se debe pensar en la actualidad la cuestión de las lenguas? ¿Cómo debe ser, en ese sentido, la educación de las nuevas generaciones en nuestra época?

 

Dejando de lado las cuestiones metodológicas de la enseñanza de lenguas, que no son el tema de este trabajo, hemos recogido algunas consideraciones de estudiosos del tema. Se impone la idea de que el pensamiento discriminatorio debe ser superado. Debido a que un cambio en la lengua supone un cambio en las relaciones sociales, la cuestión lingüística es una cuestión eminentemente política, que debe ser analizada en el contexto de una teoría de relaciones de poder y de transformaciones deseables para formar una sociedad más justa e igualitaria, aunque diversificada. Debe ser, por lo tanto, objeto de consideración de los gobiernos.

 

La enseñanza oficial de la lengua nacional ya no puede ser concebida sólo como el desarrollo de habilidades que permitan la adquisición de la lengua padrón dominante, rechazando las experiencias culturales de los hablantes que utilizan variedades o lenguas históricamente marginadas. Empobrecería mucho el concepto de educación (que la institución oficial proclama) si ella sirviera para obtener fuerza de trabajo a costa del desarraigo de los estudiantes de su propia cultura.

 

Se necesita una lengua funcional, que sea un verdadero instrumento de comunicación para tener mejores oportunidades de vida. Pero también es vital conocer y preservar lenguas minoritarias y locales, tanto por respeto a los derechos igualitarios de los que las hablan, como para atesorar otras cosmovisiones y sabidurías que contienen.

 

El continente reclama a estas alturas una educación emancipadora, democrática e incluyente. Es necesario educar para que los grupos marginados a causa de su clase social, cultura, etnia (y además edad, sexo, religión) también participen en el espacio público, debatan y tomen decisiones acerca de los conflictos sociales que les atañen, dando a todos la oportunidad de poder transformar el orden social más amplio, en vez de solamente servir a él.

 

La educación en la lengua materna rescata la identidad y los valores culturales del estudiante. La adquisición de la lengua padrón y de una lengua franca, a su vez, provee a las clases marginadas un instrumento de participación y ascensión económica y política, además de que a todos abre la posibilidad de estudiar, viajar, participar en eventos culturales, políticos, económicos y científicos. A su vez, el aprendizaje de las lenguas minoritarias permite ingresar a culturas diferentes de la predominante, y conocer percepciones y valores nuevos, que en muchos casos fueron banidos por la tecnología y el consumismo; o, incluso, acceder a conocimientos del mundo natural que orientan y enriquecen la investigación científica actual, como en el caso de los medicamentos.

 

El filólogo brasileño Bechara (1999) dice: La educación lingüística pone en relieve la necesidad de que se respete el saber lingüístico previo de cada quien, garantizándole el curso en la intercomunicación social, pero también no (le) niega el derecho a ampliar, enriquecer y variar ese patrimonio inicial. En otras palabras, más que establecer jerarquías para las diferentes lenguas o sus variedades, es oportuno conocer y saber usar las modalidades lingüísticas, según una noción de lo que es adecuado y aceptable en cada momento y circunstancia. Esta posibilidad de la persona poder escoger cual lengua o variedad a usar en un momento dado, entre varias que domina, sería otra interpretación muy específica de lo que significa “ser culto”.

 

Por lo tanto, defendemos la idea de que la educación debe eliminar el prejuicio lingüístico, informando los distintos ámbitos y funciones de las lenguas y variedades en cada caso particular y valorizando cada una de ellas. Debe proporcionar instrumentos adecuados para las relaciones sociales y para el trabajo, así como para la participación en los procesos globales que hoy en día vivimos. Sobre todo, debe eliminar el prejuicio lingüístico, difundiendo la noción de que una lengua o una variedad diferente no es mejor ni peor que las otras, sino sólo eso: diferente.

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Bibliografía:

 

-         Dicionário Digital Houaiss

 

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[1] El tratado de Tordesillas, firmado en 1494, entre Portugal y Castilla, definía hipotéticamente la división del Nuevo Mundo entre ambas Coronas, después de que Cristóbal Colon reclamara oficialmente la América para Isabel, la Católica. Sin embargo, los portugueses se apoderaron, por medio de expediciones colonizadoras, de un territorio mucho más extenso que el que le tocaba. Para dar fin a las disputas que esto provocó, el Tratado de Madrid, de 1750, estableció los límites entre as respectivas colonias, delineando los límites aproximados del Brasil de hoy.

 

Sincronía Spring 2008